2. El bosque rojo
Me lanzo al colchón, relajándome en la suavidad de mis mantas y almohadas. Miro el techo e inevitablemente pienso en el reciente encuentro.
—Eres muy pequeño. —Imito con burla, haciendo gestos desagradables como su cara—. Tengo miles de malditos espejos, sé cuan pequeño soy.
En verdad no me enfada que me lo recalquen, solo me avergüenza y me entristece. Ese fue uno de los costos que pagué para mejorar en el ballet. No me siento orgulloso de lo que hago. No obstante, esa es mi forma de demostrar cuanto lo quiero.
Krooz es un idiota. No me llevo bien con los tipos como él. Hablan como idiotas, caminan como idiotas y los idolatran solo por ser atractivos. No se deben esforzar. No como yo.
El cisne gordo que se comió a los demás.
A veces pienso mucho en esos tiempos, tanto, que convertí esas burlas en una persona que ahora vive en mí.
El sonido de la puerta resonando me facilita el volver a la realidad. Me levanto de la cama para atender el llamado.
—Sóplame el rostro.
Encuentro a Eidriene, bastante molesta. Con sus cejas apretadas y los brazos cruzados. Tuerzo los ojos y hago lo que me pide.
—Ahora puedes regresar a tu habitación —le indico, ya estoy fastidiado—. No necesito que se preocupen por mí.
Ella ingresa y azota la puerta.
—¿Piensas que el enjuague bucal lo oculta?
—Se llama higiene.
—Lo volviste a hacer. —Me regaña y yo la miro, cansado—. Nunca dejaste de hacerlo —dice, tropezando con la verdad—. Zovin...
Me exaspero y la ignoro, camino hacia mi cama.
—Uno debe sacrificar cosas para llegar a la cima.
—No así, Zov. —Insiste desconsolada—. Esto arriesga tu salud y puede terminar más rápido con tu carrera.
—Lo tengo controlado.
—Por favor. —Se sienta en el colchón a un costado de mí—. Siquiera consigue una dieta saludable, pero no dejes de comer, y si comes... no vomites.
Sé todos los discursos motivadores que me esperan de su parte, sin embargo, ella no podría entenderme. Sus palabras solo me harán sentir bien un momento, pero los tiempos a solas conmigo son más largos, y yo todavía no consigo hacerme bien.
—No lo hacía hace mucho. —Le miento, escuchándome seguro y sincero—. Solo me descuidé estos meses, y mi traje está casi terminado. No puedo mandarlo hacer otra vez, no hay tiempo. —Me incorporo—. Debo cuidarme esta semana hasta presentar el baile, luego volveré a la normalidad.
Eidriene me observa, no muy complacida por mi acuerdo y palabras. Pero sabe que no puede contrariarme cuando se trata de mi carrera en la danza.
Suspira, rindiéndose. Después rebota en mi cama, ahora rebosando enérgica. Cambia de emoción muy rápido.
—Quiero ver el traje. —Me pide, agitando sus pestañas—. ¿Puedo tener un adelanto?
—Bien.
Bajo de la cama y voy hasta mi biblioteca, un pequeño espacio donde tengo varios de mis pasatiempos. Agarro el gran portafolio encima de mi escritorio y busco el dibujo del traje. Al encontrarlo lo aprieto en mi mano y regreso, extiendo la hoja frente a ella y la toma, sus ojos se abren, destellando con admiración.
—Esto es precioso, Zov. —Sonríe analizando el diseño—. Ahora entiendo —habla desilusionada y rendida—. No puedes mandarlo a confeccionar otra vez.
Brinco al lado de ella y miro la hoja.
La parte principal del vestuario está elaborada por una larga capa cubierta de hojas contrastadas en tonos naranjas, amarillos y rojos, pero esta solo la usaré al entrar en el escenario. Luego se descubrirá la parte que está por debajo y que cubre solo mis hombros. El resto del cuerpo está cubierto por una tela en un tono marrón naranja que tiene un bordado de hilos que va desde la abertura del pecho hasta el ombligo; donde se divide la tela en pequeñas tiras a los costados de mis caderas. Por otra parte, mis piernas estarán adheridas a una tela del mismo marrón al igual que mis zapatillas.
Todos usaremos diseños hechos por mí.
Soy un poco perfeccionista, pues, los vestuarios también resaltan el arte. Y en mis primeras presentaciones nunca me sentí satisfecho con los que llevaba. Por ello un día rompí una regla al diseñar uno propio y lo utilicé. Además de resaltarme entre todos, conseguí el permiso de diseñar todos los futuros vestuarios del grupo.
Trabajar en cosas que me inspiran siempre será entretenido, así que haberme hecho del título fue un gran logro para mí.
—Es un árbol de otoño. —Señalo la larga capa—. Son mariposas de las hojas, volarán cuando empiece a bailar.
—¿Por qué no utilizas este talento para tener una carrera más saludable?
Con brusquedad le arrebato la hoja.
No quiero volver a hablar sobre mis malos hábitos, estoy consciente de eso y es suficiente.
—No voy a dejar de bailar. —Insisto, aplasto la hoja en el portafolio y lo cierro—. Será mejor que te vayas.
—Podrías diseñar mis trajes. —Trata de aligerar la conversación.
—Mis trabajos son costosos.
—¿Y crees que no podré pagártelos? —se burla—. Voy a casarme con Krooz de Romaniv. Con la paz entre ambos nuestra economía ya no será un problema cuando vuelvan a funcionar las minas de Gienven.
—¿Y te gusta? —curioseo.
—¿Krooz? —Enarca una ceja y sonríe—. Por favor, ¿cómo no podría gustarme? —Veo delirio en su mirada—. Es demasiado guapo...
—¿Ya te olvidaste de ese granjero?
La cara le cambia por completo.
—No me hables de él —y el tono al hablar también lo hace.
—¿Lo olvidaste?
Se levanta de la cama y empieza a irse, abre la puerta y se detiene a pensar.
—Hace mucho que se fue —señala—. Ya tenía que olvidarlo.
—No lo volveré a mencionar. —Me lamento. Sé cuánto le duele hablar de él.
—Está bien —suena afligida—. No hay que temerles a los muertos. —Vuelve a mirarme—. Descansa. Krooz mañana partirá y regresará en dos días, nos verás mucho por la academia.
—Buenas noches.
Al entender que no diré más, ella asiente y termina de salir.
Buena manera de dañar más mi noche, recordándome que deberé soportar sus presencias en mi espacio de estudio.
Miro el portafolio en mi cama y vuelvo a guardarlo.
Si hago muchas cosas en las que soy lo bastante bueno, es gracias al empeño y pasión que les entrego. Nunca haría una cosa mal, si no puedo hacerlo perfecto, prefiero no hacerlo.
Gracias a su obsesión de años.
No estoy obsesionado con nada.
Me preparo para irme a dormir. Mañana debo atender toda una rutina, otra vez.
///
Me limpio el sudor que cae por mis ojos y continúo corriendo hasta llegar de nuevo a la pileta. Al concluir mi meta de hoy decido volver a dentro para ducharme. Aún tengo más cosas que hacer.
Al pasar por el pasillo exterior veo a Krooz avanzar desde el otro lado. Me pongo rígido, sin embargo, como no quiero fastidiarme el día tan temprano, doy media vuelta para tomar otra entrada, pero él consigue verme escapar.
—Buen día.
Era, un buen día.
—Buenos días, de Romaniv. —Saludo, dándome la vuelta para verlo—. ¿Todavía aquí? Creí haberme liberado de tu presencia, al menos por estos días.
—Lamento perturbarte la mañana. —Me da un ojeada y luego fija su vista al horizonte—. Y también darte malas noticias.
Aprieto los labios, frustrado.
—¿A qué te refieres? —pregunto al fin.
—No voy a irme. —Me mira—. Mi estadía será larga hasta el próximo año. —Sonríe—. Vaya que te chocó la sorpresa.
Puedo deducir que tengo grabado la expresión de horror en mi cara, por cómo él me mira y porque siento mi cuerpo hervir de rabia. Con esperanza de que sea una broma le pregunto:
—¿Y tus cosas?
—Mi padre se ha ido y regresará con ellas muy pronto.
—Mierda.
¿Quién planeó esto tan temprano?
—Creo que no empezamos bien ayer y estoy dispuesto a arreglar eso por el bien de nuestra futura relación, como cuñados...
Sin importarme lo más mínimo, lo que está diciendo, camino, avanzando a su lado y sobrepasándolo. Sigo atolondrado por lo comentado recientemente.
—¿Zov? —Lo oigo preguntar.
Me detengo, aún de espaldas a él.
—No tengo por qué soportarte si no quiero —refunfuño—. Evita hablarme cuando no estemos frente a mi padre. No necesito este mediocre intento de amistad. —Volteo el rostro—. Créeme que he tenido muchos.
—Pero...
—No. —Me coloco el dedo en los labios—. Silencio, ¿oyes? Se siente muy bien. Me gusta, mantengámoslo así.
Krooz refleja confusión en su manera de mirarme.
—Lo haces bien. —Felicito con falsedad—. Mantenlo de esa forma. —Alzo los pulgares—. Ahora me voy.
—Zov, no puedes callarme todo el tiempo.
—Al menos cuando esté junto a ti sí.
Sigo mi camino.
—Pronto me hablarás más de lo que piensas —se escucha muy seguro y me hace preguntar el porqué.
Mas, no me detengo y al fin escapo de él. Corro hasta mi habitación y me interno.
—No voy a soportar tanto tiempo. —Luego de cerrar la puerta me resbalo sobre ella—. Es tan falso. Piensa que todo el mundo debe agradarle.
Meneo la cabeza, exasperado.
¿Por qué no puede ser indiferente como los demás?
O tratarme como lo hacían en la academia.
Me pongo en pie para ir a ducharme.
Bien, voy a tratar de seguir mi vida con normalidad y evitar topármelo en cada rincón del palacio. Es lo mejor que puedo hacer.
///
Para la hora del almuerzo ya estoy concluyendo con mis tutorías. Además de la academia existe otro lugar en el que estudio. La escuela nacional de Gienven, donde los ciudadanos pueden tomar sus estudios desde el jardín hasta la universidad. Estoy a un nivel de cumplir mi obligación en este sitio, así dejaré de vestirme con sus uniformes grises y traer un tonto maletín, para asistir todos los días a estudiar e incluirme en una oleada de jóvenes privilegiados que vienen a este mismo lugar.
—Zovin. —El cabello castaño de Aks cae sobre mi banca—. ¿Ya tienes planes para la tarde? Hoy aprovechamos que no hay tarea para ir a montar. ¿Quieres venir?
—¿A dónde irán? —le pregunto, termino de escribir y cierro el cuaderno.
—Al bosque rojo. —Sus manos de súplica tapan su rostro—. ¿Por favor?
Sí, detesto a la gente.
Sin embargo, hay personas que tolero. Y, aunque, no puedo llamarlos amigos, me sirven para escapar del palacio, y más ahora que lo necesito.
—Los veo cerca de los establos. —Cedo al fin.
Aks asiente y después brinca devuelta a su pupitre para recoger su maletín.
—Ahí nos vemos.
Hago un gesto con la cabeza, afirmando el acuerdo.
Recojo mis cosas para guardarlas en la maleta y empiezo a caminar, salgo al pasillo y me mezclo entre la gente que va rumbo a sus casas.
Cuando voy bajando por las escalinatas de la escuela veo fuera del muro a las personas amontonadas con libretas en mano, algunos tienen flores y otros más osados llevan obsequios de sus cosechas o productos hechos en el campo.
No soy un presumido, pero no miento al decir que pasa lo mismo casi todos los días.
Recibo con amabilidad los obsequios y firmo algunas hojas que me entregan, hay fotografías mías pegadas en ellas. Al terminar subo en el auto para volver a casa.
Todas las personas conocen los viejos conflictos de mi padre. Cuando era príncipe hizo muchas cosas que lo dejaron con una mala postura, y lo aborrecen por eso. Sin embargo, fuera de su vida personal continuó manteniendo la estabilidad del reino.
Al menos a nosotros dos no nos tocó una parte tan amarga de las personas. Les agradamos, o eso pienso, por las actitudes que demuestran con Eidriene y conmigo.
Bueno, antes yo no les agradaba a algunos. Aunque eso ya es otra historia.
Después de prepararme para ir a los establos, decido comer algo de fruta antes de salir. Debo tener un poco de energía para ir a cabalgar y más tarde para los ensayos en la academia. Con los ejercicios de esta mañana y la comida saludable de ahora podré mantenerme en mi peso ideal. Hasta el momento resulta soportable; sin embargo, no tengo idea de cuando me abalanzaré sobre toda la comida. Es un deseo tortuoso.
Al concluir por fin salgo para montar un caballo e internarme en el bosque rojo.
Avanzo a trote lento mientras admiro las hojas carmesíes caer y voy escuchando el sonido de las mismas crujiendo bajo las pezuñas del caballo.
Lo llaman bosque rojo, porque en estas temporadas se cubre todo el cómo una extensa sabana roja y porque además los árboles de Drago sangran cuando son cortados.
A lo lejos escucho el ruido de trotes y risas, entonces decido aumentar la velocidad.
Al llegar una flecha sale disparada cerca de mí, provocando que detenga abruptamente al caballo. Giro la cabeza, para buscar al culpable.
Torrance eleva las manos, en una de ellas carga el arco. Tiene una expresión apenada en rostro.
—Perdón.
—Ten más cuidado —gruño, enfadado.
No es la primera vez que ocurre. Sin embargo, aunque me enfade, no quiero regresar al palacio aún. Tengo la oportunidad de estar afuera. Y todavía puedo fingir otro accidente y clavarle una flecha en la pierna a Torrance, para vengarme por su ineptitud.
—Hay un venado por ahí. —Señala con la cabeza a mis espaldas—. Quien lo case primero será el invitado especial y los demás deberán pagarle la comida.
—¿Cuándo acordamos eso? —inquiere Zutsi, confundida. Menea la cabeza para ver a Torrance y a Aks.
—Justo ahora —revela Torrance.
—Excelente, voy a aprovechar esta comida.
Luego de decir eso Aks avanza en mi dirección.
—Acaban de arruinar una competencia me quejo. —Cabalgando devuelta a esa zona—. No cazaré al venado —le aviso a Aks.
—¿Por qué no te gusta la comida del Artie?
—Sí.
—¿O por qué no puedes cazarlo? —Torrance aparece junto a ambos y tras él se acerca Zutsi.
—Torrance, prometiste enseñarme a lanzar antes de intentar cazar un venado.
La rubia forcejea con su arco tratando de encajar su flecha mientras se mantiene agarrada.
—Por ahora te vas a conformar con pagarme la comida —le responde él.
—Nunca me pagas una comida a mí —le dice.
—No te lo has ganado.
Decido hacer oídos sordos a la embarazosa conversación y me concentro en buscar las astas del venado.
—Separados —dicto antes de hacer marchar al caballo.
Cuando logro perderlos de vista voy disminuyendo el trote del caballo hasta que por fin termina andando.
No quiero ganar para conseguir algo, ni mucho menos cazar un animal. Nunca lo he hecho en verdad, solo uso el arco por diversión para intentar disparar a los tableros encima de los árboles, pero no tengo la puntería ni el valor para matar a un animal.
Varios minutos después continúo andando sin haber conseguido captar nada. Estoy dispuesto a seguir cuando escucho un grito. No sé si se trata de Aks o Zutsi, pero no me detengo a pensar nada antes de dar la vuelta para volver.
—¿Qué ocurre? —exclamo alarmado.
Veo el espectáculo que tiene asombrada a Zutsi, y sé que es ella quien ha gritado.
—Torrance lo cazó —me informa, está contenta.
—¿Y por qué gritas?
—Me asusté. —Tuerce los ojos y hace gestos con la mano quitándole importancia al asunto.
—¿Vendrás al Artie? —me pregunta Aks.
—Si ya terminamos aquí.
Todavía me quedan un par de horas antes de ingresar a la academia.
—Deben pagarme la comida —Torrance aparece cargando un pequeño venado en los hombros—. O nos comemos a este.
—Prefiero algo ya cocinado... —dice Zutsi y tras eso se oyen pisadas.
—¿Escucharon eso?
—¿Puede ser la mamá? —Torrance sonríe—. Hay que llevárnosla.
—Debe estar preocupada —habla Zutsi entristecida—. No debiste arrebatarle su hijo.
Saco mi arco y lo preparo buscando el productor del ruido. Hay muchos animales en este bosque, no pueden ser solo venados. Un crujido vuelve a resonar y otros más tras del.
—Sube eso Torrance —advierte Aks—. Puede ser un oso, hay que irnos.
Los crujidos vienen cada vez más cerca y más rápido. Torrance se apresura en amarrar el venado para seguido montar el caballo.
—Zov, vámonos.
Espero con la flecha apuntando el lugar de donde se aproxima el sonido.
—Zov...
—Espera.
Pronto llegará.
—Zov, olvídalo. —Insiste ella—. Vamos.
Al fin el ruido aparece junto a quien lo producía y yo suelto la flecha que vuela encima de su cabeza y termina atravesando la rama de un árbol.
Me faltaba más puntería.
—Creo que debí advertir mi llegada.
El vistazo de Krooz de Romaniv viaja desde la flecha incrustada arriba de su cabeza hasta mis ojos. Desconecto la mutua mirada y rechisto con la lengua.
Como una mosca en el plato, debe aparecerse cuando más estoy disfrutando de la comida.
—¡Casi haces que te maten! —brama Aks asustada, me da una mirada de advertencia—. Te dije que pararas. Pudiste causar un accidente.
—No creo que lo hiciera. —Con molestia regreso a verlo—. No quieres dejar viuda a tu hermana antes, ¿verdad?
¿Por qué lo menciona?
—¿Quiénes son tus amigos? —pregunta con tranquilidad—. ¿Tienen nombres ustedes?
—Soy Aks.
—Zutsi Bernals.
—Torrance. —Él lo mira con desconfianza—. ¿Quién eres?
—Cierto. Soy Krooz de Romaniv. —Sonríe—. Todavía no todos lo saben, pero tras el acuerdo de paz pronto me casaré con la hija de Gienven. Es un secreto nuestro hasta mientras.
—¿Se casará con tu hermana? —me susurra Aks.
La frustración me puede. No quiero hablar de cosas que no me incumben y menos tener que pretender conozco a este imbécil.
—¿No íbamos al Artie? —Aprieto con fuerza las cuerdas y empiezo a dar la vuelta—. Pues vamos.
—¿Y tu amigo? —inquiere Zutsi.
—No es mi amigo.
—Soy su cuñado —habla él—. Todavía no tenemos tiempo de convertirnos en amigos.
Rechino los dientes. Krooz me observa, complacido de verme disgustado por su presencia.
—Vámonos. —Ya me ha irritado lo suficiente.
Quiero huir de esto, me incomoda.
—¿Quieres venir?
Me quedo perplejo ante el impulso de Zutsi.
Observo como Krooz está encantadísimo con la atención que le brindan. Como deduje al conocerlo. Es un pavo real que disfruta ser admirado por cómo se presume y se ve. Se siente engrandecido, el maldito.
—¿A dónde van? —Pretende interesarse.
No se te ocurra aceptar.
—A Artie. Un restaurante para jóvenes. Está abierto las veinticuatro horas y ahora iremos a comer.
—Deben pagarme todo —presume Torrance—. He cazado el venado.
—Suena muy bien —habla, interesado—. Tengo tiempo, puedo unirme.
¡No!
—Genial. —Aks le sonríe—. Bueno, no perdamos el tiempo, vámonos. —Ella me mira y susurra: —me agrada tu cuñado.
Finjo estar de acuerdo y retomamos juntos el camino de vuelta.
No puedo darme el lujo de expresar cuan disgustado estoy con la presencia de Krooz, o de lo contrario abriré camino a rumores que luego pueden esparcirse por todo el reino.
Las malas relaciones se mantienen en la intimidad, y eso lo aprendí de mi padre.
Tengo el presentimiento de que ni metiéndome bajo la tierra podré liberarme de Krooz, y eso me molesta.
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