Masacre
El sol arrasaba muy fuertemente sobre los campos de trigo y soja haciendo que los cultivos se secaran más rápido de lo común. La temporada de sequía había hecho estragos en toda la zona y las 30 hectáreas del señor Raúl habían sido las más afectadas. El agricultor observaba con un gesto serio todas las hierbas repletas de un amarillento color, como si el sol quisiera burlarse de él tiñendo de su aura las pasturas y los verdeos. Cada vez los henolajes eran más necesarios pero la mano de obra escaseaba y los cultivos morían sin aprovechamiento alguno. Don Raúl meditaba sobre el asunto y el golpe de los recuerdos de los últimos días percutía sobre su memoria como los palillos al tambor.
Primero un anuncio estrafalario sobre un cierto "circo de la luciérnaga"que haría una presentación gratuita y pretendía invitarlo a él, a sus obreros y a todas sus familias a ver la función. Luego la enfermedad de su criado mayor que le hizo perderse el evento por pasar la noche junto al eficiente joven soltero y sin familia cuidándolo en la sala de un hospital. A la mañana siguiente, bueno...la tragedia.
Al despertar después de haberse pasado la noche en vela don Raúl se encontró con la ausencia de varios de sus empleados. En un primer momento pensó que habrían salido a festejar después de ver la función del circo ya que casualmente todos los empleados presentes aseguraban no haber estado en dicha función. Esto molestó mucho a don Raúl puesto que no era justificativo suficiente el haberse desvelado en una reunión de cantina como para no asistir por un día completo al trabajo. Luego, la pena se agravó al convertirse ese día en dos, luego en tres, que más tarde serían cuatro y al llegar al quinto día de ausencia don Raúl se preocupó de verdad. Él se encontraba en medio de una situación de sequía y necesitaba la mano experta de sus viejos y experimentados peones de campo.
Ya había llamado a más de una de las casas para verificar lo que ocasionó dichas ausencias pero nunca le respondían. Don Raúl decidió que era momento de tomar al toro por las astas y dirigirse a las casas de los susodichos. Una por una las fue visitando montado sobre su mejor caballo pero cada vez que llamaba no oía respuesta alguna. Era como si la tierra se los hubiera tragado de la noche a la mañana, como si furtivamente hubieran decidido que podían volar y ahí no más comenzaran a usar las alas para irse lejos y llevarse consigo a toda su familia. Don Raúl, escaso en opciones, decidió que tal vez sería buena idea ir a visitar el lugar donde se había alzado el circo hace casi una semana. Volvió a la chacra, tomó su rifle y a su caballo nuevamente y salió al trote para llegar antes del final del ocaso.
Una extraña sensación se percibía al llegar al lugar donde había sucedido el evento del circo de la luciérnaga. Al costado del camino se alzaban pequeños montículos blancos conformados de huesos y algo de polvo que los cubría. Don Raúl cabalgó por unos minutos observando detalladamente los restos óseos. No eran de animales, esos huesos definitivamente eran huesos de seres humanos. Pronto un olor a putrefacción le inundó las narices haciendo que todo el suceso encuadrara en su cabeza. "así que fue eso" solo se dijo. Nunca más volvería a ver a sus fieles peones de campo. Una sensación de nostalgia lo hizo temblar al recordar que se había pasado la última semana recriminando sus ausencias al trabajo. Los muertos no cosechan ni siembran, no cocinan, no alimentan a los animales, no los mueven de un corral a otro. Los muertos no vuelven.
Cabalgando absorto en sus recuerdos Don Raúl llegó al claro donde se presentó hace casi una semana el circo y vio tendidos a su alrededor los signos de la peor masacre que hubiera podido imaginar. Él, un hombre acostumbrado a ver morir a los animales, acostumbrado a ver la sangre y los interiores de una vaca a la hora del sacrificio, él, un hombre valiente y fuerte como todos lo conocían, lloró como un desalmado al ver pudriéndose los restos de todos sus amigos en el medio de la nada. Animales carroñeros devoraron las sobras del banquete morboso que significaron algunos de los peones que él había amado. Y pensar que él mismo habría estado allí involucrado si su siervo bueno no se hubiera enfermado. Tal vez ese siervo le salvó la vida de la manera más inusual que se pueda imaginar. Ya la noche en un hospital no parecía nada al lado de lo que le esperaba en la carpa de un circo vulgar. No pudo evitar también echarse la culpa...tal vez hubiera podido hacer algo y no lo hizo por no haber estado allí presente.
Don Raúl caminó unos instantes entre las calaveras tratando de reconocer algún rostro o algún indicio de los fallecidos. No le resultó muy complicado quitarse las esperanzas de que esos que yacían ahí no fueran sus seres queridos. Todo el lugar estaba llenode los efectos personales que sus empleados habían llevado a fiestas que Don Raúl organizara en años anteriores. La pulsera de la señora Weigham, el reloj de Tito, la camiseta de la madre del negro Enrique, los juguetes de los niños... ¿qué clase de bestia podría haber organizado semejante acto de crueldad y desprecio por la raza humana? Don Raúl no paraba de llorar y en silencio limpiaba sus lágrimas con un viejo pañuelo amarillento. Tapaba el cuadro de los huesos con viejos recuerdos de las veces que quiso ser amable con sus empleados y ellos siempre le decían "usted es el mejor don Raúl. Tanto haciéndose el malo como haciéndose el bueno" y todos se reían alegremente...esos fueron tiempos buenos.
De pronto, algo quitó su atención de la memoria de sus amigos fallecidos haciendo que su gesto de paisano serio se tornara amenazante de un instante al otro. Del otro lado del claro una persona oculta con una enorme capucha oscura lo observaba desde las sombras. Don Raúl se agazapó levemente y apuntó al extraño con su escopeta. Si así lo decidiera el tiro no podría fallar.
- ¿Quién anda ahí? - inquirió Don Raúl para estar bien seguro antes de disparar. La sombra permaneció inmutable.
- ¡¿quién anda ahí?! Le juro que si no me responde le voy a meter un escopetazo en el medio del pecho, y que se la aguante.
- No dispare, no soy ninguna amenaza para usted - respondió el encapuchado. Su voz era dulce y profunda como el canto del zorzal.
- Esta no es propiedad pública. Me pertenece. ¿Quién es usted, y qué quiere en mi propiedad?
- Yo solo soy un forastero y me perdí. Me retiraré sin mayor demora si usted así lo quiere.
El tono inglés del extraño encapuchado inquietó a Don Raúl. Él sabía que el forastero mentía y necesitaba de algún modo demostrarlo.
- ¿usted hizo esto?
El extraño no respondió.
- Si no fue usted, ¿sabe al menos quien lo hizo?
- Por si las dudas, ¿usted no ha oído hablar del circo de la luciérnaga?
Don Raúl sintió que le temblaban las piernas. Su temor se materializó frente a sus ojos y el forastero pareció percibir esto. El extraño encapuchado prosiguió.
- Se trata de una banda de asesinos. Ellos realizan funciones gratuitas para juntar gente en su circo y luego asesinarlas y devorar su carne.
- ¿Son caníbales estos?
- Algo similar. Lo importante es que usted debe denunciarlos. Use la entrada que le dieron al circo como evidencia.
- Un momento, ¿cómo sabe que me dieron una entrada? Y además, ¿usted me quiere decir que hay una banda de asesinos sueltos y que nadie los conoce y que además la policía no les quiere hacer nada?
- Se trata de algo muy sencillo mi lord, si lo piensa bien verá que tiene lógica. Ellos no atacan a cualquier población al azar. Buscan y eligen a las que se compongan de muy pocas personas como este campo, por ejemplo, y entonces les ofrecen una función irresistible donde se cercioran que no falte ningún habitante antes de actuar. Desde luego que cometen errores y una o dos veces se han hecho públicas sus masacres pero como son un circo nómada, eso poco les importa ya que nunca los podrían atrapar...
- ¿y eso por qué?
- Porque no se ven como personas normales durante el día.
- ¿a qué se refiere? Y... ¿usted quien es para saber todo esto? ¿Acaso es usted un policía?
- Yo soy un simple artesano, mi señor, pero vengo siguiendo a estos rufianes hasta aquí, sin nunca poderlos obtener nada que me permita incriminarlos.
- Entonces venga conmigo. Vamos a denunciar a estos malnacidos de una buena vez por todas.
- Me temo que eso no será posible. Verá usted, yo no puedo ser expuesto a la luz, tengo varias razones por las cuales eso sería una mala idea así que le agradecería que usted desista de esa idea y vaya solo a la comisaría más cercana, si no le molesta.
- ¡nada de eso! Usted se viene conmigo y se acabó. Necesito que hable de ese circo de la luciérnaga que tanto conoce. Así que no lo puedo dejar aquí.
- Lo lamento, pero no voy a negociar sobre el asunto. Y si no le importa, me retiro.
Don Raúl vio desaparecer a la sombra entre los matorrales y sin dudarlo un segundo salió en su búsqueda. La tarde aún no acababa y el sol brillaba como si jamás fuera a ocultarse, de manera que no le resultó muy costoso encontrarlo con su larga capucha oscura.Increíblemente la sombre encapuchada corría casi tan rápido como su caballo pero tras una pequeña carrera lo logró alcanzar y sin pensar en lo que hacía se arrojó sobre el pequeño hombre y le arrancó la capucha en un solo movimiento. Don Raúl había caído al piso con la capucha del extraño en sus manos así que tardó unos segundos en incorporarse pero al hacerlo la sombre extraña ya no estaba. Ninguna figura humana se veía a su alrededor en kilómetros. Solo estaban él, su escopeta, la capucha, su caballo y un enorme perro gris corriendo, ya muy lejos, en dirección al ocaso.
Luego de este acontecimiento, Don Raúl avisó a la policía tal y como le había asegurado a la sombra que haría. Su casa se llenó de reporteros, su rancho fue víctima de extraños que lo pisoteaban día y noche siempre en búsqueda de algún indicio que lo declarara como el único autor de la masacre de sus amigos, pero siempre sin resultados. Pronto comenzaron a sonar en los medios locales escalofriantes historias sobre hipótesis elaboradas por los reporteros con respecto a él, a sus peones fallecidos y al diabólico circo de la luciérnaga. Pronto este último se dejó de mencionar por no encontrarse pruebas fehacientes de su existencia y Don Raúl fue el único punto en la mira de la prensa la cual despiadada lo acusó de delirio homicida día tras día sin dar nunca con una respuesta definitiva ni sobre él, sobre el circo o sobre la extraña sombra a la cual nadie había visto pasar.
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