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17. Arrepentimiento

He pasado todo un día absorbido en la culpa.

En el momento exacto que desperté de esa cama y me encontré solo, cuando la pesadez del sueño desapareció; fue ahí que las imágenes recopiladas se empinaron, cayendo una por una como un largo domino, sembrándome espinas de vergüenza y punzadas de remordimiento.

No me podía creer lo que había hecho.

Hui de su vista el tiempo que duró el viaje y el resto del día. Él tampoco insistió en acercarse. Quizá ahora comprende el error que hemos cometido.

Lo peor de la culpa, no es el arrepentimiento que siento, sino la inmensa ilusión de que él vuelva. Y eso es en lo que fallo. En el deseo que se ha despertado y cual, aunque me avergüence, necesito sentir otra vez.

Ahora soy un maldito traidor.

A pesar de que la relación de Eidriene con Krooz fue acordaba por mandos mayores a los suyos, y que por deber están obligados a cumplir, ahora existe una diferencia.

Él sí siente cariño hacia ella y eso fue una decisión personal.

La manera en cómo la describía, su mirada, las palabras, hasta la voz. Krooz estaba enamorado de ella.

Bueno. Ni siquiera conozco lo que es estar enamorado. Pero si alguien hablara de mí de la misma manera en la que lo hace él, creería sin dudar la existencia de un gran amor.

¿De verdad se habían enamorado? Y si así lo fuera, ¿por qué habría de traicionarla? De mentirle.

Y dudo mucho. Porque yo también amo a Eidriene y fallé a esa confianza, a ese afecto.

Entonces, si yo también tengo amor por ella...

Quizá significa que todo ha sido un desbalance, y que fui, y fue, cosa de un momento. Que, aunque ha quedado tan marcado, debo abandonar y continuar.

Todavía no es tarde para arreglarlo.

Arrojo el bolso encima de las bancas de los vestíbulos, y luego doy la vuelta para ir en busca de la única persona que me puede ayudar a escapar de esta confusión.

Al pasar por el pasillo que conecta la salida y las escaleras a los cursos de danza, me encuentro con Evem, el entrenador.

—¿Quién canceló las prácticas? —pregunta confundido al ver que me dirijo en dirección contraria a la pista.

—Nadie. Krooz aún no llega y Kristen me ha pedido que suba para hablar un momento.

Evem asiente con la cabeza.

—Correcto. Pero no sería muy conveniente que entres a practicar una obra mientras estás trabajando en el programa de compromiso.

—No creo que sea para una obra. O no lo sé —miento—. Lo que sea lo pensaré bien antes de aceptar.

—Por supuesto. No puedes fallarle a tu hermana con esto. —Me quedo rígido cuando menciona a Eidriene.

Ya lo hice, ya le he fallado.

Suelto un suspiro.

—Regresaré pronto —digo antes de continuar el camino.

Todas las cosas que hice, ya no puedo revertirlas. Pero si detenerlas.

Haré lo necesario para volver a ser quien era antes de que Krooz llegara a Gienven.

Al encontrarme frente a ese lugar, toco la puerta.

Me encuentro en una posición algo desconforme, muy extraño para mí. Pues, antes me resultaba sencillo entrar y ser la persona pervertida y segura en la que poco a poco Talek me fue convirtiendo.

Él llegó como nuestro profesor cuando apenas cumplí quince años. Al inicio se comportó como lo que era, siempre recibía elogios de su parte. Cosas como: que tenía un talento natural y que era demasiado flexible. Me enseñaba especialmente a mí como se formaba cada posición mientras me tocaba con dureza.

Fueron dos años que transcurrieron de aquella manera. Pero entre señales podía deducir que le gustaba. Fue hasta que cumplí diecisiete cuando por fin se atrevió a avanzar más. Y yo, que entonces quería tomar riesgos, me dejé llevar.

Él era un hombre demasiado insistente, tanto que al principio solo quería huirle.

No entendía por qué se había fijado solo en mí y porque requería obtener mi atención.

Él dijo que era atractivo, muy sensual y que no podía despegar su vista de mi trasero cada vez que bailaba. Que lo calentaba a niveles inapropiados para ambos. Pero que me deseaba, a pesar de lo incorrecto que fuera.

Yo no estaba seguro. Él dijo que estaba bien.

Entonces cedí. Le creí e hice todo lo que me pidió. Me enseñó desde cómo debía limpiarme para él, hasta como tenía que tocarlo. Desde ese día no dejó que me marchara.

Me pidió que no se lo comentara a nadie. Que lo nuestro sería solo encuentros sexuales y charlas cortas.

Así que no comprendo cuando fue que pasó a fijarse en mí de forma completa, hasta el punto de pedirme entrar en una relación.

Y yo no podía quererlo por más que lo intentara. Hacía todo lo que me enseñaba. Sin embargo, el amor no fue una de esas cosas.

—Qué sorpresa —dice él, luego de abrir la puerta.

No se ve tan sorprendido, pero si complacido.

—¿Estás solo?

Talek hace un gesto para que avance al interior y yo accedo.

—¿Qué te ha traído de vuelta? —pregunta tras cerrar la puerta.

—Nada distinto a lo que ya sabes. Quizá hablar y algo más...

Ni siquiera puedo soltar las palabras directas.

Talek eleva las cejas, esta vez sí está sorprendido. Se recoge un poco el pantalón y se sienta en el sofá, en ese lugar que cientos de veces hemos follado.

Estoy actuando como un imbécil tímido. No puedo encogerme ante él.

Respiro profundamente.

No vine aquí para irme con rodeos. Debo ser lo más franco y directo posible.

—Hay que volver —suelto con seguridad. Camino hasta estar frente a él—. A como era en un inicio. Sin ataduras ni romanticismo.

—¿Por qué?

—Porque no puedo hacerlo —espeto sin tapujos—. No puedo quererte, Talek.

Él remece la cabeza, apretando sus labios y luego suelta una risa amarga.

—Ya lo deducía. —Se coloca de pie—. Sabía qué pasaría.

—No puedes obligarme a quererte... —Dejo de hablar cuando su mano se encaja en mi quijada y la aprieta con fuerza.

—Es por él, ¿verdad?

Su rostro se ha trasformado, la frialdad con la que me mira me hace temblar. ¿Por qué ha deducido algo como eso?

—¿A quién te refieres?

Siento su otra mano bajar hasta mi cintura y apretarla, atrayéndome hasta su cuerpo.

—Tu adorado cuñado de Romaniv —espeta con su boca pegada en mi mejilla—. Con quien practicas ese estúpido numerito de compromiso. —Se ríe con burla—. ¿Qué pasa si ellos supieran?

No sé por qué no puedo dejar de temblar, tampoco puedo reaccionar. Me mantengo perplejo y rígido, sintiendo como sus manos me apretujan cada vez más y ahora puedo entender que no es un acto de deseo, sino de rabia.

No se me ocurre ninguna palabra.

Maldición, me ha dejado estancado.

Y necesito defenderme, contrariarlo.

—Eso es una idiotez... —suelto un quejido cuando Talek me levanta del suelo y me hace impactar contra el sofá.

Se monta encima de mí y de pronto ya he permitido que me atrape.

—Suéltame —exijo comenzando a exasperarme—. No quiero tus malditos juegos ahora.

Cuando me negaba o me enfadaba, él empezaba a actuar de manera más ruda. Era normal, me acostumbré a eso.

—¿Vas a decirme que es una mentira?

—Por Dios, Talek. ¿Sabes la estupidez que estás suponiendo? —grito cansado—. Estoy obligado a estar junto a él, practicando. ¡Mi padre me ha puesto en esta situación!

—Qué buena conexión tienes con él entonces. Cada vez que los veo juntos parece que tú estuvieras enamorado.

—¿Por qué eso te enfada? —inquiero con prepotencia.

—Porque tú eres mío —susurra aireado—. Me perteneces, Zov. Recuérdalo siempre, y aunque se te olvide, te lo recordaré —exclama para luego besarme con exigencia.

Pero yo ya no puedo soportar esto.

El beso me parece tan vacío y repulsivo.

Mi cuerpo está helado y mi mente bloqueada. No consigo sentir nada, aparte de la rabia con la que Talek chupa mis labios y aferra mi mandíbula, tratando de que abra más la boca y lastimándome la piel.

Él no me quiere suyo de una manera romántica, me quiere suyo como una posesión.

Quizá no podía deducirlo al inicio. Porque creía que tenía el control de las cosas. Que satisfacer mi cuerpo era un libertinaje que me podía permitir bajo mi consentimiento.

No obstante, era cierto que había empezado siendo usado, y que al final me hice la idea de que tener sexo con mi profesor fue una gran elección.

Ni siquiera estaba en una edad en la que me podía considerar lo suficiente maduro para acarrear tal decisión.

Sus comentarios sexualizando mi manera de bailar, ahora que los repito en mi mente, me causan repulsión.

La primera vez en la que me insistió tanto hasta que logró besarme.

Cuando me quitó la ropa en este lugar a pesar de que me negué.

La ocasión en que me tomó sin delicadeza y llegué sangrando a casa, y en mi ignorancia, pensé que iba a morir.

Las veces que me condujo aquí con mentiras.

Nunca estuvo bien, aunque él haya insistido que era así.

Lo creí, lo acepté.

Tras todo eso aprendí a decir que sí. Y, en mi tonta cabeza, a creer que todo estuvo bien y que debía continuar disfrutándolo.

Que él me abusara... ¿Fue mi culpa? Porque yo lo permití.

Ni siquiera debí volver aquí. Peor haber decir que teníamos que seguir como el principio.

Me siento como un idiota. Tan necesitado y usado. Incluso pretendía irme a vivir con él. Ahora que lo veo mi vida hubiera sido un castigo.

Aunque tengo miedo por lo que empiezo a sentir por Krooz, no puedo utilizar y aferrarme a esto.

—¡Ya suéltame! —ordeno. Remuevo la cara para evitar que vuelva a besarme—. No voy a continuar nada. Ya permití mucho de esto.

—Hablas como la primera vez que te follé. ¿Quieres que lo repita? —Se abalanza hacia mi cuello, pasando su lengua y un escalofrío me recorre.

—¡No quiero nada! —insisto—. Olvidaré todo si me sueltas ahora.

—No te comportes así. Parece que retrocedemos todo nuestro avance.

—¡Tú fuiste quien me presionó a avanzar!

—¿Presionarte? —Se carcajea—. Siempre decías que sí. No te vuelvas una víctima, no finjas. Siempre lo disfrutas. De tu boca brotan esas palabras sucias, ahora no quieras negarlo.

—¡Fue un error! ¡Terminamos con esto!

—Pero tú eres quien viene a rogarme.

—Olvídalo. Suéltame y no volveré nunca más.

Pero no se detiene.

Retorna hasta mi boca y yo, que estoy tan asqueado como harto, busco la primera alternativa para separarlo de mí.

Aprieto mis dientes en su labio, ejerciendo fuerza y aferrándome. Cuando él grita intentando separarse, decido soltarlo.

—¡¿Qué mierda haces?! —Siento la sangre resbalar por mi boca y veo la suya, su labio inferior rojo y cubierto del espeso líquido.

—Te advertí que me solta...

Mi cabeza sale disparada hacia un costado. Me quedo perplejo por un segundo hasta que comprendo que me ha golpeado.

La mejilla me vibra y quema, el dolor se extiende tanto que me ha provocado lágrimas. No retorno la cabeza hasta que las mismas manos de Talek me sujetan la quijada y lo hacen.

—No seas idiota, Zov —me escupe con rabia—. No encontrarás a otro como yo. No soy tan fácil de remplazar.

—¿Buscar un remplazo de ti? —musito con la voz quebrada—. ¿Para qué me destruya? Ni loco...

—Sé que te gusta lo agresivo, no importa si debo forzarte. Te construí a mi medida, no te dejaré ir tan rápido.

Siento la presión de sus manos en mi garganta aumentando cada vez más y con ello cerrándome la respiración. Me remuevo, alzando las piernas para golpearlo en el estómago, él se distancia cayendo al suelo.

Lo permití una vez. A ellos y a él. Para destruirme, física y emocionalmente. Pero no más.

Por fin me suelta y consigo respirar con normalidad.

Si tengo que pelar con él, lo haré. No voy a dejar que me golpeen otra vez. Acabaron con mi pureza y mi debilidad. Después de eso no puedo volver a ser más vulnerable. Voy a atacar, porque cuando no lo hice morí y ya no queda más pureza de ese niño para disolver.

—Se acabó —dicto agitado—. Si quieres que te mate ahora puedo encubrir tu cadáver. Pero si quieres salir y huir para contarles a todos lo que me hiciste aquí te lo advierto, no conseguirás llegar muy lejos. Antes de que consigas esparcir una de tus palabras caerás muerto.

Talek respira con irregularidad, pero consigue decir:

—No hagas que me corran de esta academia. Perdóname —empieza a arrastrarse hasta mis pies—. Te lo suplico. Se lo suplico, alteza —corrige mientras me mira con rabia.

Alzo mi pierna para asentar mi pie en su cabeza e ir descendiéndola hasta terminar de bajarla con una sola patada. Su quijada se estrella contra la alfombra. El sonido que produce es tan satisfactorio.

Tengo que pensarlo con cuidado. Si él habla nos hundirá a ambos.

Pero ¿a quién le importa un profesor? Cuando tienes a un príncipe homosexual acostándose con un pederasta. Yo terminaré siendo acabado.

—No pondré ningún cargo sobre ti. —Me levanto del sofá—. Pero antes... —indico y le encesto una patada en el estómago—. Me despediré bien. —Y luego otra en las bolas—. Hasta nunca.

Emprendo el camino hasta la puerta y cuando la abro me congelo, por el asombro de que cosas así ocurran con tal coincidencia. Y porque a la peor persona que me podrían encontrar en ese estado está ahí presente.

Reacciono con rapidez para volver a cerrar la puerta, pero la mano de Krooz se azota sobre la madera, empujándola por completo y exhibiendo la escena dentro.

Él mira a Talek y luego a mí, y otra vez a él y a mí. Mientras tensa la mandíbula y frunce sus cejas, avanza dos pasos hacia adelante, deteniéndose frente a mí. Yo elevo la vista y él la baja, pero es por un momento porque vuelve a clavar su vista atrás.

Sé que observa a Talek, pero no menciona ninguna palabra, y creo que tampoco es necesario, porque sus gestos lo dicen todo.

Ni siquiera pestañea mientras lo mira con la rabia más pura que he podido observar en mi vida.

—No te vayas sin antes mirar la nieve.

No entiendo a qué se refiere y él tampoco dice más.

Me encuentro temblando cuando me sujeta de la muñeca, y me incita a caminar fuera de la oficina. Observo de reojo la cara aterrada de Talek y sin comprender por qué se encuentra así, termino por perderlo de vista.

—¿Por qué subiste? —le pregunto anonadado.

—El entrenador dijo que tenías una conversación importante con tu antiguo tutor —habla de manera alterada—. Me pidió que te buscara para empezar la práctica.

—No iba a tardar...

—¿No? —me interrumpe con un tono pesado y luego ríe con sorna—. Parece que llegué en un mal momento.

—Eso no te incumbe —suelto. Estoy fastidiado y molesto con lo reciente, y ahora Krooz aparece para empeorar las cosas.

—¿No quieres contarme por qué tienes la boca cubierta de sangre y él el labio mordido? —pregunta entre dientes.

¿Por qué se enfada?

Acabo de terminar con un problema, no quiero que él interfiera.

Pero... maldita sea. Está tan enojado.

—Creo que ya lo dedujiste —digo para provocarlo—. ¿No?

Él suelta el agarre como si le quemara la mano.

—¿Por qué dices eso? ¿Te sientes orgulloso?

—¿Qué? —espeto con confusión—. ¿Orgulloso de qué?

—De intentar ponerme celoso.

Me carcajeó, de verdad.

—Estás mal de la cabeza, de Romaniv —le indico—. Deja ya de confundirte. A ti y a mí —exclamo con poca paciencia—. No hay razones para que te sientas de esa manera.

—Sí, Zov —suelta un suspiro como si intentara regular su emoción—. Tienes mucha razón. No tengo motivo para ponerme celoso, solo porque no creo que ese beso haya sido consentido por ti. Pero si me estoy quemando en rabia porque estoy pensando muy bien todo lo que pasó ahí dentro —exclama entre susurros—. Y... —aprieta los puños—. Estoy cansado de callarme.

—¿Cansado de callarte? Siempre hablas todo lo que quieres.

—No en su totalidad. Si pudiera decirte las cosas que quiero me estaría exponiendo frente a ti.

Él empieza a recuperar un poco de calma, pero no podemos empezar a gritarnos esas verdades en un lugar como este.

—Solo te diré algo antes de irme —hablo muy bajo—. No quiero conversar sobre lo que ocurrió en la cabaña. Olvidaré todo y tú harás lo mismo. —Tomo un respiro antes de continuar—. Dile a Evem que me surgió un inconveniente y que suspenda la práctica de hoy.

—¿Por qué? ¿A dónde vas?

—A casa —respondo sin detener mi andar.

Si hablo, las cosas con él pueden volverse peor. Será mejor evitar topar el tema. Aunque, a él lo deba tolerar a cada momento.

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