Capítulo 13. ¿Qué es lo que les hice?
El Club de las Ánimas
Por
Eliacim Dávila
Capítulo 13
¿Qué es lo que les hice?
—¿El Coco? —Masculló Lloro, confundida por aquel extraño nombre. Y aunque nunca lo había oído, e incluso sonaba un poco jocoso... por algún motivo le provocó una sensación incómoda que le aprisionaba el pecho...
—¿El que se come a los niños que se portan mal? —Escuchó que Eulalia comentaba de pronto, tomándola un poco por sorpresa. En la voz de su amiga se percibía seriedad, pero también algo de escepticismo. ¿Ella sabía de ese ser del que Nachito hablaba?
Y en realidad, como bien Nachito había dicho, de alguna u otra forma todos habían oído hablar de Él en alguna ocasión, con otros tantos nombres. Todos conocían esas historias que los padres les contaban a sus hijos antes de dormir sobre alguien, o algo, que vendría a llevárselos si no hacían lo que les decían, si no hacían sus tareas, sino comían todos sus vegetales, o si no se dormían a su hora.
Historias inofensivas para asustar un poco a los niños... ¿o no?
—Ojalá fuera así de simple —respondió Nachito con el mismo semblante severo—. Pero a ese monstruo le da igual si eres un niño malo o no. Lo único que le interesa es alimentarse de ti, sin importar qué...
—Espera, ¿me estás diciendo que El Coco es real? —Exclamó Eulalia, aun notándose reticente a aceptar la idea—. ¿Acaso es un no-vivo?
—¿No estás escuchando lo que digo? —Espetó Nachito, irritado—. No es un espíritu humano, es otra cosa mucho peor. Y por supuesto que es real; ¡yo lo he visto! ¡Todos nosotros lo hemos visto!, al menos una vez...
Al dar aquella última declaración, extendió su mano señalando a los demás niños. Lloro y Eulalia se viraron a mirarlos en ese momento, y ambas pudieron notar de inmediato en sus rostros la incomodidad... y el miedo. Los cinco miraban hacia el suelo, y algunos temblaban un poco como si una sensación fría les recorriera la espalda.
No estaban bromeando, y eso fue claro.
—En el último momento de mi vida —continuó Nachito, captando de nuevo su atención—, envuelto en las sombras de mi habitación, ahí estaba Él... —Su voz tembló un poco, y al igual que los otros tuvo que bajar su mirada. Sus puños además se apretaron fuertemente, comenzando a tiritar—. Lo vi a los ojos, vi su enorme boca, sentí sus garras alrededor de mi cuello... Y exhalé mi último aliento con mi cara así de cerca a sus fauces —alzó rápidamente su mano derecha, colocando su palma bastante cerca de su propio rostro—. La Oscuridad es muy real... de eso no tengan la menor duda.
Ambas mujeres se quedaron en silencio, sin saber qué decir.
En el tiempo de Eulalia como no-viva, había oído una enorme cantidad de leyendas e historias, y muchas de ellas las había conocido cara a cara, literalmente. Pero, ¿El Coco? Sí, había oído al respecto, aunque ya en esos momentos no lograba recordar si había sido cuando estaba viva o cuando ya estaba muerta. Pero nunca había sido en un contexto de realidad absoluta, o un temor verdadero y palpable, como Nachito lo acababa de hacer.
No había motivo alguno para creer que alguno de esos chicos les estaba mintiendo. Y, sin embargo, aún una parte de ella se rehusaba a convencerse por completo...
¿Era tan extraño que ella, que había sido más años una mujer no-viva que una mujer viva, le resultara tan difícil creer en un ser como el que le describían? De seguro para los vivos, dicha contradicción sería difícil de entender.
Nachito se volteó unos momentos hacia sus espaldas, extendió su mano a los juguetes sobre la tumba, y tomó un pequeño osito color blanco con rosado. Sostuvo el peluche entre sus manos delante de él, contemplándolo atentamente.
—El Coco ronda por todo el mundo, buscando niños perdidos que devorar —declaró con firmeza el muchacho—. Ninguno está a salvo estando allá afuera. Por eso, cada vez que me cruzo con algún niño, intento ayudarlo con alguno de mis juguetes para que se vaya de aquí, y así estén lejos de sus garras.
Colocó el oso de nuevo en su lugar, y justo después se puso de pie. Se acomodó su boina, y entonces caminó hacia sus amigos.
—Pero para los que esto no sirve, la única opción que me queda es traerlos aquí a mi cementerio. Gracias al poder que los vivos han compartido conmigo, he logrado ser lo suficientemente fuerte como para crear este territorio seguro. El Coco sólo se mueve en la oscuridad de la noche, y en las sombras de los rincones. —Estando ya de pie frente a los otros chicos, se viró de nuevo hacia las visitantes, con su mirada en alto y segura—. Mientras la luz de este sitio nos proteja, Él no puede entrar aquí. Así que cuidar este lugar y a los que lo habitan es el propósito al que he dedicado mi no-vida.
Al escuchar aquello, Eulalia alzó su mirada al cielo iluminado y azul sobre ellos. Así que por eso su territorio era así; ese día perpetuo era para mantener lejos a La Oscuridad.
—No puedo creer que no supiera que una criatura así pudiera existir —murmuró la enfermera en voz baja, sorprendida pero sobre todo molesta. Se daba cuenta poco a poco de que muchas de las cosas que daba por hecho sobre cómo funcionaba ese mundo, podían estar de hecho erradas, o simplemente ser de su desconocimiento absoluto—. ¿Cómo es que nadie nunca ha hecho algo para detenerlo?
—¿Algo como qué? —Espetó Nachito, desafiante—. ¿Cómo derrotas a la propia Oscuridad? Además, somos no-vivos; seres que ya no deberíamos existir en este mundo. Lo que somos capaces de hacer es limitado, y usted debe saberlo bien. —Y en efecto, Eulalia lo sabía—. Sólo nos queda intentar sobrevivir... o lo equiparable a eso para seres que ya no están vivos como nosotros.
Eulalia se sentía aturdida. Quiso aproximarse a Sigua y preguntarle en voz baja si acaso ella sabía algo de todo eso, o si podía confirmarle que en efecto era cierto. Sin embargo, antes de que tomara dicha iniciativa, notó como Lloro daba un paso hacia Nachito y los niños. Y sólo entonces La Planchada notó el estado de su amiga, que le había pasado desapercibido por su propia confusión.
Los ojos de Lloro estaban completamente abiertos, casi desorbitados, y su rostro había perdido casi todo su color. Su cuerpo entero le temblaba, y a Eulalia le pareció que se le dificultaba incluso el dar esos pequeños pasos sin caerse.
—Cu... cuando... —balbuceó la mujer de negro despacio, con su voz esforzando por salir—. Cuando dijiste que... si no había encontrado a mis hijos luego de tanto tiempo... debería dejar de buscarlos... ¿te referías a que...?
Eulalia se sobresaltó en ese momento, espantada. Aquella historia le había impresionado tanto que casi había olvidado el motivo original por el cual la estaban escuchando. Y al oír a Lloro pronunciar aquella lúgubre pregunta, entendió de inmediato lo que Nachito estaba tratando de decirles.
—Espera, Lloro —pronunció Eulalia apresurada, adelantándose para alcanzarla—. No saquemos conclusiones apresuradas...
Eulalia la tomó de los hombros, y una extraña e inquietante sensación fría le atravesó el cuerpo entero. Pero aquel no era el frío habitual de los no-vivos que ella conocía; el frío de Lloro en ese momento parecía ser algo más.
—Sí, eso es justo a lo que me refería —soltó Nachito sin menor miramiento, quizás no notando el estado de la mujer de negro, o quizás simplemente no importándole lo suficiente—. Si sus hijos fueron de los afortunados en pasar al Otro Lado al morir, entonces deben estar a salvo. Pero si por el contrario llevan demasiado tiempo rondando solos en este mundo, sin que alguien los ayudara o sin un refugio que los protegiera... es muy probable que La Oscuridad los haya atrapado hace mucho tiempo...
Aquellas palabras fueron como una fría apuñalada en el pecho de la mujer. Toda la fuerza de su cuerpo se esfumó en un segundo, y se desplomó de golpe de rodillas al piso sin la menor oposición, incluso escapándose de las manos de Eulalia.
—¡Lloro! —Exclamó La Planchada, asustada, y se agachó rápidamente a su lado—. Oye, no sabemos si eso es cierto, ¿entiendes? ¿Lloro?, ¿me oyes?
Pero Lloro no la oía; no oía nada en lo absoluto. Todo se había convertido en un molesto zumbido en su oído que ni siquiera era capaz de procesar como palabras. En su mente no era siquiera capaz de darle una forma coherente a ninguna idea, a ninguna conclusión. Lo único que fue capaz tras unos segundos de escuchar, fueron gritos... de desesperación, de miedo, de dolor; los gritos de sus pequeños, mientras eran engullidos por una completa negrura, sumergidos en ella sin poder salir, hasta quedarse sin aire...
—No... no... —comenzó a pronunciar despacio. Alzó entonces sus manos hacia su rostro, tapándoselo y comenzando a sollozar despacio, pero poco a poco con más fuerza—. Mis pequeños... mis pequeños... ¿Qué es lo que les hice? ¡¿Qué es lo que les hice?!
Su voz retumbó con fuerza en todo su alrededor, como un grito desgarrador que perforó los oídos de todos los presentes, y los hizo doblarse en sí mismos por el dolor.
—¡Ay, mis hijos! ¡Mis hijos! ¡Mis niños! —Comenzó a llorar y a gritar con gran fuerza al aire, sonando como la voz de cientos de mujeres.
Mientras intentaban cubrir sus adoloridos oídos, todos sintieron como el suelo bajo sus pies temblaba un poco. Pero lo que más impactó a todos, fue notar en ese momento como la luz que emanaban los juguetes sobre la tumba de Nachito comenzaba a tintinear, como una bombilla que estuviera a punto de fundirse.
—¡¿Qué está pasando?! —Exclamó Frida Sofía asustada, abrazándose fuertemente de Gregorio.
Y entonces vieron que no era sólo la luz de los juguetes, sino toda la luz en general. El cielo iluminado sobre ellos parecía cambiar de un parpadeo a otro al cielo estrellado de la noche, sólo para volver justo después al soleado, pero repitiéndose en un ciclo al ritmo de los llantos de aquella mujer.
—¡La luz se está apagando! —Exclamó Neftalí, horrorizada—. ¡¿Por qué?! ¡Nachito!, ¡¿Por qué?!
Todos se viraron a ver al niño de la boina, pero su atención estaba fija en Lloro... muy fija.
—No puede ser... —fue lo único que logró pronunciar, antes de sobreponerse por completo a la impresión.
De la nada, el espíritu del niño comenzó a correr directo hacia Lloro, alzando su puño derecho a un lado de su cabeza. Una brillante luz dorada se alargó desde la tumba hacia su puño, cubriéndolo por completo. Su intención claramente era golpear a la mujer con esa energía.
—¡No lo hagas! —Exclamó Eulalia, parándose rápidamente delante de Lloro para cubrirla con su cuerpo. A pesar de su presencia, Nachito no se detuvo y siguió adelante con su intención, aunque tuviera que hacerlo a través de ella.
Sin embargo, en un parpadeo, Sigua apareció justo delante de Eulalia, sin que ésta o Nachito percibieran en qué momento se movió. Extendió entonces una mano al frente, logrando tomar firmemente entre sus dedos la muñeca del niño, y luego giró enteramente su cuerpo para tomar impulso y arrojar lejos al chico contra una tumba; todo en menos de un segundo, y sin que Nachito pudiera siquiera procesar lo ocurrido, antes de que su espalda chocara contra el duro granito.
—¡Nachito!, ¡¿estás bien?! —Exclamó Carlitos preocupado, y rápidamente corrió hacia él, siendo seguido por Monchito y Frida Sofía. Nachito, por su parte, parecía intentar recuperarse del golpe y la impresión, y no le tomaría mucho.
—¡Eulalia! —Exclamó Sigua con fuerza, lo más fuerte que la enfermera la había oído hablar alguna vez, virándose a ver a su amiga. Ésta pareció comprender de inmediato lo que quería decirle.
De inmediato, Eulalia se giró de nuevo hacia Lloro y se agachó delante de ella, tomándola firmemente de sus hombros.
—Lloro, por favor escúchame —le pronunciaba con fuerza, intentando que su voz resaltara por encima de sus fuertes llantos—. Tienes que tranquilizarte, ¿me oyes? Aún no sabemos lo que pasó en realidad con tus niños, así que no debes perder la esperanza. Pero ahora tienes que controlarte; por favor amiga, ¡hazme caso!
Eulalia siguió insistiendo unos segundos más, y poco a poco los sollozos se fueron opacando, bajando en su volumen y constancia. Las palabras de la mujer de blanco parecían estarle llegando. Y conforme Lloro se fue calmando, la luz del día se fue estabilizando, hasta quedarse encendida por completo.
—Eso es —murmuró La Planchada despacio—. Respira conmigo, respira...
Lloro inhaló y exhaló lentamente como ella le indicaba, poco a poco logrando hacerlo con regularidad. Su rostro estaba lleno de lágrimas, y sus ojos se habían enrojecido a pesar de no haber pasado tanto tiempo.
—Oh, Eulalia... —pronunció llena de pesar, y sin dudarlo la abrazó con fuerza, pegando sus rostro contra su hombro y humedeciendo la tela blanca de su uniforme.
—Está bien, todo está bien —le susurró la enfermera con suavidad, correspondiéndole el abrazo con delicadeza, como si temiera lastimarla. Lloro siguió sollozando contra su hombro un poco más, aunque con bastante menos intensidad.
La amenaza había pasado.
O... tal vez no...
—Tú... —Escucharon la voz de Nachito pronunciar, con una ferviente rabia en ella.
Eulalia y Lloro se separaron y voltearon a ver en su dirección. El niño era sujetado por Carlitos que lo ayudaba a pararse, y miraba en su dirección con una expresión que ninguna pensó que fuera siquiera posible que el rostro de un niño dibujara. Su mirada estaba llena de una furia casi animal, y ésta estaba enteramente fija en Lloro, atravesando e ignorando enteramente a las otras dos.
—Ya sé quién eres, maldita embustera —espetó Nachito con coraje, y alzó entonces su mano derecha, señalándole directamente con su dedo índice—. ¡Eres La Llorona!, ¡¿no es cierto?! ¡La Llorona!
Aquel grito retumbó con fuerza en su alrededor, y el resto de los niños se alteraron visiblemente.
—¿La Llorona? —Susurró Gregorio, despacio.
—No puede ser... —añadió Neftalí del mismo modo.
Los ojos de todos, asustados, confundidos, y molestos se centraron en Lloro, y ésta fue consciente de inmediato de ello. Y el que todos esos niños la vieran de esa forma... la inquietó de una forma indescriptible.
—Esperen —intentó intervenir Eulalia—. Sí, ella es a la que llaman La Llorona, pero...
—¡Silencio! —Exclamó Nachito con ímpetu, y justo después chasqueó sus dedos delante de él, y el sonido de su chasquido resonó como un fuerte eco a la distancia.
Antes de que alguna de las tres visitantes pudiera al menos preguntarse qué significaba aquello, sólo pudieron ver como de la tierra debajo de ellas surgían tres largos brazos de piel enteramente pálida, con enormes y largos dedos que aprisionaron a cada una, apretándolas fuertemente como gruesas sogas, e impidiendo que siquiera se movieren.
—¡¿Qué es esto?! —Exclamó Eulalia asustada. Se zarandeó un poco intentando zafarse, pero fue inútil.
—¡Te atreves a entrar a mi Territorio con mentiras y engaños! —Soltó Nachito, ya caminando por su propio pie para acercarse directo a Lloro.
—Yo no te engañé... —Murmuró la mujer de negro, desconcertada y aun visiblemente afectada.
—¡Mientes! —Declaró Nachito, apuntándole de nuevo con su dedo acusador—. ¿Crees que no sé quién eres realmente? ¡Todos lo sabemos muy bien! La Llorona no perdió a sus hijos, ¡tú los mataste! —Imputó con gran ahínco, haciendo que Lloro se estremeciera aún en su aprisionamiento—. ¡Tú ahogaste a tus propios hijos! ¡Eres una asesina!
Y ante aquella acusación, Lloro sólo fue capaz de guardar absoluto silencio...
CONTINUARÁ...
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