Capítulo veintinueve
✶ VOLUNTAD ✶
Sus últimas palabras desfilaron por mi cabeza mientras intentaba entender por qué razón Lene se arrojó hacia la luz. Después de tantos años manteniéndose alejada de todo lo radiante, dentro de ese segundo, algo la hizo cambiar; un tal «asunto pendiente», como lo había llamado.
Su trayectoria se marcó como un excepcional arcoíris debido a los colores que la adornaban, y resultó que, en la oscuridad, no había podido distinguir por completo... Su cabello malva fue el primero en rozar el fulgor amarillento, formando un casco aural en términos violetas; el top que en su momento me pareció negro, más bien semejó ser un remolino que se encendió entre tonalidades verdosas; luego, su falda aleteó como las plumas de un ave, cada encaje parchado se difuminó perfectamente con el de más abajo, formando un degradado entre una mezcla de un rojizo apagado hasta un naranja casi brillante, igualándose de ese modo a las vehementes flamas que en un comienzo deseaban alcanzarla, pero que en ese instante, más bien parecían cambiar de idea, haciéndose más pequeñas en comparación.
Me pregunté si acaso trataba de lanzarse directo hacia su ruina, y no solo la suya, yo también estaba incluida al no poder moverme. Pero cuando en sus ojos aceitunados se reflejaron las llamas del fuego, esclarecí que no solo era eso lo que veía, se centró en algo más.
Llegó veloz, casi igual de rápida que un avión.
Justo al tenerla delante, Aros, también frente a mí, fue lanzado hacia atrás, posteriormente, Lene terminó de pasar a toda celeridad por el medio de ambos, y, así mismo, los frenos le fallaron. Su hombro impactó el suelo con fuerza brutal y formó un camino de arena que cicatrizaba detrás de ella, dejando un suelo liso otra vez. Continuó deslizándose como si fuera sobre un tobogán y, finalmente, traspasó la cortina de fuego que la bañó hasta un par de metros más allá, siendo el lugar en donde por fin se detuvo.
Todo pareció haberse detenido durante el par de segundos en los que fui sumergida dentro de lo que aparentaba ser un horrible sueño, pero aunque en su momento llegó a parecerlo, no lo era.
Lene había tomado la audacia de saltar a la luz, así como sucedió con Ashton cuando me salvó. Ambos llegaron al punto de tomar decisiones precipitadas y a tales extremos.
Llegó a impresionarme la fuerza y determinación requerida para hacer tales cosas, y sabía bien que no era debilidad, porque de ser así, habrían preferido permanecer con el perfil bajo, ocultos entre las sombras todo el tiempo.
Aros, iracundo, empezó a levantarse del suelo, pero mis ojos como desconectados no lo siguieron y, más bien, contemplaron con desorbitado espanto a la silueta que temblaba en el piso y recibía al fuego como puñales que terminaban de pintar su piel de negro.
Casi dos minutos más tarde, la figura de Lene se puso de pie, luciendo por completo como una sombra.
Aros pegó un grito al aire de pura rabia, enterándose de que ya no tenía el medallón entre sus manos, y no gozaba de ningún control sobre aquella que se lo había arrebatado.
La enorme bestia con alas se elevó del suelo al segundo, así como las llamas a nuestro alrededor crecieron, duplicando su monumental tamaño.
Lene voló alrededor, sin rumbo alguno, tan solo escapando de aquel abominable monstruo que empezó a perseguirla. Recordé que entre sus últimas palabras también incluyó que confiaba en mí para recuperar el medallón. Sabía perfectamente que una sombra no me lo entregaría a voluntad propia, así se tratara de la misma Lene.
Mis brazos se agitaron por el dolor que trepó por mis muslos, disparando mi corazón y enviando tanta adrenalina a través de mi cuerpo, que empecé a temblar. El calor también se volvió abrazador.
Debía pensar en la manera de recuperar el medallón, pero ya ni siquiera podía ver a Lene debido al fuego que repentinamente pareció condensarse. Aunque, conocía muy bien esa misma consistencia, lo había visto en el faro, cuando Milo, con ayuda de la carretilla, me ayudó en mi precipitado descenso. Sin embargo ahora parecía ser mucho más viscosa. Y tal como empecé a sospechar, las paredes fogosas comenzaron a torcerse, formando remolinos relampagueantes que subían hasta perderse en la lejanía.
Aros lució de algún modo encantado. No perdió el tiempo y más bien aprovechó las fisuras para saltar fuera del círculo de fuego, de ese modo, agitó los brazos a los costados de su cuerpo casi con exasperación.
A distancia, pude escucharlo reír. Y a su carcajeo se juntaron otros más, surgiendo de inadvertidos sitios aleatorios a la redonda, casi tan agudos como si fueran una pequeña parte de él, imitando su regocijo.
Supuse que salió del círculo de fuego para poder hacer uso del medallón hombre que Lene llevaba de un lado para otro, cerca de nosotros. Y de hecho, la luz blanquecina que difuminó en la oscuridad ese mismo artilugio, delató su posicionamiento a un costado, volando frente a una gran silueta con enormes alas que, a más de pisarle los talones, roseaba lo que pude definir como arena mientras chocaba las piedras en su hocico, lanzando chispas para encender más fuego, regándolo de ese modo en ciertos lugares con la sola intención de llegarle.
Debí recordarme que cualquier resplandor que procediera de los artilugios de Circus Stjerne, no podía dañarla ya luciera como un espíritu o una sombra.
Tampoco quedó duda alguna de que Aros todavía podía utilizar la magia que volaba libremente en manos de Lene. La magia de ese medallón no parecía tener ganas de agotarse.
Intenté despegar los pies. Hacía tiempo que había perdido la sensación en mis piernas, pero aun sabiendo que era inútil, todavía creí que existía una pequeña posibilidad de poder salir ilesa. Quizá era estúpida al pensarlo, pero de peores cosas había salido.
Thomas empezó a sacudirse en mi bolsillo, asomó la cabeza, miró al suelo y segundos después salió. Rápidamente trepó como un escarabajo por mi brazo y, con todos sus hilos, se ocultó en mi capucha, a mis espaldas, con sus heladas manos descansando en mi nuca.
Devolví la mirada hacia Aros, quien ni se preocupó en regresar la mirada para comprobar lo que sucedía a sus espaldas. Su atención se vio obstruida por algo fascinante.
—Zara... —susurró Thomas a mi oído, yo también pronuncié mi nombre.
Sentí como si un horrible calambre empezara a carcomerme desde adentro. Consideré un nuevo dolor justo en la cintura, como si estuviera recibiendo golpes directos con una regla de metal, y aun así, lo último que podía perder era la esperanza.
No iba a darlo todo por perdido, porque no lo estaba. Lo había aprendido ya.
Todos alguna vez se sacrificaron por alguien, por algo que tuviese verdadero significado o importancia: Ashton se interpuso entre el fuego y yo, pese a que sus ojos siempre reflejaron temor por él; su padre también intervino entre los objetos que su propio hijo arrojó contra él, Milo, Mango y Renzo en un momento de angustia; Milo y Renzo me habían permitido escapar del faro cuando las sombras atacaron a voluntad por primera vez; y ahora Lene depositaba su confianza en mí, sin importar si perdía el control, tan solo con el objetivo de recuperar la última pieza. Entendí que su asunto pendiente danzaba alrededor de ello, de intentar solucionar todo el daño que había causado. Se sacrificó por todos.
Todos buscaban un balance de cualquier manera y a cualquier costo.
Y yo, todavía tenía algo que podía hacer. Aunque los anillos de Dalas no sirvieran para mantenerme estable en el mundo de las sombras, tuve la confianza de que podía hacer algo con ellos, también porque me lo habían insinuado un par de veces.
Creían en mí y eso era suficiente.
—Vamos tío Ashton, sé que estás aquí —Aros canturreó en voz alta, haciéndome revolotear la mirada hacia todas partes. Mi corazón arremató potentes golpes contra mi pecho porque la maldita cortina de fuego me impedía ver lo que sucedía del otro lado.
Quería ver, quería no depender de los medallones para permanecer estable, quería poder tener la oportunidad de hacer algo por fin.
«Desea con el corazón», había dicho Thomas momentos atrás.
Empezaba a entenderlo. Todos hicieron algo no por bien propio, sino pensando en otros.
Dentro de ese mismo segundo, el primer pensamiento que invadió mi mente llegó acompañado de Eloísa, quien quiso brindar su ayuda a Aros sin saber cómo él llegaría a tomar sus palabras, y que, después de todo, resultó ser mi abuela. La había odiado sin una argumentada razón. También pensé en su pareja y, de igual forma, mi abuelo Renzo, quien solía mirar a sus compañeros como una verdadera familia. En Milo, que pese a ser un amargado, velaba por el bien de todos con la ayuda de Mango; el pequeño primate que, pese a sus diferencias, salvó a Ashton de que se transformara en una sombra en cuestión de segundos, como había sucedido con Lene.
También en mi familia, que a su manera siempre permanecieron junto a mí, compartiendo momentos que echaba de menos y que, desde un comienzo, me impulsaron a seguir. A Thomas también lo consideraba parte de ella, pues siempre me estuvo ofreciendo sus empalagosos pero deliciosos platos de crepes cada que el mundo empezaba a perder el sentido. Lene, por otro lado, por sobre todo lo que había causado, de igual manera llegó a significar un gran sustento, pues, sin sus chistes amargos e inoportunos comentarios, mis miedos e inseguridades me habrían vencido, empujándome dentro de un mundo que pudo haber jugado en mi contra con mucha facilidad. En el grupo incluí al padre de Ashton, quien había planeado cada paso que dimos por alguna razón, un buen motivo, supuse, pues habíamos llegado gasta donde nos encontrábamos.
Por último, y la persona que en pocos días llegó a ocupar un puesto tan importante para mí: Ashton. Aquel cuyo positivismo estaba impregnado en cada una de sus apacibles palabras. Siempre mi apoyo, mi luz entre la oscuridad. Realmente sentía tantas cosas que no conocía y todavía no era capaz de comprender, pero quería que él lo supiera, que lo quería y que simplemente no podía dejar las cosas así entre nosotros. Me negaba a ser negativa con todo respecto a él.
Todos merecían algo mejor, y eso incluía al mismo Aros, quien compartía no solo memorias con Thomas, sino toda una vida. Tratándose, de cualquier forma, de mi mejor amigo. Siempre me dije que haría lo que fuera porque estuviera bien, de eso se tratan las relaciones. Y para que él pudiera verlo del mismo modo, tenía que volver a ser quien era antes: el niño que soñaba con ser brillante. No podía permitir que se estancara entre las sombras.
La sensación de asfixiante calor fue expulsada por un agradable frescor que trajo recuerdos de aquella noche en el puerto y en compañía de Ashton. Fue similar a cuando me acogió entre sus brazos y su helado cuerpo se volvió acogedor, reconfortante.
Percibí un crujido y me encontré observando cómo mi mano había sido sumergida en un resplandor blanquecino tan fuerte, que el fulgor amarillento del fuego fue deliberadamente ofuscado. Estaba rodeada de todo él.
Caí al suelo y, al poner las manos para que mi cara no aterrizara primero, noté que el anillo blanco brillaba con demasiada energía.
Entonces, era así como funcionaba...
—Los sentimientos son su fuente de energía —susurré sin aliento.
El deseo no era lo único que hacía funcionar la magia de los anillos, y peor aún si era egoísta. Una falla que estaba presente en los medallones, ya que le había permitido a Aros terminar con la vida de Ashton con tan solo desear mitigar al resto, de ser visto, con el deseo de probarles que era mejor de lo que imaginaban. No había tomado en cuenta todo ese grumo de sentimientos egoístas y perniciosos, como la envidia.
—Aunque hayas averiguado cómo funcionan, sabes que no puedes usarlos.
Levanté la cabeza, encontrándome con una mirada que el resplandor del anillo aclaraba todavía más. Los cetrinos casi parecían ser de un deslumbrante verde fosforescente. Admiré el pulcro color rojo de su impecable frac, la máscara que casi parecía confundirse con el ambiente por poco cegador, y la posición relajada de su cuerpo que decía mucho de él. Tenía una mano detrás de la espalda y la otra al nivel de su vientre. Como todo un caballero.
—No he olvidado de quiénes desciendo —respondí, arrastrando las palabras de vez en cuando, como secuela de la mordida.
Me tendió una mano y acepté la ayuda que me ofreció para ponerme de pie.
Aún después de estabilizar mi cuerpo no me soltó, más bien, reveló su otra mano en frente de mi rostro. En su momento llegué a imaginar que ocultaba algo detrás de su espalda, pero la palma estaba completamente vacía. Eso, hasta que un objeto empezó a tomar forma, así, como lo había hecho con la mariposa que le permitió ver a Lene.
—Creo que esto te pertenece —dijo a la vez que la rosa terminó de moldearse.
Era de tela e igual de roja que la sangre. Se trataba de la misma que perseguí; aquella que me llevó hasta Lene cuando la vi por vez primera. La había guardado en mi bolsillo y ciertamente me había olvidado de ese detalle. Debió tomarla junto con los artilugios cuando llegamos al circo.
Observó en dirección a donde había visto a Aros de pie por última vez, pero en ese instante, el resplandor no me permitió distinguir más que una silueta retrocediendo mientras se cubría con el brazo a la altura de los ojos.
—Debiste esperar —continuó—. Para que no suceda lo que ocurrió contigo, a los objetos les toma su momento cargarse de energía suficiente para mantenernos cierto tiempo en el exterior. Mango ya había usado ese amuleto demasiado. Ahora, no sé si necesites de esta, ya que, de algún modo, conseguiste que los anillos te permitieran estar en este mundo, así que sólo tómala si es que lo deseas.
No me arrepentí de salir antes. Gracias a nuestra impaciencia descubrí cómo se usaban los anillos.
La maldición era del Circo Estrella, así que era cuestión de asumir que solo uno de los medallones o un amuleto de acorde a mi tamaño y bien cargado, funcionaran contra la fuerza de la oscuridad.
Sorprendentemente resultó ser que los anillos de Dalas también servían para estar en el mundo de las sombras sin ser consumido por ella. Aunque, en un principio, no había forma de que Dalas supiera cómo funcionaban las reglas para los vivos en este mundo. Quizá, la vez que Aros lo trajo a la fuerza, usó el medallón del primate para mantenerlo estable, pues él ya tenía el del hombre además de, muy probablemente, varios amuletos por si algo sucedía. No lo creía tan tonto. Y en cuanto al padre de Ashton, tenía la otra mitad de la fuente de energía, así que de esa forma fue que se mantuvieron estables.
Alcancé la rosa sin vacilar y observé cómo reposada sobre mis dedos en compañía de una incómoda sensación mientras, el resplandor, al apagarse de a poco, me permitía identificar sus pétalos con mayor precisión. El padre de Ashton había hecho de la rosa, un amuleto.
—¿Era esto lo que planeaban? ¿Crear amuletos? —Guardé el mío en mi bolsillo ocupado tan solo por el zapato de monopolio que ya no me serviría de nada—. Le tomó mucho tiempo planear todo esto...
Sabía que no solo tenía que ver con los amuletos, había algo más, algo seguramente de mucha importancia. Pero quería que él, por su propia voz, me explicara qué le había llevado tanto tiempo.
Ashton padre me estudió con sus cetrinos apagados por completo. No delimitó ninguna emoción, ni siquiera sorpresa después de escuchar mis últimas palabras.
—Para mí, el tiempo empezó a correr en cuanto los latidos de mi hijo volvieron a tronar en el interior de su pecho.
Quise hacer muchas preguntas al respecto, pero él desapareció poco antes de que el resplandor bajara toda su potencia al mismo nivel que el resplandor expulsado por la pantalla de un teléfono celular en la oscuridad.
Las paredes de fuego que momentos atrás se encontraban alrededor de mí, habían formado una esfera que en ese momento flotaba sobre mi cabeza como un sol. Y parecían funcionar igual.
Toda esa combustión, en una zona que me pareció estratégica, burbujeó, y al producirse el estallido de estos burbujeos, soltaron un grupo de relámpagos y un resplandor blanquecino que se apagó poco antes de cerrarse el círculo de fuego por completo, permitiéndome identificar que un medallón se encontraba en el interior. Y parecía expulsar su energía cada tanto, solo cuando el fuego borboteaba.
Guardar el medallón y enfrascar su magia con la ayuda del fuego parecía ser a propósito; una estrategia.
Mis ojos revolotearon en busca de más. Primero di con Renzo. Era quien se encontraba más cercano a mí y, además, tenía otro medallón que palpitaba entre sus manos, igual de fuerte como el que se hallaba sobre nosotros. Más allá Milo, de pie, y Mango sentado sobre sus hombros, con una mano aferrada a la oreja de su dueño y con la otra haciendo un puño en dirección a Aros, a quien encontré metros más lejos, sonriendo con astucia mientras terminaba de realizar un gesto con las manos, y fue por esa misma seña que las risas volvieron a estallar por todos lados.
Pero antes de que empezara a preocuparme por la posición del padre de Ashton, el siguiente enigma con apariencia de sombra se presentó de pie a metros de distancia y casi dándome las espaldas, formándose entre un vapor renegrido. Ese efecto me trajo el recuerdo incompleto de un sombrero de copa alta que, mientras daba vueltas sobre un par de manos, desaparecía.
Esas manos eran las de Ashton, y la figura que mis ojos contemplaban, era él.
A continuación se exhibió una gran ráfaga de viento, removiendo partículas arenosas por todas partes. Levantándolas e intentando oscurecer más el ambiente, tratando de extinguir el resplandor producido por la bola de fuego que era custodiada por Milo.
Las risotadas volvieron y el suelo nuevamente parecía respirar entre siseos. Thomas en mi capucha se enterró, como si algo lo hubiera asustado.
Permanecí atenta, estudiando cada movimiento que la silueta pretendía realizar, sin embargo perduró inmóvil durante lo que me pareció un largo rato. Levantó la mirada y se quedó mirando al cielo. Entre la oscuridad más profunda, permaneció estático, incrustando los dedos en su pecho.
Creí escucharlo mencionar mi nombre y, cuando su voz llegó hasta mis oídos como un hilo de voz grave, empecé a debatir en si se trataba de un nuevo poder que no conocía en las sombras. No hubo forma de estar segura, hasta que me dio la cara por completo.
Mi primer estímulo fue simplemente meter la mano con el anillo resplandeciente en el interior de mi bolsillo, para de ese modo opacar la luz. En seguida mis piernas entumecidas por la horrible experiencia vivida con la oscuridad, empezaron a moverse por sí solas, como gobernadas por un impulso alocado, llevándome hacia él sin detenerse a dialogar con mi razón en primera estancia.
Estando a punto de llegar, como guiados por imanes, sus ojos descendieron sobre mí. La maldición había avanzado por su piel y sin dejar el mínimo rastro de que en su momento pudo ser casi transparente. Por su rostro también cruzaban venas oscuras. El único camino libre del tacto de la oscuridad, se encontraba en el lado derecho de su pecho y cuello. El resto de piel hacía contraste bajo la alborotada camisa.
Como lo hicieron mis piernas al precipitarse, mi mano sin pedir permiso, tocó esa zona, rozando apenas las yemas por temor a que fuera a quebrarse.
A los cetrinos apagados y cristalinos les tomó un tiempo recorrer cada centímetro de mi rostro y cerrarse de repente, mientras apegaba mi mano por completo sobre su mejilla a medio teñir.
—Lo lamento —exhaló, estaba muy ronco y agotado—. Me encontraba perdido buscando en el cielo, cuando mi estrella se encontraba justo en la tierra, necesitando de mi ayuda. Pero no entiendo, ¿puedes verme, o es que acaso estoy delirando nuevamente?
Abrió los ojos y, como lo había mencionado, parecía tomarle trabajo procesar lo que estaba sucediendo.
Luché en contra de la sonrisa que indudablemente me alumbró el rostro y negué con la cabeza.
—Está pasando... Puedo, ¡puedo verte!
—¿Cómo...? En alguna parte del camino olvidaste lo que causó tu temor hacia mí.
Intenté no darle vueltas al asunto, pero involuntariamente su pregunta me guio en vuelo sobre los abismos de mis recuerdos, mirando con atención aquellos precipicios que permanecían tan oscuros. Era imposible ver algo semejante a olvidar aquello que me ocasionó temor por verlo convertido en una sombra.
—No pienso que sea por eso.
—¿No?, ¿qué otra cosa podría ser?
—Voluntad. Ahora puedo comprender cuál es mi mayor temor, aún más fuerte que ninguna otra cosa en el mundo. Y eres tú, pero no por lo que seas, sino por tu agonía. Quiero que todo esto acabe, por ti principalmente, porque estés bien. Aunque eso signifique no volver a verte... puedo aceptar cualquier cosa —Su mano sobre la mía lucía de un profundo negro—. Dios, no te mereces nada de esto. Es demasiado injusto.
Insinuó una curvatura de labios llena de puro pesar. Cualquiera pensaría que estaba a punto de llorar, era como un niño; expresaba sus sentimientos sin miedo alguno.
—Injusto o no, las cosas siempre pasan por algo. Y estemos en donde estemos, lo mejor que pudo haberme sucedido fue conocerte. Es gracias a ti que mi objetivo no me permite desfallecer. Y es que también anhelo tener la fuerza para protegerla y no tener que ocultarme cada instante en que mi estrella brilla. Deseo nivelarme. Estar junto a ti. Abrazarte sin temer perjudicarte. Sin que tengas que mirarme con preocupación, con lágrimas acumuladas en tus ojos y un nudo en la garganta que no sea de pura felicidad. Ahora comprendo de mejor manera que mi mayor miedo se convirtió en perderte, que tu luz de repente se apague y que tu vida, en mis manos, se desintegre fugazmente.
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