Capítulo 1
El incómodo rastro de sudor se desliza por mi frente y me obliga a pasar la mano de nuevo por la zona. Hace tanto calor que estoy segura, se podrían freír huevos en el tejado.
El jumper está hecho un asco, lleno de tierra y pintura de aceite, quiero darme un baño, casi puedo pretender que las gotas de la regadera caen encima de mí...Pero lo más cercano es el batir del agua que quedó en las ramas de los tomates.
Coloco las verduras rojas en la cesta y suspiro. Esta es la gloria de la última labor del día; Poder tener una cita con mi cama, un libro y algo de té helado.
El camino desde el huerto hasta la cocina de Los Rosales es corto, pero me encuentro exhausta, arrastrando las botas de trabajo como dejando claro a nadie en específico mi cansancio.
Recuerdo que en mis primeros días aquí, me sentí intimidada por la
gigantesca casa seccionada, solía perderme en los pasillos y sin lograr hallar mi camino a la habitación.
Descubrí que la cocina (uno de mis lugares favoritos), tenía una puerta trasera que daba al huerto, y así acortaba camino entre las labores.
Al entrar el ambiente abierto y moderno contrasta mucho con el exterior campirano. Todo perfectamente organizado, por la misma figura regordeta que se encuentra de pie a un lado de la estufa.
Tania me sonríe al entrar y yo voy hacia ella para besar su mejilla en un saludo. Es de esas mujeres que las ves y te parecen tan adorables que es imposible no acompañar la escena con un "aw".
Coloco los tomates en la mesilla y la miro bien. —Ya terminé en el huerto. ¿Necesitas ayuda con algo más?
No sabría explicar, pero tenía un rostro tan amable, que era caso perdido decirle no; E internamente esperaba que la respuesta fuera una despreocupada negativa, como siempre. Pero en su lugar la ojiverde me da una sonrisa de disculpa y se limpia las palmas con el pantalón de tela pana, aun cuando tiene puesto un delantal de tacitas.
Este momento me gusta titularlo como: El día que comenzó todo.
Porque si bien este día no me rompieron el corazón, ese ya estaba roto hace mucho. Particularmente, este jueves por la tarde, recibí una noticia que no esperaba.
La señora Rosales entrelaza las manos en un gesto nervioso, ¿Por qué está nerviosa?
—Muchas gracias, Alvana...—Por el tono de su voz, mis hombros decaen, hay varias cosas que he aprendido estos años y una de ellas es el tono de voz que Tania utiliza para pedirme algo que no me agradará.
La cosa no es que no quiera ayudar pero estoy agotada, me vendría de maravilla mi ansiado baño y ahora que lo pienso hace un tiempo no llamo a casa.
—¿Te podría pedir un último favor?
Y ahí está, con los labios fruncidos ya soltó lo que temía, frunzo ligeramente el ceño. Ella es más pequeña que yo, lo cual es poco teniendo en cuenta mi estatura de metro, cincuenta y siete, tiene el cabello azabache salpicado con visibles rastros de canas adjudicados a su edad, hay pequeñas arrugas en su rostro y su mirada esmeralda es tan noble y sincera que se me hace imposible negarme (es que no se puede) aunque esté muerta por la rutina de hoy.
Le brindo mi mejor sonrisa de tercera finalista en concurso de reinado. —Claro Tania, dime lo que necesitas.
Después de media hora observando autos ir y venir, he llegado a la conclusión de que no poseo el don de la paciencia, tampoco el de la admiración por lo vintage. Si es que así se le puede llamar a este lugar. Tan solo esta área en donde estoy tiene un aspecto deteriorado y casualmente colorido, como si se tratara de un pueblito.
Aunque corre el mes de octubre, hay muchas flores en las esquinas recortadas de las aceras. Parece que las estaciones climáticas no son relevantes en Elavec, traducción: Es un constante verano tropical.
El reloj en mi muñeca marca las tres y cincuenta de la tarde, tengo ya mucho tiempo esperando en las afueras de la parada de buses; Según la amable mujer que atendió mi llamada, enviaría a un encargado en mi búsqueda, pero hasta ahora va con mucho retraso.
Mi voz interior me reprende: Un comienzo es un comienzo, no empieces con la negatividad desde ahora.
Lo que me hace recordar que tampoco poseo el don de la positividad.
Acomodo mejor la valija para sentarme en ella.
-Las bancas de espera están llenas de turistas- el equipaje pesa, pero no he traído muchas cosas, mi cámara, algo de ropa, la verdad he dejado bastante atrás, más de lo que me gustaría admitir.
Aunque no hace falta mucho para recordar, el avioncito de plata que cuelga de mi cuello es suficiente, balanceándose como en burla hacia mis intentos de avanzar.
Estoy entretenido contando los vehículos azules como un crío cuando una chica de cabello enmarañado hace que detenga mi acción, viene al trote con las mejillas rojizas del esfuerzo, da gracia ver lo apurada que va, pero hay pequeñas manchas de tierra y pintura en su ropa, lo que me hace arrugar la nariz.
Luce como salida de una granja, y no puedo como persona observadora, ignorar el contraste que hace conmigo, que grito ciudad por cada poro, con los jeans oscuros y la perfecta camiseta blanca, que si hubiese una ligera anormalidad en ella, ya me estuviera cambiando.
—¡Hasta que te encuentro! —Suelta, aliviada al verme y enarco una ceja, lo que obtiene como respuesta una mirada curiosa.
De cerca se puede apreciar lo linda que es, la piel clara con un ligero trazo de pecas o ¿manchas?
Al no tener respuesta, me mira expectante, solo le falta hacer señas con las manos para captar mi atención. Enarco una ceja mientras tengo el diálogo mental más extenso de la historia. Sé que estoy pasando por maleducado pero siendo honesto, no tengo idea de cómo lidiar con un acercamiento tan...Atípico.
—Este eres tu ¿no? —Su voz me hace dejar de detallarla, sostiene el móvil entre sus dedos, sus uñas están pintadas de un amarillo pastel, rio para mis adentros, de alguna forma tiene sentido.
En el móvil hay una foto mía, es una reciente, creo que de mi última publicación en Instagram.
Esta vez mi ceja se curva aún más alta. (Si es que es posible) ¿Esta chica sabe que esto luce algo (MUY) intimidante?
—No sabía que tenía una acosadora.
Lo digo a manera de broma, pero ella me mira mal, con dos rendijas por ojos, su cabello se alborota con el viento, de un color caramelo tostado casi como el cobrizo, rayando el límite de una pelirroja, sus labios carnosos se fruncen. Sería ideal para fotografiarla.
—¿Sabes lo estúpido y maleducado que luces, al llamar a quien no conoces una acosadora? —Cambia su peso de un pie a otro, acusándome. —
¿Estas aquí para el voluntariado de Workship, cierto?
Asiento lentamente, las piezas empiezan a caer en su lugar y me encuentro avergonzado.
Me mira con suficiencia. —Bien, estoy aquí para llevarte a la residencia de Los Rosales. Soy la encargada que envió Tania. —Sin esperar que le responda se da la vuelta y camina en dirección a la plaza de estacionamiento.
Me quedo en shock, sin avanzar hasta que ella ya se ve pequeña a través de la calle. Corro detrás de la cobriza por dos razones: No conozco a nadie en este país, y ella parece confiable, o quiero creer que lo es.
Sin duda esperaba otro tipo de recibimiento, tal vez alguien en uniforme con un cartel y planillas, una persona que pidiera identificación o siquiera un "Mucho gusto" pero mientras divago, más me cuesta alcanzarle.
Arrastro la valija casi sin aliento cuando se detiene, subiéndose a una camioneta pick-up de gran tamaño, de un color amarillo brillante, parece tener manchas marrones, no obstante cuanto más detallo, me doy cuenta que se trata de girasoles ilustrados, no puedo evitar reírme, al parecer el amarillo es un tono relevante para ella.
Que pintoresco...
Al menos espera a que suba ya que el motor cobra vida pero se mantiene dentro, yo echo el equipaje en la parte descubierta de atrás y subo al asiento de copiloto, no me permite ni cerrar bien la puerta porque enseguida hace el cambio de palanca y salimos de la parada de buses.
A riesgo de sonar machista, maneja como un camionero.
Hay un sol brillante, el calor es fuerte, el clima veraniego es simplemente palpable con cada respiro, y por supuesto el vehículo no tiene aire acondicionado, mi camisa de algodón se pega a la espalda y los asientos deshilachados de la camioneta tampoco ayudan.
No me muerdo la lengua -como debería.- porque soy obstinado. —¿Generalmente son así de profesionales cuando buscan a sus voluntarios?
Ella bufa pero no responde, en cambio su ceño fruncido se pronuncia. Estoy tentado a decir algo más, pero la cobriza toma una curva en el camino, sin frenar, haciendo que mi cara choque contra la esquina de la ventana que yace abierta.
Llevo una mano a mi frente, sin poder creerlo, pensaría que fue un accidente si no estuviera viendo su sonrisa de satisfacción.
Ella retira la vista de la carretera por un momento y me ofrece una mejor vista de la sonrisa brillante, casi cegadora en donde sus mejillas adquieren redondez.
—Generalmente nuestros voluntarios son personas agradables.
—Me quedará una marca.
Levanta una ceja. —Si te preocupa una marca en tu frente no creo que estés preparado para un voluntariado.
Me mira por segundos con una visible diversión y me es imposible no sonreír de vuelta.
En otras circunstancias respondería con un mal comentario, haciéndole justicia a mi insoportable personalidad. (Como es descrita constantemente) sin embargo, me parece mejor disfrutar del momento.
—Mi nombre es Inar. —Me encojo de hombros. —Ya que soy un maleducado, al menos debería presentarme.
—Sé cuál es tu nombre, tengo la forma de voluntarios.
—Normalmente cuando alguien se presenta, lo que sigue es una presentación de la otra persona ¿sabías?
Se hace la sorprendida, aún con la mirada fija en la carretera. —¿De verdad? ¡No lo sabía!
No respondo pero ella tamborileando los dedos en el volante responde; —Me llamo Alvana.
No me doy cuenta del tiempo qué pasa pero cuando los portones de hierro se asoman entre la vegetación, supongo que hemos llegado. Solo hay un pasaje de tierra en donde transitan autos, asumo, ya que todo lo demás son hectáreas a mi parecer infinitas de verde.
Quiero detenerme para ir en búsqueda de mi cámara, quiero retratar todo lo que veo, millones de flores, frutas y demás decoran el lugar, y al parecer no estamos ni a la mitad de la propiedad.
La chica ríe, y me obligo a mirarla, es apenas una risita, como un ronroneo casi un susurro, sé que ha visto mi cara de impresión, que no es para menos con esta vista.
—¿Hermoso no es cierto?
Por un segundo me olvido del paisaje de Elavec y me concentro en ella, que está enfocada en estacionar el auto.
No recuerdo cuando fue la última vez que me reí así, aunque fuera poco, parece extraño, mucho.
No aparto la vista de ella cuando respondo:
—Totalmente.
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