Capítulo 5
Inar parece un caballo de apuestas moviéndose a lo largo de la estación, y yo hago lo que puedo para seguirle el paso, aunque definitivamente mi fuerte nunca ha sido la velocidad. Una cosa es levantar sacos de semillas y cargar a los cerditos bebé, pero no soy capaz de correr decentemente.
Cuando llego a la salida, Inar ya se encuentra conversando con el chico de la foto, se dan un apretón de manos en forma de saludo, hasta parece que se conocieran de toda la vida mientras conversan.
Hago el mejor esfuerzo en calmar mi agitada respiración, apoyando las palmas en mis muslos con las rodillas algo flexionadas. La mala cara que le dedico al pelinegro es pronunciada, ni siquiera candado. esta perfectamente bien, como si no hubiese dado saltos de gimnasia hace menos de tres segundos.
—Ella es Alvana —Dice Inar con una sonrisita. Se está burlando de mí. —Diría que es como mi segunda al mando, ya sabes los voluntarios tenemos un rango.
Mi boca forma un perfecto circulo de la impresión ¿Este chico va enserio?
El rubio -quien por el papeleo sé que se llama Tadeo- me mira con simpatía pero estoy muy ocupada mandando dagas imaginarias con los ojos en dirección a Inar.
Tal vez esa debió ser mi clave para detectar que algo andaba mal en mí. Tadeo era un bombón rubio con un cuerpazo formado y unos pocos metros menos que Inar, una sonrisa de comercial de dentífrico y unos ojazos brillantes en un tono avellana delicado. Y yo ni le presté atención porque ya estaba -en una pequeña cantidad- fascinada por Inar.
¿Ven? Las conexiones son rápidas pero eso no significa que sean exitosas...
—¿Segunda al mando? ¿De verdad? —Inar ríe y los hoyuelos enmarcan los costados de su boca, hay brillo en sus ojos.
Por alguna razón siento una extraña sensación de calor. Tal vez esté relacionada con el hecho de que la incomodidad se evaporó, al menos por un momento.
—Mucho gusto. —Le digo algo rubio. —Yo soy Alvana Sifuentes, la voluntaria encargada.
Toma la mano que le ofrezco con educación y luego captura el dorso para plantar un beso en ella. Me sonrojo inmediatamente. Es un gesto anticuado para alguien de veintitrés, pero muy lindo.
Inar levanta una ceja. —Un placer Alvana, Tadeo Santorini.
El codazo que recibo a continuación me divierte enormidades. —¿¡Con él si eres amable!?
Descanso sobre mi espalda usando la noche estrellada como un escudo. El cielo está tan oscuro que provoca que la luna resalte aún más, literalmente lo único que soy capaz de escuchar son los ruiditos de los animales al fondo, sobretodo el ulular de un búho, quien es mi compañía.
Esta noche es uno de esos momentos en donde no puedo contenerlo todo, los recuerdos, las sensaciones, la nostalgia y el anhelo se apoderan de mi vida por instantes breves y me hacen ser una cáscara vacía que solo busca paz.
¿Sabes? quiero creer que cada persona en el mundo tiene su lugar seguro, ese al que acude cuando necesita calma, tranquilidad. Donde puede ser si mismo sin que nadie lo juzgue, donde simplemente colapsa porque necesita un respiro de pretender.
También quiero creer que es fácil para cualquiera llegar allí, pero sé que muchas veces no es así, hay aquellos que convierten a una persona en su lugar seguro: Un amigo, una madre, una hermana o una pareja... Y cuando esta ya no está, se quedan a la deriva, con la soledad de sus recuerdos y el incómodo palpitar doloroso del corazón destrozado.
Conozco bien las consecuencias...Lo sé porque Damián era mi lugar seguro.
Sin embargo, ahora me he asegurado de que mi lugar esta vez sea una locación. Aquí en el tejado de la propiedad de los Rosales, encontré toda esa serenidad que necesitaba, con el frío a través de mis huesos y las lágrimas secándose por el viento.
Me incorporo, abrazando mis rodillas pegadas al pecho y susurrando inaudibles que seguro son lamentos repetidos, de ante mano sé lo patética que puedo lucir, lo necesitada y desesperada porque me quiera alguien que ya se olvidó de mí.
¿Pero cómo le explicas a tu corazón que a quien ama y una vez lo correspondió, ha dejado de hacerlo?
Si tan solo supiera la respuesta...
Estoy perdida, más ahora cuando el segundo día de cada mes se ríe de mí, torturándome. Un día que compartíamos celebrando nuestra unión, ahora parece tan amargo que logra crear un nudo en mi garganta impidiéndome respirar.
Si me esfuerzo lo suficiente aun puedo sentirlo, oler su aroma, y revivir como una masoquista los detalles que me orillaron a enamorarme perdidamente de él, la manera en la que su roce causaba estragos en mi ser.
Pero la parte sensata de mí, me grita que no hago más que dañarme, impedir que mi vida continúe, otorgándole más poder del que de por sí, ya tiene. Esa parte me ruega que me levante del tejado y ocupe mi mente en algo, lo que sea.
Y la ignoro, porque no me siento lista para deshacerme de mis recuerdos hoy, porque la noche está perfecta, igual a las que pasábamos, en donde por horas podíamos hablar de lo que fuera.
En la cocina de Tania todo está perfectamente acomodado, desde las tazas de cerámica hasta los platos con motivos florales, Adrián mira a su esposa divertido, mientras ella parece un robot multitareas yendo de allá para acá.
—¿Segura que no quiere que le ayude? —Pregunto por milésima vez, a lo que me gano una mirada de reprimenda.
—¡Que va! La cena del voluntario nuevo tiene que ser preparada por mí.
Adrián se ríe, mientras con un bastón de zanahoria me apunta. —Considérate desplazado. —Se ríe de mi expresión de asombro y luego se echa el bocadillo a la boca.
—Bájenle a la cháchara y pongan la mesa que esto ya está listo. —Silencia Tania, me recuerda a mi madre, ella siempre que está ocupada en la cocina, se convierte en un militar dando órdenes.
Tadeo entra justo cuando Tania sirve el último plato y Adrián le pregunta qué tal le ha parecido su habitación, el lugar es grande así que podemos tener nuestro espacio individual y eso me parece genial.
Por otro lado, el manjar frente a nosotros es un apetitoso pollo al horno con verduras ahumadas y puré de papas, hay salsa y tomates rostizados y aunque la vista es suficiente para que no quiera despegar los ojos del festín, el asiento vacío de Alvana me hace fruncir el ceño.
Pero es el rubio quien pregunta por ella con la boca llena. —¿Y la chica?
Tania le da una mirada dulce y Adrián se remueve en su silla. De pronto el ambiente se percibe tenso como cuando ocurre una indiscreción.
La mujer empieza a servir el jugo en los vasos. —De seguro se le ha hecho tarde, ya vendrá. —Pero el tono en su voz no devela eso, sino una afirmación no dicha de que no veremos a la castaña cobriza en lo que queda de la noche.
Parece suficiente respuesta para Tadeo pero no para mí. ¿Por qué razón se perdería tremenda comida?
—¿Se encuentra bien ella?
Adrián me mira por largos segundos, analizando mi pregunta, parece preocupado y lo deja claro cuando hace ademán de levantarse. —Debería ir a ver si todavía está arriba.
Tadeo que nos ignora y se atiborra de comida, el formalismo definitivamente lo abandona cuando come.
—¡Esto está buenísimo, Señora Tania!
Ruedo los ojos pero la mujer le agradece con una mueca ausente, su mirada oliva no deja la de su esposo. —Termina de cenar amor y luego subes, estoy segura de que ya debe haber bajado.
Eso tranquiliza al moreno pero se ve cansado y me siento mal porque Alvana los tenga preocupados, por ello y no por otra cosa. —Si quieren me dicen donde está y puedo ir a chequear por ustedes, de esa manera cenan y descansan.
Me encojo de hombros para restarle importancia. Mi mirada viaja entre ambos, que comparten un silencio de confabulación pero una pequeña sonrisita se extiende por sus mejillas.
Los escalones de madera se ven inestables y cuando coloco un pie en ellos me convenzo de que en efecto pueden romperse en cualquier instante.
El techo es del mismo material fijo, con pequeñas ranuras en las que puedes apoyarte y a diferencia de las escaleras se ve fuerte, es inclinado de la típica forma en V boca abajo a excepción de una sección plana que resulta ser la cubierta de un balconcito.
Y allí acostada boca arriba, está Alvana.
En la oscuridad su cabello parece negro y levemente naranja en algunas zonas iluminadas,las sombras juegan con su rostro y crean una ilusión de ojeras, sus pómulos una vez rojizos carecen de ese matiz, solo portan la misma redondez, luce como se vería la tristeza si fuese una persona, con esos parpados cerrados y esa mueca inanimada.
Busco una manera de despertarla que no sea extraña, mientras me siento al lado de ella, como duerme su pecho sube y baja pausadamente, admito que me encuentro algo hechizado por sus rasgos, por segundos me pierdo en la curva de sus labios.
La imagen de Lizzy llega a mi mente como una bofetada y siento culpa. ¿Que hago viendo a otra mujer de esta forma?
Sacudo la cabeza como para deshacerme del pensamiento y estiro la mano para tocar el hombro desnudo de Alvana, solo así me percato de que tiembla del frío, ella abre los ojos, ese café oscuro me mira desorientada y luego se levanta de sopetón.
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