Capitulo 2 - Wicca
**Katherine - Año 2000**
**Lugar:** Los Cocos, Mariño
**Residencia de la Familia González.**
-Hija, por favor, ven y siéntate a la mesa para comer.
Mientras Mariana se apura a colocar la comida en aquella mesa que parecía estar al borde de colapsar bajo el peso de los platos.
- ¡Comida! -exclamó Katherine llena de entusiasmo mientras corría hacia la mesa, como si se tratara de un festín. Sin embargo, al sentarse y observar el contenido de su plato, su expresión se tornó de alegría a desagrado. Se cruzó de brazos y se echó hacia un lado, alejándose de la comida.
- ¿Otra vez arroz con mantequilla y queso? -preguntó, torciendo los ojos con evidente desdén.
- Sí, otra vez. -respondió Mariana, con un tono que delataba su propio descontento.
-¡No quiero! -gritó Katherine, golpeando la mesa con frustración.
-¡No seas malagradecida y come! -dijo Mariana, alzando la voz con firmeza mientras señalaba a su hija con un dedo índice autoritario.
- ¡Noooo! -replicó la pequeña, aferrándose a su obstinación.
- Katherine Alejandra González Martínez, no te levantas de la mesa hasta que termines tu comida. -declaró Mariana, mientras servía un vaso de agua en un intento por calmar la situación.
- Es que quiero comer otra cosa. -insistió Katherine. -Quiero comer cosas diferentes, como lo hacen mis amigos.
Mariana, con paciencia, se acercó a su hija, que aún mostraba su descontento, y le acarició suavemente la cara, tomando sus manos entre las suyas.
-Sé que te gustaría comer lo mismo que tus amigos, cariño, pero debes comprender que no tenemos suficiente dinero para comprar tantos alimentos. Además, la situación económica de este país, y mucho menos tu padre, no ayudan en nada. -su mirada se tornó sombría al pronunciar esas últimas palabras.
Al escuchar mencionar a su padre, la niña hizo una mueca de asco y rabia.
- Pero mis amigos también son pobres.
- Sí, hija, pero nosotros estamos un poco peor; además, con lo que gano no es suficiente. -explicó Mariana con un tono de voz suave, pero triste. -Sin embargo, hago todo lo posible para que vivamos bien.
- No es suficiente. -se quejó Katherine, manteniendo la mirada fija en los ojos de Mariana.
Cuando Mariana estaba a punto de reprenderla, escuchó la risa escandalosa de su marido, acompañada de la risa más suave de una mujer.
La puerta se abrió y, entrando lentamente y de espaldas, apareció una mujer que llevaba un vestido corto y ceñido, seguida por José Manuel González, quien besaba apasionadamente a esa mujer.
Era evidente, por su apariencia, que su profesión era la prostitución.
Katherine, asqueada, se levantó de la silla y se escondió detrás de las piernas de su madre. Mariana, tratando de recobrar el control, se aclaró la voz para llamar la atención de su esposo.
- ¡No te bastó estar afuera toda la noche y llegar...! -mientras miraba el reloj con sorpresa-. ¡A las 7:30 a.m.! ¡Y no solo eso, sino que también traes a una callejera a la casa donde vives con tu mujer e hijos! -la extraña miraba con curiosidad a la pequeña que se ocultaba detrás del vestido de su madre, mientras Katherine la examinaba con una mirada feroz.
Sin decir una palabra, la mujer se alejó del hombre y salió rápidamente.
-Por Dios, mujer, me espantaste a la dama. -José, tambaleándose de un lado a otro, tomó un sorbo de la botella de anís que sostenía.
- ¿No te da vergüenza? ¡Siempre es lo mismo! ¡Estoy harta! -exclamó Mariana mientras golpeaba con el dedo el pecho de su marido.
- ¡Cállate, mujer! Y no me toques. -mientras la empujaba y la señalaba. José se quedó un instante paralizado, observando el rostro desencajado de su esposa, y mientras se reía, se apartó, tambaleándose hacia un mueble cercano.
De repente, su hijo salió de su habitación, visiblemente asustado. - ¿Y tú qué me miras? Niño llorón y marica, ¿cuándo aprenderás a ser un hombre?
- No vuelvas a callarme y hazme el favor de respetar al niño, ¿eres idiota o qué?
- ¡Cállate, mujer! -José dijo, llevándose una mano a la cara en un gesto de desagrado.
- Mira, José...
- ¡Que te CALLEEEEES! -gritó con furia, arrojando la botella hacia Mariana. Ella gritó, cubriéndose, mientras la botella pasaba a pocos centímetros de su rostro y se estrellaba contra la pared de la cocina.
- ¡Aléjate de mi mamá! -dijo Katherine con determinación.
Con un instinto protector, se interpuso entre sus padres. Los ojos encendidos de la pequeña hicieron dudar un momento a su padre, quien finalmente dio un paso hacia Katherine y su madre.
Mariana, actuando rápidamente, sujetó a Katherine y la resguardó entre sus brazos, decidida a enfrentar a su esposo. En ese instante, se escuchó un portazo al otro lado de la casa; el niño había lanzado la puerta de su habitación, sacando a José de su trance.
- ¡Maldito mocoso! -gritó, enojado, mientras se sacaba la correa, cruzaba el comedor y entraba en el cuarto del pequeño. Katherine y Mariana lo siguieron, tratando de impedir que le hiciera daño.
Mariana tiró de la camisa de su hija, dándole el tiempo suficiente para que Katherine se interpusiera entre su hermano y su padre.
- ¡Te dije que no me volvieras a tocar! -José gritó, mientras su puño impactaba en el rostro de Mariana, haciéndola caer al suelo. Al girarse, vio a la niña, quien tenía una expresión de enojo y, como un perro, le gruñó y le mostró los dientes.
- Ja, ja, ja, ja. -se rió José-. Mírate, mocosa, como si eso diera miedo.
- Echa pa' allá. -dijo mientras colocaba la mano sobre la cabeza de Katherine. En ese momento, la correa aulló en el aire y golpeó la pequeña entre el cuello y la espalda, con suficiente fuerza para hacer que la niña se tambaleara y cayera al suelo, gritando de dolor.
El siguiente golpe de la correa fue directo a sus piernas, el tercero nuevamente a su espalda. El lamento de dolor de Katherine resonó en toda la casa.
José se agachó y tomó a la niña del cabello, susurrándole al oído:
-Si vuelves a mirarme de esa forma, ¡te haré mierda! -la soltó bruscamente y se alejó.
En un movimiento rápido, José se giró hacia su hijo, que se escondía detrás de la cama. Lo agarró del brazo y lo lanzó, y de nuevo la correa aulló en el aire. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Cada golpe hacía que el pequeño gritara de dolor. Seis...
-Ya, por favor, no sigas, ¡es mi niño! -gritó Mariana, llena de desesperación y lágrimas, mientras luchaba por levantarse.
José se detuvo y miró a su mujer. Con una sonrisa entre la ira y la satisfacción, dijo:
-Está bien, pero tú vendrás conmigo a la cama. -señaló en dirección a Mariana con el cinturón en mano-. Tú, maldita mujer, ya me espantaste el polvo, así que esta vez tendré que conformarme con que seas tú quien me quite estas ganas.
Ambos se dirigieron a la habitación. Katherine se levantó y corrió hacia donde estaba su hermano llorando.
-Hermano, déjame verte. -sus manos buscaron en el cuerpo de su hermano, levantando su pequeña camisa, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
Sintió un dolor indescriptible; los golpes que su padre le había dado a ella con la correa eran caricias comparadas al dolor que la invadía al observar los moretones y rasguños que la correa había dejado en la espalda de su hermano. Las marcas eran rojas y algunas incluso sangraban un poco.
Sentía el calor y la respiración entrecortada de su hermano. Siempre había intentado imaginarse al Cristo que tanto mencionan en la iglesia, ese salvador divino que, después de ser azotado por los romanos y recibir una corona de espinas, aun así perdonó. Ahora tenía una idea más clara de cómo se veía, pero no, no podía perdonar a su padre.
-No soy como Jesús. -se dijo a sí misma.
Luego le quitó el mono a su hermano y, efectivamente, comprobó que sus piernas no estaban en mejor estado.
-Te prometo, hermano, que no volverá a suceder. -le dio un beso en la mejilla y, por un instante, saboreó sus lágrimas saladas.
-Volveré en un momento. -se giró para salir de la habitación, pero la mano de su hermano la detuvo.
-No, por favor, quédate. -suplicó, conteniendo las lágrimas.
-Solo será un momento, voy a buscar algodón y agua. Mira, toma esto mientras regreso. -le ofreció un caramelo que había guardado en su bolsillo.
El brillo de felicidad iluminó los ojos color avellana de Samuel, quien le sonrió a su hermana.
- Gracias.
Katherine lo observó y, finalmente, decidió quedarse con él, así que se acostó a su lado. Abrazo fuertemente a su hermano y, poco después, ambos se quedaron dormidos.
Pasadas unas horas, su hermano la despertó.
-Kat, despierta. -la agitó suavemente.
- ¿Qué? ¿Qué ha pasado?
-Tengo hambre. -dijo, colocándose de rodillas al lado de ella.
- Dile a mi mamá. -mientras se acomodaba y volvía a cerrar los ojos.
- No está.
Abrió los ojos y los entrecerró. Era una costumbre que, tras cada pelea, ambos terminaran escapándose, a veces durante tres días. Pero Mariana solo lo hacía por puro miedo y para proteger a sus hijos.
Katherine se levantó para ver la hora y notó que ya eran la 1:30 p.m.
Fue hacia la nevera, todavía bostezando y estirándose. Al abrirla, la encontró vacía, así que le dio un beso en la frente a su hermano mientras le decía que volvería pronto. Lo dejó encerrado y le advirtió que no abriera la puerta a nadie antes de salir hacia la casa de la madre de su mejor amiga del colegio. Cada vez que podía, ella se aseguraba de que le dieran de comer a ella y a su hermano.
Al salir, se persignó, pues debía atravesar las áreas más peligrosas, donde la rivalidad entre pandillas era intensa y los robos eran frecuentes. Sin embargo, si quería que su hermano comiera, debía arriesgarse y subir por aquella colina, tres cuadras hacia arriba.
Mientras ascendía, trataba de aparentar dureza para que nadie se metiera con ella. Después de una intensa caminata bajo el sol inclemente, llegó a una casa que, a simple vista, parecía a punto de desplomarse, pero que en su interior era casi un lujo.
Todos sabían que el hijo mayor de la familia Rojas, Adalberto, conocido en el barrio como el matón de la cuadra, había sido reclutado por las filas del cartel del Norte. Era hijo de Lucía, pero a pesar de todo, se rumoreaba que había robado cargamentos al cartel más poderoso de la zona, el Cartel de las Perlas, célebre no solo por su droga, sino también por ser los primeros en prostitución, vigilancia y poder político, convirtiéndose así en el más buscado.
- Señora Lucía, ¿no tiene algo para comer? Mi hermano y yo estamos muertos de hambre.
Desde la ventana de arriba, apareció una pequeña cabeza.
- ¡Katherine!
La niña salió corriendo para encontrarse con su mejor amiga, abrió la puerta y la abrazó. Ambas entraron a la casa, y de la cocina salió Lucía con dos recipientes llenos de comida, que colocó en una bolsa de mapire y se los entregó a Katherine.
-¿Otra vez sin comida?
- Sí, señora.
- ¿Y tus padres?
- Se volvieron a escapar después de golpear a mi hermano.
- ¿Ese hijueputa le volvió a pegar a tu hermano?
- Sí.
- ¿Y a ti?
- A mí también.
- Qué barbaridad, ¿cómo puede vivir un monstruo así aún? -de pronto, al ver la expresión triste de Katherine, Lucía se dio cuenta de que debía medir sus palabras, pero la ira y la indignación que sentía eran más intensas.
Se disculpó con la niña por sus palabras y por lo que estaba a punto de decir.
-Perdona, Katherine, pero tu papá es un monstruo y, tarde o temprano, tendrá que pagar por lo que te hace a ti y a tu hermano. No puedo creer que tu madre siga con él; es tan fácil encontrar a alguien que haga el trabajo sucio, alguien que se encargue de esos hombres que hacen daño, y así ustedes estarían más tranquilos. Ella también es culpable de todo esto.
Es comprensible que ella le tenga miedo y no actúe, pero ustedes no pueden permitirlo. Por su propio bien y el de ella, deben buscar una solución. Ahora ve, llévale comida a tu hermano; he preparado suficiente para tres días. Cuando se acabe, puedes venir por más. -mientras le ponía la mano en el hombro a Katherine y le guiñaba un ojo con una sonrisa amable.
Katherine salió de la casa, pensativa ante el comentario de Lucía sobre sus padres. Una idea oscura comenzó a asomarse en su pequeña mente, aunque intentó desecharla, pues sabía que no tenía el valor necesario para llevarla a cabo.
Sin embargo, las palabras de Lucía y esos pensamientos continuaban rondando en su mente, sin poder encontrar una salida.
Tan sumergida estaba en sus pensamientos que ni se dio cuenta cuando pasó dos cuadras de su hogar. Al darse cuenta, rápidamente regresó, riéndose por dentro de su distracción.
- Perdón la tardanza, hermanito. Traje comida. -anunció mientras colocaba el bolso sobre la mesa.
-No creerás que me pasé de cuadra, jajaja.
Sin embargo, su risa se apagó al escuchar unos quejidos. Con un cuchillo en la mano, avanzó con cautela hacia el cuarto de su hermano, y vio a su padre sentado en la cama, mientras su hermano permanecía en posición fetal en un rincón, llorando.
- ¡Desata a mi hermano! -gritó Katherine, apuntando con el cuchillo.
-Tú no me dirás qué hacer, niña ingenua.
- Déjalo o grito.
-Qué risa me das, mocosa.
El padre se acercó a ella, cada vez más, lo que provocó que Katherine gritara con tanta fuerza que, en cuestión de minutos, cuatro de sus vecinos llegaron a la casa. Dos de ellos sujetaron a José de los brazos, mientras los otros dos comenzaron a hacer preguntas a Katherine.
- Dime, ¿les está volviendo a pegar?
- Nos pegó hace rato, pero vean cómo tiene a mi hermano. -señaló en dirección a Samuel.
- Este hombre es un degenerado que se aprovecha de sus propios hijos. -mientras los hombres le propinaban puñetazos en la cara y en el estómago.
El quinto golpe que recibió de uno de los hombres hizo que José se retorciera de dolor y cayera al suelo.
- ¿Te gusta que te peguen, hijo de puta? -dijo otro de los vecinos, mientras José, aún en el suelo, se reía.
- Este hombre no ha aprendido la lección desde la última vez.
-¿Será que no le hemos pegado lo suficiente? Vamos a hacer algo... -uno de esos vecinos desató al niño y dejó que Samuel y Katherine salieran de la habitación, pero antes, le quitaron el cuchillo de la mano a Katherine, quien aún lo sostenía con firmeza. Al salir del cuarto, una de las vecinas se los llevó a su casa.
Los hombres se quedaron con José para continuar con su venganza. Le clavaron la punta del cuchillo dos veces en los costados y la última en la pierna, haciendo que José gritara de agonía.
-¿Qué pasó, te duele? ¿Esto sí te duele, verdad? Pero lo que les haces a tus hijos no, ¿cierto?
Uno de ellos encendió un yesquero, mientras el segundo vecino tomó las manos de José y las acercó al fuego que desprendía el encendedor. Luego, continuaron golpeándolo sin piedad, una y otra vez.
Mientras tanto, al otro lado de la calle, Katherine y Samuel se encontraban en casa de la esposa de uno de los vecinos que en ese momento golpeaban a José.
Samuel lloraba; al fin y al cabo, era su padre. Katherine, sin embargo, sentía una extraña satisfacción al escuchar sus gritos de dolor. La vecina dejó a los niños en la sala de su casa mientras se disponía a llamar a la policía.
- Buenas, se ha comunicado con la policía nacional.
- Sí, buenas tardes. Mi nombre es Mireya Rondón, le hablo desde Los Cocos. Esta es la séptima denuncia que hago respecto a un vecino que tortura a sus hijos y no hacen nada. No solo yo, sino muchos vecinos han denunciado esto, y como no han hecho nada, se está haciendo justicia por mano propia.
- ¿De dónde nos habla, señora Mireya?
- De Los Cocos, ya lo dije, ¿o no me escuchó?
- Discúlpeme, una patrulla llegará lo más pronto posible.
Resulta que había una patrulla muy cerca del lugar. Se estacionó frente a la casa de la señora Mireya. Uno de los oficiales entró al lugar donde torturaban al padre, mientras que otro se quedó hablando con los niños.
- ¡¡Buenas tardes!! Me llamo Luis, ¿y ustedes? - llevó a los niños al mueble para que se sentaran a hablar de la manera más cómoda posible.
- Yo me llamo Katherine y él es mi hermano, se llama Samuel.
- Qué nombres más bonitos - mientras muestra su sonrisa para que pudieran abrirse un poco más y tomaran esa confianza necesaria para esclarecer los hechos - ¿Qué edad tienen?
- Mi hermano tiene cuatro y yo siete.
- Eres la mayor. Cuidas mucho a tu hermano, ¿cierto?
- Sí, lo cuido mucho de mi papá.
- ¿Me puedes contar qué pasó?
Saca su libreta para anotar lo que dijera Katherine, mientras aún Samuel sollozaba abrazando a su hermana, que a simple vista parecía estar en total control y sin perder la calma.
- Salí a casa de una vecina a buscar comida, no teníamos qué comer y mis padres habían salido luego de que ellos discutieran y de que mi papá nos pegara con su correa. Al regresar, mi papá estaba en el cuarto de mi hermano y lo vi...
- ¿Lo viste? - mientras intenta alentar a la niña - Sé que es duro, corazón, pero debes contarnos para poder ayudarte.
Katherine se quedó dudando si contarle o no lo que había visto, tomó aire, vio a su hermano y respiró profundo.
- Lo vi a punto de pegarle a mi hermano, así que grité para que los vecinos escucharan.
- ¿Tu padre siempre les pega por nada? ¿O es la primera vez?
- Siempre nos pega, pero mucho más estando borracho.
- Okey, has sido muy valiente al contarnos y al defender a tu hermano. Y tienes unos muy buenos vecinos, ¿sabías? - Katherine asintió con la cabeza.
- Llévate a tu hermano a la habitación y traten de descansar un poco mientras llega su madre y las cosas se calman.
El policía ve cómo se alejan hacia el cuarto mientras les sonríe; ellos voltearon a verlo antes de entrar y cerrar la puerta de aquel cuarto.
- Oficiales, gracias por venir. Al fin se disponen a atender la denuncia. ¿Tenía que pasar esto para que reaccionaran? Es una tortura escucharlos llorar y gritar. Ese señor le pega a su mujer también y vive borracho, tal como dijo la niña.
- Es totalmente entendible su frustración y enojo, señora, lo siento. Lo bueno es que ya estamos aquí - se queda pensativo, se pasa la mano por el rostro, toma aire y ve a la Sra. Mireya.
- Esa niña ha pasado por mucho, por lo que veo. Me atrevería a decir que ha dejado de ser una niña, tomando atribuciones de madre a su corta edad. ¡Es una tristeza!
En eso llega la madre preguntando por sus hijos, y asombrada y un tanto alterada al ver a los vecinos y a su esposo en la patrulla, se acerca al policía que va saliendo junto a Mireya a la entrada de la puerta.
- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se los llevan?
- Su esposo queda detenido por abuso de menores.
- ¿QUÉÉ? ¿Pero cómo así?
- Como lo escucha, los niños tuvieron suerte de que sus vecinos fueran a ayudarles.
- ¿Cuánto tiempo estará detenido? - mientras lo miraba por el vidrio del carro, todo moreteado.
- Quizás unos diez o veinte años, no lo sé con certeza; eso lo decidirá el juez - luego dirigiéndose hacia Mireya. - Su esposo y los demás vecinos estarán detenidos por una semana; aunque protegían a los niños, agresión es agresión. Muy buenas tardes - dedicando una sonrisa un poco falsa y molesta - nos vamos.
- No es justo, oficial. Mi esposo es una buena persona, no hace daño a nadie; hizo lo que ustedes permitieron al no ser capaces de responder a las denuncias.
- Lo siento, de todas maneras se debe quedar una semana por tomar justicia por mano propia.
Se montan en el carro y antes de partir dice, viendo a Mariana directamente a los ojos: - ¿Cómo permitió que la situación llegara a esta instancia? No lo sé, pero todo esto perjudicará a sus hijos y aún más a la niña. Lo veo en sus ojos; ojalá me equivoque. Cuídelos ahora que su marido está bajo custodia.
Mariana ve alejarse el carro de los policías mientras aún su mente procesaba lo que vio y escuchó. Se queda parada sin decir nada. Mireya mira con asombro a su vecina, quien aún no preguntaba por sus niños.
Entra a su casa y saca a los niños, quienes salen gritando y la abrazan.
- Mis niños - les devuelve el abrazo. - Vengan, vamos a casa.
Mireya sintió algo de rabia y pena por aquellos niños mientras los veía entrar en su casa. «Por lo menos estarán más a salvo sin su padre», pensó mientras entraba en su casa.
Cuatro años después...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro