Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 01. ¿Cuál es tu nombre?

El Club de las Ánimas

Por
Eliacim Dávila

Capítulo 01
¿Cuál es tu nombre?

El espectro no supo cuándo ocurrió exactamente. Sin embargo, cuando se dio cuenta, el espíritu de aquella enfermera la tenía tomada de su mano derecha, y la guiaba con suavidad entre la neblina, calle abajo. Sus pies se movían por sí solos, sin saber exactamente qué debía hacer o decir para oponerse, o si acaso oponerse era lo que quería.

Hacía mucho tiempo de la última vez que alguien se le había acercado, o dirigido la palabra, como para llegar a una situación así. Aquel era un terreno que le resultaba casi por completo desconocido.

—¿A dónde vamos...? —Preguntó el espectro de negro, con temor en su voz.

—Ya te dije —respondió divertida la muchacha de blanco—. Vamos a mi departamento para que podamos hablar tranquilamente.

—¿Tienes un departamento...? —Pronunció el espectro, sorprendida.

—¡Sí!, es bastante amplio y de renta accesible.

—¿Pagas renta...?

Luego de unos minutos, las dos se encontraron justo enfrente de un viejo edificio, sobre una calle sin luz. La muchacha dirigió a su invitada hacia el interior del inmueble a través de unas rejas oxidadas, cerradas con gruesas cadenas y un candado. Poco después comenzaron a subir por unas viejas escaleras que, si acaso alguno de los dos espíritus hubiera tenido un peso real, posiblemente éstas se hubieran desmoronado debajo de sus pies.

—Ahora vivo sola —comentó la muchacha de blanco mientras subían—. Pero hace mucho compartía casa con una linda familia, pero se fueron porque decían que aquí los asustaban. Es extraño, pues a mí nunca nadie me ha asustado desde que vivo aquí.

Una vez que llegaron al tercer piso, caminaron por el pasillo hasta la segunda puerta con el número 28. La muchacha de blanco no uso ninguna llave, pues con tan sólo posar su mano en el pomo la puerta se abrió.

El departamento era amplio, como había dicho. Y también era oscuro, con sábanas polvorientas cubriendo los gastados muebles, telarañas acumulándose en los rincones, junto con manchas de humedad y pintura descarapelándose en las paredes.

Era hermosísimo.

—Pasa —le indicó la muchacha al espectro, y ella se dirigió hacia otra habitación que parecía ser la cocina—. Toma asiento, yo enseguida vuelvo.

El espectro aún no comprendía qué hacía ahí, pero igual hizo lo que le habían indicado. Caminó hacia uno de los sillones cubiertos de la oscura sala, el más largo de ellos, y se sentó en uno de sus extremos, levantando motas de polvo que surcaron el aire.

Suspiró con cansancio y tristeza, y no tardó mucho en volver a sollozar. Se cubrió el rostro con ambas manos, dejando escapar alaridos similares a los que había soltado en la calle, pero relativamente más despacio. Pero podrían haber aumentado de volumen fácilmente, sino fuera porque algo la distrajo en ese momento.

No estaba sola en esa sala.

No estaba sola en ese sillón.

Apartó sus manos de su rostro y se viró lentamente hacia su izquierda. Y ahí divisó a otra persona, sentada en el otro extremo del sillón, y que podría haber jurado que no estaba ahí cuando entró. Al inicio no pudo entender con claridad su forma, pero poco a poco logró darse cuenta de que se trataba de una mujer.

Aquella extraña tenía el cuerpo delgado, piel morena y hermoso cabello negro largo. Usaba un muy ligero vestido gris, y sus pies estaban descalzos. Era hermosa... salvo por el pequeño detalle adicional de que su rostro era enteramente el de un caballo café, con ojos grandes y negros, enfocados fijos al frente. Estaba totalmente quieta, como una estatua o un maniquí.

—Ah... ¿Hola? —Susurró vacilante el espectro de negro, pero la mujer con cara de caballo no reaccionó. Se quedó mirando fijamente en la misma dirección sin moverse, apenas parpadeando de vez en cuando.

Un poco incómoda, el espectro de negro se apartó lo más que aquel sillón le permitió.

—Disculpa —pronunció con la suficiente fuerza como para que su anfitriona la pudiera escuchar—. Hay alguien más aquí...

La muchacha de blanco asomó su cabeza por la puerta de la cocina para ver.

—Ah, hola Sigua —exclamó la enfermera con completa naturalidad—. No sabía que estabas aquí. ¿Quieres una taza?

La cabeza de caballo de aquella mujer se movió hacia arriba y hacia abajo, y por algún motivo el que se moviera repentinamente le causó aún más incomodidad al espectro de negro de lo que le causaba que estuviera quieta. La muchacha de blanco volvió a perderse detrás del muro, antes de que el espectro pudiera preguntarle más o decir algo.

Los siguientes minutos resultaron más largos de lo esperado, en los cuales ambas mujeres en la sala sólo se quedaron ahí sentadas, sin decir ni hacer nada. El espectro salido del agua ya ni siquiera se sentía con ánimos de llorar... por el momento.

Su anfitriona reapareció al fin, cargando en sus manos tres pequeñas tazas de color blanco.

—No te asustes —comentó la muchacha, quizás notando el aire denso que había envuelto la sala—. Ella es Siguanaba, pero le decimos Sigua de cariño. Es una muy buena amiga mía que a veces viene de visita. No habla mucho, pero es muy agradable.

El espectro miró de reojo a la mujer cara de caballo, aparentemente llamada Sigua. Ésta no reaccionó siquiera cuando se refirieron a ella directamente.

La muchacha colocó sobre la mesa de centro las tres tazas. Sin embargo, éstas en su interior no tenían líquido alguno. En su lugar, cada una tenía adentro una pequeña veladora. Con un fósforo que raspó contra la mesa, la enfermera encendió las mechas de las veladora, y cada una emitió una hermosa luz anaranjada que alumbró el lugar.

Pero algo más pasó.

De aquellas pequeñas llamas comenzó a surgir humo. Pero no era un humo ordinario, pues parecía más como una densa neblina blanca que flotaba sobre la taza dando vueltas lentamente. El espectro vio aquello, fascinada.

Notó entonces que Sigua al fin se movió, y aquello la hizo estremecerse por mero reflejo. La mujer con cara de caballo extendió su mano hacia la mesa, tomando una de las tazas con veladora, y la acercó hacia ella colocándola debajo de su nariz de caballo. Sigua aspiró profundamente por sus grandes fosas, haciendo un sonido un tanto desagradable, y aquel vapor blanco entró en ella.

—Toma —pronunció la muchacha de blanco, extendiéndole al espectro una de las tazas. Ella la tomó, un poco dudosa.

La sostuvo entre sus manos cerca de su regazo, mientras miraba lo que las otras dos hacían. Vio que la chica con traje de enfermera hacía algo similar. Acercó también la taza a su rostro, inclinándola casi como si fuera a beber de ella, pero en su lugar también respiró profundamente el humo blanco que emanaba de la veladora. Una sonrisa de felicidad se dibujó en sus labios, e incluso un poco de color se asomó en sus mejillas.

El espectro, para ese punto más por curiosidad que por otra cosa, acercó su rostro a la taza, y respiró lentamente el humo, aunque no olía a humo en lo absoluto. Sintió como entraba en su cuerpo muerto, provocándole una cálida y agradable sensación por donde pasaba.

Aquello le trajo recuerdos, de cosas que había sentido hace mucho, mucho tiempo, pero que eran similares a eso.

Aspiró de nuevo, ahora un poco más.

Bebida de cacao caliente; eso era lo que le recordaba el respirar aquel inusual humo.

—Entonces, cuéntanos —escuchó que pronunciaba la muchacha de blanco, sacándola unos momentos de ese feliz recuerdo—, ¿qué hacías ahí afuera en el canal? ¿Te caíste o estabas buscando algo? Llorabas muy fuerte, ¿te lastimaste? Creo que mencionaste algo de unos niños...

Su mente divagó unos momentos, como si fuera incapaz de comprender claramente aquella pregunta. Pero al final la comprensión llegó, y con ello el recuerdo de lo sucedido.

Sus ojos comenzaron a ponerse húmedos poco a poco, hasta que gruesas lágrimas brotaron de ellos. Le siguió entonces un fuerte alarido, y luego uno aún más fuerte. Todo aquel ser vivo o muerto que estuviera cerca de esa calle lo habría oído, y tomado la sensata decisión de salir corriendo de seguro. Sin embargo, Sigua y la muchacha de blanco sólo pudieron taparse los oídos.

La mujer de negro siguió llorando y sollozando con fuerza, y no parecía que fuera a terminar pronto.

—Tranquila, tranquila —musitó despacio la muchacha de blanco, y rápidamente se le aproximó y se sentó a su lado, rodeándola con su brazo para reconfortarla—. Lo siento, supongo que es un tema delicado. Mejor empecemos con algo más sencillo, ¿sí? ¿Cuál es tu nombre?

El espectro poco a poco fue tranquilizando sus llantos, lo suficiente para poder hablar mínimamente claro.

—¿Mi... nombre...? —Susurró entrecortada mientras se tallaba sus ojos.

—Sí. Yo me llamo Eulalia, por cierto. ¿Tú cómo te llamas?

—¿Eulalia? —Repitió el espectro como si intentara comprender algún misterio detrás de aquella palabra, aunque fuera tan sólo un nombre.

Un nombre...

El nombre de esa muchacha...

Y el nombre de ella era...

La atención de la mujer de negro se centró en el vapor de su taza, y en su casi hipnótico movimiento.

—Yo... No lo recuerdo —susurró despacio tras un rato de meditación—. No recuerdo mi nombre...

Aquello pareció tomarla a ella misma por sorpresa. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo que pensar en su propio nombre? Había sido hacía bastante al parecer, para que no hubiera podido percatarse antes de que no lo recordaba.

—Tranquila, eso es normal —le susurró la muchacha, que ahora sabía se llamaba Eulalia aunque no supiera su propio nombre—. Es bastante común que los que son como nosotras olviden parte de su vida cuando pasan a la no-vida. ¿Tendrás quizás algún sobrenombre?

—¿Sobrenombre? —Repitió la mujer de negro.

—Sí, a mí a veces me llaman La Planchada, aunque no entiendo por qué.

Al mover su mano, algo de la cera de la taza de Eulalia cayó justo sobre su pantalón blanco, manchándolo. La muchacha vio esto, pasó su mano por esa área, y en un parpadeo la tela volvió a estar impecable y brillante.

Algo tan limpio y sin arrugas sólo podía existir en la no-vida.

—Entiendo... —Asintió la mujer negro—. Bueno, he escuchado a muchas personas gritarme en la calle: ¡¡LA LLORONA!! —Exclamó alzando fuertemente su voz, similar al volumen de sus alaridos anteriores, y causando la misma reacción en Eulalia y Sigua—. Pero odio que lo hagan... ¿Por qué son tan groseros...?

Su tono de voz había vuelto a la normalidad, así que las otras dos se tomaron la libertad de descubrirse los oídos de nuevo.

—Ah, la Llorona —susurró Eulalia, y aspiró un poco más de su humo... sólo para soltarlo de golpe por la tremenda impresión que la invadió abruptamente—. ¡Espera!, ¡¿qué?! —Ahora fue ella quien alzó la voz.

La enfermera se puso de pie casi de un salto, colocándose delante de su invitada, encarándola. La mujer de negro se hizo hacia atrás, intimidada, pegándose contra el respaldo del sillón.

—¡¿La Llorona?! —Exclamó Eulalia, atónita—. ¡¿Tú eres LA Llorona?!

—No sé... ¿supongo?

—No es cierto, no puede ser. Estás haciendo un chiste, ¿verdad?

—¿Chiste...? ¿Cómo se hace eso...?

¿Eso podría ser también un chiste...?

No, no lo era.

Estaba siendo sincera, y Eulalia lo supo.

Y entonces todo cobró bastante sentido.

—¡Claro!, ¡¿cómo no me di cuenta?! El agua, los llantos, el ¡Ay, mis hijos!, tu apariencia... ¡Eres La Llorona!

—No tienes porque tú también ser grosera... —Farfulló despacio la mujer de negro, agachando su cabeza con tristeza, y posiblemente estando a punto de volver a llorar.

—Lo siento, lo siento. Quiero decir que eres de la que tanto he oído hablar, la famosa Llorona.

La mujer de negro alzó su rostro de nuevo, notándosele perpleja por esa última afirmación.

—¿Soy famosa?

—¡Por supuesto que sí! ¡Hasta te han hecho películas!

—Oh, grandioso... —una pequeña sonrisita se dibujó en sus labios—. ¿Qué es una película?

Eulalia se forzó a calmarse, y se sentó de nuevo en el sillón individual. Sujetaba la taza entre sus manos, y respiraba lentamente de ella.

—Comenzaba a pensar que no eras real —explicó Eulalia—. No conocí antes a un no-vivo que te conociera de verdad, sólo relatos del amigo de un amigo. Eres como una Leyenda de Leyendas. Y no tengo más que una veladora pequeña que ofrecerte.

—Está bien, enserio... es deliciosa —se apresuró la, aparente, Llorona a responder, y volvió entonces a aspirar de su taza. Esa sensación cálida le trajo paz una vez más.

—Pero, ¿por qué siempre te has mantenido tan alejada? ¿Qué has estado haciendo todos estos años de no-vida?

Eulalia la miró fijamente con curiosidad, y La Llorona en primera instancia no estaba segura de qué responderle.

—¿Todos estos años...? —susurró despacio, intentando en su mente calcular en verdad qué tanto tiempo había pasado.

¿Años?, ¿quizás siglos?

Pero fuera el tiempo que fuera, sí tenía claro lo que había estado haciendo, sin descansar ni un sólo día, hasta ese pequeño momento:

—He estado buscando... a mis hijos...

Y en esa ocasión no hubo llanto; al menos, no aún.

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro