Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15. Yo estoy aquí para ti

El Club de las Ánimas

Por
Eliacim Dávila

Capítulo 15
Yo estoy aquí para ti

La pequeña aventura de Eulalia, Lloro y Sigua al Panteón de Belén no resultó ser tan beneficiosa como La Planchada había creído en un inicio que sería. De hecho, si tenía que juzgar los resultados obtenidos de alguna forma, su conclusión inmediata sería que ahora todo estaba incluso un poco peor.

En inicio, todo parecía ser una repetición exacta de la situación en la que se encontraban justo antes de ir a aquel sitio. Lloro volvió a tirarse en el sillón del departamento de Eulalia, a ver en su viejo televisor su telenovela... y otras más... y algunos programas de entrevistas... y noticieros... e incluso los infomerciales de la madrugada, pues en realidad no se había levantado de ahí desde que volvieron esa noche.

Al inicio Eulalia decidió darle un tiempo para que se recuperara por su propia cuenta. Sin embargo, ya habían pasado tres noches seguidas sin ningún cambio. Y si al principio la enfermera se sentía preocupada, ya no sabía cómo describir lo que sentía en esos momentos.

Pero fuera como fuera, debía de hacer algo para sacarla de ese estado, y era evidente que "darle su espacio" no estaba funcionando.

A la cuarta noche, cuando Eulalia se preparaba para salir a su ronda de esa ocasión, al entrar en la sala se encontró a su amiga en la misma posición exacta de la última vez que la vio. Su vestido negro se desparramaba por el sillón, su velo le cubría casi por completo la cara, su brazo colgaba y su mano se doblaba presionada contra el suelo. En la televisión al parecer estaban pasando una de sus telenovelas; siempre había una cuando se tenía que ir.

Eulalia permaneció de pie a un lado del sillón, contemplando a su actual compañera de departamento con cierto pesar. No podía culparla por sentirse así; las cosas que le habían dicho aquella noche sobre el posible destino de sus hijos eran ciertamente preocupantes. Eso sin hablar del "otro" tema...

"Pero ella sí lo hizo", le había dicho Sigua esa noche. "Ella no es inocente, Eulalia. Ella sí ahogó a sus hijos..."

Aún no tenía idea de cómo Sigua podía decir tal cosa, y con tanta seguridad. Era verdad que muchas de las leyendas que hablaban de La Llorona mencionaban que había ahogado a sus hijos, y por eso los buscaba estando ahora muerta arrepentida de sus actos.

Pero... ¿realmente la mujer que estaba ante ella podría haber hecho tal cosa? Parecía tan tranquila e introvertida, y había demostrado tener un corazón tan noble, que simplemente no podía creer que fuera capaz de lastimar ni a una mosca, mucho menos a sus propios hijos...

"Quienes te conocieran ahora mismo, tampoco creerían que tú eres capaz de lo que hiciste cuando estabas viva", fue lo que Sigua le había respondido en aquel momento cuando ella le expresó ese mismo pensamiento. Y... quizás era cierto. Muchos también habían oído su leyenda, y de seguro no muchos la creían por circunstancias similares.

Y si acaso la leyenda de La Llorona que ella conocía fuera cierta, entonces... quizás en efecto ambas eran mucho más parecidas de lo que creía. Y eso, en realidad, quizás no fuera algo tan bueno.

Pero, por otro lado, eso le daba una alternativa para ayudar a su amiga a salir de ese hoyo, aunque para ello tuviera que hacer con Lloro algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo con alguien más: confesar sus propios pecados en voz alta.

—Hola, Lloro —murmuró despacio la enfermera con voz afable—. ¿Cómo va tu novela?

—Deprimente, como siempre —fue la respuesta rápida y corta de La Llorona.

Eulalia sólo asintió como respuesta. Y tras unos instantes de silencio, dijo directamente lo que quería decir:

—Lloro, quisiera que me acompañaras esta noche al hospital. ¿Qué dices?

—¿A tu hospital? —masculló Lloro un tanto desconcertada, separando su mejilla del sillón y volteándola a ver a través de la tela opaca de su velo—. Lo siento, no tengo... ánimos de salir. Además, de seguro te estorbaría en tu trabajo.

—Nada de eso —exclamó Eulalia con una efusividad tan repentina que hizo que Lloro se sobresaltara ligeramente por el cambio de tono—. En serio quiero que me acompañes. Por favor, hazlo como un favor para mí.

En los ojos nublados y muertos de La Planchada, Lloro logró atisbar un rastro de súplica que ciertamente le era difícil pasar por alto.

La mujer de negro soltó un profundo suspiro de cansancio, y comenzó a sentarse en el sillón. Eulalia había hecho demasiado por ella durante ese tiempo, y sabía que negarse a una petición que hacía con tal vehemencia sería sencillamente una grosería que no estaba dispuesta a realizar.

—Está bien —masculló Lloro despacio, dejando que sus palabras salieran como otro largo y cansado suspiro—. Si es algo que realmente deseas, lo haré. Intentaré no perjudicarte como siempre...

—Gracias —asintió Eulalia—. No te arrepentirás. Vamos...

Le extendió entonces una mano, ofreciéndosela con gentileza. Lloro la contempló en silencio unos instante, pero no tardó en tomarla, no sin cierta vacilación. A diferencia de otras ocasiones, Eulalia en esa ocasión la guio con más delicadeza hacia la puerta, como si deseara ir justo al paso de ella.

—¿Lista? —le preguntó sonriente estando ya frente a la puerta del departamento. Lloro se limitó a simplemente asentir.

Eulalia colocó su mano en el pomo de la puerta, la abrió de golpe, e hizo que ambas saltaran al frente hacia el exterior.

Pero claro, en el sitio en el que cayeron no fue el pasillo de aquel viejo y abandonado edificio, sino que fueron recibidas de frente por las intensas luces blancas y el suelo brillante de un largo pasillo, en un amplio e inmaculado hospital.

Lloro parpadeó un par de veces, intentando que sus ojos se ajustaran al cambio de luz. Normalmente no solía estar en sitios tan iluminados, pero encima llevaba ya varios días encerrada en aquel departamento, así que con más razón aquello le resultó un cambio un poco drástico.

—¿Estás bien? —le preguntó la voz de su amiga a un lado, notándosele un poco de preocupación.

—Sí, estoy bien —respondió Lloro mientras se tallaba su ojo derecho—. Sólo creo que me desacostumbre a...

Las palabras del espíritu de negro se cortaron de golpe en cuanto se giró a ver a su amiga, de pie a unos cuántos centímetros de ella. Y la persona que vio le resultó casi desconocida a primer vistazo.

Era una mujer rubia, como Eulalia, de su misma estatura, forma de su rostro, y esa sonrisa dulce que era ciertamente inconfundible. Sin embargo, su cabello estaba bastante más corto, su atuendo de enfermera, aunque seguía siendo blanco e impecable, tenía un diseño totalmente distinto pues ahora era un largo vestido blanco, además de mangas largas rosadas que el cubría hasta las muñecas. Y lo más impactante era su rostro; ya no era de ese tono verdoso pálido, sino que era rosado y saludable, como... el de una mujer viva.

—¡¿Qué?! —exclamó La Llorona, sorprendida, retrocediendo un paso—. ¿Eulalia...? ¿Qué te pasó...? —masculló despacio, subiendo y bajando repetidas veces su mirada por la imagen de su amiga.

Eulalia, o la mujer que se le parecía bastante, rio un poco, cubriéndose discretamente sus labios con sus dedos adoptando una pose que a Lloro le pareció "elegante".

—No creí que esta ilusión funcionara también contigo —señaló La Planchada con tono jocoso—. Así es como me ven los vivos dentro de mis hospitales. ¿Qué te parece? —le preguntó alegre, dando un giro sobre sí misma y haciendo que la falda de su vestido blanco se elevara un poco al hacerlo.

—Casi no te reconozco —fue lo único que Lloro atinó a responder.

—Espero que eso sea bueno. Pero al final de cuentas es sólo una ilusión; sigo siendo la misma.

Lloro comprendía eso, o al menos creía comprenderlo. Pero aun así le resultaba complicado ver a esa persona delante de ella y convencerse que en efecto era la misma con quien había llegado a ese sitio.

—Ven, sígueme —le indicó Eulalia, comenzando a andar por el pasillo. Lloro se apresuró a alcanzarla—. Quédate cerca de mí e intentaré que tu presencia no se haga notar demasiado. Si un vivo ve a la mismísima Llorona rondando por los pasillos del hospital, podría asustarse incluso más que de costumbre. Sin ofender.

—No me ofende —respondió Lloro con voz baja—. ¿Acaso este sitio es como tu territorio?

—Algo así, pero no exactamente. Sólo tengo libertad absoluta mientras esté dentro del lugar. Una vez que me voy, ya no tengo influencia alguna hasta la siguiente vez que me toque ronda.

"Que me toque ronda". Esa es una expresión que Eulalia había usado mucho, y hasta ese momento Lloro no había reparado demasiado en su significado.

—¿Y quién decide cuándo o en dónde te toca esa ronda? —preguntó Lloro con ligera curiosidad.

—Es una buena pregunta —murmuró Eulalia, alzando su mirada hacia el techo de forma reflexiva—. A mí también me gustaría saberlo, en realidad...

Caminaron por el pasillo por un rato, hasta que Eulalia se detuvo justo frente a la puerta cerrada de un cuarto en específico. La contempló fijamente por unos segundos, y luego extendió ambas manos al frente, con sus palmas hacia arriba. De una neblina blanquizca, se materializó en sus manos una serie de hojas sujetas a una pizarra; un expediente médico, aunque Lloro difícilmente sabría qué es eso.

Tras revisar aquellos papeles por un rato, Eulalia abrió repentinamente la puerta (aunque no en realidad, pues en el mundo físico ésta se quedó justo y como estaba) e ingreso al cuarto. Lloro la siguió.

El interior de aquel cuarto se encontraba ocupado casi por completo por una amplia y alta camilla, en la que se encontraba en esos momentos una mujer, de cabellos canosos y rizados, de mejillas redondas y brazos gruesos. Estaba cubierta de la mitad del pecho hacia abajo con la manta de la camilla, y tenía su rostro girado hacia un lado, con sus ojos fijos en la pared sin mirar nada en especial realmente. Su piel en general había adoptado un color similar a la ceniza.

Eulalia caminó con pasos ligeros hasta pararse recta a un lado de la camilla.

—Buenas noches, señora —pronunció con voz calmada y alegre.

El sonido repentino hizo que aquella mujer se exaltara un poco, y se girara de inmediato en su dirección. Su alteración pareció menguar de inmediato al contemplar el amable y hermoso rostro de la joven enfermera. No pareció notar en lo absoluto a la mujer de negro de pie a sus espaldas.

—Oh, no te oí entrar, querida —pronunció la mujer, riendo un poco—. Eres de pies ligeros.

—Se podría decir que sí —bromeó Eulalia, sonriéndole—. ¿Cómo se siente?

—Agotada por tantas pruebas —respondió la mujer, efectivamente con voz cansada—. ¿Eres nueva? No creo haberte visto antes.

—Oh, no —negó Eulalia—. Llevo mucho tiempo trabajando aquí.

La joven enfermera de blanco alzó de nuevo el expediente que traía consigo, hojeándolo un poco mientras caminaba alrededor de la camilla.

—Veo que salió bien de sus últimos análisis —señaló con un dejo de optimismo.

—Eso dicen —farfulló la mujer con escepticismo—. Pero la verdad es que yo me siento cada vez más débil.

—Descuide —pronunció Eulalia con firmeza, cerrando el expediente—. Estoy segura que de aquí en adelante comenzará a sentirse mejor.

La mujer en la camilla soltó una pequeña risita incrédula.

—Ojalá estuviera tan segura como tú.

—No se desanime —murmuró la enfermera, inclinándose un poco hacia ella y mirándola fijamente con sus grandes y brillantes ojos azules—. Sólo necesita tener esperanza.

Mientras pronunciaba esas últimas palabras, Eulalia extendió su mano hacia el frente, en específico a la cabeza de la camilla. La mujer recostada no lo notó, pero Lloro sí. Y no sólo eso, sino que además pudo ver como una densa neblina blanca se concentraba entre sus dedos, hasta tomar la forma de una pequeña calaverita de ojos rosados.

«Un favor» pensó Lloro, sorprendida. Aunque era bastante más pequeño que los que había visto hasta ese momento, apenas del tamaño de una canica.

Eulalia colocó la pequeña calaverita en el respaldo de la camilla y se enderezó de nuevo. Un distintivo brillo dorado comenzó a radiar de aquel objeto, que a Lloro recordó un poco al de los juguetes de la tumba de Nachito.

—Lo intentaré —murmuró la mujer, asintiendo—. Gracias, linda.

—Es mi trabajo —aclaró la enfermera, dirigiéndose en ese momento hacia la puerta—. Ahora descanse.

—Lo intentaré —pronunció la mujer, soltando casi de inmediato un profundo y largo bostezo.

De hecho, comenzaba a sentir bastante sueño de repente, así que se acomodó lo mejor posible en su lecho, y sus ojos se cerraron lentamente. Tendría un sueño bastante agradable, en realidad. En que estaba de nuevo fuera de esa camilla, caminando animadamente en compañía de sus nietos por la playa. Fue tan realista que hasta le pareció sentir vívidamente la arena contra la planta de sus pies, y el frío del agua del mar cuando ésta llegaba hasta dónde se encontraba. Casi igual a como cuando era una niña.

Unas horas después despertaría, y otra enfermera diferente se presentaría en su cuarto para darle sus medicamentos. Ella preguntaría por la jovencita bonita de cabellos rubios que había ido más temprano, pero la otra enfermera no sabría de quién estaba hablando. Y cuando la paciente le describiera el atuendo blanco y anticuado que usaba, sólo se le quedaría viendo fijamente, con sus ojos grandes llenos de asombro.

Pero justo como aquella extraña le habría prometido, se comenzaría a sentir un poco mejor a partir de ese momento.

Eulalia y Lloro salieron del cuarto. El expediente que La Planchada traía consigo se esfumó en el aire, y seguiría andando por el pasillo en busca de su próximo paciente.

—¿Ese era uno de tus favores? —preguntó Lloro una vez que estuvieron a una distancia adecuada, casi como si temiera que aquella mujer los escuchara.

—Uno pequeño —respondió Eulalia con voz risueña—. Descubrí hace tiempo que si una persona realmente desea mejorar, puedo materializar ese deseo en la forma de un favor como el que viste. Y al colocarlo cerca de ellos, puedo hacer que su condición mejore. A veces sólo para aliviar su dolor por un tiempo, pero en otras logran curarse lo suficiente para salir del hospital y volver con sus familias. Y a veces... —Hubo un momento de silencio, en el que la mirada de Eulalia se fijó en el frente—. A veces sólo les ayuda a descansar para pasar tranquilamente a la no-vida.

Eulalia se detuvo de pronto a mitad del pasillo, forzando a que su acompañante lo hiciera igual.

—¿Sabes por qué hago esto, Lloro? —preguntó de pronto, virándose hacia la mujer de negro—. ¿Recorrer estos hospitales y ayudar a los vivos enfermos a pesar de que yo ya soy una no-viva?

Lloro negó, moviendo lentamente su cabeza. Ciertamente era algo que se había llegado a preguntar al menos una vez. Pero, ¿quién era ella para, dada su propia situación particular, cuestionar a otros no-vivos sobre por qué hacían lo que hacían? Suponía que era por su gusto por ayudar a las personas, como se lo había demostrado desde el primer momento en que la conoció. Y estaba en lo correcto... pero eso sólo era una pequeña parte de la verdad.

—Es mi penitencia —respondió Eulalia de pronto con voz dura.

El rostro de Lloro reflejó una notable sorpresa al escucharla. Sus labios se separaron con la intención de decir algo, pero nada surgió por ellos.

¿Una penitencia? Lloro creía que eso sólo era para los no-vivos que habían hecho mal en su vida, o que cargaban consigo un gran remordimiento; espíritus como ella misma... ¿Pero Eulalia? Un ser tan noble y bueno como ella, ¿cómo podría estar condenada a cumplir una penitencia en su no-vida?

Lloro nunca había sido una persona imaginativa, pero igual le resultaba imposible imaginar qué situación podría haber llevado a su nueva amiga a eso. Y como leyendo su cuestionamiento claramente en su mirada, Eulalia no titubeó en explicárselo.

—Siempre he sido enfermera. En realidad, no tengo memoria de algún periodo de mi vida o no-vida en el que no lo haya sido. Y por un tiempo, esta labor fue mi único propósito, lo único que me importaba y que me daba felicidad. Hasta que un día... me enamoré.

Si Lloro aún tuviera respiración, muy seguramente ésta se le hubiera cortado al instante de escuchar aquello.

"Enamorarse".

Aquel era un concepto que le causaba una incómoda y dolorosa punzada en el pecho a La Llorona de tan sólo pensar en él. Y, al parecer, no era muy distinto para La Planchada, pues su semblante entero se oscureció de golpe, convirtiéndose en una máscara de abatimiento que no pensó que fuera posible que se dibujase en la joven enfermera, en especial en ese momento en el que se veía tan viva.

—Me enamoré perdidamente de una persona —prosiguió Eulalia volviendo a caminar por el pasillo—, que se apoderó por completo de mi corazón, de mi alma, de mis pensamientos... de mi vida entera. Y lo mejor era que mis sentimientos eran correspondidos... o eso pensaba yo. Y fue en ese momento en el que mi labor como enfermera pasó a segundo lugar, por debajo de mi vida con esta persona. —Eulalia no pudo evitar que una pequeña sonrisita se dibujara en sus labios en ese momento—. Todo el día sólo podía pensar en el futuro hermoso que nos esperaba juntos. Pensaba en boda, en hijos, en una casa, en envejecer y morir juntos. Pero... me enteré de la forma más amarga que esa persona en realidad no sentía lo mismo por mí, y encima de todo se había casado a mis espaldas con alguien más... Y eso me destrozó...

Hubo una pequeña pausa en la que Eulalia centró su atención en un rincón lejano de aquel pasillo, como contemplando algo a la lejanía que sólo ella era capaz de ver.

—Mi vida ya no tenía sentido, y mi labor como enfermera tampoco. Ya nada me importaba. Y poco a poco comencé a ser descuidada y negligente. Las personas que dependían de mí para curarse y sentirse mejor, simplemente ya no podían contar conmigo. Muchos de ellos no mejoraron, o empeoraron... o incluso murieron. Cuando eso ocurrió, no pude soportar la culpa, y yo...

Cortó sus palabras de golpe, sin dar un cierre a la idea, aunque dejando ésta bastante implícita. Sólo se ocupaba ver justo como había terminado.

—Fui egoísta, y obsesiva —masculló despacio—. Me dejé llevar por mis sentimientos en lugar de mi deber. Y ahora, dedico mi no-vida a ayudar a las personas; vivas y no-vivas, para aliviarlos de sus males. Para de alguna manera limpiar lo que hice.

Eulalia se giró lentamente hacia su compañera, hasta que ambas quedaron por completo cara a cara. Al sentir aquellos ojos brillantes (y vivos) tan fijos en ella, Lloro no pudo evitar agachar su mirada, cohibida e incluso algo avergonzada.

—He oído varias leyendas diferentes sobre La Llorona —señaló la enfermera—, y creo que algunas se parecen un poco a lo que te acabo de contar, ¿cierto?

No hubo respuesta.

—¿También sufriste una decepción como yo que te destruyó el alma?

Siguió sin haber respuesta.

—Y eso te llevó a hacer algo terrible... al igual que a mí.

Aquello sonaba más a una afirmación que una pregunta. Lloro, sin embargo, no se atrevía a siquiera levantar la mirada. Sus dedos delgados se apretaron con algo de fuerza contra la tela negra de su vestido.

—Está bien, no necesito que me lo digas —aclaró Eulalia, volviendo a sonreír, y atreviéndose a dar un par de pasos hacia su amiga para estar más cerca de ella—. Yo te entiendo, más de lo que puedes imaginar, y no te juzgo en lo absoluto. Lo que realmente necesito es que sepas una cosa...

Mientras hablaba, Eulalia se fue acercando a ella, hasta estar a la distancia suficiente para extender sus manos al frente, y tomar la de su amiga firmemente entre ellas. Este acto sorprendió a la mujer de negro, pero sólo se atrevió a voltearla a ver tímidamente. De nuevo se sintió un poco intimidada por la intensidad de su mirada, pero al mismo tiempo la amplia y alegre sonrisa que dibujaban sus labios la hizo sentir un poco más segura. Debajo de esa apariencia de mujer viva, seguía siendo ella, su amiga.

—No me importa lo que hayas hecho o no cuando estabas viva, o cómo es que terminaste siendo quien eres ahora —declaró Eulalia con firmeza, mientras tomaba con un poco más de firmeza la mano de La Llorona—. Y aunque quizás no pueda ni imaginar lo que has sufrido estos siglos, sin importar qué yo estoy aquí para ti. Y te ayudaré con todo lo que te perturba, hasta las últimas de mis fuerzas. No como parte de mi penitencia, sino porque sinceramente lo deseo. Así que afrontemos juntas todo esto, ¿sí?

Lloro agachó de nuevo un poco su mirada, y dejó salir un pequeño sollozo. No como los estridentes alaridos de costumbre; sólo un pequeño gemido, doloroso, pero a la vez liberador.

—Gracias, Eulalia... —pronunció despacio la mujer negro.

La sonrisa de la enfermera se ensanchó aún más, y se atrevió entones a dar dos pasos más al frente, hasta acercarse lo suficiente para rodear el delgado cuerpo de su amiga entre sus brazos, estrechándola en un suave y cálido abrazo. Y aunque al principio Lloro se quedó prácticamente petrificada por la repentina muestra de afecto, tras unos segundos alzó tímidamente sus brazos, colocando sus manos en la espalda de su amiga apenas lo suficiente.

Y por un instante en el tiempo casi infinito que era la no-vida, ambas pudieron olvidarse por unos segundos de sus respectivas penitencias.

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro