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Álvaro

Varias décadas tuvieron que pasar antes de que pisara de vuelta una primaria. Tampoco tenía planes próximos de hacerlo si no fuera por la peculiar invitación de Romina hace unas semanas para que formara parte de las actividades extraescolares de la institución que presidía. El contacto que nos entrelazó fue la sólida amistad que mantenía con mi hermana mayor Valeria.

Al inicio no estaba muy convencido de unirme debido a mi poca experiencia en métodos de enseñanza, que no iba más allá de mis dos sobrinos. Sin embargo, terminé aceptando porque citando las palabras de mi propia hermana "necesitaban alguien urgente, independientemente de sus capacidades".

Con esa información me presenté temprano el miércoles por la mañana, en la hora más caótica para cualquier colegio: el receso. Por eso no me pareció fuera de lo normal que me pidieron esperara unos minutos mientras que la directora acababa de resolver unos temas importantes.

Paciente rellené los datos de visitante al borde del escritorio mientras a mi espalda escuchaba el escándalo de niños correteando entre pasillos y adueñándose del patio. Era como un mundo dentro del mundo, uno más vivaz que el gris que solía recorrer día a día. Y entre el alboroto un grupo en particular llamó mi atención por su peculiar conversación, además del volumen utilizado que se filtraba hasta donde estaba. Estos se hallaban sentados en una banca contigua a la puerta abierta de la dirección. Los había visto al entrar, pero no despertó mi interés hasta que los escuché hablar.

—Te digo que no.

—Yo lo vi en el Chavo del Ocho así funciona —argumentó otro con una seguridad que envidié. "¿Cómo no lo haría con semejantes fuentes de respaldo?", pensé divertido—. Solo tienes que moverlo...

—Así vas a tumbar toda la casa —alegó defendiéndose—. Déjame a mí.

Tampoco resultó eficiente. Lo que le siguió fue el choque de unas piezas contra el suelo que impulsó a la secretaria a dejar su asiento para asomarse por la salida.

—El que la tumbó fue otro.

—Shu... —los silenció molesta colocando su dedo en los labios. Se giró a mí creyendo podían molestarme. No tendría razón, ellos tenían más derechos que yo. Ese era su colegio—. Discúlpelos...

—No se preocupe —le resté importancia encaminándome para curiosear qué era el causante del barullo.

Encontré al grupo reuniendo con sus manos unos trazos de madera esparcidas por el suelo para apilarlas con cuidado alrededor de un dinosaurio de plástico. Me pregunté si estarían recreando alguna escena de película en la que le prendían fuego con ramas de árboles. Bastante macabro para la edad que aparentaban, unos nueve o diez años.

—Todo sería más fácil si te hubieras traído todo el juego, no solo diez bloques del Jenga —comentó uno de ellos al comprobar que era imposible mantener un equilibrio entre la altura y el número disponibles.

—Mi hermano ni me lo prestó, se lo quité cuando se fue a la prepa, se iba a dar cuenta —le contó para que no se quejara más.

Y mientras el par peleaban sobre los antecedentes, el más pequeño seguía luchando contra la lógica para poder armarle una casa decente a la figura que permanecía inmóvil. Torció la boca derrotado mientras su cabeza seguía elaborando un plan que no aparecía. Sonreí porque era matemáticamente imposible resolver su lío, pero sí existía una manera de darle solución. Mucho menos recta, pero sí lo suficiente convincente para la inocencia propia de su edad.

Carraspeé llamando la atención del trío que se concentró en mí, en una mezcla de susto y curiosidad por lo que estuviera por decir. Tal vez imaginaron se trataría de un regaño. Nada de eso, primero porque no estaban haciendo nada malo, y como si eso no fuera un argumento suficiente mi cuñado tenía razón al decir que los niños no estaban en buenas manos conmigo porque carecía de un carácter autoritario. Dudé un poco si sería adecuado meterme en asuntos que no me correspondían, pero el titubeo llegó cuando no había vuelta atrás. Su asombro se incrementó cuando me puse cuclillas a su lado para ayudarles a ordenarlas una por una. Él me miró con sus enormes ojos cafés siguiendo cada uno de los movimientos. Intenté ser lo más cuidadoso posible para no estropeárselos, hasta que juntos admiramos el resultado final.

—Así tendría una puerta para salir y entrar cuando le apetezca —le expliqué mostrándole como con un solo paso en retroceso su juguete se encontraba liberado—. Aunque es cierto que deberá estar pendiente de los pronósticos para prepararse en caso de lluvia —comenté al ver como su cuello largo escapaba por la apertura del centro.

Los niños rieron fuerte, con esa energía que parecía tenía el poder de extinguirse de a poco con los años.

—¿Álvaro?

Escuchar mi nombre a mi espalda me hizo reaccionar enseguida, me puse de pie para encontrarme con una mujer quien me miraba intrigada a través de sus ojos verdes escondiendo una sonrisa. "Verme profesional era mi especialidad", pensé porque era penoso que me encontrara haciéndola de chiquillo.

Asumí por la manera en que los menores la respetaban que se trataba de Romina.

—Lamento haberte hecho esperar —agregó ofreciéndome su mano—, aunque veo que estabas bastante entretenido. Creo que Valeria tenía razón cuando me dijo que tú eras la persona perfecta para la actividad.

Valeria había exagerado, siempre lo hacía, le gustaba enaltecer a su familia siendo poco objetiva. Aun así esperaba que esta vez tuviera razón porque no quería desempeñar mal un trabajo frente a cientos de niños que no tendrían reparo en señalarlo. Ellos siempre decían la verdad y la mayoría de las veces sin tapujos, ni diplomacia. Había que ser de hierro para enfrentarse a su honestidad.

—¿En qué consiste exactamente el trabajo? —le pregunté porque contar con los datos me daba certeza. Con base en ellos podía elaborar un plan de trabajo que tenía mejores posibilidades de éxito que la improvisación.

—Tampoco mentía cuando dijo que eras muy serio y formal —comentó divertida con familiaridad. Sí, admitía que era reservado, en ocasiones demasiado—. Pero pasa a la oficina para acordar los detalles —me invitó indicando el sendero. Asentí siguiéndola.

La habitación estaba repleta de libros y archiveros que rodeaban el cuarto. En ellos debían hallarse cientos de expedientes de los alumnos que había realizado sus estudios básicos en esa institución, aunque Romina, siendo tan joven, debía conocer un porcentaje pequeño. Haciendo un cálculo aproximé que debía estar en los treinta aunque tenía un aire inocente que le restaba algunos años.

—Álvaro, no tienes que preocuparte por nada —me aseguró—. El tema es bastante simple. Los niños van a hacerte preguntas, ya debes saber lo curioso que son. Después debes plantearles algunas actividades de acuerdo con su edad y un pequeño proyecto que puedan hacer desde casa —explicó con paciencia, dejando claro que había nacido para la enseñanza—. Estoy abierta a cualquier duda —añadió extrañada.

—Gracias. En realidad, había oído un poco del proyecto antes —me justifiqué para que no se malinterpreta mi falta de vacilación a desinterés. Suspiró aliviada acomodando su coleta castaña a un costado.

—Sí, después de una reunión algunos colegas decidieron replicarla —me contó encogiéndose un poco de hombros—. Tiene múltiples beneficios. Nunca me ha gustado la monotonía del antiguo sistema, me encanta despertar la creatividad de los más pequeños por medio de muchas actividades.

—Me parece una labor admirable y muy atinada. No me sorprende que tenga buenos resultados —admití porque compartía la idea de que para tratar con niños había que ser ingenioso.

—Lo aprendí cuando era profesora de un colegio de preescolar. Cuando los pequeños rondan el metro son tan hiperactivos como adorables —me platicó en confianza. Reconocí por el tono de voz que utilizaba que tenía eso que uno esperaría para el personal dedicado al soporte de la crianza. Tuve la sensación de estar en buenas manos. Aunque tal vez eran ideas mías—. Tú... ¿Tienes hijos?

Negué con la cabeza, aunque me sorprendió que Valeria no la hubiera puesto al tanto cuando contaba mi historia a todo el que se le cruzara en el camino. Mi matrimonio había dejado una cuantiosa herencia de recuerdos y daños, pero ningún lazo sanguíneo de por medio. Ahora admitía que fue lo mejor para los dos, pese en que su momento había deseado lo contrario. Había sido parte de mis más dolorosos fracasos, pero prefería abrazarme a la esperanza del futuro.

—¿Eso no afectará? —pregunté porque era aceptable que la experiencia fuera de mayor valor para la práctica.

—No que va. Eso fue pura curiosidad —se disculpó con una sonrisa apenada. Sus palabras fueron interrumpidas por una alarma que resonó en lo alto, seguido de un griterío. Levantó su dedo índice—. Y ese es el timbre del fin del recreo. ¿Estás listo para conocer al primero de tus grupos? Te he asignado del cuarto a sexto. Son chicos muy listos, te sorprenderás, además de que son buenos siguiendo instrucciones —me enumeró sus múltiples ventajas antes de levantarse para con un ademán invitarme a seguirle el paso.

Me despedí de la chica que ocupaba la recepción al salir. Las filas fueron ingresando de a poco en las aulas mientras subíamos al piso superior donde estaban los últimos años. La escuela es una organización mucho más compleja de lo que alguien desde afuera puede imaginar. Quizás por eso no me sorprendió la batalla de la profesora por mantener el orden controlando el enjambre que seguía con secuelas de su hora libre.

Romina decidió encargarse por sí misma. Aplaudió para que las miradas recayeran en nosotros. De un momento a otro pasé de ser el fantasma del colegio al tipo extraño que se había colado. Un ascenso veloz en el que fue imposible repensarme cómo empezar cuando la directora terminó la introducción para cederme la palabra. Observé decena de ojos estudiándome a detalle. Serían un público difícil.

—Mi nombre es Álvaro Navarro, soy ingeniero civil especializado en transportes e infraestructura vial. Aunque actualmente desempeño un cargo en gerencia de...—detuve mi explicación al percatarme que nadie entendía lo que decía. Mi fuerte no era exponer, gracias al cielo estaban ahí para recordármelo—. La ingeniera civil se encarga, en palabras simples, de planificar, diseñar y construir esos aeropuertos donde viajan en vacaciones, el puente que cruzan para venir hasta aquí, la carretera...

—Mi mamá dice que todo eso de las carreteras es solo una excusa del gobierno para robar dinero —comentó un niño que ocupaba el primer pupitre, en voz alta.

—Niños —murmuró Romina entre dientes.

—Bueno... Yo no tengo injerencia en el área financiera —reconocí ocultando una sonrisa por su directa acusación—, pero intentaré pasarles su comentario.

—¿Inge qué? —susurró uno al oído de otro.

—Ingeniero —respondió su compañera.

—¿Es posible hacer una carretera recta? —preguntó uno levantando su mano, robando la atención de mi aclaración. Reconocí al mismo chico del dinosaurio verde, aunque con menos facilidad identifiqué lo que decía su voz.

—¿Disculpa?

—¿Es posible hacer una carretera recta? —repitió manteniendo una sonrisa inocente.

Busqué la mirada de Romina por si ella entendía a que se refería. Fue bueno saber que no era el único que no comprendía nada, estaba tan perdido como el resto.

—Es que vi que en un capítulo Bob Esponja y Patricio van a mundo Guante —comenzó su explicación ante la confusión, tornándolo incluso más desconcertante. "Debí ver un maratón de las caricaturas del último milenio". Sentía que me hablaban en otro idioma—. Ellos se suben a un camión, pero en lugar de llevarlos a su casa los lleva al fondo.

—Ajá. —Asentí escuchándolo atento. Era un buen orador, no sabía a dónde iba a dirigirse, pero al menos ya había robado el interés a la clase completa, incluyéndome.

—Esperan otro camión, pero Bob Esponja se distrae y lo dejan solo. Ahí es cuando compra una barra de chocolate y hace fila detrás de un montón de peces raros, uno tiene un ojo...

—Creo que la pregunta está perdiendo...

Hice un ademán a Romina para que lo dejara continuar.

—Él quiere escapar, pero como la carretera está así no pueden hasta que usan un globo —dijo haciendo con sus dedos un ángulo de noventa grados—. Porque cada que lo intentan se caen. Y yo quería saber si ese tipo de carreteras existen, siempre que lo pienso no sé cómo salió el camión con Patricio.

Me quedé en blanco intentando recrear su explicación. La profesora se cubrió con su palma la boca para no reír.

—La verdad es que es un enigma, porque una carretera con esas características en la realidad no sería muy funcional.

—¿Las llantas tendrían que ser cuadradas?

Romina se llevó una mano a la cara, enrojeciendo de la vergüenza. Yo negué divertido porque era mejor rendirse e intentar hallar su ritmo, aceptando optimista que estar junto a esos niños sería una experiencia muy enriquecedora.

Contrario a mis pronósticos llegué con tiempo a la reunión de esa semana. Al llegar a la sala de juntas saludé a Jerónimo que apenas despegó su mirada. Él volvió a su celular sin controlar su ansiedad por ese aparato mientras esperábamos a los directivos. Esa conversación era importante para acordar los detalles del nuevo proyecto del que estaríamos a cargo. Un nuevo capítulo en mi vida profesional. Hablar de mi trabajo era lo único que tenía en orden en mi vida. La noticia sobre la ubicación fue agridulce al inicio porque pese a la proximidad del negocio de Arturo y Miriam, también estaba el incremento de distancia a la tienda donde laboraba Alba.

Alba.

Sabía que no debía pensar en ella por el bien de ambos, pero me resultaba imposible arrancarla de mi cabeza. Mi mente se abrazaba a su nombre en un deseo absurdo de no perderla por completo. Me había propuesto aceptar su rechazo, luchando con frecuencia a mis ganas de llamarla o verla aunque fuera un minuto. Mi juicio me apoyaba, pero el corazón protestaba a mi renuncia de extrañarla. Debí escuchar a Arturo cuando me sugirió rendirme. Fue un buen e inteligente consejo que ignoré creyendo lo tenía en mis manos. Me equivoqué.

Fue, era y siempre sería un no.

No podía evadir mi responsabilidad. Yo mismo me aferré a ilusiones que jamás sucederían. Nunca hubo alguna señal que me diera esperanzas, una palabra, una pista, una sospecha de que pudiera corresponderme. Alba fue clara conmigo desde el inicio. Su sinceridad nunca encendió dudas, las cartas estaban sobre la mesa. Nunca superaríamos la línea de amigos, que era un buen consuelo, porque no compartíamos los mismos sentimientos uno por el otro. Respetaría su decisión, las relaciones no pueden forzarse. No importa cuánto amor exista en un lado de la balanza.

Lo aprendí en uno de los momentos más críticos tras mi divorcio, cuando aún me costaba comprender que pese a la adoración que sentía por mi exesposa no había nada que salvar. No porque no hubiera iniciativa de ambos, sino que nos enfrentamos al único problema sin solución, la carencia de amor de una de las partes. La vida sabe que hubiera dado todo para cambiarlo, pero cuando se ha llegado a ese punto no hay vuelta atrás. Solo quedaba la aceptación.

Claro que con el tiempo me resulta sencillo entenderlo, pero en aquel instante estaba en el fondo de mi propio abismo. Fue uno de los golpes más duros de mi vida. Me costó mucho superarla. No podía digerir que la mujer que más había amado se marchara. Que una mañana despertara a mi lado y al día siguiente solo quedaran en su espacio los recuerdos. La vida seguía su ritmo, pero yo me estacioné en mi dolor, resistiéndome a continuar en esa historia nueva.

Fue entonces que necesité un escape y caí en la tentación. Bajo el deseo de encontrar consejos o tragedias peores que las mías, descargué esa famosa aplicación que juraba ser la puerta que cualquier cobarde necesitaba. Y si bien no modificó mis líos amorosos logré liberarme de esa sofocante soledad que llevaba meses matándome.

Para esas personas que tenían problemas similares no les provocaba pena enterarse de mi rotundo fracaso, poco valió ser el tipo que había sido engañado por su mujer para salir con su entrenador. Todos cojeábamos del mismo pie pese a nuestras diferencias. Fue una serie de factores negativos que al unirse tuvieron un buen final.

Llegué a confiar en ellos al nivel de revelarles mi identidad, de unir mi nombre y rostro con esa fatídica historia que no me producía ningún orgullo. Rompí mis propias barreras, limitaciones y paranoias con el objetivo de darle forma a esas personas.

Recuerdo bien esa noche, casi con tanta nitidez como la primera vez que vi a Alba.

Sinceramente nunca consideré que tendría oportunidades de encontrar una nueva pareja. Ya había bebido del sorbo más amargo de las relaciones. Tampoco que me ilusionaría con una mujer como ella, con una visión sobre las emociones tan distinta a la mía. Alba era sinceridad abrasadora, nada de tacto a la hora de expresarse y no tenía reparos en soltarte lo que pensaba tal cual llegaba a su cabeza. Sin embargo, era fácil suponer que detrás de toda esa brutalidad había mucho dolor. Tenía mis sospechas, pero me bastó un encuentro para confirmarlo. Nunca olvidaría cuando nuestras miradas coincidieron en ese boliche, porque a través de sus ojos azules escapaban partes de su vida que ella intentaba mantener bajo llave. Había dolor, de ese que se calla a toda costa, de ese que te transforma sin permiso. Y pese a que todos los presentes habían padecido sus propias dificultades, igual de válidas, con ninguno pude identificarme tanto como con esa expresión. No sabría describirlo como amor a primera vista porque siendo honesto estaba intrigado por ella desde tiempo atrás.

El interés de descifrarla me hizo notar lo que la mayoría ignoramos detrás de esa primera capa. Su fuerza de voluntad para superar obstáculos, la fidelidad con sus amigos, su entrega para los que quiere. Cierta dote de dulzura que escondía a toda costa que me sentía afortunado de haber presenciado. Alba dejó de verme como un extraño al que tocar con pinzas, fue abriéndose poco a poco, pasos pequeños pero significativos. Había mucho más dentro. Quería estar ahí para descubrirlo si algún día llegaba a ganarme su confianza.

Así como lo había hecho para que fuera ella quien iniciara de vez en cuando la conversación, considerarme su amigo, sonreírme sin pensarlo, dejarme ver un lado más relajado de su personalidad, hablarme de su hijo que era lo más sagrado en su vida. Ansiaba algún día oírla reír, que se sintiera lista para hablar, quizás hasta tocarla. Ese último una utopía porque su regla de mantener distancia no tenía excepciones. Solía preguntarme la razón a su sobresalto por cada roce inocente. Ninguna respuesta me daba tranquilidad, pero era incapaz de meterme en un tema tan personal que ella cuidaba con tanto recelo.

Aunque como estaban las cosas todos esas respuestas o hechos resultaban lejanos. Había cometido la estupidez de confesarle mis sentimientos planteándome de nuevo en la realidad. Tal vez lo más inteligente hubiera sido esperar un tiempo, pero dentro de mí sabía que el resultado seguiría siendo el mismo. Necesitaba sincerarme, con ella y conmigo. Siempre consideré que hablar era la única manera de avanzar, incluso si el camino que se abría ante nosotros no fuera de agrado.

Seguía perdido en mis pensamientos cuando recibí una notificación en mi celular. Un mensaje que no tendría nada extraño de no ser por el destinatario. Era la primera en vez, en los años que llevaba tratando a Miriam que me escribía en privado.

Miriam

¡Hola Álvaro! ¿Te robo un minuto?

Álvaro
Nada de eso, Miriam.
¿En qué puedo ayudarte?

Miriam

Quiero hablar contigo. En persona. ¿Crees que podríamos vernos mañana durante la hora de la comida?

Álvaro
Claro, mañana estaría bien.
Mata mi curiosidad, ¿sucedió algo malo?

Miriam

Nada preocupante. Ya te adjunto la dirección y tú me dices si te queda cerca, ¿de acuerdo?

Una cosa más, Álvaro, esto debe quedar entre nosotros dos. No puedes hablarlo con nadie, ¿sí?

Es un secreto 🤐

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