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Capitulo 10- La gran subasta parte 3

Porque era la llama de una  pequeña vela en el ojo de la tormenta, completamente sola, desprotegida a su merced y aun así osaba brillar y retarla.

Ella danzaba con el viento mientras las manos de los presentes subían y bajaban intentando obtenerla, alcanzarla, para poder apagarla y así extinguir  esa diminuta flama que los había retado, que se burlaba de su poder.

Samantha suspiró cuando la cantidad de manos fueron bajando, el exorbitante monto alcanzado, los hacía recular, excepto a dos hombres en ese salón y cuando Samantha vio quien seguía pujando por Vanessa empezó a sentir un miedo profundo.

El búho la observaba sentado de forma relajada en la silla  cubierto en parte por  la penumbra, él le dedicó una sonrisa cruel mientras la midió al centímetro. 
Samantha sintió un respingo correrle por la espalda en cuanto el búho alzo la mano de nuevo. No tenía sentido, él no debería poder manejar sumas tan exorbitantes, no debería poder codearse con Ernesto.

No, Samantha había pasado algo por alto, algo crucial, el búho llevaba mucho, mucho tiempo en el círculo, más que Ernesto, más que el Emir y que su madre, él era el último que quedaba de la vieja guardia, quizás sus bolsillos eran tan profundos como los de Ernesto, porque a diferencia de los demás, el Búho no despilfarraba el dinero, Samantha no recordaba la última vez que lo había visto aquí.

Ahora estaba segura de que en todos los años que llevaba acompañando a su madre a estos eventos, jamás lo había visto asistir a una subasta.
Entonces, ¿Por qué estaba aquí?
No era posible que él supiera de antemano sobre Vanessa, su madre la había ocultado como cualquier otra perla hasta que... 

Hasta que la dejo hacerse ese tatuaje con el heraldo...

«Que estúpida había sido». Se reprendió a sí misma, Samantha había sido una estúpida por olvidar que  los heraldos silenciosos vienen de la familia de la Cruz.

Y lo olvidó porque nadie los toma en cuenta más que para llevar registros y cuidarlos. Más que para crear el arte de sus yugos.  Porque desde hace tres siglos,  cada tatuaje, cada marca de cada familia que se ha alzado y de cada familia que ha caído en desgracia a lo largo del tiempo y hasta la actualidad, fue creada por los heraldos silenciosos.

Y Samantha  la había apoyado a ciegas para que se pintara esa diana a la espalda. La culpa era suya y solo suya por haber llamado al heraldo. 
«Oh Dios.  No. No era así, no todas las perlas son subastadas». Pensó Samantha.

Su madre no tenía necesidad alguna de subastarla... hasta que... hasta que se enteró, de alguna forma, que el búho sabía de la existencia de Vanessa.

La visita de su madre el día de hoy fue para confirmar ese tatuaje, para confirmar que el búho lo sabía, sea cual sea el plan que guardaba su madre para Vanessa, seguramente no era este, pero aun así aprovecho la situación para su beneficio.
«Hay vientos de guerra entre las familias». Había dicho Vanessa a su madre.

Ahora entendía el porqué su madre se vio forzada a tener que subastar a Vanessa, quería mantener al búho y a sus heraldos silenciosos de su lado. Y para eso había usado a Vanessa como ficha de cambio. Nada absolutamente nada de lo que había hecho su madre el día de hoy era sin una razón, sin un fin. 

Porque mientras Vanessa siguiera en su poder, el búho haría cualquier cosa por obtenerla y no podía permitirse tenerlo en contra, no ahora, no cuando el equilibrio pendía de un hilo.

Por su parte, el búho se  estaba deleitando con el miedo que estaba causando entre los presentes,  que hasta ahora  estaban cayendo en cuenta que el monstruo había crecido justo en frente de sus narices.  Y si su madre antes sospechaba de su poder, ahora lo tenía confirmado.

El búho se había vuelto una fuerza a tener en cuenta, ya que solo él y Ernesto seguían pujando por Vanessa, con cifras groseramente grandes, ninguna otra familia estaba levantando ahora las manos.

Y la posición de poder de Ernesto, que había parecido la segunda más sólida por años, se debilitaba cada vez  que levantaba la mano y el búho lo imitaba.

No. No únicamente la de Ernesto, sino la de todas las familias que estaban por debajo de ellos dos. Esto ya no solamente era por Vanessa, esto era un juego del que Samantha no se había percatado hasta ahora... hasta ahora que veía sonreír con crueldad a su madre, ella había aprovechado su estupidez, la estupidez de dos jóvenes enamoradas y actuó en consecuencia, orquestando todo para reafirmar su posición y su poder. Nadie estaba sobre ella, nadie estaba sobre la familia principal.

«Oh dios mío. ¿Qué he hecho? » Pensó Samantha, ella y solo ella  había enviado al matadero a Vanessa.
Samantha quitó la vista de su madre y volvió a posarla sobre el búho, él le devolvió la mirada y asintió en su dirección con una sonrisa relajada «ahora lo sabes», parecía decirle con ella.

El pánico por fin se acentuó en su corazón, cuando Ernesto no volvió a alzar la mano. Y exclusivamente la del búho permaneció arriba.  
...

Vanessa

El primer clavo a su ataúd había sido puesto en el momento en que vio con aceptación, que nada más el búho mantuvo la mano arriba.

Vanessa se llevó la mano a su oreja derecha y acaricio el encantador pendiente que su hermana le había entregado, lo sintió, ese lazo que la había unido no solamente a ella sino también a sus hermanos y todo lo que alguna vez habían representado, por eso cuando llegara el momento de ver a la muerte a la cara a manos del carnicero se lo gritaría a la cara, hasta su último aliento.  

Por eso mantuvo su mirada firme, y lo vio a la cara, devolviéndole una sonrisa igual de fría, igual de cruel a la que el carnicero le enseñaba. Se cubrió el cuerpo con su bata, justo cuando el búho se levantaba de su asiento acomodándose el flus. El hombre salió de la fila de asientos y empezó  a andar hacia ella. Por el estrecho pasillo.

Vanessa observó por el rabillo del ojo como Ágata se ponía en pie flanqueando por Samantha y Otto, este último se mantenía a la espalda de Samantha cuando empezaron a andar hacia Vanessa.

Donde el paso de Ágata era tranquilo y resuelto, el de Samantha era apresurado y descuidado. Conversaban de manera apresurada entre ellas, no..., se fijó que era una discusión en toda regla, pero para discutir se necesitaban dos personas y Ágata no estaba de humor.

Vanessa le dedicó una mirada a Samantha, una advertencia para que no hiciera ninguna estupidez, «no aquí, no ahora» quiso decirle.  Samantha la miró con su semblante airado, aun así, ella no le prestó atención a su advertencia. Con paso rápido casi a la carrera, adelantó a su madre, que solo necesitó hacer un ademán con la cabeza para que Otto la noqueara con la culata del arma. 

Vanessa cerró sus ojos un segundo, se tragó el dolor, la impotencia y la rabia, este no era el momento, nadie a excepción del búho y Vanessa se percataron  cuando Otto se llevó a Samantha cargada entre sus brazos.

Aun así sus oídos zumbaban, mientras sentía un nudo en el estómago monumental, se recordó a sí misma respirar, cerró sus ojos una vez más y exhaló el aire por la nariz, preparándose tanto como pudo, sin embargo, no pudo evitar sentir un sobresalto.

Cuando Ágata ronroneó su nombre, y tomándola de la cintura la guió a la salida del salón, seguida muy de cerca por el búho que permanecía  en silencio, la guió por los pasillos del hotel, hasta llegar al estacionamiento del sótano donde esperaba una limusina, el heraldo silencioso aguardaba junto al vehículo sosteniendo la puerta abierta. Ágata la ayudó a entrar en el vehículo y antes de retirarse besó su mejilla y le dijo al oído:
—Él te hará lo mismo que le hicieron a su hija—.  Ahí estaba el segundo clavo, pero no le daría el gusto de mostrarse asustada ante ella, no otra vez, le devolvió la mirada sin miedo, sin odio, no gastaría su saliva con ella.

Un poco decepcionada por su falta de emociones, Ágata se retiró  justo cuando el búho entraba  a la limusina por la otra puerta, ambos quedaron en la penumbra al cerrarse las puertas, los seguros se activaron.

En silencio el vehículo avanzó y pronto  salieron a la carretera, el hombre dejó escapar un suspiro y se recargó con calma aun sin verla, Vanessa solamente tenía en mente en aquel momento, la última vez que había visto a su familia.

Pronto dejó de observar al hombre y se permitió recostarse contra el asiento mientras miraba por la ventana, no había estrellas, en cambio, una gruesa capa de nubes cubría el horizonte, mientras los rayos caían al mar, pronto una  fina película de lluvia empezó a golpetear contra la ventana.

El olor a pino del interior del vehículo se mezclaba con  el de la sal marina y la tierra mojada, cerró los ojos durante varios minutos, dejando que el olor la tranquilizara. No dejó entrar el recuerdo de los besos de Samantha en la playa, no dejó entrar los recuerdos de sus hermanos molestándola en el mar.

O el de su madre acariciando su mejilla o el de su padre dándole uno de esos abrazos rompe huesos. Los amaba, los amaba profundamente a todos y cada uno de ellos.

Su mano se posó de nuevo en su pendiente, mientras los ojos le escocían, se tragó las lágrimas y el dolor en su garganta. En su pecho, al fin, saboreo la soledad absoluta.

—Voy a morir—. Susurró para sí misma con aceptación.
—Pero antes, voy a hacerte mucho daño, llorarás-. Afirmó el hombre mientras la escrutaba. — Y no tienes ninguna forma de evitar que eso pase—. Aseguró.
Vanessa, se limitó a dejar salir un respingo.
—Debes odiar tanto a tus padres—. Ronroneó el carnicero.
—Cállate, no lo digas, no sabes nada, ellos eran diferentes a ustedes—.  Dijo airada Vanessa apuntándolo con el dedo mientras lo fulminaba con la mirada.
— ¡Oh! Sé algunas cosas—. Dijo el hombre encogiéndose de hombros.
—No, no las sabes, porque si las supieras estarías avergonzado de las vidas que has tomado por venganza—.  Dijo y por primera vez observó un destello de ira y no de burla en el hombre.
Él Quería hacerle daño, ¿por qué no hacérselo también mientras pudiera?
—Aunque pensándolo bien, supongo que los monstruos no sienten ningún tipo de emoción-. Dijo tirando del hilo de la conversación mientras le sonreía con malicia.
—Opino lo mismo, después de todo, nadie que mande a decapitar a una niña indefensa la tiene—. Respondió él frunciendo el ceño.
Ella bufó y  dejó escapar una risa baja.
—Que te quede claro, nadie de mi familia nunca, jamás, le habrían hecho eso a tu esposa e hija. No lo harían, porque la finalidad de aquella rebelión no era otra que salvar vidas, vidas inocentes, de personas como tú—. Ahí estaba, en su rostro pasó un destello de dolor, duro una fracción de segundo, el suficiente para que Vanessa lo pudiera notar.
—Bien, te creo—. Dijo el hombre aun con el semblante de piedra, sin embargo, lo relajó antes de verla a los ojos una vez más.
—Mentí cuando dije que te haría daño—. Vanessa lo escrutó con mucho cuidado, se dio cuenta de que el hombre lo decía en serio.
—Años atrás, un hombre, un sangrado que servía a tu familia, me dijo exactamente lo mismo, él dijo, «Peleamos por los que no pueden defenderse» fue la primera vez que escuchaba algo así de un sangrado, no le creí en su momento.
—Pero el día que el Emir emboscó a tu familia, el día que celebraron la muerte de todos ellos, dijo algo que no tenía sentido.
—Así que desde ese día empecé a seguir un rastro, a tirar de hilos y a cobrar deudas, hasta que di con una pieza del rompecabezas, te encontré a ti—. Dijo mientras sacaba de su bolsillo un pequeño sobre.
—¿Qué es eso?— Preguntó Vanessa, estaba tan absorta en la conversación que no notó el momento en que el vehículo se detuvo en la mansión.
—Para mí, fue la confirmación de algo que me negué a creer durante siete largos años, para ti y para aquellos que no pueden defenderse espero, sea esperanza, una oportunidad de una vida mejor—. Dijo el hombre con una sonrisa triste.

Cuando Vanessa vio las fotos que contenía el sobre, dejo ir todas aquellas lágrimas contenidas.
Por primera vez en mucho tiempo, no fueron de tristeza, ni  fueron de dolor. Fueron de  alivio de felicidad. 

— Esperanza, una oportunidad —. Musitó mientras veía al búho

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