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1. El acuerdo

Alzo mi muñeca para cubrir con el dorso de mi mano los jadeos que emite mi garganta. Estoy encima del sofá, y no paro de mirar la puerta, como si alguien pudiera irrumpir en cualquier instante. Siento sus dedos resbalar dentro de mí mientras que con suavidad frota mi punto, gimo ante la placentera sensación.

—No tengo mucho tiempo. —Siento el mordiscó en mi nalga—. Entra en mí, deprisa... —suelto un gemido cuando empieza a embestirme con sus dedos.

—Controla tu boca —me regaña—. Tu voz es tan encantadora que me podría venir con solo escucharte.

Me retuerzo maravillado por el placer.

—Entra en mí —ruego otra vez—. Talek, cógeme ya.

Su mano aprieta con suavidad mi pene y luego empieza a masturbarlo.

No sería tan malo venirme de ese modo. Pero he pasado toda una semana sin hacerlo y no tendremos este tiempo hasta el otro lunes, así que no quiero irme complacido con un orgasmo de aquella manera.

—¿Cuánto quieres que te folle? —dice, y continúa frotando en mi interior—. Habla, Zov.

—Demasiado... —Sus dedos van más rápido—. Cógeme ya, necesito soportar esta semana.

Él se ríe y termina por abrirse el pantalón.

—¿Soy tu especie de medicina? —se burla—. ¿Algo así como antidepresivos?

—Eres mi profesor y te pagan por enseñarme. —Miro con deseo como bombea su dura verga—. Y quiero que me enseñes como puedes cogerme. —Abro más mis piernas para tentarlo.

—Nunca te animarás a probarla, ¿verdad?

—Tenemos un acuerdo. —Le hago memoria—. No te doy mamadas, es antihigiénico.

—El sexo también lo es. —Se agacha y resbala sus manos por mi torso, luego me besa en medio de las costillas—. Cuando la pruebes no te sabrá antihigiénico.

—Diablos, cállate. —Le pongo una mano en la boca—. ¿Vas a metérmela o debo conseguir otro profesor?

Siento como su punta hinca mi entrada y luego me toma de manera completa, hundiéndose y haciéndome gemir. Cierro los ojos, satisfecho de sentirme lleno.

—Si quisieras otro profesor ya te hubieras deshecho de mí. —Empieza a menearse más rápido—. Pero no puedes remplazarme. —Sus labios van a mi cuello, siento su lengua mojada y caliente—. No es tan sencillo.

No digo nada.

No porque no quisiera contrariarlo, simplemente, porque sería una pérdida de tiempo. Y ese corto lapso quiero disfrutarlo mientras siento su pene dentro de mí.

Aferro mis piernas a su alrededor y él continúa entrando y saliendo de mí. Toma mi falo y vuelve a masturbarme al ritmo en que me folla.

Llevamos alrededor de dos años acostándonos, desde que cumplí diecisiete para ser exactos. Yo le gustaba, pero no me tomaba importancia porque era un niño, y además soy el hijo del rey.

Fue hasta que un día solo me atreví a jugar y terminamos en esto.

Por supuesto que nadie lo sabe. Soy muy bueno ocultando secretos, porque además no me gusta compartírselos a nadie. Las personas me desagradan, un poco. Talek se mueve con más rapidez. Un poco porque tengo excepciones cuando son convenientes.

Las paredes de mi interior se aprietan ante su cálido miembro y al fin termino por venirme.

Toda la tensión de mi cuerpo se esfuma y me siento levitar. Me quedo quieto, hasta que la ola de placer se desvanece y debo colocarme de pie para ponerme la ropa.

—Sí que traes prisa.

Doy un vistazo al reloj, son casi las ocho. Recojo mi bolso y mis ballerinas.

—Los idiotas de Romaniv ya llegaron. —Tuerzo los ojos—. Después de firmar el tratado de paz hay una cena y debo alistarme.

—Siento que es una mala idea —alega con discrepancia—. Esa paz se quebrará como hielo a inicios de marzo.

—Por seguridad del rey esperamos que sean hielos a mediados de diciembre —finalizo, antes de cerrar la puerta.

Camino, devuelta al pasillo principal para ir a las duchas.

Debo darme un baño rápido antes de regresar al palacio.

Detesto los malos olores y la suciedad. Por ello debo estar limpiándome con continuidad, —de una manera exagerada—, y evito tocar lugares polvorientos. No puedo tolerar estar sucio mucho tiempo, el olor a tierra y demás, solo me llevan a ese día.

Me interno en los baños. Este sitio no es mi favorito. No suelo ducharme luego de las clases, aunque deba soportar sentir mi sudor todo el camino a casa. Sin embargo, tomo los baños cuando me acuesto con Talek. El olor después del sexo queda adherido a mi piel y es otro efecto que detesto.

Abro el grifo y empiezo a tallar mi piel. Hay un espejo frente a la ducha y mis ojos captan el destello momentáneo de mi imagen. Es ahí que veo mi estómago.

—Estoy hecho un cerdo otra vez. —Aprieto el abdomen, como si hacer eso desapareciera mi problema—. ¡Maldita sea!

Había tenido un atracón de comida hoy al medio día.

No puedo subir de peso, tengo un traje que lucir y una presentación que realizar.

Sigo tallando mis brazos y mi trasero, termino de enjabonarme y tomo una toalla para saltar hacia los sanitarios. Miro el suelo reluciente, pero aun así lanzo una camiseta para poder arrodillarme.

No suelo hacerlo fuera de casa, pero justo ahora estoy aterrado por mi descubrimiento.

Meto mis dedos hasta el fondo de mi garganta tocando la parte trasera de mi lengua, doy una arcada y vuelvo a repetirlo hasta que por fin lo consigo y vomito todo en el retrete.

¿Por qué sigue siendo tan difícil controlarme? Aunque deseo ocultarlo, él siempre intenta volver.

Gordo e inútil.

Tiemblo y comienzo a llorar de cólera.

El cisne obeso.

No. Voy a mantenerme, porque no pienso volver a ser ese niño.

Bajo la palanca y sin nada más que hacer me visto para salir del lugar.

///

Acomodo el cuello de la camisa esperando ocultar bien el chupetón que Talek me ha dejado. Suspiro, hastiado. No me gustan estas cosas, pero cuando estoy con él olvido que los peligros pueden existir. Y con peligros me refiero a mi padre.

Repaso con mis dedos el flequillo blanco de mi frente y doy la vuelta para avanzar lejos del espejo. Salgo de la habitación y camino con el mentón en alto mientras voy a las escaleras.

No sé si sea conveniente ir en ese momento, todavía es un poco temprano.

Aunque prefiero estar primero para ocultarme, como una estatua, fingiendo como siempre.

Paso por el pasillo de los gobernantes donde reposan las fotografías de todos los reyes de Teorvek, junto a sus esposas e hijos. Detengo mis pies al pasar frente a una en especial.

—Hola, mamá. —Inclino mi cabeza—. Pronto nevará y el frío congelará el palacio otra vez y pasaré un año más sin tu presencia para darme calidez. —Analizo su angelical sonrisa y sus mejillas rojas junto a su cabello—. No importa, ¿verdad? Ha sido así siempre. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de conocerte y recordar tu voz o algo tuyo. —Agacho la cabeza—. ¿Por qué no podía parecerme a ti?

Desgraciadamente, soy una réplica de mi padre. Poseo su tez anémica, su pálido pelo y sus malditos ojos.

No conservo ninguna característica de mi madre. Solo Eidriene es parecida a ella. Roja hasta la punta de los dedos y bella como ninguna. La envidio un poco.

—Debo continuar. —Me meto una mano el bolsillo—. Estamos acorralados por Ledya y debemos adelantar medidas para evitar la guerra. —Chasqueo la lengua—. Por fortuna no estoy tan involucrado, tengo otros planes para mí. Pero Eidriene si lo está y tiene una gran tarea. —Miro la fotografía por última vez—. Es una pena que no estés aquí para evitarlo.

Me marcho para terminar de llegar al comedor.

Mi padre no está en condiciones de comandar al ejército, y cuando lo hizo perdió, aunque sus fracasos se borren de su mente cada cierto tiempo. Por ello tomó medidas apresuradas, y ahora mi hermana debe comprometerse con Krooz de Romaniv, para reforzar el acuerdo de paz entre Ledya y Teorvek.

Alguna vez fuimos un gran reino. Sin embargo, por hoy vivimos en constante amenaza de otros países, y temiendo de un gran ataque por parte de estos. En especial por Ledya, quien tiene un gran ejército preparado para ganar cualquier guerra. No ha atacado de nuevo a Teorvek, pero luego de quedarse con Diadburgo fuimos conscientes de su poder y el peso que tiene en todos nosotros. No podemos hacer otra cosa más que retroceder. Si nos revelamos ningún gran ejército podrá salvarnos. Ya se intentó y perdimos una parte del país. Solo debemos aceptar como si no supiésemos la verdad y fuéramos unos ingenuos dispuestos a perder.

Pero, perdemos algo o lo perdemos todo. Estamos arriesgándonos y es lo único que podemos hacer ahora.

—Buenas noches.

Al entrar veo a mi padre, a Eidriene, al rey de Romaniv y a su hijo.

—Me disculpo por la tardanza. —Hago un gesto con la cabeza antes de avanzar a mi puesto.

Gracias a sus puntualidades no alcancé a convertirme en estatua ignorada.

—Buenas noches, joven alteza. —La voz rasposa de Krass me sorprende al tomar la iniciativa—. ¿Demasiado entretenidas las clases?

Me congelo ante esa imprudente pregunta, pero inmediatamente lo olvido.

No hay manera de que lo sepa.

Un sirviente arrastra la silla y yo termino de acomodarme en mi puesto. Elevo la mirada y frente a mí está Eidriene, ella me hace un movimiento de negación con la cabeza, yo inclino un hombro como respuesta.

—Se acerca el invierno. —Retomo el tema—. La celebración de Teorvek, junto a las fiestas blancas dan paso a muchas presentaciones artísticas.

—Era exacto lo que comentábamos antes de que llegaras. —Capto un tono de reprimenda en el hablar de mi padre, pero me inmuto—. Zov es el más destacado en su academia. —Me sorprende que quiera fingir un elogio—. Gracias a su obsesión de años...

—Pasión —murmuro irritado.

Mi padre pierde la memoria cada cierto tiempo. Olvida por completo quien es, y debe repasar toda su vida como si fuera a la escuela a tomar clases. Dove, su consejero se encarga de enseñarle todo. Tiene portafolios de absolutamente cada cosa que hizo en su vida y de quienes somos. Ningún doctor parece poder curarlo. Pero para su suerte, Dove tiene mucha paciencia y es un hombre fiel con su país.

Es extraño si, mas, nos hemos acostumbrado.

A pesar de ello, a mi padre no le agrada la idea de mi estudio en las artes de la danza contemporánea y el ballet. Sin embargo, lo tolera porque tengo un puesto respetado y todo el reino idolatra mi talento, al contrario de él, que solo obtiene aborrecimiento. Un poco de apego por parte de la gente se queda en este palacio, eso gracias a mi intervención, y a la de Eidriene.

—Me parece pertinente. —Agrega Krass, luego del comentario pasivo agresivo de mi padre—. Krooz también tiene, una pasión. —Siento una mirada punzante, levanto mi vista y me encuentro con los ojos rojos de Krass—. Disfruta mucho de la pista de hielo y estos meses son sus favoritos.

—Vaya —exclama mi padre—. ¿También patinas? Eidriene es una maravillosa patinadora. Harán una pareja memorable.

Falso como la nieve en septiembre.

Clavo el tenedor en la mesa sin emitir ruido.

Él jamás aplaude los logros de Eidriene como patinadora. Ni antes ni después de perder la memoria.

El sonido casi bajo de la risa de mi hermana llega a mis oídos, alzo los ojos y la encuentro con una mirada divertida.

Al parecer el show humorístico de mi padre la pone de buen humor. También creo que hará mejor de payaso que como rey.

—Ya lo creo. Esta boda tendrá un gran impacto entre todos, sí que será memorable.

Es la primera vez que lo oigo hablar.

Sin discreción fijo mi mirada al lado del rey Krass de Romaniv, justo donde está sentado un muchacho parecido a un cuervo. Cubierto con color carbón desde su cabello hasta la ropa elegante que porta. Me pregunto cuánta tela gastarán en vestirlo. Es tan alto que parece no caber en la silla. Conserva la misma genética que su padre, al igual que yo, por desgracia.

—¿Y por qué no aprovechar estos talentos? —inquiere con ambición el rey de Teorvek mientras le echa un vistazo a su hija—. Presentar a los prometidos con un baile sobre el hielo.

Impresionado giro la cabeza para ver cuál es la expresión de Eidriene, sin duda, ella se encuentra igual de perpleja que yo.

Saber que este acuerdo le salvará el trasero lo ha emocionado demás. Él nunca propondría una cosa igual.

Ha perdido la razón. O quizá ya está perdiendo la memoria otra vez.

Mi hermana y yo nos observamos, trasmitiéndonos las palabras mediante los ojos.

—Padre. —Eidriene abanica las pestañas, está confundida—. ¿Está sugiriendo que el príncipe de Romaniv, y yo, presentemos nuestro compromiso mediante una presentación de patinaje?

Mi padre sonríe.

Más mierda. ¿Acaba de sonreír frente a todos?

—No puedo obligarlos. —Alza su copa y bebe—. Sin embargo, es una propuesta que de aceptarse por ambas partes estaré fascinado de presenciar y estoy seguro de que ambos reinos lo harán por igual.

Escucho una risita por parte de Krass, regreso a verlo.

—Jamás se me hubiera ocurrido otra forma tan increíble de anunciar un matrimonio.

—Me agrada la idea. —Las comisuras puntiagudas de los labios de Krooz se curvan mientras sonríe—. Eidriene y yo compartiremos mucho tiempo juntos, haciendo lo que más amamos, o amándonos...

Es inevitable. El inicio de una carcajada se me ahoga en la garganta, pero retumba ante el silencio de todos e inmediatamente me miran. Mis labios caen.

—Demasiado cursi para mi gusto —digo, ante la vergüenza que me ocasionan. La furia de mi padre puedo sentirla también.

—No es para gusto tuyo —replica enfadado—. Es Eidriene, quien se casará.

—Pobre... por suerte.

Quiero reír. No me atrevo a levantar la mirada.

—Ignorando los pobres comentarios de mi hijo. —Mi padre retoma el tema—. ¿Estamos en un acuerdo?

—Es un acuerdo —responde Krooz—. Espero Eidriene, perdone mi cursilería, pero soy demasiado apasionado.

—No es un problema —contesta ella.

—Que alivio. —Él la mira—. No sirvo para tratar con amargados. —Antes de centrar su mirada en el plato que le han servido, me da un rápido vistazo.

Bajo la mesa aprieto los puños.

Tan creído como pavo real.

Las sirvientas concluyen con su trabajo de servir la comida y se retiran, mientras yo empiezo a sudar frío. Un fino hilo de vapor brota de la sopa roja de verduras. Al llegar a casa tomé unas pastillas para evitar el hambre y no podía arruinarlo comiendo algo ahora. El sonido de las cucharas hundiéndose en la sopa me avisa que pronto debo hacer lo mismo.

Puedo hacerlo, luego lo vomitaré.

Empiezo a engullir el líquido espeso, la sudoración engrandece a cada cucharada y mis exhalaciones luego de tragar cada una. Mi estomago empieza a hincharse y la sensación de llenura aparece.

Ya acabará.

Clavo las uñas en mis palmas, estoy tragando con rapidez y el sabor apenas se siente en mi lengua. Hasta que al fin termino, sintiendo como la comida intenta subir por mi garganta.

Quiero escapar antes de que los segundos platos vuelvan a acorralarme, pero cuando arrastro la silla mi padre dicta:

—Siéntate.

—Tengo tarea de la academia —miento. Su mirada arde con una advertencia de por medio.

—Si te retiro de esa academia no habrá más tarea. Siéntate.

Obedezco sin más. Y los segundos platos llegan, y otra vez debo engullir, sintiéndome tan enfermo.

Al terminar la cena siento como el corsé de mi pantalón me asfixia.

Tuve que comer todo, incluido un asqueroso postre. Me levanto de la silla para correr fuera, y esta vez mi padre no consigue detenerme.

La angustia me está ahogando a medida que avanzo por el pasillo. Quiero correr de vuelta a mi habitación, pero la comida en mi estomago está subiendo. Sin más empujo una puerta de los baños en el pasillo y luego la aseguro.

—¡Maldito!

Me retiro el corsé del abdomen y lo aplasto encima del lava manos. Luego vomito hasta que la garganta me arde y siento mi estomago vaciarse.

No puedo subir un gramo de mi peso, no podría perdonarme.

Elevo la camisa para mirarme el abdomen, el espejo me escupe que tengo la anatomía perfecta y eso me hace respirar con más calma.

Me consuelo acariciando la curva de mi cintura y luego vuelvo a colocarme la ropa. Limpio mi boca y entre los estantes busco pastillas de menta para aliviar el mal olor hasta conseguir llegar a mi habitación. Hallo unas de cereza y me las meto a la boca para masticarlas.

—Está bien. —Vuelvo a consolarme—. No pasará otra vez.

Me lavo las manos y vuelvo a salir.

Antes de ir a mi habitación decido pasarme por los exteriores para tomar aire y liberarme un poco de esta noche.

Paseo por el extenso pasillo rodeado de rosas blancas y enredaderas que decoran las gruesas columnas.

Avanzo bajo los destellos de la luna mientras tarareo la pieza de Van Tee: velas en la arena. Voy a presentarla a inicios de noviembre, luego de mi graduación en Borks, para conmemorar el cumpleaños de mi madre.

Estoy tan ensimismado entre el tarareo que no me doy cuenta de que empiezo a danzar. Hasta que una abrupta sombra aparece desde una columna, y provoca una exaltación en mí.

Quiero insultarlo, pero ya tuve suficiente vergüenza con el comentario en la cena.

—¿Te espanté?

—Es lo más normal cuando alguien se asoma de la nada —contestó indignado.

—No quería interrumpir tu momento.

—Entonces debiste quedarte donde estabas.

Me paso una mano por el flequillo que se ha movido con mi brusca reacción. Dejo de verlo a pesar de no poder distinguirlo bien, porque continua en la sombra.

—Creo que me debes una disculpa por burlarte de mi comentario durante la cena.

—¿Disculpa? —expreso molesto.

—Aceptada.

—Que idiota. ¿Te crees muy listo?

Por fin, la luz de la luna hace destellar su imagen y puedo observarlo con claridad.

El fino pelo azabache contrasta junto a sus cejas, mientras que sus vivos ojos avellana me analizan. Es ahí donde también me percato que trae una capa que le cae por el hombro, y que está sujeta con un broche dorado, en el que tiene grabada una rosa que identifica a la bandera de Ledya.

Nuestro reino tiene un cisne, porque tenemos tantos lagos que hacen a las aves sentirse conformes aquí, pero ese es mi pensamiento más lógico. En realidad, nuestra familia la volvió un emblema porque son aves agresivas que protegen a su nido, y ser representados así, les pareció algo digno.

Krooz no deja de mirarme y ha notado que yo también lo admiro con la misma curiosidad, sin embargo, desde su posición resulta algo amenazante.

—Eres tan pequeño, en las fotos parecías alto.

—Sí —respondo huraño—, es porque para ser alto necesito ser más idiota.

Sus puntiagudas comisuras vuelven a hacer eso mientras sonríe con descaro.

—Eres como un gato arisco.

Jadeo, irritado.

—Escucha Krooz. —Doy unos pasos para acercarme—. Soy más que un gato arisco. No quieres sentir mis garras desfigurándote la cara, así que si quieres conservarla guárdate tus cursis comentarios en lo más profundo de tu trasero.

Cuando menos lo advierto ya estoy frente a él, con mi mentón en alto y mi dedo sobre su pecho, Krooz baja su cabeza para enfrentarme, sus pupilas brillan como si me prometiera incendiarme.

—Tengo un don —susurra—, que también va muy profundo.

Y para su deleite, mi cara arde de vergüenza. Doy unos pasos alejándome.

—Vete a la mierda. ¿No tienes otra cosa que hacer más que fastidiar?

—¿Por qué la invitación a tu habitación?

—Inepto, ¿te falta cerebro? Porque ni las bromas se te dan bien. —Quiero gritarle, ¿qué se cree? Este gran imbécil—. Procura cortarte la mitad del cuerpo o la idiotez te hará crecer cada día.

No espero su respuesta y retorno al camino por el que vine.

—Nos vemos. —Se despide y yo respondo con mi dedo corazón.

Gran idea padre. Ahora este imbécil deberá quedarse todo el invierno en nuestro palacio.

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Actualizaciones todos los domingos. 

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