10. Carrusel
Al bajarme del auto, el frío del invierno me congela la cabeza, y obligado tengo que regresar al interior a buscar el gorro bombardero. En Teorvek la mayoría lo usa porque las temperaturas bajan tanto que ya ni la lana es suficiente para calentar.
—A la mitad del camino el cerebro te va a dejar de funcionar.
El tonto de Krooz no lleva nada sobre la cabeza, y tiene las orejas tan rojas que bien pueden ser dos rodajas de tomate.
—Conseguiré soportar un día de invierno.
—Como quieras.
No es mi problema si mueres antes de la presentación.
—¿Por qué hay una feria en esta época?
—Porque siempre está aquí —le comunico—. Nunca cierra y las ganancias suben para estas fechas. Aunque no todos los juegos funcionen, hay algunos que están hechos especialmente para esta temporada.
—¿Cuánto tiempo pasabas aquí?
—Cada fin de semana de toda mi niñez.
—¿Es la primera vez que regresas?
—Sí. ¿Te defraudo? —pregunto en broma—. No soy nada divertido, si quieres lugares increíbles donde montarte una aventura, conmigo no lo tendrás.
—Uh, no es necesario. —Se relame los labios—. Contigo puedo montarme una aventura donde sea.
Creo que las palabras vienen con doble sentido, pero prefiero ignorarlo por mi tranquilidad moral, o sonaré como un urgido que malinterpreta todo. Además, aunque deba repetírmelo mil veces, Krooz no es como yo. Usa sus bromas solo para molestarme.
Ambos perseguimos el camino hacia la entrada donde niños pasan brincando alegres e hiperactivos, deseando poder subirse a todos los juegos posibles y gritar sin parar. Lo deduzco bien porque mi primera vez en este sitio fue de la misma manera.
El sitio no ha cambiado mucho. Las tiendas siguen siendo de franjas blancas y rojas, el olor de la comida rápida aún flota en el aire, aunque ya no me causa el mismo efecto. Tras entrar en la academia, este sitio fue perdiendo color para mí. No solo porque ya no podía disfrutar de la comida a montón, sino que mi mente se había ocupado en comportarse de otra forma, y estaba preocupado por conseguir resaltar sobre la competencia. Tanto así, que dejé de sentirme como un niño, y cuando volvía a montarme en un juego, la chispa ya no destellaba.
Yo fui el culpable de apagar el brillo de mi niñez, yo y ellos en una gran parte. Pero al final este lugar fue tan gris que lo dejé de asistir por la inmensa tristeza que me embargaba al verlo.
—¿Cuál era tu juego favorito?
—¿Y si mejor lo adivinas?
Porque no tengo antojo de contarle nada respecto a mí y a la conexión que tuve con este parque.
—¿Si adivino puedo pedir algo a cambio? —No lo estoy mirando, pero siento que me observa.
—No.
—Por favor —ruega—. Si no lo consigo a la primera, tú puedes pedir algo a cambio.
Bien, quizá podría pedirle que cerrara la boca un rato.
—Adelante.
—Eso. Pero me tomaré mi tiempo —dice—. Mientras, podemos probar esos juegos. —Señala las tiendas de tiro al blanco.
No respondo. Sin embargo, avanzo junto a él, cuándo, emocionado, se dirige hacia allá.
—Bienvenidos. —El dueño nos recibe haciéndonos señas para que entremos a la línea de lanzamiento—. ¿Quién de los dos jugará? —pregunta, y luego se extiende sobre un banco buscando los arcos.
—Ambos —responde Krooz.
Vuelvo a mirarlo, confundido.
—No he dicho que jugaría.
A pesar de mi respuesta, el dueño le entrega los dos arcos, y Krooz se los acepta.
—Es para que mejores tu práctica. —Me extiende el arco—. Si tuvieras buena puntería no hubieras fallado ese tiro —insinúa. Caigo ante la provocación y le arrancho el objeto.
—¿Quieres colocarte como la tabla de puntuación? —Recojo una flecha y la preparo—. Por si esta vez consigo clavarla en el rango más alto... —Lo observo de reojo mientras me alisto para soltar la tensión de la cuerda—. Como en tu cabeza... —Suelto y la flecha direccionada se encuentra con la tabla y se clava en la marca 8.
Krooz se ríe por lo alto, complacido de mi fallo. Hago un gruñido hastiado mientras arrojo el arco al suelo, pero cuando veo al dueño exaltarse por el perjuicio que le estoy provocando, vuelvo a recogerlo para regresárselo.
—El que falla una vez y se rinde ya nunca podrá asegurar si ganará. Pero el que sigue intentando continuará rodeado de muchas posibilidades, y tenerlas es más reconfortante que la resignación. —Krooz prepara su flecha y luego lanza acertando en el centro—. Pero tú ya renunciaste, ¿verdad, Zov?
—Que no quiera continuar un juego de tiro no significa que esté resignado —hablo con tranquilidad—. Todavía no me conoces. No puedes ni imaginar que puntos he topado para no caer en el conformismo. —Ladeo la cabeza—. Ve por tu premio, de Romaniv.
—Disculpe, solo tenemos peluches y guantes. La mayoría de gente son padres que quieren complacer a sus hijos o parejas a sus enamoradas. —El dueño le entrega un peluche mediano de un gato amarillo—. Quizá se lo pueda regalar a su novia...
Krooz se lo arracha de las manos, y emocionado dice:
—Oh, Zov mira, eres tú. —Sonríe mientras observa el peluche—. Incluso tiene la cara gruñona. —Suelta una risa, coloca el gato a mi lado, alternando su mirada en ambos—. Son demasiado parecidos.
—No me fastidies tan rápido.
Lo dejo y avanzo hacia otro lugar de la feria. Sé que me va a perseguir, así que no tengo por qué detenerme. Continúo andando hasta que lo siento llegar a mi lado y disminuye la velocidad.
—Aunque quisieras huir de mí con esas piernitas tuyas, no irías muy lejos.
—Estas "piernitas" hacen los mejores saltos que un bailarín ha podido. —Suspiro—. Estoy haciendo lo mejor por comportarme. No te aproveches, Krooz.
—¿Aprovecharme? ¿A esto le llamas aprovecharme? —Su cabeza se inclina por encima de mi hombro—. Eso quiere decir que cuando lo haga de verdad no vas a resistir ni un segundo.
—Sí. —Chasqueo la lengua—. Y lo más probable es que me deshaga de ti.
Krooz no contesta, pero continúa riendo en lo que queda del camino.
Cuando cruzamos por ese lugar trato de ignorarlo, y centro mi atención en otro de los lugares en los que cree recuerdos con Eidriene y Dove.
Krooz se acerca a las barras de metal que encierran la pequeña pista.
—Antes de decir cuál es tu juego favorito... —habla mientras posa sus antebrazos sobre la barra—. Fue aquí donde aprendiste a patinar, ¿verdad?
—Eso es trampa.
—Por supuesto que no —se queja—. Esto no afecta mi respuesta.
Me acerco a las barras y luego me detengo frente a ellas. Con mis manos aprieto con suavidad la superficie y los recuerdos de esos días vuelven como luces instantáneas que casi consiguen hacerme sonreír. Sin embargo, la melancolía se desvanece y me siento frustrado.
Supongo que es cierto, y demasiado obvio. Pero, esos tiempos ya no vuelven.
Renuncié a toda esa inocente felicidad que mi infancia me ofrecía, para alcanzar la gloria de mis sueños. Y a veces cuando estoy un poco inconsciente, consigo arrepentirme por haberlo hecho.
—Sí. Esta pista creó una gran patinadora, y a su única competencia. Su hermano.
—¿Por qué asumes que soy su única competencia?
—Porque he visto patinar a Eidriene, y ahora a ti.
—Como sea. —Meneo la cabeza—. Ambos aprendimos a patinar aquí y lo hicimos solo por diversión. Luego Eidri entró en Borks y dejamos de venir.
—¿Por qué? ¿No tenías amigos con los que venir?
—Yo... no les agradaba a los niños.
—¿Siempre has tenido ese carácter? Porque de ser así creo que entendería a esos niños.
—Sí, siempre.
Y en verdad lo digo porque no quiero enfrentar algo que era una realidad, y menos confiársela a él.
Las vulnerabilidades son puntos a los cuales deberíamos considerar nunca mostrar. O al menos yo lo considero de esa forma.
—El carrusel.
—¿Qué?
—El carrusel —repite y me mira—. Ese es tu juego favorito.
Pestañeo, atónito.
—¿Cómo lo supiste?
—Es un lugar tranquilo y se puede disfrutar de manera individual. Además, Zovinkia me lo dijo —exclama orgulloso apretando al peluche.
Hago una mueca de desagrado al escuchar mi nombre completo.
—¿Por qué le pones mi nombre a un peluche?
—¿Qué? —Se ofende—. Son como gemelos, deberían tener nombres similares.
—Eres patético —bufo irritado.
—Y tú un amargado. Pero, ¿qué le podemos hacer? Todos nacemos con defectos.
—Pero contigo se propasaron.
—Toma. —Extiende el peluche.
—¿Qué? ¿Por qué me lo das?
—Es una alianza de paz. —Lo sacude y un tintineo suena—. Acéptalo para que te convenzas un poco, después de todo entre los dos eres tú a quien más trabajo le cuesta.
—Porque yo no tengo que fingir que todos me agradan. —Me cruzo de brazos.
—Yo no finjo.
—Seguro lo haces —digo mientras lo miro acusatorio—. Alguna vez lo hiciste.
—Bueno. —Lo acepta—. Contigo no finjo.
Me rio de manera forzada.
—Dijiste que ya no intentarías ser mi amigo ni tampoco agradarme.
Y es ahí cuando su mirada se empieza a trasformar.
No había sido muy consciente de las primeras horas que pasamos juntos, pero en todas ellas Krooz había actúa igual. Respetuoso y amable como lo podría ser con una persona en general. Y a pesar de no haber tenido esa intensa mirada hasta este momento, ya no puedo evitar los sentimientos que esa noche me implantó, y que ahora al parecer me perseguirían, por más control que existiera de mi parte.
Sin embargo, ahí estaba otra vez.
Krooz la mayoría del tiempo conservaba su expresión amigable, y si yo no fuese la persona que soy, sería muy posible que confiaría en él tan solo con verlo.
Pero, aparte de esas expresiones, existían otras, que parecían ser más privadas.
—Puede que haya cambiado de opinión. —Empieza a avanzar—. No pienso negarme a cosas que nos favorecerán.
—¿El favorecimiento también involucra eso que descubriste la noche de mi graduación?
Sus comisuras puntiagudas se alzan y sonríe, solo hacen que su rostro se perciba todavía más perverso de lo que ya es.
—Por supuesto.
—¿Qué descubriste?
Krooz niega con la cabeza.
—Nos estamos desligando del tema principal. —Vuelve a extender el peluche—. Adiviné el juego, a cambio quiero que me enseñes uno de tus lugares especiales.
—No lo quiero, no soy un niño. Tampoco quiero nada tuyo —hablo molesto.
¿Qué le muestre mi lugar especial? ¿Por qué querría conocer eso?
—Es nuestra alianza. —Sacude el gato—. ¿Lo olvidas?
—Madura, de Romaniv.
—Qué irónico. Soy el mayor de ambos, pero tú te comportas como un anciano amargado.
—Y tú como un niño.
—Es diversión, Zov. Para crear una relación se debe divertir —responde todavía insistiendo en que tome el peluche.
Con estupideces.
Esta es la parte tonta por la que no me gusta originar nuevas relaciones.
Suspiro.
—Salgamos de aquí.
Doy la vuelta para regresar a la salida.
—¿A dónde vamos?
Me detengo, respiro y vuelvo para arrancharle el peluche.
—Dijiste que te enseñara mi tonto lugar especial, ¿cierto? —Lo señalo con el gato y él asiente—. Pues camina entonces —concluyo para volver al camino.
Sigue esforzándote Zov, sigue esforzándote.
//
El sonido de esa campanilla tiene un efecto milagroso. Cada vez que paso por esa puerta siento que entro al cielo y, en cierta parte, el sitio parece el paraíso.
Krooz da vistazos cortos al interior del refugio animal. Todavía no le explico lo que es, pero ya debía haberlo deducido.
Dejamos los abrigos en el recibidor y también tenemos que quitarnos los zapatos y usar unos especiales para evitar ensuciar el sitio.
—¿Donador? —me pregunta.
—Dijiste que te mostrara mi lugar, no que también te lo explicara.
—Pues el paquete debe venir completo.
Avanzo hacia las dobles puertas y tomamos el pasillo que lleva al patio trasero. Como no hay ladridos dentro, entiendo que aún deben estar jugando fuera.
—Soy quien se encarga de todo, pero a la vez de nada.
—Entonces donador —asume.
Me detengo antes de llegar a las puertas.
—Doy el dinero sí, aunque también me preocupo por ellos. Los visito siempre. No tengo el tiempo suficiente para atenderlos yo mismo. Por eso debo encargarme de todo, pero sin ser yo el que hace funcionar las cosas. —Continúo y abro las puertas.
Avanzamos por la explanada que lleva hasta las escalinatas y desde ese punto ya puedo observar el campo cubierto de nieve y los canes que corren jugueteando entre ellos. Por lo general a los gatos no les gusta salir al patio, pero también me encuentro con alguno trepado en los muros y las mesas.
—¿No juegas con ellos?
—No soy un perro —digo—. Verlos desde aquí es suficiente.
—¿Tienes miedo de que te ensucien, o es porque estar cerca de animales te trae algún tipo de recuerdo?
Frunzo el entrecejo, confundido. ¿Por qué ha preguntado algo así?
Regreso la cabeza y me encuentro con sus profundos ojos.
—¿Por qué dices? —Él quita la mirada, se centra en el espacio del frente mientras pestañea. Luce dudoso—. Tú no... —Niego cuando caigo en cuenta.
—Sí. —Regresa a mirarme—. Yo lo sé. —Y luego se da la vuelta para irse.
Me quedo perplejo, viendo cómo se aleja.
Acabo de recordar que fue él quien me trajo de vuelta del lago negro. Que él fue el que me escuchó, vio y se relacionó conmigo mientras estaba bajo ese estado de ebriedad.
En mi maldito punto débil.
En ese lugar que me pone vulnerable, bajo un efecto del que no era consciente y, además, hay una parte de tiempo que no recuerdo de toda esa noche.
Los animales me traen recuerdos, estar cerca de ellos me traen mi debilidad.
Y Krooz lo sabía, ya conocía cuál era la razón de ello.
—De Romaniv. —Me echo a correr tras él—. ¡De Romaniv, detente idiota!
Él deja de caminar, quedándose parado de espaldas a mitad de la explanada.
—¿No vas a enfrentarme? —pregunto con enfado—. Te metes con mi privacidad, la escupes y luego huyes. ¿Qué es lo que sabes? —le insisto, él no se mueve—. De Romaniv —insisto otra vez—. ¡De pronto te quedas callado, pedazo de...!
—De Gienven —dice, y se gira para enfrentarme—. Eres un maldito fastidioso cuando te lo propones.
—Y tú un maldito idiota —espeto—. Si no querías que me enterara de lo que pasó, mejor no hubieras abierto tu boca. Seguir fingiendo se te da mejor.
Krooz toma aire, buscando tranquilizarse.
Irónico. Es él quien me deja poniendo los pelos de punta y se atreve a irritarse porque le exijo que me diga la verdad.
—¡No lo iba a hacer! —Alza las manos con exageración—. Solo... estaba divagando mientras te veía y se me escapó. Luego ya fue tarde, te disté cuenta y tuve que soltarlo.
—Ahora suéltalo todo. —Avanzo más—¡Dilo! ¿Qué pasó esa noche? ¿Qué cosas hice?
Un nuevo miedo empieza a nacer.
¿Y si yo me atreví?
Esa noche estaba muy confundido, pude haber hecho una estupidez.
Krooz me mira, no se ve nervioso, pero no puedo fiarme. De haberlo hecho él no tendría por qué estarlo, yo sí. Pero tampoco parece enfadado. Seguro que no pasó nada malo.
—Te vi cuando te montaste en el auto. —Empieza a relatar y seguido deja de mirarme—. Te seguí porque no alcancé a detenerte. Ibas demasiado ebrio, no tenía tiempo de avisarle a nadie más y solo fui tras de ti porque temía que tuvieras un accidente. Me preocupé...
—Eso me importa una mierda —lo interrumpo—. Quiero saber lo que paso allá... cuando estuvimos los dos solos.
Krooz toma otra postura, esta vez algo inquieta. Se pasa una mano por encima de la boca, respira y luego habla:
—Te encontré llorando cerca del lago. —Aprieto los labios, disgustado—. Te metí en el auto para volver, pero no dejabas de llorar, así que primero quise tranquilizarte.
Me muerdo la lengua y comienzo a clavarme las uñas en las palmas.
Que lo esté narrando no es lo peor. Lo es el hecho de que cuando lo hace empiezo a sentirme como esa noche, y por ende los recuerdos se van esclareciendo.
Ya sé lo que hice.
—Mencionaste la historia de un gato. —No, no. Mis ojos pican—. Y después me...
—¡Basta! —Lo detengo—. No necesito que sigas. Ya lo recuerdo todo.
Y no es mentira.
Mi nariz arde y tengo los ojos húmedos.
Recuerdo con perfección como le relaté el día en que mataron a mi gato y me hicieron el acto más cruel e inhumano, que con tan solo siete años de vida, consiguió mancharme la existencia para lo que era y lo que sería a partir de entonces.
Estoy estático, aprieto los puños.
Un grupo de esos niños que se encargaron de atiborrar mi cabeza de defectos, quienes me atormentaron cada día que asistía a la academia, se llenaron de odio cuando logré presentar la obra en la que ellos no fueron escogidos. Y tres de ellos se vengaron.
—¿Por qué repetías que era tu culpa?
Siento que una lágrima resbala.
—Porque quizá si me hubiera rendido no lo habría perdido de esa forma.
—Tal vez si lo es.
Alzo la mirada, veo que Krooz tiene la mandíbula apretada, sus ojos oscurecidos parecen perdidos de la realidad. Está metido en otro plano, tal vez de recuerdos suyos, ¿qué es lo que piensa?
—Lo es y lo sé —contesto y empiezo a caminar.
No lo culparé por responder algo que es verdad.
No puedo dejar que me vea llorar otra vez. Mucho menos ahora que sé la forma en cómo me aferré a él cuando estuve en ese lugar. Y el cómo él permitió que lo abrazara.
Puedo sentir vergüenza por lo que sucedió, mas, estoy igual de confundido. Porque en ese momento la tranquilidad que me embargó fue como un gran océano de paz, y me ahogué ahí, y ahora tengo miedo de querer seguir hundiéndome más.
Por eso, esta vez si voy a huir.
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