Capitulo 6 - La novicia
Quinta York a las afueras de Juan Griego.
Sábado 10 de enero 2004
4:30: Pm
Vanessa
Vanessa, la perla, se encontraba sentada en un columpio a la sombra de un alto Araguaney que se vestía con sus flores amarillas, dando la bienvenida al verano mientras la tarde brillaba, el calor y humedad se hacía presente.
Sumida en sus pensamientos, Vanessa se balanceaba débilmente mientras observaba la salida del hermoso laberinto de arbustos, una pequeña atracción de la Quinta York para sus visitantes, desde donde se encontraba los terrenos se perdían a la distancia.
Extrañaba todas esas tierras que en su momento fueron de su familia y es aquí donde ahora es tan solo una novicia.
Y no habla de preparación religiosa, aunque quien no sabe y los viera, pensaría que si son algún tipo de institución religiosa gracias a lo meticulosos que son por los protocolos y la preparación tan exhausta que dan a los novicios, o novatos para hacerlo más simple.
Este era su hogar y su familia Pokora.
Estas seguían siendo sus tierras por derecho, arrebatadas tiempo atrás por quienes, según ella, eran bestias inhumanas.
Tenía once años cuando fue capturada por varios de los hombres de la familia Santander. Aquellas bestias que asaltaron la residencia causaron una masacre como pocas veces se había visto, todos sus conocidos, amigos, guardianes y sangrados murieron ese día. Aún recordaba sus cuerpos colgados y desmembrados en aquella Arena.
Sus gritos de súplica están ahogados por el rugido del público extasiado por la masacre.
Aún perdía el aliento recordando la estructura de grandes arcos de hormigón que sostenían la elevada cúpula ovalada, que en sus entrañas guardaba un campo de flagelo y muerte.
-Perla-. La voz de la mujer a su lado la sorprendió causándole un vuelco al corazón.
-¡Dios Bendito! ¡Samantha! Me vas a matar de un infarto si sigues haciendo eso-. Samantha vestía un traje formal de color negro, sin armas a la vista, aun así no la hacía menos peligrosa, la había visto hacer polvo a hombres que la superaban en peso y fuerza como si de niños se tratasen, venía flanqueada por Otto el segundo de los sangrados a su cargo.
-Me disculpo, le informo que la señora Ariadna la solicita en su despacho-. Dijo chasqueando la lengua.
Podía entenderla, frente a los demás debían guardar las apariencias, sin embargo, no era normal que fuera tan formal, incluso en presencia de Otto. Siempre dejaba entrever alguna sonrisa, un roce de manos o cualquier excusa para acercarse y tener contacto.
-Por favor acompáñenos-. Dijo Otto asintiendo en su dirección.
Al contrario de Samantha, aquel hombre robusto, de rostro poco agraciado estaba armado hasta los dientes. Llevaba un arma tipo pistola enfundada del lado derecho de la cadera, del lado izquierdo enjutada colgaba un hacha pequeña y entre sus manos descansaba una ametralladora de alto calibre.
-Al despacho pues-. Respondió Vanessa poniéndose en pie con la elegancia de una reina y sin apartar la mirada de Samantha. La mirada que ella le devolvió, en cambio, expresaba una disculpa silenciosa, un abatimiento que la puso sobre aviso. Arriesgándose más de la cuenta dijo dirigiéndose a Otto esta vez:
-¿Podrías adelantarte y darnos un minuto a solas?-.
-En absoluto-. Dijo Otto de manera tajante. Posando la mirada en Samantha a la espera.
-Adelante, Otto-. Samantha dio la orden.
-Espéranos en la entrada del jardín, yo asumiré ese barranco si Ariadna se molesta -. Dijo mientras hacia un ademán a Otto para que saliera de ahí.
Con brusquedad y para su deleite, el hombre se giró y se marchó hecho una furia rodeando el laberinto.
-¿Qué sucede, Samantha?-. Preguntó con mucho cuidado tomándola de una de sus manos, aun así Samantha se mantenía sin darle la cara.
-Mi madre viene para acá-. Como un relámpago un escalofrío recorrió la espalda de Vanessa, como piedras el miedo se asentó en su estómago.
Girándose, Samantha vio el miedo en aquel rostro, apretó con fuerza su mano a la de ella y con una mirada que le dio a entender «estoy aquí contigo».
En seguida la jaló a paso rápido hacia el laberinto.
Su corazón latía desbocado con cada paso, Samantha casi la arrastró por las esquinas hasta dar con uno de los pasillos ciegos y girándose la tomó y la besó.
Sentía en la cadencia de sus besos que había miedo en ellos, la sentía temblar en sus brazos, al segundo siguiente y con la respiración entrecortada, Samantha separó sus labios de los de Vanessa y sin romper su abrazo juntó su frente con la de ella, y dijo:
-Viene para acá en este instante, no puede ser nada bueno, temo lo peor, temo que venga por ti. Por favor, por favor escapa conmigo ahora, vámonos de aquí, puedo acabar con todos estos hombres, iremos al aeropuerto y tomaremos cualquier vuelo al interior del país y... -.
-Sam, Sam-. La interrumpió Vanessa en susurros.
-Piensa, usa tu cabezota, no podemos hacer eso, no hay lugar a donde escapar, al momento en que mates al primero de esos sangrados no importa que seas la heredera de tu madre y no le va a importar que tú seas su hija, ella personalmente te va a cazar, nos cazarán a ambas, y si nos atrapan... -.
-No lo harán, no lo permitiré, siempre hay un lugar a donde huir -. Le interrumpió Samantha, más intentando convencerse a sí misma que a Vanessa.
-Si nos atrapan-. Dijo Vanessa con un nudo en la garganta. -Me harán ver cuando te marquen con el hierro, tendré que ver cuando te azoten hasta casi la inconsciencia, sin poder hacer nada. Y luego cuando no puedas moverte, cuando la impotencia te gane, te harán ver cómo me asesinan-. Dijo, esta vez clavando su mirada en ella.
-Entonces compraré tú libertad, te compraré, lo juro por Dios-.
-No jures algo que no estás en posición de cumplir por ahora-.
-No voy a quedarme sin hacer nada mientras... -.
-Necia, por favor, para de una vez-. La volvió a interrumpir Vanessa.
-Sea lo que sea que quiera tu madre conmigo, lo enfrentaré-.
Quédate cerca y así no estaré sola, quédate cerca y tendré una razón más para no agachar la cabeza -.
Aquello último era tan cierto, ella había sido su ancla el último año y su compañera inesperada, ambas tienen solo un mes de diferencia en su edad y cumplen año el día diez e incluso comparten uno de sus nombres.
Pero desde el primer momento en que se vieron, la atracción causo que se orbitaran una a la otra, como lo hacen la luna y la tierra, enfrascada en un baile silencioso y eterno.
Con un suspiro como si hubiese estado conteniendo la respiración, Samantha rompió el abrazo. Se arregló el traje negro y de su chaqueta extrajo un pequeño estuche.
- Hoy es tu cumpleaños-. Dijo Sam mientras recuperaba la compostura y continúo hablando.
- El otro día me comentaste que tú hermana antes de marcharse a pelear al otro lado de la isla, te regaló uno de sus pendientes, uno que tenía una pequeña piedra lapislázuli, dijiste que lo habías perdido el día del ataque a la mansión-. Dijo con una de esas sonrisas de medio lado que tanto amaba y le entregó el pequeño estuche.
Al abrirlo, Vanessa sintió como sus piernas se hacían gelatinas. Ahí estaba ese pendiente, ese tesoro, esa mitad de un todo que su hermana fallecida le dejó antes de partir aquel fatídico día.
-No sé por qué, pero la manera en que lo describiste sentí que había visto ese pendiente en algún momento de mi vida, así que hace unas semanas registré las joyas de mi madre y ahí estaba-. La sonrisa de Samantha se había borrado, pero había un brillo en su mirada que no sabía interpretar.
-No sé qué decir-. Dijo Vanessa. En su interior rugía un cúmulo de emociones que iban desde el odio al amor, desde la pena al miedo, pero sobre todo, el agradecimiento.
-Lo siento, Vanessa, mi familia te ha quitado tanto, espero que esta sea una de muchas cosas que pueda devolver-. Dijo Samantha tomándola de la mano.
-Gracias, Sam-. Dijo Vanessa limpiándose las lágrimas y aclarándose la garganta, esta vez fue ella quien la besó, un beso corto, sin miedo, sin pesar.
-Vamos-. Dijo Vanessa, esta vez guiando a Samantha a través del laberinto.
Entraron a la lujosa mansión, adornada con muebles en caoba y pino, la servidumbre bullía, poniendo todo al día mientras esperaban la llegada de Ágata.
Vanessa subió al segundo piso a través de la escalera de Roble Barnizado, una imitación de la escalera del reloj del Titanic encargada hace muchos años por su padre y entró al despacho de Ariadna, seguida muy de cerca por Samantha.
En el interior esperaba que la mujer echara furia, iba de un lado a otro como leona enjaulada, perdida en sus pensamientos. Se detuvo en cuanto las vio entrar.
-¿Por qué tardaron tanto? Hash ya no importa-. Dijo con hastío, mientras le hacía una seña a una de las novicias que aguardaba al otro lado del despacho. -Ven, ayúdame con ella-.
-Tú no digas nada, Samantha, no quiero escuchar tus excusas ella debía estar aquí desde hace cinco minutos. Tú, en la bañera, ahora, necesitas quitarte esa ropa y ponerte algo acorde. La señora Ágata viene a evaluarte-.
-¿Evaluarla? Mi madre no evalúa a las perlas personalmente, para eso estas tú o Ginger-. Le espetó alarmada Samantha mientras las seguía por el pasillo.
-Pero esta muchacha no es cualquier perla, ¿o sí?-. Dijo mientras empujaba delicadamente a Vanessa hasta el cuarto de baño.
-Puedo hacerlo sola-. Dijo Vanessa mientras era empujada al interior del baño, flanqueada a ambos lados por una de las novicias y por Ariadna, esta última atajó a Samantha en la entrada y le dio una orden de manera tajante.
- Haz algo útil, ve a su habitación y trae algo decente-. Ariadna le cerró la puerta en la cara y tranca con seguro.
- Desvístete ahora-. Le ordenó a toda prisa.
Vanessa obedeció ayudada nerviosamente por la novicia.
Al girarse para entrar a la Bañera, Ariadna ahogó un grito de sorpresa.
- ¿QUÉ ES ESTO?-. Se quejó Ariadna.
Maldiciendo para sí misma Vanessa esperó la retahíla de improperios de Ariadna.
Había intentado ocultar el tatuaje en su espalda tanto tiempo como había podido.
Donde antes solo estaba el pequeño tatuaje de la familia principal que la marcaba como una perla. Ahora también tenía un gran águila Real en vuelo que parecía detenerse justo en el instante que captura a su presa.
El águila lucia los colores del blasón de su familia, los Pokora; Plateado, Rojo y Dorado, y entre sus poderosas garras llevaba el símbolo de la familia principal, mellado y resquebrajado por la fuerza del impacto.
El tatuaje fue hecho en varias sesiones secretas con Orlando, uno de los heraldos silenciosos que pululaban en la quinta, contando con la ayuda de Samantha lograron que accediera para que le grabaran el tatuaje de su familia en la piel. Su trabajo era hermoso, el águila casi parecía viva.
-¡Te volviste completamente loca!-. Gritó Ariadna airada y asustada, ella había pasado los últimos siete años adiestrada en compañía de distintos maestros que traían a la quinta, aprendió todo lo relacionado con el arte, danza, música, pintura, historia, también le enseñaron diferentes idiomas, que ahora dominaba con fluidez, la entrenaron para evaluar y sonsacar cualquier información de un hombre o mujer a través de su belleza.
Pero jamás le enseñaron nada para defenderse, jamás la dejaron tocar un arma. Este acto de rebeldía bien podría costarle la vida a Ariadna y Vanessa en su egoísmo no había caído en cuenta hasta ahora. Aun así no cedió.
-Soy una Pokora, a donde sea que me lleve el camino, llevaré este pedazo de mi familia conmigo y no me avergonzaré de ello-. respondió Vanessa irguiéndose.
-Lo que hiciste fue pintarte una diana a la espalda muchacha-. La reprendió Ariadna. -¿No podías solo aparentar ser sumisa por uno o dos años más como cualquier otra perla? ¿Tan tonta eres que dejas que ese orgullo te condene?-. Espetó.
-¿Condenarme? He estado condenada desde hace siete años, esto no lo cambiará-. Dijo airada Vanessa aun de espaldas.
-Esto lo cambiará todo-. Le respondió Ariadna moviendo la cabeza con desaprobación. - Hemos perdido mucho tiempo, métete a la bañera-.
...
Samantha
Samantha había revuelto el ropero de Vanessa y había arrojado prenda tras prenda en la cama, debía encontrar algo que ocultara el tatuaje de la vista de su madre.
Había sido un error haberla ayudado a hacérselo, pero cuando Vanessa se le metía algo entre ceja y ceja era imposible hacer que cambiara de opinión. Tomó un vestido azul compuesto de dos piezas que se complementaba con un blazer de dos puntos de mangas largas, diseñado especialmente para cubrir el escote del frente y de la espalda, la cual cubría todo hasta el cuello, este tenía detalles en color gris pensado para resaltar la silueta.
Eligió unos zapatos a juego, ropa interior azul pálida de lencería y salió a toda prisa hasta el cuarto de Ariadna, las encontró ataviadas, la novicia estaba trenzando la melena negra de Vanessa mientras Ariadna le aplicaba una recatada capa de maquillaje que apenas cubrían sus pecas de la nariz causando que los ojos verdes de Vanessa resaltaran más.
-Ya está, ya está, vamos vístete-. Se apresuró a decirle a Ariadna mientras Samantha le pasaba la ropa interior y posteriormente la ayudaron a meterse en el vestido. Otra de las novicias tocó la puerta y con voz temerosa indicó que la señora Ágata ya estaba entrando en la mansión. Con apremio todas se pusieron en alerta y salieron hasta el despacho de Ariadna
Vanessa parecía nerviosa, pero aún caminaba con la espalda recta, la mirada desafiante, como si el mundo le perteneciera. Al entrar al despacho Samantha tomó su posición del lado derecho de la puerta corrediza con Otto a su lado, Vanessa por su parte esperó de pie en el centro del despacho de cara a la puerta, Ariadna en su defensa se veía relajada cuando continúo su camino acompañada de la nerviosa novicia para ir a recibir a su madre en la entrada de la mansión.
Un minuto más tarde los pasos resonaban en el piso de madera.
Su madre entró como un celaje flanqueado por dos de sus guardianes personales armados hasta los dientes y tras ellos entraron Ariadna y Ginger. Los hombres barrieron la habitación con la vista, asintieron al vernos y salieron de la habitación, el que pasaran frente a mí impidió que viera la reverencia que le dio Vanessa a su madre.
- Mi señora, estoy a sus servicios -. Dijo Vanessa en un fluido inglés.
- Interesante-. Ronroneó mi madre, esta vez en ruso.
- Contenta que me encuentre interesante, mi señora-. Le respondió Vanessa, esta vez en mandarín.
-Veo que al menos los dos millones de dólares que invertí en tu educación fueron bien empleados-. Espetó Ágata en un fluido Alemán mientras rodeaba a Vanessa y la escrutaba de pies a cabeza.
- Mis horas han sido de provecho y he tenido una supervisora eficiente y estricta, mi señora-. Respondió Vanessa esta vez en francés. Sin mirar a nadie en particular.
-Comprobemos que tal mientes-. Dijo Ágata que tomó a Vanessa de la barbilla y procedió a besarla. Una furia rugió en el interior de Samantha, le tomó todo de ella no ir y arrancar a Vanessa de las garras de su madre mientras ambas se fundían en un lento y apasionado beso. Al romper el contacto de sus labios, Vanessa dirigió una mirada fugaz hacia Samantha. Una que no le pasó desapercibida a Ágatha.
-Veo que aún no está tan bien como esperaba-. Dijo Ágata con una sonrisa de suficiencia.
-¿Creyeron que nadie notaría lo que pasaba entre ustedes? ¿O que nadie me informaría al respecto?-. Dijo Ágata acariciando dulcemente el rostro de Vanessa al mismo tiempo que estudiaba el pendiente que le había regalado Samantha.
-Ariadna, confió en que la joven no ha sido mancillada por mi hija aun, de lo contrario esta perla perdería todo su valor en la subasta de esta noche-. El color huyó de la cara de Vanessa, aun así se mantuvo callada y muy quieta. Por el contrario, Samantha sentía una ira profunda.
-Su virginidad está intacta, mi señora-. Confirmó Ariadna
-Madre-. Dijo Samantha para llamar su atención.
«Respira». Se dijo así misma, no todo estaba perdido aun, todavía podía jugarse una carta, haciéndolo bien, en un par de meses podía pagar los dos millones que su madre había invertido en Vanessa. Y con seis meses lo duplicaría.
-Silencio, Samantha, no te he dado permiso de hablar-. Dijo su madre mientras le apuntaba sin quitarle la vista a Vanessa de encima.
-Desvístete-. Le ordenó. Al instante, Vanessa obedeció y empezó a desabotonarse el blazer lentamente.
-Madre, te pagaré el doble de lo que has invertido en ella, solo dame seis meses-. dijo Samantha con desesperación, esta era su carta.
-Continúa-. Volvió a ordenar haciendo caso omiso a lo que Samantha le decía.
-Madre-. Llamó de nuevo su atención, esta vez cruzando el despacho hasta estar frente a ella, insegura de si debía tomarla del brazo o no, continúo esta vez en un susurro, casi una súplica.
-Te pagaré tres veces lo que has invertido en ella, solo no la lleves a esa subasta-. Sin embargo, su madre solo la vio a los ojos y le pidió que se calmara e hiciera silencio de una puta vez.
Para cuando Ágata volteó a ver de nuevo a Vanessa, esta se había desvestido completamente, así que volvió a inspeccionar la de pies a cabeza.
Samantha cerró los ojos y elevó una plegaria por ellas en su mente, pidiendo protección a Dios todopoderoso, a sus arcángeles y ángeles, a quien quiera que la escuchara. Para que las resguardars ambas de la ira de su madre.
-Debo admitir, que es un trabajo precioso-. Admiro Ágata mientras rozaba dulcemente la espalda de Vanessa, que inteligentemente seguía en silencio, de hecho todos permanecían en silencio,
Sam veía la ira fría en el rostro de su madre. Una quietud que no le había demostrado nunca. Samantha se sorprendió así misma al darse cuenta de que tenía miedo, pavor, de quien tenía delante.
-Estos trazos...-. Ronroneó su madre con una sonrisa.
-Otto trae a Orlando aquí ahora-. Acto seguido el hombre abandonó el despacho, Samantha solo pudo oír sus pasos. Mientras sus ojos iban de Vanessa a su madre y viceversa.
Ágata le dedicó una mirada a la mujer al otro lado del despacho, con una expresión en su rostro que no dejaba entrever nada en absoluto, una demostración moderada de poder que le había visto desatar antes a quienes la decepcionaban.
-Ginger Beer, desde este momento tú estarás a cargo de las novicias-. Dijo su madre mientras caminaba en dirección a Ariadna.
-Si, mi señora-. Respondió a la mujer con un asentimiento leve mientras se mantenía quieta en su sito.
Los pasos de Ágata eran gráciles, casi felinos, un depredador a punto de hacer trizas a su presa. Samantha requirió de todos sus años de entrenamiento para controlar su cuerpo, todos sus instintos le gritaban que se alejara del monstruo y continuaron gritándole a cada fibra de su ser cuando su madre paso junto a ella sin dirigirle la mirada.
-En cuanto a ti, mi perla, ¿qué debería hacer contigo?-. Dijo ladeando su cabeza. La compostura que había mostrado Ariadna hasta el momento se desvaneció, rompiendo en sollozos, se postró a los pies de Ágata, quien sin inmutarse ante la desesperación de su perla, la azuzó sin compasión.
-Permitiste que Vanessa hiciese un estúpido acto, el cual no sé si debería llamarlo de rebeldía, valentía o estupidez, también permitiste que mi hija sobrepasara tu autoridad y sonsacara a un heraldo silencioso a que utilizara a mi novicia como un lienzo. La culpa es tuya y solo tuya será la condena de trabajar en los campos hasta la muerte-.
-Madre, por favor, ella no podría haberlo sabi...-. Un cuchillo pasó zumbando los oídos de Samantha.
El movimiento de su madre fue tan rápido que ni siquiera vio donde los ocultaba. Su mente solo registró el golpe del cuchillo al incrustarse en la madera tras ella, sintió el escozor en su mejilla y el lento recorrido de la sangre caliente rodarle hasta la base del cuello, aun así no se atrevió a mover un músculo, los ojos de Agatha seguían clavados en los suyos.
Una última advertencia, o los siguientes cuchillos, encontrarían un blanco.
-Vístete-. Ordenó Ágata sin mirar a nadie en particular mientras arreglaba la manga de su vestido de seda negra.
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