El club de las leyendas eternas
Ian conoció a Nina en la noche de Halloween más lluviosa que había vivido en sus dos siglos y medio. Él era el cantante de una banda de rock que solía tocar en los garitos más quejumbrosos del centro de Madrid. En cuanto ella entró al local, quedó prendida de sus ojos violetas y su traje blanco. Solo hicieron falta dos copas adornadas con arañas de caramelo para que Nina se acercara a Ian y dijera:
—Te invito a ser mi héroe por esta noche.
Él la miró extrañado.
—Tu banda —explicó Nina—. ¿No se llama Héroes Muertos?
Ian sonrió.
—¿Conoces las canciones que versionamos?
—Sí, My Chemical Romance es mi grupo favorito.
No hizo falta mucho más para que Ian se dejara encandilar por la chica de los grandes ojos castaños. Tampoco fueron necesarias muchas noches más para que iniciaran el romance que sellaría sus destinos para siempre. Cada noche, ella lo llevaba a sus rincones favoritos de Madrid: cenaron en el Mercado de San Miguel, visitaron la Cripta de la Almudena y deambularon por el Barrio de las Letras. Siempre que el amanecer empezaba a asomar entre los altos edificios de la capital, él se despedía tarareando canciones de My Chemical Romance.
Solo hizo falta un año de noches a deshoras para que Nina reuniera el coraje suficiente para decirle a Ian que conocía su secreto. Su voz temblaba cuando susurró:
—Sé que eres un vampiro.
Ian no trató de negarlo. Llevaba semanas dejándole pistas para que ella las recogiera. Pero no sabía si ella se atrevería a creer en esas cosas.
—No tienes miedo —Nina negó con la cabeza—. ¿Lo entiendes? No soy bueno. Soy peligroso. Me alimento de sangre de personas. Nadie me recordará por mis buenas acciones. No soy ningún héroe, ni vivo ni muerto.
—¿Sabes qué es mejor que ser un héroe? —respondió ella—. Ser una leyenda. Porque las leyendas nunca mueren.
Aquella fue la primera noche en la que Ian llevó a Nina a su club, que desde ese momento pasó a llamarse Leyendas Eternas. Extendió sus alas y la envolvió con ellas, pegándola a su cuerpo:
—Espera... ¿tienes alas?
Él no respondió y la llevó volando hacia la oscuridad de la noche. Cuando tocaron tierra firme de nuevo, se encontraban delante de un viejo mausoleo, frente al cual se extendía un gran lago. El agua reflejaba la luz de las estrellas y Nina se dio cuenta de que ya no estaban en Madrid. Ni siquiera estaba segura de que estuvieran en un lugar conocido por los humanos.
—Bienvenida a mi club —dijo Ian, cogiendo la mano de Nina y arrastrándola hacia el mausoleo.
Solo entonces se dio cuenta Nina de que el interior del mausoleo estaba iluminado. La música se escapaba por las ventanas. Cuando entraron, se encontró con una suerte de pub para seres sobrenaturales. Nina no sabía ni siquiera si estaba preparada para aceptar que Ian fuera un vampiro de verdad, pero tenía claro que no estaba lista para ver brujas, hombres lobo y otros seres que no reconocía entre las frías paredes del club vampiro de su novio. Aún así, se hizo la valiente y no mostró señas de duda cuando Ian le preguntó:
—¿Bailas conmigo?
—Sí.
Desde esa noche, ninguna otra volvió a ser igual. Todas las noches de los viernes las pasaban en el club de Ian. El resto de las noches seguían recorriendo los rincones favoritos de Nina en Madrid. Fue una madrugada a los pies de la estatua del Ángel Caído en el Retiro cuando Nina insistió en que Ian probara su sangre. Él accedió y enloqueció lo suficiente como para cometer un error que nunca se perdonaría: dejó que Nina lo acompañara a resolver una trifulca entre un viejo vampiro amigo suyo y un hombre lobo mafioso.
Nina casi no lo cuenta.
Cuando Ian vio las garras atravesando el hombro de Nina, tardó un minuto en acabar con la vida del hombre lobo. Una amiga bruja curó sus heridas. Cuando Nina se despertó, ambos hicieron como si nada hubiera pasado y siguieron con sus vidas. Pero algo en Ian se había roto para siempre. Esa vez fue él quien tardó unos meses en reunir el valor suficiente para decirle a Nina:
—Nina, esto se ha acabado. Yo no quiero seguir contigo. Estoy cansado. Ha sido bonito y divertido, pero creo que quiero un cambio, ¿sabes? Conocer a alguien nuevo.
Nina no lloró. Ella nunca lloraba. Pero sí le dijo:
—Sé lo que estás haciendo. No necesito un héroe, Ian. Te necesito a ti. No dejes que el miedo rompa esto.
—Te equivocas, no sé de qué hablas.
—No lo creo.
—Cree lo que quieras.
Ian se dio la vuelta y comenzó a andar por la Gran Vía. No sabía si llovía más en el cielo o en sus ojos. No se dio la vuelta cuando escuchó a Nina decir:
—Eso haré, Ian. Voy a pasarme la vida entera creyendo en ti.
Ian se fue sin mirar atrás, cerró el club y no volvió a cantar durante años. A pesar de lo que Nina dijo, ella sí fue feliz en su vida e Ian lo vio todo desde la distancia. Estuvo presente el día de su graduación en Medicina y también el día de su boda en el Monasterio de El Escorial. Conoció a distancia a sus dos hijos. Y, finalmente, asistió a su funeral, en otro día lluvioso. Él tenía el mismo aspecto de siempre y ella había muerto siendo una adorable anciana de ojos castaños.
Fue esa noche la primera en la que volvió al club de las Leyendas Eternas. Desempolvó su guitarra y su micrófono. Durante el resto de las noches de los viernes de su eterna vida, Ian cantó canciones de My Chemical Romance, hasta que el amanecer que entraba por las ventanas lo obligaba a esconderse en las sombras.
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