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011 - MONSTRUOS DE LAS PESADILLAS


011

IRENE SÁNCHEZ


Las paredes oscuras son adornadas por grandes marcos dorados e iluminadas por una luz tenue dan al lugar una atmósfera de misterio y elegancia, un ambiente ideal para un lugar donde los mayores secretos son guardados por los grandes pilares que sujetan el techo. Al fondo, escondido tras gruesas cortinas rojas, se ubica en el escenario que normalmente es empleado por músicos, aunque dudo que esta noche, siendo yo la única asistente, vaya a usarse.

Un blues suave suena por los altavoces. Delante de mí hay una botella edición especial de The Macallan y dos copas vacías, el precio del whisky está por encima del medio millón de euros.

A falta de un camarero estoy por servirme cuando un hombre se adelanta sirviendo las dos copas con un porte que cautiva. En silencio y como si fuera una cata de vinos; admira el color, huela la esencia y moja los labios, esos gruesos e inolvidables labios bordados por la barba desatendida por una semana.

—Excelente.

—Tú favorito —le recuerdo.

—Cada día luces más preciosa —ocupa la mano en mi mejilla y acaricia con el pulgar con una sonrisa añorada.

—¿Qué haces aquí, Benjamin?

—Una gran pregunta que solo puede responder la dueña del suelo —bebe de la copa dejándola por la mirada —Estás mal. Más aún desde que heredaste a cinco hombres complicados a los que la vida ha tratado injustamente y que tú no puedes evitar querer ayudar.

—Te equivocas, he aprendido a ser egoísta.

—¿Tú? —se ríe suavemente como una brisa helada —Nunca podrás cambiar ese aspecto de ti. Mi hermoso ángel de alas caídas, tú alma y tu corazón le pertenecen a los demás.

—¿Sabes qué? —lo sujeto de la corbata, me pongo de puntillas y susurro a pie de oreja —No quiero hablar contigo.

Vació el contenido de la copa y huyo del pasado, de un cadáver que duele, que siempre lo hará hasta que nos reencontremos en el más allá, aún cuando al hacerlo lo más probable es que discutamos.

Benjamín me sigue sin permiso, hace que me detenga de un agarra y que voltee a contemplar la tormenta que existe en cada estación del año en sus hermosos ojos grises. Nuestra conexión es tan intensa que revive los latidos de un corazón morbundo, el corazón que murió con él.

—No puedes huir de lo que eres —dos pasos más, sus labios quedan cerca de los míos —Mi recomendación es que dejes de ser cabezota.

—Tus recomendaciones están de más.

Apoya la mano izquierda el pared pasando el brazo por el lateral de mi cara acortando más la distancia, sin embargo, lo esquivo pasando por abajo. Ando dando espacio entre los dos antes de girarme. Vuelve a venir y arrinconarme contra la pared posicionando las manos en mi cuello sin apretar.

—Si no quieres consejos al menos deja que te bese.

—¿Desde cuándo pides permiso?

—Desde siempre.

Besa urgido, algo violento. Con las manos en el cuello invade mi boca y yo no opongo resistencia, lo recibo con el mismo voltaje, con la necesidad de dos amantes que perdieron su historia, que lo perdieron todo.

—Te follaré —advierte con voz ronca.

Nos perdemos en cada uno de los besos temiendo el mañana.

Bajo la cremallera de su pantalón, desciendo la prenda con el bóxer lo suficiente para liberar la erección lista para el asalto. Palpo la grandiosa, rememoro el grosor y la largura aún cuando es imposible olvidar el miembro que me desvirgo en la adolescencia. El placer que sentí en el dolor de una primera vez fue la muestra de que nunca me iba a convencer lo gentil.

Benjamín se cuela por la falda del vestido negro, encuentra las bragas que terminan despedazadas al suelo, liberando lo úncio que no le permitía alcanzar el objetivo del sofocante encuentro. Me alza de las nalgas, envuelvo su cadera con las piernas y en mitad de un beso se clava muy profundo. Un gruñido de su parte y un gemido por el mío son el inicio de una nueva melodía repleta de erotismo.

Nuestro sexo es descortés y complementario. Él es violento y yo soy masoquista disfrutando de cada cruda embestida. Cada vez más intenso, más exigente. Entrando y saliendo caprichoso. Sabe lo que necesita mi cuerpo, sabe que a veces bostezo con los preliminares y que lo mejor es ser directo. Sin caricias. La expresión más natural de dos animales fornicando.

—¡Más, joder! ¡Más!

—¿Exigiendo ángel caído? —detiene el empuje dejando el miembro adentro ocupando todo el hueco disponible —Sabes que las exigencias no son lo mío.

—¿Quieres torturarme? —me muerdo el labio sugerente.

—Te lo mereces un poco.

—¿Por qué?

—Por negarte a ser feliz —suspende la sesión y me regresa al suelo —Tengo paciencia, pero hasta el ser más paciente tiene límite.

—¿Qué harás al respecto?

—Negarte un orgasmo.

Acomoda el pantalón impidiendo que siga disfrutando de la visión que ofrece la erección brillante por los primeros fluidos. Me priva del placer cruelmente como solo él está capacitado, empieza a andar y llega mi turno de seguirlo, voy detrás de él preguntando qué espera de mí.

—¿Qué quieres que haga?

—Arriésgate. Quiero que te arriesgues con los hombres del Infierno, quiero que te arriesgues con Alejandro.



Despierto con las pulsaciones disparadas. Connor duerme a mi lado sin prisa por despertar, así qué, sin querer interrumpir su sueño, salgo de la habitación, con el cuerpo molido, para tratar de recuperar el aliento.

Preparo un café cargado.

Es una noche triste, el cielo lo sabe y por ello llueve, quejándose con truenos como si fueran los gritos que mantengo al fondo de la garganta. Reprimidos, detrás de unos barrotes que hacen bien.

Bebiendo sin impedimentos trato de huir de los consejos improductivos de un muerto acudiendo al móvil. Queriendo revisar los mensajes de trabajo, el primero que leo es una nueva petición repetitiva de Alejandro, la cual no es otra que una oportunidad para visitar el club de noche. Es incapaz de rendirse, por más que su causa de ser amigos este pérdida desde mi perspectiva no es igual para él. No obstante, hoy su lucha tiene el apoyo de Benjamín.

Una vez no puede hacerme daño. Tal vez así encuentro las excusas definitivas para ahuyentar el demonio.

Vestida con pijama, agarrando el abrigo y las llaves del coche inhalo profundamente antes de sumergirme en la oscuridad nocturna. El corazón late con más fuerza que cuando me he despertado. Los sentidos se me agudizan, son tan brutos que sufro un ligero vértigo que hace temblar el primer paso, sin embargo, hago un pacto con el miedo para que me dé un respiro llegando al coche.

Las manos me tiemblan sobre el volante manteniendo una conducción moderada. Enciendo la radio escuchando blues, el mismo que el sueño, eso me ayuda a avanzar por las calles transitadas por un par de vehículos. A la siguiente solo estoy yo algo normal considerando la improductiva hora.

Un pinchado en las entrañas produce una mancha en la visión, le sigue un fuerte impacto y el golpe de mi cabeza contra el volante. Permanezco quieta sintiendo como la sangre brota en el punto del choque y se desliza por la izquierda tiñendo la vista en rojo mientras que un hombre grita al exterior.

Pega con un bate en la carrocería.

—¡Sal aquí, puta! —brama.

Debería quedarme adentro, al igual que debería haberme quedado en casa sabiendo que la noche es un mundo oscuro y peligroso que nunca en la historia ha aportado algo positivo, sin embargo, salgo.

Veo al agresor borroso y el movimiento en cámara lenta en la que el bate se me clava en las costillas. Las gotas de la lluvia se rompen al paso de la herramienta deportiva empleada como arma. Vómito sangre sobre el asfalto encharcado. Al segundo intento ya no tiene la misma suerte, le arrebato el bate aún cuando estoy débil y torpe, de no estarlo el primer ataque no hubiera llegado a su fin.

Es mi turno de batear, y lo hago, tras varios intentos fallidos por culpa de la poca visibilidad acierto provocando un strike que el público invisible aplaude y que la defensa lamenta en grotescas maldiciones. Pronóstico victoria contundente enfrente del enemigo que con esfuerzo se mantiene de pie.

—Tendrías que haber buscado uno de tú tamaño, payaso.

—¡Maldita perra mal follada!

Colero viene a por más buena medicina. Es muy improbable que se cure, pero que nadie diga que ninguno de los dos no pone su máximo empeño con el tratamiento porque él lo anhela y yo se lo doy. Cada uno es bueno en su rol, al menos hasta que vuelvo a sufrir un nuevo pinchazo en la cabeza que me desestabiliza.

Recibo golpes de novato que resultan ser jodidamente dolorosos en esta situación en la que lucho contra dos agresores, el maniático trajeado y mi cabeza. Mi maldito cuerpo me traición.

Me empuja sobre el coche, pega mi estómago en la carrocería y manosea repulsivamente mi trasero diciendo:

—Antes de matarte disfrutaré de tú cuerpo, nena.

—Que te aproveche.

Aguantando la arcada pego el culo en su polla, creo, la verdad es que no siento nada, más allá que unas figuritas llaves, aunque no debo descartar que sea un pito más diminuto que un gusano. Indiferente a lo que sea lo importante es que nuestros cuerpos se enganchan sin que perciba la amenaza, aún cuando un trueno la advierte, pero es tan necio que no se da cuenta del error hasta que es tarde.

Atrapo con los dientes la oreja que queda al descubierto cuando sus manos se posan encima de mis tetas e inclina la cabeza, tratando de ver lo que hay bajo la chaqueta empapada. Doy el máximo al tirar. Reuniendo la adrenalina, la fuerza y la rabia le arranco el cartigelo. Lo escupo al suelo, y mientras que se desangra procedo a huir porque apenas soy capaz de aguantarme de pie, así que menos estoy para un segundo asalto en que si nadie interrumpe las posibilidad de morir son del noventa y nueve, no es el cien por respeto al uno por ciento de variabilidad.

Un, dos, tres, cuatro, cinco...

Cuento los pasos sabiendo que al hacerlo significa que sigo consciente y alejándome del monstruo de las pesadillas, que sigo respirando a la vez que el frío de la abundante lluvía cala en los huesos.

Seiscientos sesenta y tres, seiscientos sesenta y cuatro, seiscientos sesenta y cinco, seiscientos...

En el seiscientos sesenta y seis alzo la cabeza sorprendida de haber llegado al club cuando ni siquiera podía centrarme en un rumbo, no cuando estoy tan mareada y cansada para pensar.

Los porteros tratan de ayudar al verme, sé por un jefa que saben quién soy a pesar de que no me vieron en el club en el día de la venta, no obstante, sí lo hicieron en el bar en que solicite una reunión al encargado. Alguien se encargó de decirles. Esquivo su buena intención adentrándome al club animado.

Soy invisible a pesar del malogrado aspecto, los clientes están embobados con el hombre que ha detenido la actuación nada más he entrado. Al final es cierto que iba a darse cuenta de mi presencia.

Extiendo los brazos y doy mi mejor sonrisa.

—¡Sorpresa! ¡Ya he llegado!

De alguna forma el cuerpo llega a la conclusión en que puede descansar rendido ante la mirada mate de Alejandro. Salta del escenario a la par que me derrumbo, no alcanza evitar la caída, si lo logra Robert. Quedo con las piernas estiradas en el frío suelo, a la misma temperatura que percibo el ambiente el cual debería pecar de caluroso, la espalda queda pegada en el torso del jefe de seguridad y entre sus brazos me siento protegida por un gran escudo, escudo que Alejandro es capaz de traspasar acoplando la palma temblorosa en mi mejilla.

—Vamos al hospital —dice el demonio con lágrimas.

—No.

—No te pregunto si quieres ir. Vamos y sin discusión —tiene un punto de ronquera en su voz inestable. A alguien le dice: —Tráeme las llaves.

—He dicho que no —me froto uno de los pesados párpados.

—Señorita Sanchez, haga caso al señor Navarro o me veré en la obligación de comunicarme con su padre.

—Traidor.

El aroma y el calor que irradia el cuerpo expuesto hace que el mío cobre voluntad para pegarse. Cierro los ojos inspirando, saboreando en el olfato su perfume de agresividad que consigue engañarme en una calma peculiar. De pronto tengo la sensación de que está realidad es inexistente, que nadie me ha golpeado, que he llegado sana y salva al club al que no logro odiar. Es mi hogar.

—Es indiscutible. Voy a llevarte al hospital, ellos te curaran y yo me aseguraré de que hagas caso de las indicaciones. Les guste o no a tus padres.

—No.

—Suficiente. Irene. Mis pelotas están por explotar y ahora mismo no tengo el aguante para mantenerme estable.

—Soy tú jefa. Yo ordeno y tú obedeces.

—Por está mierda no puedes mandar —expresa rabioso. A su negativa trato de alejarme inútilmente —Voy a cargarte y tú te portarás bien, no quiero que resultes más herida en el trayecto.

—No hagas esto, por favor —suplico.

—¿Por qué no quieres ir? —Travis, apoya la mano en el hombro de Alejandro —Dale un buen motivo a Daddy y cederá. Siempre lo hace.

¿Qué hace ayudando?

—No hay motivo que me haga ceder.

—Yo...

—¡No me darás una maldita excusa! —grita dominado por su pecado y sus agujeros nasales se le dilatan con fuerza —Solo un culpable negaría ir al puñetero hospital y tú no eres eso, eres inofensiva. El cuento de jefa despreciable conmigo no te queda.

—Pero hice algo mal...

—Mentirosa.

—Déjala hablar —insiste Travis a mi favor sin que pueda dar credibilidad —Si quieres ganarte su confianza eres el primero que debería confiar en ella. Además, la herida de la cabeza es superficial y lo demás son rasguños, cosa que te darías cuenta si por un segundo respiraras.

—Superficial —revuelve mi cabello e inspecciona el lugar que me duele —¿Te das cuenta de lo miserable que me haces sentir, pequeña?

—Las llaves —anuncia Jennifer.

Soy alzada en los brazos. Una última lágrima traspasa mi flequillo humedeciendo el epicentro de la frente mientras salimos al exterior, donde la lluvía se ha calmado quedando únicamente finas gotas que ni mojan.

Repito que no me lleve al hospital, exijo que no lo haga, pero ni con la participación de su hermano cambia de parecer. Egoísta, por culpa suya tendré que dar explicaciones a la polícia, a Álvaro. Una vez que él lo sepa será inevitable que todos lo descubran haciendo que mi familia vuelva a sufrir, que temen de un regreso al pasado, aún cuando solo me estaba defendiendo de un monstruo. Nadie confiará en mi versión porque el que no me crean es algo que logre cuando los decepcione, ni siquiera Christopher, mi padre será el que más sufra.

Jennifer abre la puerta del copiloto y Alejandro me mete asegurando el cinturón antes de cerrar la puerta. Habla un par de minutos con Isaac, después sube al vehículo a gastar el mismo oxigeno que yo.

Conduce en silencio. Agacho molesta por la iluminación de las farolas, momento en que una de las mandos del conductor abandona el volante para mantener un contacto cercano conmigo.

—¿Te duele más?

—Estoy bien.

—Eso no es lo que pregunto.

—No, no me duele más.

—Por un segundo, Irene. Por un segundo no me mientas.

—Me dolía más cuando he escapado —le digo más precisa, debo de convencerle para que no me lleve al maldito hospital.

—¿De quién? —regresa la segunda mano al volante y lo desgasta.

—De nadie o puede que de mi —me abrazo convenciéndome de lo que hago. Ser mala, tengo que serlo —Actúe incorrectamente y si se llega a saber mis actos provocarán problemas indeseados a los que quiero.

—¿Sabes lo bueno que hay en tu presente?

—¿Hay algo bueno?

—Si, yo. Yo soy lo bueno que tienes. Cuando te sientas preparada me lo explicas que yo me encargaré de reparar el error antes de que nazcan los problemas, porque yo no dejaré que sufras.

—Te causaré problemas a ti.

—Uno más no mata.

—Me fugué tras provocar un accidente —Alejandro afloja la velocidad hasta frenar. Sujetándome por el mentón hace que lo mire quedando absorta por tan hermoso bosque oscuro retenido en sus iris —¿Crees ya que soy una mala persona?

—Creo que estás asustada.

Al soltarme regreso la vista en la alfombrilla del coche, por su parte, baja del coche. Muy pronto está quitándome el cinturón cuando nuestros ojos se vuelven a encontrar cercanos, los tiene irritados con nuevas lágrimas, aún así tiene el aguante de un duelo en que en realidad tratamos de descifrar nuestros códigos.

Sin palabra me coge como esposa a la par que trato de ubicarme al darme cuenta que al hospital no hemos ido. Quisiera poder disfrutar en condiciones del extenso jardín sacado de un cuento de fantasía. Hermoso, exageradamente perfecto, a pesar de no encontrarse en la mejor época es un obra de arte.

—Bienvenida a casa.

—¿Cómo?

—Estás en la mansión que heredaste.

Apenas sigo eclipsada por la naturaleza que vuelvo a quedar embrujada por la grandiosa edificación de tres plantas. Quisiera reírme por la ocurrencia de mal vender el lugar, pero ni tengo fuerzas y me preocupa que perciba el dolor de mis costillas, menos cuando se ha rendido a mi petición.

—¿Y el hospital?

—Tú lo pediste. Nada de hospitales —llega un segundo coche apenas estamos entrando en la mansión. Me acomoda en el sofá de un salón enorme. Apenas entran Isaac y Jennifer que el encargado les ordena —Isaac curala, Jennifer prepara una habitación. Voy a ducharme y llamar a mi mentor, Isaac no la lías en mi ausencia.

¿Va a ducharse? ¿Ahora?

Alejandro y Jennifer abandonan la sala quedando a solas con Isaac sin que nadie le discuta la dureza con la que ha ordenado. Hasta Robert lo haría después de haber estado de su parte. A él le queda mejor el puesto de jefe, así que no comprendo la falta de coherencia de la amargada al escribir la incoherencia herencia cuando tenía un fuerte candidato que hubiera aceptado con una sonrisa ser heredero.

Isaac saca un maletín de un armario y dos guantes de látex, de la forma en que se los pone parece saber lo que hace. Inspecciona la herida con cuidado, seguidamente saca el instrumental atípico que empleará para la cura, atípico para un hogar pero no para un hospital.

—Necesitas un par de puntos y nos quedamos sin anestesia —informa con fastidio.

—Si quieres puedes echar una botella de alcohol.

—No soy sáfico, aunque me complacería hasta cierto punto hacerte gritar después de toda la mierda que nos has dedicado.

—Gritar no es mi estilo.

—Y lidiar contigo no es el mío. Pero aquí estoy aguantando a una bruja egoísta y malcriada —enhebra el hilo en la y procede con los puntos, contiene un tacto asombroso haciendo que el dolor sea el justo. Sospechoso —Chica dura. Que pena, mis bolas estaban ansiosas por un gemido.

—Quizás la próxima.

Sonríe antes de refunfuñar por el crimen que ha cometido al bajar la guardia un segundo ante su enemiga.

—Espero por la integridad de Daddy que no haya próxima, porque él es un idiota que siempre te cuidará y tú una tipeja egoista que lo lastimará, y para cuando le hagas daño nada me detendrá.

—Bonita amenaza.

Empapa un algodón aplicándolo en mi labio.

—Protejo a mi familia —esa predisposición me gusta de él —De verdad sé que eres una peligrosa toxina que pueda dañar a los míos y se lo demostraré, aún cuando no quieren escucharme se les caerá la venda.

—Suerte con la misión —levanto los pulgares.

—Quítate la parte de arriba.

—¿Disculpa?

—Quiero revisar...

—¡No! —le sorprende el grito.

—No vas a mostrarme algo que no haya visto ya. Las he visto de todo tamaño y color, también operadas y extirpadas. Una o dos. He tenido sexo con cualquier tipo de genero, incluyendo el trans. No me queda nada por conocer.

—¡Isaac! —interrumpe Jennifer, sonrojada.

—¿Las suyas también las conoces? ¿También son iguales que todas las demás? —le susurro provocadora.

—Las suyas no se miran—masculla.

—¿Qué estáis chismoseando? —apoya los puños encima de la cadera.

—Hablamos acerca de la tonalidad de tus pezones —le respondo.

—¡Isaac! —vuelve a gritar, cada vez más roja por las mejillas.

—No es cierto, sun. Está inventando.

—¿Has terminado las curas?

—Curada —contengo la risa.

—Me alegro de ello, señorita —lamento la retención, de estos dos debería burlarme lo máximo, principalmente, por la desfachatez de ella —Le he preparado una habitación y algo de ropa, así que si me hace el favor de acompañarme le mostraré para que pueda descansar.

—¿Tengo que quedarme?

—Se lo recomiendo por el bienestar de aquellos que nos preocupamos por usted —estoy haciendo horrible mi actuación porque de otra no acabaría de decir lo dicho —No se oponga, por favor. Está también en su hogar además de que Daddy no le permitirá irse en su actual estado.

Tengo jaqueca, me duele el cuerpo y estoy mentalmente agotada como para lidiar con una discusión así que la sigo. Sobre la cama espera un chándal de color verde varias tallas mas grande que yo.

—Lamento no ofrecerle un pijama de mujer.

—No me quejo.

—Gracias por su comprensión. Si lo necesita la ayudaré a cambiar.

—¿Qué?

—Dado el golpe y que parece experimentar mareos, lo sé por la forma en que anda, es mejor que alguien le ayude. Que no le dé pena, es evidente que el cuerpo femenino no tiene misterios para mi.

¿Qué le pasa a la parejita?

Ambos desean verme desnuda y ninguno lo logrará, porque aún cuando es cierto que mi equilibrio es pésimo prefiero tardar que vean mi desnudez. No descubrirán la pesadilla bajo la ropa. Sé el asco que doy, lo sé muy bien, y tampoco quiero sentimientos de lástima por un pasado confuso donde no meterán las narices. Vida laboral, vida personal, debe respetar la barrera.

—No soy una niña que necesita ayuda de su mamá.

—¿Segura?

—Puedo sola.

Agradezco en silencio que acceda a mi petición a la par que maldigo los eventos nocturnos porque me demuestran que son buenos, que no son los habituales seres que viven en la noche llenos de mal.

Me libero de la ropa empapada a mi ritmo sintiendo el dolor de costillas que decido ignorar, hasta me quito la interior, a continuación, empleo una toalla del mismo color del pijama para sacarme.

Al vestirme el roce del tejido y un perfume peligroso, el aroma de Alejandro, causa que deba aplacar el jadeo que amenaza en escapar mientras que no puedo evitar esnifar la prenda como adicta a la cocaïna. Huele tan bien que mi cuerpo lo anhela aún cuando no está aquí, huele tan bien que mi cuerpo me da una visión más clara de él sobre el escenario y sin camiseta.

Dos golpes en la puerta me rescatan del trance.

—¿Estás visible?

—Si.

Alejandro entra y cierra la puerta. Las consecuencias de la recién ducha y un mal secado alimentan la fantasía. Quedo sin aliento atormentada por las gotas que empapan la camisa oscura.

—Te sentará bien. Es un calmante —me entrega un vaso y la pastilla ingiero el medicamento sin oposición —Si necesitas algo estaré en mi habitación, la del fondo del todo el pasillo —la irracionalidad golpea con su mano tocando mi cara —Descansa.

—Alejandro —me enganchó de la camisa.

—¿Si, pequeña?

—Duerme conmigo.

No, yo no he dicho tal barbarie. Estoy magullada, en ningún caso soy una tarada desquiciada por tener su cercanía, en realidad lo que quiero es que se mantenga lo más alejado.

—Si quieres que me quede solo debes repetir las palabras mágicas. Por favor, Daddy. Quédate conmigo. Seré una buena chica sin despertarte porque no voy a permitir que duermas.

—Ni en tus mejores sueños lo digo.

—Cierto, en mis mejores sueños tu boquita está demasiado ocupada atendiendo la mía —no hace calor, ni un poquito, la temperatura no acaba de subir innecesariamente mientras que me meto indignada en la cama —¿No vas a contraatacar?

—Si quieres quédate, si no quieres te largas, haz lo que quieras pero no estoy disponible para soportar tú estupidez.

Construyo un muro de cojines impidiendo que nos toquemos cuando elige quedarse entrando en la cama. Le doy la espalda buscando la postura adecuada para que las costillas me dejen dormir, al hacerlo percibo insanamente su mirada clavada en la nunca así que decido apagar la luz y decir:

—Buenas noches, stronzo.

—Buenas noches, renacuaja.

No tarda ni un segundo en derribar el muro y envolver mi cintura con tacto a la par que me empuja a él. El vello se eriza contradictorio a la paz que me brinda el calor que emana, el perfume de peligro y el sonido de la respiración, tan pausada que anula cualquier posibilidad de temblar por la mierda de noche.

—Tendrías que haberme avisado de tus intenciones y hubiera ido a por ti —susurra incorrecto para el sistema —Hay cosas horribles en la noche.

—Por ejemplo tú.

—Si, yo soy el peor —juega con los dedos en la zona del vientre y por encima de la tela. Estoy convencida que su arrogancia le permite saber exactamente las incorrectas sensaciones que disfruto —Hago que los monstruos de las pesadillas tiemblen.

—¿Monstruos de las pesadillas? —me ofende que empleé el término.

—Malas personas —gira mi rostro hacía él. Y me sorprende, como si me hubiera leído la mente: —Tú y yo nos parecemos aunque quieras negarlo. Hay conceptos que llevamos arrastrando desde nuestra infancia.

—¿A qué te refieres?

—También los llamas monstruos de las pesadillas.

—¿Qué? Claro que no. Es estú...

Nuestras bocas se encuentran en un beso de promesa. No puedo describirlo, al igual que tampoco puedo con el segundo que saboreo como una deliciosa piruleta del pasado que me han regresado.

—Voy a matar al que te atacó.  


*******

¡Hola pecadoras!

Una cosa es segura y es que me palpita algo que no es precisamente la patata que hay dentro de mi pecho. Es que, Alejandro me causa cosas malas, aunque, es que, encima salió Benjamín y.... Oh, Dios mío, Isaac diciendo cochinadas, si es que en algún momento estos hombres me van a matar. 

Atten. Mikaela Wolff

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