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Capítulo treintaiunavo


ALARMANTE 


Ashton sonreía; un gesto maravilloso que, con tan solo elevar las comisuras de sus perfectos labios, me hizo dejar de lado la escena que empezó a tomar lugar entre los personajes del elenco principal tras la repentina manifestación de su padre, cuya figura simplemente se moldeó metros al frente de Aros, el único demente que no dejaba de reír entusiasmado.

A decir verdad, me transmitió escalofríos. ¿Al menos se daba cuenta de la posición en la que se encontraba?

La pregunta retornó cuando, por toda la zona próxima de los veteranos, del suelo exactamente, brotaron las cabezas de aquellos muñecos que habíamos conocido en la persecución mientras escapábamos a ciegas, poco antes de ser literalmente tragados por el circo.

En su momento se manifestaron como pelotas que brincaron desordenadamente, por todas partes, pero era de esperarse que estas en especial no fueran de tela. Parecían cráneos pequeños y chamuscados.

Aros contaba con la destreza para crear ventrílocuos, y el medallón que brindaba magia a cada personaje del circo para, de ese modo, intensificar sus habilidades, se encontraba en manos de una Lene sombría y a la vista de todos, permitiendo el acceso de cualquier personaje a esa magia en particular. Fue gracias a esa ventaja que Aros simplemente usó la arena para moldear sus figuras aterradoras. Y de algunas esperé ver sus cuerpos, pero me tropecé con la desagradable sorpresa de que un buen grupo de esos muñecos estaban incompletos, como divididos.

Brazos, piernas, torsos con tan solo las extremidades superiores, cabezas que reían cada que Aros lo hacía... Se arrastraban por el suelo, agitaban o brincaban con la misma espeluznante emoción que la de su creador. Pero, ¿qué podían hacer sus deformaciones a más de causar repugnancia?

¿Acaso se trataba de un reflejo de su alma rota? Era espantoso y de algún modo deprimente.

A mis espaldas oí pisadas y, por creer que eran más de sus sombríos productos, giré la cabeza tan rápido que casi la sentí desprenderse de mi cuello.

Me serenó avistar las dos figuras de madera que más bien lucían como guardaespaldas, con rostros neutrales, inmóviles y en completo silencio, recordándome que Thomas también yacía oculto en mi capucha y que, justo en ese momento, sacó la cabeza para jalarme de la oreja, dirigiendo así mis pupilas hacia el cielo.

Reconocí a las únicas nubes que tenían la autoridad para moverse libremente.

—Cuando empezaba a pensar que las cosas mejoraban...

—El anillo todavía permanece radiante —indicó Ashton que, después de observar el lugar en mi vientre, preciso en donde procuraba mantener la luz del anillo fuera de su alance, desconcertado, pasó a contemplar la segunda cabeza que semejó haber brotado de mi hombro, pero Thomas volvió a enterrarse en su escondite tan rápido como un torpedo.

Todos nos ahorramos los comentarios.

Desconocí si era mejor que el artilugio continuara funcionando, o que se apagara de repente y, una vez más, la oscuridad empezara a convertirme en piedra. Todo esto pese a que el padre de Ashton me había entregado un amuleto: la rosa que Ashton usó para llamar la atención de Lene.

Preferible prevenir, a que lamentar, solían decir.

Pero sobre mí tenía a una Lene instintiva, con una mano iluminada por el medallón hombre y que nos estudiaba de forma un tanto más perturbada de lo normal. Era como si sostenerlo se hubiera tornado parte de su naturaleza, no le prestaba ningún tipo de atención.

Definitivamente, cuando fui perseguida en el gimnasio, la primera vez que vi a una sombra, en ese momento estaba siendo controlada por Dalas, quien fingía seguir las mórbidas órdenes de Aros, cuyas acciones siempre pretendieron entretenernos para, de ese modo, mantener el medallón con la carpa lacrada lejos del otro par. Todo esto con la finalidad de dar con aquello que no le permitía obtener el control completo de los tres artilugios: los integrantes vivos. La magia de Circus Stjerne siempre le respondió y perteneció a todos. Eso era algo que él quería cambiar.

A espaldas de Lene, entre vapor oscuro, surgió una sombra —Archenar—, y a toda velocidad la impactó, consiguiendo desvanecer sus cuerpos en una clase de humo que permaneció flotando como sábanas negras y semitransparentes.

Del cielo, en cambio, descendieron más de ellas. No hubo forma de contarlas entre todo el cúmulo de profunda oscuridad.

Sombras, que como estrellas ardidas, se unieron al par de alfombras flotantes, chocando, estallando y levantando tanta arena que el ambiente se tornó aún más tenebroso.

El medallón quedó atrapado en el interior de todo ese nubarrón.

Los vacíos de nuevo se presentaron en mi memoria, pero a medias recordé que las sombras se guiaban a través impulsos, de la energía que percibían. Conocían perfectamente cuál era la que surgía de los anillos, y en ese instante, uno de ellos se mantenía enérgico y funcional gracias a mí. A través de escalofríos sentí como si mi vida corriera gran peligro, pero me costó recordar por qué motivo las sombras significaban un riesgo para mí.

Era importante, lo presentía, pero por culpa de los anillos y mi ajeno linaje a su procedencia, ese detalle casi se me había escapado. ¡Querían erradicarme!

Toda esa polvareda, como siendo aspirada por un hoyo negro, moldeó una sola figura: la de Ashton. Su silueta de pie, perfectamente estructurada. El medallón incrustado en su pecho, iluminaba todo ese material del que estaba constituido. Si bien ya no me causó temor como antes, tenía esa sensación agobiante que se hacía de mis nervios, intranquilizándome hasta la médula.

Bastó que moviera su extremidad superior para que el verdadero Ashton reaccionara, despegándome del suelo. Aparentemente no tuvo ningún inconveniente en levantarme como a una niña y, dentro de un segundo, pasé a tener su corazón pegado a la oreja, escuchándolo latir mucho más rápido de lo que recordaba la vez que lo sentí palpitar con la palma de mi mano. ¿El hecho de que se estuviera convirtiendo en una sombra, hacía que su corazón bombeara con mayor rapidez?, parecía no tener mucho sentido.

De repente frenamos de lleno.

¡Dritt! —expuso Ashton, y sonó como algún tipo de maldición pronunciada en otro idioma, noruego, seguramente. Inesperado aspecto que me condujo a mirarlo con extenuada sorpresa—. Lo siento, me sorprendió.

Pareció bastante afectado por todo lo ocurrido minutos atrás.

Yo también lo estaba, aunque no sólo por Lene, sino por las sombras, que habían tomado la forma idéntica de Ashton. Parecía un saltaperico, que, con tan solo un punto de luz, volaba entre la oscuridad, llamando demasiado la atención.

¿Así era como lo hacían para representar los temores? Eso podía explicar por qué motivo desaparecieron minutos después de que Aros lanzara el fuego que casi convirtió a Ashton por completo en una de ellas.

Al mirar el suelo, advertí un grupo de cuchillas escondiéndose nuevamente bajo la arena. Comprendí que eso había tomado por sorpresa a Ashton; la habilidad de las sombras convertidas en una. Y me preocupaba que esa no fuera la única.

Todavía suspendidos en el aire, instantáneamente conmemoré uno de los videojuegos favoritos de temporada de los gemelos: Happy Wheels. También recapitulé la sangre y fragmentos del pobre hombre volando en todas direcciones. Por poco y nos convertimos en brochetas, cuando Lene, en sus cinco sentidos, no habría sido capaz de cruzar tal línea. En referencia y, llegados hasta tal punto, podía confiar ciegamente en sus sentimientos por Ashton y el inmenso arrepentimiento por lo que le había hecho a Aros.

—Lene se arriesgó para conseguir el medallón —aclaré una de las preguntas que seguramente Ashton se estaba planteando.

Los gemelos, posicionándose bajo nuestros pies, empezaron a saltar, aspirando alcanzarnos de cualquier manera. Me tranquilizó saber que la sombra no les tomó en cuenta, tenía el cuerpo y la mano estirada hacia nosotros. Pero no era del todo bueno que nos siguieran de un lado a otro.

Fijé mi absoluto cuidado en el suelo otra vez, alerta por si cualquier objeto con filo moldeado gracias a la arena y el medallón hombre, salía disparado nuevamente. Pero la oscuridad se difuminaba perfecta y profunda, como recordaba haberla visto en el circo, desbordándose con apariencia de tentáculos entre aquellas grietas de la única presunta puerta de material sintético sellada que hallé sobre el escenario, por donde todos los personajes salían para dar marcha a su presentación. Justamente aquella ubicada junto al interruptor del que Giorgio había hecho pérfido uso en contra de Renzo, terminando así con la vida de Eloísa.

El ambiente empezó a tornarse más caluroso, y no fue sólo ésa la causa por la que Ashton tomó la ruda decisión de alejarnos todavía más del grupo de veteranos, así como de la sombra también. Vio algo que mis ojos no lograron distinguir por el contraste opaco del suelo, pero que arriba, gracias al fondo plomizo del cielo, se difuminó como los tan reconocidos puñales negros que, en ese instante, cambiaron de dirección, avanzando en nuestra búsqueda como flechas atraídas por la gravedad mientras otras idénticas eran escupidas por la superficie terrestre, de diferentes zonas. Pero estas últimas, a diferencia de las primeras, eran largas, muy largas. No parecían tener fin.

Tampoco fui capaz de contar el gran número puesto que tuvimos que alejarnos todavía más, en sentido opuesto de los árboles que aún flameaban como algodones incandescentes.

—Las cuerdas del equilibrista, Rigil —reconocí.

No sólo sus cuerpos se habían fusionado, también sus habilidades.

—Perfecto, ahora Lene, la chica multicolor, pasó a formar parte de las sombras. Debe estar realmente furiosa por vestir toda de negro —comenté sobresaltada, suprimiendo el grito de angustia que ambicionaba usar mi garganta como sistema de evacuación.

Esperaba que Ashton secundara mi comentario, pero tan solo dejó salir un ruido de gracia mientras seguía en su esfuerzo por alejarnos todavía más del peligro que nos asechaba.

—¿Qué es? —pregunté. Negó con la cabeza y yo entrecerré los ojos, contemplando su inesperada expresión de gozo con sospecha—. No es momento para ahorrarse los comentarios.

Al menos yo no pretendía guardarme nada, y esperaba que él tampoco.

—Tienes razón. Y es precisamente por eso que acabas de decir. No quería hacerte enfrentar este mundo sola. Antes, me preocupaba que estuvieras aquí. Los humanos, y me incluyo porque en su momento yo tampoco fui la excepción, solemos ser manipulados por nuestros temores y nos cerramos de tal forma que no vemos más allá. Nos perdemos de tanto... Por eso Aros solía decir que era preferible ver el lado divertido a las cosas. Gracias a ello supe que, para permanecer en este mundo, era mejor mantener vivo ese mismo pensamiento.

Así que Aros era el niño que solía divertirse todo el tiempo, contagiando de esa manera a Ashton. Y toda esa grandiosa actitud fue apartada en Thomas. Pero su forma de pensar, de hecho, se favorecía de mucha razón. Antes me habría parecido ridículo, inútil y completamente impensable hablar de cualquier cosa que no fuera preocuparme por lo que venía asechándome detrás, sin embargo, en este instante, prefería disfrutar del momento que tenía con Ashton, fuera el que fuera, y aún más si llegaba a tratarse del último.

—Ahora que lo pienso, también tiene su lado irónico.

—¿Ah sí?, ¿cuál es? —preguntó casual, pero concentrado por completo en los movimientos ágiles y certeros, batiéndonos con fuerza.

Parecía imposible distanciarnos más de los puñales, o esquivar las cuerdas que nos perseguían como si tuvieran mente propia.

—Pues que la ex del chico que te gusta, literalmente quiera matarte.

Hubo un silencio sepulcral que dio paso a su armoniosa risa, erradicando toda preocupación, así hubiera sido tan sólo por un corto periodo de tiempo.

—¡Vaya! —musité.

—¿Por qué la sorpresa?

—Me gusta lo que acabo de escuchar. Esperaba oírte reír así, con ganas, y debo admitir que la espera valió la pena.

Ashton, todavía sonriendo, me observó de reojo y negó con un gesto que ante mí lució como timidez. Sus enigmáticos cetrinos nunca me parecieron tan espectaculares, y brillaron de tal manera, que su rostro también se encendió hasta el preciso momento en el que nuevamente levantó la vista para ver por dónde nos llevaba.

—¿Eso fue un sonrojo? —pregunté admirada.

—Lo dudo.

Bueno, sí. Estaba muerto, pero...

—¡Te aseguro que acabo de verlo!

—Ciertamente parece imposible. Pero justo ahora, estando a tu lado, me siento más vivo que nunca. También se semeja otra ironía, ¿cierto?

Negué con la cabeza.

—De todo esto, tú eres lo que más me acerca a la realidad. Sólo mira alrededor; la tierra es negra, el cielo permanece opaco, mis hermanos son de madera, mi mejor amigo un muñeco, y mis abuelos... especiales a su manera. Se acerca a ser un extraño sueño. Pero tú, tú me recuerdas que tengo algo importante por qué luchar; el amor y la verdadera cara de todo esto.

Nos detuvo en seco cuando hubo una explosión de calor a nuestras espaldas.

Un muro de arena que surgió de la superficie, casi nos golpea. Giramos, retomando la marcha. Nos extrañó que los puñales, en algún momento dado, hubieran desaparecido, aunque las cuerdas del equilibrista habían formado una telaraña en donde la sombra había tomado lugar sobre toda la escena.

En el suelo en cambio, todos se habían movido ya. Mis abuelos especiales se encontraban cerca de Ashton padre, pero mantuvieron un espacio prudente entre cada uno. Habían sido rodeados por todos los productos defectuosos de Aros. Milo era el más alerta de todos. Reconocí el motivo al localizar a la bestia de Aros revoloteando a sus espaldas, con la más pequeña aleteando a su alrededor.

¿Qué demonios planeaban hacer?, ¿Por qué no unían los tres medallones y ya?

Mis hermanos corrieron en su dirección, y en el camino tropezaron con un nuevo grupo muy junto de puñales que los levantaron del suelo hasta que de repente se aislaron, dejando a los cuerpos caer. No me serenaba pensar que soportaran todo ese maltrato tan sólo porque eran de un material bastante resistente, aunque no del todo imperecedero.

Los objetos filosos siguieron elevándose hasta traspasar la burbuja de fuego que protegía uno de los medallones y, encendidos como antorchas, persiguieron nuestra ruta. No creí que la sombra supiera con exactitud lo que estaba haciendo puesto que no razonaba, ya sabía que se guiaban por impulsos, y que el suyo era el de erradicarme de la faz de la tierra para así no volver a ser controladas, no el de pensar en alguna estrategia para hacerlo.

—Tengo una idea —dije—. Llévanos sobre los muñecos de Aros.

—De acuerdo. —Se mostró conforme, quizás adivinando mi repentina ocurrencia.

Cuando estuvimos sobre el grupo, volví una veloz inspección para comprobar que los puñales ardientes nos seguían.

—Tienes que bajar un poco más —dije.

Ashton descendió hasta el punto en el que Aros nos puso el ojo encima y levantó una ola de sus deformaciones con la intención de interrumpir nuestra aparente huida.

Ashton no se detuvo, simplemente siguió la curva de la ola de extremidades y cabezas que de repente se cerró, formando un túnel en el que los puñales de fuego se incrustaron, encendiéndolo todo cual tarta de cumpleaños.

—¡Eso es! —celebré al salir y detenernos para contemplar la escena. Nunca creí que algo así fuera capaz de divertirme—. ¡Toma eso, batracio!

El fuego se expandió entre las deformaciones, hasta que Aros las separó del resto y no pudo propagarse más.

Furioso, terminó por hacer un gesto, enviando a la bestia pequeña a cazarnos. Pero antes de aletear demasiado, una correa de fuego en forma de espirales la alcanzó como un cañonazo y se la tragó sin problemas, escupiéndola al final como el humo de un cigarro. Retorné la mirada hacia Milo, quien agitando los brazos en el aire al igual que Mango, controlaba el regreso de las llamas hacia la burbuja que protegía el medallón.

—Si es lo que quieren, ¡que empiece la función! —gritó Aros.

Su enorme bestia encendió parte del suelo poco antes de elevarse. Milo se preparó, abriendo mucho las piernas para estabilizar su gran cuerpo.

El medallón sobre las palmas de Renzo se encendió y el suelo tembló, formando olas y columnas arenosas que se dispararon en dirección al cielo, también tiras largas que elevaron a los veteranos como si se tratase de una plataforma; un graderío alrededor y un escenario circular de arena bajo sus pies, construyéndose al ritmo en que las manos del padre de Ashton empezaron a moverse. Al instante supe que el artilugio en posesión de Renzo era el de la carpa lacrada, así que el que permanecía en el interior de la burbuja de fuego seguramente era el del primate.

—Intentaré hacerlo —dije finalmente.

—¿El qué? —preguntó Ashton.

—Detener a Lene. —Tragué saliva—. Controlar a las sombras... Sin embargo, lo que más me preocupa es el efecto que tendrá sobre ti, y si es que lo tendría.

—Zara, no sucederá nada conmigo. Tampoco debes olvidar que eso también recaerá sobre ti. ¿Estás segura de querer hacerlo?

¿De por fin poder hacer algo por él y el resto? No había duda.

—Sí, completamente segura. No podremos atrapar a la sombra y obtener el medallón de regreso si no hacemos esto. Además, también tengo que devolver a Thomas al cuerpo de Aros.

—Claro que podríamos hacerlo de otra forma, sólo nos tomaría un poco más de tiempo.

De nuevo la preocupación se hizo de sus palabras.

—Pese a estar en un mundo en donde existe más tiempo que vida, lo que menos nos queda es justamente eso. Dices que no permitirás que muera, en cambio yo, no dejaré que te conviertas en sombra. Ahora sé que sería la peor manera de perderte.

Perdió la vista en ningún sitio con su intranquilidad yendo en aumento.

Nos llevó al suelo con extrema lentitud, y me paré en frente de él con las manos sobre su cintura, apretando su fina camisa entre mis dedos.

—Zara, existe algo más...

La seriedad empleada en la manera en que dijo eso último, me aterró.

—¿Qué cosa?

—Que los anillos llegaran a ti no fue idea de mi padre, lo hizo Dalas porque vio que tenías la habilidad para verme cuando estuvimos en su feria la primera vez. Y comprendí el motivo. Tú eres a la única que Aros no pudo manipular para sus planes por cómo eres y, porque desde un comienzo, contaste con el apoyo de mi padre y del mismo Thomas.

—Eso no... No estoy muy segura de lo que dices de Aros.

Negó con un gesto.

—Cuando despertaste en su morada —continuó—, le dijiste a Thomas que necesitabas ir al baño y él se percató de que estabas mintiendo, pero aun así te dejó. También me percaté de ello. El que Thomas te haya aceptado y haya intentado protegerte, dice mucho de Aros. —Ahora, hasta él sabía que era pésima para decir mentiras—. Además, cuando todo estuviera a punto de terminar, de buena o peor...

—No. No lo digas, ni siquiera lo imagines —advertí—. Pensar de forma negativa...

Puso sus manos sobre mis hombros y apretó con un poco de fuerza.

—De buena o peor manera. —Hizo una pausa para comprobar que estaba prestando atención—. Puedes verme aunque esté muerto, así que sólo tú podrás buscar a Dalas, y solo él podría liberarte de los anillos. Ahora puedo ver que siempre estuvo previsto que tendrías que regresárselos, porque al ser descendiente de nuestro circo, no puedes usarlos con libertad. Las veces en que los anillos te han hecho caso, ha sido porque te encontrabas emocionalmente vulnerable. No respondieron siempre, y no lo harán a menos de que te encuentres en el límite. Esa magia, nunca te responderá como deseas, no completamente, y de hacerlo, te hará daño. Zara... Solo quiero que tomes muy en serio cuando te dije que tu vida es mi deber y privilegio. Te convertiste en un destello entre toda esta penumbra que me mantuvo cautivo durante años. No deseo arrastrarte conmigo a una oscuridad que sería capaz de consumirte por completo.

—Antes de que eso suceda, encontraré a Dalas por ti, por mí y por todos. —Y me hacía una idea de lo que debía hacer con exactitud—. No voy a dar marcha atrás cuando por fin puedo hacer algo al respecto. Hay que tomar riesgos, tú también lo dijiste.

—Sí, pero... —Una mueca de molestia dirigió su mirada al piso.

—Te duele ¿cierto? La oscuridad sigue avanzando y no va a parar hasta terminar...

Mis palabras fueron contenidas, interrumpidas por el suave roce de sus labios y la celeridad de mi corazón. Anhelé todavía más estar a su lado, por sus delicados besos que robaban el aliento.

Tal ansia presentada en él se volvió tan fuerte y palpable, que fue como si no pretendiera alejarse, como si no quisiera soltarme otra vez, como si temiera dejarme ir.

—Tengo miedo a perderte —reveló.

—No lo harás, porque cuento contigo, precisamente por eso. —Besé su mejilla con la misma suavidad y resistencia con la que él había besado mis labios—. Todo acabará bien, para ambos.

Sonreí, aunque debido a un motivo que me negué a aceptar, por dentro lloraba. Me ahogaba en un mar de lágrimas.

—¿No entiendes que te amo?—Fue la primera vez que lo escuchaba gritar casi con desesperación mientras se agarraba el pecho con la misma angustia.

Su torso se elevaba con urgencia, como si, en tan solo un grito, hubiera soltado todo aquello que contenía oculto en su interior.

Puse la mano sobre su corazón, comprendiendo sus sentimientos. Palpitaba tan veloz que hasta para mí era alarmante.

—Lo sé, y aunque no esté completamente segura, es algo que debo y sólo yo puedo hacer.

Después de todo lo que nos había pasado, no solamente era Ashton, ambos teníamos el presentimiento de que algo malo podría volver a suceder.


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