Capítulo 1
Me encargué de apagar la alarma antes del primer toque.
Hace un buen rato estaba despierta, lista para empezar el ajetreado día. Escuché ruido en el cuarto continuo, asumí que se trataba de mamá que tenía un excelente oído y se desperezaba. Antes de que tocara abandoné el baño tirando la toalla al cortinero.
El cabello húmedo caía por mi espalda. Di un par de pasos rápidos por el pasillo hasta detenerme en una puerta conocida. Adentro el silencio peleaba una batalla con una respiración cansada. Di dos toques fuertes anunciando mi llegada.
Tal como lo imaginé Nico seguía dormido como una piedra. Levanté un peluche que estaba tirado en el suelo evitando tropezar con él. Negué con la cabeza a la par de un resoplido. "Le dije anoche que recogiera su cuarto, eso implicaba colocar los monos en el cesto". Me senté al borde de la cama contemplándolo. Tan pequeño e indefenso que estrujó mi corazón. Mi llegada no le hizo ni cosquilla, contrario a su abuela él tiene el sueño pesado.
—Ya es hora de ir a la escuela —susurré moviéndolo para que comenzara a despertarse. Se removió en la cama antes de darse la vuelta al otro lado de la pared—. Vas a llegar tarde —insistí en una nueva sacudida. Se resistió conociendo su destino.
Pegué un respingo al ganarme un maullido en protesta del gordo gato que dormía a sus pies. Ese que había comenzado a frecuentar la casa, que Nico decidió adoptar creyendo lo habían abandonado. Entrecerré mis ojos al mirarlo estirarse sobre la tela como si fuera un rey, incluso sin que pudiera hablar podía escucharlo alegar que era una malagradecida que había interrumpido su siesta de belleza. Bajó de un salto abandonando el cuarto contoneándose.
"Maldito gato del demonio", chisté.
—Nico, levántate —repetí, volviendo a lo importante. Cerró sus ojos marrones rápido. Sonrió entre la almohada al verse descubierto—. Mamá te ganará el baño —le advertí, conociendo su punto débil—, sabes que tarda horas y apenas tendrás tiempo para desayunar.
Esa era la palabra mágica. A tropezones se sentó al borde del colchón. Revolví su cabello castaño ya alborotado. Me regaló una sonrisa adormilado antes de salir deprisa de su habitación. Tenía el tiempo justo para prepararnos.
La cocina estaba vacía, pero el pasillo tenía el foco encendido por lo que era probable que mamá estuviera merodeando por ahí o cumpliendo la pesadilla de Nico. Saqué la sartén y la coloqué sobre la estufa. En un minuto tenía una hilera de huevos esperando ser cocinados. Me remangué la blusa antes de trabajar mi primer tiempo. No recordaba haberme levantado un día después de la diez desde hace más de nueve años, no creía que fuera posible en una decena más.
Lavé mis manos, ordené los platos, las cucharas, la leche. No me sorprendía que llegara a la tienda hecha un lío con tremendo baile que soportaba todas las mañanas.
—Buenos días, Alba.
Ni siquiera giré a saludar a mamá porque estaba ocupada batiendo el jamón que se doraba. Escuché el arrastre de una silla por lo que antes de que terminara de sentarse le serví el par de huevos estrellados que preparé en el otro trasto. El calor dentro era insoportable, pero ella lució indiferente a la temperatura.
—Vas a llegar tarde, Alba.
Ese era el saludo típico de papá. Lo sabía, no necesitaba estar escuchándolo cada cinco minutos, por esa razón siempre era la primera en levantarme. Intenté no distraerme en su charla matutina mientras le entregaba su almuerzo. Papá era un hombre mayor, que había superado los cincuenta hace un par de años, de cabello negro donde asomaban un buen número de canas y un bigote grueso que enfatizaba sus emociones. La de esa mañana era descontento.
Hice una lista de todo lo que me faltaba por hacer.
Cerré los ojos frustrada al recordar que necesitaba la lonchera y que Nico la había dejado quién sabe dónde, quizás estaría en la escuela o en medio de la sala. Siempre era lo mismo, le decía que la colocara sobre la mesa, pero era como hablarle a la pared.
—¡Nico! —lo llamé. Todavía le faltaba desayunar y si no aparecía se iría con el estómago vacío. Está bien, no lo haría, pero se atragantaría por el camino.
—Ya estoy aquí, ya estoy aquí. —Entró dando saltos alegre. Abrí la boca para protestar, pero él me dio su lonchera con una sonrisa traviesa. Me guardé el regaño, ahora debía ocuparme de hacer el lonche.
—La mamá de Julio dice que la próxima semana le hará una fiesta de cumpleaños —les platicó a sus abuelos antes de darle un sorbo a su vaso.
—¿En serio? ¿De qué será esta vez? —curioseó mamá, cariñosa, con una dulce sonrisa en su rostro.
—El rey León.
—Esas sí son películas —comentó mi padre que detestaba las nuevas modas.
—Dijo que le harían bolsitas de dulces y que habrá una enorme piñata. También le comprarán un disfraz. Y si su papá tiene dinero le pagará un espectáculo de payasos —contó ilusionado a mis padres que le hicieron un sin fin de preguntas.
Torcí la boca escuchándolo tan ilusionado. Quedaba poco para su cumpleaños número diez. Debía empezar a planear algo sencillo que pudiera gustarle, pero también costear. La mitad de las posibilidades desaparecieron con la segunda condición.
—Yo pienso que...
—Nico, come o no acabarás nunca —le recordé.
—Pero tú dices que no debo hablar mientras como —alegó.
—¿Qué crees que significa? —pregunté de espaldas.
Rio ocupándose de su desayuno. Se mantuvo callado durante unos cinco minutos, una hazaña que pocas veces se repetiría.
Otra vez me lavé las manos para amarrarme el cabello. Observé el reloj que era mi verdugo. Tenía que estar afuera ya o el maldito de mi jefe me tiraría un rollo insufrible.
—Nico, a lavarse los dientes —lo apresuré impidiendo se distrajera con temas que podía charlar de vuelta. Saltó de su silla y corrió al baño mientras yo cogía un pan de la cesta.
—Alba, tienes que llegar temprano hoy —me regañó mamá, camino a la sala. Asentí sin prestarle atención, más ocupada en hallar mi mochila que en sus consejos—. Es un ultimátum. Sabes que tu papá odia que andes tan tarde en el camión.
Apreté mis labios sin protestar. "Como si anduviera de fiesta". Trabajaba, era lo único que hacía. Por mí no volvería a poner un pie en esa maldita tienda que apestaba a cartón mojado, pero necesitaba el dinero. En verdad lo hacía.
No discutí, preferí el silencio al ver a Nico despidiéndose con un beso a mamá antes de tomarlo de la mano y comenzar una carrera hasta la escuela. Era una suerte que estuviera a un par de calles. Estábamos tan acostumbrados a esta rutina que no costó estar en unos minutos frente a un portón repleto de niños. No sabía de quién fue la idea de poner música en la entrada para subirle el ánimo a los chicos, pero gracias a eso llegaría con el Twist de Parchís repitiéndose sin parar en mi cabeza.
—Cuídate mucho y pórtate bien —le pedí con firmeza a sabiendas de que rara vez me daba problemas. Él asintió obediente, moviéndose de un lado a otro al ritmo de la canción, antes de llenarme la cara con sus besos. Sonreí, era al único que permitía me diera muestras de afecto. Nadie más podía tocarme, nunca dejaba que lo hicieran.
Me despedí con un ademán al verlo entrar. Apenas ingresó me di la vuelta para comenzar otra carrera. El aire alborotó algunos mechones que se resistían a obedecerme y el aire matutino mató cualquier rastro de sueño que sobrevivió a la ducha de agua helada.
Maldije al ver la parada a reventar. Lo que le siguió fue una batalla a muerte por subir al camión que estaba a punto de estallar. Empujones, codazos, mentadas, hasta que logré hacerme un sitio al centro de la lata de sardinas. Podría esperar el siguiente, pero eso ocasionaría un retraso de media hora o más.
A duras penas me ubiqué de pie junto a un par de personas que me apretujaban. Pasé saliva tensa al sentirlos tan cerca de mí. Cerré los ojos un momento, pero me obligué a abrirlos enseguida, impidiendo hundirme en los recuerdos. Tomé un respiro en un intento de tranquilizarme. Nada malo pasaría. Me sostuve con fuerte del tubo para no caerme en cada estúpido bache que atravesábamos. Parecía campo minado esta ciudad. No pedía políticos honestos, parques de primer mundo, simplemente unas calles en las que no diera la sensación de ir saltando la cuerda.
Una de las cosas que más odiaba de trabajar, un gran dato teniendo en cuenta todo lo que detestaba, era montarme en un transporte que apenas te dejaba respirar y soportar la cercanía de decenas de desconocidos. Fuerza de voluntad, eso necesitaba para bajar en mi parada con la misma expresión de siempre.
Palmeé mi celular en mi bolsillo comprobando lo cargaba conmigo. Suspiré aliviada, aunque la buena actitud murió al contemplar al cerdo detrás de la caja.
—Alba, ¿a dónde con esa cara tan larga? —me preguntó Gustavo. El idiota que fungía de mi jefe desde que su hermano creyó era una buena idea ocupar a un bueno para nada como nuestro superior. Un viejo de casi cuarenta años, con barba mal cortada y unos ojos pequeños que parecían de peluche barato.
Apreté la mandíbula dispuesta a ignorarlo. Fingí que no lo escuché aproximándome a mi área al fondo. Sacándole la vuelta a los problemas que se me daban tan bien.
—Lo que necesita esta es conocer a un hombre de verdad que le quite lo amargada —le susurró lo bastante alto a una compañera buscando intimidarme. Ella sonrió incómoda sin contradecirlo—. No hay nada que un buen revolcón no resuelva.
"Lo que usted necesita es un puñetazo en la cara", pensé furiosa apretando los puños. Siempre hacía esos asquerosos comentarios. Me resistí a soltarlo porque mi honestidad me costaría el trabajo. Mi único consuelo era que el imbécil de mi jefe solo venía de vez en cuando por lo que me libraba de su asquerosa presencia con frecuencia.
Desquité mi irá con las pobres cajas de cereal que apilé en el aparador. "Ojalá el tonto de Gustavo se comiera una y le diera diarrea", deseé de mal humor.
El resto de la jornada la pasé imaginando la muerte a mi jefe mientras acomodaba la nueva mercancía.
No iría a comer, lo había decidido esa mañana, no perdería una buena hora. Busqué una esquina para comer en un par de mordiscos lo que traje conmigo. Aproveché esos quince minutos revisando mi celular.
Cinco mensajes de Arturo.
Resoplé abriendo la conversación. "¿Ahora qué querrá este tonto?"
Conocía a Arturo hace casi dos años cuando por azares del destino acabamos en el mismo grupo de una aplicación llamada El club de los cobardes que juraba resolver tus problemas amorosos. Una estafa. Lo sabía, la única razón para unirme fue que la veía en todas partes y esa tarde estaba tan desesperada que quería olvidarme del mundo, distraerme y reírme de las desgracias del resto. Claro que no me pasó por la cabeza el dramón que se armaría por su culpa. Protagonizó una historia digna de novela con su compañera de oficina, terminé dándole una mano cuando todos sus líos llegaron al punto máximo.
Siempre me preguntaba por qué no lo había cortado después de un año y medio juntos.
Arturo creyó que mi ayuda ocasional le daba permiso a estarme pidiendo consejos todo el tiempo.
El bobo de Arturo
¿Crees que le guste el lugar?
Revisé las fotografías y la dirección que me envío. Un bonito restaurante de la ciudad.
Alba
Yo qué sé.
Parece un lugar decente, supongo que sí.
El bobo de Arturo
¿Y crees que sea una exageración pedirles lo decoren con claveles?
Alba
Para mí sí, para Miriam no lo sé.
Arturo, tú duermes con ella, ¿cómo quieres que yo la conozca mejor?
Tú deberías saberlo.
El bobo Arturo
Nunca se lo he preguntado. Quizás hoy lo haga.
Alba
Le encantarán. A Miriam le gustan las cosas raras. Tú, por ejemplo.
El bobo Arturo
JAJAJA. Qué graciosa, Alba. Me matas con tu sentido del humor.
¿Puedo pedirte un favor?
Alba
Ese es el problema contigo. Te doy una mano y no hay quien te frene.
A ver, dime qué quieres y después lárgate de aquí.
Recibí otra notificación, aunque esta vez era de parte de El club de los cobardes. Habíamos armado un grupo para mensajearnos. Ahí había siete miembros, cada uno más extraño que el anterior, todos con problemas ridículos. Sin embargo, la que se llevaba el puesto número uno de rarezas era esa mujer de casi cincuenta años, alocada, nada emocionalmente estable, con tendencia a meterse en líos sin causa y orillarnos a nosotros entre ellos, que se autonombró la líder.
Tía Rosy
¿Cómo van chamacos? 🤘 ¿Todo listo para este fin de semana?
El bobo de Arturo
¿Podrías citarla? No me gustaría que sospeche de la fiesta.
Cerré los ojos comprobando que todos lo habían leído antes de que lo eliminara, entre ellos su novia.
Al instante un nuevo mensaje llegó a mi bandeja, aunque esta vez era de Álvaro. Ese era otro de los hombres que conocí por medio de ese peculiar grupo, aunque no tenía nada que ver uno con el otro. Arturo era un tonto que se ganó a Miriam haciéndola reír. Álvaro usaba la cabeza. Sabía exactamente qué decir y tenía la suficiente paciencia para soportarme después de meses resistiéndome a su amistad que terminó dándose. Un hecho raro porque cuando lo vi entrar al boliche la primera vez que nos reunimos lo último que pensé fue que nos llevaríamos bien. Siendo él tan correcto, yo tan problemática, ¿quién diría que podríamos coincidir en algo? Pero más allá de eso, Álvaro sabía ir a mi ritmo y no presionarme. La regla de para hablar conmigo.
Álvaro
Tú lo confundiste.
Alba
Yo no tengo la culpa de que sea incapaz de mantener dos conversaciones al mismo tiempo.
Ahora paga.
Aposté que arruinaría la sorpresa con alguna de sus tonterías.
Álvaro
Alba, es malo apostar con la vida de las personas, sobre todo si esas personas son nuestros amigos.
Alba
Paga.
Álvaro
Está bien. Está bien. No lo decía para huir de mi responsabilidad.
Por cierto, creo que le pedirá matrimonio, por eso tanto misterio.
Alba
Apuesto a que no.
Álvaro
Alba, no es bueno apostar... ¿Por qué no?
Alba
Él dijo que no quería casarse. Ella igual.
Álvaro
Las cosas cambian con el tiempo, Alba.
Alba
Les recomendaría no lo hicieran a menos que quieren arruinar sus vidas. Los matrimonios son un asco. Tú eres la prueba de eso.
Álvaro
Gracias por usarme referencia.
Alba
Vamos, sabes que no me refería a ti, sino a tu matrimonio. Ya lo superaste. Las parejas por sí solas son un problema, pero metiendo trámites legales empeora. Espero no cometan esa tontería ahora que todo va bien con ellos.
Álvaro
Pero supongo que buscarán avanzar después de tener una relación tan seria. Podrían vivir juntos.
Alba
Es lo mismo, soportar al otro todo el día. Además, casi viven juntos.
Álvaro
No es un sacrificio si amas a la otra persona, Alba.
Alba
Lo será cuando se conozcan de verdad, a detalle. Huirán asustados como todos. Aunque entiendo que ahora estén tan embelesados que no lo noten, son unos inexpertos.
Álvaro
Ellos son más grandes que tú.
Alba
¡Por meses!
Ahora me voy, tengo que trabajar. Debo llegar temprano a casa. Mamá está molesta conmigo porque dice que siempre estoy tarde allá. Como si yo disfrutara quedarme a soportar esta basura.
Álvaro
¿Puedo ayudarte?
Si quieres después del trabajo puedo pasar por ti para llevarte a tu casa.
Alba
No.
Bloqueé el celular. Le agradecía su apoyo, pero era mejor ser clara con él. No me gustaba que me solucionaran la vida. Desde joven aprendí a valerme por mí misma, a no involucrar a otros en mis líos. Álvaro estaba acostumbrado a darle la mano a todos, parecía que nunca se detenía buscando a quién ayudar, y aunque valoraba su amabilidad, no me aprovecharía de él. Tampoco lo confundiría.
Era dueña del asco de vida que tenía, ni Álvaro, ni nadie, vendría a cambiarlo.
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