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Capítulo 18: Urgencia

“Cuando estás en el fondo del abismo, encuentras en él un consuelo especial que no se halla en ninguna otra parte.”

Astrid no quería comunicarse con Iryna. Ambas caminaban de manera apresurada por los pasillos interminables y estrechos, buscando la puerta que Vaas indicó. La segunda la miraba de soslayo, buscando la forma de poder entablar una palabra con ella, pero la primera se sintió traicionada y no mostraba ningún interés.

—Astrid... —pronunció Iryna, buscando la forma de llamar su atención.

La morena no se inmutó al oír su nombre. Prefirió continuar su paso sin detenerse, aunque Iryna insistió.

—¿Por qué no te concentras en buscar la puerta número treinta y tres, chiquita? —inquirió con cierta molestia.

—Ha sido idea de Vaas. Él me puso contigo como jugador. Yo no tenía ni idea de quién iba a elegir.

La joven puso los ojos en blanco y espetó:

—Iryna, me da igual las justificaciones que me quieras dar. Ya estamos aquí. Estamos jugando. Concéntrate.

Y razón no le faltaba. Una vez comenzado aquel maldito juego, sería mejor actuar con inteligencia y sabiduría y no que futuras distracciones fueran contra ella. Si ambas salían vivas de ahí, cabría la viabilidad de solucionar posibles disputas.

Una vez encontraron la puerta número treinta y tres, ambas se adentraron sosteniendo el aire en sus pulmones. No tenían la certeza de qué iban a encontrarse. Había una mesa junto a dos copas con un líquido sospechoso. Un contador con diez minutos atrás se pronunció. El centro de la mesa contenía una carta de Vaas que decía:

“Una de las dos copas está envenenada. Ambas tienen la misma textura, el mismo color y el mismo espesor. Ustedes eligen cuál beber. La copa debe ser bebida completa”.

Iryna frunció un poco el ceño y Astrid se quedó estática, sin emitir una reacción. La primera fue la que decidió comentar:

—Entonces si bebemos la copa envenenada, una morirá, ¿no?

—Eso parece... —bisbiseó la otra—. Supongo que se trata de salvarse una.

—Aquí no dice nada de que una de las dos deba morir.

—Hay dos copas y una está envenenada. ¿Tú qué crees?

Iryna la miró, atenta.

—No dice nada de que no podamos beber de la misma copa.

—¿Qué estás insinuando? —inquirió.

—Tenemos que analizar cuál de las dos es la envenenada, Astrid. Actuemos juntas y nos salvaremos juntas. Vamos a hacerlo en equipo en vez de contrincantes.

No negó en la expresión de su rostro que la propuesta de Iryna le asombró. Cualquiera que hubiera estado a su lado, no habría actuado con compañerismo, sino con rivalidad. Todos querían la aprobación de Vaas y, si una debía morir, sería un obstáculo menos. Pero la joven demostró todo lo contrario. Era la primera vez que se enfrentaba a una aristócrata con tanta astucia.

Iryna sostuvo las dos copas sobre sus dedos y las alzó frente a un foco que alumbraba la sala. A través de la contraluz analizó el líquido, buscando una burbuja más sospechosa de lo normal, un matiz o un color diferente al otro. Astrid se colocó a su lado y estudió lo mismo. Movió ligeramente la copa, observando si ambos contenidos se mecían de la misma forma. La copa derecha era más rápida y la copa izquierda una pizca más lenta que apenas se notaba.

—No logro ver la diferencia —expresó la morena.

—¿No? Fíjate bien en la copa izquierda.

Cuando meció ambas copas, la de la izquierda se creó más burbujas mientras que en la derecha se creó unas pocas.

Iryna olió ambas copas y detectó que el aroma que desprendían era zumo de tomate.

—¿La izquierda está envenenada? —formuló.

—La que más perfecta está, es la que está envenenada. La que más sospechosa es, es la que no lo está —opinó Iryna.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Sería jugársela la vida! Bebamos la derecha.

Astrid se la quitó de sus manos y la sostuvo. Iryna le rebatió:

—¡Astrid! Piénsalo bien: ¿Crees que Vaas lo pondría tan fácil? No me seas igual de impulsiva que Gisela. Estás a punto de cometer su mismo error. De la copa que bebas, beberé contigo. Si ambas morimos, pues moriremos juntas. Por favor, elije con sensatez.

Quedaban tres minutos.

—¿Por qué te la estás jugando así por mí? —Quiso saber su compañera.

—Para demostrarte que yo no te escogí como jugador, sino Vaas. No tengo nada que ver en esta decisión. ¿Crees que tengo algo que perder si me enveneno? Estoy en la mansión por una razón, Astrid. Tú tienes a Darío. Piensa en él si tú mueres ahora mismo.

Sus palabras le llegaron directo a sus fuertes sentimientos por Darío. ¿Qué iba a ser de él si Astrid se moría? Eran inseparables. El dúo no tendría sentido si uno fallaba. No podía permitirse perecer.

—¿Estás segura de que es la copa izquierda? —inquirió.

—Sí —respondió Iryna, con seguridad.

—Muy bien. Entonces, bebamos.

Astrid, con cierta duda, le dió el primer sorbo. Luego le tendió la copa a Iryna. La segunda miró a los ojos de su compañera y bebió. La copa debía ser acabada, así que una tomó hasta la mitad y la otra tragó el resto. Misma medida, mismo líquido.

La cuenta atrás terminó justo después de que ellas acabaran.

Iryna sostuvo la mano de Astrid con firmeza y miraron al frente. Ambas se estudiaron con complicidad, buscando algún indicio de malestar en la una y la otra. Sus miradas casi podían preguntarse: «¿Te sientes bien?» y, las dos, asintieron, afirmando que no notaron nada.

Vaas irrumpió en la sala, aplaudiendo con palmas lentas, orgulloso de la elección escogida. Analizó a las jóvenes y comentó:

—La elección de vida o muerte siempre la dejo en vuestras manos, jamás nadie ha sido obligado a morir. Ustedes deciden su destino. Tal cual ha expresado nuestra aristócrata, Iryna, la copa envenenada era la que más sana lucía. Buen trabajo.

Astrid abrazó a Iryna por encima de sus hombros y soltó una leve risita nerviosa. Debía agradecer que estuviera viva, gracias a ella. Una vez finalizado el juego, la primera se marchó de la sala para buscar a su amado y fundirse en sus brazos. Estaba segura de que él buscaba lo mismo.

Iryna dio un paso al frente, desafiando a Vaas con la mirada. Luego, dijo:

—Me puso a Astrid a propósito. Quería que me ganase dos enemigos: Darío y ella. ¿Verdad?

—No hagas conjeturas que en ningún momento salieron de mi boca, Bambi. El jugador lo dejaste a mí elección para salvar tu deuda. ¿Me culpas del juego cuando tú has sido una ingrata, cielo? Husmeaste mi habitación sin mi permiso. Acabas de ser perdonada por astucia, sabiduría y coraje. Sin embargo, tienes ganas de buscar pleito conmigo, al parecer —sonrió lascivo en eso último.

«¿Por qué siempre logra dejarme sin argumentos?», pensó ella con fastidio.

—No busco pleito alguno, señor Boncraft —masculló—. Pero usted sabe muy bien a quién elije como jugador y el por qué. Le gusta ver el mundo arder sin mancharse las manos. Esa es mi opinión.

Él dio un paso al frente y se inclinó deliberadamente a su altura.

—Para dar opiniones hay que saber captar si el receptor te la ha pedido —sonrió con cinismo.

Ambos se miraron con intensidad. Ella, con una pizca de odio y él con lascivia que se manifestaba con una migaja de fastidio ante la prepotencia que emanaba la joven.

Iryna captó lo que quiso decir y dio por finalizada la conversación.

—Con su permiso, me retiro —espetó la chica.

Él se hizo a un lado y, con su mano, le indicó con cortesía la salida. La joven se marchó sin mirar atrás. Vaas observó cómo se retiraba y esbozó una sonrisa para sí mismo.

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Como siempre, se organizaba un pequeño festín en la mansión cuando dos jugadores se enfrentaban, independiente de quién hubiera ganado, se celebraba con alegría. Los aristócratas bebían de sus copas y picoteaban comida del banquete que Casimir, el mayordomo, preparó con mucho esmero.

Iryna visualizó a Astrid junto a su pareja, quienes parecían muy felices de su victoria. La primera se acercó con buenas intenciones, pero el rostro malhumorado de Darío la sacó de contexto. La segunda, sin embargo, no parecía molesta.

—Darío, escoger al jugador no fue idea mía, sino de Vaas. Si hubiera querido herir a tu chica, no le hubiera ofrecido salvarnos las dos. Jamás os vi como rivales —expresó ella.

—Aún así, no quita el hecho de que he sentido un miedo horrible de perderla, Iryna. No creo que sepas lo que significa eso. Si ella no está, no tiene sentido que yo siga acá. Ella es la razón de mi existencia —confesó él, sin armadura.

—Pero estamos vivas, cariño —añadió Astrid—. E Iryna no supo hacerlo mejor en el juego. Gracias a ella, estoy acá.

Darío no quiso comentar nada más. No obstante, Iryna tenía preguntas que hacerles.

—¿Vosotros sabéis algo de el aristócrata Samuel que no sea que simplemente se marchó de la mansión? Se comenta mucho su nombre, pero nadie da datos sobre él.

La pareja tardó algunos segundos en responder. Parecían pensar muy bien su respuesta. Darío se atrevió a ser el primero en hablar:

—Tenía astucia e inteligencia, Iryna. Jugaba muy bien y casi trasmitía las mismas sensaciones que... tú.

—¿Yo?

—Sí. Era muy simpático y se llevaba bien con la mayoría. Era muy perfecto. Pero como toda perfección, siempre encontrarás algún defecto, si prestas la suficiente atención.

—¿Qué defectos solía tener?

—Era muy competitivo con Vaas. Por alguna razón, le tenía el ojo echado. Es el amo, ¿entiendes? No es recomendable buscarle las cosquillas. Puedes competir con los demás, pero con él... Es de locos.

Iryna se cruzó de brazos y mostró atención a eso último.

—¿Se pelearon?

—No físicamente, que nosotros sepamos.

—Ahora que lo dices... —manifestó Astrid—. Sí que me recuerda un poco a Samuel.

Estaba creando sospechas, así que prefirió cambiar de tema antes de que se arrepintiera.

—Antes me comentaste que el vino de Vaas, si me lo dio a ofrecer, era como un tipo de unión. Dijiste algo de una vinculación. ¿Podrías ser más específica con eso?

—Oh, pues... —Astrid soltó una risita—. Es como algo afrodisíaco. Comienzas a tener deseo por él, atracción anormal, ganas de hacerle cosas que antes no circulaban por tu mente. ¿Me explico? Una unión entre ambos. Si te lo ofreció, solo él debe tener la respuesta que buscas a eso, chiquita.

«¡Un maldito embrujo!»

—Ya. Entiendo.

Iryna observó hacia sus espaldas para encontrarse con Vaas, que charlaba con algunos aristócratas y sorbía de su copa de vino con placidez. Ambos encontraron miradas. Él alzó la copa en signo a su dirección y le dedicó un saludo. Ella solo quedó estudiándolo. Controlando, en cierta forma, los impulsos de ir tras él y arrancarle la ropa tan lujosa que portaba.

—Iryna —La llamó Isahia—. ¿Podemos hablar? Es importante.

El rubio se presentó a su lado. Antes de que ella respondiera, el varón la sostuvo de su muñeca y la obligó a caminar a alguna dirección de la mansión. Mostraba urgencia por entablar una conversación y no quería a ningún oyente alrededor. Desconocía qué era tan apremiante y eso la tenía intrigada.

Vaas estudió cómo se marchaba agarrada a Isahia y ladeó la cabeza.

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