Capítulo veinticinco
✶ NOMBRES ✶
—¿Qué hay de Ashton? —pregunté.
Aunque su petición fuera que lo abandonase en pleno desierto de Gobi, no podía simplemente partir, sobre todo sabiendo que su estado tampoco era el mejor.
—Faen... —Soltó aire por con amargura—. ¡Puedes empezar a utilizar la cabeza de una buena vez! Hace un par de días estaba muerto y tú llegaste a su «no vida», perturbando sus sentidos por completo. De alguna manera ocurrió que su corazón volvió a palpitar, cosa que, por si no te diste cuenta, es imposible. Estamos muertos, por lo tanto, ¡él no debería tener pulso! ¿Al menos podrías hacerte una idea de cuán importante es eso? Para él, te convertiste en su núcleo. ¡Teme por ti a cada segundo! Si le exponemos la locura que estamos a punto de cometer, querrá impedirlo o irá con nosotras. Y sé que sabrás reconocerlo. En su estado, no sería lo mejor... —Pronto, su rostro se torció en una mueca de disgusto y timidez, quebrándole la voz.
Ácido pareció haber patinado en su garganta.
Perfecto, lo que faltaba. Lene también velaba por su bienestar. ¡Esta mujer empezaba a fastidiarme la existencia! Estaba consciente que tal vez no era no era lo mejor, pero hubiera sido genial si la pérdida de recuerdos se volvía contagiosa y suprimía a Ashton de su cabeza.
Dirigió la mirada al suelo y enmudeció por completo. El sobresalto estuvo en un nivel tan alto, que exhibió todos sus sentimientos aprisionados en lo que fue un discurso lleno de amargura y completa tristeza. Demostró todo lo que sentía por Ashton, y que, obviamente, no le agradaba la idea de verlo arriesgarse tanto.
—No me refería a que lo llevaría con nosotras, de hecho, también pienso que es una mala idea.
Si había sido capaz de arrojarle una mesa a los veteranos —incluyendo a su padre—, ¿qué habría de hacer cuando viera a Aros una vez más? Cabía la posibilidad de que se las ingeniara para amarrarlo al ferrocarril y así, arrastrarlo de regreso a Noruega.
Elevó su afligida expresión del suelo, como si levantara una copa hecha añicos. Solo entonces pude continuar:
—Solo quiero saber si lograremos hacerlo antes de que se convierta por completo en una sombra.
—No lo sé. —Empezó negando con la cabeza—. Pero estoy segura que resultaría peor si no hacemos algo a la voz de «Ya».
—Entonces, hay que apresurarnos —accedí.
Asintió con energía, pero un segundo después, vaciló.
—Tengo que preguntarte algo rápido antes, porque puede que esto nos complique la situación más adelante, así que seré directa... ¿Olvidaste algo importante nuevamente?
Me esforcé, y la primera incógnita que arribó, me hizo sentir algo parecido a la gélida agua del lago, descendiendo por mi espalda. Cuando quise indagar entre los tantos recuerdos archivados en mi memoria, me encontré de pie entre profundos abismos, sin saber hacia dónde dirigirme. Si había olvidado algo, no sabía el qué.
El dolor de cabeza estuvo de regreso. Me tomó un momento devolver mis sentidos a la normalidad. Lene, por otro lado, se volvió insistente con el par de aceitunas taciturnas.
—No puedes a salir de tu cuerpo otra vez, ¿entendido?
—No lo haré. Por más que quiera, es algo que no puedo controlar. Sucede lo mismo que con los recuerdos. No soy capaz de contrastar cómo ni cuándo ingreso en una cabeza, así como cuando salgo y entro en mi cuerpo.
—Y tampoco podrás. Desciendes de este circo, ¿lo olvidas? Por la misma razón, no puedes usar la magia de otro. Te haces daño, y en tu caso, tus memorias parecen esfumarse.
—No voy a mentir. Aunque no estoy segura de qué o cuántas cosas olvidé esta vez, estoy convencida... —Lo que sentía por Ashton no había cambiado, me guiaba hacia donde tenía que ir—. No quiero que le ocurra nada malo otra vez. Tampoco puedo permitir que se vuelva a exponer. Ya hizo bastante y este también es mi juego. Es mi turno de poner las cartas sobre la mesa y empezar a moverme a mi manera.
Teniendo la posibilidad, dirigiría mis propios pasos como quisiera, tomando el camino que mejor creería conveniente.
Me había comprometido en ello.
✷ ✶ ✷
Thomas yacía sentado de la misma forma en la que se había quedado, aunque había perdido la vista en el suelo, como normalmente lo haría cualquier muñeco. Por lo mismo, no pude saber si se encontraba tenso o solo permanecía inmóvil.
Golpeé uno de los barrotes y mis hermanos títeres saltaron hacia mí. Como los cavernícolas de una mala comedia, estiraron los brazos, queriendo alcanzarme.
—¿Estás segura que llevarlos es una buena idea? —cuestionó Lene.
En vez de abrir la jaula con apariencia de caramelo, empezó a estudiarme. Y ya se lo había mencionado más de una vez. No iba a prescindir de los muñecos.
—No perderé de vista a mis hermanos, ni tampoco arriesgaré a que se desvanezca su magia. Todavía tengo que ver la forma de regresar el par de esencias al lugar al que pertenecen. En cuanto a Thomas, la única solución para que Aros regrese a sus cabales, es devolviéndole su conciencia. Y todo esto solo puede lograrse con los anillos.
Le tomó un momento procesar mi respuesta.
—¿Cómo meterás a Thomas en Aros?
Su cuestión me resultó bastante extraña. Rememoré un platillo que solía fascinarle a mi padre y, cuyo nombre, nunca logré memorizar. Consistía en un pavo relleno con un pato, y en el interior de este último incluían un pollo. Tres aves metidas una dentro de otra que, al terminar de hornearse, tomaban la apariencia de un pastel de varias capas.
—Eso no lo sé.
—No puede ser más perfecto —comentó con fingida sátira.
La miré mal, pero no alcanzó a distinguir mi expresión. Se encontraba concentrada usando magia y un cuchillo azul para, de ese modo, terminar de remover largas tiras de tela del par de sofás rojos. Juró que por esta vez no haría uso de ningún medallón o semejante, todo sería talento puro de una persona muerta.
—Bien, bien —comentó—. Solo apresúrate en amarrar al par de revoltosos, percibo su gran deseo por empezar a saltar como canguros. Enloquecieron más desde que usé a uno de ellos como pala. Por cierto, ¿cómo los reconoces? Lo único que veo en frente de mí son dos tablas del mismo árbol.
—De seguro fue Gabe a quien usaste para desenterrar el medallón, suele ser el más persuasivo y se sobresalta con facilidad. Connor es el del brazo roto, además que tiene una tetilla más arriba que la otra.
Lene arrugó la cara y en seguida examinó a los gemelos.
—Estos no tienen tetillas, ni tampoco ombligo...
Me acerqué un poco más.
—Es una broma. Es porque simplemente son mis hermanos. —Levanté la mano y, con fuerza, asesté mi palma contra su nuca. Algunos mechones color malva se soltaron de su coleta improvisada.
—¡Ay! ¿Por qué hiciste eso? —Intentó peinarse con desesperación.
No quise admitir que fue por todas y cada una de sus mentiras, pero así fue.
—Me lo debías por muchas razones. Además, usaste a mi hermano de pala.
—¡Este tronco no es tu hermano!, tú misma lo dijiste.
Señaló al par con la mano temblándole de rabia.
—De alguna forma lo siguen siendo. Y eres una quejumbrosa. Dijiste que Ashton y tú no son capaces de sentir esta clase de dolencias.
—Me hieres —interpretó como si le punzara el pecho, pero sabía que estaba jugando.
—Seguro que sí.
Hizo un extraño mohín, en el que infló los cachetes y su rostro en seguida tomó la forma de una pelota. Entre la nariz y la frente, se formaron arrugas muy pronunciadas. Parecía la caricatura de una anciana.
Contuve la risa, mordiéndome los labios.
—Bueno. Ya. Ahora... —Se cruzó de brazos—. ¿Te molestarás porque los use como globos?, porque si los llevamos a pie, nos retrasarán, y mucho.
Las cintas llegaron a mis manos, flotando como serpentinas.
—Adelante. Solo déjame amarrar la cinta a sus tobillos.
Cualquier cosa sería mejor que llevarlos como reos.
—Para ganar tiempo, iré a preparar nuestra salida. No puedo abrirla en la estrella ya que necesito espacio, tendrá que ser en el escenario, así que regresaré cuando esté lista. ¡Apresúrate!
—Sí, sí —exhalé—. Nos veremos en un momento.
—De verdad, hazlo rápido —ordenó mientras avanzaba, meneándose grácilmente en dirección a la salida.
No le gustaban los muñecos, siendo ese su motivo para evitar cualquier tipo de situación que tuviera que ver con aproximarse a ellos.
Me incliné para alcanzar un pie de los gemelos y así atar su tobillo la cinta, pero fue Gabe quien me imitó. Nos quedamos contemplando las caras, él con la boca entreabierta. Estuve convencida de que se encontraba a la espera. Si metía la mano, iba a jalarme.
—De ese modo, no lo conseguirás. —Supe con certeza que mis labios se movieron sin mi consentimiento.
El pequeño ventrílocuo se sacudió violentamente. Pronto, un par de hilos de su cuello, se dirigieron a los títeres. Uno se enredó en el tobillo de Gabe y el otro en el de Connor, anudándose por sí solos. Thomas levantó el brazo, haciéndolo girar hacia atrás y de manera que ninguna persona lograría hacer, específicamente porque teníamos huesos. Con facilidad atrapó los hilos atados, los llevó hasta su boca y empezó a masticar con sus labios de madera, pues no tenía dientes. De los hilos, tan solo conservó un par de centímetros que empujó fuera de la jaula, directo hacia mí.
—Amárralos a las cintas —pronuncié, y lo articuló al mismo tiempo que yo, pero con voz mucho más fina—. Son resistentes.
Los dos hablamos por igual, algo que ni siquiera tenía pensado decir.
—¡Estás usando mi voz! —protesté.
—Lo siento, pero no tengo con qué escribir.
—Aros...
—Mientras que no use la suya —intervino—, todo estará bien. Tampoco podrá escucharme, estamos bajo tierra.
—De todos modos, deja de hacerlo, es extraño. Además, suenas como niña.
—Soy el reflejo de tu voz, ¿qué esperabas?
—Solo cierra el pico.
Tomé el extremo suelto de uno de los hilos y lo até bien a una cinta. Hice lo mismo con el que faltaba, esperando que no fueran a zafarse.
—Sé que es mucho pedir, pero, Zara, ¿podrías meter mis hilos? Es incómodo cuando cuelgan, empiezan a salirse y de seguro terminaré como una bola de pelos viviente.
Desagradable fue recordar que su cuello seguía abierto, y que tenía gusanos hilvanados retorciéndose en su interior.
—¿Por qué habría de ayudarte? —Entrecerré los ojos.
—¿Recuerdas el mural que dibujé en mi habitación? —preguntó.
—¿Las estrellas?
—Sí.
—¿Qué tiene que ver eso con tus hilos?
—Información a cambio. —Se encogió de hombros.
Puse los ojos en blanco. Me sentí ridícula porque nunca cerraba la boca. Era como desarrollar una conversación conmigo misma, solo que se trataba de Thomas, utilizando mi voz para poder comunicarse.
—Está bien. Empieza.
—Seis de esas diez estrellas brillaban más ¿cierto? Y, ¿sabes la razón? —Cerró la boca esperando a que le contestara, pero no supe qué decir, así que prosiguió—: de las más brillantes fueron seis las que estuvieron presentes aquella vez.
—¿Hablas del momento en el que se burlaron de Aros?
—Arturo, Vega, Capella, Achernar, Rigil Kentaurus y Procyon. Esos son sus nombres artísticos. ¿Quieres saber cuáles son los verdaderos?
Lene se había referido al contorsionista como Arturo, y a los malabaristas como Vega y Capella. También conocimos a Rigil Kentaurus, el equilibrista. Todos ellos convertidos en sombras. Solo quedaba averiguar quiénes eran los dos faltantes.
—Alviss, Brondolf, Enar, Ricci, Magne y... Lene.
Me atranqué con mi propia saliva y eso le dificultó continuar. Esperaba escuchar el nombre de Giorgio, pero no tuve que ir demasiado lejos para aclarar mi incertidumbre.
Giorgio tenía otro tipo de problemas que, más bien, se centraban exclusivamente en Eloísa y Renzo, nada tenía que ver con el pequeño Aros.
El encuentros de ambos aquella noche del incendio, no estuvo prevista. De todos modos, Aros lo vio llevarse el medallón del primate lacrado. Pero la muerte de Eloísa ocurrió la noche siguiente de la de Ashton, así que no podía saberse con certeza si escapó del circo poco después, dado a que los recuerdos no llegaron tan lejos.
Lo que sucedió más tarde con él, era cuestión de suponer.
Aros debió ir tras Giorgio, con la sola intención de hacerse del artilugio que tenía en su poder. Entonces así fue como terminó convirtiéndolo en sombra. No porque formara parte de los seis; de aquel círculo de venganza.
En mi cabeza, la cosa pintaba de ese mismo color. Aros quiso hacerles experimentar lo mismo que ellos le habían hecho. Y nos habíamos encontrado específicamente con la mayoría de aquellos que se burlaron de él, convertidos en sombras. Todo era netamente sobre venganza y ambición de poder.
Pero también estaba aquel último nombre, agitando mi pulso y nublándome la vista. ¿Había escuchado bien?
—¿Lene? Aguarda un minuto. Ella... La mujer que sostenía el reflector... —tartamudeé.
Entré en shock.
Lene formaba parte de los seis y no podía creerlo.
A poco tardar, rememoré su reacción ante el encuentro cara a cara con el padre de Ashton, secundando así la tesis de Thomas. Además, Ashton padre también había mencionado algo como que el arrepentimiento era un evidente distintivo en su mirada. ¿Se refería a eso?
—Con una escalera, semanas antes del incendio, su muerte fue un accidente. Por ese motivo, Aros no pudo usar los medallones así como lo hizo para ejecutar a los otros cinco y, prontamente, convertirlos en sombras gracias a la maldición. Nunca pudo dar con su paradero. Y sé sincera, hace unos minutos estaba aquí, ¿cierto? Yo no puedo verla como tú, y sé que ahora ya no confías en mí, pero ella... —Hizo una pausa y supe bien lo que quería decirme—. Fue la peor parte. Más que las palabras, los hechos hieren. Fue ella quien cegó a Aros. La que junto a los otro cinco, en ese instante, oscurecieron su alma.
En las memorias que recolecté de Aros, fui capaz de ponerle el rostro de Lene a la figura que, en su momento, no logré distinguir. La misma que apuntaba con la luz del reflector.
Y cuando le había preguntado sus intenciones, ella respondió que no solo lo hacía por Ashton... ¡Y mantuvo una relación con él justamente! Lo que tampoco pude señalar como algo bueno.
Empecé a sospechar sobre lo que realmente quiso decir con «asuntos pendientes por solucionar».
¿Por qué querría ayudar después de haber hecho algo tan inhumano como eso? ¿Cargo de consciencia?
Pero aunque dudaba mucho de sus motivos, siendo lo que también me llevó a desconfiar, no iba a echarme para atrás. Persistiría con mi rumbo, solo porque creía correcto seguir la misma trayectoria hacia donde yo, con mis propios ojos, podía ser capaz de vislumbrar el final del túnel.
El objetivo: que todo terminara de una buena vez.
Mi plan seguiría en pie y yo también. Aunque por lo visto, tenía que empezar a ser más cuidadosa con aquella que ofreció su ayuda con toda la predisposición del mundo.
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