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capitulo 8 - La gran subasta

Hotel Hesperia

Sábado 10 de enero de 2004
9: OO pm

Vanessa

—La señora Santander nos invitó  esta noche  a una subasta que preparó aquí en el hotel—. Dijo en tono jovial una señora.

Venía acompañada por otra chica que pasó junto a Vanessa, la mujer de aspecto agradable se acercaba a los sesenta años de edad  y su acompañante podría estar entre los treinta, ambas vestían de manera elegante.

Sin embargo, Vanessa no pudo evitar sentir la mirada de las dos mujeres en su espalda cuando continuaron su conversación burlonamente.

—Dijo que tenía una sorpresa preparada para todos los presentes.
«Malditas brujas» pensó para sí Vanessa.

Ya estaba arreglada de pies a cabeza con el traje de iniciada que las perlas usaban  en su primer día, un sencillo vestido blanco escotado en ambos sentidos, venía flanqueada por dos sombras, los dos sangrados Otto y Bruno que la seguían a donde sea que se moviera.

Antes de salir de su habitación designada, Otto le había colocado por la fuerza su sobretodo, con la finalidad de cubrir el tatuaje en su espalda, «es una orden directa de Samantha» dijo...
«Yo tengo permitido obligarla a usted a que la  lleve puesta».
«Gracias, Sam». Se quejó para sí misma. Lo último que le hacía falta en estos momentos era que ella sacara a relucir sus instintos hitlerianos.

Hoy el hotel estaba totalmente reservado a la Elite corrupta de la isla, todos y cada uno de  los presentes mantenían una relación estrecha con las familias del círculo, políticos, empresarios, deportistas, fuerzas del orden público, militares, incluso hombres de la iglesia.

Al igual que otras personalidades de interés, todos pululaban por los pasillos y por el gran salón.
Había pasado  tiempo desde que  Vanessa había sentido  que el mundo se le echaba encima,  el destino o casualidad sentía que  estaba a punto de agarrarla por el pescuezo y asfixiarla.

Necesitaba una copa, un trago, lo que sea que la ayudara a calmar sus nervios. Pero pronto se encontró buscando a Samantha por los pasillos sin importarle las advertencias de Otto, Vanessa se internó en cada salón del hotel, hasta que en un golpe de suerte encontró el Bar y en el segundo piso junto al ventanal sentada en una de las mesas estaba Samantha  conversando con un hombre, tuvo que agudizar la vista para poder verlo bien, el corazón le dio un vuelco en el pecho en cuanto lo reconoció, se trataba de Ernesto del Roble.

¿Qué demonios hacia Samantha hablando con la cabeza de familia de los esclavistas? Se maldijo así misma, necesitaba tener más que solo palabras con Samantha. Necesitaba que  aceptara no hacer una estupidez que las condenara.

El bar estaba hasta las cejas de personas, varios eran atractivos a primera vista, también reconoció  algunas mujeres y sin duda entre ellas también había otras perlas ya iniciadas y muchas de las mujeres llevaban del brazo hombres de compañía, un cúmulo de ellos pululaban entre las mujeres sin pareja  pasadas de tragos,  nadie se paró siquiera a mirarla cuando entro flanqueada por Otto y bruno y agradeció  a dios por eso.

«El Búho vendrá por ti», el recuerdo de las palabras que le susurró Ágata aun le helaba la sangre, de todos los carniceros del Emir él era sin duda el peor, fue él y sus heraldos silenciosos quienes dieron caza a una buena cantidad de los hombres de su padre. Por donde quiera que pasaban, solo dejaban muerte y destrucción.

«Con esa diana en la espalda perderás la cabeza», esa era su marca distintiva. Siempre cuando tenía el tiempo suficiente, el carnicero se deleitaba cortando la cabeza a uno que otro de los caídos, en venganza de lo que le hicieron a su esposa e hija.
Pero no importa cuántas mentiras digan, ninguno de los sangrados de su padre hubieran hecho eso a una niña o una mujer indefensa, se negaba a creer eso.  

Para cuando llegó al segundo piso después de sortear aquel mar de cuerpos exuberantes, se encontró con la sorpresa de que Samantha y su acompañante ya no se encontraban en el sitio.

Giró buscándola en todas direcciones hasta que Samantha se detuvo  frente a ella, ahora lucía un parche en el cachete que le cubría la herida, les dirigió una mirada desafiante a Otto y a Bruno causando que los hombres se cuadraran incómodos. En un rápido movimiento la separó del grupo de personas y les exigió elevando su voz al menos una octava:

—Será mejor que alguno de ustedes tres empiecen a hablar ¿Qué carajos hacen aquí?
Los dos hombres  cuadraron aún más los hombros, Bruno fue quien intento romper el silencio primero, pero Vanessa se le adelantó:
—Estaba buscándote—. Dijo frunciendo el ceño ante el ademán exigente de Samantha.
—¿Estás loca? Miren la hora que es, ya casi es hora de la subasta, debemos irnos—. Dijo con un gesto de disculpa que desarmó la retahíla de improperios que  Vanessa le estaba a punto de lanzar.
—Ahora—. Le exigió Samantha, que la jaló entre el cúmulo de personas, su mano la sostenía firmemente y  Vanessa por una vez se permitió pensar que, tal vez, había sido una tonta por no haber intentado huir con ella antes, se arrancó el pensamiento en cuanto pasó por su cabeza, aún no podía permitirse  soñar con un mundo en el que pasara por alto lo que el círculo hacía a las personas. Ni siquiera por Samantha.

Salieron a toda prisa del bar mientras se dirigían al gran salón casi corriendo, Samantha perdió su agarre solo un momento, el suficiente para despistar a Vanessa que se dio de bruces con un hombre.

El impacto la hizo ver estrellas, pero el hombre la sostuvo con una gentileza casi paternal, aun despistada por el golpe y con una risa nerviosa, Vanessa se disculpó con el hombre, que amablemente la estabilizó y separándose de ella a una respetuosa distancia el hombre le preguntó si se encontraba bien. Con voz profunda que expresaba genuina preocupación. 

—Lo siento, búho, mi perla es algo descuidada—.  Mintió Samantha que la tomó por la cintura con fuerza.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Vanessa al ver al hombre a la cara. Sus facciones eran finas, de cabello negro, casi gris, lacio y perfectamente peinado. Vestía un flus azul oscuro de corte italiano ceñido que dejaba entrever un cuerpo trabajado de movimientos gráciles.
—Descuida, Sam, hacía mucho que no sabía de ti —. Dijo mirándolas a ambas de hito en hito. — ¿qué te sucedió en el rostro?—.  Preguntó el búho.  
—Una discusión con mi madre—. Respondió Sam, con una verdad a medias.
—Lamento que llegaran a eso—. Dijo impertérrito.
—Y lamento mucho hacerles perder el tiempo, veo que están apuradas—. Expresó El búho,  que  observó a Vanessa con  el ceño fruncido al principio, pero luego una sonrisa cruel se dibujó en su rostro y notó con horror y claridad el destello del reconocimiento en la cara del hombre, su mirada parecía decirle «sé quién eres».
—Sam—. Dijo el hombre sin poder controlar totalmente su emoción y sin quitarle los ojos de encima a Vanessa por otro segundo que le pareció eterno, continúo:
—Espero verlas de nuevo—. Expresó volviendo a sonreír con malicia.
A Samantha le tomó todo de sí no sacar uno de los puñales que traía consigo, para obligar a poner distancia entre el hombre y Vanessa.
No podía atacarlo sin justificación, si lo atacaba la cazarían sin piedad
Samantha no dijo palabra alguna y tirando de la cadera a Vanessa la alejó casi a la carrera. Escoltadas de cerca por Otto y Bruno que no se habían percatado del intercambio de miradas.

Vanessa miró por encima de su hombro y comprobó con horror que el hombre no le quitaba el ojo de encima, se movía a paso rápido con una calma tremenda, casi antinatural. «Oh, Dios» a pesar de estar acompañada por Samantha Otto y Bruno se sentía desprotegida.

Dejó de ver al hombre y se concentró en dejar que Samantha la guiara a toda prisa a través de los pasillos, giraron en uno de los vestíbulos y Samantha se metió junto a ella en uno de los almacenes de limpieza y cerró tras de ella la puerta.
Samantha observó a Vanessa presa de un  pánico silencioso, jamás la había visto tan asustada.

«Está aquí, vino por mí». Repetía una y otra vez de modo casi inaudible.
Pero Samantha no podía seguir perdiendo el tiempo, era crucial para la vida de Vanessa que llegara a la subasta, así que le pidió que se calmara de una puta vez. Con la impresión grabada en el rostro Vanessa la observó de hito en hito,  sentía el corazón palpitarle en los oídos y el miedo corriendo por sus venas, inhaló y exhaló el aire profundamente repetidas veces hasta que logro tranquilizarse.

Samantha le explicó que tenía un plan, indicó que había llegado a un acuerdo con la cabeza de la familia Del Roble, Ernesto prometió que pujaría una  fuerte  suma de dinero por ella.

Vanessa no daba crédito a lo que escuchaba, que podría haberle ofrecido Samantha para que accediera aquel hombre.
—¿Qué hiciste, Sam?
—Lo necesario para que estés a salvo.
—Dime lo que le prometiste.
—Prometí pagarle ¿está bien? Tengo plazo de un año, y de no poder prometí servirle hasta pagar mi deuda.
—En cuanto te arrodilles ante él tu madre te matará Sam, sería un deshonor inimaginable para los Santander que su heredera se arrodille ante otra familia.
—Lo que haga mi madre me trae sin cuidado—. Al momento Samantha se arrepintió de sus palabras.
—Lo siento, no es lo que quería decir—. Rectificó Samantha.
—Salgamos de aquí, Sam, terminemos con esto.
Antes de salir, Samantha le estampó un beso, una promesa de que haría todo lo posible por cuidarla.
La acompañó hasta el recibidor del gran salón, este estaba dispuesto en un círculo casi completo, solo dejando espacio libre para una diminuta pasarela que llegaba al centro del salón donde  ya estaba empezando la puja de una de las perlas.

Samantha la llevó de la mano entre la penumbra, mientras rodeaban el salón hasta llegar a la entrada que daba al tocador improvisado para las chicas que serían subastadas esa noche.

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