Epílogo
✶ EPÍLOGO ✶
Tranquilidad, confianza, amor, felicidad... Eran palabras que se hicieron fáciles de saborear estando junto a él.
En una de las primeras conversaciones que tuve con Ashton como humano, recuerdo haberle preguntado cómo sabía que la caja musical iba a funcionar. «La música atesora recuerdos... Cuando percibes una fragancia, tu memoria la almacena. Podrás olvidar su esencia, pero de repente un día te despiertas y, sin esperarlo, capturas el aroma y recuerdas inmediatamente dónde y cuándo lo oliste. Sucede igual con la música», me había dicho. Además que, la entonación particular de esa caja musical, transmitía emociones de acuerdo a la manera en la que uno se sentía en ese preciso instante. En mi caso la sentí débil, armoniosa y arrulladora, pues al ingresar en el contenedor me aprecié dentro de un ambiente familiar.
Las semanas pasaron y pronto se convirtieron en meses, a poco tardar el invierno estuvo de regreso. El tiempo podía correr de prisa, pero, con tal de que fuera a su lado, el que los días transcurrieran me tomaba sin cuidado. Lo único que me inquietaba bastante, era el hecho de que su vida estuviera enlazada a la fuente de energía del circo, que dependiera de la magia para vivir.
Ya que los medallones por fin estaban juntos, podía permanecer bastante lejos de ellos, no necesitaba colgarse los artilugios al cuello, aseguró. Pero cuando lo vi salir de la estación por primera vez y fuimos hasta el muelle, de un extremo del pueblo a otro, no pude evitar tener un arranque de pánico, aunque nada malo le ocurrió al final. Si para ese momento tenía a Ashton conmigo vivo, cálido, alegre y sin preocupaciones, no iba a correr el riesgo de perderle por algún insignificante despiste.
Si bien quise evitar, mi preocupación también me llevó a preguntarle sobre la fuente de energía y los artilugios en sí. Certificó haber ocultado las piezas en un gran lugar y preferí no indagar más en el caso, ya sabíamos lo que podía suceder si alguien con malas intenciones se hacía de ellas. Evitar problemas era algo que ambos queríamos hacer de cualquier modo.
Un par de días atrás Ashton me había entregado los anillos de Dalas, se suponía que, tras su muerte, yo había conservado su custodia, pero realmente no quería hacerme cargo de ellos. Y aunque quisiera, tampoco podía. El objetivo por el cual me los había dado, se había cumplido, había llegado a su fin. Así que, para evitar otra desdicha y que por cualquier inconveniente mis hermanos volvieran a lucir como muñecos, Ashton y yo los guardamos en una pequeña bolsa roja y dejamos que se hundieran en el lago. Era lo mejor, y esperaba que Dalas no se molestara conmigo. Después de todo, parte de mi habilidad consistía en ver a los muertos circenses. Pero desde que todo regresó a la normalidad, no tuve encuentro con ninguno. Bastaba pensarlos y decir su nombre, había explicado Dalas, pero nunca llegué hasta el último punto requerido. No había necesidad.
También hablamos de Aros, pero parecía no tener mucha idea de él. Además topamos el tema con respecto a su padre, el maestro de ceremonia. Lamenté haberlo hecho cuando, con pesar, me contó que no había logrado conservar la vida. Su avanzada enfermedad y el cansancio no le habían permitido salir del lago, motivo por el cual, había veces en las que, estando en el muelle, Ashton se quedaba mirando hacia el agua con cierto pesar, orgullo y gran cariño. Amaba a su padre, y parecía satisfacerle el haber podido compartir un par de instantes más junto a él. Mi enfado hacia su persona por haberme hecho pensar que no pretendía ayudar a su hijo, se disipó en ese instante.
Cada tarde, después de clases y de regreso a casa, solía hacer una variante, desviando mi camino hacia la vieja estación de ferrocarriles. Ahí lo encontraba siempre, reparando el ferrocarril. Se empeñaba en hacerlo a la antigua, sin el uso de magia a menos de que fuera realmente necesario, como para levantar un objeto bastante pesado, por ejemplo. Lo vi hacerlo cuando regresó el contenedor que se había quemado de regreso a su puesto, claro que después de cambiar sus maderas y latas casi por completo. Era el único contenedor que, contrario al resto, poseía murales en blanco para muchos otros, una gran historia relatada para nosotros, representando los días de calma después de la tormenta, ahí mismo, en donde siempre estuvo el retrato pintado de su padre. Por lo mismo, no era solo un espacio en blanco.
Demostrarle a la policía que el ferrocarril le pertenecía por herencia, también había sido un largo trámite. Por su puesto que existían papeles guardados en la cabina de control, pero estaban en noruego, así que el sheriff se mostró legal en todo sentido de la palabra y solicitó ayuda de un traductor. Cuando a Ashton le pidieron su documentación personal, se vio obligado a emplear magia para crear una identificación falsa. No podía presentarse como un persona que debía tener 55 años en la actualidad.
Su edad tampoco fue un aspecto que me incomodara, pues dado a cómo se dieron las cosas, Ashton se vio forzado a mantenerse en pausa por treinta y seis años, luciendo siempre de diecinueve. De esa forma lo veía.
Una tarde lo descubrí llevando una gran pieza del ferrocarril sobre el hombro. Ninguna prenda de vestir cubría su torso. Su corpulencia era normal, su musculatura no excedía ningún límite, era balanceada. Pude notar que su piel estaba manchada de grasa en algunas zonas y, además, su frente y cuello brillaban por el sudor. Y ni se diga del cabello húmedo... Jamás me cansaría de verle esos pequeños per significativos detalles que terminaban encantándome cada vez más.
¿Podía haber una imagen mejor que esa? Para nada.
—Y decías que no iban corriendo en pantalones fuera del escenario... —ironicé—. Empieza a asustarme que alguien te mire así.
—No estoy corriendo. —Guiñó un ojo—. Nadie viene aquí. La leyenda del circo de la muerte, ¿lo olvidas?
Pasar días enteros bajo la escasa luz del sol que a veces lograba filtrarse entre todo el nubarrón, lo había bronceado un poco, y eso no le molestó en lo absoluto. Fue la mejor imagen que vi de él jamás. Como un ser vivo, pero no cualquiera para mí. Lo amaba, y con cada minúsculo fragmento de mi alma, cada vez más. De a poco se había convertido en el núcleo de mi existencia.
Pasábamos juntos cada que podíamos. Era hábil. Varias veces se coló por la ventana de mi cuarto. Me asusté la primera vez que me sorprendió a mis espaldas, el 6 de noviembre, el día de mi cumpleaños número diecisiete, acompañado de una caja que tenía la forma de boletería, al abrirla su contenido me hizo reír. Consistía en barras de chocolates, palomitas para microondas, dos sodas, una bolsita de caramelos, y dos un tickets.
—¿Gustas ver una película? —preguntó animado.
Alguna vez también se prestó para enseñarme a usar los medallones, y decía cosas como: «Si realmente quieres mover el contenedor, debes encontrar una buena razón para hacerlo». Nunca la encontré. Para mí, el uso de magia había llegado a su fin. Sabía que, así como podía ser capaz de mostrar cosas maravillosas, era devastadora. Y no le temía, era simplemente que no encontraba esa «buena razón» que me impulsara a querer usarla una vez más.
Se volvió costumbre verle casi a diario, que cuando no lo hacía legaba a sentirme bastante rara. Lo extrañaba demasiado. Específicamente eso ocurrió el día anterior, que no pude encontrarme con él.
Mamá había planeado una gran sorpresa desde la semana en que todo regresó a la normalidad, pero se había aplazado meses por alguna razón. Pero al fin llegó a proponerla para esa tarde después de clases, y su desenvolvimiento nos llevó hasta altas horas de la madrugada. No fue nada más que presentarnos a Milo como nuestro bisabuelo noruego, a quien ya habíamos tenido varias veces en casa, pero que después de nuestro encuentro en la estación de policía, no volví a ver. Según Ashton, junto a su mono Mango, se habían tomado un tiempo para asentarse después de todo lo vivido.
Al día siguiente, Natale y yo tuvimos que pasar por la lavandería. En último momento, a la entrenadora se le ocurrió pedirnos de favor que llevásemos los chalecos deportivos a lavar. Todavía no se había olvidado del moretón en la mejilla que obtuvo por mi culpa, cuando me agaché inesperadamente para levantar el medallón en el gimnasio. Era demasiado orgullosa. Mamá, preocupada por la situación volvió a platicar con ella, además que Natale y su madre se unieron a la discusión. Al final la entrenadora terminó disculpándose por haber pensado que intenté asesinarla. ¡Vaya poderosa expresión que me persiguió durante casi todo el año escolar! La mayoría me juzgó extraño al comienzo, pero con ayuda de Natale y la misma explicación que usó en el hospital, a la larga todo mal entendido se solucionó en el colegio.
Caminábamos por el bulevar, frente a los restaurantes y tiendas de ropa. Los maniquís seguían llevando prendas gruesas, pero de colores apagados esta vez.
—Maldita bruja... Decir que nos queda un año más para por fin dejar el colegio y este deslucido puerto, ansío ir a Port Flowery y respirar el dulce polen. —De hecho, ella deseaba ir a estudiar junto a su novio, y la única universidad quedaba en el puerto antecedente al nuestro—. Llamaré a Nil para contarle, seguro me estará esperando. —Natale señaló su celular con una mueca y yo asentí.
Palmeé mi bolsillo. Papá me había comprado un nuevo teléfono después de que el títere de Dalas —que resultó siendo nada menos que Nil—, me robara el antiguo la noche en que asistimos a la feria. Llegó a manos del titiritero, resultando ser la forma en que finalmente me adentró entre las tantas tiras de tela para cederme sus anillos, poco después de que Thomas me guiara hasta el gimnasio.
La mañana en la que hallaron el cuerpo de Dalas en el suelo, por suerte mi teléfono ya no estaba con él. Seguramente Milo, cuando me halló en ese lugar y me llevó en carretilla hasta el faro, bajó a Dalas de su horca invisible y se deshizo de mi celular.
De todos modos, aun haciendo posesión del viejo celular o del nuevo, nunca los usé más que para escribir algún mensaje o realizar una corta llamada hacia mi familia, sumando también a Natale, con quien llegué a socializar bastante desde que salió del hospital. Era carismática y muy simpática, a veces me traía viejos recuerdos de Lene. Y todos eran buenos.
Por otro lado, cuando le sugerí a Ashton hacer uso de un aparato similar, no se vio interesado para nada. Él prefería enviar mensajes en forma de origami. La primera vez que llegaron, había tenido que permanecer en casa debido a un repentino resfrío. Estaba tumbada en la cama y entonces, la ventana de pronto se abrió. Una caja de pañuelos ingresó entre las cortinas blancas de gasa y aterrizó en el suelo, segundos después todos los papeles montaron un fabuloso escenario a escala sobre el colchón, llevando a cabo un magnífico espectáculo teatral.
Cuando Natale ya se había alejado para hablar, una gran multitud reunida que ovacionaba exclamaciones incrédulas y sorprendidas, capturó mi interés.
A paso decidido me acerqué.
Todos permanecían en círculo, alrededor del muchacho que vestía camisa blanca, una boina negra, tirantes y un mostacho falso pegado sobre el labio superior. Varios niños yacían sentados a sus pies, con sonrisas alegres y rostros fascinados.
Aquel se retorció, incómodo dio un par de saltos hacia atrás, agitó la basta del pantalón y una rana saltó hasta la vereda. «¡Ajá!», exclamó. Sus prendas se inflaron un poco y hojas verdes emergieron de las mangas largas de su camisa. La rana dio su segundo salto hacia el público, pero antes de conseguir dar el tercero, fue detenida por una enredadera de hojas verdes y flores rojas. Tiró de ella con fuerza y, cuando llegó a su mano, el animal se infló, lo suficiente como para elevarse varios centímetros hacia el cielo. Tiró de la enredadera una vez más y las flores cayeron al suelo, convirtiendo las hojas en banderines y a la rana, en un globo verde que fue a parar a manos de uno del grupo de niños. Por lo hábil que era, cualquiera podría comentar que se trataba de ilusionismo.
La gente sorprendida aplaudió al ver que el muchacho se quitaba la boina y se inclinaba hacia adelante con gracia. Al erguirse, aplastó la boina con ambas manos, y, cuando las separó, un sombrero de copa alta apareció con un pequeño cartel. Lo depositó en el suelo y me pregunté de dónde habría sacado la idea de pintar un pulpo con una lengua afuera.
Todos se acercaron para depositar monedas y algunos otros billetes. También me aproximé cuando el público se fue disipando.
—Señor, ¿le molesta si le pido uno de esos globos?
Volteó a verme y, guardando la barba falsa en el bolsillo de su pantalón, sonrió avergonzado.
—Para usted, bella dama, todas las estrellas del cielo.
Rebuscó en el bolsillo de su camisa y al sacarla, confeti salió disparado por todas partes. Cerré los ojos como reflejo ante la impresión y fue en ese instante que tomó mis dedos.
Cuando abrí un ojo seguido del otro, Ashton ya sostenía mi mano en frente de mi rostro. Entorné la mirada hacia el objeto que resplandeció en mi muñeca sutilmente debido a la luz del sol.
—¡Vaya! —exclamé al ver el fino brazalete con pequeñas estrellas plateadas que colgaban de él—. Un artilugio...
—No tiene nada que ver con magia —rio—. Es algo mejor que eso. Mira bien.
Tomó mi mano con una mano y, mientras sus dedos rozaban el brazalete, letras aparecieron, colgando junto a cada estrella.
—M, R, E, L, T. ¿Es noruego? ¿Qué significa? —pregunté.
—Milo, Renzo, Eloísa, Lene y Thomas. Sé que los extrañas.
—Oh... —Intenté que no se me nublara la vista con lágrimas de emoción.
Era un maravilloso y sorprendente detalle, sin duda alguna. También por haber incluido la T, sabiendo la historia que había detrás de todo. Además, se había acordado de que era Thomas y no Tobi. Ashton, sin lugar a duda, tenía un gran corazón.
—Sé que has estado un poco deprimida por lo que les sucedió. Además, Milo se ha dedicado a vagar en busca de recuperar su vida, y, con la ausencia de Aros... —dijo con pesar. Thomas era mi mejor amigo, y después de volver a formar parte de Aros, no había vuelto a ver a ninguno—. Puedes añadirle letras, si gustas.
—Es perfecta, gracias. —Le abracé conmovida—. Y, para hacerla más especial, empezaré por añadirle una A, de Ashton. ¡Ah!, y adivina porqué fue la intención de mamá al querer tenernos juntos a mis hermanos y a mí el día de ayer.
—Una sorpresa —dijo algo dudoso.
—Sí, bueno... Todo el tiempo insistía que debía contarnos sobre unas personas, y terminó presentándonos a Milo, que había ido a nuestra casa poco después de que todo regresara a la normalidad. También nos habló sobre la historia de Eloísa, Renzo y el circo, claro que no tocó el fondo de los hechos mágicos. Pero hubieras visto su nerviosismo, ahora parece una persona distinta. Se está esforzando.
Los gemelos también estaban encantadísimos con que sus ancestros fueran circenses. Se volvieron completamente locos y, con gran orgullo, lo comentaron con todo el mundo junto a la leyenda que ya existían de por medio sobre El circo de la muerte, pues claro, coincidía con la historia que Milo nos contó sobre Renzo, Eloísa y la hija que tuvieron.
Gracias a mis hermanos, las sospechas alrededor del tema crecieron. Estuvieron fascinados de remontar la leyenda, contando que sus abuelos fueron los protagonistas en tal instalación de la muerte y, como el relato de por medio era el mismo que Thomas me había contado la primera vez, los eventos obviamente se tornaron más turbios, sumándose a que la gran mayoría en Port Fallen sabía un poco sobre ese circo... Que llegó en un ferrocarril y se incendió, sobre las muertes de sus personajes y la repentina evanescencia de sus instalaciones, también sobre el rumor de que solo unos pocos lograron salir con vida. No pude hacer nada más que fingir demencia, sobre todo cuando, pasando la historia de boca en boca, le sumaron los últimos episodios de pérdida de memoria en los habitantes de Port Fallen, la feria del terror y el suicidio de su dueño, como si la muerte, desquiciada, estuviera buscando a esos personajes que lograron conservar la vida. Por otro lado, me resultaba deprimente escuchar sobre mis abuelos y recordar sus injustas muertes, una y otra vez, sin parar.
—Pero es un aspecto bueno, ¿o no? —preguntó, sacándome de mis pensamientos.
—Sí... Mamá está más tranquila, paciente y feliz.
—No pareces convencida.
—Pese al tiempo que ha pasado, me cuesta un poco acostumbrarme al repentino cambio. Antes de que apareciera el medallón era una, y cuando salió de la feria, su actitud cambió radicalmente.
—Supe que la imagen que Thomas halló en el sótano era de Eloísa, y que la usó para atraer a tu madre a la feria de Dalas. —Levantó el sombrero del suelo y las monedas sonaron hasta que se lo acomodó sobre la coronilla—. Tu madre no era consciente, tenía remordimientos al no saber por qué motivos sus padres la abandonaron. Esa imagen, seguramente guardaba un mensaje que la hizo razonar.
—Probablemente... Por cierto —comenté con la intención de cambiar de tema—. Te está saliendo bastante bien lo de ganar dinero para arreglar el ferrocarril.
Y, según supe, algunos de sus repuestos no eran tan baratos que digamos, por suerte podía adquirirlos en un puesto localizado en la nueva estación de ferrocarriles. El hombre que atendía le estaba ayudando en secreto.
—Lento, pero seguro.
—Llevas meses. A este paso, te tomará un año o hasta posiblemente más. Me gustaría servirte de ayuda, pero la única escena que podría brindar para el público sería mi bilis regada por todo el suelo. Sufro de pánico escénico.
Al contrario que yo, él siempre lucía tan cómodo en frente de cualquier multitud.
Le oí reír. En la actualidad lo hacía con mayor frecuencia y era lindo escucharlo. Estaba más sereno, más feliz.
—Ahora, yo también quisiera darte un regalo —añadí.
—Zara, tú me has dado los mejores obsequios.
Me sonrojé y él se percató, entonces, besó una de mis mejillas.
—Quiero ayudarte con esto también. Que lo hagas todo tú solo...
—Ah, sí. Sucede que tampoco estoy solo en esto. Me están apoyando —dijo.
—¿Apoyando en plural? ¿Quiénes?
Me tomó de la mano y sonrió.
—Ven conmigo.
—Espera. Antes debo despedirme de Natale. —Me giré hacia la lavandería y la encontré justo en la puerta, mirándonos con una enorme sonrisa picaresca. Levantó ambos pulgares y luego agitó las manos en señal de despedida.
Debió pensar que acababa de conocer a Ashton, no pudo escuchar nuestra conversación porque me encontraba un tanto lejos. Conjuntamente, nunca le comenté a nadie sobre él, ni siquiera a mamá.
Ante sus ojos, ¿cómo me hacía ver la situación?
Después de justificarme con un gesto de disculpa hacia ella, Ashton apretó mi mano con mayor ánimo y empezó a guiarme.
—Lo había pensado, pero constantemente se me olvidaba preguntarte. ¿Cómo alejaste a la policía del ferrocarril? Además, los bomberos debieron haberlo visto la noche en que Milo incendió el contenedor.
—Legalmente. Solo les demostré que soy el dueño de esa belleza, tenemos documentación que lo amerita. Más allá de la magia, alguna vez fue un ferrocarril común y corriente —explicó.
Entrecerré los ojos. No pudo haber sido tan fácil. Él tenía 19 años en apariencia física, el sheriff West no se lo dejaría pasar por alto.
Sonrió con inocencia al ver mi expresión de sospecha.
—Tal vez y solo tal vez, haya hecho un poquito de trampa —confesó.
Le empujé el hombro suavemente y él me siguió el juego.
Cuando llegamos, Ashton no retiró la mirada del ferrocarril mientras caminábamos junto a él, yo tampoco pude hacerlo al comienzo. De alguna forma avanzó bastante en su restauración y lucía mucho mejor. Los contenedores casi que parecían nuevos después de que nos la pasamos fregando cada uno de ellos, intentando despegar la mugre durante semanas. Eran los mismos, nada más que habían sido sometidos a un profundo mantenimiento, aunque el ferrocarril en sí, todavía no encendía.
—¿Recuerdas lo que te conté sobre por qué motivo pude volver? —indagó.
—Sí, tu muerte fue causada por un medallón, y la magia puede significar todo, excepto muerte. Por eso la vida te fue devuelta.
Se acercó al último contenedor y abrió la gran puerta metálica, esta cedió sin chirriar.
—Hay algo que quería mostrarte, pero todavía no estaba listo y necesitaba algo de tiempo para arreglar algunos inconvenientes. Pero creo que ya está todo solucionado. —Me ofreció su mano para subir y se la di.
Cuando estuve a su lado, él se volvió para cerrar la puerta. La oscuridad se hizo en el lugar hasta que, justo en el centro, lo que pareció nada más que una pequeña mancha que flotaba en la mitad del sitio, arrojó una onda de luz rojiza, iluminando todo el espacio. El contenedor estaba absolutamente vacío, sólo podían divisarse las paredes de madera y esa pequeña partícula que alumbraba el interior.
—Es... —Me quedé a medias por la emoción.
—Una estrella —concretó Ashton por mí.
Me acerqué más, con la finalidad de ver su nombre.
Circus Stjerne, leí, recordando el sinnúmero de estrellas que había visto sobre el escenario del circo cuando entré por vez primera.
—¿Cómo? ¿Es el auténtico?
—Mi cuerpo estaba en él, detrás del umbral ubicado sobre el escenario ¿recuerdas? Así que, traerlo de regreso a este mundo, fue lo último que hizo mi padre. Pero no resultó ser el único secreto que ocultaba...
Esa misma entrada que cruzaron Renzo y Eloísa poco antes de desplomarse, lo recordaba innecesariamente nítido. Se trataba de la única y presunta puerta que vi en el circo, sobre la corta pasarela que conectaba con el escenario. Estaba marcada en la pared por un umbral. El material sintético colgaba de él y no permanecía completamente templado, aun así al principio no le di mayor importancia, pues la oscuridad concentrada en esa zona era irracional. Y ahí había estado el cuerpo de Ashton, todo en tiempo. Su padre lo había ocultado y conservado en ese sitio, e hizo bien. No podía imaginarme qué hubiese sucedido si Aros, por aquellos días de oscuridad, hubiera dado con su cuerpo.
—¿Todavía hay más? —consulté.
Sonrió plenamente, brindándome seguridad y ánimos.
—¿Me cede el honor de pasar a mi establecimiento? —preguntó, como si la estrella fuera una gran puerta. Y quería que yo pasara primero.
Asentí, pero al instante dudé, deteniéndome.
—Esta vez no habrán toboganes, pelotas, o cosas de ese estilo, ¿cierto?
—Ninguna de ellas —confío y entrecerré los ojos—. ¿No me crees?
Hice un gesto negativo con la cabeza como broma y estiré mi brazo hacia él.
—Dame la mano, así si resbalo, o si me absorbe... Quiero decir que si caigo, tú caerás conmigo.
Tomó mi mano al instante.
—Sería un honor visitar el suelo con usted, min dame. —Empezó a besar cada uno de mis dedos.
Su acción ocasionó que soltara una risa nerviosa.
—Bien, entonces entremos.
Me regresó a ver con sus ojos iluminados, como nunca antes recordé haberlos visto. Eran preciosos, el color amarillo verdoso delataba un precioso enigma. El circo y su vida lo eran.
Estiró el brazo hacia la estrella y me bastó perderme en su mirada unos segundos más, para instantáneamente encontrarnos en el interior.
Luz fue lo que mis ojos percibieron en un primer instante. El material sintético de las paredes y techo resplandecía, iluminando el gran espacio como un precioso atardecer.
Lucía mucho más espacioso de lo que recordaba, debiéndose a que el escenario y sus columnas habían desaparecido, también los graderíos y toda clase de puertas taponadas por el mismo material sintético. En su lugar, tomó la apariencia de un magnífico hogar con apariencia circense, como un perfecto cono volteado cuyos colores: blanco y rojo, ascendían en forma de remolino.
Fue placentera la sensación que percibí.
En el centro había tambores de colores con formas de asientos, butacas, y sillones rojos perfectamente ubicados alrededor de mesas con rombos de acuerdo a su altura. Sobre cada tablero reposaba un pino, y en el interior de estos parecían guardar lava. Resplandecían como lámparas. Nos encontrábamos en medio de estos.
Junto al grupo, del lado izquierdo, un piano rojo y estrellas blancas que decoraban la caja, llamaba mucho la atención. A sus pies, la alfombra de la gallina con sombrero de cumpleaños y plumas de colores que me trajo muchos recuerdos.
Monociclos, pelotas de todos los tamaños, saltarines con almohadas parchadas que descansaban sobre ellos, estanterías de madera con libros organizados por color, eran la clase de objetos que complementaban el lugar. También había un puesto de palomitas de maíz, y un gran zapato de monopolio que hacía de asiento frente a lo que pareció ser un antiguo proyector de video.
—Ese es mi nuevo favorito —indicó cuando lo volteé a ver con la incredulidad sembrada en mi rostro.
—¿De verdad?
Asintió mientras sonreía.
De lo más alto del techo, de la cúspide precisamente colgaba un candelabro, pero no tenía velas, sólo se veían las llamas del fuego brillar de un intenso rojo. Pero no era lo único, de distintas zonas del techo también pendían paraguas transparentes intercalados en sus alturas. Y de manera superpuesta, dándole la vuelta a todo el circo tendían varias cortinas blancas semitransparentes y similares a toldos que, con semejante apariencia a la carpa más grande, formaban otras más pequeñas, dejando tan solo un triángulo como entrada. Había diez de ellas en total, y en su interior se ubicaba una estrella, de las que en algún momento se encontraron sobre el escenario. Cada una resplandecía de un color distinto, y esas cortinas que las cubrían también brillaban del mismo tono.
—Estuvieron de acuerdo en mover todo del ferrocarril y traerlo hasta aquí, por algún tiempo, al menos hasta terminar de arreglarlo —manifestó Ashton.
—¿Estuvieron?, ¿quiénes?
Me mostró una sonrisa que parecía ocultar algo, una travesura quizá. También empezó a parecerme un poco inseguro, nervioso. Empezó a ser preocupante.
—Observa. —Soltó mi mano y, contemplando al techo, estuve segura de haberlo escuchado decir algo en otro idioma. Noruego, seguramente.
Los toldos a nuestro alrededor de pronto se encendieron en distinto orden, y a continuación personas aparecieron en el mismo orden en que sus estrellas se fueron apagando.
—¿Lo recuerdas? —preguntó Ashton, señalando a un hombre de cabello claro y corto. Era de estatura promedio y flaco. Tenía el rostro más largo que ancho, pómulos prominentes y labios delgados. Además, vertía unos pantalones acampanados cafés y una camisa blanca—. Es Alviss, mejor conocido como Arturo, el contorsionista.
Abrí la boca ante la sorpresa.
Ya no era una sombra, claro que no. Pero entonces, ¿cómo había regresado a la vida? La única respuesta razonable fue que sus muertes hubieran sido causadas por magia, como había sucedido con Ashton.
Alviss se acercó a nosotros sin decir nada, sólo inclinó la cabeza en forma de saludo. No tenía un rostro de amargado, simplemente parecía introvertido, sus ojos de un verde holgazán me lo confirmaron.
Comprendí que los inconvenientes a los que Ashton se refería, no eran sólo sobre arreglar la carpa, también hacían referencia a las personas que empezaron a salir de sus estrellas.
—Él es Magne, conocido por muchos como Rigil Kentaururs, el equilibrista. —Ashton señaló al siguiente que ya había aparecido, cuyo semblante estaba fruncido en su totalidad. Ante mí se sacudió las prendas blancas y holgadas. Tenía el cabello largo y negro, hasta rozarle el hombro, su rostro parecía redondo gracias a ese peinado. Al dirigir su mirada azulina hacia mí, lució pensativo, seguramente por mi parecido a Eloísa, pero no comentó nada al respecto.
—Ellos son Brondolf y Enar. —Tuve que voltear cuando, de pronto, Ashton también lo hizo hacia dos pequeños de estatura con abundante cabello crespo y rubio sobre sus coronillas. Tenían cuerpos robustos y grandes orejas. Ambos chocaron sus hombros en forma de broma y noté que vestían pantalones de mocasín y camisas a cuadros. Aparentaban ser casi idénticos, pero no eran gemelos recordé. Asimismo, uno tenía los ojos cafés y una barba trenzada, y el otro en cambio parecía conforme con sus radiantes ojos verdes—. Afamados como Vega y Capella, los malabaristas.
—También está Ricci, cuyo nombre artístico hace elución a Archenar, el bufón, imitador o mimo. Todavía no sé si los nombres representan lo mismo. —Señaló al hombre que tenía una boina sobre la cabeza. Vestía elegante, como vi que lo hacían en Alemania, en una película que se desenvolvía en tiempos de la segunda guerra mundial. Su rostro era ovalado y sus ojos marrones tan grandes, que cuando presionó sus labios con fuerza, casi pudo parecer un pez.
—Ya conoces a Milo, conocido como Rigel, el spits fire. —Mango chilló y Ashton hizo una mueca, sobándose las orejas. A la larga terminó soltando una carcajada mientras negaba con la cabeza—. Él solo es... Mango, el mono ladrón—. El titi se agitó sobre su dueño, feliz, mostrando una sonrisa. Ashton se la devolvió. Después de todo, sería imposible olvidar que había sido gracias a Mango que no se convirtió en una sombra.
—Y lo mejor casi para el final... —Ashton desapareció entre niebla rojiza. Sufrí un breve colapso, preguntándome cómo lo había hecho, pero mi pregunta fue suprimida cuando lo vi aparecer junto a la siguiente persona que iba a presentar—. Renzo, aclamado como Canopus, nuestro trapecista—. Lo empujó con el codo, en son de broma.
Mi corazón se detuvo y reinició su marcha de manera alocada. Lucía tal cual como lo recordaba; un veterano de cabellos grisáceos y vestido con prendas elegantes, aunque parecía haber perdido un poco de peso puesto que su mentón y pómulos se habían marcado mucho. Sus ojos azules se alargaron cuando me sonrió abiertamente, acercándose de forma paulatina.
—Luces bien —me dijo.
No pude contenerme más. Salté sobre él, enredando mis brazos en su cuello, comprobando que, igual que el resto, en verdad lo tenía en frente de mí, vivo. Mi abrazo fue correspondido segundos después y sentí que mis ojos ardieron por las lágrimas.
Era increíble.
—¿No hubo uno para mí? —preguntó Milo—. También somos familia, ¿lo olvidas?
Me acerqué a él y lo hice propio, disculpándome antes, porque me había convencido de que jamás volvería a ver a Renzo.
En ese momento también razoné. Cuando falleció, lo hizo a manos de las sombras fusionadas en un laberinto manipulado por una figura principal que mantenía el medallón en su pecho. La magia que les otorgó una nueva habilidad, fue la culpable de su muerte, por eso él también pudo regresar.
Todos, a excepción de mis abuelos, tenían su apariencia de jóvenes, de cuando fallecieron seguramente. Eran idénticos a las figuras ilustradas en los contenedores del ferrocarril.
—¿Cómo...? —Empecé a decir, conmovida todavía.
—Espera, espera. Todavía falta alguien... —Lo señaló con un movimiento de cabeza—. Aros, a partir de ahora como la doceava estrella más brillante Ácrux, el ventrílocuo.
Desplacé un vistazo a la velocidad de un rayo.
Cuando la luz turquesa se apagó, figuró ante mis ojos. El cabello azabache no me permitió ver sus ojos, pero a juzgar por su cabeza inclinada, supe que miraba hacia el suelo. Usaba botines, los mismos que usó la noche en que le vi por vez primera, cuando descendí del faro. También vestía pantalones ajustados negros y un saco tejido con parches de tonalidades verdes, con facilidad asumí que lo había hecho él con sus propias manos. Cuando pasó saliva aparecieron los hoyuelos en sus mejillas.
—¿La doceava? —cuestioné incrédula.
—En realidad la doceava estrella no es Ácrux, pero le gustó el nombre y lo decidió él mismo. —Ashton en algún momento se había acercado a mí, así que pudo decírmelo en voz baja—. Se posicionó en el número doce como parte de su penitencia, porque básicamente enloqueció a esa edad. —De inmediato le volteé a ver y alzó los hombros—. Lo dijo él.
—Están todos ellos, aquí. ¿Cómo? Y ¿esto es una buena idea? —continué entre susurros, pero para responderme, él se acercó un poco más, explicándomelo tan rápido como pudo.
—Mi cuerpo no era el único que mi padre ocultó junto al circo. La noche del incendio, Aros se hizo del medallón hombre, y no sólo lo usó para mi muerte. Las noches restantes de presentaciones, apagó las luces para los que se burlaron de su persona, pero para que no lo descubrieran usó el medallón. —Hizo una pausa y volvió a levantar la voz, sin pretender esconderla ni tampoco gritar—. Al igual que yo, creo que todos merecen una segunda oportunidad, un nuevo comienzo. Mostraron su arrepentimiento y disculpas pertinentes, así que aquí estamos, intentando vivir por segunda vez.
Ashton tenía razón en todo. Pasaron por mucho, y ninguno se libraba de haber cometido alguna maldad. Pero ahora todos lucían expresiones cambiadas a las que recordaba haber visto en las memorias de Aros, cuando, con rostros fríos y risas perversas, se burlaron de él.
También comprendí que, después de haber regresado, debió llevarles tantos meses tratar el gran dilema que abarcó haber sido sombras, todo lo que les había sucedido, el gran daño cometido mientras estaban bajo el control de Dalas, y lo más importante: Aros. Tal parecía ser que Ashton los había mantenido en secreto hasta encargarse de todo.
Ninguno parecía estar molesto. Todos permanecieron en silencio, mirando a Ashton y luego a mí, a excepción de los malabaristas, quienes se acercaron a Aros y, aparentemente preocupados, le dijeron algo, pero él en cambio, sólo asintió con la cabeza.
Cinco de las seis personas que hirieron a Aros se encontraban en mi presencia. En sus ojos pude ver reflejado remordimiento, sumado a un par de sentimientos nuevos: gratitud y honra dirigidas hacia Ashton.
—Así que al igual que tú. —Miré a Ashton—, sus muertes fueron provocadas por magia, por lo que la fuente les devolvió la vida. Entonces, también están aferrados a la magia para poder vivir.
Estábamos hablando de personajes que años atrás murieron, llegando a visitar el mundo de las sombras, pero que, por motivos enigmáticos, regresaron a la vida gracias a la fuente. Y dependían de ella si no querían desaparecer. Un verdadero circo maldito.
—Y los que no pudieron regresar a la vida tuvieron muertes naturales, es decir, no originadas con magia —concluyó.
Lene era uno de ellos. Su muerte con la escalera y sus cuchillos, había sido un accidente. Y Eloísa, su caída del trapecio, fue causada por Giorgio, pero nunca hubo magia de por medio. También pude asumir que los padres de Aros estaban incluidos en ese grupo, o ya los habría visto.
—Recuerdo haber visto muchas sombras, pero sólo unos pocos regresaron —argumenté confusa.
—Esa respuesta la conozco —habló Milo, acercándose a nosotros. Había estado al pendiente de nuestra conversación, poco después comprendí que el resto no parecía prestar demasiada atención, como si no comprendieran muy bien lo que decíamos, o quizá era el idioma que hablábamos—. La maldición, no solo aplicó para nuestra generación de Circus Stjerne, también lo hizo para las anteriores. Ancestros que dejaron este mundo años atrás, de donde fuera el lugar en el que se encontraban en ese momento, fueron obligados a volver, convertidos en sombras. Compartimos habilidades con muchos ancestros, así que la única manera de reconocerlos habría sido por su apariencia, algo que fue difícil hasta que formaron el laberinto. Fue entonces que lo noté.
Sentí escalofríos al recordar escenas como de la antigua estación, cuando las sombras quisieron clavarle la puerta a Renzo en plena cara; o la del bosque, cuando bajé por el sendero y figuraron frente a la neblina; también estuvo presente el recuerdo en el parque, poco después de que Aros casi logró convertir a Ashton en sombra. Entonces, entre el gran número, pude haber visto muertos de cientos de años atrás.
Me tomó un momento superar ese pensamiento.
—Entiendo, pero... —Volví la mirada alrededor—. En total hay diez estrellas, y están nueve personas, contando contigo, supongo —le pregunté a Ashton. Y no me refería al hecho de que faltaran dos de las diez más brillantes: Eloísa como Sirio, la trapecista; y Lene como Procyon, la arroja cuchillos.
—Esa de ahí, le pertenece a Giorgio. Hadar, la décima estrella.
—Hadar —repetí.
—Todos escogieron sus seudónimos, pero también hay una opción en que las descendencias toman nombres de sus ancestros, como por ejemplo yo, que tomé la de mi padre.
—Todo este tiempo creí que le dieron mayor importancia a las diez estrellas más brillantes del cielo nocturno.
—Existieron generaciones con más de diez integrantes. Ese fue el principal problema, pensaron que, porque uno tenía el nombre de la estrella más brillante, era mejor que el resto, mas los títulos artísticos sólo hacían alusión por el nombre del circo: Circo Estrella. No calificaba a nadie, ni nos enlistaba del mejor al peor.
Habían tomado los nombres de las estrellas como seudónimos, pero las estrellas eran miles de millones. Quizá debía empezar a estudiar un poco de astronomía, no quería quedarme atrás con respecto a todo eso.
—¿La muerte de Giorgio también fue causada por magia? —asumí, aunque fue el único que no salió.
—Fue la única forma en la que Aros consiguió hacerse del medallón que Giorgio se llevó del circo, el del primate lacrado —explicó—. Entre todo lo demás, la relación entre Renzo y Giorgio es bastante complicada. Es algo en lo que no puedo intervenir.
—Está absteniéndose de salir, no sabe cómo mostrar la cara de nuevo. Renzo ya se la partió la primera vez que lo vio, cuando regresaron todos y apenas se vieron. —Milo acarició la barbilla de su mono mientras hablaba como si fuera un episodio sin mucha importancia—. Al menos pidió disculpas, o yo habría terminado incinerándolo. Mi Eloísa... Perdí gran parte de mi vida por su culpa.
No podía olvidar que Milo era el padre de Eloísa, mi bisabuelo. Pero me sorprendió que él no perdiera el control como Renzo. De todos modos, a mi forma de ver, el golpe estaba más que justificado.
—Ya veo... —Miré a Renzo y él tenía su atención perdida en ningún sitio en particular.
Definitivamente, era algo que tendrían que solucionar ellos mismos. Ninguno de nosotros podía entrometerse. Les llevaría tiempo, a lo mejor casi tanto como les tomaría reparar el ferrocarril.
—¿Y qué pasará con todos ahora? —cuestioné.
—El circo volverá a ponerse en marcha. De todos modos, nuestra vida está aquí —dijo Ashton, levantando los brazos y observando alrededor con atención.
—Todos acordamos ser guiados por el nuevo maestro de ceremonia, Betelgeuse, el chiflado arlequín. —Milo apuntó con el mentón hacia Ashton, él se encogió de hombros y dijo:
—Es oficial.
—Y no me dijiste —protesté—, indescifrable arlequín.
—Todo venía dentro de la misma sorpresa. ¿Qué te parece?
—Todo esto es sorprendente. Nada me emociona más, que tengas de regreso todo esto. Te lo mereces, todos, después del infierno que se vieron obligados a vivir.
Volteé a ver a Aros, no se había movido ni un solo centímetro. El resto, más bien, había empezado a platicar.
Ashton volvió a tomar la palabra, esta vez anunciando para todos algo que no entendí más que mi nombre, el de Eloísa, Renzo y Milo. Durante el tiempo que le tomó exponer en noruego, todos lo observaron con atención, por otro lado estaba yo, contemplándolo como boba mientras hablaba en otro idioma. Pude asumir que les contó sobre mi familia y de dónde provenía. Pero su presentación fue corta en relación a lo que esperaba, como si ya lo supieran todo, seguramente ya les había preparado también para esa parte de la historia.
Una vez finalizada la charla todos se acercaron a mí, inclinaron la cabeza en forma de saludo y decían cortesías, agradecimientos por haber ayudado a regresar todo como antes, también se sumaron los halagos sobre mi sorprendente parecido. Ashton tuvo que traducir, ellos no hablaban mi idioma a la perfección. Aunque sonreí todo el tiempo, no pude evitar sentirme incómoda.
Después de las presentaciones, entre ellos volvieron a platicar, pero Aros continuó estático, frente a su estrella, todavía mirando al suelo.
Fue preocupante.
—No me importaba en aquel momento—susurró Ashton cuando me sorprendió mirándolo.
—¿Qué cosa?
—Cuando tenía a Aros en el aire, yo realmente quería...
—Pero no lo hiciste —intervine antes de que continuara.
—Lo habría hecho de no ser por ti. —Apretó mi mano y suspiró—: gracias. En verdad, me salvaste en muchos aspectos.
—Estaba dispuesta a salvarte de cualquier manera. —Deposité un beso en su mejilla y él acarició mi espalda—. ¿Me das un segundo? —me excusé con Ashton y, después de que accedió, tomé la decisión de acercarme a Aros. No iba a quedarme a esperar que él lo hiciera primero.
Al sentirme llegar, él levantó la mirada. Sus ojos se abrieron como dos eclipses lunares e instantáneamente se aclaró la garganta. Acarició su cabello y tragó varias veces. La angustia y la incomodidad me saludaron. Estaba de algún modo apenado.
Levanté la mano y apunté mi palma en dirección a su rostro. Él cerró los ojos.
—¡Ja!, idiota. —Le pateé en la canilla tan fuerte que pegó un gran salto, mordiéndose el labio con la intensión de contener los improperios—. ¡Uau, tanta pena en tu cara resulta enfermiza! ¿Qué te pasó?
—¿Por qué...? ¿Por qué precisamente una patada?
—Thomas está en tu interior, ¿cierto?
Me observó de reojo y respondió:
—Sí. —Todavía se frotaba la pierna.
—Entonces él conoce la razón. Además, tú también me lo debías. Y no te preocupes, es la primera, pero te esperan otras cuantas. Así que más te vale conservarlo bien.
—¿Cómo? —Se quedó quieto, mirándome como si fuera la cosa más extraña que había visto jamás—. No comprendo.
—¿El qué?
—¿No estás enfadada?
—Lo estoy. Desapareciste y te llevaste a Thomas cuando más lo necesitaba, y siempre estuviste aquí. ¿Sabes lo difícil que fue?
—Lo lamento... —Fue todavía más incómodo escucharlo disculparse—. Pero yo me refería a todo lo que hice.
Miré al techo.
—Thomas, debiste empezar diciéndole que guardar rencores no nos llevaría a ningún sitio—. Devolví la mirada hacia Aros y él levantó las manos, retrocediendo—. Quiero avanzar, si te parece bien. Supongo que todos aquí anhelan empezar de nuevo.
¡Qué extraño era verle actuar así!
—Lo sé, me lo dijeron. Pero me siento extraño, apesadumbrado... Me carcome. Me sentí mal con sus disculpas y vacío con mis lamentos. Él, Thomas, sacó provecho. Gracias a él es que visito el infierno cada tanto, y me siento estúpido cada vez que recuerdo lo que hice. —Intentó erguirse lo mejor que pudo y miró a Ashton—. Perdón, le dije que no te lo mencionara. No sabía cómo... No sabía cómo presentarme ante ti.
Por eso no se movió, por eso no levantó la cabeza hasta que me acerqué a él.
Por mucho que lo pude haber deseado alguna vez, seguía siendo extraño escucharlo disculparse y no hablar como un demente. Pero le tuve un poco de confianza al final, tal vez porque sabía que él era Thomas, mi mejor amigo de cualquier manera. A partir de ese momento la relación entre Milo, Renzo y Giorgio, no sería la única que debía trabajarse. Mas siempre estuve a la espera, dispuesta a recuperar a mi mejor amigo.
—¡Bienvenida consciencia! —Golpeé su hombro—. Al menos ya no pareces ser tan desvergonzado e idiota. Es un gran avance —sonreí y él respondió a mi gesto, marcándose así, un perfecto hoyuelo en su mejilla.
¿Habría de acostumbrarme algún día a su nueva apariencia?
—También debo darte las gracias —dije.
—¿Qué? ¿Por qué?
Le había sorprendido completamente.
—Por entregarme el medallón. Si todos estamos aquí es gracias a eso. Hiciste mal, pero también encontraste la solución. Después de todo, tú eres Thomas, y Thomas siempre fue tú.
Lució pensativo.
—Si no te molesta, me gustaría preguntarte un par de cosas —mencioné.
—Está bien.
—Tus padres... ¿Por qué se fueron a Noruega?
Presionó los labios con fuerza y me sentí un poco mal por él.
—Aunque de pequeño me dijeron que volverían, llegué a pensar que me habían abandonado, todo porque los seis me hablaron de eso hasta el punto de hacérmelo creer. Pero al parecer, tuvieron un accidente, o ya habrían retornado, como lo hizo el resto al volver a la vida. Supongo que es una de mis penitencias, por todo lo que causé.
Lo lamentaba, y su disgustada apariencia lo reflejó bastante bien.
—¿El sheriff Bennett, tendrá la posibilidad de regresar?
Mi pregunta fue indirectamente, pero él comprendió. Quería saber si el sheriff estaba vivo o no.
—No, lo lamento.
—Seguramente se habrá encontrado con el verdadero Thomas, su esposa y su padre.
Él me miró, sin entender bien por qué intentaba ayudarlo a sentirse mejor. Aros no comprendía que lamentarse no serviría de nada. No iba a permitir que se estancara de nuevo entre sentimientos amargos, ahora me tenía a su lado y no iba a dejar que cayera una vez más.
—Para que las cosas funcionen —añadí—, debes dejar de mirar hacia atrás o no harás más que tropezar. El pasado ya está escrito, pero todavía puedes redactar un mejor futuro.
Mis palabras lo dejaron en silencio y a mí sorprendida, porque no sabía bien de dónde habían salido.
Ashton intervino en ese momento, diciendo que me acompañaría de regreso a casa junto a Renzo y Milo. Y lo hizo, pero ya en la puerta, regresó a la antigua estación. El plan era otro: no presentarse ante mi familia como mi novio maldito. Jugó con eso alguna vez, y en cierta forma me alegraba que, los momentos que alguna vez fueron lóbregos y tenebrosos, empezaran a quedar atrás como un mal recuerdo.
Esa misma noche, Milo presentó a Renzo ante mamá, quien lució sorprendida cuando me vio llegar con ambos. Milo se marchó después de que Renzo pidiera estar a solas con su hija. Permanecieron en la sala, hablando durante largo rato. No pude saber de lo que platicaron sino hasta que, a mis hermanos y a mí, nos pidieron que bajásemos. Papá ya se encontraba con ellos, abrazando a mamá con ternura.
—La familia nunca dejará de crecer —susurró él.
«Si al menos tuvieras una idea de lo grande que ya es», pensé.
Cuando Renzo se presentó ante los gemelos, los vecinos casi pudieron llamar a la policía por los gritos de orangutanes que expusieron. Conocieron a una leyenda en vida. Pero esa misma leyenda ya había vivido aventuras junto a ellos, aunque no lo recordaran.
Charlamos durante horas. Fue la conversación más emotiva que presencié jamás. Renzo nos habló sobre su historia con Eloísa y del por qué ambos tuvieron que dejar a mamá en Port Flowery, también mencionaron lo que sucedía con Giorgio, el amor trágico que los obligó a separarlos. Mamá lloraba de alegría, aunque todo le resultara difícil. Se encontraba mayormente feliz de tener a su padre de regreso junto a ella. Lo mismo con Renzo, a quien nunca vi sonreír tanto como aquella vez. Su relación era una de las que, seguramente, sería fácil de ser reconstruida.
En el ocaso, mis padres me dejaron acompañar a Renzo y Milo de regreso a la estación. Los gemelos quisieron incluirse y nadie se opuso, lo que era malo para mí ya que Ashton estaría en ese mismo lugar.
En la antigua estación, el ferrocarril del circo resplandecía. Lámparas con luz verdadera colgaban junto a las puertas abiertas de cada contenedor. Todos los personajes, a excepción de Giorgio, se acercaron al vernos llegar.
Los ansiosos gemelos prometieron no comentar a nadie nada de lo que verían o escucharían. Después de todo, los secretos sobre la magia de cualquier circo era un secreto para el resto del mundo.
Al finiquitar el pacto, Renzo con emoción, empezó a contar al resto sobre su fabulosa y primera experiencia junto a su hija.
Al final, todos terminamos en el interior de un contenedor, alrededor de un fuego creado por magia que emitía calor pero que no quemaba, escuchando y relatando historias de todo tipo, sobre experiencias en el circo antes de que ocurriese la maldición.
Ashton estuvo presente, todo el tiempo sentado a mi lado, escuchando y traduciendo por ambas partes. Los gemelos también se sentaron junto a mí, en silencio, atendiendo con esmero. Estaba fascinados, tanto así, que les emocionó la idea de unirse al circo. Ni siquiera prestaron atención cuando Ashton me tomó de la mano y besó mi nariz.
El resto de la noche los personajes de Circus Stjerne desentrañaron todo lo que había sucedido durante el largo tiempo en el que permanecieron como sombras. No recordaban sus experiencias, así que pidieron la intervención de los que en todo momento estuvimos conscientes.
Relataron como un cuento, desde la primera noche en que se llevó a cabo el incendio. Aros empezó, y continuaron en el mismo orden de perjudicados las noches restantes de presentación: Renzo con lo sucedido en los trapecios; Alviss, el contorsionista, quien sufrió el percance al resbalar del escenario por culpa de unas pelotas; Magne, el equilibrista, cual cuerda lo hizo tropezarse en las alturas; Ricci, el mimo, con la caja que lo asfixió; Brondolf y Enar, los malabaristas, a quienes parte del escenario se les fue encima.
La última noche fue una de las más aterradoras, aseguraron Milo y Renzo cuando los malabaristas llegaron a ese punto.
—¿Cómo exactamente supo que faltaba un medallón? Milo dijo que había llegado gritando que faltaba uno. —Conseguí preguntar por fin. No quería intervenir en el relato justo cuando Renzo tenía la palabra, pero la curiosidad a varios hechos, pudo conmigo.
—Sabía en dónde ocultaba el padre de Ashton los medallones. Por lo general esconde las cosas en el último lugar que a cualquiera se le podría ocurrir —explicó.
Ocultar el circo en el escondite de su enemigo, era otra prueba de ello. Así como encubrir los medallones en la carpa de indumentaria, lugar al que cualquiera de los personajes tenía permitido entrar y salir en cualquier momento.
—Tuve que esperar a que el calor del incendio en la carpa de indumentaria se asentara por completo, así que, después del resto de noches de presentaciones en las que fueron pereciendo, la misma noche en que los malabaristas habían perdido la vida, me dije que una vez terminado la muestra de respeto que pareció más bien un sacrificio, dejaría el medallón que el padre de Ashton me había dedo, junto con el otro par, pero al ir en su búsqueda, no lo encontré.
—Maximino fue quien tomó ese medallón, el de la carpa. El padre de Ashton le ordenó que lo hiciera cuando las cosas empezaran a salirse de control, así que seguramente se lo llevó la primera noche, cuando ocurrió el incendio en la carpa de indumentaria —esclarecí.
—Ya. Pero Maximino nunca se alejó del circo, su trabajo era mantener la seguridad del pueblo y las instalaciones todos los días que estuviésemos en Port Fallen. Estuvo todo el tiempo con nosotros —indicó Milo, encendiéndose un cigarro puro. Su mono Mango, yacía acurrucado sobre sus piernas, durmiendo como lo haría un cachorro.
—Nunca supe en qué momento el medallón de la carpa lacrada desapareció del lugar en el que Eloísa lo ocultó, y claro que ese hecho me espantó, pues llegué a pensar que las muertes fueron debido a ello. Instantáneamente también sospeché de Giorgio, pero no fui a buscarlo. Todos sabíamos que, tras el incendio, se ocultó en su contenedor y no salió en ningún momento, hasta esa noche en que apagó las luces cuando Eloísa y yo estábamos en escena. Después de eso desapareció. Creí que escapó del circo para su bien —finalizó Renzo con amargura.
—Estaba en el contenedor del maestro de ceremonia, lamentándome por lo que hice gracias a mi ira y el alcohol. —Para todos resultó un poco incómodo el arrepentimiento que percibimos en la voz del recién llegado.
Volteamos a ver a Giorgio, quien por la puerta del contenedor asomó. Lo reconocí por su cabeza calva, frente, pómulos y maxilares prácticamente del mismo ancho, y resultaba ser que la forma de su cabeza era cuadrada. Tenía ojeras bajo sus ojos azules y largas pestañas, Aros no era el único que la había estado pasando mal en compañía de su consciencia. Y era eso precisamente: lucía consciente, con sus cinco sentidos encendidos.
—Está consciente —le susurré Ashton.
—No ha bebido desde que Renzo le propinó el golpe en compañía de unas cuantas palabras —explicó.
Giorgio, tras repasar a todos con la mirada, quiso sentarse un poco más lejos, pero le costó trabajo cuando me vio. Tuvo casi la misma expresión que cuando Renzo me vio por primera vez, solamente que arrugó el ceño y se dejó caer al suelo con torpeza. Asumí que ya sabía de mí como la nieta de la persona a la que quizá llegó a amar alguna vez. Pero eso, lo que hizo, no podía llamarse amor. Arrebatar la vida del otro por envidia y celos, no era correcto.
—Al final —continuó Renzo con un poco de amargura manifestada en el tono de su voz—. Con un mal presentimiento de por medio, fui en busca de la caja en donde el padre de Ashton guardaba los medallones, cuales supuse que debían estar enterrados bajo las cenizas de la carpa de indumentaria.
—Eso no tenía mucho sentido —dispuse—. Pues ahora nos enteramos que la magia no funciona en caso de ser encerrada por algún elemento. Además, si se llevaban los medallones lejos del circo, la oscuridad habría llegado en ese preciso momento y no habrían sucedido el resto de fallecimientos durante las presentaciones que ocurrieron después del incendio.
Terminé sin aire después de aquella explicación.
—Pero nadie lo sabía, además, ¿la ceniza cuenta como elemento? —cuestionó Milo.
—No lo sé...
—De nuevo me interrumpen —refunfuñó Renzo con evidente molestia.
—Perdón... —me disculpé y todos rieron cuando Ashton tradujo eso, imitándome. Le hice una mueca y él entre risas me abrazó.
Renzo le lanzó una mirada de advertencia a Milo, pero él sólo levantó los hombros y acarició el lomo de su mono. Después de unos segundos de silencio, Renzo retomó el hilo de la historia:
—Al no encontrar ninguno de los dos medallones que debían estar ahí, fui en busca de Milo para solicitar su ayuda. Lo encontré fuera de la carpa de presentación, observando con horror cómo era tragada por la oscuridad. Rápidamente le conté que se habían llevado uno o muy posiblemente todos, pues el maestro de ceremonia me comentó que algo terrible sucedería si se llevaban tan sólo una sola pieza lejos del circo, mas no mencionó qué.
—¡Oh!, fue el padre de Ashton quien ocultó la carpa del circo en el mundo de las sombras, bajo el lago —indiqué porque pensé que debían saberlo. Yo había visto gracias a los anillos de Dalas, cómo el circo y los restos de la carpa de indumentaria fueron cubiertos por un manto de oscuridad.
—Ya listilla —gruñó Milo—, pero nunca pensamos que, en ese momento, el maestro de ceremonia se la estaba llevando consigo.
—Por eso se los estoy contando. —Le miré, reflejando su misma molestia, pero él continuó fingiendo no inmutarse por nada.
—Tampoco contaban con que, para esa misma y última noche, yo tendría uno de los artilugios en mi posesión desde el incendio. —Nos obligó a retroceder hasta la primera noche—. Cuando di con dos de los artilugios y me encontré con Aros... Supongo que no pensaba con claridad por efectos del alcohol. Dediqué toda mi vida a investigar como pasatiempo, y fue así cómo llegué a saber sobre todos ustedes, también sobre varios artilugios mágicos. Y a pesar de los riesgos, reconocí que tenía algo muy valioso entre mis manos. La ambición me cegó, y, sin pensarlo demasiado, hui con uno de ellos. También dudé, por un momento, al pasar junto al maestro de ceremonia. No supe en qué instante se había desmayado pero... Solo pasé de él y seguí de largo. En esa última noche, después de todas las muertes, temí tanto que pensé que sería el final de todo. De nuevo pensé en mí mismo, porque no quería terminar como el resto. Fue entonces que tomé la decisión definitiva de abandonar el circo. Por temor, angustia y desesperación decidí irme en compañía del medallón del primate lacrado, aun sabiendo lo que pasaría. —Terminó de contar Giorgio, uniéndose, o, tratando de bajarle los humos al dueño del mono. No lo supe bien. De todos modos, no me agradó el todo de voz despectivo que usó. Parecía frío y distante. En ningún momento retiró la mirada del suelo, como si estuviera reviviendo todo aquel terrible pasado con demasiados detalles.
Todos se quedaron callados. Reproduje los recuerdos que recolecté la noche del incendio, cuando desperté viendo a través de los ojos del padre de Ashton y escuché que alguien pasó corriendo junto a mí.
Todo el tiempo se trató de él: Giorgio, huyendo.
—Y entonces desataste la maldición —concluyó Milo.
—No fue el único —intervino Aros y todos volteamos a verle, sorprendidos—. Esa misma noche, la última de todas, vi a Giorgio marcharse del contenedor en el que todo el tiempo se mantuvo escondido, así que entré para verificar si se había dejado el medallón, pero en vez de eso encontré fue su agenda, en donde escribió todas esas investigaciones sobre el circo y tal. Me fui, siendo consciente de que la carpa de presentación empezaba a desaparecer. Cegado por el enojo y la envidia, empecé a planearlo todo desde ese entonces.
Le fue difícil terminar de explicar eso, como si, ahora que lo repasaba, se hubiera dado cuenta de lo estúpido que fue.
—Así que solo quedaron Milo y Renzo. ¿Por qué no se mantuvieron juntos? —pregunté.
Renzo, con los brazos cruzados y resignado a las interrupciones, explicó:
—Milo es de mal carácter, pero se puso peor después de la muerte de Eloísa. No quería saber nada más de nadie, ni siquiera del circo, sobre todo de mí. Se derrumbó junto con todo lo demás.
—Y Renzo fue el único que permaneció en el ferrocarril —discerní—. ¿Tenía la esperanza de que todo se arreglara?
—En el transcurso de los años, la fui perdiendo —confesó Renzo—. Pero no me quedaba más que aferrarme a los recuerdos. Fueron lo que me mantuvieron con vida, lo único, además de mantener a nuestra hija a salvo.
¿Por qué seguir con las presentaciones después de todas las eventualidades presentadas? Expuse mi gran duda cuando germinó en mi cabeza. Y la respuesta resultó ser que no podían dejarlo a medias. Cuando algo se empezaba, debía terminarse. Asimismo, hubo otros que pensaron, sería una buena forma de presentar respetos a padre e hijo, quienes supuestamente habían fallecido juntos en el incendio. Cuando todo finalizara, sería la última vez que Circus Stjerne brindaba una función.
A partir de ese punto, Ashton continuó la historia, sorprendiéndonos por todo lo que tuvo que pasar como fantasma y la vez que me conoció. Esa parte fue la que más me emocionó, porque su corazón reinició su marcha cuando me escuchó pronunciar su nombre por primera vez. Fue una coincidencia maravillosa, dijo Ashton. Aunque el verdadero motivo hubiera sido porque uno de los tres medallones salió a la intemperie. De todos modos sabía que también, gracias a mi don otorgado por la magia del circo, lo conocí.
Durante treinta y seis años, dos medallones fueron ocultos en el mundo de las sombras, mientras que el otro, todo el tiempo permaneció en el nuestro, oculto en el sótano del sheriff de Port Fallen. La nueva vida de Ashton había sido creada por su fuente de energía y el proceso estaba a medias. Él regresó del mundo de los vivos como un espíritu, pero su cuerpo había sido escondido en el de los muertos, en la oscuridad, para ser conservado ya que en ese lugar el tiempo no corría. Así que, cuando el medallón en nuestro mundo salió al exterior, su espíritu percibió la magia del artilugio y la fuente lo reflejó en su cuerpo, empezando a poner en marcha su corazón como un anuncio. Mientras más cerca los medallones estaban de unirse, con más fuerza latía. Todo el tiempo fue como una creación mágica y un fantasma a la vez. Por esa última razón, naturalmente, aunque se alejara de la fuente o medallones, no iba a desaparecer. Pero ahora era distinto. Pues ya en su cuerpo y completada la devolución de su vida, podía mantenerse lejos de la magia hasta cierto punto.
Ashton se convirtió en el dueño del circo, y la fuente de su magia terminó siendo su corazón.
Todos relataron su parte de la historia. Ya lo habían hecho antes, pero lo convirtieron en algo así como una rutina, intencionados en no olvidar el sinnúmero de motivos que les llevó a destruirse como familia, recordando de ese modo que eran precisamente eso: una familia, y que pese a las diferencias y equivocaciones, ninguna era perfecta o impune a los malos entendidos y toda clase de sentimientos negativos. Pero eso no era todo, siempre iban a contar con los buenos ratos, las gratas experiencias que lo malo trajo consigo, momentos de alegría ante reencuentros entre conocidos, disculpas o simplemente, del disfrute en compañía.
✷ ✶ ✷
Nota:
Querida Gabby, el epílogo fue más largo que ningún capítulo en la historia...
Tengo dos preguntas aleatorias: ¿Piensan que más tiempo les tomará reparar el ferrocarril o reponerse de todo lo que vivieron? Y la más importante... ¿Qué piensan de #ThomAros? La mejor respuesta a las dos preguntas se lleva la dedicatoria.
Recuerden que todavía nos queda un par de extras. ;) Espero poderlos subir como prometí ya que me voy de vacaciones y no tendré internet, si no sucede lo acordado, no me maten, ya conocen el motivo. :(
Asunto a parte: no olviden seguirme en mis redes sociales. Pronto se vendrá una nueva historia de género igualmente paranormal y si quieren enterarse de algunas previas, ya saben en dónde encontrarlas.
Los quiero. <3
PD: les recomiendo una canción que me movió mucho mientras escribía y que va muy bien con los momentos #Zashton: Oasis - Stop crying your heart out.
Sígueme en mi cuenta principal en Wattpad, tengo más libros completos: @gabbycrys
Twitter: @gabbycrys
Instagram: @gabbycrys
Facebook: @GabbyCrysGC
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro