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Capitulo 9- La gran subasta parte 2

Eric
Eric se mantenía de pie recto y con los hombros cuadrados en el pasillo lateral del Gran salón, justo fuera del anillo de asientos.
Desde que vio a la chica Pokora en los pasillos se encontraba impaciente, casi  nervioso, había enviado a sus heraldos de confianza a peinar el hotel de arriba abajo, no quería sorpresas, no quería que se le escapase la oportunidad.
Hasta ahora no había caído en cuenta que llevaba esperando siete años por esto. Pero primero debía asegurarse que si alguno de los hermanos Pokora se apareciera los viera venir primero, ciertamente no sabía si  ellos tenían conocimiento de si su pequeña hermana seguía viva o no, pero aun así tomó precauciones.
Sintió que alguien se acercaba, sabía caminar con sigilo, pero no lo suficiente. Así que asumió que no había un peligro real, por eso, relajó el agarre en la empuñadura de la daga arrojadiza que mantenía oculta bajo las mangas del traje.
La mujer se detuvo a su lado.
—¿Por qué estás aquí, Eric? Creí haberte encomendado una tarea.
—He dejado al chico a cargo de la vigilancia hasta la media noche, en cuanto termine aquí me marcharé—.
—Sigues eludiendo la pregunta.
—La esperanza de una lenta venganza, mi señora—. Dijo Eric chasqueando la lengua, mientras observaba la puja por una de las perlas.
La Señora dejó escapar una  risa siniestra por lo bajo, casi un susurro.
—Mi hija está encariñada con la chica, ¿sabes?— Dijo impertérrita.
—¿Así que me negarás la posibilidad, de siquiera ponerle un dedo  encima, después de que le cercenaste la mano a mi Heraldo con un hacha sin consultarme?—. Preguntó Eric airado mientras la fulminaba con la mirada.
—Solo quiero asegurarme de que todo se mantiene bajo control, Eric—. Dijo la mujer que le devolvió una mirada gélida, una advertencia para que recordara a quien se dirigía.
Eric relajó los hombros mientras la mujer se acercó para enrollar su brazo en el de él.   
—Viejo amigo, fuiste tú quien me inculcó que si realmente deseaba algo, simplemente lo tomara. Si te impidiera siquiera tocarle un pelo, seguramente hallarías el modo de volarle la cabeza a mis espaldas—. Ronroneó Ágata con diversión  mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Eric. 
—¿Aún recuerdas eso? Eras solo una dulce y pequeña llorona cuando te lo dije—. Se burló mientras observaba el fin de la puja por la perla de turno.
—Te sorprendería lo mucho que has influenciado mi vida a lo largo de los años viejo amigo.
—Lamento escuchar eso, siempre imaginé que de joven elegirías una vida  diferente para ti, una lejos de todo esto.
—Visitar el pasado no es agradable para mí, esta vida fue lo único que no pude elegir.
—Sin embargo, elegiste ocultar la persona que solías ser —. Dijo Eric posando su mano sobre la de Ágata, y continúo hablando dejándose llevar un poco. 
—Mira a tu alrededor, seguimos atrapados en las mismas costumbres de hace trescientos años, ¿no te parece deprimente? Míralos, hombres y mujeres luchando por un pedazo de poder, tan desesperados de dejar cualquier marca en el mundo, que ni siquiera se preguntan si en realidad es la marca que desean dejar.
Mienten, instigan, traicionan, asesinan y al final del día, cuando cierran los ojos en sus camas, duermen con una daga bajo la almohada, temiendo no despertar con suficiente rapidez para evitar que su pareja o un asesino les degollé el cuello a cambio de unas monedas o de controlar una porción de esta tierra por algunos años.
—La persona que solía ser era débil—. Reafirmó Ágata.
—La parte de ti que decidiste ignorar podría haber cambiado todo esto a mejor—. La contradijo Eric, causando que ella rompiera su acercamiento.
— Cuidado, Búho, podrían matarte si alguien aparte de mí te escucha decir eso—. Dijo  en un susurro mientras lo fulminaba con la mirada.
—¿No te has dado cuenta aun, vieja amiga? Morí el día en que los Pokora me las arrebataron. Hoy solo me queda esta venganza—. Dijo Eric sin apartarle la mirada.
Ágata permaneció en silencio un momento escrutando las facciones de Eric, cuando encontró lo que buscaba habló. 
—Entonces ve en paz, viejo amigo, te concedo la oportunidad de esta subasta, pero si no la ganas respetarás la vida de la muchacha—. Dijo ella con un asentimiento triste antes de alejarse. Eric la contempló hasta que ella se perdió entre las personas de la zona VIP.
...
Vanessa
Vanessa sentía que la fina bata de seda la sofocaba.
Sabía que  esa reacción se debía a su miedo, sin embargo, había hecho lo posible por mantenerlo suprimido, pero se colaba en sus venas, tan poderoso que el más mínimo movimiento le causaba espasmos por todo el cuerpo.
Esto no era miedo, era pánico puro, podía escuchar el rugido de su corazón en sus oídos, exhaló e inhaló profundamente mientras se ajustaba los tacones, cerró sus ojos y rezó una plegaria por los perdidos, los olvidados, por aquellos que sus voces eran ahogadas, pidió por ella, para no ser olvidada, para que su fracaso sirviera de algo.
—Ya es hora, perla—. Le dijo la mujer al otro lado del pasillo.
«Levántate, ponte de pie». Le ordenó la voz de su mente.
Vanessa abrió los ojos con determinación, a pesar de que el miedo la consumía, avanzó hacia las puertas no sin antes verse en el espejo lateral de cuerpo completo, dejó caer un poco la bata de seda por uno de sus hombros y observó una de las alas del águila, solo para asegurarse que seguía ahí, un recordatorio de lo que había aguantado.
Se giró frente al espejo y se permitió admirarse un poco, sus labios carnosos pintados de color rojo, su cabello arreglado en un moño alto, sus rasgos ligeramente asiáticos, su tez blanca, su belleza cultivada en un arma, se observó una vez más y se convenció de que la habían transformado en un regalo bien envuelto.
Permanecer así era un destino peor que la muerte, no sería más la esclava de nadie. Mucho menos de aquellos por quienes sus familiares y amigos habían perdido la vida buscando derrocar.
Al abrirse las puertas, los reflectores se fijaron en la puerta, Vanessa dio con dificultad el primer paso, en la penumbra, juntó todo su valor e hizo acopio de todas aquellas lecciones de modelaje que le habían impartido, con una gracia férrea  empezó a caminar un paso a la vez, uno tras otro, con un ritmo constante atravesó el umbral, la luz de los  reflectores bañaron su piel al llegar a la mitad del trayecto, bajó el ritmo, se detuvo y se retiró la fina bata de seda, y la ató a la altura de sus caderas dejando expuesta su espalda, su vientre y sus senos.
El salón pareció contener el aliento mientras avanzó hasta el centro y se detuvo, haciendo dos  giros de ciento ochenta grados  a la izquierda, con elegancia, se desató la fina bata y volvió a ponérsela, ella esperaba al menos algún improperio, quizás que le arrojasen algunos objetos, e incluso tontamente se esperó algún disparo desde alguno de los asientos, pero nunca imagino ese silencio gélido y amenazador.
Al momento siguiente el silencio se transformó en un mar de murmullos y susurros, incluso la presentadora se había mantenido en silencio, expectante.
Aclarándose la garganta, la mujer habló por el micrófono.
—La última perla a subastar esta noche viene de un adiestramiento intensivo de siete años, poliglota y aun pura...—. Volviéndose a aclarar la garganta, la mujer leyó:
—Iniciamos la subasta con cuatro millones de dólares.
     
...
Samantha
Samantha se puso en pie, no podía dar crédito a lo que veía, el salón permanecía envuelto en murmullos, no era por la cifra con la que había iniciado la subasta, si no, por la mujer que estaba de pie en el círculo central de la pasarela.
Las otras perlas que habían sido subastadas esta noche eran jóvenes de dieciocho, al igual que Vanessa, otras incluso de mucha más edad, otras eran  mujeres que se acercaban o pisaban la treintena, todas y cada una de las perlas que se pararon en la pasarela, lo habían hecho con miedo, algunas casi al borde del llanto, conscientes de que una vez subastadas ya no estaban bajo la protección de Ágata ni del círculo. Y eso extasiaba, a los que estaban allí presentes, el poder que tenían, de causar terror solo con su mera presencia.   
En cambio, Vanessa había acaparado todas las miradas del salón desde el momento en que entró desfilando, Samantha la conocía, sabía que en el interior estaba asustada.
Pero Vanessa no lo demostró, no lo hizo mientras desfiló un paso a la vez, dejando ver su desnudez y enseñándole a todos los presentes la marca destrozada por el Águila, que incluso a esa distancia parecía verlos a todos.
Los presentes no podían dar crédito a lo que veían sus ojos.
Se acordaban del terror que les infundieron a los Pokora cuando se rebelaron en su contra, de forma abierta y salvaje.
Recordaban que por primera vez en trescientos años de historia el poder del círculo se había visto amenazado como nunca antes, las siete familias principales fueron obligadas a cerrar filas y unirse contra ese enemigo común, la octava familia, y aun así resistieron.  Por cada Pokora que mataban, ellos se  llevaban a diez o más consigo, cada centímetro de tierra que les quitaron, les había costado demasiada sangre, demasiados amigos, demasiados hijos a ambos bandos.
Si, ahora, todos lo recordaban, Samantha lo vio, el odio profundo que bullía entre los presentes, el hambre depredadora que mostraban sus ojos.
Porque  ahí en la pasarela estaba la última Pokora. La última de ellos, mostrándose orgullosa y para el terror y el orgullo de Samantha, Vanessa les dedicó a los presentes una burla fría, mientras volvía a dejar caer la seda, pavoneándose sonriente, con elegancia mientras recorría el círculo de la pasarela para que todos la vieran.
Las primeras manos se alzaron para pujar sin demasiado ánimo, otras lo hicieron una y otra vez, el conjunto parecía  una ola a punto de romper.
El monto subía y subía, ahora todos y cada uno de ellos querían tenerla, ya no por lo que representaba, si no, por lo que era.
Se habían dado cuenta, que esa perla que se mostraba indómita en ese círculo, había decidido verse y sentirse libre, a pesar de estar rodeada de sus enemigos. Ellos lo veían en ella, era más libre que cualquiera de ellos y la odiaron aún más por eso.

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