Capítulo veintitrés
✶ FUENTE ✶
Un plan perfecto se construyó en mi cabeza y no perdí más tiempo. Di el par de pasos que me llevarían fuera de la estrella de Lene. Entonces calibré mis piernas para que, cuando mi cuerpo enigmático sintiera la fuerza de absorción, mi cabeza no fuera a ser lo primero que llegara al suelo.
Un parpadeo después y, encontrándome fuera, mis brazos también aportaron con el equilibrio necesario. En este caso, me resultó fácil estabilizar un cuerpo que no contaba con peso.
Verifiqué mi posición sobre el escenario y a continuación busqué a Ashton. Inevitablemente sentí una oleada de alivio al encontrarlo sentado sobre la orilla, dándome las espaldas. Tenía los hombros tensos. Todavía parecía estar fuera de sí.
Lene le hablaba al oído, con una preocupación enterrada en los ojos que me resultó fastidiosa. Él negó con la cabeza, para nada a gusto con lo que fuese que le estuviera diciendo.
Anduve un par de pasos hacia atrás, por si me convertía en una tormenta de rayos, como lo había hecho en la estrella de Lene. De ser así, podría dar un salto fuera del escenario y buscar el triángulo de la vida entre el suelo y cualquier muro. Rodaría por el piso de ser la solución para retenerlos de saltar por todas partes.
Si bien estaba enfadada por todo lo que había visto, no era una bruja por completo. Pero, en caso de que a Lene se le ocurriera hacer algo extraño, empezando por abrirle la camisa a Ashton otra vez...
—Oh, Dios... —Empecé a decir entre dientes—. Dame tolerancia, paciencia, calma... Lo que sea excepto fuerza, porque si me la entregas en bandeja de plata, juro que la asesino, y ya está muerta, así que eso lo convierte en un gran problema.
De tener un cuerpo terrenal, las piernas podrían haberme temblado de rabia.
Sin esperarlo, Ashton se puso de pie. Caminé hacia él. Sus hombros se estrecharon todavía más y, cuando quiso mirar sobre su hombro, en dirección hacia mí, tenía una expresión embravecida. Me detuve. Estaba molesto... ¿Conmigo? Dio un paso fuera del escenario y simplemente, desapareció.
Tragué en seco. Todo en mi interior se agitó.
No comprendía precisamente qué lo hizo reaccionar de tal manera. Tampoco podía ir en su búsqueda, menos aún, viéndome como un poste de luz andante.
No quería dejarlo solo. Y ¿a dónde podía ir en tal estado?
Como si hubieran terminado de zarandearme, examiné el resto del escenario.
Donde creí que mi cuerpo se había quedado, para variar, ya no se encontraba. ¿Quién demonios se lo había llevado? Alguno de los tres veteranos, seguramente. El que brillase no les llegaría a provocar ni cosquillas.
Pegué un salto cuando Lene, inesperadamente, se plantó en frente de mí, obstaculizando mi visión.
Parecía querer tener ganas de comentarme algo.
—No —dije apartándome—. Ahora no.
Lució ofendida, y no supe bien si sentí pena por ella, pero tenía que encontrar mi cuerpo antes. No podía ser bueno permanecer tanto tiempo fuera de él. Nada era específicamente bueno con respecto a los anillos y a su magia.
Miré por los graderíos, esperando encontrar un bulto en plan: Campanita alcoholizada cayó dormida en la vereda.
—Zara, Ashton quiere estar un momento a solas.
La miré con los ojos entrecerrados, sin poder ocultar el dolor que me causó escucharla decir aquello. Me sentía traicionada. El demonio también hizo acto de presencia mostrando sus cuernos, susurrándome entre risas que, o bien Ashton huía de mí, o Lene me quería lejos de él. Quizá y se trataba de ambas.
—Ustedes dos tenían algo —dije con firmeza.
La atrapé en el estupor, pero me había prometido no dar más vueltas sin sentido alrededor de los hechos. Directo al punto y ya. ¿Aunque doliera? Resultaría peor si tarde llegaba a preguntarme «¿Qué hubiese sido si...?»
No había tiempo para más tanteos y tonterías.
—No lo malinterpretes —respondió. Levanté una ceja al ser consciente de los nervios adheridos a su tono de voz—. Ambos teníamos cuidado de no permitirte pasar por temor a que vieses la muerte con nuestros propios ojos, de que fueras capaz de sentirla, de vivirla. No sabíamos que impacto tendría en ti.
Estaba enfadada con ella, pero junto a sus palabras también llegó el recuerdo de su muerte. Me sentí terriblemente mal por su persona. También odié tener que darle la razón, pero si hubiera revivido la muerte de Lene con sus propios ojos, habría resultado... Ni siquiera podía imaginarlo, pero se encontraba a niveles mucho más elevados que solamente «malo».
Aunque tampoco podía permitir que saliera victoriosa por ese hecho. Me había escondido una importante verdad. Ambos.
—Tú también eres la Diosa para desviar temas. No te pregunté por qué razón se cerraban a mí, aunque ahora sé que escondían cosas... ¿Cuánto más podrían ocultar a más de su evidente relación? Ashton... Te gusta Ashton, ¿cierto?
Dolió terriblemente señalar ese punto. Fue como recibir una de sus dagas directo en el pecho y, que a su vez, la hoja se enterrara firmemente, traspasando mi corazón hasta que la punta emergiera por la espalda. Pero no parecía ser suficiente. El dolor permanecía latente, como si removiera el puñal como un pomo de puerta, abriendo todavía más la incisión.
En mi estado, reconocí que era peor no sentir físicamente. Tal parecía ser que los sentimientos se multiplicaban al no poseer cualquier tripa revolviéndose incrédula, o simplemente una ligera acidez estomacal que desviara la molestia a otro sitio.
—Zara, estuvimos juntos por un par de años, pero terminó meses antes de que el circo llegara a América, mucho antes de que el apocalipsis sombra se desatara. —Hizo una pausa, pero al ver que no tuve deseos de intervenir, añadió—: y todo el tiempo yo... Yo solo fingía. Ashton... Él no me gustaba.
¿Ella fingía? ¿Había escuchado bien?
Existían momentos en los que, cuando los interruptores se averiaban, cortaban la electricidad en forma instantánea, generando corrientes parásitas que aumentaban el voltaje circulante y, por consiguiente, causando que las bombillas de luz se quemaran. Yo por otro lado sentí que iba a estallar. Realmente estuve a punto de ser poseída por el enojo, por toda esa energía que se aglomeró en mi cuerpo espectral. Estuve cerca de sentirla hormiguear al son del baile alocado que quiso desatarse.
Respiré como si eso fuera capaz de mitigar el enfado de cualquier forma. Pero ¡oh sorpresa!, lucía prácticamente como una gelatina transparente conformada por corrientes eléctricas. Debido a que mi cuerpo terrenal era el que ejecutaba todo aquel proceso vital que conllevaba el respirar, con mi espectral apariencia casi no aprecié el aire que debió ingresar a mis pulmones, tampoco la calma que necesitaba. Solo hubo enojo, yendo en creciente aumento.
Lo había olvidado, las emociones parecían duplicarse al no contar con un cuerpo físico.
—¿Fingir que lo querías? Acabas... —Conseguí atrapar la paciencia con tan solo las uñas, casi huyó lejos del alcance de mis manos—. Acabas de decirme que... Un par de años juntos ¿y solo fingías? ¿¡Quieres verme la cara de estúpida o algo!?
Un rayo salió expulsado de mi nuca en dirección a los graderíos, perdiéndose a llegar al suelo.
La sorpresa invadió su expresión por completo y, con ojos muy abiertos, retrocedió.
Nunca me había enfadado tanto, podía estar segura de ese detalle. Lene también estuvo consciente de eso.
—Está bien. Lo admito. Me gusta, ¿sí? —sentenció a la defensiva. Me ubiqué en el borde del escenario. Lista para saltar poco antes de que el siguiente rayo se aventurara hacia el techo—. Y tampoco tenía la intención de decírtelo porque lo que sucedió entre ambos ya no importa. Como lo mencioné, terminó hace mucho. También resulta que se enamoró de ti. Sé lo que significa eso. Intento no ser tan mala persona como para meterme entre ustedes. Zara, Ashton y yo, no es algo con lo que necesites lidiar.
Fue verdaderamente difícil creerle.
Después de todo lo sucedido, tratar de recuperar la confianza, se volvió como intentar reunir un litro de agua usando tan solo las manos. Posible podía llegar a ser, pero tomaría tiempo, mucho tiempo. Y no tenía que repetírmelo. No gozaba de ese beneficio. Tan solo quería hacer algo por él, por tantas veces que me había salvado de quedar varada en la oscuridad. Así como también por mi familia, para que todo terminara de una vez por todas. La situación ya me había lastimado bastante.
—Irónico... Las personas en las que más confías, al final sí resultan ser las que más daño te hacen—musité.
Abrió la boca, pero no agregó nada más. Mis palabras, a simple vista, la habían atravesado de una y mil formas.
Fue algo que el mismo Ashton mencionó, y no sabía el gran significado que llegaría a tomar para mí. Aunque evidentemente no resulté ser la única afectada por culpa de esa frase.
¿Lene había sido la causa de que Ashton la usara en primer lugar?
No supe todo lo que sucedió entre ellos, ni el motivo que los llevó a terminar. Pero estaba segura que, aunque fuese mentira o verdad, no sentía deseos por desenterrar esos recuerdos. Tampoco iba a hacerlo.
—Lo siento —continué—. Pero debo encontrarme a mí misma.
Me observó con cuidado, en espera de lo que haría. Pero vamos, no tenía ni la menor idea de en dónde empezar a buscar mi cuerpo. A lo mejor y se encontraba en alguna del montón de estrellas que brillaban en el techo.
Perfecto.
—Deberías saber en dónde dejas tus cosas —dijo.
La desafié con una mirada filosa mientras sentía como me hormigueaban las manos. Parecía anhelar que me convirtiese en la bruja de los rayos.
Pero en cierta forma, las veces que permanecí fuera de mi cuerpo, había sentido una particular atracción por él. Quizá me sentía demasiado enojada como para lograr concentrarme en ese aspecto.
—Estaba aquí, y se lo llevaron. ¿Cómo habría de saber a dónde? No soy adivina, pero tú estabas aquí...
De seguro ella sabía quién me robó, y preguntarle directamente se convirtió en un gran reto. Ya no podía hablar con la misma tranquilidad que antes. No con la ex del chico que me gustaba, y que, durante todo el tiempo en que estuvimos los tres juntos, me ocultaron el tipo de relación que llevaron a cabo.
¡Qué estupidez! Tampoco podía pasar por desapercibido su promesa y magnífico reencuentro en la segunda vida.
«Para bien o mal, cuando nos veamos en la otra vida, te regalaré una igual. Así sabrás que soy yo». Había dicho Ashton. Y el recuerdo me enervó la electricidad que corría a través de mí.
De nuevo me sentí como una tonta.
—Me refiero... Quiero decir que es tuyo. Deberías ser capaz de saber en dónde está y así regresar a la fuente; tu cuerpo, en otras palabras.
—Y dime, ¿en dónde precisamente obtuviste el manual de uso del maestro Dalas?
—Olvida mi suposición.
¿De eso se trataba?, ¿una maldita hipótesis?
Ganas de estrangularla no me faltaban, pero antes de que mis deseos terminaran de planificar la infamia, hizo un extraño movimiento con la mano, en donde todos los dedos se fueron pegando a su palma como un abanico al cerrarse. Luego, miró hacia el cielo, como esperando a que Dios la iluminara con su luz.
El espacio se cernió sobre nosotras, liberando un techo bicolor en forma de cucurucho de helado.
Las estrellas descendieron lentamente, ocupando en una perfecta formación, todo el espacio alrededor de nosotras. Cubrieron hasta los graderíos. Y los nombres de sus respectivos dueños palpitaban bajo cada una, girando como lo hacía la tierra alrededor del sol.
Solo me bastó acercarme un poco para alcanzar a ver lo que había dentro.
Me concentré en espiar el interior de una en especial, que resplandecía débilmente un tono marrón. En su interior un pueblo parecido al Viejo Oeste se difuminó.
En otra, en cambio, apareció un frondoso bosque colmado de lianas que cruzaban por todas partes, pero todas se dirigían hacia un gran vacío, como si colgaran de alguna parte en el cielo. Esa en especial, brillaba de un agradable violeta.
Alineadas como militares en el ejército, todas parecían ser pequeñas cajas mágicas en forma de estrellas que encerraban distintos y fascinantes mundos. Pero entre el numeroso grupo, un gran vacío también se exhibió. Era el único. Aquel lugar, supuse, en donde la estrella de Ashton debía encontrarse.
—Las estrellas son como escenarios moldeables. Y claro, funcionan gracias al medallón de la carpa. Desde que el maestro de ceremonia lo cargó con la fuente de energía, podemos hacer uso de ellas; algo que ocurrió poco después de que te desmayaras en cuanto llegamos. El resto, y me refiero a los astros blancos, por lo general son diferentes sets en donde se desarrollaban los actos. Las de colores pertenecen a los distintos personajes, algo así como camerinos. ¿Recuerdas a los pequeños malabaristas Vega y Capella? —Estuve a punto de asentir fascinada, pero me contuve—. La de vaqueros es la suya. Eran hermanos, y aunque su apariencia lo dictara, no son gemelos. Ambos nacieron con enanismo, pero con una coordinación inigualable. —Me fijé en el par de nombres que rotaban bajo la estrella color marrón, y en efecto, les pertenecía—. La isla en medio del cielo es de Rigil Kentaurus, el equilibrista, por eso las lianas. Pero la que nos importa es esta, una de las blancas. Había una escena para ellos, juntos. Milo y Renzo. Tengo el presentimiento de que ahora están ahí, con tu cuerpo. Como te expliqué que sucedía con el conductor que destrozamos al escapar de la madriguera de Aros: no se puede espiar a la persona que se podría encontrar en el interior. Ya te puedes hacer una idea.
Estiré la mano y ella se interpuso momentos antes de alcanzar la estrella. Tuve que saltar hacia atrás para evitar que los rayos que todavía afloraban de mí, rozaran a Lene.
—¿Cuál es tu apuro de volver? —preguntó—. Según lo que el padre de Ashton mencionó, probablemente olvidarás algo más.
—Lo tengo bastante claro.
—No te entiendo.
—¿Qué parte no comprendes? —respondí molesta.
—¿Por qué sigues esforzándote tanto?
Me revolví incómoda. ¿Cómo no saber las razones de mis arranques de valor? Al comienzo me sorprendían, pero ahora tenía muy en claro a qué se debían.
—¿No debería? En mi mente suena aterradora la palabra «rendirse», porque sé que todo se quedará sombrío y nunca me agradó la oscuridad. Además, desde un comienzo ofrecí mi ayuda a Ashton con la intención de sacar a mi familia de la feria, y ahora...
No solo lo hacía por ella.
—También lo haces por Ashton —intervino Lene.
—Como dijiste, no tiene nada que ver contigo.
Asintió con un gesto lento y en cierto modo triste.
—¿Al menos te gusta? —indagó, y no supe bien si la miré indignada o simplemente sorprendida—. Mira. Yo también necesito salir de dudas, porque al contrario que él, tú eres fría. Y no me refiero a que no sientas, porque te he visto llorar y todo eso, pero nada ha demostrado que no lo hacías solo por tu familia y a lo mejor, quien sabe, hasta por la muñeca esa.
El razonamiento de Lene por primera vez había llegado tarde.
Sabía bien que Ashton siempre fue bueno conmigo, mientras que por mi parte no hice absolutamente nada por él. No estaba al tanto de cómo actuar, mucho menos de emplear palabras adecuadas para cada momento.
¿Debía restregarme en la cara que nunca tuve un novio de años como para darme cuenta de las cosas? No era buena en nada referente al tema. Ni siquiera sabía si Ashton y yo éramos algo parecido.
¿Y si tal vez ese era el motivo por el cual Ashton no quería estar conmigo? ¿Si resultaba ser la persona que menos soportaría ver en un momento así?
Me acongojé.
—Fue culpa mía. Dañé a Ashton. Lo empeoré gracias a los estúpidos anillos de Dalas —balbuceé.
—No estás respondiendo a mi pregunta, Zara. —Lene se cruzó de brazos.
¿Con qué derecho venía a insistir? No era yo la que debía contestar a sus preguntas. Bien se trataba de su persona, escondiéndome quién sabía qué tanto. Pero no tenía que empeñarse y tomarme a mí como la mala del cuento.
Si ya lo había descubierto por las malas, no tenía que ocultarlo.
—¡Puf!... Sí, me gusta. ¡Me gusta Ashton! —grité frustrada.
Lene miró en todas direcciones, preocupada.
—El grito estaba de más —dijo.
No era el momento preciso para confesiones, entendí. Pero había sido fastidiada por sus evidentes sentimientos de preocupación y estima hacia Ashton.
—No. Era necesario. Preferible que se te entierre en el oído. —Intenté pasar por su lado, mas no me cedió espacio suficiente.
Sonrió con un gesto de satisfacción.
—Él siempre ha sido sincero, me creas o no. Y te ayudaré, en lo que sea que planees hacer con respecto a volver a la normalidad.
Quizá tenía razón y «Ellos», como tal, no era algo por lo que debería preocuparme. Ashton nunca me dio motivos para pensar que mentía, principalmente porque no dejaba de arriesgarse por mi bienestar. De no importarle, desde un comienzo, no se hubiera arriesgado y habría evitado pasar por toda esa transformación a sombra. Sin detenerse a pensarlo demasiado, me salvó de que Aros me convirtiera en cenizas.
—¿También lo dices por él? —Entrecerré los ojos, desconfiando un poco de su repentino ofrecimiento.
—Te mentiría si te digo que es solo por él, puesto que tú y yo, bien sabemos que no merece nada de lo que le está experimentando. Pero también se trata de «mis asuntos pendientes», algo que debo solucionar. —El abatimiento casi pudo tragársela viva—. Ahora dime, ¿qué planeas? Y no evadas, porque tu decisiva mirada no puede pasar por desapercibida ante mí.
Me habría gustado contar con un momento para pensar y decidir, pero lamentablemente, en momentos así, el tiempo no parecía llevarse bien con la palabra «pausa». Y Lene no tenía intención alguna de permitirme pasar, así que tenía que soltar la sopa y decirle que sí a todo.
—Encontrar el último medallón. Y para conseguirlo, no puedo estar encerrada aquí. Empezando porque tampoco me encuentro en este lugar.
Y no sabía qué tanto esperaba el padre de Ashton teniendo ya dos de los tres medallones. ¿Tenía idea alguna de lo mal que su hijo estaba? Parecía ser el único que se lo tomaba con total calma.
—No puedes salir y evitar convertirte en otra pieza de la colección de estatuas, a menos que... ¿Llevarás uno de los medallones contigo? Esa no es muy buena idea, ¿sabes?
—No lo haré, no me llevaré ningún medallón. Sería muy tonto de mi parte.
Intenté cruzar por el otro lado, y de nuevo me cerró el paso.
—¿Entonces...?
—Milo, ¡Dios! —me exalté—. Necesito una de esas tajas de fruta seca que guarda en el bolsillo de su pantalón. Ahora, ¿me puedes dejar pasar?, o tendré que cruzar con todo y tu cuerpo transformándose en una horrible patata carbonizada.
—Ah, ya entiendo por dónde vas. —Iba a cederme el paso y un segundo después volvió a bloquear el camino. Di brincos de impaciencia sobre mi propio puesto, regularizando toda la ira acumulada en mi interior—. Espera, ¿no sería más fácil acorralar al mono y ya?
—¡Es una alarma que se enciende contra todo! No arriesgaré a que huya, o peor aún, que alerte a los veteranos.
—Claro —aseveró, dilatando su respuesta—. Me dejarás ayudarte, ¿cierto?
—Esto no es un juego.
—Lo sé perfectamente.
—Entonces, déjame pasar.
—Lo haré. Sólo si prometes que me dejarás ayudarte.
Observé el par de aceitunas que tenía por ojos. No se iba a mover, y mi cargo de consciencia tampoco iba a permitir que me arrojase sobre ella.
—Bien. —Me di por vencida—. Te dejaré ayudarme.
—¿Promesa?
—Sí, sí.
—Después de ti. —Hizo un ademán para que entrase primera.
Sin chistar y rodando los ojos fuera de su alcance, por fin lo conseguí.
Una vez en el interior de aquella estrella blanca, noté que el escenario en el que aparecimos se trataba de un viejo balcón techado con vista a un viejo pueblo por lo bajo que, aunque no lo era en realidad, me trajo recuerdos de las seniles calles de Port Fallen. Las casas eran mucho más estrechas y las cuadras muy pegadas las unas con las otras.
La única puerta a nuestras espaldas —por la que se podía ingresar a la pequeña vivienda campesina sobre la que nos encontrábamos—, estaba manchada con hollín. Y el par de ventanas a cada lado, parecían preparadas para estallar en cualquier momento. Vibraban en el umbral ante cualquier insignificante movimiento o ventisca.
—Ahí está. —Lene también dio con mi cuerpo que, como lo había imaginado, yacía acurrucado como «Campanita la alcohólica». Contra la pared, específicamente debajo de una de las ventanas.
Ese par al parecer eran tan descuidados. Por cómo lucían cuando les conocí, debí esperarlo después de todo. Pero dejarme ahí, tirada sin más. Ni siquiera sentada en una del par de sillas metálicas que de repente hallé derribadas en el suelo. Hacían bulto estando solo de adorno.
Junto a ellas y desde la pared, empezaba un barandal en forma de C que bordeaba toda la mitad del balcón. De donde, también asumí, se podría admirar con mayor claridad el asombroso panorama. Pero no pude acercarme demasiado, el par de veteranos consumían todo el espacio en ese mismo sitio.
Desplacé la vista con mayor precisión, en busca de Mango.
Como lo había determinado desde un comienzo, el magnífico lugar estaba montado sobre la cima de un cerro. Junto a la casa y a orillas de la cumbre se encontraba un enorme eucalipto que ocultaba gran parte del horizonte rural. La noche fría y oscura contagiaba su serenidad, y la débil iluminación de las farolas en las calles alumbraban con pobreza un columpio apenas visible que colgaba de un brazo del árbol.
Me pregunté qué tipo de escena se podría llevar a cabo en un lugar así, y luego, mi cabeza, por sí sola, empezó a dar marcha a la imaginación, situando a Milo como el explosivo impaciente que, con fervientes ganas, ansiaba atrapar a Renzo usando las fogosas llamas a disposición de un simple puro encendido entre sus labios. Entonces atravesaba la puerta con un latigazo ardiente, las ventanas estallaban y Renzo, sin escapatoria alguna, se veía acorralado entre el barandal, trepándose en él mientras las garras ardientes anhelaban acariciar su cuerpo. Se veía en la desesperación, a punto de caer desde un segundo piso, cuando de repente, de una extraña voltereta conseguía alcanzar la rama del árbol de eucalipto, y balanceándose ágilmente, avanzaba hasta el columpio, cual decidía usar como un trapecio...
Todo ello proyectándose como una escena realista sobre el público. Y sí, era una completa aficionada a las películas de acción. Tampoco tenía menor idea de cómo se desarrollaban las escenas en circos, sobre todo si lo juntaban con magia, reviviendo con mucha habilidad cada imposible suceso. Tal vez estaba omitiendo los gestos exagerados, como hacían los mimos y payasos que, de vez en cuando, se presentaban en el parque, frente a la iglesia, persiguiendo a las personas con tal de conseguir algo de dinero.
—¿Estará bien? —Escuché a Renzo preocupado, sacándome de mi confina ensoñación. Irónicamente estaba apoyado en el barandal y miraba hacia mi cuerpo.
Milo, junto a él, parecía aún más enfadado de lo normal. Esperaba que ninguno tuviese un encendedor en ese instante, porque de hacerse el fuego, Lene también se metería en serios aprietos y yo no podría hacer nada al respecto.
La pesadez en el ambiente tampoco podía pasar por desapercibida. Parecían encontrarse en la parte más aguda de algún tipo de conversación circunspecta sobre mí.
Y exactamente, ¿cuál era el punto de preocuparse por mi persona, si en primer lugar, me habían dejado tirada como un costal de papas?
—¿Qué harás? —me preguntó Lene.
—¿Volver a mi cuerpo?, ¿en un momento así? Ni loca. Si no lo percibes, esos dos están a punto de jalarse las greñas. No regresaré en medio de su pelea para gritar: «¡Sorpresa!, ya llegó por quien lloraban». El plan se echaría a perder.
Restaba agregarle «chiquitas», como Sid en la película La era de hielo. De ese modo la embarraría por completo.
—Solo está durmiendo —rezongó Milo—. Estará bien.
—Cáustico resultó ser que el viejo escupe fuego se hiciera de hielo —comentó Renzo.
Aunque yo también me hubiera detenido a pensar, en ese instante no me convenció del todo que se tratara de una persona específicamente fría.
Inmediatamente del encuentro explosivo que tuvimos en la vieja estación y, tras permitirnos escapar a Ashton y a mí cuando incendió uno de los contenedores para entretener a las sombras, Milo fue en mi búsqueda, llevándome con él poco después de que Dalas me cediera la custodia de sus anillos en el gimnasio del colegio. También dio de tomar un líquido asqueroso levanta muertos, que bien pudo haberse tratado de cualquier tóxico... El punto es que me había cuidado. A su manera, había intentado hacerlo. Si no le hubiese importado mi condición, me habría dejado tirada, inconsciente en el gimnasio desde un comienzo.
—Habla por ti mismo —suspiró Milo, agredido por lo último que había escuchado.
—¿Seguimos con Eloísa? —refunfuñó Renzo—. ¡Yo también la perdí! —Milo intentó entrometerse, pero no se le fue permitido—. No me he recuperado de ello y dudo que lo haga. Pero tampoco amerita que esté blasfemando y viviendo un infierno todo el tiempo. Hasta hace poco me di cuenta... Cada día de mi insignificante vida... No existe momento en el que no recuerde aquella noche, en la que podría haberla escuchado e impedir que saliera a escena. Que hubiera preferido tomar su puesto antes que verla morir. Amaba el cosquilleo que sentía en el estómago cada vez que soltaba el trapecio, y después del infortunio solo terminé despreciando mi pasión. Constantemente siento que me desplomo directo hacia el vacío, más al fondo y cerca del suelo cada vez, y es aterrador. ¿Al menos te haces una idea de lo que es despertarse con el corazón en los labios? No he tenido una noche de paz. Temo soñar y revivir su último suspiro, de volver a escuchar el sonido de su frágil cuerpo al impactar el suelo, de despertarme o encender las luces y verla ahí, tendida, contemplando cómo la vida se escapa de sus ojos y sin poder hacer nada al respecto... Me aterroriza que se halla enfadado dado a que no fui capaz de protegerlas. Fue justamente ese mismo temor el que me mantuvo cautivo en el ferrocarril durante años; el temor porque algo así volviera a repetirse con alguien que amo. Si bien es un poco tarde, al menos he salido. Pero tú, aunque no aparentemente, sigues escondido en él, resentido y enfadado...
—Si insinúas que lo superaste, ¿por qué sigues aquí?, ¿ah? ¿Por qué motivo involucrarte de nuevo con Circus Stjerne, el nido de donde se desencadenaron tus peores miedos?
—No te equivoques, no lo he dominado. No me considero una persona fuerte. Pero también lo sé, sé que no existe forma de superar el miedo, de hecho, uno aprende a vivir con él. Y cuando encuentras una buena razón, todo se vuelve más sencillo. Actualmente lo estoy intentando.
Solo faltaba la chispa que encendiera el fuego. Y esta, no tardó mucho en llegar.
—Y tú tienes... ¿Qué razón? —El dueño del mono le arrojó una mirada llena de cólera.
—No soy yo el que debería hacerse esa pregunta —le respondió, con los ojos aguados, llenos de impotencia y verdadero pesar.
Milo anduvo sobre los viejos tablones y estuve segura de que el balcón tembló. No solo porque las ventanas estuvieron a punto de caer a pedazos. Realmente creí que iba a golpear a Renzo por sus manos en forma de piedras.
—¡Una hija! —gritó tan fuerte que Lene y yo retrocedimos como dos caninos con la cola entre las patas—. Debí suponerlo por el gran parecido.
—Él no estaba al tanto, ¿o sí? —Junto a mí, Lene susurró entre dientes.
Definitivamente habíamos llegado en el peor momento. Renzo no le había comentado a Milo que lo había hecho abuelo. Cada vez se parecía más al drama perfecto para una serie televisiva.
Renzo mantuvo la cabeza en alto. Se hubiese erguido más, de no ser porque su pierna mala se lo impidió.
Cojeó un poco, pero de alguna forma consiguió enfrentarse a Milo.
—La amaba.
—¡A otro mono con ese cuento! —Agitó el brazo en el aire, un gesto que reprobó por completo ese profundo sentimiento.
—Sé que te sientes casi tan mal como yo, o seguramente peor. Pero por esta vez, con ella... —Observó mi cuerpo con mayor detenimiento—. No sé tú, pero no voy a perderla también. Y aunque no quieras verlo, tiene los genes de Eloísa, y no lo digo por su parecido físico. Simplemente es... Es familia.
La razón por la que el padre de Ashton le tenía tanta confianza a Renzo, levantó el brazo como un niño emocionado por saber la respuesta a tan difícil pregunta.
Se me encogió el corazón. Él era realmente una buena persona, y me sentí terrible por haberlo juzgado mal.
Nadie era merecedor de tan grande sufrimiento.
Cualquiera pensaría que estaba loca por darle puntos extras y, hasta a lo mejor, una oportunidad. Pero tras meditarlo bien, Renzo permaneció en Port Fallen, contando con el tiempo necesario para buscar a mi madre y pasó ocultándose. Sin embargo no podía culparlo del todo. De haber ido tras ella, cabía la gran posibilidad de que Aros y las sombras hubiesen dado con mi familia mucho antes. Las cosas podrían haber resultado peor.
Pudo haber pensado en mi madre todo el tiempo, pero buscarla, no contaba como una solución, más bien se hubiera tratado de un problema para ella. No quería ponerla en riesgo, temía que algo tan terrible como ver a su familia morir ante sus ojos, volviera a repetirse.
—Zara, mira. —Lene señaló a Mango, quien después de aparecer por una hendidura hecha en el techo, rápidamente bajó por una columna y se desplazó sobre el par de sillas—. Los animales tienen un sexto sentido que resulta ser muy inoportuno. Nos van a descubrir si no hacemos algo a la voz de «Ya».
También temí porque nos lanzara un grito de guerra. Si ese era el caso, tendríamos que salir huyendo del sitio y todo mi plan se iría a la basura.
—Tú encárgate del mono, yo... —Miré a Milo y estuve segura de que mi rostro se arrugó como una pasa—. Espera. Tú estás muerta.
—Ah, que linda, gracias por recalcármelo, Zara. Que sepas que yo también te quiero, ¿eh?
—No. ¡No! Me refiero a que, al ser un fantasma, puedes ser capaz de mover las cosas sin tocarlas, y como es un objeto pequeño, no tendrás que esforzarte demasiado, tampoco necesitarás de ningún estímulo del medallón de la carpa lacrada. Así nos evitarías la no tan agradable experiencia de tener que meter la mano en sus pantalones.
—Nunca lo he usado así. Además, no es un objeto que resalte a la vista. No puedo verlo ni saber cómo luce, o en cuál de los dos bolsillos...
—Ya entendí —reprendí—. Y está en el bolsillo derecho.
Mango nos regresó a ver como si hubiera sido capaz de escucharnos hablar. Le hice un gesto a Lene para que se apresurara de una vez por todas.
Cerró los ojos, como si fuera a pedir un deseo.
—Lene, creo que no es así como...
—¡Chitón! —me calló.
Cerré la boca y, mordiéndome la lengua, me fijé en los ojos revolotear bajo sus párpados. En verdad que parecía estar muy concentrada.
Frunció el ceño y susurró:
—Creo que lo tengo.
Sinceramente pensé que le llevaría más tiempo.
Abrió los ojos de golpe y se le dilataron las pupilas.
—¡Ups! —exclamó en compañía de un gemido ahogado.
Eso no sonó nada bien.
Miré de regreso a Milo, quien, de cabeza, llegó a colgar del techo como una piñata. Su gran cuerpo se sacudió como un muñeco y varios objetos resbalaron de sus bolsillos, cayendo al suelo.
Renzo mencionó algo de estar poseído por un demonio y retrocedió.
—¡Ay, no! Bájalo, bájalo, ¡bájalo ya! —Milo descendió velozmente y se detuvo en seco poco antes de que su cabeza impactara los tablones—. ¡Despacio! ¡Le romperás el cuello!
El veterano llegó al suelo con escrupulosa lentitud. Cuando su espalda terminó de pegarse en el piso, su gran estómago instantáneamente se contrajo. A duras penas parecía poder respirar de la impresión.
—Eso fue divertido —suspiró una Lene aliviada.
—Claro... —dije todavía conmocionada—. Díselo a él, casi lo matas.
Y seguramente debió haber necesitado del medallón de la carpa lacrada para levantarlo. Se requería de más fuerza —magia— para hacerlo con personas o grandes objetos, según Ashton. No le pedí que levantara al sujeto, solo que lo bolsiqueara.
—¡Eh!, que hubiera resultado peor si le quitaba los pantalones —suspiró. Me estremecí ante el bosquejo que pasó desfilando en mi cabeza con calcillas de corazones—. Apresurémonos, ¿quieres?
Mango se lanzó sobre la pequeña bolsa de papel con el dulce contenido que compartía su nombre. Renzo continuó mirando con el rabillo del ojo a Milo, como si se tratara del mismo anticristo. Todavía no era capaz de procesar lo que ante sus ojos lució como una escena paranormal.
—El sombrero —señalé. Debíamos actuar antes de que el mono terminara de engullir la fruta, y que los veteranos volvieran a sus sentidos.
Lene, flotando sobre el titi, estiró una mano en su dirección. Sin tocarlo, separó el sombrero de la pequeña cabeza del mono. Fue así como un elástico escasamente visible entre su pelaje, impidió que pudiera extraer el rojo accesorio y terminó advirtiendo a Mango, quien de repente levantó la mirada y, como si por ambas partes pudieran hacerlo, chillaron del susto al contemplarse las caras.
El sombrero se soltó de golpe y el mono salió corriendo como alma que lleva el diablo.
—¡No puede ser! —Lene se encontraba pegada al techo, sobresaltada como nunca antes—. Dime que está bien ¡Dime que no le saqué la cabeza con el elástico del sombrero!
Mortificada y llena de preocupación, intentó acercarse a Mango. El pobre había empezado a sacudir la cabecita mientras gruñía del dolor, apretando el sombrerito rojo entre sus manos. Se había roto el elástico de su amado accesorio, y en verdad que parecía lamentarse por ello.
Me invadió la pena.
Ya me encontraba acercándome para comprobar su estado, pero otro mínimo movimiento me hizo detener el paso y girar el cuello.
El zapato de monopolio rodaba, aproximándose al borde del balcón. Iba a caer.
—¡Lene! —chillé y Mango remedó mi grito a su manera.
No pude lanzarme como un beisbolista al llegar a primera base, porque supondría arriesgar que Lene y yo chocásemos sin querer, y mi luz... Todo giraba en torno a ella.
Como un torbellino pasó junto a mí y, de algún modo, se las ingenió para treparse sobre el barandal y quedar colgada de las piernas.
—¡Lo tengo!, —dijo sin aire— lo tengo.
Se levantó haciendo un abdominal y por un momento permaneció sentada sobre el barandal, como si recapacitara lo que había terminado de hacer.
Me pareció extraño.
—Sabes volar, ¿por qué no bajaste más?
—La estrella no es tan amplia como aparenta. —Metió el zapato de juguete en el bolsillo de mi sudadera, en mi cuerpo inconsciente—. Tiene sus límites. No es como si encerrara todo un mundo en su interior. Claro que unas son más pequeñas que otras, pero también pueden expandirse. Depende mucho de la cantidad de magia que uses para ello. En los escenarios se acostumbra a no excederse del lugar principal, en este caso, del balcón.
No quería imaginarme qué podía pasar si alguien sobrepasaba tales límites. Tampoco vi como algo sustancial el preguntar.
Milo, un tanto confuso, pero ya en mejor estado, se sentó. Al menos se le había pasado el enojo que tenía en contra de Renzo.
—Creo que es tiempo de que regreses a tu cuerpo —mencionó Lene.
Había llegado la peor parte. Solo había salido una vez y regresado a él a través del espejo. Pero ya no tenía uno.
—Se está levantando —me apresuró Lene.
—Estoy pensando.
Mis ojos recayeron en el par de ventanas del balcón. Si mal no recordaba, Dalas había hecho uso de un reflejo contrario al que yo empleé para abandonar mi cuerpo, como el parquet del gimnasio. Entonces no era necesario usar determinado espejo, solo algo en lo que pudiera verme. Ya sabía qué tipo de objetos usar para salir, pero, ¿cómo regresar? La última vez bastó acercarme al espejo y pronto empecé a sufrir parálisis. Pero en este momento, aunque me estuviese contemplando en las ventanas y deseando volver, nada parecía ocurrir.
—Se te fundirá el cerebro de tanto que lo usas.
Señorita razón nuevamente.
Me acerqué a mi cuerpo y no me atreví a introducir la mano como la última vez, porque había reaccionado solo esa parte que metí y fue bastante extraño.
Tal vez, si conseguía la forma de hacerlo por completo...
—¡Eso es!
—¿Eso es, qué?
—Puede que funcione.
Tomé viada, recordando la última vez que había hecho algo tan estúpido como eso y, lo único que conseguí, fue terminar saltando como una subnormal sobre una piscina pintada en el suelo.
Corrí hacia mi cuerpo y me arrojé sobre él como si se tratara de un clavado hacia una piscina olímpica.
Lo máximo que podría suceder es que me estampara contra el suelo, o traspasara mi cuerpo y me tatuara en la pared. Penoso, pero gracias al cielo, no sucedió.
Mi cuerpo me absorbió con el doble de fuerza de como sucedía al entrar o abandonar una estrella. Percibí el gran sacudón del mismo al recibirme y luego, nada. No podía moverme y empezó a faltarme el aire. Sentí como si estuviera cubierta de piedra, enterrada bajo una inmensa montaña de tierra.
Permanecí totalmente paralizada, con cada músculo hormigueando y deseando, tras escuchar un grito ahogado, al menos ser capaz de abrir los ojos para ver quién había lanzado semejante alarido.
Dentro del mismo segundo, el suelo tembló a causa de lo que parecieron ser pesadas zancadas. Posteriormente, oí el quiebre del cristal de la ventana ubicada sobre mí.
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Campanita: (Campanilla en España, o Tinker Bell en inglés) es un personaje de la película Peter Pan.
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