EDA
Bila abrió la puerta del cuarto de limpieza y miró afuera, escrutando el pasillo en toda su extensión. Zeke me dedicó una mirada seria.
—¿Estás segura de esto?
—No—admití—, pero es lo que tenemos que hacer.
Por lo que me parecieron dos largos minutos, se me quedó viendo, como buscando en mi algo que le diera la señal de abortar la misión, pero sólo debio encontrar la mascara de seguridad que había puesto sobre mi, por que soltó un pesado suspiro y salió detrás de Bilal.
Yareth me observó unos minutos en silencio y luego se quitó los anteojos.
—Perdóname, por favor.
—No es momento para eso.
—En serio—el colocó una mano sobre mi hombro y me miró a los ojos. Supuse que la falta de anteojos no le complicaba mirarme, pues en realidad al mirarle sin los anteojos, sentí como si fuera la primera vez que estabamos frente a frente sin barreras—. Fui un cobarde Edahi, lo siento con toda mi alma. Debí enfrentarlo, debí hacer algo por ti y por Yuma. He...he estado soñando con Imari estos días.
Pestañeé, convencida de esos no eran solo sueños.
—¿Y qué te dijo?
Pestañeó y negó con la cabeza.
—Nada, en realidad, pero me muestra....—movió la mano, haciendo círculos junto a su cabeza—es la misma cosa que se repite una y otra vez—guardó silencio y parecía resignado—. Si no salgo de aquí...
—No digas eso—dije de forma cortante—, sabes que es de mala suerte.
Sopló una risa.
—Sólo quiero que sepas que no he sido un buen hermano y soy consciente de ello. Yo, soy el más egoísta de todos. Quiero que sepas que aquella noche en que padre te cortó, todo fue un plan de Imari.
Me estremecí, cuando los recuerdos volvieron, tan dolorosos como la noche en que se formaron. Había despertado en la biblioteca, supuse que me desmayé después de la primera ronda de golpes de Zolin. Había entrado a mi habitación, me agarró desde la raíz del cabello y grité cuando me sacó de la cama y comenzó a soltar golpe tras golpe contra mi. No supe que había pasado hasta que desperté en la biblioteca.
Mis hermanos estaban allí, mirándome con desprecio.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de alejar los recuerdos.
—Yareth, no...
—Todos te dijimos cosas horribles.
"Maldita perra"
"Asesina"
"Espero que ardas en el infierno"
La imagen de Yuma, en una esquina de la biblioteca mientras decía esto ultimo provocó que me sintiera débil. Recordaba que él estaba herido, pero no sabía por qué. No me paré a pensar en ello, pues Imari vino hacia mi y...
—Él te abofeteó para desviar la atención de Zolin y lo convenció de que debía expulsarte.
Sí, recordaba eso. La bofetada había dolido tanto que me tiró sobre la mesa en la que estaba y comencé a gimotear, de miedo. Luego me agarró del brazo para llevarme ante Zolin, quién estaba en la puerta, mirándolo todo con satisfacción. "Expúlsala" le había dicho ". Vivir con esta culpa será un castigo mejor que la muerte".
—Padre...Zolín quería matarte. Ya lo estaba haciendo, pero Yuma evitó que lo hiciera y te llevó a la biblioteca. A mi Imari se le ocurrió pedir que te expulsara, de lo contrario, iba a matarte. Él quería salvarte, incluso después de averiguar que estabas bajo la tutela de una bruja en Nueva York, no le dijo a nadie.
Me abracé a mi misma. Las voces de ultratumba de mis hermanos la noche en que casi muero eran claras todavía. Yareth continuó.
—Pero yo he sido egoísta, estaba actuando por mi propio bien, al menos hasta hace algún tiempo. No te he contado que iba a casarme. Ella era...ojala la hubieras conocido.
—Lo sé. Yuma dijo que le habías contado sobre mi.
Se veía afectado. Tuve que respirar profundo varias veces para lograr salir de aquella biblioteca en mi memoria. Pero algo se sentía diferente. Las palabras de Yareth, quizá habían ayudado un poco, porque al salir de de aquellos recuerdos, la opresión en mi pecho ya no era tan fuerte.
—Sí. Le dije lo que había pasado y ella...me dijo que cómo iba a confiar en mi si no podía querer a la sangre de mi sangre, si no podía defenderla de algo como lo que pasó. Ella intentaba salir de su clan y creo que para ella, entrar al clan de las mariposas como una esposa, era lo mismo que seguir viviendo en el clan de los osos como hija, como mujer. Quizá le resultó incluso peor. Una noche ella...—negó con la cabeza y apartó la mirada, cuando volvió a hablar, su voz sonaba diferente, como contenida—. Ojala me hubiera dado cuenta de cómo se sentía, pero siempre parecía tan feliz, o quizá no quise darme cuenta,
—Lo que le pasó a ella, no es tu culpa.—me estiré para tomar su mano y apretar mis dedos—. Ella debía estar sufriendo, quizá aliviaste su corazón un poco, pero si no pidió ayuda, es poco probable que pudieras hacer algo por ella.
Mis palabras eran vacias. No había conocido a la chica, no sabía nada de ella más que lo que mis hermanos dijeron, pero no podía permitir que Yareth se culpara, al menos no en ese momento.
—Lo que trato de decir, Eda, es que mi mundo se derrumababa a mi alrededor y no me di cuenta hasta que era tarde. Se derrumbaba por mi cobardía, porque le tenía miedo a Zolin.
—Yareth—dije amargamente—, todos le tenemos miedo a Zolin. Tener miedo no es pecado.
Buscó algo dentro de mis ojos.
—No, está bien tener miedo. Nuestro pecado ha sido no enfrentarlo.
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Yareth y yo salimos de la habitación en cuanto escuchamos que Bilal y Zolín comenzaron a actuar. Avanzamos por el pasillo que nos llevó allí y en una intersección, nos miramos y asentimos, solo para despues separarnos en distintias direcciones. Encontré a dos Coyotes dormidos en el pasillo, cosa que no me sorprendió, dado que les había especificado que no mataran a nadie o tendriamos más problemas de los que ya teniamos.
Muy pronto llegué a la habitación en la que nos habían puesto para interrogarnos, desde allí seguí las instrucciones de Yareth, di vuelta en dos pasillos y luego me encontré con Zeke.
No era más que sombras al inicio del pasillo, al otro lado de la intersección. Se estaba ocultando de la vista. En ese lugar tan iluminado daba un efecto surrealista, más solido que el humo, pero menos que el agua. Ahora que lo pensaba, parecía tinta negra invadiendo agua limpia.
Se materializó por un corto momento y me hizo una seña con la cabeza.
"Largo"
Ya sabia que no debería estar allí, pero quería ver cómo iba todo. Me escondí en la esquina al tiempo que Zeke avanzaba por el pasillo. Una serie de gritos vino de ese lugar y después vi cómo salía corriendo con Nick y un grupo de cazadores que le disparaban. Todos se fueron detrás de él.
Sentí mi cuerpo fundirse en niebla y avancé. Cuando di vuelta en el nuevo pasillo vi a Halita, estaba en mitad de este, mirando hacia el lugar dónde había desaparecido su hermano. Se veía confundida, como si se hubiera perdido de la pelea. Levantó un radio hacia su boca. Noté que se había quitado su gabardina. Llevaba una camiseta de cuello alto sin mangas. A diferencia de mi, ella era toda delicadeza. Tenía unos brazos delgados y una figura sumamente esbelta.
Mi mente tuvo una lucidez más extendida cuando entendí que no llevaba el cuchillo en su cinturón.
—Nick, ¿qué fue eso?
Pero Nick no contestó, en cambio, una chica comenzó a hablar y relatarle que los estaban atacando. Halita maldijo y se metió a la habitación. Llegué a la puerta y miré al interior. Parecía una sala de juntas.
Halita estaba inclinada sobre un maletín en la mesa. Mi mente nublosa sabía que tenía que ser rápida, pero a veces olvidaba por qué.
Llegue hasta ella y me materialicé en silencio a su espalda. Ella estaba escuchando atentamente las palabras de su compañera, quién le explicaba en ese instante que Zeke era quién atacaba.
Me incline, intentando mirar sobre su hombro hacia el maletín.
Se quedó mortalmente quieta por un momento.
Me golpeó de lleno con el brazo y me lanzó contra la pared con una fuerza descomunal. Un fuerte estruendo resonó en la habitación y más allá, seguramente cada persona en la mansión lo había escuchado.
La madera y el cristal se rompieron bajo mi peso. Abrí los ojos y Halita se estaba girando mientras cerraba el maletín a sus espalda, mirándome con una furia ardiente en esos ojos color chocolate. Sacudí la cabeza al tiempo que me ponía de pie de forma dificultuosa.
—¿Qué estás haciendo, Eda?
Dijo por lo bajo, de forma feroz.
—Al parecer, fracasando—solté mientras me ponía de pie sobre los escombros de lo que había sido una pared. Se podía ver una especie de cuarto de tele al otro lado del agujero. Una mujer de avanzada edad nos miraba con los ojo abiertos cual platos y las manos temblorosas sobre una revista.
En ese momento apareció Zeke, cerrando la puerta tras él.
—Date prisa—me dijo.
Halita ladeó la cabeza de forma salvaje, por un momento me pareció que un brillo dorado en sus ojos. Bajé lentamente la mirada, hasta su mano derecha descansando a su costado.
Tenía un cuchillo en la mano.
No cualquier cuchillo.
Si antes había creído que el cuchillo de humo era hermoso, este sin duda lo era más.
La hoja era de una especie de cristal blanco, tallado de la misma forma que la obsidiana, pero donde el mango del cuchillo de humo era de hueso y estaba tallado con símbolos desconocidos, este tenia un mango de oro puro, tallado con gemas y símbolos aztecas. Algo se sentía diferente en ella porque lo tenía aferrado, me di cuenta.
Notó mi mirada sobre el cuchillo, porque lo alzó en alto, analizandolo y luego mirandome.
—¿Esto?—dijo de forma pensativa—¿Esto es lo que quieren?
Me incliné y me coloqué en una posición defensiva.
—Es una larga historia. Quiero hacer esto por las buenas Halita, entréganoslo.
Ella soltó una risa y me apuntó con él a mi y luego a Zeke.
—Sabes Eda, este cuchillo me da cierta claridad para ver las cosas. Mientras lo sostenga en mis manos es capaz de hacerme ver cosas que antes no era capaz—la observe caminar hasta el otro lado de la habitación, en dónde había botellas de licor situadas en una pequeña cava—. Ahora me pregunto cómo no lo vi antes.
Abrió la puertecita de madera con una mano. Tornillos, metal y madera volaron en el aire. Metió la mano y sacó una botella de un liquido transparente.
—¿El qué?—quise saber.
Uso el cuchillo para cortar la boca de la botella y luego bebió un largo, largo trago.
—Creí que eras una buena chica, no quise creer cuando me dijeron que eras una asesina—las palabras me golpearon de lleno—. Dije que debían estar equivocados cuando me dijeron que mataste a tus hermanitos. Pero eso es lo que hacen los Coralillo. Matan, incluso a los suyos, corrompen todo lo que tocan. Que gracioso es, Ophelia tenía toda la razón, despues de todo.
Yuma había dicho que había encontrado una fotografía mía con una dedicatoria para una tal Ophelía, pero no podía recordar qué decía. ¿Quién era Ophelia y que tenía que ver con todo esto? Sabía que no era el momento para preguntar cosas como esa, por lo que lo dejé pasar.
—Eso no es cierto. Si me escucharas, podría explicar...
—¡Nada, Izel!—gritó—¡No volveré a confiar en un Coralillo Jamás!
Se detuvo en seco y yo caí en cuenta de que había también escuchado ese nombre antes. De los labios de Freeza. Muy lentamente dije:
—¿Quién es Izel?
Ella bajo la mirada al cuchillo y negó con la cabeza.
—Quién sabe, el tiempo y el espacio son confusos con esto—sacudió la cabeza—. En fin, deberíamos terminar con esto.
Levantó la punta del cuchillo en mi dirección y lo sentí. Caliente y vivo.
Un viento cálido en mi rostro, algo viejo, algo que emanaba peligro.
—¡No la toques!
Zeke se abalanzo sobre ella, dejando al descubierto la puerta, aunque nadie trato de entrar. Halita se hizo a un lado, a una velocidad que considere imposible, Zeke fue tras ella, siguiendo todos sus movimientos a través de la habitación. Los dos se movían de forma grácil, como en un baile. Mientras Halita mostraba sus movimientos elegantes para esquivar, Zeke atacaba con movimientos metódicos.
Ella se detuvo y movió una mano a la pared con la palma mirando hacia esta. Fue como si un huracan llegara. Todo se casudió cuando los ladrillos fueron arrancados de sus cimientos cómo si les hubiera dado un golpe a todos ellos.
Era como si un tornado hubiese dado de lleno contra un edificio de papel. Dos sillas cercanas salieron volando también. Tuve que aferrarme a un mueble para no sufrir el mismo destino, pero fue tarde para Zeke.
Grité su nombre, pero ya se había ido, siendo arrastrado por aquella inexplicable fuerza de la naturaleza hacia afuera. El viento se fue, tan rápido como llegó.El hueco en la pared daba a unos preciosos jardines. Algunos cazadores y niños habían salido y miraban en nuestra dirección, con asombro.
—No deberían hacer esto—soltó Halita, caminando lentamente en mi dirección—, el gremio se enojará cuando se entere que armé un Alboroto. Pero había olvidado lo divertido que es no depender de sus decisiones.
Me enderecé, levanté una pierno y pateé, haciendo a un lado un mueble en mi camino.
Mis instintos se activaron por si solos. Le escupí fuego, ella lo apago con un movimiento de mano y me observó con curiosidad, aunque no parecía impresionada.
—Habría jurado que eras una mujer lobo, pero ¿una luciérnaga? ¿Quién te maldijo?
Tragué saliva. Sabia que no existía manera alguna de que pudiera quitarle el cuchillo. Le estaba dando su fuerza, su poder. Ella era prácticamente invensible.
—Escucha—dije por lo bajo—, estamos en una cruzada para salvar al mundo. Debemos encontrar a los que son como tú, a tus hermanos.
Halita me observó, totalmente extrañada. Cerré los ojos y corrí hacia ella, me recibió con los brazos abiertos y me golpeó en las costillas. Las sentí crujir de forma horrible en mis costados. Ella tenía demasiada fuerza, incluso creí que ni ella misma sabía cuanta.
Ataque, haciendo un gancho en sus riñones, pero era mucho, mucho más fuerte que yo.
Me empujó al tiempo que me propinaba el puñetazo más rotundo que me dieron en mi vida. Caí al suelo sin tener oportunidad de meter las manos. Mareada, intenté ponerme de pie, sin exito.
—Debiste quedarte quieta—soltó ella y dejo caer su pierna desde alto, logré rodar justo tiempo para que no me rompiera la cara.
El mundo daba vueltas cuando me eché hacia atrás sobre mis brazos, sobre los escombros y la miré con horror.
Cuánto nos habíamos equivocado con ella.
Un golpe sordo llego de algún lugar a sus espaldas. Al ver el origen vi a Zeke con una mirada asesina puesta en la mujer. Las sombras a su alrededor se fundían entre las paredes al abandonar su forma de alas.
—¿Vuelas?—preguntó Halita con interés genuino.
Me miro, con una sonrisa extasiada.
—Ya vuelvo. Eda, no te muevas.
Corrió en dirección a Zeke, aferrando el cuchillo y entonces se lanzó hacia afuera, jalándolo a él también. Los dos fueron succionados hacía arriba.
Solté una exhalación y corrí al borde del piso, pero apenas llegar me caí sombre mi trasero, los dos pasaron volando a una velocidad impresionante. Zeke perseguía a halita. Las alas de sombras aleteaban con fuerza para engañar a la lattice pero las alas de Halita no eran así. Eran....
—¿Tu otra vez?
Me giré para ver al hombre que aferraba con fuerza mi brazo. Era Nick.
—Oye, tu hermana está volando—señalé al cielo cuando me obligó a ponerme de pie.
Abrió los ojos como platos y observó a su hermana surcando el cielo con unas enormes alas de colores. Eran tan grandes de parecía un ángel en medio de un arcoíris. Los coyotes afuera tenía las manos en la cabeza y se tiraban de los pelos, seguramente preguntandose si soñaban.
—Mierda, ¿qué hiciste?
—Solo quería hablar con ella.
—Silencio—me jaló en dirección a la puerta—, vas a venir conmigo.
Me resistí y lo patee en la espinilla. Sus bellas facciones apenas y se inmutaron, pero atinó a agarrarme por el cabello mientras yo me ponía de pie para enfrentarlo.
—¿No te han dicho que sólo los cobarse tirán del cabello de una mujer?—gruñí y tiré de su mano para que me soltara.
No tuvo oportunidad de contestar.
Zeke lo empujó y Nick me soltó. Los dos rodaron por el suelo. Escuché golpes fuertes y me debatí entre ayudarle o ir a buscar a Bilal. Una ráfaga de viento nos golpeó de lleno, hizo que mis cabellos y ropas volaran de forma violenta sobre mi.
Miré sobre mi hombro y allí estaba halita, con las alas extendidas. La ráfaga de viento fue la respuesta al frenar frente a nosotros.
—Se acabó—dijo. Pude apreciar los colores de sus alas, las plumas eran multicolor, desde verdes hasta azules tornasol. Y en un brillo blanco, desaparecieron.
Halita caminó en nuestra dirección, levanto su mano en dirección Zeke, con la intención de herirlo. Por una fracción de segundo me pregunté qué le haría, cómo sería su golpe fatal si a la pared la había destrozado sin esfuerzo.
El segundo siguiente fue de acción. Me coloqué frente a Halita, con su mano apuntando a mi rostro.
—Halita, por favor.
Frunció el ceño.
—Lo voy a matar aunque te pongas enfrente.
Puse las manos arriba, para mostrarle que no tenía nada en ellas.
—Solo necesito tu cuchillo.
—¿Por qué no lo dijiste antes?—dijo de forma jovial— te lo habría dado.
—Esto es serio—dije, intentando no hacer movimientos bruscos—. Solo necesito que me diga dónde encuentro a su gemelo.
—Yo no sé dónde está el otro—contesto ella—. Y aunque lo supiera, no te lo diría.
—Te equivocas. No quiero que me lo digas tu.
Sentí un escalofrió cuando una risa hizo eco en el fondo de la habitación. La habitación se volvió fría de pronto, sentí agujas heladas recorriendo mis dedos y mis mejillas, como una dolorosa caricia.
Halita se estremeció y miró a todos lados.
"Lo habías jurado, hija de la montaña "
—Sé que lo hice—le contesté a la voz de ultratumba de salía de todos lados—, al menos es lo que dicen todos.
—¿Que fue eso?—Halita miraba alrededor.
—¿Puedes escucharlo también?
"¿Mi gemelo, preguntas?"—dijo la voz y sonó impresionada—"Está en manos de un dios y una semidiosa. Se lo arrebataron a aquel que sacrificó su ojos por el bien de la humanidad. Aquel al que una vez llamaron El padre de todo".
—¿En dónde los encuentro?—le pregunté, Halita me miraba cómo a bicho raro—. Tengo que encontrarlo antes de que sea tarde.
"Fufufu, ellos están en todos lados, aquí un día allá otro".
—Entonces es imposible encontrarlo.
Halita sacudió el cuchillo.
—¿Que está pasando?
"Invoca al dios, tendrás el cuchillo, pero no será fácil. Cuando lo tengas enfrente, dos viejos rencores se enfrentarán y el cuchillo no te darán"
—¿Rencores? Pero yo no los conozco.
El cuchillo volvió a reírse.
"Invoca al dios y sabrás de lo que habló"
—¿Y cómo hago eso?—murmuré—, al menos dime su nombre.
"Puedo oler a mi hermano de humo en ti. Es el que te hizo esa cicatriz en la cara".
Mi mirada y la de Halita se encontraron. Tenía la boca abierta y me miraba con los ojos desorbitados.
—Sí.
"¿Qué es lo que buscas, hija de la montaña?"
Lo dude por un momento, pero al final todas las palabras que Bilal me había dicho en el desierto volvieron a mi como una lluvia de razonamiento.
—El bien mayor—dije con convicción.
Algo cambió. Fue cómo si el aire de la habitación hubiera dejado de correr. Cuando miré a Halita me di cuenta de que no se movía. Ni ella, ni su hermano, ni si quiera Zeke.
"Si los nueve mundos peligran, puedo decirte dónde encontrar al último de mis hermano que vi".
—Eso...me sería muy útil.
"A cambio quiero que dejes en paz a Halita Valor"
—Pero...
"Ella es la portadora de su muerte, déjala ser. Mi hermano de hueso está aquí"
Parpadee cuando una serie de imágenes aparecieron en mi mente. Ya las había visto antes, en mis recuerdos. Túneles bajo tierra, una frase en otro idioma y huesos en las paredes. No tenía idea de dónde era eso.
—Gracias...
"No me agradezcas, no se mostrará ante ti a menos que lleves a una princesa de la muerte, esa que se ha quedado sin magia".
Se me escapó una exhalación. No sabía de qué hablaba, a quién o qué se refería.
—¿Quien?
"Suerte salvando al mundo, hija de la montaña. Quizá termines destruyéndolo todo"
Todo regresó de golpe. No me había dado cuenta que deje de escuchar mi propia respiración y todo lo que me rodeaba, hasta que los sonidos volvieron de golpe. Cuando volví en mi, Halita me miraba con los ojos entrecerrados.
—¿Para qué los quieres, Eda?
—Lo siento Halita—dije—, pero no puedo decirte.
Miré a Zeke, que casualmente se fundía en sombrar en ese momento. Entonces corrí. Halita intentó jalarme, pero sus dedos no lograron alcanzarme.
Me volví niebla y salí volando al techo.
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