Capitulo 5 - Amanecer
Katherine.
Sábado 10 de enero de 2004
2:20 Pm
Katherine sabía que para poder escapar debía tomar el camino hacia el muro, ese es el recurso que suele utilizar en sus huidas. Ya que el terreno que hay detrás es peligroso, sin embargo, ahí radica la ventaja de esta vía de escape, la mayoría no logran escalar el muro y algunos no tienen las agallas de intentar seguirla.
Al saltarlo se cae en una especie de acera de tierra que tiene un ancho y largo de un metro y medio, si saltas más de lo debido puedes caer al precipicio, que según dicen, es de treinta y cuatro metros de profundidad, por eso se debe calcular bien antes de intentar saltar.
Ese gran precipicio separa el barrio del basurero, por eso la mayoría no sigue esa ruta, pero de años de práctica se volvió fácil para Katherine.
Tras dejar al chico al que jamás había visto antes en la zona, seguía corriendo con tanta celeridad como le permitían ir sus piernas y miraba hacia atrás mientras corría.
Poco a poco hizo que sus piernas fueran cada vez más lentas hasta que ya solo caminaba, llenó sus pulmones de aire una y otra vez mientras aún volteaba por encima del hombro, se detuvo a medio camino y retiró de una pared de barro que se encontraba al final del camino un pedazo de madera que escondía una hendidura grande y profunda donde ocultaba su morral, lo sujetó a su espalda.
Luego debió escalar otro muro de piedra de un metro para poder llegar al otro lado del barrio justo donde estaba el campo de futbol comunitario.
El seco calor de la tarde la recibió con una bofetada, con hastío observó de lado a lado el campo lleno de muchachos jugando con la pelota, se arrastró por debajo de la cerca a través de una de las numerosas aberturas hechas por algunos ladronzuelos, que al igual que ella, utilizan el camino de la ladera para diversos fines.
Se irguió y se sacudió todo el polvo de la ropa como pudo, Katherine sudaba a mares, más por el bochorno que por cansancio, la ropa se le pegaba a todo el cuerpo y no necesitaba observarse en un espejo para saber que estaba hecha un asco. Camino por debajo de las gradas hacia la salida del campo, pero primero se detuvo un momento en los lavamanos, se quitó el sucio de la cara y los brazos lo mejor que pudo, se trenzó la melena y salió para encaminarse rumbo al mercado del distrito comercial del pueblo, descendiendo por las calles, en su mayoría angostas, apretadas por las casas a ambos lados de la carretera.
Era pasado el mediodía pero el barrio bullía de vida, las personas iban y venían sorteándose los unos a los otros intentando evitar el tráfico embotellado, las cornetas de los vehículos retumbaban por doquier y los insultos proferidos por los conductores llenaban el ruido de fondo. Al pasar apretujada entre algunos transeúntes, Katherine volvió a hacer gala de sus rápidas manos, una billetera y un celular terminaron en sus bolsillos más rápido que un parpadeo. Luego salió de la calle y continúo su descenso por las empinadas escaleras, ahí una pareja apretujada contra una pared se fundían en un apasionado beso.
La pequeña ladrona tomo el monedero negro de la mujer que descansaba sobre las escaleras, mientras continuaba bajando revisó el monedero a conciencia y sustrajo de él un pequeño fajo de billetes y unas cuantas monedas, escaleras abajo se deshizo del monedero, con suerte la dueña lo recuperaría una vez calmadas sus pasiones. Continúo su camino, para luego sortear algunos de los callejones estrechos, muchas viviendas estaban hechas casi en su totalidad de láminas de zinc reforzadas con bahareque o incluso cemento, la mayoría ni siquiera contaba con los servicios básicos, de ahí que muchos de los residentes del barrio gastaran buena parte de su tiempo diario en largas colas para llenar un garrafón o un tobo con el vital líquido en las llaves de paso del pueblo.
Al llegar a la intersección que dividía el barrio del pueblo Katherine por fin se detuvo, no se había percatado de la tensión que había acumulado en sus hombros y empezaba a ser consciente del temblor que acudía a sus piernas, necesitaba tomarse un descanso.
Echó la cabeza hacia atrás y se palpó los bolsillos, todo seguía ahí, sacó el celular y observó la hora, casi las tres de la tarde, no tenía tiempo de descansar, apresuró el paso al mismo tiempo que sacaba la batería al celular y desenroscaba la antena, las piezas eran valiosas para los que se dedicaban a reparar los equipos, no siempre conseguía venderlas, pero al menos el loco Jon las compraría, la semana había sido "buena" y tenía un buen botín acumulado en su morral, el soplo de una fuerte ráfaga de viento le despeinó la trenza mientras avanzaba distraída haciendo cuentas en su cabeza, por el botín quizás podía sacar unos doce mil bolívares, lo suficiente para llevar comida, era lo prioritario justo ahora, en la mañana no había absolutamente nada en la alacena. Gran parte del efímero sueldo de su madre los últimos dos meses se había destinado para las medicinas contra el asma de Samuel.
Así que decidió que después de comprar la comida ya encontraría el modo de lidiar con su madre. Sabía que no le sentaría nada bien encontrarse sin explicación un pequeño mercado en la alacena.
Katherine se deshizo del pensamiento y se percató que había llegado al final de la carretera. Se encontraba a pocos pasos de las puertas de hierro del mercado, las fachadas de los locales apenas eran visibles detrás del gentío. Suspiró e hizo un recuento mental de lo que pretendía venderle a Jon, cuatro baterías, dos antenas y tres teclados numéricos de celular, todas de marcas populares como Nokia y Motorola.
Al internarse en las entrañas del mercado pasó por los puestos uno tras otro sin detenerse, giró y entró en uno de los callejones más concurridos, las personas corrían de un lugar a otro buscando los mejores precios, comparaban las calidades de los artículos en busca de lo mejor, los tira y afloja en el regateo se escuchaban por doquier,
—¡Lo más que puedo rebajarle es a mil trecientos bolívares el kilo de pescado, señora!
—¡Eso es mucho! Mil ciento diez le doy...
—¡No, señora! Así no le gano nada no sea viva y agarrada, deme mil ciento ochenta...
El escuchar a las personas regatear, le trajo recuerdos no muy agradables y es que hacía un par de años durante las vacaciones de la escuela solía acompañar a su madre a vender empanadas, jugos y café en el mercado, al principio todo empezó bien pululaban en la entrada del mercado con dos pequeñas cavas de anime donde guardaban las empanadas mientras que Katherine servía los jugos, aprendió rápido el arte de regatear con los comerciantes que representaban más de la mitad de sus clientes.
Con esfuerzo, en cuestión de medio año lograron juntar lo justo para alquilar un local, era un pequeño quiosco, íntimo en realidad, pero lo justo para su cometido; se labraron su clientela, no se atrasaban en los pagos del alquiler, las ganancias eran lo justo para cubrir las necesidades más básicas, ambas sacaban el lugar a flote, hasta que les llegó la primera "cobranza de vacunas", las bandas organizadas establecidas en el mercado ofrecían un servicio de "protección" a los locales y sus bienes, a cambio de pagar una cuota semanal muy alta, lo que se traducía simplemente en que aquellos que no pagaban dicha cuota, la mañana siguiente se encontraban con el desalentador escenario de que sus pertenencias habían sido removidas del local. Y eso echó su suerte, no podían pagar la cuota, por eso Mariana decidió cortar por lo sano y entregó el local a sus arrendadores.
Después de eso Katherine y su madre pulularon de un lado a otro vendiendo cualquier tipo de comida rápida, hasta que meses más tarde Mariana pudo encontrar un trabajo, tres noches a la semana toca el piano y canta música contemporánea en el restaurant Le'potence. La paga no es gran cosa, pero solía ser lo suficiente para que Samuel y Katherine asistieran a clases y al mismo tiempo cubrir las cuentas del hogar, pero las circunstancias cambian.
Para cuando llegó al local del loco Jon un cartel de cerrado se visualizaba desde el otro lado del cristal de la puerta, al mismo tiempo observó movimiento dentro del local. Tras el mostrador podía ver la figura desdibujada del hombre organizando sus herramientas y diversos cachivaches en un maletín.
Con apremio tocó el cristal de la puerta.
—¡JON!, ¡SOY KATHERINE ME ESTOY ASANDO AQUÍ AFUERA! ¡ÁBREME LA PUERTA!
—¡Ya está cerrado regresa mañana a primera hora!- escuchó una voz apagada desde el interior.
—¡La mierda es primero! ¡Por favor abre la puerta!
Una carcajada resonó al otro lado del vidrio, un zumbido eléctrico le indico que Jon había abierto la puerta.
Al entrar el cambio de temperatura la golpeó causándole un rápido pero agradable escalofrío. El espacio con el que contaba el local era cómodo y agradable, con buena iluminación y un buen aire acondicionado.
Detrás del mostrador había un ordenado taller donde descansaban cuatros CPU y dos monitores de computadora interconectadas por un Switch KVM con la finalidad de ahorrar mucho espacio.
En otra mesa al fondo se encontraba una lupa con lámpara y abajo descansaban unos equipos celulares que ya habían sido reparados.
—Estás hecha un asco niña ¿qué te trae tan tarde por aquí?- Dijo el hombre calvo y regordete mientras rodeaba el mostrador y se acercaba con los brazos abiertos.
Jon vestía pantalones azules de mezclilla holgados y un suéter blanco, también usaba zendos lentes de pasta negra que le recordaban a Katherine el fondo de las botellas de vidrio.
Katherine le correspondió el amable abrazo, con los años Jon se había vuelto un conocido cercano.
—Rebuscando en la basura he encontrado piezas que quizás puedan servir—. Mintió Katherine, que le dedicó una sonrisa al loco Jon.
—Y quiero venderlas—. Dijo mientras encogía los hombros como quien no quiere la cosa.
— Claro no hay problema muéstrame, ya veremos si pueden servir, aunque si las encontraste tiradas, es casi seguro que no sirvan —. Dijo Jon mientras se retiraba al otro lado del mostrador y le acercaba un banquito pequeño a Katherine.
Katherine se deshizo del morral y sacó las piezas, cada una fue examinada por Jon, midió la tensión de las baterías y palpó las teclas de cada uno de los teclados, observó las antenas con un multímetro y midió la continuidad. Pasados unos minutos y con el ceño fruncido le clavó la mirada a Katherine.
—Vale pues mira, todas las baterías funcionan, diría que están con poco uso, los teclados no sirven porque quien los retiró no tenía idea de lo que hacía y las antenas pasaron la prueba. Lo que me lleva a preguntarte:
—¿alguien te ha dado las piezas para que las vendieras?
Katherine bufó en negación y le dijo:
—No, hombre que va, las encontré en la basura como te he dicho antes.
—Hmmm.
Fue todo lo que expresó Jon mientras se rascaba la incipiente barba y luego dijo:
—Hagamos una cosa, sólo por hoy volveré a comprarte estas piezas, sé que necesitan el dinero pero no vuelvas a mentirme, te conozco lo suficiente para notarlo. No importa si alguien te las entregó o las conseguiste o las robaste, puedes pedirle a tu madre que venga a verme y con su consentimiento te enseñaré lo básico del trabajo aquí y obviamente habrá una remesa.
Katherine se quedó mirándolo un momento, avergonzada se pasó la mano por el pelo y se sintió muy pequeña al mismo tiempo que un sudor frío le recorría la cien, incómoda se movió en su asiento y haciendo acopio de todo el orgullo que le quedaba y con la frente en alto respondió.
—Gracias Jon, de verdad lo siento, le haré saber a mamá la oferta y si acepta prometo trabajar duro.
La mirada de Jon se relajó, sacó un sobre que guardaba en su suéter y extrajo unos cuantos billetes, los contó y le entregó a Katherine.
—Ahí tienes, cuenta. Son cuatro mil por las dos baterías Nokia y tres mil por las baterías de Motorola, más mil por las antenas.
Era un total de ocho mil bolívares.
Agradecida con Jon y después de una incómoda despedida, Katherine partió rumbo a la zona donde se encuentran los puestos de charcutería del mercado. Era tarde, ya pasaban de las tres y media si Jon ya había bajado la Santamaría, seguramente las charcuterías ya estarían haciendo lo propio así que cortó camino por uno de los pasillos traseros que colindan con la zona de descarga de los camiones, los "caleteros" descansaban en hamacas amarradas a las bateas de los camiones, otros dormían sobre los enserados que tapaban la carga todavía sin vender, aceleró el paso al percatarse que una pareja hacia el amor en el interior de uno de los camiones.
La chica por sus fachas seguramente ejercía el oficio más antiguo de todos, pues el mercado no estaba exento de la práctica, al salir del espacio y habiéndose encaminado ahora hacia el patio lateral del mercado, estuvo a punto de chocar con una figura vestida de forma desarreglada, en realidad llevaba harapos por ropa.
—¡Lovi!—. Exclamó Katherine con emoción y un tono juguetón en la voz.
—¡Katherineee!—. Dijo Lovi arrastrando las "e" con alegría y apremio, su mirada era brillante, se fundieron en un fuerte abrazo e inhaló su olor, Lovi olía a sudor, tierra y almendras.
—Hueles fatal, Lovi ¡necesitas un baño urgente!—. Le dijo picándola.
—Y tú estás hecha un asco, ¿estabas hurgando otra vez en la basura?—. Lovi ni corta ni perezosa le devolvió el golpe.
Ambas se rieron y rápidamente Katherine recordó a quien estaba abrazando y separándose con rapidez de Lovi se palpó los bolsillos.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Lovi y esta le enseñó juguetonamente la cartera.
—Lenta como siempre Kata, pero vas mejorando, si lograste hacerte con una de estas—. Dijo burlonamente mientras empezaba a revisar la cartera.
—Oye, dame eso, no seas así—. Dijo Katherine mientras intentaba quitarle la cartera a Lovi, pero ella era sumamente rápida. Con una sonrisa triunfante en los labios Lovi le devolvió la cartera.
Y acto seguido enlazó su brazo con el de Katherine.
—Si sigues siendo así de lenta nunca podrás entrar a la jauría y yo nunca dejaré de ser la Omega—. Se quejó Lovi alzando las cejas.
— ¿Otra vez con eso? De no ser por mí jamás se les habría ocurrido lo de la jauría.
Y era cierto Willow, Daniel y Lovi aparecieron un día pidiendo comida ante el local que su madre había alquilado en el mercado, para Mariana, saltó a simple vista que los chicos eran de muy bajos recursos, así que no se negó en ningún momento a darles aquella vez algo de comer. Al menos dos veces por semana acudían a su local y siempre Mariana les daba algo que picar.
Con el tiempo, en los ratos libres que tenían en el trabajo con su madre, Katherine empezó a compartir con ellos, correteaban jugaban, conversaban, discutían, leían los periódicos y de vez en cuando Katherine les daba a leer sus cuentos, en uno de ellos había una historia corta, sobre la desesperada misión de un hombre y su jauría que era guiada por un perro mitad lobo, y que contra todo pronóstico lograron trasportar en un trineo la cura a la peste que azotaba a aquella comunidad.
Desde entonces Willow, Daniel y Lovi que ya habían entablado una gran amistad y sobreviviendo contra todo pronóstico en las calles, cuidándose los unos a los otros, eran una familia, se sintieron tan identificados con aquella historia que pasaron a auto denominarse la Jauría.
—Tienes razón, entonces es oficial, eres la nueva Omega —. Resolvió Lovi mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Katherine.
—Gracias, me siento alagada, pero primero debes pedir la opinión del resto de la camada ¿no te parece a ti, Lovi?
—Mi opinión basta, eres parte de nuestra familia y punto.
Katherine la rodeó con el brazo por la cintura y volvió a agradecerle.
—¿Y dónde están por cierto?
—Willow y Daniel están trabajando en el puesto de verduras con la mamá de Franco, yo estaba descansando y esperando a verte y ver que nos acompañes a todos un rato. Estaremos trabajando ahí con ella todo el fin de semana por si quieres.
—¿Y eso? Franco rara vez se despega de ese local—. Dijo Katherine mientras caminaban.
— No lo sé—. Respondió Lovi con un encogimiento de hombros y continúo.
—Franco le pidió el favor a la jauría de que lo cubriéramos en el trabajo; fue muy bueno, nos ha dejado el desayuno y el almuerzo a los tres ¿cómo decirle que no?—. Dijo lovi en tono juguetón.
— Entiendo, vamos, acompáñame a comprar a la charcutería antes de que cierren—. Le animó Katherine deshaciéndose del abrazo y halándola en aquella dirección.
—Vamos—. Menciona mientras se ponen en camino entre risas y bromas.
Al llegar a una de las primeras paradas compraron un pollo de dos kilos y medio, medio kilo de carne molida y se detuvieron durante el trayecto a comprar algo de especias y dos kilos surtidos entre tomate, cebolla y papa.
Adicionalmente también compró una pequeña botella de salsa de soya y con eso Katherine decidió que era suficiente por el momento, pidió una bolsa grande y guardó en ella todo junto, para luego meterla en su morral. Le sobró poco menos de la mitad del dinero que obtuvo por los repuestos.
Por su parte, Lovi compartió con Katherine una malta y galletas mientras cortaban camino de regreso por el estacionamiento.
Una mujer airada se acercó a ellas por la espalda y tiró a Katherine a un lado haciendo que se golpeara la cabeza contra el asfalto y tomó a Lovi por el cogote y la estrelló con fuerza contra la cava de un camión Ford trescientos cincuenta.
Lovi no pudo proferir ni un aullido, su vista estaba desorbitada, le dirigió una mirada de auxilio cargada de terror a Katherine.
—No vuelvas a venir por aquí, pequeña sabandija, esta es mi zona y son mis clientes, no quiero que vengas a quitarme mi puesto. Tú puedes venderte en otra parte entendiste-. Para dar énfasis a su reprimenda la mujer volvió a estrellar el pequeño cuerpo de Lovi contra la cava aun sin soltarla.
Katherine observaba desde el piso, seguía un poco aturdida por el golpe, reaccionó tan rápido como su cuerpo le permitió, blandió una botella que encontró a escasos metros y le asestó un golpe en la nuca a la mujer, un quejido le indicó que el golpe había hecho efecto, la mujer soltó a Lovi para intentar protegerse de un segundo golpe de la botella que llegó demasiado rápido a su espalda a acompañada de una patada de Lovi a su ingle. Entre quejidos la mujer se hizo un ovillo en el suelo mientras Katherine y Lovi continuaron pateándola en el estómago y la espalda.
Con lágrimas en los ojos y la vergüenza reflejada en el rostro Lovi salió huyendo, Katherine la siguió con el corazón desbocado, los transeúntes saltaban a un lado para dejarlas pasar, Katherine intentaba no quedarse muy atrás pero le costaba debido al pesado morral, solo podía observar la espalda de Lovi, su cuerpo ágil, su melena negra que se movía como olas en la noche por la acción del viento mientras corrían hacia una puerta lateral del mercado.
En lo que pareció un abrir y cerrar de ojos para Katherine ya habían llegado a las puertas de hierro y salieron como si el demonio mismo les pisara los talones, las avenidas se extendían ante ellas como un laberinto irreconocible. Katherine con dificultad no podía sino seguirla de cerca, haciendo lo posible por mantener el paso, Lovi corría y giraba en las esquinas con la velocidad del rayo.
Katherine se aferró al miedo profundo de no poder alcanzarla, un miedo que le subía por el cuerpo y se instalaba en su pecho, era su amiga, la única que había tenido desde hacía mucho, no sabía que iba a decir y seguramente no podría consolarla, pero no la dejaría sola, no podía.
Katherine tenía un hogar al menos, y ella y la jauría no lo tenían, vivían en las calles con peligros para dar y regalar, compitiendo a diario con mendigos y ladrones por la comida. Cuan desesperada había de estar Lovi y ella no lo había notado.
Atravesaban calle tras calle, hasta que al girar en una esquina se encontraron con la entrada al basurero, su refugio, Lovi redujo la velocidad lo suficiente para que Katherine la halara de la camisa con la suficiente fuerza para detenerla, juntas por fin solo la abrazo y Lovi se deshizo en llanto entre sus brazos.
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