Capítulo 5 (Parte 2)
No me hice del rogar porque era para mi hijo, así que me importaban dos hectáreas de comino lo que otros susurraran de la aprovechada que se robaba la torta de la fiesta.
—Cinco minutos, cinco minutos con la misma temperatura es lo único que pido —aclamé en voz alta porque al llegar estaba haciendo un calor del infierno y ahora parecía estar a punto de darme hipotermia. Álvaro rio por mi boba queja mientras me guiaba por el estacionamiento. Bien entrada la noche solos los faroles alumbraban mis pasos.
Reconocí su automóvil rojo de inmediato. Tía Rosy se había encargado de que nadie lo olvidara, amaba ese vehículo con la misma fuerza que odiaba a Álvaro, lo mencionaba en cualquier conversación. Yo no sabía nada de carros, mi conocimiento era tan limitado que fue una sorpresa que fuera un buen modelo. Eso me ponía más ansiosa, porque si lo arruinaba no podía pagárselo. Ante el primer rayón se acabaría su cordialidad.
Incluso así, fui yo quien con malabares me abrí la puerta ignorando su ayuda para entrar. Abroché el cinturón mientras él se ubicaba a mi lado. Me dio un fugaz vistazo y sonrió antes de encender el vehículo. Tal vez esperaría le diera la dirección, pero no lo creí necesario, ya una vez me había dado un aventón a mi hogar. Esperaba que su buena memoria recuperara ese dato.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —rompió el silencio al arrancar.
—Ya lo hiciste, perdiste tu oportunidad.
—Eres malvada, Alba. Ahora, hablando en serio, ¿quién tuvo la idea del cambio? Es decir, supongo que no fue por iniciativa propia. No me malinterpretes, te ves realmente preciosa, pero no es muy de tu estilo querer robar la atención.
—Miriam. Creo que no quería arruinar su fotografía de compromiso. Hizo bien. Yo tampoco quería ser la única loca con ropa de rebaja —me sinceré comparándome con el resto de las personas que llevaban lo mejor que tenían—. ¿Dónde compraste esa camisa?
—¿Te gusta?
—No, solo quiero hacer un aproximado de cuánto me darían por ella si un día la tomo de la basura —respondí. La gente gastaba demasiada plata en telas que terminaban en el basurero antes de recordar su precio, yo le sacaba todo el provecho que podía—. Aunque al final no importó, Arturo lo echó a perder todo. Ese chico no da una.
—Vamos, no seas tan dura con él. ¿Cómo esperabas que supiera que Miriam quería casarse si ella misma dijo que no? Además, él siempre ha sido claro con ese punto. Esta vez no puedes acusarlo de mentir.
—Primero apostaste que se lo pediría, ahora te parece ilógico. Hombres, siempre justificándose —resoplé. Álvaro negó con una sonrisa, sin despegar la vista del frente.
—¿Qué es lo que tú le aconsejarías hiciera?
—Dejar su estúpido miedo y hablar de sus sentimientos.
—Tienes razón —meditó—. Las personas deben tener iniciativa.
—Exacto.
—No callar lo que sienten —concluyó con sabiduría.
—Tú sí lo entiendes. Es tan fácil.
—Alba, sobre eso... —comenzó despacio, calló un momento que me pareció una eternidad—. He querido decírtelo algo desde hace un tiempo.
"Oh, no, no, no, no. No me refería a ponerlo en práctica". Entré en pánico adelantándolo lo que se venía. Mi garganta se cerró de solo imaginar las palabras que usaría, lo que yo no podría decir. "¿Cómo pude ser tan tarada? Permitir que llegáramos a este punto".
—Álvaro, para el carro.
—En realidad creo que es un buen momento...
—Literalmente para el carro —le ordené porque no estaba entendiéndome.
No me quedaría a escucharlo.
Álvaro me obedeció, aparcó el automóvil junto a la acera de un parque. No esperé un segundo para que agregara frases que me retuvieran, solté el cinturón y bajé olvidándome del condenado pastel. Sabía que no llegaría muy lejos con él, solo retrasaría mi avance. El aire golpeó de lleno mi rostro caliente, tal vez mis mejillas parecerían dos trozos de carbón al fuego. Mis pies tomaron vida propia, el corazón se aprisionó, mientras los nervios me hacían cosquillas en el estómago. Quería volar, huir de ahí porque no sabía que haría si él se atrevía a hablar.
Corrí como toda una gallina, una escapada de lo más épica de no ser porque olvidé que llevaba tacones y que no sabía andar con ellos. Mis estúpidas piernas me lo recordaron cuando se enredaron y me fui de cara. Apenas logré meter las manos para no romperme la boca. Mis rodillas se estrellaron contra el pavimento. Una de las humillaciones más grandes de mi vida fue caerme frente a Álvaro.
—Malditos tacones del demonio —grité frustrada protestando. Cerré los ojos avergonzada antes de quitármelos de mala gana, prefería enterarme una piedra en el dedo pequeño que seguir con esas máquinas del infierno, protagonistas de otra boba escena. Y para acabarla de joder las cintas estaban atadas a mi tobillo con tal fuerza que me pareció un milagro no me cortaran la circulación.
—Sé que la idea de salir conmigo no te entusiasma, pero no tenías que escapar así —comentó con una risa Álvaro cuando se puso de cuclillas a mi lado.
Le dediqué una mirada severa para que dejara de comentar idioteces, pero perdí la intención cuando al levantar la vista me di cuenta de que estaba demasiado cerca. Tuvo tiempo de sobra de retroceder, mas no lo hizo, se quedó entretenido en mis ojos. Yo pude esquivarlo, como siempre lo había hecho, sin andarme por terrenos peligrosos. Sin embargo, la sostuve por un segundo, olvidando las señales de alarma. Analizándolos más de cerca descubrí que la bondad traspasaba sus pupilas negras. El silencio me envolvió hasta que recordé por qué se trataba de la primera vez que caí en cuenta de ese dato, era el error número uno antes de perder, así que extendí mi brazo empujándolo lentamente. Álvaro pareció recordar la importancia de la distancia porque enseguida se levantó y me ofreció su mano para ayudarme a alzarme.
La miré con duda, decidí ponerme de pie sola aunque pareciera jirafa recién nacida. Si me seguía dando libertades con él llegaría el punto donde todo se saldría de mi control.
—No seas bruto. Tú no eres el problema, lo sabes, yo lo soy —le expliqué para que no se confundiera.
—Para mí no tienes nada de malo, Alba.
—Escúchate, Álvaro —le pedí incrédula de su atrevimiento. Una cosa era la atracción y otra ser ciego. El segundo sufría mucho—. Ya estás delirando.
—Alba, no es un delirio —me aseguró antes de golpearme con tres palabras que me dieron vuelta la cabeza—. Te quiero, Alba.
—Uy, ve más despacio —lo frené impactada. Usó palabras de ligas mayores, de esas que no deberían emplearse sin pensar. Había olvidado cómo se escuchaba mi nombre en aquella frase.
—Estoy siendo sincero. Desde hace mucho tiempo —me confesó. Negué asustada para que se detuviera. Tal vez era una pesadilla, una horrible pesadilla de la cual despertaría. Sí, mañana Álvaro seguiría viéndome como su amiga—. No sé cuándo me di cuenta, o quizás fue poco a poco. Al principio no podía dejar de pensar en ti, esperaba verte en cualquier reunión del club, me gustaban tus mensajes, hasta que te...
—Pero yo no a ti —le interrumpí para que no volviera a pronunciarlo. Sabía que había sido cruel, pero era mejor un golpe certero a mil piquetes de aguja. Tenía que terminar con aquella locura. Álvaro no escondió la decepción ante mi abrupta convicción—. No te ofendas, si el gobierno me obligara a estar con otra en una relación no podría considerar a nadie más que a ti —solté en una ridícula explicación por los nervios. Poco me faltó para estrellar la palma con mi frente.
—Que cumplido más extraño.
—Consigue una buena mujer que te quiera, Álvaro —mencioné convencida—. Estoy segura de que hay muchas que están esperando a alguien como tú. Prueba, nada pierdes intentándolo.
—Alba, a mí no me interesan otras mujeres, a mí me gustas tú.
Mi yo de diecisiete hubiera suspirado por esa declaración, la Alba que estaba ahí no pudo más que pintar una mueca de impotencia. Álvaro había perdido el juicio, alguien tenía que hacerlo entrar en razón. No podía ser nadie más que yo.
—No sabes lo que dices.
—Sé lo que digo —me contradijo dando un paso adelante, yo retrocedí. No cruzaría mi línea. Nadie lo haría—. Alba, no sé qué has sufrido, aunque sí que te han lastimado de una manera que no te merecías. Es egoísta de mi parte pedirte una oportunidad, pero prometo que no voy a...
—No. Álvaro, lo siento mucho. No estoy lista para una relación, ni contigo, ni con nadie. No insistas porque no me harás cambiar de opinión. En verdad lamento herirte, mas no te mentiré, sería peor. Me dolería mucho perderte, eres un gran hombre —comenté—, pero no te daré falsas ilusiones. Lo único que puedo ofrecerte es mi amistad. Estoy en mis cinco sentidos, más cuerda que nunca. Tienes todo el derecho a no querer volver a verme. Si no podemos con esto es mejor que acabe aquí.
Sinceramente no sé de dónde saqué el valor de hablar con aquella seguridad, de mostrarme tan fuerte cuando sentía que las piernas me temblaban. Quizás no había tenido el tacto suficiente, pero no quería que él perdiera otras oportunidades por algo que nunca se daría. Yo no estaba preparada para una relación, nunca lo estaría. No sería tan egoísta de retenerlo solo por mi felicidad.
Álvaro asintió despacio, como si procesara mi negativa. Tenía que ser una maldita broma del destino que fuera yo quien lo lastimara, cuando siempre le había advertido de las decepciones del amor. No quería ser la villana en su historia, pero elegí esa opción a ser la que le destrozara todas las esperanzas después, cuando la herida no tuviera cura.
—Te entiendo, Alba. Lamento haberte puesto en una situación así. Y comprendo que no tengas un interés romántico, pero a mí también me dolería perder contacto contigo. Permíteme al menos ser tu amigo. No volveré a tocar el tema, ha quedado bastante claro. Es una promesa.
No tenía razones de peso para dudar, Álvaro era un hombre de palabra. Una parte de mí me repetía que era injusto mantener una amistad con él conociendo sus sentimientos, que a la larga terminaría haciéndole daño. Sin embargo, la otra, de naturaleza egoísta, se resistía a ponerle punto final a lo nuestro por culpa del estúpido amor. Él era uno de mis únicos amigos, de los pocos que apreciaba de verdad. Le echaría de menos.
—Debo irme —le avisé sin tener la menor idea de cómo acabar esa noche.
—Déjame llevarte a casa. Es tarde. Además, si te vas ahora, será cómo terminar mal cuando no es así. Somos amigos, ¿no? —me preguntó enseguida buscando una confirmación.
—¿Tú puedes con eso? —curioseé.
—Puedo con eso, Alba —repitió.
Era lo que necesitaba escuchar. Quise sonreír, pero no tuve fuerzas para hacerlo. Tomé un suspiro antes de acompañarlo descalza e incómoda a su vehículo, ni siquiera podía verlo a la cara, pensándolo a fondo quizás no fuera posible que existiera un lazo entre nosotros.
—El pastel está intacto —celebró de buen humor al abrirme la puerta. Yo titubeé, porque eso de fingir que no pasaba nada no era mi estilo. Yo era directa como una bala.
—Lo siento, Álvaro.
—No te disculpes más, Alba. Vamos a casa, es tarde. Nico debe estar esperándote —me recordó con una sonrisa que solo me pellizcó el corazón. Debía ser la única mujer en todo el mundo que rechazara un hombre que la entendiera como él lo hacía conmigo.
El camino fue el más largo de mi existencia, Álvaro intentó sacarme conversación durante todo el trayecto, pero apenas logré contestarle con un par de monosílabos. No quería seguir ahí, que él fuera tan bueno solo me hacía consciente de lo maldita que era. Un miserable recordatorio de que no lo merecía. Hubiera preferido que me detestara, podía lidiar con esa clase de sentimientos negativos.
—Gracias por traerme.
Esas tres palabras fueron las únicas que logré formular cuando reconocí mi hogar, la lengua pareció pegada a mi paladar, el frío de mi ánimo la había congelado. Abrí rápido la puerta para descender, quería refugiarme en mi habitación, aunque en ella tampoco encontrara la solución.
—Alba... —me llamó Álvaro cuando ni siquiera había puesto un pie abajo. Conocía ese tono, era un tenemos que hablar.
Claro que sí.
—¿Por qué no me odias? —le encaré molesta cerrando de un portazo. Álvaro abrió los ojos y después se echó a reír, a reír como si le hubiera contado un maldito chiste. Fruncí las cejas. La estaba pasando bien con mi enfado—. O tal vez sí lo haces, entonces dímelo, grita que soy la peor mujer del mundo, que no quieres volver a saber de mí —exploté cansada de fingir ser seres civilizados y emocionalmente estables.
—Tranquila, Alba. Respira un segundo —mencionó con paciencia ante mi arrebato—. No puedo odiarte, no me has dado ningún motivo.
—¿No te dolió?
Deseé con todas mis fuerzas que fuera un no, que me hiciera ver que le daba más importancia de lo que tenía. En verdad quería que no superara una conquista casual, de esas que se dan todos los días, pero conocía a Álvaro. Él sonrió por mi absurda preocupación.
—No fingiré que no me dolió, porque sí lo hizo, no puedo engañarme, pero tú no debes sentirte culpable por ser honesta. Hablaste con la verdad, ¿quién puede enjuiciarte por ello? En realidad aprecio tu sinceridad, siempre has sido muy clara.
—Sinónimo de una mujer sin corazón —me reproché en voz alta. Solía decir las verdades a la gente sin tacto, con la misma indiferencia que aplicaba conmigo, pero Álvaro era diferente.
Me recargué en el asiento desesperada. Álvaro permaneció en silencio, un rato hasta que lo observé dudar si sería prudente rozar mi mano o no, le agradecí tomara la segunda opción. Verme feliz por esa acción me reafirmó que hacía lo correcto. No podía condenarlo a una relación llena de reglas. Álvaro era un hombre, no un crío que se emocionaría con tomarse de la mano, necesitaba cosas que yo no podía darle.
—Las luces están encendidas, deben estar esperándote —me recordó dando un vistazo. Conociendo a mi familia tal vez estarían espiándome entre las cortinas, cuidando que no estuviera desnudándome en su automóvil, como si teniendo toda la ciudad fuera a hacerlo frente a mi casa.
—Tengo que irme.
—Descansa, Alba —se despidió cuando me vio descender distraída del asiento con el pastel en mis manos. Asentí escuchando su consejo, caminé un par de pasos antes de regresar para asomarme por la ventana.
—Gracias por todo, Álvaro.
Él me sonrió restándole importancia. Yo demoré un minuto preguntándome si había algo más que decir. Nada, solo era una excusa para perder el tiempo, para no aceptar que estaba grabándome su imagen por si no volvía a verlo.
—Alba...
—Ya debo irme —volví a decir por millonésima vez despertando de mis pensamientos.
Hice malabares para sacar mis llaves de la pequeña bolsa que tenía colgada atravesando mi cuerpo. Ni recordaba que la traía conmigo, para ser precisa había olvidado la mitad de la semana. Álvaro no se marchó hasta que comprobó que cedió la cerradura. A lo lejos me despedí con un ademán tímido. Él me dedico una última sonrisa antes de arrancar. Yo seguí su recorrido hasta el final de la calle donde se perdió.
Sin testigos de por medio que fueran a burlarse de mí me recargué en la puerta y dejé escapar un pesado suspiro que estaba aprisionándome el corazón. "Tranquila, Alba, hiciste lo correcto", me dije para convencerme, pero que lo fuera no evitó que doliera.
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