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Capitulo 7- La novicia parte 2

Entonces ahí guardaba los cuchillos, pensó Samantha.  

—Eres demasiado valiosa en este instante para castigarte físicamente, Vanessa, sin embargo, quizás tú misma te hayas condenado a algo mucho peor de lo que imaginas —. Ronroneó de nuevo Ágata.
—Hacerte ese tatuaje, quizás haga que todos quieran pujar aún más en la subasta, la última Pokora que queda viva, un trofeo o quizás...—.
—Este tatuaje...—. La interrumpió Vanessa  dejando escapar una risa nerviosa.  —No es solo un acto de rebeldía —. Musitó y tragó saliva al mismo tiempo que un miedo profundo le secó la lengua, aun así junto todo el valor que pudo para decir lo que tenía que decir.
—Es un recordatorio, en memoria de los caídos aquel día, un grito silencioso. De  qué, a pesar de las mentiras que contaron sobre mi familia, sobre su rebelión y sobre aquel día que perecieron...—. Vanessa hizo una pausa para ordenar sus ideas. Sabía que era una tontería decírselo, pero su orgullo podía más que su razón.

Y si Ágata estaba sorprendida, por la osadía de la chica, su rostro no reveló nada.

—Alguien aún recuerda —. Continúo diciendo Vanessa para el terror más absoluto de Samantha.
—Yo aún recuerdo,  que no  éramos iguales  a ustedes, ya sean estas mis últimas horas o si me esperan décadas de sufrimiento por delante, al final, como cualquier persona veré a la muerte a los ojos con miedo.

Pero sabiendo que algunas personas tarde o temprano de las cenizas escucharán las súplicas de  los que sufren bajo el yugo del círculo y aunque yo y mi familia seamos olvidados en el tiempo. Esas personas heredarán nuestra causa  para quemarlo todo

—Hay vientos de guerra entre las casas... —. Dijo Vanessa elevando la barbilla, sin dejar de observar a Ágata a los ojos e inclinando la cabeza con gesto burlón continuo diciendo:
—Quizás el destino sea tan sencillo, que al final no se necesite una rebelión, porque terminarán comiéndose los unos a los otros como las bestias que son—. Dijo frunciendo el ceño.
Las palabras de Vanessa llenaron de orgullo a Samantha, lo había decidido, a donde sea que Vanessa fuera, ella la seguiría.

Ágata resopló, sabiendo que no tenía sentido negar que fuera consciente de la verdad que la chica profesaba. Caminó hasta ella y rozó delicadamente su pómulo con los labios y le dijo algo al oído a Vanessa  que Samantha no pudo escuchar y supo que sea lo que sea que le dijo su madre, fue lo suficientemente grave para que por primera vez Vanessa  retrocediera, no de sorpresa sino de terror. 

Ágata soltó una risa mientras se alejaba con pasos elegantes, y como si su madre apenas notara la sangre que le corría a Samantha por su mejilla, esta soltó una cadena de improperios y le ordenó que se limpiara.

Samantha aprovechó el momento, sabía que tenía el tiempo limitado, que desde aquí ya no podría hacer nada para ayudar a Vanessa. Y dirigiéndole una mirada asintió en su dirección,  «volveré por ti» quería decir con su mirada, pero las palabras sobraban ya entre ellas dos, sabía que Vanessa lo entendería. Vanessa recuperó la compostura y  le devolvió el asentimiento, «lo sé».
Fue todo lo que necesitó Samantha para girarse y comenzar a andar a grandes zancadas, Ariadna ya no estaba sollozando en el piso, ahora miraba con admiración a la joven que había  pasado  siete largos años adiestrando.

Cuando salió del despacho se topó con Otto que escoltaba al heraldo silencioso, la sorpresa recorrió la cara del hombre al ver el corte en su rostro, Otto por el contrario, le dedicó una mirada de suficiencia al pasar junto a ella.

Al bajar el primer tramo de la escalera escuchó el golpe amortiguado de un hacha y el subsecuente grito de agonía del hombre. Samantha cerró los ojos y volvió a elevar una plegaria en su mente.

Todo había salido de la cagada.

...

Mariño, sábado 10 de enero 2004

4:50 PM

Adalberto

Adalberto esperaba recostado sobre una mesa dentro de la habitación del último piso del hotel Brisas del mar. Observaba por la mira telescópica  de su rifle a los hombres conversando. En  el helipuerto del edificio  situado a unos setecientos metros de distancia.
Adalberto Estaba ahí para servir de apoyo a sus hombres en el muy posible caso de que la compra se torciera, sin embargo, se encontraba molesto. Debería haber sido él quien sirviera de intermediario,  quería empezar a subir en el escalafón y rápido.
—¿Cómo va todo?—. Escuchó por el teléfono satelital que manipulaba su compañero.
—Como navidad, ¿y nuestro conejillo de india?—. Preguntó Coco.
—No pasó la prueba, se murió antes de llegar a Júpiter—.
—Entendido, a la espera pues—.
Antes de cortar la llamada Coco le preguntó: 
—¿Crees que el viejo logre hacer funcionar esa droga?—.
Adalberto se preguntaba lo mismo,  nunca había visto algo matar a una persona tan rápido,  le parecía más un veneno, que algo que se pueda vender.
Sin embargo, solo se limitó a encogerse de hombros mientras observaba a los escoltas de su contacto, armados hasta los dientes alrededor del helipuerto, algunos miraban a sus hombres y los demás vigilaban al viejo y junto a él, sentado en una silla estaba el cuerpo sin vida del indigente que habían utilizado para probar la droga. Adalberto pudo visualizar por fin el intercambio, hubo un apretón de manos entre el viejo y su contacto.

Luego todo termino cuando el viejo indicó un «Nos vamos ahora» con un gesto de manos al piloto.

Avanzó y se perdió en el interior del helicóptero y sus hombres cerraron fila tras él a lo largo de la terraza. Detrás de ellos, en cambio,  los hombres de su contacto permanecieron impávidos, pero en sus puestos hasta que el viejo se retiró del lugar.

Inteligente  de su parte el ser tan cuidadosos.

Adalberto tomó su rifle y comenzó a desarmarlo mientras que coco iniciaba a guardar el equipo satelital.
Al cabo de una media hora después de haber salido del edificio, acudieron al punto de reunión,  un laboratorio en el interior de un galpón.

Al entrar sus hombres lo saludaron, aun así, Adalberto solo quería apresurarse y terminar con todo lo antes posible, al encontrarse con el viejo, este se encontraba enfrascado y se apresuraba a dictar órdenes a un grupo de personas que por sus fachas Adalberto intuyó que eran cerebritos de algún tipo.

Cuando el viejo reparó en Adalberto, este le indicó con un gesto de la cabeza que lo siguiera. Así que  siguió caminando tras el viejo y no presionó para que le hablara.

—Empezaremos a experimentar a partir de hoy —. Dijo el viejo cuando el sonido del ir y venir de los hombres fue tragado por las paredes que separaban el laboratorio de las celdas.
—Quiero que todas estas celdas permanezcan llenas hasta dar con la concentración mínima correcta para que la droga sea apta para la venta, envía a los hombres de tres en tres. Y designa al resto de tus hombres a buscar a más personas en situación de calle y tráiganlos aquí sin superar el límite de las celdas y si mueren  envíalos a los hornos—.
—Como diga, jefe ¿y qué hago con los cerebritos?—.
—Trátalos con amor y cariño, pero si en una semana no tienen resultados. Empezaremos a buscar otros—.
—¿Al horno también entonces?—. Preguntó con una sonrisa maliciosa.
—Es bueno que tus tres neuronas funcionen, perro, es bueno que aun  te funcione la cabeza—. Terminó por decir el viejo.

A las afueras escondido tras un edificio cercano, Félix anotaba todos los detalles que podía recordar, adicionalmente resguardaba en su bolso el preciado rollo de la cámara fotográfica, apuntó  en su libreta las direcciones.

Y las características de los hombres que habían realizado el intercambio. Por primera vez hasta el momento había capturado infraganti al Jugador y había logrado hacerle al menos unas fotos antes de que abordara el helicóptero.

Además, tenía las características de la aeronave, la emoción bullía en su sangre, tenía mucho con que trabajar, esta era la parte que más le gustaba a Félix, nada era más motivante que cazar a los hombres, no había un reto mayor y ahora por fin tenía un rastro sólido.

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