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14. No estás sola





"Te creemos, India".

India casi había sido secuestrada de camino a la preparatoria. Pateó y mordió a su agresor antes de salir corriendo. Corrió tanto que al llegar al pasillo principal, vomitó. Estuvo llorando en la enfermería por al menos un par de horas mientras el enfermero no terminaba de creer su historia porque India no tenía ni un rasguño encima.

"Puedes hablar cuando te sientas cómoda, Siria".

Siria tardó varias de sesiones en confiar en el club. Hizo prometer a las demás que no dirían ni una palabra a alguien ajeno al club a pesar de que la promesa ya estaba implícita en las reuniones. Confesó que su padre la había violado repetidas veces cuando era niña. Apenas cumplió los quince años, salió de su hogar y llegó a esta ciudad. No estaba segura si aún era válido hablar, ya que habían pasado muchos años desde eso, pero todas le aseguraron que nunca era demasiado tarde. Cada cual hablaba como podía, cuando podía.

"Estamos contigo, Afganistán".

Afganistán sufrió de una mutilación genital. Relató que en su cultura era normal, todas las generaciones de mujeres lo hacían para purificarse y no ser tentadas a deseos sexuales. Su madre y su tía la llevaron con una mujer que se encargó de cortar su clítoris con un cuchillo sucio y sin anestesia. Aún le dolía al tener relaciones sexuales. Aún recordaba la traición que sintió cuando las dos mujeres más importantes en su vida la sostuvieron sobre una mesa a pesar de los gritos de dolor de Afganistán.

"Nunca te minimices, Congo".

Congo, al escuchar las historias de las demás, sintió que lo suyo no podía ser siquiera comparado. Sintió que todas las veces que fue interrumpida por un hombre o todas las veces que escuchó un piropo en la calle, no eran nada a comparación de una mutilación o una violación. De cualquier manera lo dijo y se sintió extrañamente aliviada cuando las demás no se rieron ni la tildaron de exagerada. Solo escucharon y le hicieron ver que el machismo era machismo, no importaba el tamaño en que se presentara.

"No es tu culpa, Dinamarca".

En su primera sesión, Dinamarca había ido maquillada. Nadie había notado sus moretones. Fue hasta dos sesiones después, cuando lloró al escuchar la historia de Afganistán, que limpió su máscara corrida en las mejillas y Lima advirtió las manchas rojizas y moradas en su rostro. Dinamarca se armó de valor y confesó que su novio la golpeaba, pero fue difícil convencerla de que no era su culpa, que no importaba cuántos celos tuviera su pareja o cuántos problemas tuvieran, no tenía derecho a ponerle un dedo encima. Dinamarca se creía la única culpable. Creía que merecía los golpes y creía que era mejor estar con su novio abusador que soltera. Temía que nadie la volvería a amar. El club aún estaba en proceso de enseñarle que ella era la única que podía amarse de la manera que merecía ser amada.

"Lamentamos tu pérdida, Arabia".

Arabia había tenido una hermana mayor, quien desapareció cinco años atrás. Arabia y su padre vivían con la esperanza de un día escuchar noticias por parte de la policía, sin embargo, reveló que algo en ella le decía que nunca volverían a saber de su hermana. Admitió que, con culpa, rezaba a diario por que su hermana se encontrara muerta y no sirviendo en un prostíbulo o siendo utilizada como incubadora humana.

En cada sesión, Caribe se sorprendía más por las historias que escuchaba.

Antes del club, India solo era la chica dulce que le pasaba las tareas; ahora era la chica que casi fue secuestrada. Antes del club, Siria solo era la chica que cantaba en los recitales; ahora era la chica que había sido violada por su propio padre. Antes del club, Afganistán solo era la chica que reía escandalosamente e irritaba a media clase; ahora era la chica a la que le habían mutilado el clítoris. Antes del club, Congo solo era la chica que siempre llegaba tarde a la primera hora; ahora era la chica que siempre debía cambiar de rutas de camino a la preparatoria porque temía que la siguieran los que le gritaban piropos. Antes del club, Dinamarca solo era la chica que hacía TikToks con su novio, sonriendo y siendo la pareja ideal; ahora era la chica que sufría de violencia en su relación. Antes de eso, Arabia solo era la chica con mejores notas de la generación; ahora era la chica que había perdido a la persona más importante de su vida y ni siquiera sabía con certeza si estaba muerta.

Antes de eso, Caribe no había caído en todas las historias que existían, de todas las mujeres que sufrían a diario porque era un mundo de hombres. No había caído en cuenta de los privilegios que había tomado por hechos y de las decencias que había tomado por privilegios.

Deseaba que Lagos nunca la hubiese violado, pero una pequeña parte de ella lo agradecía porque así había llegado a conocer el club. El club era su nuevo estilo de vida.

—¿En qué piensas? —inquirió Delhi a Kinsasa.

Caribe alzó la mirada. Tanto ella como Kinsasa se habían ensimismado. No había mucho por hacer en la sala de espera del hospital.

—La historia de Nigeria —respondió Kinsasa, negando la cabeza—. Sé exactamente por lo que está pasando, Delhi. Divulgar fotografías mías desnuda no es muy distinto a haber divulgado un video pornográfico de Nigeria. ¿Cómo se llama la plataforma a donde vendieron su video?

—Pornhub —respondió Caribe desde su asiento—. La buena noticia es que hace poco eliminaron dos terceras partes de su catálogo. Esperemos que el video de Nigeria estuviera entre los que eliminaron.

—La mala noticia es que la plataforma aún existe —añadió Lima de mala gana—. Los videos van y vienen. Alguien seguramente ya descargó el video de Nigeria siendo violada y alguien más lo subirá a la red de nuevo. No es por ser pesimista, amigas, solo soy realista.

Las demás chicas asintieron. Sabían que el comentario de Lima no tenía malas intenciones, sencillamente les demostraba que aún había muchas cosas por arreglar en el mundo.

—Yo pensaba en la sesión de hoy —reanudó Caribe. Se encogió de hombros. —Irak al fin se animó a entrar a la casa. Siempre se quedaba en la puerta por diez minutos y después se iba. —Lima sonrió, recordando a la indecisa Irak. —También Yemen nos dijo que ya abrió la denuncia contra su vecino. Y Siria se animó a cantarnos algo. —Caribe sonrió. —En lo que cabe, hoy fue una buena sesión.

—Amén —murmuró Kinsasa.

—¿Cómo va la denuncia de Lagos, por cierto? —preguntó Lima a Caribe.

Caribe suspiró.

—Las leyes apestan —se quejó como niña pequeña—. Está siendo difícil. Lento. Pero no me daré por vencida hasta que Lagos sufra sus años en cárcel.

—Creí que ya habían llegado a un trato con Lagos —dijo Delhi con el ceño frunció.

Caribe chasqueó la lengua.

—Teníamos dos posibles tratos, en realidad —admitió Caribe—. El primero era que admitiera que me violó y pagara una fianza. El segundo era que admitiera que me violó y fuera a la cárcel por algunos meses. —Gruñó. —Pero no quiere admitirlo y yo, honestamente, merezco más que pague una simple fianza. Así que estamos consiguiendo una audiencia con un juez. Lo cual es peor para Lagos porque, si pierde, no habrá posibilidad de fianza, solo de ir a la cárcel por varios años. Y créanme, lo haré perder.

—Te deseamos la mejor de las suertes, Cari.

Caribe sonrió como agradecimiento. Regresó el silencio entre ellas, solo siendo interrumpido de vez en cuando por charlas entre doctores y pacientes.

Caribe aún no superaba su situación con Lagos. Habían pasado meses desde su violación y aún sentía náuseas —literalmente— al encontrarse con Lagos en los pasillos. Si se sinceraba con ella misma, no creía que fuese a superar su violación en un largo tiempo, tal vez nunca. Había sido algo que la marcó de por vida.

Llevaban esperando cerca de diez minutos. Habían querido entrar a acompañar a Latina, pero ella insistió en que deseaba hacerlo sola. De cualquier forma, les pidió que se quedaran en el hospital a esperar a que saliera.

Transcurrieron otros cuantos minutos antes de ver a su amiga salir por el corredor, acompañada de una doctora. Ambas hablaban de medicamentos y cuidados de los siguientes días. La doctora aseguró que todo había salido bien, que probablemente no tendría complicaciones además de, quizás, algo de sangrado o un ligero dolor.

Cuando la doctora se retiró, Latina sonrió a sus amigas. Ellas le devolvieron la sonrisa.

—¿Cómo te sientes? —inquirió Caribe.

Latina asintió.

—Bien. Siento que mañana voy a llorar —rio—, pero hoy me siento bien.

Caribe le ofreció su mano y Latina la tomó, entrelazando sus dedos. Caribe había aprendido que Latina prefería que le demostraran su apoyo de forma física, no con palabras.

—Tengo que ir a comprar unas pastillas por si me duele algo —informó Latina—. Pero sé que tienen cosas que hacer, entonces no se preocupen. La farmacia está en el piso de arriba, puedo ir sola.

Caribe suspiró y soltó la mano de Latina. Percibía que deseaba estar sola por el resto del día, así que les dijo a las chicas que ya era momento de irse.

Se despidieron de Latina y caminaron juntas hacia el ascensor. Mientras lo esperaban, Delhi pareció recordar algo. Obtuvo su celular del bolsillo y envió un texto rápidamente.

—¿Sucede algo? —curioseó Caribe.

—Oh, no. Solo me aseguraba de que Latina no olvidase algo.

Delhi le mostró la pantalla a Caribe, señalando el último mensaje enviado a Latina. Caribe sonrió al verlo.

Para muchas, aquellas tres palabras eran vacías. No tenían significado. Pero para muchas otras, aquella frase significaba el mundo entero. Significaba que siempre habría alguien que las acompañaría. Que las comprendería.

Porque, hermana, no estás sola. Nunca lo estarás.

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