6. Una pesadilla
Esta noche es la última en la que me he presentado como estudiante frente al teatro. Mientras estoy sentado en los primeros asientos, junto a mis demás compañeros, observo el escenario como algún día lo hice por primera vez.
Para entonces Eidriene era la única de nuestra familia que estudiaba en la academia Borks. Ella empezó a practicar ballet, antes de descubrir que prefería más estar sobre la pista de patinaje.
Como ahora y hace mucho tiempo, a padre no le importaba si teníamos algún talento artístico o si preferíamos ciertas cosas, además de nuestra educación. Estaba ocupado siendo rey, y nosotros con las niñeras.
Cuando estuve en esta academia y presencié mi primera obra, quedé fascinado por la forma delicada en la que los estudiantes danzaban. Lucían como si fueran hilos suaves removiéndose por el escenario, tan ligeros que flotaban.
Y sus pies, fue lo que más me impresionó. La forma en cómo se colocaban de puntas, eran como plumas escribiendo una carta.
Yo quería ser una pluma e ir ligero como si volara.
Y fue cuando me enamoré.
Se lo conté a Eidriene y ella fue feliz por mí. Se lo dije a Dove y él me motivó. También le dije a mi padre y él me respondió:
—El ballet es para niñas, Zov. Prepárate en algo más masculino. Algo que te sirva para el príncipe que eres.
Y por supuesto que me lastimó oír eso.
Sin embargo, tuve suerte.
Dove poseía la libertad de ingresar y salir del palacio cuando quisiera. Y aunque mi padre no dio una orden para que los choferes no me transportaran a la academia, quise hacerlo en secreto para que no pudiera detenerme.
En mi mente infantil, creí que mi padre era el único ser injusto, por no alentarme en aquella importante decisión. Pero, más tarde me arrepentí por no escuchar su consejo.
No sabía que estaba viviendo en un mundo muy cruel, y eso lo descubrí por aferrarme a un sueño.
Descubrí que yo era diferente y que la forma en cómo me veía estaba mal. Me enseñaron que no me convenía lucir así y que cambiar era la única manera de progresar.
Yo me veía en el espejo todos los días y jamás vi algo incorrecto en mí. Nunca supuse que era distinto o llegué a sentirme mal con eso.
El problema era que no me habían preparado para esas situaciones. Porque claro, nadie te lo enseña. Lo aprendes saliendo al mundo, vulnerable y solo. Y luego te regresa, convertido en roca.
Papá no me lo recalcó, porque no le interesaba. Eidriene no me dijo que hay gente que juzgaba. En mi escuela había más como yo y no me sentí distinto.
Hasta que los conocí. Hasta que entré a ese lugar.
El aula de la academia Borks.
A partir de mi ingreso sus vistas se adhirieron a mí como imanes y no desistieron de mirarme en ningún instante. Recuerdo haber sonreído porque estaba nervioso y porque quería parecer agradable.
En un inicio no me sentí apenado, puesto que solo creí que les producía curiosidad por ser nuevo en la clase.
Desde el principio fui un estúpido.
—Vamos a probar las barras —dijo el profesor encargado de nuestro grupo—. Veamos cuanto han subido estas vacaciones. —Fue notorio, su mirada recayó en mí.
—Hoy tenemos a un nuevo estudiante con nosotros. Venga aquí pequeña alteza —me llamó con su mano—. Preséntese.
Esos segundos en los que caminé hasta él, aún conservaba mi confianza, mi autoestima estaba intacta. El profesor situó sus manos en mis hombros.
—Hola, me llamo Zovin de Gienven. Aunque considero que todos ya saben quién soy —expresé con alegría—. Me agrada estar aquí, espero podamos ser amigos. Me esforzaré para ponerme a sus niveles, así que sean pacientes conmigo.
—Por supuesto que lo seremos, nuestro pequeño cisne. Todos tendrán mucha paciencia en su progreso.
Mientras estaba parado ahí, el profesor se giró para arrastrar las barras, dejando un pequeño espacio entre ambas.
—Como ya estás aquí serás el primero en pasar.
Fue de esa manera como conocí a mi primer enemigo.
Observé el angosto espacio por un instante, sin imaginar a lo qué se refería.
—¿Debo pasar por debajo?
Las risas estallaron.
—No. —Negó él con la cabeza, sonriendo con gracia—. Tu estómago debe pasar por en medio de ambas.
Me reí, nervioso.
—Es que...
—Dijo que se pondría al nivel de todos. Este es un comienzo para hacerlo.
Regresé a observar el espacio, esa vez con miedo.
—Debemos empezar las prácticas. Para hoy, alteza —apresuró.
Los demás me miraban con un brillo cómplice en sus ojos, y fulgurando sonrisas que quizá tenían un toque malicioso, del cual no sospeché en ese momento.
Yo era muy ingenuo.
Caminé hasta las barras y me coloqué de costado, para intentar pasar entre ellas. Aun conociendo que eso me sería imposible.
—No puedo —musité muy apenado. Mi panza se obstaculizó en un principio, ni siquiera pude conseguir llegar a la mitad.
—¿Lo ve ahora? —pregunto el profesor—. Tiene un gran problema —dijo, haciendo énfasis en "Gran".
—Sé que puedo danzar...
—Ese no es el inconveniente.
—¿Cuál es entonces?
—Está gordo.
Y el cambio de mi perspectiva se dio a partir de esas palabras.
Me liberó de la venda que mantenía ceñida sobre los ojos, cuando las burlas llegaron entre cuchicheos y risas, me revelaron la verdad.
Volteé la cabeza y me encontré con el espejo del aula y el reflejo mío con una enorme barriga, los cachetes rellenos y una papada que me ocultaba la quijada. También vi como reflejaba a mis compañeros. Ellos estilizados y delgados con sus impecables ropas pegadas sobre sus cuerpos como una segunda piel. Lo peor fue que la imagen me pareció extrañísima porque jamás me vi así.
—¿Nota la diferencia? —Sentí algo golpear en mi barriga, era un pedazo de madera que el profesor tenía en su mano—. Para hacer esos giros y lucir esos trajes deberá adelgazar esa barriga, las piernas y su gran trasero, alteza. Le permitiré ensayar y asistir a la clase, solo porque es el cisne de la familia real. Pero si su anhelo es ser un talentoso bailarín, deberá esforzarse el doble.
Recuerdo a la perfección, lo avergonzado que me sentí, lo humillante que fue para mi aceptar que mi cuerpo era un completo obstáculo, y también lo sencillo que fue darles la razón.
Lo peor de todo no era que fuese gordo, porque ni siquiera era un insulto. Sabía que lo era y estaba bien con eso. Lo peor no era la palabra sino la forma en que la usaban, para humillarme. Como si serlo estuviera mal y eso me hizo aborrecer mi cuerpo. Lo peor de todo es que me hicieron olvidar lo que sabía y sentía sobre mí. Y entonces estar gordo se convirtió en mi pesadilla, en la que yo estaba atrapado.
Esa tarde, al regresar a casa ya había adquirido ese complejo y no volví a verme igual.
Pero no se lo conté a nadie. Permití que la tristeza me acogiera por completo para que fuera más fácil el destruirme.
Cuando me miraba en el espejo ya podía verlo todo, ya me insultaba a mí mismo. Cuando Eidriene me ofrecía comidas chatarra yo ya podía evitarlas, ya las aborrecía. Cuando Dove me preguntaba sobre las clases, ya sabía cómo evadir las verdades, ya sabía mentir y fingir.
Pero fue un proceso. Uno lleno de rabia contra mí.
La primera noche, luego de las clases no cené, lloré hasta que me dormí. Al siguiente día aprendí a beber agua y comer frutas que nunca me satisfacían. Y poco a poco aprendí a tolerar el ardor del estómago, a hacer ejercicio y... a vomitar.
Las clases eran muy duras. Escuchaba insultos más crueles de los que yo sabía, y los grababa para repetírmelos a solas después. Varios me golpeaban por accidente y se burlaban de cada paso que hacía. No era flexible, mi cuerpo no pesaría menos de un día para otro.
En casa practicaba horas, durante toda la noche.
Habían trascurrido tan solo tres meses cuando nos comunicaron que haríamos una audición para interpretar la obra de: Los cisnes en el atardecer. Todos podían presentarse, pero solo cuatro serían elegidos. Tenía un mes más para prepararme antes de que se realizaran las audiciones y eso era una gran oportunidad para mí.
Así como desarrollé complejos, también lo hice con la ambición. Sentí que jamás algo había sido tan necesario para mí, como demostrar lo que podía lograr. Porque yo también conseguiría ser una pluma y flotar, y lograría convertirme en uno de los elegidos.
Para ser un cisne...
—¿Un cisne?
—Pude serlo —respondió una niña.
—¿Cómo dices?
—Claro. —Sonrió con malicia—. Puede ser un cisne. Pero solo uno, porque los demás ya se los comió.
Las risas eran mis motivos para llorar. Las punzadas eran inevitables y el dolor de las burlas llegaban a herir como no imaginaba. Y siempre conseguían hacerme llorar frente a todos.
—Oye, cisne obeso. —Incluso mi apodo real lo destruyeron—. Ahórrate la vergüenza y no te presentes. Deja que alguien más ocupe ese puesto.
Y cuando me herían, también me enfadaban.
—¿Por qué? —farfullé entre llanto—. ¿Crees que puedo lograrlo y te da miedo que te quité ese lugar?
—Eres tan estúpido.
—No es una esperanza en ti, más bien nos causas lástima. Oye, a veces no queremos ser malos contigo, pero solo estorbas aquí. Debiste irte hace mucho.
Recuerdo haberme sentido enojado porque no solo me juzgaban, sino que además seguían minimizando el progreso que iba adquiriendo en el ballet. No era mucho, sin embargo, mi esfuerzo relucía cuando bailaba a pesar de seguir teniendo pasos pesados.
—Llevo poco tiempo aquí. —Me pasé la mano por los ojos para secarme las lágrimas—. Y ya soy mejor que tú.
—No digas tonterías. Sigues siendo un obeso, aunque bailes bien no te elegirán. Es lo más razonable.
—Deja de llamarme así.
—No, obeso —recalcó a gusto—. Eres el cisne obeso ahora y lo serás siempre.
—¡No me llames así! —insistí otra vez.
—¡Obeso! —me gritó—. Eres un estúpido y gordo niño. Solo tienes suerte de estar aquí por ser el príncipe, pero no hubieras conseguido pasar el primer día. Eres un inútil a nadie le importa de donde provengas.
¿Lo peor? Era que sus palabras solo se unían a la gran bola dentro de mí, a esa bola de asco que me recalcaba cuan miserable lucia, cuan imperfecto era.
En el momento que me dijo todo eso no hice nada. Sin embargo, me sembró una espina de rabia que después me obligó a vengarme.
Recuerdo que, cuando bailábamos, la empujé. No al suelo, lo hice cerca del espejo.
—¡Eres un imbécil! ¡Gordo estúpido!
Por supuesto que el espejo se rompió y ella se hirió el brazo, claro que eso no me dejó complacido y me asusté luego de que lo hice.
—¡De Gienven, quedas expulsado por una semana!
Y por obvias razones, me castigaron.
Durante esa semana tuve que hacer mis prácticas en casa para no perder el ritmo y para obligarme a seguir mejorando.
No sería un cisne obeso. Yo sería el cisne del atardecer. Yo sería mejor que ellos.
A pesar de que no podía ingresar a clases, Dove me sacaba todos los días para distraerme y en uno de esos me llevó a la feria de juegos que antes visitaba con Eidriene.
—Vamos por manzanas acarameladas.
—No tengo ganas de comerlas.
—¿Por qué? —Él sabía que a mí me encantaban—. ¿Qué te parece unas rosquillas?
—No tengo hambre.
Recuerdo que se arrodilló frente a mí y me observó el rostro.
—Zov, entiendo que estés triste. Pero en unos días volverás a la academia —me consoló—. Te dije que podía convencerlos para qué regresarás.
—¡No! —solté exasperado—. ¡No quiero que me tomen de privilegiado, ya ha sido suficiente con lo que tengo que pasar!
—¿Zov por qué tienes ojeras? —preguntó, atrapando mi cara en sus manos—. Luces cansado. ¿Has llorado? ¿Es por la academia? No tienes que explotarte demás, lo conseguirás con el tiempo.
—Quiero ser el mejor.
—Y estoy seguro de que lo serás.
—Lo quiero ahora.
—Zov —me insistió—, cada cosa lleva su tiempo. No puedes obligar a que vaya más rápido o lento. Las cosas llevan una medida exacta y por eso tiene sentido. No puedes jugar con lo tuyo, así no serás el mejor de aquí a un mes... —Me escapé de su agarre.
—Un mes es todo lo que necesito.
Empecé a caminar hasta la entrada de la feria. Ya no quería estar ahí.
Hice mi camino por en medio de las personas y cuando conseguí llegar a fuera solo busqué el auto para refugiarme.
En unos días volvería a la academia y quería demostrar que no iba a rendirme.
Un sonido explotó mi burbuja de sentimientos resentidos. Miré al costado de un auto y encontré una funda que se remecía.
—Zov, ¡te he dicho que no huyas en lugares así!
Ignorando los regaños de Dove, me acerqué hasta la funda. Esta siguió moviéndose con más rapidez, había algo dentro que estaba perturbado por la escasez de aire. El miedo me obligó a lanzarme para romper el plástico y liberar lo que estuviese allí.
Un maullido sonó tan pronto como aferré el plástico a mis uñas mientras lo rasgaba.
—Es un gato... —indiqué con ilusión—. ¡Dove, ayúdame! —le pedí.
—Claro... sí... —Él fue quien logró abrirla, y de repente el animal saltó.
—¡Cuidado, Zov! —Su mano me arrastró lejos de la funda—. Puede arañarte...
El gato era muy pequeño, tenía el pelo gris y ojos verdes. Cuando vio quienes lo habían liberado se nos quedó observando mientras maullaba.
—Ya suéltame. —Lo empujé a él—. Solo es un bebé. —Sonreí encantado con el animal—. Ven, michi, michi. Ven pequeño —estiré mis manos para llamarlo y este respondió yendo hacia mí.
—Zovin, puedes ser alérgico —advirtió mirándome con terror—. Lo llevaremos a rescate animal para que alguien lo adopte.
El gato ya estaba en mis brazos, acurrucado por mi saco.
—¿Adoptar? Yo ya lo hice —respondí ilusionado—. Es muy tierno —le acaricié la cabeza—. Me lo llevaré a casa.
—Pero ni siquiera tiene vacunas. Puede estar enfermo... tener pulgas, Zov es un gato callejero...
—Lo llevaremos al veterinario antes. Por favor, Dove, no he tenido mascotas —supliqué.
—Y su padre... —dudó—. No se lo permitirá.
Me reí.
—Nunca lo veo, no se dará cuenta.
Sin importarme nada más, me dirigí al auto, abrí la puerta e ingresé para recostarme junto al gato en mi pecho. Afuera Dove me miraba horrorizado.
—Quizá otro tiene alergias.
—Es solo que no me agradan —contestó mientras subía—. Son peludos y tienen garras que raspan.
—Son lindos. —Llevé el gato hacia la cara de Dove.
—¡Mantenlo lejos! —farfulló aterrado hundiéndose en el asiento.
—Bien. —Sonreí—. Pero necesita un nombre...
—Apestoso —responde él—. Porque apesta demasiado.
—No le digas esas cosas.
—Apestoso —insistió.
Y a la final se quedó con ese nombre.
Una tarde, mientras llevaba a Apestoso hasta el gran estanque de la casa, me topé con mi padre. El temor me atacó cuando creí que vería al gato y lo echaría, así que lo escondí en mi suéter. Mi padre pasó a mi lado y su mirada se quedó prendada en el bulto de mi ropa donde Apestoso se remecía por salir.
—Lo he visto.
Me quedé estático, preocupado por lo que ocurriría.
—Lo encontré en la basura... iba a morir... no podía.
—No importa —contestó—. Puedes quedártelo.
—¿De verdad?
Papá me miraba con una expresión pesada, me acarició con una mano la cabeza y después se marchó sin decir nada más. Así era él. No le importaban nuestras cosas, no estaba presente para nosotros. Era más bien un extraño que estaba a cargo del reino y que vivía en nuestra casa. Yo no lo conocía.
Aunque he de admitir que fue la mejor parte. El que no estuviera interesado en mi vida me permitió lograr muchas cosas sin temer que pretendiera controlarme.
—Yo si me preocuparé por ti —le dije a mi gato—. Si otro gato te molesta yo voy a defenderte. Y también te dejaré dormir en mi cama, incluso cuando seas más grande.
Le di un beso en la cabeza, olía a vela de vainilla. Ahora tenía un collar, todas sus vacunas y estaba limpio. Apestoso ya no era apestoso, pero me agradó su nombre, incluso porque con el ya no habría burlas de Dove.
Recogí un poco de pan y lo estrujé en mi mano para lanzárselo a los cisnes que pasaban en el estanque de la casa.
Podía pasar minutos viendo a esas aves. Tenían algo atrayente en su manera grácil de flotar sobre el agua, luciendo sus plumas impecables y sus largos cuellos finos. Son las aves más maravillosas que podría ver. Eso también me hizo entender el concepto elegante que le daban en el ballet y por qué la familia real lo consideraba su emblema.
Debo conseguirlo.
Sin darme cuenta el hambre me estaba obligando a ingerir el pan y cuando lo noté, lo escupí todo sobre la hierba. También debía aprender a controlarme. Aún no conseguía bajar de peso por completo y no me rendiría con facilidad.
Grácil como un cisne, es lo que seré.
Con el tiempo descubriría que cada cosa que me proponía debía conseguirla. Pero en esos años, haber realizado mi primer logro, se sintió como la gloria más alta de mi existencia. Pues lo conseguí.
Quedé seleccionado para Los cisnes del atardecer.
Dos meses después de la selección y de haber ensayado con los demás, presentamos la obra en el teatro. Fue demasiado difícil y el miedo de perder algo me hizo un obsesivo. Conseguí adelgazar hasta pasar por en medio de las estúpidas barras. También, aunque no era necesario para los hombres, logré bailar con las puntas: los zapatos especiales para el ballet. Con ello me gané muchas callosidades en los pies, dedos rotos y uñas destrozadas. Unos once meses después ya podía dominarlas.
Dejé de ser llamado el cisne obeso y pasé a convertirme en solo un cisne. En el príncipe que por fin era respetado.
Pero donde hay luz también llega la oscuridad.
Y mi oscuridad fue muy amarga.
Cuando presentamos la obra fuimos elogiados. Yo, en especial. Me convertí en un modelo a seguir por ser el príncipe y eso ocasionó que el ego de varios compañeros saliera herido.
No tardaron en vengarse. Y recordar ese día me causa dolor.
...
Me levanto del asiento cuando llaman a tres estudiantes del grupo en que estoy. Subimos en fila para recibir nuestros diplomas y al girar para que nos tomen la respectiva foto, veo a Eidriene cerca de las escaleras mientras aplaude conmovida.
Luego de recibir mi conmemoración de graduación tengo intensiones de bajar para ir donde está ella, pero al ir descendiendo veo a Krooz acercarse por su espalda, entonces me detengo.
Cambio de opinión y me limito a saludar a mi hermana a la distancia. Luego me acerco a Aks y la tomo del brazo para irnos a la recepción.
Si embriagarme significa escapar de Krooz, lo haré.
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