Capítulo 12. La Oscuridad
El Club de las Ánimas
Por
Eliacim Dávila
Capítulo 12
La Oscuridad
Los niños guiaron más profundo en el cementerio a las tres visitantes. El lugar cada vez parecía incluso más grande de lo que habían previsto en cuanto entraron, y se dieron cuenta casi de inmediato que los pequeños no eran los únicos en habitarlo.
Durante su recorrido, les pareció percibir la presencia de al menos otros dos vivos. Uno de ellos se encontraba envuelto en una larga y vieja túnica de monje que le cubría todo el cuerpo, y la otra era una mujer mayor con un elegante vestido antiguo. Pero ambos andaban entre las lápidas, muy alejados de ellas, y ni siquiera las miraron. Y para cuando alguna intentó enfocar su vista por completo en ellos, simplemente se esfumaron como si nunca hubieran estado ahí.
El Panteón de Belén ciertamente era un lugar interesante, por no llamarlo extraño. Incluso aunque no tuviera ese día perpetuo en su interior, podían apostar a que el sitio aún mantendría una magia única.
—¿Su cabeza es de verdad o es una máscara? —Cuestionó Monchito con interés, andando a la diestra de Sigua. Sin embargo, ésta mantuvo su vista fija al frente sin responder.
—¿Puedo tocarla? —Preguntó Frida Sofía justo después, estando a su izquierda, pero recibiendo básicamente la misma respuesta que su amigo.
—¿Acaso no puede hablar o qué? —Espetó Monchito, molesto por casi sentirse ignorado.
Sigua continuó con su mirada inmutable en el camino como si, en efecto, estuviera ignorando a los dos pequeños que la rodeaban. Sin embargo, tras un rato ambos la escucharon murmurar abruptamente:
—Suelo cuidar mis palabras.
—¡Ah!, ¡habló! —Exclamaron los dos niños al mismo tiempo, exaltados—. ¡Qué miedo!
Ambos corrieron apresurados hacia el frente, reuniéndose con los otros tres chicos que guiaban al grupo.
—No molesten a las visitas, chicos —les susurró Carlitos despacio, con bastante suavidad para no sonar como un regaño; incluso les sonrió gentilmente.
Más que el sitio en el que se encontraban, lo que llamaba principalmente la curiosidad de Eulalia eran los cinco niños que acababan de conocer; y, principalmente, la chica de cabellos rubios rizados en la silla de ruedas. Ella andaba un poco por detrás de los otros cuatro, esforzándose por hacer avanzar su silla en aquel terreno, aunque se veía que ya tenía cierta práctica.
La Planchada se aproximó discretamente a la niña, hasta pararse a su lado. Ella, sin embargo, siguió mirando hacia adelante, haciendo girar sus ruedas con las dos manos.
—Hola —saludó Eulalia con gentileza—. Neftalí, ¿cierto? —La niña no respondió, ni hizo ademán alguno que revelara que la había escuchado siquiera—. ¿Puedo preguntarte algo? ¿Por qué estás en esa silla de ruedas?
—¿Por qué crees? —Respondió Neftalí de mala gana, volteándola a ver con una expresión dura y molesta—. Por qué no puedo caminar, obvio. ¿Sí eres enfermera o ese traje es sólo un disfraz de Halloween?
Eulalia se quedó un poco sorprendida por la forma tan agresiva en que le acababan de hablar, pero intentó sobreponerse rápidamente.
—Pero, ¿eso significa que no podías caminar cuando estabas viva? —Le preguntó curiosa.
Neftalí agachó un poco su mirada, sin detenerse.
—Eso creo... —respondió despacio—. No recuerdo mucho de eso, en realidad.
Eso, como se ha dicho, no es de hecho muy inusual.
—Bueno, es que si ese era el caso, aquello era una limitación de tu cuerpo físico —explicó Eulalia con mayor seguridad—. Pero ahora que eres una no-viva, eso no debería ser un problema. ¿Has intentado...?
—¿Qué?, ¿pararme? —Soltó Neftalí secamente, y posteriormente con una muy marcada ironía añadió—: No, en todos estos años que llevo aquí, no lo he intentado ni una sola vez. ¿Usted qué cree?, ¡por supuesto que lo he hecho! No es la primera en decirme esa tontería, y sólo he terminado estrellando mi cara contra la tierra. Así que déjeme en paz, señora.
Y entonces aceleró aún más el movimiento de sus ruedas, adelantándose lo suficiente para hacer distancia entre ella y Eulalia. Ésta no dijo o hizo algo para detenerla, pues de nuevo su reacción tan adversa la había destanteado.
—De acuerdo... —susurró despacio la enfermera, mientras la veía alejarse. No conocía en lo absoluto la historia detrás de esa pequeña, pero no podía evitar preguntarse si esa palpable amargura que la acompañaba había sido resultado de su vida... o de lo que vino luego de ella.
— — — —
El recorrido no duró mucho más. Los chicos las dirigieron a un punto cercano al centro del cementerio, coronado por una tumba... bastante diferente.
Aquel sepulcro tenía cuatro pilares a su alrededor que custodiaban cada esquina, y la lápida era más alta que estos, con una forma similar a un obelisco. Sobre la tumba, parecía haber algo similar a un pequeño sarcófago de piedra que sobresalía de la tierra. Pero lo más extraño era que en aquel sitio había muchos, pero muchos, objetos de diferentes formas y tamaños, esparcidos sobre la tumba y a su alrededor en el césped, casi tapizándola por completo. Y estos objetos, cada uno, parecían brillar con una inusual luz propia.
—Ésta es la tumba de Nachito —indicó Gregorio, señalando con el arco de su violín hacia la extraña tumba.
—Qué brillante —exclamó Lloro, y se aproximó cautelosa hacia aquel monumento; Eulalia la siguió un poco por detrás. De cerca pudieron ver mejor lo que eran aquellos objetos en realidad—. ¿Son juguetes?
—Eso creo, pero son muchísimos —añadió Eulalia maravillada, colocándose cuclillas para verlos de cerca.
Eran cientos de carritos, muñecos, pelotas, rompecabezas, trompos, yoyos, baleros, peluches, espadas y pistolas de plástico... De todo tipo de juguetes, y muchos de diferentes épocas. Pero todos y cada uno brillaban intensamente, como pequeñas linternas. Era algo sumamente hermoso, que ninguna de las dos había visto antes.
—Lloro, ¿recuerdas el camioncito que le dio a aquel niño en el cementerio? —Musitó Eulalia despacio, virándose hacia su acompañante—. Creo que estos son sus favores... Pero, ¿por qué tienen apariencias tan diferentes? ¿Y por qué están aquí sobre su tumba...?
Si Eulalia no tenía una respuesta, Lloro mucho menos. Y mientras más tiempo pasaba en el Panteón de Belén, La Planchada sentía que menos entendía las cosas.
Inconscientemente, aproximó su mano derecha a uno de los juguetes, un osito de peluche color blanco, con la intención de tomarlo e inspeccionarlo. Sin embargo, fue detenida justo antes.
—¡No los toques! —Espetó una voz con potencia justo delante de ellas—. ¡No tienen permitido tocar ninguno!
Lloro y Eulalia alzaron su vista al mismo tiempo hacia el obelisco de la tumba, y como una remembranza de aquel día en el otro cementerio, vieron al pequeño de traje negro, boina y pantalones cortos, sentado en la punta de éste, viéndolas hacia abajo con un muy palpable desagrado en sus ojos.
—Nachito —murmuró Lloro con emoción en su voz.
El espíritu del niño las miró con detenimiento unos momentos. Al inicio pareció no reconocerlas, pero eso cambió rápidamente. Se alzó entonces de su asiento y se dejó caer al frente, descendiendo lentamente como una pluma en el aire. Lloro y Eulalia retrocedieron para darle espacio, y así pudiera caer con sus pies en tierra delante de la tumba.
—¿Ustedes dos otra vez? —Murmuró con seriedad el chico, mirando a ambas—. ¿Qué hacen aquí?
Las dos mujeres se miraron entre sí y vacilaron un poco. Pero antes de que pudieran responder, algo más llamó la atención de Nachito.
—Tú... —murmuró despacio, y entonces avanzó, abriéndose paso entre Lloro y Eulalia, casi empujándolas. Y entonces caminó con paso firme hacia Sigua, parándose justo delante de ella—. ¿Eres la mujer cabeza de caballo? ¿La Siguanaba?
En la voz de Nachito se percibió sorpresa y admiración, pero también cierta reserva... Sigua, por su lado, simplemente lo miró en silencio, apenas pestañeando un par de veces.
—¿La conoces, Nachito? —Preguntó Gregorio curioso, aproximándosele por un costado.
—He oído de ella —respondió despacio el chico de la boina—. Eres tú, ¿no es así? No creo que haya muchas mujeres con cabeza de caballo por aquí... Se supone que eres un espíritu muy poderoso, ¿verdad?
—¿Enserio? —Murmuró Frida Sofía maravillada, mirándola con sus ojos y su boca bien abiertos.
Sigua continuó sin reaccionar, como era habitual en ella, y dicho silencio incomodó a Nachito.
—¿A qué has venido a mi territorio? —Exigió el niño con bastante más firmeza—. Te advierto que si tienes alguna mala intención...
La Mujer Cara de Caballo alzó en ese momento su mano derecha al frente. Su movimiento hizo que Nachito saltara hacia atrás y alzara sus manos, protegiéndose. Sin embargo, notó de inmediato que lo que aquel espíritu hacía en realidad, era apuntar con su mano hacia detrás de él.
—Sólo las estoy acompañando —murmuró Sigua, con esa insólita voz que no concordaba con su apariencia—. Ellas son las que quieren hablar contigo.
Nachito se viró lentamente sobre su hombro, mirando de nuevo hacia Lloro y Eulalia. Ambas, al sentirse aludidas y observadas, no pudieron evitar cohibirse un poco, sobre todo La Llorona.
—Esta mujer dice que quiere hablar contigo sobre sus hijos —indicó Carlitos, dando un paso al frente y extendiendo su mano a la mujer de velo negro.
—¿Sus hijos? —murmuró Nachito despacio, mirando fijamente a aquella persona, que en esos momentos se forzaba por dibujar una sonrisa en sus labios, sin lograrlo precisamente—. Recuerdo que cuando las vi ese día en el cementerio mencionaron algo de eso. ¿De qué se trata?
Eso parecía ser justo la invitación que estaban esperando. Eulalia colocó una mano en la espalda de su amiga, y le asintió despacio mientras le sonreía gentilmente. Su sola mirada le decía con claridad: «Anda, tú puedes».
Lloro respiró hondo, dio un paso al frente, y se agachó hasta colocarse de cuclillas y quedar a la misma altura de Nachito. Éste se tensó un poco, pensando que intentaría alguno de sus acercamientos como el otro día, pero el aire que la rodeaba en esa ocasión era muy diferente. Su expresión era bastante más seria, e incluso... un poco triste.
—Estoy buscando a mis hijos —susurró Lloro despacio, mirando fijamente al niño enfrente de ella—. Son dos pequeños como ustedes. Llevo mucho, mucho tiempo buscándolos por todas partes... Pero no he logrado encontrar ni una sola pista de su paradero. Tú mencionaste aquel día que si los había estado buscando tanto tiempo, debería de dejar de hacerlo. Pero, ¿por qué me dijiste eso? ¿Tú sabes algo sobre dónde podrían estar mis hijos? Por favor...
Lloro extendió entonces una mano hacia él, y Nachito reaccionó retrocediendo rápidamente, y su mirada se endureció aún más. Al notar esto, Lloro decidió mantener su distancia, pero no bajó su mano.
—Por favor, si sabes cualquier cosa que pudiera ayudarme, estaría muy agradecida contigo. Incluso...
Teniendo aún su mano alzada, hizo girar su muñeca para que la palma quedara hacia arriba. Una neblina negra muy característica rodeó su mano, y se fue congregando en su palma hasta tomar la forma de una calavera de azúcar negra, con detalles blancos y morados.
—Puedo darte mi favor a cambio de la información —añadió justo después, sintiéndose un ligero rastro de desesperación en su tono—. He oído que es muy valioso para algunos, ¿no es cierto? Puedo dártelo si quieres.
—Lloro... —Susurró Eulalia, un poco sorprendida pues no esperaba que fuera a recurrir justamente a ese recurso. Era evidente lo mucho que necesitaba saber lo que fuera sobre sus hijos.
Nachito, sin embargo, no pareció reaccionar de manera resaltante ante el ofrecimiento. Observó la calavera en silencio un largo rato, como si intentara identificar qué era. Pero, en realidad, él lo sabía muy bien.
—Guárdelo, señora —murmuró de pronto, comenzando a andar hacia su tumba, sacándole la vuelta a la mujer de negro—. No puedo aceptar su favor, ya que en realidad no tengo nada que pudiera serle de utilidad como piensa. Lo único que tengo para decirle, no quiere escucharlo. Así que será mejor que se vaya.
Aquella declaración dejó azorada a Lloro. Nachito no parecía dispuesto a darle oportunidad de decir algo más, y se disponía a retirarse, quizás esperando que para cuando volviera ya no estuvieran ahí.
—Espera, por favor —intervino Eulalia rápidamente, colocándose delante de él y cortándole el paso—. No te vayas todavía. Cuando estuvimos en el cementerio mencionaste algo sobre la Oscuridad, y tus amigos lo hicieron también. Dinos al menos de qué se trata eso, por favor.
Nachito se viró sutilmente hacia los otros niños, mirándolos con desaprobación. Estos se voltearon rápidamente hacia otro lado, como si quisieran disimular la mención que habían hecho hacia ellos. No es que aquello fuera un secreto, pero le molestaba un poco que hubieran encaminado a esas tres extrañas hasta su tumba, sólo para tenderle esa... emboscada.
Miró después de regreso a Lloro, que seguía prácticamente en la misma posición, y aún sujetaba en su mano la calavera negra.
—Si fuera tú aceptaría su favor —murmuró Sigua de pronto, llamando su atención—. Te podría ser de utilidad más adelante; sólo diles lo que sabes.
A Nachito aquello le sonó casi como una advertencia, aunque no una malintencionada.
Tras unos segundos de meditación, el niño se giró por completo de regreso a Lloro y se le aproximó hasta pararse firme delante de ella. La mujer de negro pareció ponerse un poco nerviosa por ello. Y entonces, sin decir nada, Nachito extendió su mano hacia ella, colocando sus dedos sobre la calavera, y tomándola firmemente.
Y de esa forma el trato estaba cerrado, y no había cómo retractarse.
El niño se giró entonces de regreso a la tumba, y ubicó la calavera encima de ella entre los juguetes ahí colocados. Todos los demás lo observaban en silencio, expectantes.
—Como sabrán —comenzó a relatar con voz seria—, es inusual que alguien tan joven como nosotros se quede en este mundo como no-vivo. Pero lo cierto es que sí ocurre, por diferentes motivos. Por ejemplo, si la muerte fue muy repentina o violenta, si la persona tuvo mucho rencor o enojo en el último momento, o también si sus seres queridos no encuentran resignación y su sentimiento de tristeza los encadena a este mundo; éste motivo es el más común. Sea como sea, es algo que pasa más seguido de lo que muchos creen.
Se volteó de nuevo, encarando a Lloro; Eulalia se había colocado a lado de su amiga, y lo escuchaba también atentamente. Nachito se dejó caer hacia atrás, quedando sentado a la orilla de la tumba. Y volteando a ver desde abajo a las dos mujeres de pie delante de él, prosiguió entonces con su explicación:
—Para la mayoría, sin embargo, sólo es suficiente una pequeña guía para seguir el camino. Para eso utilizó estos. —Extendió en ese momento su mano en dirección a los juguetes detrás de él—. Estos son pequeños regalos que los vivos me han dejado en mi tumba con el pasar de los años. Cada uno tiene una gran energía positiva impregnada por el deseo y la buena voluntad de quien lo dejó. En otras palabras, es casi como un favor que ellos me entregan a mí, y yo uso estos para ayudar a otros niños, y darle esa guía y último empujón que les hace falta.
—Justo como lo hiciste con aquel niño —musitó Eulalia, maravillada—. ¿Entonces esos son juguetes que los vivos te han dejado en tu tumba? Eso es increíble, ¡nunca había oído algo así! Entiendo porque uno sólo de ellos puede ayudar a un no-vivo a encontrar su camino... pero...
La enfermera se viró entonces hacia un lado, centrando su atención en los otros cinco niños presentes en ese momento. Y casi como si Nachito le hubiera leído la mente, mencionó de inmediato:
—Pero este método no funciona con todos —susurró despacio, casi melancólico—. Ninguno de estos objetos le sirvió a Gregorio, Neftalí, Carlitos, Monchito o a Frida Sofía; tampoco a mí mismo. No entiendo aún el motivo exactamente. Pero sea lo que sea, para nosotros que al parecer no podemos cruzar al Otro Lado, sólo nos queda seguir aquí, y cuidarnos las espaldas mutuamente. Pues en el mundo de los no-vivos, los niños somos bastante vulnerables, y carecemos muchas veces del poder suficiente para defendernos.
—¿Defenderse de qué? —Cuestionó Eulalia, confundida por tal declaración—. Los no-vivos no se atacan ni agreden entre sí.
Una pequeña risa sarcástica se escapó de los labios de Nachito, de forma mordaz.
—Qué inocente de su parte si realmente cree eso —musitó con ironía, destanteando aún más a la enfermera, especialmente porque Sigua le acababa no hace mucho de decir algo parecido.
La mirada de Nachito se endureció, y en realidad todo el aire que lo rodeaba se volvió bastante denso...
—Pero no hablo sólo de otros no-vivos —declaró con dureza—. Existe otra criatura, una que se ha ocultado desde tiempos muy antiguos en la oscuridad, acechando a los niños incluso desde que están vivos para alimentarse de sus miedos. Y cuando mueren, siempre está cerca, aguardando el momento justo para lanzarse encima como león al acecho. Y entonces los toma, se los lleva con él, y...
Hizo una pausa, dejando su oración inconclusa en el aire.
—¿Y? —preguntó Lloro con preocupación, sintiendo un agobiante nudo en su garganta.
Nachito agachó la cabeza, observando sus zapatos presionando el césped debajo de ellos.
—No sé con seguridad lo que hace con ellos —respondió despacio—. Pero si me lo preguntan, yo creo que se los devora; se come sus almas para hacerse cada vez más fuerte.
—¿Qué? —Espetó Eulalia horrorizada por lo que oía, pero al mismo tiempo escéptica—. ¿Una criatura que devora niños no-vivos? Eso es imposible; nunca había oído de algo así.
—Oh, claro que lo has oído —contestó Nachito, sonando casi como una reprimenda. Miró a las dos con severidad en su expresión, e incluso notaron que sus puños se apretaron con frustración—. Todos han oído de ese monstruo alguna vez. Por lo que sé, lo han llamado de muchas formas distintas, pero aquí lo conocemos como... El Coco...
Y aquel nombre, tan simple como sonaba, dejó una sensación bastante pesada en La Llorona y en La Planchada; y, efectivamente, fue como un extraño punto oscuro en todo ese sitio tan luminoso...
CONTINUARÁ...
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