Capítulo veintiocho
✶ SENTENCIA ✶
Quería empezar por el cambio. Buscar una solución y salir del encierro, de la aborrecible oscuridad.
No podía soportar que me cegaran; no ver nada, no saber nada de lo que ocurría. Estaba verdaderamente molesta con respecto a tantas mentiras ocultas que, la incertidumbre, con facilidad conseguía atraparme cada tanto y me desorientaba, así como la sombra, que había logrado atraparme sin ningún inconveniente.
Me sentí una insignificante por completo, rodeada de cuatro paredes y un techo que no me permitía escuchar nada más que un leve chisporroteo y el sisear constante de la arena alrededor de mí. Rodeada siempre de oscuridad... Cada vez parecía hundirme más en un río, cuya corriente de problemas me había arrastrado con fuerza abrupta desde un comienzo.
Era una completa tortura que los ruidos cambiaran de posición cada tanto. De un lado a otro, pretendiendo jugar con mi cordura.
Puse la mente en blanco, y fue muy difícil, pero no imposible.
La oscuridad provocaba inseguridades, lo sabía muy bien, y de ellas mayormente provenían los temores. Pero no iba a sumergirme en la desesperación otra vez. Me recordé que tampoco quería atascarme en un mundo en donde el miedo predominaba, volviéndose fuerte a base de incertidumbres. Y aún si cualquiera tuviera el poder para ver mis fortalezas como lo había hecho Dalas, nadie volvería a utilizarme y hacerme de comodín.
Sentí un gran peso encima, mis extremidades colgaban de mi cuerpo como si alguien tirase de ellas hacia el suelo.
En busca de apoyo quise meter las manos en mi bolsillo, pero antes de que sucediera, sorpresivamente, Thomas atrapó mis dedos y los oprimió con fuerza, presionando los anillos contra mi piel y causándome un leve dolor.
Lo habría lanzado contra el piso de haberme tomado por sorpresa, pero mi atención estaba en todas partes, forzada a pensar en flores y mariposas para que las cosas no fueran a salirse de control.
«Nada de miedos o inseguridades. Es tiempo de ser valiente».
—El miedo al cambio y a lo desconocido, domina. Pero diferente a las sombras, te hace quien eres: humana. De ese modo, siempre querrán tener el poder y controlar tus temores, a menos de que te propongas en hacer algo al respecto. —En un susurro, aquellas palabras ajenas solo brotaron de mis labios, pero a su modo, gozaban de mucha razón—. Por lo que más quieras, Zara, no permitas que me controle, al menos no, si continúa fuera de su lucidez.
—¿Aros está aquí?
—Sí.
Miré hacia arriba y de nuevo en todas direcciones, en busca de atrapar con la vista cualquier cosa, lo que fuera.
Nada más que un profundo negro visualicé, sumergiéndonos en un ambiente que parecía alimentarse de toda energía. El cuerpo me pesaba cada vez más.
—¿Qué se supone que haré para que no te controle?, ¿olvidas que los anillos no siempre me responden como querría ya que resulto descender de otro circo?
—Zara, el padre de Ashton piensa que Dalas te dio los anillos por algo, y yo también lo creo.
—¿Para qué podrían servirme?, ¿de qué forma conseguiría hacer algo bien sin tener que rogar, ni tampoco llegar al límite de encontrarme al filo de la muerte para que, quizá, se comidan en funcionar en último momento? —cuestioné, mirando cuidadosamente a mis espaldas y luego hacia mis manos, no podía verlas. Me recordó la vez en que salí del recuerdo en donde vi a Ashton morir, solo que al menos, ahí, sí podía distinguir mis palmas.
—¿Sigues ahí? —cuestioné después del momento en el que inesperadamente no opinó nada al respecto.
—Eres valiente —habló como si fuera una solución para salvar al mundo del mal. ¿De qué me servía?
Quise torcer la mirada y así delatar mi completo desacuerdo hacia lo último que habíamos terminado de decir, pero el punto insistente era que no podía ver nada.
—Mira a tu alrededor Thomas, seguimos en este mundo. Valiente o no, eso no ayudará. Por lo menos no en un momento así.
Durante los últimos segundos no me había servido de nada permanecer valerosa, luchando en contra de mis pensamientos más oscuros.
Una vez más, no dijo nada, lo que agradecí en cierta forma ya que no podía dejar de sentirme extraña al ejecutar dos diálogos por mí misma.
—¿Aros puede sentirte cuando estás cerca? —pregunté tras, repentinamente, tener una idea.
—No. Ya te lo había dicho, mientras tú estés junto a mí, amurallándome con la magia de los anillos, él no podrá percatarse de mi presencia, a menos que personalmente me vea, o que decidas botarme en algún sitio. Ahí sí que podría llegar a saber en dónde me encuentro. Entonces yo tendría que cavar un hoyo, para que la arena, como un elemento...
—Ok, ya entendí... ¿Y tú, puedes sentirlo a él?
—Zara, ahora tengo este cuerpo. ¿Crees que no intenté hacerle entrar en razón? No escucha. Él puede incorporarse en mi cabeza y controlarme a su gusto, pero yo no puedo hacer lo mismo con él, ya te lo mencioné. Soy inútil estando así.
Podía entender la parte de inútil, pues últimamente, así es como me había sentido yo.
—¿Y si vuelves a formar parte de él?
—Entonces será más fácil, porque finalmente me escuchará. Aunque me inquieta saber cómo lo harás.
No sonó a desconfianza, fue simplemente curiosidad.
—Prefiero evitar decirte y que Aros, por cualquier cosa, pudiera enterarse.
—No tienes idea, ¿cierto?
—¡Chis!
—No me chites.
—¿Escuchaste eso?
La arena palpitó bajo mis pies y, luego, estuvo un ruido similar a sacudir una sábana cada dos segundos.
—Por eso supe que Aros estaba aquí. Son aleteos —indicó.
Sonaban poderosos.
Parpadeé rápido. Mi corazón empezaba a acelerarse y eso no era una buena señal. No quería perder el control y llamar al miedo para que me invadiera en su totalidad.
—Mantente oculto en mi bolsillo y no asomes la cabeza por nada del mundo. Así no sabrá que estás presente y tampoco intentará usarte.
—Eso suena a...
—Cállate, me siento rara hablando de esta forma.
—¡Bah! —Se escondió en mi bolsillo y ahí, muy quieto se quedó.
Si fuera más grandecito y no tuviera que ocultarse, le habría pateado en las dos canillas. Empezaba a odiar que se expresara así, como todo un niño malcriado.
—Espero no hayas olvidado decirme algo importante —musité.
—El deseo es un simple interés —recitó, y al hacerlo los dos juntos, casi pudo haber sonado como un extraño coro del más allá—. No hagas que sea solo un interés, hazlo más propio. Desea con el corazón.
—Suena extraño viniendo de ti. Nunca has dado buenos consejos.
—Lo sé.
—Pero este tal vez pueda servir.
—¡Lo sé! —reincidió con la voz aguda y empleando mayor energía—, soy un genio filósofo, ¡ja!
Aún en un momento así, seguía siendo igual de graciosillo.
Negué con un gesto que de seguro él no consiguió ver.
—Petulante... No puedo imaginar cómo resultaría la mezcla Thomaros.
—Tomaros de las manos —canturreó. Parecía un obispo predicando.
—¿Te fumaste la arena del suelo o algo? —No pude evitar reír.
Seguramente ya parecía una demente, coreando boberías a tal nivel.
Después de todo, todavía podía sentirlo igual de cerca que antes. Me dio la impresión de que seguíamos siendo tan amigos como en el pasado.
—Míralo por el lado entretenido y relájate. Es una buena forma de afrontar las cosas, y el miedo no es la excepción. Suelen creer que los circenses estamos locos, pero la verdad es que solo nos gusta divertirnos.
La gracia se esfumó tras recordar a la última persona que me insinuó algo similar: Ashton. Siempre lo tomaba todo por el lado positivo, «como un juego de niños», había dicho. Tal vez fue así como se mantuvo durante treintaiséis años, luchando contra la oscuridad.
Empezaba a echarle de menos.
—¿Cómo conseguirías divertirte en un mundo tan horrible como este? —revelé.
—Con una pizca de magia.
De repente sentí mucho calor y las paredes de penumbra total, prácticamente se esfumaron en menos de un parpadeo.
Les tomó un momento a mis ojos acostumbrarse a una oscuridad menos densa y, sobre todo, distinguir a la figura humana que voló sobre mi cabeza, estirando los brazos como si fueran alas. Tenía una larga cinta que se ondeaba en el aire desde sus pies muy juntos, haciendo de cola. De nada nos había servido destruir los muebles, no pensé que, tan pronto, se nos llegaría a presentar alguna calamidad.
Perseguí su recorrido con la mirada, hasta cierto punto en donde una enorme silueta apareció, así, de la nada. Esta última parecía un avión cuyas turbinas emitían gruñidos guturales y, de algún lugar en la parte superior, surgía un leve resplandor blanquecino. Desde lo lejos semejaba tener el color de una sombra, pero no era negra por completo, un tenue color vino la hacía resaltar de entre todo el ambiente apocalíptico.
Se elevó, dio un giro y la punta se abrió. En el interior, una pequeña esfera incandescente flotaba, iluminando una fila superior e inferior, de grandes y punzantes colmillos oscuros. El par de alas a sus costados parecían un viejo paraguas y se agitaron como antenas receptoras.
De pronto, otra figura humana similar a la primera surgió de la nada y, tan veloz hacia su encuentro, logró impactarla con brutalidad, traspasándola, formando un agujero de vacío en su interior que no tardó mucho tiempo en rellenarse.
Forcé un poco la vista para comprobar que estaba en lo correcto.
De hecho, así fue. Las figuras humanas que aterrizaron en el suelo y querían hacer de pájaros, se levantaron tambaleantes y corrieron serpenteando en mi dirección.
Eran los gemelos.
Pero la más grande, que todavía volaba sobre nosotros como buscando, se trataba de una de las aves de Aros, pero evidentemente no cualquiera que hubiera visto jamás. Era inmensa y tenía una cola tan larga, que parecía ser la de una serpiente. Ocho patas colgaban de su torso, similar al de un percherón. Justo en la cabeza poseía un casco de gruesas púas y unos ojos que más bien parecían rubís. A su lado volaba una igual, pero, en comparación, mucho más pequeña.
—¿La cría es la cosa que vimos salir del huevo? —Lene preguntó a mis espaldas, haciéndome voltear de un salto. Cuando se acercó hasta casi tocarme la espalda, logré verla por completo. Parecía que la oscuridad se hacía cada vez más densa. —No me gusta lo que lleva en el hocico.
Miraba hacia el cielo, con suma preocupación.
Al levantar de nuevo la cabeza, vi que la bestia más grande soltaba una clase de polvo sobre la sobresaliente con árboles que cruzamos corriendo, como si estuviera fumigándolos. Detuvo su vuelo y abrió el hocico, la pelotita en el interior brilló, y, justo detrás de ella, otra más apareció. De repente, cientos de chispas cayeron, estallando y encendiendo todas aquellas partículas en el aire que finalmente se cernieron sobre los árboles, como una nube incandescente.
Lene retrocedió tanto como yo, adentrándonos todavía más al lago. A esa distancia los árboles parecieron ser candelabros hechos de fuego. Y, en medio del grupo, otra figura en forma de cuadrado partió a toda velocidad, levantando muros de arena a su alrededor que intentaban protegerla del fuego. Una vez lejos, el cuadrado empezó a deshacerse, entonces, justo en su interior, la sombra se moldeó hasta configurar el cuerpo de un humano.
—Archenar —indicó Lene.
—No me preocupa él, sino los escupe fuego de Aros. Si no estoy mal, creo que la más grande lleva sus piedras en el hocico — recalqué, pues ella ya se había percatado de ese detalle.
—Me gustaría que Ricci nos encerrara en una de sus cajas y así no exponernos al fuego, pero Aros, gracias a la ayuda de sus piedras, desarrolló la destreza para encender todo lo que nos rodea. —La voz de Lene parecía extinguirse de a poco—. Lo hizo con la caja que te aislaba hace un momento.
—¿En dónde está el?
—Sentado sobre esa cosa. —Señaló en dirección al cielo.
El enorme esperpento volaba con ligereza sobre su propio eje, acompañado siempre de su cría.
Los aletazos resonaban en el cielo como telas que abofeteaban el aire. La más grande, de pronto las pegó a cada lado de su cuerpo independientemente y se arrojó en picada hacia el suelo, dejando un camino de polvo que, tras alcanzar los árboles, el fuego sin dudarlo aprovechó para ascender como si se tratara de una escalera, configurando así, una cortina chisporroteante que desde mi posición casi fue capaz de alcanzar las nubes poco antes de esfumarse.
La monumental figura estuvo a punto de aterrizar como una bomba con rabo de fuego sobre Archenar, pero metros antes de impactar el suelo se elevó, lanzando una gran descarga de polvo. La sombra levantó los brazos con rudeza y una pared de arena se alzó con la intención de protegerla. En aquel momento el fuego impactó el muro, consumiéndolo con rapidez y, minutos después, todavía persistió sin apagarse. El polvo de la bestia había conseguido esparcirse por doquier, haciendo estallar las diminutas partículas como cerillas al encenderse.
Ricci, como Lene lo había llamado, intentó huir en nuestra dirección, pero a las llamas incandescentes no les resultó para nada complicado abrasarlo poco después de que lograra flotar tan solo una corta distancia. Fue atrapado por ese polvo explosivo.
Ver su figura arder entre luces pirotécnicas me perturbó por completo. Empecé a tener a Ashton presente en mi cabeza. Fue terrible pensar que cosas de ese tipo también me lo recordaban, y sentía dolor agonizante en el pecho por toda la injusticia que él debía experimentar.
Levanté la vista con furia, como sabiendo de antemano que daría con el causante de toda destrucción. Pues el mismo permanecía ahí, no muy lejos del suelo, sentado con total indiferencia sobre el lomo de su bestia. Sonrió. Vi su gesto mojigato iluminado por las flamas que persistían en la saliente, consumiendo las figuras que en su momento pretendieron ser árboles.
—¿Cuándo se le agotará la energía del medallón que tiene? —pregunté en voz baja, conociendo la respuesta, pero deseando disparatadamente que sucediera. Todo dependía de cuándo había sido la última vez que pudo cargarlo con la mitad de la fuente de energía que le quitamos. Además, pude suponer que también era importante cuánta magia necesitaba para crear sus monstruos del infierno—. ¿De qué material están hechos?
No pudo haberlos creado con el medallón del primate, puesto que se encontraba bajo tierra, con los ancianos. Así su magia estaba enfrascada. Nadie desde el exterior podía usarla.
Lene dio con la misma razón que empezó a cruzar por mi cabeza, y sonriente respondió:
—Tela, principalmente tela.
—Juego nivel uno: lo atraemos al bosque de fuego y quemamos la piñata para obtener el premio.
Lene me miró raro.
—Pi... ¿qué?
—¿No sabes de lo que hablo?
Negó con la cabeza precipitadamente.
—Suelen ser figuras de cartón que golpeas con un palo hasta romperlas, entonces obtienes el premio que guarda en su interior, ¡y no sé por qué estoy perdiendo el tiempo explicándote esto! Hay que llamar su atención y quemar al fenómeno de tela.
Y tampoco fue necesario gritar más alto. Su monstruo lo bajó al suelo como si se tratara del rey de las sombras, exterminando mi plan antes de siquiera empezar a ejecutarlo.
—Genial...
Regresé una discreta mirada sobre mi hombro y vi a Lene; había retrocedido hasta un gran montículo, sin poder despegar la mirada de Aros y su espalda iluminada por esa luz blanquecina que ya había visto antes. Seguramente se trataba del medallón faltante.
Después de pensarlo un poco, no encontré la forma de asegurar si Lene se encontraba asustada, porque simplemente tenía la mirada perdida en él, sin delimitar ninguna expresión que evidenciara mi teoría. Tal vez era debido a la impresión por ver lo que, junto con los otros cinco, habían convertido.
El odio personificado en compañía de su bestia, que bien podría reflejar su alma, se encontraba parado en frente de nosotras, con el poder predominante para crear fuego bajo nuestros pies e incinerarnos si la sola idea se le cruzaba por la cabeza. Como si se tratara del mismo demonio.
Lucía mucho más amenazante y temerario que nuestro último encuentro. Debía estar realmente enfadado por todo lo que hicimos para escapar de su particular refugio.
—Terminemos con esto —dijo con una armonía que me erizó la piel.
Le hizo un gesto a su compañero, quién sacudió la cabeza como un perro y soltó gran cantidad de polvo.
Retrocedí por instinto, aunque mis movimientos fueron muy lentos. Todavía sentía la pesadez en mi cuerpo yendo en aumento.
Me topé con los títeres que por primera vez permanecían inmóviles.
«Piensa en algo, rápido, o lo mismo que pasó con Ashton, podría volver a suceder».
Pero no se me ocurrió nada. Junto a sus creaciones y ante mis ojos, lucía imponente.
Su gran animal despegó las patas del piso y de nuevo sacudió la cabeza. Las piedras en el interior de su hocico salieron como un disparo expulsado por sus dientes y trazaron un círculo de fuego a nuestro alrededor. Cuando volvió a caer sobre el suelo, tembló la superficie y un gran número de partículas arenosas se elevaron, desapareciendo sobre nuestras cabezas como una cúpula humeante. Las piedras regresaron a ocupar su sitio detrás de los colmillos.
El calor y la pesadez inmovilizaron mis piernas. El mundo de las sombras era el infierno en sí.
Estudié a la redonda, tratando de mantener la calma. Encontré a mis hermanos, dentro del círculo, corriendo en dirección a la línea incandescente. ¿Estuvieron cerca todo el tiempo?
Lene en cambio se hallaba fuera del círculo, flotando demasiado lejos del resplandor que producía el fuego y respirando como si hubiera terminado de correr una maratón. Sus ojos dieron con los míos, transmitiendo un sinfín de emociones alteradas.
Segundos después, los títeres frenaron justo en el filo de la raya llameante y se empujaron entre ellos, animándose a saltar, pero la línea era gruesa y las llamas doblegaban sus alturas correspondientes.
Era imposible.
Rogué porque no saltaran a la brasa, también porque Lene no hiciera más que permanecer mirando el cuadro montado por Aros y que, al menos, sacara a los gemelos. No podía perder su esencia, no podía perder a mis hermanos.
—Por si las sombras y fantasmas... —escupió un Aros precavido—. No deseamos que arruinen la escena —finalizó con agudeza.
Caminó hacia mí, desistiendo de su bestia a sus espaldas.
Apenas logré levantar una pierna y luego mis pies se pegaron al suelo como atraídos por imanes.
—Lo intuía —sonrió—. Más tarde que temprano, harías algo estúpido como venir a buscar el último artilugio sin nada que sustente tu banal existencia en el arco de la muerte. Solo tenía que esperar, aunque debo admitir que empezaba a perder la paciencia.
—¿Tú?, ¿paciente? Quisiera burlarme de eso —mascullé.
—Según parece ser, no traes ningún medallón contigo —rio desdeñoso—. Te conviertes en piedra... —Señaló hacia mis pies. Las suelas blancas de mis Converse empezaron a volverse negras.
No podía ser posible. Se suponía que el amuleto de Mango debía ayudarme en ese sentido. Contaba con que estuviera cargado, pero parecía ser que su magia estaba a punto de terminarse o no era suficiente para mantenerme estable en el mundo de las sombras. Era muy grande en comparación a un titi, debí haber pasado por alto aquel importante detalle.
No era bueno, en lo absoluto.
—¿En dónde están los medallones, Zara? —Buscó entre sus bolsillos traseros—. Cuento contigo antes de que la oscuridad te consuma por completo.
Como lo había sospechado, sus ojos estaban mucho más vacíos que nunca. El molestarle cuando escapamos, debió afectarle hasta el punto en que su estado empeoró significativamente.
Sostuvo el medallón hombre entre sus manos, brillando ante mis ojos, aparentemente pensando utilizarlo en una nueva hazaña. Entonces confirmé, esa había sido la luz blanquecina que vi antes, resplandeciendo a sus espaldas.
Sentí dolor en las plantas de los pies y quise gritar, pero me mordí la herida que ya tenía hecha en la lengua apropósito, con la intención de pensar en cualquier otra cosa que no fuera sucumbir.
Tenía que hacer algo, lo que fuera. Pero no podía concentrarme en el consejo de Thomas y los anillos, al menos no, con la sensación de que me desgarraban los pies de por medio.
—No lo sé. Ni tampoco te diría nada —exhalé con fuerza.
Hizo una mueca de puro desprecio y plantó los pies justo en frente de mí, reservando un pequeño espacio entre nosotros.
—Esperaré a que te conviertas y así te sacaré los anillos de Dalas, aunque tenga que arrancarte los dedos. —Su voz rebotó en mi interior, pero no consiguió atemorizarme, de hecho, dolió mucho más que la oscuridad arrastrándose como púas por mis pies.
—Aún si los tienes, no podrás usarlos. Lo sabes bien.
—Lo que sea es peor que nada. —Se encogió de hombros—. Es peor que no ser visto. Existe alguien que conoces muy bien, alguien que comparte ese ideal conmigo. Ashton pasó bastante tiempo así, ¿o me equivoco?
Su insinuación de sonrisa me fastidió, sobre todo cuando distinguí aquel hoyuelo en su mejilla, perfilado por las comisuras de sus labios.
La oscuridad era algo así como uno de los muros que Archenar podía crear; igual de fuerte y alta. Tenía el poder para descontrolar, aminorar y hacer sentir impotente a cualquiera. Pero sólo dependiendo de la perspectiva, podía contemplarse qué tan alto era ese muro que se debía cruzar. Si se lo miraba desde abajo, su sombra cegaba, anteponiéndose a lo que había más allá. El miedo también se hacía presente ahí debajo, ante nuestros ojos, imposibilitándolo todo con tal de fortalecerse. Era fácil quedarse ahí, paralizado por temor a lo desconocido.
Solo tenía que buscar la forma de ver desde arriba y, para ello, debía encontrar manera alguna de escalar, porque sólo desde lo más alto se tiene una perspectiva clara de lo que sucede alrededor, del siguiente camino a seguir.
Aros permaneció ahí todo el tiempo, abajo, acurrucado bajo esa sombra, ciego ante lo que tenía en frente de él; Eloísa, Ashton padre e hijo, Renzo, Milo, Mango... Todos ellos, a su manera, tenían un buen corazón, y de haber buscado su apoyo, habría logrado saltar ese muro. Así como el amor hacia mi familia y Ashton me motivó para seguir adelante después de creer que todo estaba perdido. Pero no, él decidió hacerlo solo y tomó la peor decisión de todas: dejarse ensombrecer por aquella oscuridad, volviéndose parte de ella.
Yo no quería quedarme ahí, quería hacerlo por Ashton y mi familia, por Thomas, Lene, Renzo y Milo, por todos en Port Fallen. La oscuridad no podía en contra de ese afecto que me impulsaba a continuar, aunque me convirtiera en piedra, no podría arrebatarme ese sentimiento tan fuerte que me movía.
—No puede ser que no sientas nada, de hecho, creo que apropósito te dejas llevar por aquellos amargos sentimientos. Te dejas arrastrar por el camino fácil, aún después de que llegaste a sentir algo.
El enojo abandonó su rostro y le dio la bienvenida a la confusión.
—¿Qué te hace pensar...?
—Te vi llorar, ¿recuerdas? Aquella vez, en mi habitación, cuando mi familia fue atrapada en la feria y nos visitaron mis hermanos títeres por vez primera. Sé que controlabas a Thomas todo el tiempo. Y al despertarme tenías los ojos rojos, como llorosos, pero te excusaste con que no pudiste dormir debido a Ashton. Lo que no tenía sentido, pues sabías que él no te reconocería, yacías escudado por Thomas. No había forma de que le temieras, pues ya conocías su debilidad.
Me causó remordimiento haberme burlado de él en ese entonces. A veces, no había forma de percatarnos del mal que otros padecían, pues solo contemplábamos el exterior o mirábamos lo que queríamos ver, mas no lo que por dentro sobrellevaban. No había forma de saberlo. No teníamos ojos en el alma.
Rio con sequedad, y me habría molestado, de no ser porque mis piernas empezaron a acalambrarse. El dolor avanzando hacia mis tobillos, quiso arrojarme de rodillas al piso.
Me mantuve firme.
—Sé por qué motivo llorabas —continué insistiendo. Si al menos tratar de recuperar algo de su cordura era lo único que podía hacer, lo haría hasta el final.
—No pensé que la oscuridad empezaría a afectarte tan pronto —dijo en son de burla, pero así como él lo hizo conmigo en un principio, ignoré sus palabras por completo.
—Llorabas por tus padres, ¿cierto?
Sus hombros se tensaron y su semblante se contrajo. Parecía a punto de explotar, pero por primera vez se quedó callado, arrugando tanto la frente que, cuando su piel se alisó, las líneas quedaron marcadas de un color amarillento.
—Se fueron, y los cinco te hicieron creer que te abandonaron. No creo que...
—¿Qué podrías saber tú? —intervino con fastidio.
—Sé que el que no confíen en tus capacidades acaba con uno, porque los sueños nos hacen tal y como somos. La desilusión y la envidia, ciegan y destruyen. La ilusión rota de mi madre le hizo creer que yo fui capaz de dañar a una amiga, pero Ashton estuvo para mí en ese momento, cuando quién sabe que, así como tú, pude haber tenido la posibilidad de tomar una mala decisión. Es lo que cambió en ti esa vez, cuando se burlaron de ti. Una familia no es aquella que se critica, o se resalta los peros, es aquella que te tiende una mano, ayudándote a levantar. Y sé que tú no tuviste a nadie en ese momento y tampoco buscaste ayuda, pero dime, ¿cómo podrías saber si realmente te dejaron? Los padres no abandonan, tampoco lo harían sin una buena razón. No te has puesto a pensar en la posibilidad de que no les diste tiempo para volver. Ellos estaban lejos cuando dio marcha la maldición, dime entonces, ¿cómo regresar? Todo desapareció y tú lo hiciste también, ¡idiota!
El final estaba de más, pero realmente quería hacerle entender, aunque Thomas me hubiese dicho que era imposible. Perder la esperanza era perderlo todo.
Soltó otra risa, como si le importara poco. Quise haber tenido el valor y la fuerza que me faltaban para golpearlo y así conseguir que reaccionara de una buena vez.
—Ni modo que se hubieran atorado en la puerta de entrada a casa —bromeó.
—Parece que sí, soy muy estúpida al tratar de razonar con alguien que no tiene conciencia.
Me miró con sus ojos tan opacos como el carbón. Y tomé resistencia ante las lágrimas que querían abalanzarse sobre mis mejillas. No podía sentir los dedos ni las piernas en sí, era como si careciera de extremidades inferiores.
—¿Quieres que lo diga? Bien, lo haré, tan solo porque no te queda mucho más que un par de minutos. Murieron, Zara. De camino a Noruega en un supuesto accidente mientras nosotros estábamos haciendo estúpidas visitas por los Puertos. Y sí, tienes toda la boca llena de razón, volvieron, pero adivina con qué apariencia. ¿Ya te suena una campana en esa cabecita tonta? Aunque todo regrese a la realidad, ellos no volverán. Los muertos se quedan como están, muertos.
Sentía que su necesidad era recalcarlo por Ashton, quería apuñalarme con sus palabras.
Pero era mayormente lamentable. No podía imaginar que sus padres regresaran convertidos en sombras, además, no estaba segura de si alguna vez tuve un encuentro con ellos, pues todas se parecían mucho. Las habilidades que demostraban nos habían permitido saber quiénes eran. Y nunca se presentaron ante mí de una forma que pudiese comprobar.
No pude más, solté un sollozo y él una carcajada.
Todo parecía un chiste saliendo de sus labios. No le afectaba hablar de ello ni nada en particular. Solo estaba completamente lleno de rencor. Parecía no querer afrontar la realidad de las cosas.
—Tal vez si te digo que te pudrirás en toda la oscuridad que creaste, será como un «dulces sueños» para ti.
—¡Bien! Bien. Por fin nos empezamos a entender.
Sentí pena por él. Realmente estaba perdido en la oscuridad, sin sentimientos ni ilusiones.
—Alguien regrésele el cerebro a este tonto que ya no lo soporto más. —Alcé la vista y di con una Lene decisiva, quien de repente guiñó un ojo, pero no me miraba a mí, sino hacia las manos de Aros—. Bien, se acabó el tiempo.
Movió los brazos como si estuviera estirando los músculos.
Miré de nuevo a Aros, con el corazón latiéndome a mil por hora al tener una vaga idea de lo que planeaba hacer, y esperaba que no fuera justamente eso.
—Ni se te ocurra decir nada ni voltearme a ver nuevamente o me delatarás. Confío en ti y en que lograrás usar esos anillos para obtener el medallón.
Juntó las manos como si fuera a rezar y frotó sus palmas.
«¿¡Qué demonios pretendes!?», grité en mi mente, deseando tener el don para comunicarme telepáticamente.
—Mi asunto pendiente, ¿lo olvidas? —respondió como si hubiera logrado escucharme.
Sonrió perfectamente y, sin dejar pasar más tiempo, se clavó en trayectoria a Aros, directo hacia la boca de fuego.
✷ ✶ ✷
Sígueme en mi cuenta principal en Wattpad, tengo más libros completos: @gabbycrys
Twitter: @gabbycrys
Instagram: @gabbycrys
Facebook: @GabbyCrysGC
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro