15. Frío
Despierto por el ruido de la radio que ha dejado de emitir canales y ahora solo existe un pitido fastidioso. Me remuevo en la cama y noto que traigo la ropa de la noche anterior.
Hice un estúpido berrinche de celos en mi habitación y terminé quedándome dormido.
Todavía no es de día por lo que aprovecharé para arreglarme mientras todos duermen. Lo haré simplemente para tener algo con lo que ocuparme. Porque no pienso salir de esta habitación hasta que regresemos a Gienven.
Tras ducharme y volverme a colocar otra ropa, analizo mi rostro en el espejo. Las profundas ojeras nunca desaparecen y es algo que odio, pero no es lo peor de mi cara. Me paso el cepillo por el pelo para peinarme el fleco y ocultar el pasado que me marca la frente.
Aunque Krooz ya lo sabe, mi cicatriz no es algo que ha visto aún.
Las horas empiezan a pasar y yo me mantengo dentro de esa habitación. Trato de jugar con Zooz para entretenerme, escucho la radio y cuando salta la ridícula canción que Krooz cantó en el auto, no puedo evitar pensar en él.
Enojado camino para tomar la radio y luego me dirijo a la ventana para abrirla y arrojar fuera el maldito aparato. Este cae estrellándose sobre la nieve, pero sin dañarse en absoluto.
Soy un cobarde. Y un idiota.
Él no debe de tener la menor idea del porqué anoche actué de aquella manera.
Y... ¡Maldita sea!
Incluso el que tomó la decisión de aceptar que era celos, fui yo, el que se encerró, fui yo. Él debe estar confundido. Ni siquiera pude decirle que acepté quedarme a Zooz. Ni siquiera pude hablarle.
Y ahora intento mantenerme distanciado cuando no debería ser así. Porque él no me debe nada, el respeto se lo debo yo, y ya empezaba a traspasar la línea de lo correcto.
Jamás me había ocurrido esto de actuar como un imbécil y ahora me sale de maravilla.
Entre volteretas en mi cama y juegos con Zooz el reloj marca a las siete, y es justo cuando alguien toca mi puerta.
—Son vacaciones. ¿No tengo permitido dormir hasta pasadas las ocho? —suelto con pereza.
Zooz camina hasta mi cara colocándose encima por enésima vez. Pero es tan peludo y tierno que no puedo evitar permitirle eso y más.
—¿No vienes a desayunar?
¡Mierda, es él!
Dejo caer mis piernas que estaban colocadas en la pared, y empiezo a moverme para meterme bajo las mantas. Rato después Zooz empieza a maullar al no verme.
—No tengo hambre —respondo fingiendo un bostezo—. Aún tengo sueño.
—¿Puedo pasar?
—No.
—Lo haré de igual forma.
Este idiota.
Escucho como la puerta se abre y vuelve a cerrarse.
—¿Para qué preguntas si igual entrarás?
—Porque no dijiste: no, estoy desnudo. Así que pensé que no habría inconvenientes.
Aprieto el filo de la manta y lo bajo solo para descubrir mis ojos.
—Te dije que estaba próximo a continuar mi sueño, ¿entonces que haces aquí?
—Buenos días, Zov —dice mientras sonríe—. Quería saber si la comida que te hice ayer te dio alguna indigestión para que corrieras con desesperación a tu cuarto.
Con fuerza me retiro las mantas y seguido brinco para sentarme mientras lo señalo. Zooz también brinca asustado.
¿Él hizo qué?
—Tu pijama es muy elegante.
—Cállate —exclamo con molestia—. No mientas. Tú no hiciste nada.
—Me alegro de que al menos te lo hayas comido por cortesía.
—¿Por qué harías algo así?
—Quería disculparme por haber matado al alce frente a ti. Solo verte reaccionar de aquella forma me dio a entender que nunca te atreverías a masticar un pedazo de carne.
Suelto una risa en tono satírico. Krooz arquea una ceja, confundido por mi reacción.
—No es por ti. —Paro de reír y empiezo a hablar con más seriedad—. Solo que anoche pensé que mi padre lo había mandado a hacer. Pero ya empiezo a darme cuenta de que siempre creo en estupideces.
Nos quedamos en silencio durante un rato, hasta que el vuelve a hablar.
—¿Por qué hay una radio tirada en la nieve? —pregunta y procede a caminar hasta la ventana.
—No la hay.
—Sí. —Insiste apuntando con su dedo el cristal—. Parece que alguien la tiró desde aquí.
—¿Ya vas a irte o también tengo que arrojarte por la ventana?
Krooz voltea el rostro y mientras me mira sonríe con satisfacción.
—Soy mucho peso para ti.
Hago sonido de fastidio y vuelvo a tumbarme en la cama. Ni siquiera tengo ánimos para discutir.
—Si no quieres bajar a desayunar te traje esto. —Camina hasta la cama y luego extiende una caja que ya conozco.
Quiero sonreír, pero me contengo.
—Tengo que comerlas o nunca me las dejarás de ofrecer, ¿verdad?
—Solo si gustas.
Extiendo la mano y tomo la caja. Intento actuar normal, pues anoche y apenas hace unas horas estaba estúpidamente celoso. Él si sigue siendo el mismo de ayer y el de todos los días. No hay nada más que agregar, solo son confusiones mías.
—¿Puedo dormir ahora? —Lo miro—. Las comeré después... —hago una pausa—, lo prometo.
Sus comisuras se extienden.
—Es la primera vez que te escucho prometer algo.
Giro los ojos, hastiado.
—Vete antes de que me arruines la calma.
—Claro. —Se acerca a Zooz y le acaricia la cabeza—. Hasta luego pequeño.
Aprieto la caja de metal y vuelvo a hundirme en las mantas. Unos segundos después escucho la puerta cerrarse.
///
He vuelto a caer.
En cuanto abrí esa caja, el olor de las galletas me tentó. Estuve rato analizando la posibilidad de comer unas tres, hasta que después de ingerir una me las tragué todas.
Llevo casi todo el día encerrado aquí y sigo sin poder aceptar la idea de vomitar. El solo pensar en que disfrute comerme esas galletas que Krooz me regalo, me llena de muchas inquietudes.
¿Está mal si lo hago?
No es como si no pudiera vomitar o algo, pero quizá esta vez no quiero hacerlo. Tal vez pueda hacer ejercicios como un demente cuando vuelva a casa. Además, todavía me duele un poco la garganta por la ultima vez que lo hice, no puedo usar el mismo método otra vez.
He hecho esto por tanto tiempo que ahora es muy difícil de parar.
Si él supiera lo que hago, es probable que me juzgase de obsesivo y exagerado.
Tal vez lo soy.
Aunque no consigo mejorar. Sé que no puedo hacerlo solo y me cuesta mucho querer ayuda de otras personas. Aprendí a realizar las cosas y a resolver mis problemas de manera individual. Me acostumbré a ser de esta manera, pero no niego que quisiera mejorar. Sigue y seguirá siendo complicado, en especial porque oculto mis acciones.
Busco en la maleta los patines.
Lo mejor que puedo hacer ahora es huir de mis pensamientos y alejarme de esta habitación.
La tarde está cayendo cuando salgo de la cabaña mientras me dirijo hacia el muelle. El cielo está saturado por un naranja intenso que se refleja sobre las perfectas y lisas capas de nieve. Mis pies van formando huellas profundas hasta que me encuentro con un camino hecho de unas pisadas más grandes. Cuando alzo la cabeza veo una figura negra al final del muelle.
Se trata de Krooz.
Al verlo me cuestiono todo lo que hice a noche. Mis actos estúpidos guiados por confusiones.
Es momento de deshacer aquello. Tengo que retomar el camino que estamos llevando y continuar mejorando nuestra forma de relacionarnos. De insistir seguir doblando el sentido de las palabras solo me traerá más conflicto.
Lo que yo imaginé no está sucediendo y debo detenerme.
Vuelvo a tomar el camino a la cabaña.
Tengo una mejor idea.
///
Me deslizo sobre el lago congelado, cruzo la longitud del muelle hasta que consigo llegar al final donde Krooz está sentado. Lo encuentro con una libreta y un carboncillo en la mano, desde aquí no logro apreciar lo que dibuja.
—¿Por qué no hay nadie en la casa?
Él desprende su mirada de la hoja y la eleva para darme un rápido vistazo.
—Mi padre quería conocer la ciudad, así que se fueron todos por la mañana —dice y luego coloca el carboncillo en medio de la libreta y la cierra—. Menos nosotros, claro.
—¿Por qué no fuiste?
Él se encoge de hombros.
—Todavía no estoy tan viejo como para divertirme con ellos.
—Pero si eres demasiado viejo como para divertirte conmigo. —Krooz empieza a reír.
—Tengo apenas veintisiete años y tú no eres un niño.
Alzo los patines que traigo en mano y los asiento sobre la madera.
—Entonces vamos a divertirnos —digo mientras le doy unos golpecitos a las tablas.
—Creí que patinar conmigo fue la peor cosa que te ha pasado.
—Oh, si lo fue —suspiro cansado fingiendo fastidio—. Pero ya no puedo cambiar mi destino. Ahora estoy liado a ti hasta que te cases con Eidriene.
—Por supuesto —se burla.
Finjo normalidad mientras él se coloca los patines.
Sí, está funcionando.
Lo puedo hacer de esta manera. Aunque no soy capaz de negar que siento un nudo en la garganta.
Krooz termina de atarse las agujetas para después bajar del filo. La altura del muelle no está muy alta. Sin decir nada empezamos a patinar, cada uno a un metro de distancia.
El momento es muy sereno. El poco sonido que llena el ambiente es el de las cuchillas raspando el hielo. Sin embargo, no logro ser parte de esa paz. Me inquieta estar en un momento a solas con él luego de haber aceptado sentir aquellas emociones.
Adquiero más velocidad y emprendo solo un camino. A medida que me deslizo voy tomando equilibrio para alzar mi pierna izquierda, mientras que con la derecha mantengo fuerza, extiendo mis brazos y continúo patinando. Elevo la mirada al cielo en busca de un sustento de tranquilidad.
—Espérame, cisne.
Como si escuchar ese apodo de su boca no me afectara, desciendo con lentitud mi pierna, volviendo a mi postura. Me detengo de espaldas, pero escucho como él se va acercando.
—¿Por qué me llamas así? —pregunto en un deje de voz.
—Es como te llama la mayoría del reino. Lo oí de Eidriene. —Volteo el rostro para mirarlo—. ¿Por qué te dice de esa forma?
Él me observa fijamente.
—El apodo no tiene un significado muy especial —indico sin importancia.
Krooz se desliza con lentitud hacia mi dirección, al terminar frente de mí baja la cabeza y yo tengo que alzar mi vista para conectar nuestras miradas.
—Dímelo entonces.
Sus ojos avellana relucen aún más claros por el reflejo del sol que da lleno en su rostro, su pelo negro y sus cejas parecen estar dibujadas con carboncillo. Krooz pestañea y me empuja de vuelta a la actualidad. Es alarmante como incluso su cara empieza a ser un distractor para mí.
—Nací el día que los cisnes volvían a los lagos. El tiempo perfecto en el que el agua ya no estaba congelada. Cuando el reino me conoció no quisieron compararme con la identidad de mi padre. Así que a pesar de que éramos iguales, ellos dijeron que era igual a un pequeño cisne blanco.
—Para mí ese es un significado especial —responde él—. Y creo que tuvieron mucha razón.
Meneo la cabeza, restándole importancia.
Quizá al principio fue visto como algo bonito y también lo creí de aquella forma. En cierta parte amé el apodo. Sin embargo, cuando entré a la academia Borks el apodo ya no volvió a sonar igual. Fue manchado, como yo.
—Ya no me gusta. Ahora me parece estúpido.
Krooz sonríe.
—Pero dejas que te llame gato arisco.
Giro mis ojos.
—Nunca te lo permití —espeto—. Solo lo haces porque se te viene en gana. Como todo...
—¿Cómo todo? —Abre la boca exagerando su expresión sorprendida—. ¿Te sorprendo con cada cosa que hago?
—Me temo que sí —expreso con fastidio—. Eres demasiado espontáneo. Puedo verte y no adivinar cual será la siguiente acción que llevarás a cabo.
—Entonces...
Siento sus manos rodear mi cintura.
—¡¿Qué haces?! —Me exalto poniendo mis manos encima de las suyas para alejarlo.
—Lo que mejor sé —responde—, ser espontáneo. —Concluye para luego elevarme.
Cuando estoy encima de sus manos me obliga a sentarme encima de su hombro. Me sorprendo cuan grande es, que incluso mi trasero logra caber sin problemas.
—¡Ya bájame!
Ente risas me hace dar un giro, luego me impulsa hacia delante para bajarme de manera que termino colgando de sus brazos.
—Esa ni siquiera es una pirueta —exclamo con molestia mientras recupero aire por el ajetreo.
—Lo es —insta él—. Yo lo cabo de inventar. Y se llama atrapé a un gato muy arisco —suelta cerca de mi rostro.
Los nervios me hacen cosquillear la piel de todo el cuerpo. Esa cercanía tan innecesaria para hablarme hace que mi emoción aparezca. Estoy dando lo mejor de mí, pero no puedo parar de sentir esto. Mi corazón retumba desquiciado, quizá tanto como Krooz lo está.
—Bájame.
—¿Ves? —Su dedo me toca la punta de la nariz—. Tienes la misma personalidad que un gato.
—¿Sabes que también hacen? —pregunto, mirándolo, espero que con un gesto muy enfadado.
Su mano juguetea frente a mis ojos. Las yemas de sus dedos están teñidas por el negro del carboncillo.
—¿Qué?
—Arañan. —Le sonrío con inocencia—. También muerden. Y deja de tocarme con tus dedos sucios —le reclamo.
Parece no ser suficiente advertencia, porque me aprieta aún más y empieza a sobarme sus dedos en la cara.
—¡Aleja tus manos de oso de mí!
—¿Manos de oso? —se carcajea—. Entonces al fin has decidido darme un apodo.
—El segundo, el primero es: idiota.
Me remuevo mientras volteo la cara para que no pueda tocarme hasta que al fin decide parar.
—Me gusta más el segundo.
Sus dedos me aprietan los cachetes y eso hace que me encrespe de rabia.
—¡Te estás aprovechando! —Aferro mis uñas en su mano—. ¡Suéltame ya!
—Eres tan bonito que duele.
Tras esas palabras mi fuerza se desvanece y me quedo prendado mirando su rostro.
Sus parpados caen como si tuviera sueño y luego los cierra por completo. Sonríe con complicidad, con un gesto inquieto, como si estuviera considerando en sí hacer o no algo, y luego remece la cabeza.
—Vamos —indica con normalidad, para luego dejarme en el suelo—. Hay que repasar ese programa.
—A veces rogaría por saber que ocurre en tu cabeza.
—No es muy conveniente para ti.
De repente tengo unas intensas ganas de arriesgarlo todo y preguntarle qué hay más a fondo sobre su actitud conmigo. A que se refiere con esas palabras, porque me sonríe a la cara como si yo fuera un ingenuo.
Él se aleja, deslizándose y adquiero velocidad. Realiza un Axel doble y luego otro.
Silencio mis pensamientos y hago lo mismo que él. Hasta que nos encontramos a la par y listos para comenzar.
Nos saltamos el inicio. El cuál está conformado por pasos individuales. Pasamos directo a la primera parte en la que ambos nos unimos. Con delicadeza me apego al pecho de Krooz para justo unos segundos después despejar nuestros brazos, en ese instante yo volteo y ambos quedamos mirando en direcciones opuestas.
—Es extraño bailar sin música —habla en el momento en que recargo mi espalda sobre su rodilla y él me sostiene con una mano por debajo de mi axila—. Pareciera que lo que hacemos no tiene sentido.
—Tienes razón. Cuando un elemento primordial falta, pierde algo de sentido.
Krooz se desliza doblando un poco las rodillas, girando aún conmigo sobre su pierna. Cuando termina de dar el giro, con rapidez me pasa una mano sobre la espalda y me lleva de vuelta. Ahora nos sostenemos ambos frente a frente, a unos cortos centímetros que se desvanecen con la misma velocidad puesto que debo sostener su mano y luego estirarnos mientras patinamos con normalidad.
Nos deslizamos tomados de la mano, y a pesar de que antes podía hacer todo con más profesionalismo, ahora no se siente igual.
Esa frialdad con la que practicaba por encima de mis emociones ha desaparecido. Antes parecía controlarme mejor, pero todo empeoró más cuando venimos aquí.
Y tengo miedo, porque presiento que las cosas irán empeorando aún más.
Ya había sentido lo mismo, desde el día en que fuimos a Artie. Sin embargo, la intensidad fue aumentando con el pasar de los días. Cuanto más nos íbamos involucrando los dos, la tensión se fortalecía con mayor intensidad.
Como un hielo siendo azotado por el calor del sol, va disminuyendo sus capas cuando más arde este, y poco a poco va perdiendo la fuerza, hasta que solo se rompe.
Si el hielo se rompe, yo caeré y estaré completamente perdido.
Y algo parecido sucede en ese preciso momento.
Mientras fui alejándome, adquiriendo velocidad para hacer un salto, estaba tan despistado, ensimismado pensando y solo realizando los movimientos. Mis ojos no estaban enfocados en lo que pasaba en mi realidad.
Ocurrió con rapidez.
El crujido se escuchó y luego el hielo agrietado por la presión de mi peso cedió, dejándome caer directo al agua congelada.
Y solo ahí supe que ese frío sería mi condena.
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