Capítulo veinticuatro
✶ FISURA ✶
Me sentí rara y necesitada de cualquier fuerza.
Si bien le ordenaba a mi cuerpo que realizara cualquier tipo de acción, no respondía a ningún estímulo. Fui invadida por un cosquilleo similar a cuando solía sentarme cruzada de piernas, y que al ponerme de pie, terminaba con una de ellas acalambrada. Tomaba tiempo que la sangre volviera a circular con normalidad por esa zona. Prácticamente se trataba de esa misma insufrible sensación, recorriendo frenética a través de mis venas.
Aprecié el leve temblor en las manos y la agitación de mi cuerpo, como si estuviera recibiendo electroshocks cada tanto.
Peleaba conmigo misma. Estaba consciente de cómo mi cuerpo hacía todo lo posible por expulsarme. Pero descubrí que, desde el interior, podía aferrarme a él.
Era tal y como abrazar una especie de gelatina blanda, convulsa y caliente, muy caliente. Pretendía introducirme en ella mientras que, a ciegas, buscaba su centro. Algo me incitaba. Era justo ahí. Precisamente de dónde provenía todo ese calor que no me causó temor alguno alcanzar. Me acunó como a una hija en brazos de una madre por primera vez.
No supe cuánto tiempo me tomó abrir los ojos, pero me pareció bastante prolongado.
Eso sí, hubo un largo rato que, mientras intentaba mover las extremidades sin ningún resultado, Milo, con pausadas inhalaciones, se esforzaba en recuperar el aliento que le había sido arrebatado. Con su gran cuerpo se mantenía como un arco sobre mí, con las manos pegadas a la pared y las plantas de sus pies queriendo deslizarse sobre los tablones del balcón.
Se arrojó sin antes haber pensado en ninguna otra opción, como por ejemplo: usar magia.
Supuse que su inesperada acción pudo haber aclarado las dudas de Renzo, porque lo hizo con las mías.
Cuando pude ver con mayor claridad, diminutos vidrios saltaban en el suelo todavía, componiendo toda clase de tintineos que se fueron apagando en torno el tiempo avanzaba. Su gran cuerpo se agitó y más de ellos cayeron de su espalda, regándose sobre mis piernas.
No sentí nada.
Sin aliento dirigí mis ojos hacia Lene, quien tenía ambas manos puestas sobre sus labios, conteniendo una exclamación conmocionada.
Pronto, mi mente se dirigió hacia un inesperado vacío mientras vislumbré sus ojos como aceitunas.
Cada una de mis sensaciones se concentró en el dolor de cabeza. Hasta mi alma pudo percibirlo, enterrándose como una incisión sin anestesia. Solo pude imaginar a mi cerebro, fragmentándose cual cristal.
No era una buena señal y, de hecho, me preocupé.
El malestar, inmediatamente se fusionó con el bramido de una nueva presencia. También escuché una estridencia brusca.
Luego de un parpadeo, diminutos granos que parecieron cenizas, se cernieron sobre Milo y yo, tratándose de la ventana, o lo que sobraba de ella. Los cristales se convirtieron en una nube de polvo brillante que se deslizó por el suelo. Estuvo a punto de saltar del balcón y fundirse con el horizonte nocturno, pero no alcanzó el borde.
El gran estómago que presionaba mi frente, se apartó con dificultad.
Mientras estudié a Milo con expresión apática, como una barra de caramelo flexible me doblé hacia el frente. Vislumbré las carnosas mejillas que parecían dos brillantes manzanas. Su piel rojiza de por sí le daba una apariencia rosada, pero esta vez su cara me trajo recuerdos al semblante de mi entrenadora de gimnasia, cuando mi repentina retirada la hizo aterrizar de bruces contra el suelo.
Milo quiso ocultar su vergüenza frunciendo el rostro, arrugándolo casi tanto como un bulldog furioso. Se volteó inesperadamente y observé su inflada espalda. La impecable camisa blanca tan solo se había humedecido por culpa del mismo sudor que también le mojaba la frente. Los tirantes negros en cambio, le caían de los hombros como a un niño pequeño que terminaba de ser regañado.
Volví a respirar, tomando grandes bocanadas de aire que resbalaron por mi garganta como astillas.
Moví la cabeza y percibí un dolor frío y crispado.
Con aspecto desvalido observé al padre de Ashton de pie en una esquina, con las palmas de sus manos apuntando hacia mí. El amarillo de sus ojos llameó sobre el verde, aclarando ese enigmático tono todavía más.
—Quería comprobar si estabas consiente —dijo en forma solemne, aflojando la tensión que se encontraba presente en sus hombros y que no percibí sino hasta ese segundo.
—Lo estoy. —Tuve que carraspear, pues en mi primer intento por comunicarme, de mi boca solo salió aire. La segunda vez arrastré un poco las palabras, pero en mi último empeño, por primera vez soné convincente.
Las mentiras eran algo inusual en mí. No creía estar del todo consciente, tampoco sentía las piernas y me inundó la ansiosa impresión de poseer dos troncos en vez de extremidades inferiores. Además, mis manos también parecían dos rocas heladas. Por más que pellizqué mis dedos, no conseguí sentir las uñas enterrarse en mi piel.
—Es más, podemos... ¿Podríamos hablar? —pregunté, removiéndome anticipada y penosamente cuando lo vi acercarse a mí.
—¿Puedes tú?
Entrecerró los ojos y se quedó de espaldas al pueblo oculto detrás del árbol de eucalipto. Creí que logró percibir mi recelo hacia su persona, a más de mi insuficiente estado.
—Recargué demasiado mi batería en cuanto llegué aquí, así que estoy bien. Tan solo necesito un momento.
Intenté ocultar la desesperación que germinó en mi interior por el pavor que me causó no volver a sentir las piernas, pero, súbitamente, mi pie se agitó como un pez al inspirar su último aliento y, tras pasar saliva, pude tranquilizarme.
—Vamos. —Milo, sin siquiera volver la mirada hacia mí o esperar a que Mango lo siguiera como un cachorro hambriento y rezongón, se anticipó hacia la entrada.
Todavía consternado por todo lo que había sucedido, Renzo, sorprendentemente no se quedó atrás. El susto le había dado a su rostro un aspecto mucho más pálido que el de un fantasma, pero de todas formas se las arregló para caminar con naturalidad.
Disimuladamente le hice un gesto a Lene, quien en realidad parecía ser la más afectada por todo.
—Hablé con mi hijo —dijo Ashton padre.
Mis ojos se dirigieron hacia él como un par de imanes.
—¿Cómo?
Me removí inquieta cuando mi corazón aceleró su marcha.
—No fue nada fácil, si a eso te refieres.
Claro que no. Él sabía perfectamente que mi pregunta abarcaba todo, con lujo de detalles. Me carcomía la curiosidad por saber de qué hablaron, qué dijo Ashton y cuál fue su reacción, porque aparentemente estaba bastante molesto con su padre, y en parte le daba la razón. Además, ¿cómo se sentiría? ¿Estaría peor de como lo había visto por última vez?
Su padre levantó el brazo, dejando la palma arqueada hacia el techo. Mi atención se centró en ella, y solo en ella. No pude ser consciente más que de su mano. Me tenía a la espera de cualquier cosa.
Cerró el puño y lo giró. Abrió la palma de cara al suelo, sacudiendo la mano y alzando las partículas de cristal de la ventana que, momentos antes, casi habían volado hacia la oscuridad de la noche. Entonces brillaron como copos de nieve expuestos a rayos de luz solar. Y, mientras empezaban a juntarse al nivel de su rostro, vi la pícara curvatura que se había formado entre sus comisuras.
Empezando por lo que parecieron ser pequeñas antenas, el ligero resplandor fue moldeando una figura con alas que batieron contra el aire. Parecían dos coronas fusionadas a cada lado de un cuerpo alargado y muy delgado. Se trataba de una mariposa. Era pequeña, etérea y muy hermosa. A través de ella, podía ver la eminente expresión del padre de Ashton.
Aleteó hacia mí, pasó perfilándome la mejilla y continuó con su revoloteo.
Giré el cuello, persiguiéndola con la mirada hasta que de repente se posó en la nariz de Lene, quien, aparentemente, no había entendido que mi gesto significaba «salir», no «quedarse».
Sus ojos contemplaron la resplandeciente criatura, y un momento después, su cuerpo estaba centellando junto con ella.
Ambas se agitaron.
—Hola, Lene —saludó Ashton—. Me colmo con el placer de tu presencia. —Hizo un ademán y la incomodidad me torció el rostro. Semejó ser pura actuación.
El calambre llegó hasta mi cerebro y uno de mis ojos se cerró sin mi consentimiento, como si hubiera terminado de probar el limón más amargo del mundo.
«Ya veo de dónde fue que Ashton heredó toda esa distinción», pensé mientras masajeaba mis párpados y conseguía pestañear con normalidad nuevamente.
Lene, sin embargo, no hizo absolutamente nada más que observar. Parecía nerviosa. Al instante se dio vuelta, dándonos la espalda. Creí que se marcharía, pero luchó en contra de algún pensamiento y giró de regreso. Entonces hizo un magnífico gesto.
Como si abriera una espléndida falda a cada lado de sus amplias caderas, agachó la cabeza, envió un pie hacia atrás y se inclinó, saludando de ese modo. Casi pude figurarme a Lene reverenciando al caballero, haciendo uso de un traje bombacho, muy anticuado y de incontables encajes.
Abandonó la estancia después de eso, dejándome boquiabierta.
La mariposa permaneció volando en el aire y, a poco tardar, se desintegró.
—El arrepentimiento es un evidente distintivo en su mirada —sentenció el padre de Ashton.
¿De no haberme hecho caso? O ¿por qué razón exactamente era que sentía arrepentimiento?
Qué extraño era todo. El circo de la confusión.
Había problemas entre todos los personajes. Una de las principales razones por la que estábamos en donde nos encontrábamos.
—Hace un momento, el medallón se encendió. ¿Hicieron uso de su magia? —preguntó. Pero para él, estar al tanto de una respuesta tan sencilla como esa, no era un enigma. Sabía muchas cosas, después de todo.
Seguramente también fue la razón que lo atrajo como un imán, directo hacia nosotros.
—Algo así...
Mis piernas se agitaron y el hormigueo fue en descenso. Me acaricié los muslos, evidenciando que podía percibir el contacto de mis palmas otra vez. Pero todavía no estaba segura de si soportaría permanecer de pie.
—Sé que de algún modo no confías en mí —dijo—; es fácil de suponer. Pero de todas formas, tengo curiosidad... ¿Qué fue lo que Dalas te mostró de mí?
Anduvo hasta detenerse frente al barandal y trasladó una de las sillas a mí, trazando el camino con la palma de su mano. Insegura me ayudé de ella para impulsarme y, con un poco de esfuerzo, al final conseguí sentarme. La sensación de adormecimiento ya no se sentía tan mal.
—La muerte de Ashton —respondí con voz queda.
Apretó los labios. Los tenía blancos y arrugados por la presión que ejercía su mandíbula.
—A juzgar por la forma en que me miras, supones que no salvé a mi hijo a propósito.
¿No fue así?
—No he sacado ninguna conclusión todavía, así que explíquemelo. Después de todo, es el dueño del circo.
Rio suavemente, quizá estaba siendo simplemente cortés.
—No podía. No controlo el fuego. Tampoco tenía fuerza suficiente... —Se cubrió la boca con una mano y carraspeó con fuerza, como un anciano con catarro—. Es decir, ser dueño no te otorga privilegios mágicos o habilidades extras. Es simplemente una responsabilidad para con los medallones, personajes y el circo, saber cómo llevarlos a cabo. Y ese, precisamente, fue mi mayor defecto. No conseguí defender como autoridad.
—Por más que lo repaso una y otra vez, no comprendo. En su memoria, poco antes de que Dalas apareciera, vi la caja musical de Eloísa. Además, si mal no recuerdo, cuando desperté me sentía terriblemente mal y todavía...
¡Era eso mismo!
Cuando desperté dentro de aquel recuerdo, yacía recostada sobre hojas secas. El cuerpo me pesaba y, a medida que avanzaba, más iba faltándome el aire. Para cuando llegué a la entrada de la carpa de indumentaria, me sentía fatal, casi no podía respirar y tenía mucho calor. Y eso que todavía no había ingresado al infierno desatado por el fuego, en el interior.
—Un momento —continué. Sufrí una clase de enredo mental al intentar recapitular—. Está enfermo, ¿cierto? Desde que lo conocí en persona no deja de toser.
Contempló el eucalipto y llenó sus pulmones de aire. Entre tanto, sus dedos, cubiertos por la impecable tela blanquecina, se deslizaron sobre el barandal. Pronto, su mentón apuntó hacia el suelo y volvió a elevarse.
La forma en que asintió pudo traer miles de dudas, pero yo estaba segura. Había revivido su memoria con mis propios ojos, percibiendo todo lo que él sintió.
El padre de Ashton, evidentemente, nunca salió del circo. Todo el tiempo se mantuvo oculto en él, usando a Dalas, a Thomas y a mí. Cualquier cosa que quisiera hacer, no podía hacerlo por sí mismo. No sólo porque Aros escondía los medallones bajo tierra, y, de hecho, era a su causa que no podía rastrearlos. En el mundo de las sombras el tiempo no avanzaba, y él estaba muy enfermo, lo que también suponía que, de ese modo, su estado no podía agravarse más.
—Eres observadora —aduló—. Dalas logró enterarse de todo acerca de mí, cada minúsculo detalle. Hasta vio lo de tus abuelos y el significado que tenía la caja musical. Quiso hacerte ver que, de algún modo, era importante.
—¿Importante, la caja? ¿Qué hay con ello?
—¿Te has preguntado por qué motivo solo tú puedes verlos? A mi hijo y a Lene. —Abrí la boca y no logré concluir. Notó mi ignorancia—. Es una habilidad propia de ti. No creo que haya alguien en el mundo como tú.
Casi logró sonar conmovedor.
—El punto es que, en toda mi existencia, nunca había visto un fantasma. Todo empezó la noche en que Ashton se manifestó.
—La respuesta está en tu edad —reveló.
—Sé que desciendo de circenses y todo ese rollo de la magia a los dieciséis, pero me gustaría que fuera un poco más específico.
Hizo un gesto de aprobación a mi pedido.
—Poco después de la eventualidad que sacudió el piso de todos nosotros, el medallón llegó a ti, y para ese entonces ya tenías dieciséis años. En el circo sucede de forma oficial e instantánea. Todos los descendientes directos de personajes congénitos, reciben su magia a partir de esa edad, y entonces empiezan a desarrollar su habilidad. Lo que quiero decir es que, al tener un encuentro cercano con la magia del circo, o en tu caso, el medallón. Este, automáticamente te otorgó magia según tres aspectos importantes y a conveniencia del circo: necesidad recíproca, características propias, deseos internos y, según cómo lo veo ahora, también se suma experiencias traumáticas.
Me observó de soslayo.
—¿Eso qué significa?
—Es simple. Una necesidad recíproca: que vuelva a ser como era antes de que todo empezara a desmoronarse. Características propias: eres descendiente y a tu lazo consanguíneo se le había sido asignado la custodia de ese mismo medallón. Un deseo interno: podría ser suficiente simple curiosidad. Experiencias traumáticas: Aros te contó leyendas del circo que fueron en parte mentira, en parte verdad. Logró conmocionarte de alguna forma. Y momentos después, viste a Ashton. Todo se fusiona, relacionándose.
¿Trauma?, trauma fue la vez en que el medallón apareció de repente y vi la mancha moverse detrás de mí, justo cuando descendía las escaleras en dirección a la cocina.
—Una habilidad... Y la mía es ver gente muerta. Creo que nadie en su sano juicio quisiera algo como eso.
—No te preocupes, es solo el comienzo.
—¿¡Cómo!? —Me atranqué, y por el sobresalto originado, casi caí de la silla. Al menos pude mover las piernas para que eso último no sucediera—. ¿Veré más? —cuestioné horrorizada.
—No. Bueno, a lo mejor sí. Me refiero a que tu habilidad no puede solo estancarse en ver integrantes fallecidos. Debe haber más. Puede abarcar mejores cosas. Solo debemos descubrir qué podría ser.
—¿Así como compartir recuerdos con personas fallecidas?, ¿aunque no pudiera verlas?
—¿Sucedió algo como eso?
Cuando Dalas se introdujo en mi cabeza y me mostró uno de sus recuerdos, exactamente después de revivir la muerte de Ashton, vi la caja musical. Obviamente él ya sabía sobre el secreto que ocultaron Renzo y Eloísa, que eran mis abuelos. Y el padre de Ashton me la había dado en primer lugar. Debió tener algún significado, así como Dalas debió prever algo más.
—Es una suposición. Después de todo, fue usted quién me envió la caja musical de Eloísa. Cada que se abrió, pude verme como si fuera ella, aún sin tener los anillos de Dalas.
Descansó el peso de su cuerpo sobre el pasamano y se peinó el mostacho.
—Las personas vivimos para transmitir emociones a otras y, en muchos casos, lo hacemos hacia los objetos. Estos llegan a ser tan queridos o necesitados, que bien podemos sonreírles o llorar junto a ellos. Les transferimos nuestras emociones más fuertes. Lo mismo sucede con la música, tiene el poder de transmitir sentimientos. Y la melodía del circo hace que las experimentes de acuerdo a cómo te sientes. Si tienes miedo, la escucharás al mismo grado de siniestra. En caso de que te sientas feliz, la euforia podrá contigo. En cuanto a Eloísa, el nerviosismo debió haberla hecho sentir inquieta, pero tenía algo más fuerte: el amor que sentía hacia Renzo, lo que la ayudaba a calmarse, y precisaba de la caja por esa misma razón.
Algo me dijo que, si no hubiera abandonado la caja, podría haber contrastado el miedo que le tenía a las sombras y, por ende, no habría dejado de ver a Ashton.
»Pero cuando otros se hacen de aquellos objetos personales, sucede que no pueden sentir ni ver lo mismo que su dueño, aunque, en realidad, tú conseguiste hacerlo. Sin embargo, como lo mencioné, Dalas podía ver muchas cosas. Sólo con hurgar dentro de uno sabía reconocer los límites de su potencial. Seguramente quiso hacerte ver que tenía un significado importante con respecto a tus habilidades. ¿Tienes la caja?
—No, la olvidé en el ferrocarril, cuando escapamos del incendio.
—¿¡Se incendió!?
Nunca lo vi sobresaltarse hasta llegado este momento. Su tos volvió con ferocidad y temí porque fuera a sofocarse.
—Uh... No literalmente. —Me apresuré a decir—. El fuego estaba siendo controlado por Milo. Además, fue un solo contenedor. El resto está casi intacto. Un poco viejo e inservible —murmuré eso último por lo bajo—, pero intacto.
Aquella palabra era importante.
—Este condenado anciano... —Se frotó el pecho e hizo una mueca—. Desciendes de los personajes más inquietos y escandalosos.
—Desciendo de Milo...
—¿Qué es? —preguntó, aclarando su voz. Notó que ese hecho me incomodaba bastante.
—Nada. Bueno, en realidad, no nos llevamos tan bien que digamos.
—No debes preocuparte. Él pelea con todo el mundo. Tiene el cerebro como el de un primate subdesarrollado, por eso se entiende bien con su mono.
Habría reído, de no haber sido porque no sentí verdaderas ganas de hacerlo.
—Te preocupa lo que sucede con Ashton —señaló.
Se había vuelto natural que me tomara por sorpresa, pero me asustaba cada vez más pensar que, aún sin contar con la habilidad de Dalas y los anillos a su favor, podía saber qué cosas asaltaban mi cabeza.
—¿Y a usted no? —pregunté.
Sería considerada la peor persona del mundo si respondía negativamente.
—Es mi hijo, después de todo. Mi responsabilidad es velar por su paz.
«Paz». Nunca creí que esa palabra fuera capaz de transmitirme inquietud y pesadez al mismo tiempo.
A la larga, mi rostro no delimitó ninguna expresión.
—¿No le da curiosidad saber quién lo hizo?, ¿quién le ocasionó tal sufrimiento?
—¿No has aprendido nada de lo que ha sucedido? —cuestionó—. El rencor, el odio, la venganza... Lo malo en definitiva, no te guía más que al sometimiento de tu propia oscuridad. Toma de ejemplo a Aros.
Me removí en la silla. Me estaba regañando y ese hecho me hizo sentir apenada.
—Dos medallones están juntos, así que no queda mucho tiempo para ninguno de nosotros. Tenemos que solucionar esto antes de que mi hijo termine de convertirse en una sombra —dijo con firmeza, desviándome del tema—. Tiene que ser antes.
Quería salvar a su hijo, y yo también. El punto era: ¿cómo hacerlo?
—Bien. Supongo que tiene algo en mente —comenté con ironía.
No quería parecer mala persona, pero los tres veteranos circenses: Ashton padre, Renzo y Milo, eran imposibles. Además, ya no se encontraban en su mejor momento. Físicamente la vida los retrasaba, ya fuese por una grave enfermedad, cojera o simplemente un gran cuerpo cascarrabias adicto a los puros. Mango era quien en mejor forma se encontraba, pero, aunque llegó a ser de mucha ayuda, en esta circunstancia no había mucho que él pudiera hacer.
Mi comentario lo había pasmado, si bien no fue esa mi intención, conseguí dar en el clavo. Tampoco me había detenido a razonar, pero aparentemente, él ya tenía un plan en mente.
—Unirlo —dijo—. Que ambas partes vuelvan a ser una.
—¿Qué cosa?
—Aros tiene en su poder el último medallón. Así que no hay otra forma. Thomas tiene que volver a ser parte de Aros.
Mis ojos casi salieron disparados de su órbita.
—¿Cómo se supone que algo así va a suceder?
—Sin yo saber hasta qué punto, Dalas estaba bastante comprometido en ayudarme. Se sacrificó por una buena razón. Seguramente supo de lo que eras capaz cuando te vio la primera vez. Mucho más capacitada que él, por lo visto. —Se acicaló el cuello de la camisa—. No te lo tomes a mal, tampoco quisiera hacerte responsable de nada, concuerdo en que tú no lo pediste. Pero, si podemos estar seguros de algo, es que Dalas no te dio sus anillos por la nada.
—Un momento —hablé despacio, dando con otra idea. Él lució interesado por mi repentina intrusión—. Thomas dijo que sabía en dónde se encontraba el medallón.
—Preguntarle sobre la ubicación fue lo primero que hice. Cree que podría seguir ahí, en donde lo dejó la última vez, pero creo que ya no. Seguramente debió moverlo de sitio.
—¿En dónde lo ocultó esa última vez?
—El lago —respondió y lancé una blasfemia—. ¿Recordaste algo?
—Aros lo arrojó en frente de mí. El lago es profundo y usted mencionó que los elementos encierran su magia. ¡Estuvo ahí todo el tiempo, bajo el agua y no pudimos verlo porque no sabíamos de esto! ¿Por qué no le enseñó este tipo de cosas a Ashton antes? Ya habríamos conseguido juntar los tres medallones y Ashton...
La molestia empezó a dominarme. Primero lo de la caja musical aplaca miedos, y ahora también el medallón que nos faltaba.
Las oportunidades habían desfilado ante nuestros ojos, pero todo el tiempo estuvimos ciegos gracias a la ignorancia.
—¿Cuánto tiempo crees que tiene? —preguntó a regañadientes.
Como si hablara con un doctor, trataba de averiguar cuánto tiempo de vida le quedaba a su hijo. Aunque no quisiera saberlo, objetivamente.
Miré hacia mis manos y agité las piernas con mayor soltura.
—Por lo que alcancé a ver, tiene ya más de medio cuerpo teñido. —Lo advertí pensativo—. Se convierte lentamente gracias a las piezas de la fuente de energía.
—Efectivamente. Al ser la fuente en donde todo se origina, demora su transformación, mas no la evita. En primer lugar, sin esta magia, nada hubiese ocurrido. Permanece como ilusoria. Ningún tipo de magia es permanente, de hecho, es cambiante. Pero Aros encontró la manera de estancarla en una fisura para que perdure; lo que bien habría de conocerse como esta maldición.
—Entiendo...
—Solo espero que pueda aguardar un poco más de tiempo...
Se detuvo al percatarse de mi vista fija en él. Quise torcer la mirada, pero, con la misma seriedad, descubrí que estuvo a punto de soltar algo más, quizá algo importante que prefirió guardárselo para sí mismo.
¿Más secretos? ¿Se daba cuenta que por culpa de ellos estábamos tan mal?
—Sí, claro... —comenté, alargando las vocales y mirándole con sospecha.
Si pretendía que hiciera cola hasta que se la pasara la tranquilidad contagiosa que padecía, eso no iba a suceder. No bailaría al ritmo de nadie más.
Bien podíamos tener la fuente entera y dos medallones, pero no contábamos con tiempo. Ridículo, conociendo el sitio en donde nos localizábamos.
✷ ✶ ✷
Me sostuvo del brazo al salir de la estrella blanca, motivo por el que me resultó fácil permanecer de pie.
En cuanto me soltó, localicé a Lene de pie, sobre el último graderío. Tenía los brazos detrás de la espalda, ofreciendo una sonrisa amistosa. No obstante, sentí algo muy distinto a eso: escepticismo.
Cuando las estrellas alrededor empezaron a levantarse, con la mirada busqué al padre de Ashton. Di con la sorpresa de que había desaparecido, seguramente en el interior de alguna. Me quedé saboreando el amargo presentimiento de que ocultaba algo importante.
Volví la mirada hacia el frente y encontré a Lene, restregándose la frente a orillas del escenario.
Me incorporé a pasos lentos.
—Los animales y su sexto sentido resultan ser más aterradores que las sombras en sí. —Respiró, como si el agotamiento pudiese con ella—. Escuché a Milo y Renzo al salir. Junto al padre de Ashton, planean recuperar el último medallón, pero les llevará un poco más de tiempo. No podemos esperar más, así que... Mira lo que encontré: nuestra vía de escape. Funciona igual que cuando ingresamos.
Me indicó el objeto que, al parecer, ocultaba a sus espaldas. Otro que, por ser mágico y perteneciente a Circus Stjerne, al parecer, los fantasmas podían tocar.
Se trató, asimismo, de la pequeña carpa metálica de juguete que nos introdujo en el circo.
La única salida.
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