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Capítulo 10. ¿Estás hablando de Nachito?

El Club de las Ánimas

Por
Eliacim Dávila

Capítulo 10
¿Estás hablando de Nachito?

La semana siguiente a su fugaz encuentro con el espíritu llamado Nachito, Lloro pareció bastante más deprimida que de costumbre, si es que acaso aquello era posible viniendo de alguien a quien llamaban La Llorona. Ya ni siquiera había querido salir durante las noches desde entonces. Y una vez que entendió como usar el viejo televisor del departamento de Eulalia que tomaba la señal abierta, se había quedado pegada al sillón viendo una vieja telenovela en repetición, que encima ya iba por la mitad pero eso no menguó su interés.

Cualquier cosa le servía para no pensar en aquello que el espíritu del niño le había dicho sobre sus hijos, suponía Eulalia.

La Planchada había hecho algunos intentos de animarla y de convencerla de al menos retomar lo que estaban haciendo antes de todo eso. Asustar de muerte a los vivos intentando ayudarlos parecía una mejor alternativa al estado actual de su compañera. Sin embargo, todos sus intentos habían sido en vano hasta ahora.

Eulalia decidió entonces darle su espacio y su tiempo para que procesara todo a su ritmo. Mientras tanto, ella debía enfocarse en su trabajo. Su pequeña situación con Lloro en efecto provocaba que ser la enfermera amable y optimista que sus pacientes necesitaban, fuera un poco más complicado que de costumbre. Pero no podía dejar que otras preocupaciones menguaran su dedicación; no otra vez...

Aquella noche una semana después, Eulalia salió tarde de su turno autoimpuesto como de costumbre. No le había tocado ir a otra ciudad en esa ocasión, así que optó por realizar una caminata tranquila de regreso a su departamento. Podría así disfrutar un poco de la fría noche, de los susurros lejanos de las almas en pena, de la sensación de soledad y agotamiento, y, por supuesto, intentar despejar un poco sus pensamientos de tantas preocupaciones.

Más adelante en su trayecto, la calle se mostraba totalmente a oscuras, a excepción de una única luz mercurial funcionando cerca de la siguiente esquina. Y debajo de dicho poster, alumbrada con su luz parpadeante, divisó lo que parecía ser una vieja parada de autobús con una banca.

La escena le pareció curiosa, por algún motivo.

Sin pensarlo mucho, le enfermera avanzó lentamente hacia la banca, y se sentó en un extremo de ésta. Casi parecía que estuviera esperando a que pasara el camión, pero no. No existía una ruta para no-vivos en esa ciudad, aunque no sería mala idea que alguien la implementara. De vez en cuando alguno se aventuraba a subirse a un autobús de vivos, pero la presencia de un espíritu en un espacio tan pequeño y repleto, terminaba siendo una experiencia no muy agradable para los vivos.

Eulalia suspiró con pesadez y apoyó su rostro contra sus manos. Contempló pensativa y en silencio el asfalto bajo sus pies como si esperara que algo pasara corriendo por ahí.

La luz de la lámpara parpadeó un poco en ese momento, haciendo que la enfermera instintivamente alzara su mirada hacia ella. La luz siguió agitándose un rato, y luego se apagó abruptamente por unos segundos.

Cuando la luz volvió, ya no estaba sola en la banca.

Eulalia se viró hacia un lado, sorprendida por la figura de largo vestido blanco abruptamente sentada, acompañándola. Aunque claro, su vestido blanco era lo menos llamativo de aquel ser, si lo comparaba con su amplia cabeza de caballo, con ojos negros que miraban fijos a la calle.

—Ah, eres tú, Sigua —murmuró sorprendida la enfermera una vez que la reconoció—. Hacía mucho que no te veía. ¿Dónde...?

Antes de que concluyera su pregunta, la mujer con cara de caballo extendió hacia ella varios objetos alargados que sujetaba con una mano. Eulalia miró aquello, confundida.

—¿Qué es esto?

Tomó los objetos que eran largos y delgados, como palos. Sin embargo al analizarlos, y sobre todo al percibir el aroma que brotaba de ellos, se dio cuenta de qué eran en realidad.

—¿Incienso?, ¿es un regalo? —Se viró de nuevo hacia Sigua, pero su única respuesta fue el silencio habitual de su amiga—. Bueno, ¡muchas gracias! Ya sé qué cenaremos esta noche. Entonces, ¿estuviste de viaje...?

Mientras guardaba los inciensos en el interior de su bolso, su mirada captó una silueta más entre las sombras, a unos cuantos metros de la parada de autobús. Al inicio creyó que era un vivo, pero por la forma en la que observaba en su dirección le pareció que no era el caso. Parecía ser una chica de cabellos negros, largos y lacios, vistiendo también una gabardina larga color gris. Lo más llamativo, sin embargo, era que llevaba su rostro, o al menos el área de su nariz y boca, cubierto con un cubre bocas color blanco.

Y en efecto, sus profundos ojos claros observaban hacia ellas a la distancia sin intención aparente de acercarse. Aunque, en realidad, a Eulalia le pareció que miraba a Sigua.

—Ah, Sigua... creo que esa chica de allá te está mirando —murmuró la enfermera despacio, señalando en dirección a la extraña—. ¿La conoces?

—Es mi acosadora —respondió Sigua con completa normalidad, a pesar de que dicha respuesta en realidad causó más confusión en Eulalia.

—¿Tu qué?

—Ignórala —añadió Sigua del mismo modo antes—. Yo lo hago.

—¿Que la ignore...?

Eulalia volteó de ver de nuevo a la extraña. Ésta seguía de pie a varios metros de ella, sólo observándolas.

Había escuchado de no-vivos que solían acosar vivos, pero no de no-vivos acosando otros no-vivos... lo que fuera que eso significara.

—¿Por qué te veías tan preocupada hace un momento? —Preguntó Sigua de pronto, al parecer dando por terminado el tema anterior.

—Bueno... —Eulalia vaciló un poco, pero intentó ya no seguir pensando en aquella extraña—. Es Lloro. Verás, Roja aún no nos ha dado ninguna pista sobre el paradero de sus hijos. Y mientras más pasa el tiempo, más me temo que posiblemente no va a encontrar nada. Y lo peor es que hace una semana conocimos a un no-vivo en un cementerio; un niño que al parecer ha ayudado a varios otros a pasar al Otro Lado con sus favores. Y le dijo algo que la dejó preocupada; y de paso a mí también.

Eulalia soltó otro pesado suspiro, y apoyó su rostro en sus manos de nuevo.

—Dijo que si los hijos de Lloro han estado deambulando en la oscuridad por largo tiempo, lo mejor sería que dejara de buscarlos de una vez. Y no tengo idea de qué haya querido decir con eso, pero Lloro al parecer está segura de que es la indicación de algo terrible. Si tan sólo supiéramos dónde encontrar a ese niño para que nos explique qué quiso decir...

La enfermera guardó silencio, cavilando un poco en sus propias palabras, y quizás en alguna solución factible a tal situación.

Y de pronto escuchó a Sigua murmurarle:

—¿Estás hablando de Nachito?

—¿Eh? —Exclamó Eulalia sobresaltada, alzando su mirada de nuevo hacia la mujer cara de caballo—. Espera, ¿tú lo conoces?

— — — —

Lloro había pasado gran parte de los últimos días postrada en el sillón de Eulalia, delante del viejo televisor, y viendo aquella vieja telenovela. Aún no comprendía del todo cómo funcionaba aquel extraño aparato, pero ya no se lo cuestionaba; no tenía energías o ánimos para hacerlo.

En aquel momento, la protagonista del melodrama había perdido la memoria, y su pequeño niño estaba desaparecido, y ella no recordaba nada de él. Claro, pasaban más cosas de fondo, pero la atención de Lloro se había centrado principalmente en esos puntos.

«¿Yo tengo un hijo? —Se cuestionaba la mujer en el televisor con sobreactuada preocupación en su voz—. ¿Por qué?, ¿por qué no logro recordar a mi hijo? ¿Dónde estará mi pequeño...?»

—Yo te entiendo, María Auxiliadora —murmuró Lloro con pesar, teniendo su cara recostada contra el descansabrazos del sillón. Quizás si ella pudiera recordar al menos los rostros de sus pequeños, pero ni siquiera le quedaba ese consuelo.

Aquel pensamiento la agobiaba tanto que la hacía soltar pequeños, pero aun así estridentes, sollozos que de seguro más de un vecino vivo alrededor habrá escuchado con horror. Los rumores sobre los sonidos que venían de ese viejo edificio de departamentos de seguro ya habían comenzado a esparcirse.

Su sesión de lamentación y llantos, así como el soliloquio de María Auxiliadora, fueron interrumpidos cuando la puerta del departamento fue abierta (metafóricamente, pues en realidad no se abrió como tal) y por ella ingresaron dos figuras espectrales que hicieron su presencia notable de inmediato.

—¡Lloro!, te tengo excelentes noticias —exclamó Eulalia con entusiasmo, aproximándose al sillón.

—Me es difícil de creer... —suspiró Lloro con pesar, sollozando despacio mientras miraba aún al televisor.

—Es enserio —añadió Eulalia, y se paró entonces justo delante del televisor, cubriendo su vista—. ¿Recuerdas a Sigua?

Al oír aquel nombre, Lloro alzó su mirada, observando al ser que venía acompañando a Eulalia. La visión de su cara de caballo fue suficiente para sacarla un poco de su aletargamiento, haciéndola sentarse rápidamente derecha en el sillón.

—Ah, sí... eso creo... —murmuró despacio la Llorona, con sus ojos grandes y asustados. No le había tocado cruzarse mucho con aquella mujer en el tiempo que llevaba viviendo ahí con Eulalia, pero siempre le había provocado una sensación bastante... incómoda.

Ignorando un poco la incomodidad de Lloro, Eulalia pasó sin espera a explicar lo que trataba de decirle:

—Ella sabe en dónde podemos encontrar a Nachito.

Aquello fue lo que Lloro necesitaba para al fin ponerse de pie por completo del sillón.

—¿Qué?, ¿eso es verdad? —cuestionó apresurada, mirando a Sigua con expectación. Ésta sólo asintió lentamente—. ¿En dónde?

—Su territorio es un antiguo cementerio —se explicó Sigua de pronto, y como antes el oír su voz brotar de ella sorprendió un poco a La Llorona—, transformado en estos momentos en atracción turística y museo. Se llama Panteón de Belén.

— — — —

Sin más espera, los tres espectros se movieron rápidamente hacia la ciudad en cuestión, usando la habilidad de Lloro para aparecer en un pequeño lago artificial en un parque del lugar, no muy lejos de dónde se dirigían. De ahí, les tocó andar a pie siendo guiadas por Sigua.

Durante su trayecto por las oscuras y frías calles, la presencia de una cuarta no-viva siguiéndolas no pasó desapercibida para La Llorona. La extraña chica de apariencia extranjera y cubre bocas, andaba despacio a algunos metros de ella, manteniendo su distancia pero claramente yendo en su misma dirección.

Lloro estaba segura que no había cruzado el lago con ellas, pero las había comenzado a seguir en cuanto salieron del parque, como si se hubiera materializado entre las sombras de los callejones.

—¿Ella nos está...? —señaló Lloro insegura hacia atrás.

—Es la acosadora de Sigua —murmuró Eulalia despacio.

—¿La acosadora?

La Planchada se encogió de hombros.

—No sé de qué se trata, la verdad. Sólo me dijo que la ignorara. —Se inclinó entonces hacia el frente para susurrarle aún más despacio a su guía—. Sigua, ¿crees que nos siga al interior del panteón? No quisiera poner a Nachito más nervioso de lo que ya se pondrá con la presencia de Llo... —Dejó sus palabras cortadas de golpe, replanteándose rápidamente lo que diría—. Digo, con nuestra presencia, de las tres...

Rio nerviosa en ese momento, mirando hacia otro lado. Lloro la miró, aparentemente sin entender su reacción. Claro, ella no había sido consciente de cómo su forma de actuar había incomodado bastante al joven Nachito aquel día en el cementerio.

—Nunca me sigue al interior de los lugares —murmuró Sigua como respuesta a su pregunta—. Se quedará aquí en la calle.

—Menos mal —suspiró Eulalia, esperando que en verdad fuera así.

Luego de andar un rato, las tres comenzaron a caminar a lado de un muro alto y liso de color rojizo. Y más delante dieron con una entrada elaborada, típica de una puerta de un panteón, con columnas con grabado y un portón negro fuertemente cerrado.

—¿Es aquí? —Preguntó Lloro, curiosa y a la vez dubitativa.

Eulalia se aproximó a ver con cuidado una lápida de piedra a un lado del portón principal, que listaba en letras grandes y mayúsculas: «PANTEÓN STA. PAULA»

—Aquí dice que este panteón se llama Santa Paula —señaló Eulalia, girándose hacia Sigua, quién las había guiado con bastante seguridad hasta ese punto exacto. La mujer con cara de caballo simplemente asintió como respuesta a su cuestionamiento—. Bueno, si Sigua dice que es aquí, tiene que ser aquí.

Los tres espíritus se pararon justo delante de la reja, intentando ver hacia el interior. Sin embargo, más allá de ese portón de acero, sus ojos no-vivos sólo veían una negrura absoluta y profunda que casi las tragaba. Aquello a Eulalia no le extrañó, pero sí preocupó un poco.

—Debemos tener cuidado —le susurró Eulalia despacio a Lloro con tono de advertencia—. Si lo que Sigua dijo es cierto, este panteón podría ser el territorio de Nachito, así como lo es el Suspiro Rojo para Roja. ¿Recuerdas lo que te comenté antes de que entráramos a su hotel la otra noche? Su proyección en nuestro mundo y existencia misma depende del espíritu que lo posee. Roja es un espíritu benevolente, y las puertas de su hotel siempre están abiertas, especialmente para sus amigos. Pero para Nachito, y para el espacio que ha construido dentro de estos muros, podríamos ser simples invasoras.

—Pero es sólo un niño... —musitó Lloro, incrédula de que aquella preocupación tuviera realmente una justificación. Sin embargo, Eulalia negó rápidamente con su cabeza como respuesta.

—Recuerda que nos dijo que era un poderoso espíritu de más de cien años —indicó Eulalia—. Si eso es cierto, sería incluso más antiguo que Roja o yo. Tú eres un espíritu más antiguo y con una leyenda más grande, así que quizás eso te dé ventaja. Pero aun así no debes ser descuidada cuando te adentras al territorio de otro. Sea como sea, debes intentar apegarte a sus reglas.

Lloro caviló un poco sobre aquello que su nueva amiga le acababa de decir. Era verdad que Nachito se había comportado un poco arisco como ellas el otro día, pero se veía que era un buen chico. ¿No había usado uno de sus favores para ayudar a ese niño? ¿Cómo podría alguien que hiciera eso ser un peligro para ellas?

Mientras meditaba en la advertencia de Eulalia, la mirada de La Llorona se centró en la tercera de su grupo. La mujer con cara de caballo estaba de pie a su lado, y seguía viendo fijamente al portón, sin que sus grandes ojos negros pestañearan siquiera.

—¿Y qué hay de ella? —le preguntó a Eulalia muy despacio—. ¿Qué tan antigua es?

Eulalia miró un segundo a Sigua, y luego se encogió sutilmente de hombros.

—En realidad no lo sé. No habla mucho de ella misma, como habrás notado.

A pesar de que hablaban despacio, Sigua aparentemente las había escuchado pues en ese momento se viró lentamente a verlas. Ambas se pusieron tensas ante esto, y se voltearon rápidamente hacia la reja de nuevo, disimulando que la estuvieran mirando siquiera.

—¿Listas? —Les preguntó la mujer con cara de caballo de pronto, a lo que las dos respondieron sólo asintiendo con sus cabezas.

Sigua extendió entonces sus manos hacia las rejas del portón, y lo empujó con fuerza hacia adentro. Las puertas rechinaron, y un resplandor blancuzco surgió del interior, resaltando de toda la oscuridad nocturna. Sigua entró primero con paso calmado, y Lloro la siguió un poco después, aunque más cautelosa en su andar.

Antes de seguir por completo a sus amigas, Eulalia echó un vistazo hacia atrás. La mujer del cubrebocas estaba de pie al otro lado de la calle y miraba en su dirección, pero en efecto no parecía tener intención de seguirlas. Así que sin más, Eulalia se adentró en aquella luz, y las rejas se volvieron a cerrar de golpe a sus espaldas una vez que lo hizo.

CONTINUARÁ...

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