Capítulo veintiuno
✶ COLORES ✶
Hundí el brazo en mi cuerpo y lo que hizo este último, fue imitar mi acto como si de un reflejo se tratara. Aprecié un leve tirón y enseguida se presentó el particular hormigueo, pero nada más ocurrió hasta que me vi en la urgencia de apartarla. Mis dedos sufrieron un extraño parálisis, al que se le apeteció arrastrarse por mi brazo, colgándolo así de mi hombro, tal y como destacaban las extremidades de los muñecos: inertes.
Recuperé la movilidad detrás de los esfuerzos exasperados con los que auxilió mi otro miembro al agitarlo con impotencia. Había llegado a creer que no podría moverla nuevamente, pero revivió en el momento preciso.
No conté con la idea de volver y permitirme brillar junto a Ashton una vez más. Desconfié por completo de mi cercanía con respecto a su persona, suficiente daño le había hecho ya. Tener los anillos era un gran problema, un arma de doble filo ante cualquier situación que se presentara.
Desplacé la vista alrededor, mas no encontré a nadie por los graderíos, tampoco en el escenario. En ningún lugar cercano, de hecho. Se habían marchado mucho antes de que hiciéramos nuestra turbulenta aparición, seguramente hacia alguna estrella de las que se hallaban sobre nosotros, revistiendo el techo.
En mi actual estado no podía solicitar ayuda. Aunque quisiera no me verían, a menos que consiguiera introducirme en la mente de cualquiera de los veteranos. Como Dalas, que con la misma apariencia eléctrica, lo había hecho con el padre de Ashton años atrás. Pero sería pedir demasiado. Empezando porque todos se mantenían distantes en ese aspecto, no me dejaban pasar por temor a que hurgara profundamente en sus mentes. Y para variar, los anillos no me respondían por completo. No cómo y cuándo yo quería.
Tampoco pensé que carecería de una gran posibilidad, pero después de todo, descendía de circenses que no tenían absolutamente nada que ver con El circo de los Sueños. Me sentí como si hubiera nacido con su marca, la de Circus Stjerne. No parecía tener el beneficio para decidir, pues con la custodia de los anillos debió haber sido suficiente para poder controlarlos. Siempre pensé que se debía a la inexperiencia y complejidad, nunca que la causa sería el pertenecer por genética a otro circo, respondiendo así a otra magia. Lazos de sangre, lo había llamado el padre de Ashton.
Usar otra magia ni siquiera contaba como la más remota idea, para ninguno, porque existían todo tipo de consecuencias inimaginables, razón también por la que Aros usaba a Dalas y no se hizo de los anillos directamente como hizo con los medallones.
Toda la herencia mágica provenía de generaciones, lo quisiera o no, entendí. Hasta Ashton mencionó que existieron otros tres antes que él. Y en cuanto a mis hermanos, no respondieron a su magia porque no contaron con ningún contacto directo a ella.
Un suspiro de cansancio hizo estallar mi desesperación, convirtiéndola en miles de fragmentos que pude sentirlos vibrar a través de todo mi extraño cuerpo espectral.
Estremecida ante lo que podría llegar a ver, volteé.
Ashton permanecía en la misma posición que antes, excepto por los ojos apretados. El esfuerzo también se manifestaba en su pecho, subiendo y bajando con rapidez.
Tenía que hacer algo por él, lo que fuera.
Lene apareció en mi mente como mi única opción. Podía hacer mucho más que yo, empezando por acercarse sin causarle ningún daño.
No podía poner en juego más tiempo, aún peor debido a experimentar si los anillos se comedirían en responderme en tal situación o no. Me negué rotundamente a recibir el muy posible NO como respuesta, aun sabiendo que su piel se manchaba mucho más cada tanto. Siempre avanzaba. Seguiría así hasta teñirlo por completo, de eso ya no había duda.
Me puse en pie, agradeciendo por primera vez lucir así, porque en mi cuerpo normal la debilidad de mi alma se reflejaba en él con mucha facilidad, impidiéndome avanzar con ligereza.
Miré hacia el techo, en busca de una estrella en particular.
Lene, ¿cuál sería su color? Tal vez se trataba de uno favorito, puesto que cada estrella era distinta en ese aspecto. Seguramente debía tratarse del que más le atrajera, convirtiéndolo en un gran problema. No podía saberlo con exactitud. Lene vestía de todo tipo de colores, incluyendo su colección de instrumentos filosos que arrojaba con perfecto acierto. Eso pensaba, hasta que di con una multicolor. El degradado era apenas distinguible, como si hubieran encerrado la aurora boreal en una diminuta esfera.
Descendió al instante. Cuán extraño resultó el creer en la posibilidad de haber sido capaz de llamarla con la mente. No iba a detenerme a meditar.
Miré a Ashton una vez más.
Dejarlo tampoco era una grandiosa idea, pero era peor aguardar sentada, en espera de que lo irremediablemente terrible ocurriera. Era suficiente de quedarse a ver los problemas pasar pavoneando como payasos mal remunerados. No tenía menor idea de cómo sería ver algo así, pero logré plantearme una representación fugaz.
Alcé el brazo y fui absorbida al interior. El tirón resultó ser mucho más fuerte del que había experimentado al salir de la estrella de Ashton luciendo mi cuerpo real, tal vez a razón de que ahora me sentía más ligera que una pluma. Pero así mismo, despegarme del suelo no significaba salir volando hacia el infinito y más allá. Caminaba con liviandad. Y, comprobé una vez estando en el interior de la estrella, que por más que saltara, no podía levitar como lo hacían los Budas en las películas o semejante.
De cualquier forma, seguía pegada a la tierra, aferrada a la vida, a lo ridículamente más normal que resaltaba sobre todo lo demás. Era diferente a la condición de un fantasma.
Maldije en voz baja.
No supe si se trataba de una broma, pero el pequeño corredor que debía cruzar para llegar a lo que pude definir como un cuarto lleno de color, prácticamente era una piscina a escala. Justo por el medio cruzaba un camino de diminutas islas de piedra. Cada una tenía la forma perfecta de un pie y estaban ubicadas a cierta distancia de las otras, zigzagueando. ¿No había tenido suficientes pruebas físicas ya?
Tomé distancia, cuidando de no rozar la puerta de salida por equivocación. No iba a ser absorbida por error una vez más.
Tampoco se trataba de una prueba complicada, después de todo, andar con semejante apariencia era como flotar.
Como de costumbre tomé aire, que de seguro fue absorbido por mi cuerpo terrenal.
Las plantas de mis pies sorprendentemente se aferraron al suelo.
Empecé a correr. Mis pasos ni siquiera evidenciaron el menor ruido de la fuerza con la que avancé. Mi peso era casi del todo nulo, si no lo era por completo.
Estando en la orilla, di mi primer salto. Grave error. Olvidé que no me afectaba ninguna gravedad, exactamente por no contar con un cuerpo físico. Salté casi el triple y mi descenso iba como quien dijera: directo al agua, pato.
Moví los brazos como las hélices de un helicóptero, rogando porque me nacieran alas. Cerré los ojos, sin saber bien de qué manera mi apariencia eléctrica daría la bienvenida al chapuzón.
Y al llegar a la superficie, estuve segura de haberme quedado suspendida en el aire.
Despegué los párpados y exhalando admiré mi estupidez.
¿Era solo una ilusión? Una obra realista pintada en el suelo. Parecía ser de alto relieve, porque cada movimiento que realizaba, me evidenciaba una débil y muy realista corriente de agua estremecida.
Oh, la magia y yo empezábamos a llevarnos muy mal. Tampoco es que se supiera con Lene. Secretamente esperaba que un tiburón saltara al igual que yo y me arrastrara a un maldito fondo que, por cierto, ¡no existía!
Por hacerme perder tiempo brincando en su sosa entrada, realmente iba a darle una bofetada en plena nuca, así como ella lo hizo conmigo cuando chillé por mis miedos.
Avancé un par de pasos y fui completamente cegada por las paredes arremolinadas de colores neón. No era letargo el efecto que provocaba —como tifones girando desde una perspectiva espacial—, resultó ser completamente entorpecedor. Atontaba. No era bueno, cabía la posibilidad de que mi estupidez se multiplicara por dos.
Estaba a la espera de cualquier cosa, tachando el empezar a saltar como una trucha fuera del agua. Agradecí que nadie hubiese evidenciado mi escena, o yo misma habría golpeado mi cabeza directamente contra el suelo, para así desfallecer de la vergüenza causada.
El techo estaba repleto por tres grupos de círculos blancos y rojos, combinados y en movimiento hipnótico, algo así como un juego de tiro al blanco. En su centro había agujeros talados y cuchillos por los que temí, llovieran sobre mí. Esperaba que no pudieran hacerme daño luciendo así.
En un costado hallé una pila de tarros de pintura que ocupaban gran parte del espacio en el cuarto. Tal parecía ser que Lene realmente era una fanática de los colores. Eso, y que coleccionaba cuadros de pintura amontonados por todos lados.
Justo en la esquina de cada lienzo se encontraba su firma, fácil de distinguir por lo simple que era. El arte y yo, nunca fuimos grandes amigos, pero pude admirar el realismo representado en cada pieza que mostraba, ya fuese en un simple paisaje floral, representaciones de toda clase de objetos o de personas, cuyos rostros siempre eran omitidos por una perfecta censura. Al contemplarlos un poco más a fondo, supe reconocer que fue Lene quien había pintado los retratos en los contenedores del ferrocarril. Una segunda, admirable y muy certera afición.
También distinguí que solo tenía sillones rojos carcomidos en las esquinas y agrupados al lado contrario de la habitación, abriéndole paso a Lene, de pie, frente al grupo de barrotes con igual apariencia que los bastones de caramelo. Estos estaban ubicados simétricamente en la mitad de la estancia, surgiendo de lo que parecía ser un remolque con ruedas de malvaviscos. Parecía una jaula de leones, pero de dulce, y en su interior mis hermanos títeres, quienes ya de por sí parecían orangutanes enjaulados, pero en ese momento bien podría haberlos confundido con los primos de Mango, colgados del techo. Connor de un brazo, ya que el otro le hacía falta.
No pude molestarme porque los recluyera. La inquietud en mayúsculas se concentraba en sus esencias. Estaban bien así.
Miré al suelo, en donde el muñeco Thomas yacía sentado con los piececillos descalzos sobresaliendo de la jaula. Apenas colgaban, moviéndose lentamente de adelante hacia atrás. Parecía aburrido y muy incómodo, pero de algún modo se veía tierno estando así. Tenía la frente apegada contra una barra de caramelo y sus manitos la apretaban. Creo que si se metía el estómago que sobresalía de todas las demás piezas de su cuerpo, podría ser capaz de escapar del encierro sin problemas.
Sus ojos marrones se movían por toda la pieza y de repente bailaron sobre mi cuerpo, como si no pudieran notarme. Al encontrarse con los míos, todo dio un giro vertiginoso alrededor.
Reconocí la sensación de mareo en breves.
Prácticamente entré sin tocar, ni mis pasos pudieron delatarme. No se percataron de mí en absoluto, aún después de mi gloriosa entrada olímpica. Y si Lene no hacía algo para advertirlo, no había forma de que Thomas lo supiera, ni siquiera que ella estaba presente en determinado puesto.
Thomas no podía verme, así como le sucedió al padre de Ashton, que tarde, se había dado cuenta que Dalas ingresó en su cabeza. Él sí gozaba de todo el derecho a decidir cuándo y cómo involucrarse, yo solo me metía sin pensarlo o quererlo siquiera. Y solo se me estaba permitido un solo recuerdo, a menos que supiera cómo Dalas le hacía para lograr que se abrieran a él y así explorar más a fondo, sin barreras.
No esperaba demasiado por parte de los anillos, la verdad.
Al menos obtuve libertad para colarme en la cabeza de Thomas, prueba de que sí mantenía guardia estando conmigo, y que saltar de una mente a otra, al parecer, seguía ocurriendo. Pero tampoco es que fuera el mejor momento para que algo así volviera a suceder.
✸ ✷ ✶ ✷ ✸
La luz se sentía brillante, potente. Lo era tanto, que dejaba un legado de manchas en mis ojos, oscureciendo mi campo de visión.
Seis figuras se acercaron peligrosamente y retrocedí un paso.
—Observen, brilla casi tanto como una luciérnaga. —La voz de un hombre expresó mofa, tomándome por sorpresa.
Pensé que hablaba de mi enigmática apariencia, pero no tardé en darme cuenta de que no me encontraba sola en el consumido espacio que las siluetas conservaron en medio de su improvisado círculo. Junto a mí, un pequeño volvía puños las manos y sus ojos negros, del mismo tono que sus cabellos azabaches, intentaban capturar cualquier imagen con desesperación. Fue difícil hasta para mí percibir que el niño era Aros, de pequeño.
Como Aros era uno con su muñeco, compartían recuerdos.
Me encontraba en uno de ellos, pero no lo veía a través de sus ojos, sino como yo misma, casi entera. En realidad, luciendo mi particular apariencia compuesta por rayos de energía azulina. Y claro, ya no contaba con un cuerpo que me impidiera ingresar literalmente en la cabeza de Thomas.
—Ilumínalo más, a ver si su resplandor aumenta.
El foco cambió de posición, acercándose tanto a nosotros que su calor casi pude haberlo sentido arder en mi piel. No tuve cara para dar las gracias por no sentir nada al no poseer un cuerpo terrenal, porque Aros sí lo percibía, tan terrible como era. Y solo pudo protegerse los ojos con el brazo.
—Imposible. Se nace con talento. Deberías pedir a Ashton que te enseñe.
Sonrisas censuradas conseguí ver. Todas brillaban denigrantes. ¿Por qué prohibían?, ¿con qué derecho?
Sentí rabia y grité que parasen, pero al final fui la única en escuchar mi voz.
El movimiento lento de seis personas alrededor me cohibía. Ofuscaban, casi tanto como la intensidad de la luz.
Aunque quise moverme, no sabía en qué dirección exactamente debía hacerlo. Me dio la impresión de que chocaría contra cualquiera de ellos.
—Eh, que anhela ser brillante, como su padre con los ventrílocuos —comentó otro entre carcajadas.
—No lo entiendo. Se fue con su madre y lo dejaron aquí. —La siguiente voz nació de la repulsión. Justo desde mi izquierda se movió en torno a nosotros, hacia la derecha.
—Seguramente para comprobar si obtenía algo de capacidad.
La luz se acercó más, arrojando mi percepción a un lugar completamente en blanco.
En determinado punto pude contarlos. Estábamos solos, nosotros dos, con las burlas de cinco hombres jóvenes y una mujer. Aunque no escuchara ningún comentario por su parte, por su silueta, estuve segura que esta última sostenía el reflector apuntando directamente a nosotros.
Lo primero que pensé fue que no era justo, para nada. Se trataba de un niño contra seis mayores.
—Vamos, ¡juega! Es lo que más te gusta, ¿o no?
El fulgor se sacudió y alcancé a ver una pequeña figura saltar de una mano a otra.
Thomas.
—No es la gran cosa —glosó el primero, arrojándolo sobre nuestras cabezas. Otro lo recibió del lado opuesto.
Canturreos felices e hipócritas, eso eran. Quería tener el poder de callarlos a todos y llevarme a Aros conmigo, quien había empezado a saltar en un intento por atrapar a Thomas. Aunque desesperado lo anhelaba, no podía alcanzarlo, sus piernas eran cortas y ellos muy altos en comparación. Sin embargo, yo lo era más.
Levanté el brazo en la siguiente lanzada y el muñeco me atravesó la palma. Sentí un enorme vacío expandirse hasta las plantas de mis pies, como si me hubiera arrancado gran parte de la energía del que mi cuerpo estaba compuesto. Casi me arrojó al suelo. ¿Así se sentiría Ashton la vez en que le arrojé la toalla? Dios, era horrible.
No ser bueno para nada, carecer de capacidad. Es lo que insinuaban, y Aros solo se esforzaba en alcanzar a Thomas. Solo quería que le devolvieran a Thomas.
El reflector, a pesar de alumbrar directamente, dentro de poco se percibió como permanecer en plena oscuridad. Llegaban lapsos en que no podía ver más que el hiriente negro, taladrándome los ojos.
—¡Regrésamelo! —gritó Aros con la voz acribillada.
Una vez más clamé con desesperación, y como nunca me sentí infructífera. Pero era eso, un recuerdo, algo que sucedió mucho tiempo atrás y no podía hacer nada para cambiarlo.
¿Cómo pudieron ser capaces de meterse con un niño?
No era bueno desear el mal al prójimo, pero por un momento pensé que tenían bien merecido el castigo que les esperaba como sombras. Así se percibían, oscuros, aterradores, molestos, aplacadores. Es lo que quiso Aros, darles una lección, que experimentaran todo como él lo hizo. Pero por desgracia, no le quitaba el hecho de que estaba mal, lo que por ambas partes hicieron.
—¿Qué?, ¿este trapo sin gracia? No puedes darle vida a un muñeco, tampoco tienes esa habilidad.
Solté un improperio en contra de este último y cerré los ojos. Empecé a marearme. No podía centrar la mirada en ninguno. Se movían a propósito, demasiado rápido. Eran como un remolino hiriente.
Las risas alrededor retumbaron en mis oídos.
—Deja la ingenuidad. No sirves para esto.
Despegué los párpados nuevamente, para ver durante un segundo cómo los brazos de Aros se derrumbaron a los costados de su cuerpo, al igual que Thomas lo hizo al resbalar de unas manos y golpear el suelo con brusquedad. En ese momento estuve segura que su mejilla recibió todo el impacto, causando aquella terrible tajadura que había sido cubierta por un parche.
—¡Se acabó! —La potencia de la voz marcada en el padre de Ashton trazó orden y un abrumador silencio.
Tarde, era muy tarde para eso.
La luz del reflector estalló. Pero no pude quitar la mirada de Aros. Y aún sin ver del todo bien, fui consciente del par de gotas —no solo de sudor— que resbalaron por su cara.
Lágrimas... ¿Alguien las habría visto siquiera?, ¿tomado en cuenta al menos?
Existió un silencio dentro del cual, realmente quise golpear a todos.
—Aros... —El susurro de Eloísa pronunciando su nombre, más bien pareció un lamento. Pude considerarlo casi tan dulce que agradecí no ser capaz de sentir náuseas. La reconocí aun estando incapacitada para verla. Su voz era prácticamente como escucharme en una grabación.
Volteé hacia esos dos últimos que interfirieron.
Las manchas continuaban tiñendo mi vista, pero conseguí ver sus figuras de pie, cerca del contorno de un umbral. El resto se definía como sombras borrosas. No pude saber en dónde exactamente me encontraba, pero asumí que no era en ningún tipo de escenario. Las paredes eran muy cercanas, tal vez y se trataba de la estrella de alguien. No había forma de poder saberlo, no teniendo la vista así de infectada.
Más de esas oscas risas, quedaron aglomeradas a orillas de lo que fue un segundo regaño por parte de Ashton padre.
Busqué a Aros, lo encontré tirado en el suelo. Fue hasta que lo vi moverse que, intuí, trató de correr a la salida y se tropezó con uno de ellos.
Lo vi levantarse e intentar huir otra vez.
Eloísa se acercó y él la evadió con mucha dificultad. Desapareció tras el umbral. No alcancé a ver mucho más, solo a ella, levantando a Thomas del suelo.
Aquel recuerdo, todo lo que tenía en frente de mí, sucedió antes de que ella fuera a buscarlo y le devolviese a Thomas. Además que, después de todo, no fue su error decirle que podía llegar a ser uno con su muñeco, trató de alentarlo a no abandonar. En su lugar, yo habría hecho lo mismo.
También comprendí por qué otro motivo Aros admiraba a Eloísa. Lo animó cuando un grupo de idiotas lo pisotearon sin darle tiempo a probarles de lo que podía ser capaz. Todavía no les había demostrado su habilidad. Tenía doce años por aquel entonces, y solo tendría acceso a la magia a partir de los dieciséis. Por eso deseaba obtener magia de cualquier modo, por eso empezó a envidiar a Ashton, por eso hizo todo lo que había hecho.
Segundos transcurrieron para que las manchas en mis ojos se acentuaran aún más.
Al poco tiempo, mi vista fuera consumida por más nebulosidad.
El recuerdo había concluido.
✷ ✶ ✷
Sígueme en mi cuenta principal en Wattpad, tengo más libros completos: @gabbycrys
Twitter: @gabbycrys
Instagram: @gabbycrys
Facebook: @GabbyCrysGC
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro