1. Aries
— Hijo despierta ¡Anda!— su madre lo llamó—. No hagas que se enoje, por favor.
— ¡Argh, si mamá! Voy en unos minutos.— bufó. El chico rápido se levantó y se alistó para ir a la escuela.
Estaba terminando de ponerse su chaqueta negra de cuero cuando se dio cuenta del error. Había escuchado a su madre llamarlo, él juraba que la escuchó perfectamente en su habitación pero el problema era que ella ya no estaba con él; su madre había muerto hace un año.
Supuso que había sido parte de un sueño, un sueño que se sentía totalmente real pero después cayó en cuenta que podría ser un recuerdo, un recuerdo que jamás lo olvidará. Esas habían sido una de las últimas palabras que escuchó de ella, lo recuerda como si fuera ayer.
Su mamá lo había ido a levantar temprano como de costumbre para que no faltara al instituto y para no tener problemas con su padre, él siempre era estricto y todo lo que hacía Aries le parecía mal, era una decepción para la familia y ese día no era la excepción. Ese mismo día era su cumpleaños y no podía faltar el cálido abrazo de su madre junto a un: ¡Feliz cumpleaños, cariño! Te amo." antes de que saliera de casa, pero él no creería que ese Te amo fuera lo último que escucharía ya que al regresar a casa recibió la noticia que tuvo un accidente y cayó desde lo alto de las escaleras hasta el suelo golpeándose en el cráneo y provocando su muerte, lo que más le dolió fue el no haber podido decirle cuanto la amaba también; ahora lo hacía frente a una tumba.
— Bueno, aquí nunca puede durar nada en esta casa.— se quejó al estar ya en la cocina y revisando el refrigerador para desayunar. Salió de ahí y se acercó a él—. ¿Dónde está la leche?
— ¿De qué me hablas estúpido?— respondió.
— ¿¡Dónde está la maldita leche!? Ayer compré una botella y hoy no hay nada.— reclamó.
— ¿Tú compraste algo? ¡No me hagas reír! Si no sabes hacer nada.— se burló.
— ¡Cierra la boca! Estás estúpidamente borracho y te comportas como un imbécil.— dijo muy molesto.
El señor que podría ser llamado su padre se levantó de golpe y lo acorraló hasta la pared apretándolo del cuello.
— A mi no me vuelvas a hablar así, el único imbécil aquí eres tú. Que no sabes hacer nada más que estorbar en mi vida ¡Por tu culpa ella se fue!— gritó después lo soltó.
— ¡Te odio!— tosía sobre el suelo, pues le faltaba la respiración.
— Te odio.— lo arremedó—. Déjate de maricadas y compórtate como debes, ya eres un adulto. Un adulto bueno para nada ¿Por qué no eres como él?
— Oh, no lo dijiste.— tomó fuerzas y se levantó furioso.
— No me digas que ya vas a llorar como el marica que eres siempre. ¡Ay, pobrecito! Miren al pequeño Aries llorar como un bebé porque se ofendió.
— ¡Ya basta! ¡Cállate!— gritó más enojado.
— Seguro ya vas a llamar a tu mami para que te defienda como siempre, pero mami no está. Ya no se encuentra aquí y la vamos a extrañar.— se burló.
— Cállate, no hables de ella.
— ¿Sabes qué más extraño de ella? Lo bien que se movía en la cama, como la perra que era.— sonrió triunfante por lograr hacerlo enojar pero lo que no se esperó fue el golpe que recibió de él.
— ¡Te dije que te calles!— su cara ya se había transformado a un tono rojizo y sus ojos se veían más oscuros que de costumbre.
Aries fue a tomar sus cosas y salió de la casa soltando todo el aire acumulado por el enojo, aún seguía rojo.
Se dirigió a la parada y esperó a que llegará el transporte. Se sentó en una banca solo y cubrió sus oídos con los audífonos.
Iba tranquilo sin ninguna interrupción de tontos niños de primer grado pero un leve empujón lo sobresaltó.
— ¡Fíjate! Hay mucho espacio para pasar.— se quitó los audífonos y giró su mirada a esa persona, una sonrisa burlona de le dibujó—. ¡Oh no! Claro, tenía que ser la gorda, era de suponerse que no pasaras. Tú sí que no tienes espacio para nada.
Todos en el autobús se rieron.
— Espero ya le bajes a las hamburguesas o te pondrás peor que una vaca.— rió y se acomodó en su lugar para seguir escuchando música e ignorar a los demás.
— ¡Hola!— escuchó a lo lejos que alguien gritaba pero siguió ignorando—. ¡Hola!— esta vez le quitaron un audífono y pudo escuchar claramente.
— ¡Dios! ¡Cállate! Me vas a dejar sordo.— se sobó los oídos y vio que era su amigo.
— Lo siento, pero no me hacías caso.— rió.
— ¡Hombre! Sabes que escucho música y tú me interrumpes.
— Bueno, ya, yo sólo quería platicar ¿Cómo te fue el fin de semana?— lo miró.
— Igual de mierda que siempre.— respondió bruscamente.
— Uy, que genio te cargas hoy.
— Sabes que no estoy de humor tratándose de cuando salgo de casa.
— ¿Otra vez problemas?— lo miró preocupado.
— Sí, como siempre.
— Lo acabo de notar, tienes marcado tu cuello.
— ¡Hijo de puta!— bufó—. Bueno y... ¿Qué tal tu fin de semana?
— ¡Increíble! Por primera vez me acaban de invitar a una fiesta, es hoy.— dijo feliz.
— ¿Ah sí? ¿Quién?
— Un tal Capricornio.— de inmediato Aries se puso serio.
— No vayas.— le advirtió.
— ¿Por qué?— dijo confuso.
— Porque si vas a una fiesta de Capricornio es pase directo a meterte en problemas y graves.
— ¡Vamos! ¿Qué tan malo puede ser?
— Tanto como para meterte a la cárcel y culparte de narcotraficante.— dijo serio.
— ¿Qué? Pero no lo soy.
— Pero si vas a esa fiesta, de narcotraficante y demás no te sacan.
— De acuerdo, ya me dio miedo...
— ¡Ay, amigo! Eres tan indefenso que todos te tratan como su idiota y bueno... también eres raro.— dijo antes de bajar del autobús cuando llegaron dejando a su amigo Piscis muy pensativo.
Aries caminaba por los pasillos dándoles a todos una mirada seria haciendo que le cedieran el paso tan rápido se acercará más a ellos, unos incluso lo miraban con miedo. Caminaba tranquilamente como así él lo interpretaba hasta que la vio y se acercó.
— Hola nena.— la saludó mostrándole una enorme sonrisa mientras pasaba una mano por su trasero.
— Hola guapo ¿Qué se te ofrece?— le sonrió coqueta.
— ¿Qué harás esta noche? ¿No estás ocupada?
— No lo creo ¿Por qué?
— Porque quiero pasar a verte, ya te extraño un poco.
— Me parece bien, pasa alrededor de las 8 PM.
— Claro, ahí estaré pero no iré solo. Creo que es momento de ayudarle a alguien y hacerle el favor.— sonrió.
— Uy, carne fresca. Los veo más tarde entonces.
— ¡Hecho muñeca!— apretó su trasero y después se dirigió a su salón de clases.
Y así casi diario eran igual los días para él, entre peleas, buenas charlas con su amigo, divertirse molestando a la chica gorda y de vez en cuando visitar a la chica sexy. Y otra vez.
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