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Capítulo treinta y tres


REFLEJO 


Ante mí, las sombras siempre se vieron como hollines moldeados, y fue la mejor forma en que Ashton llegó a describirlas en su momento, pero después de haberlo visto ser arrastrado por la oscuridad de este mundo, su remedo de sombra me tomó de la mano al intentar arrancarme los anillos de los dedos, siendo entonces que asumí su tacto era como palpar la arena que nos rodeaba. Para variar, bastaba exponerla al fuego para que se encendiera como pólvora, y puesto a que las sombras aparentaban estar compuestas de arena, la de Ashton pareció haber evolucionado a un extraño y brillante aspecto cristalino. Además que, gracias a la cercanía de los tres medallones y su magia, el fuego de Milo continuaba distinguiéndose como el mismo magma. Eso también había ayudado en el proceso.

Después de razonarlo, de nuevo fui consciente que, para crear cristal, a más de la temperatura perfecta, la arena debía poseer varios elementos que la verdad no sabía cuáles eran, sin embargo la del mundo de las sombras parecía estar compuesta de todos esos ingredientes necesarios para la fabricación del cristal, a más de algún otro que funcionara como la pólvora. Vaya Dios a saber de qué estaba compuesta esta última también.

Intentaba ser razonable cuando quizá y todo simplemente tenía relación con la magia. No lo sabía con exactitud.

—No te separes —dijo Ashton después de comprobar que, extrañamente, nada malo nos había ocurrido. Tomó un poco de distancia para estudiar mi meditabunda expresión.

Con su mano apretó mi brazo suavemente, como asegurándose de que no volviera a salir corriendo en cualquier instante. Y estando de esa forma, tampoco me era posible. Me estaba esforzando en mantener esa misma extremidad con el anillo radiante, dentro de la sudadera. Se estaba volviendo incómodo.

¿Cada cuánto debía recordarme que un movimiento en falso podía terminar transformando a Ashton por completo en una sombra? Lo que fuera necesario.

—Genial, ahora ni siquiera el fuego le causa cosquillas. ¿Qué haremos?, ¿cómo vamos a encontrarla entre todas y acercarnos sin que se percate?

—Permanecer alerta y juntos, por lo pronto es una buena opción.

Asentí con duda, nerviosa y mayormente preocupada. No tenía mucha idea de cuánto más podría soportar la condición de Ashton. Ese aspecto me volvió ansiosa. Consideraba que no podía esperar más.

Presté mucha atención, contemplando los cristales alrededor, en busca de cualquier... ¿Salida?

No estuve mal en asemejarlo a un numeroso laberinto de espejos, excepto que todos se mantuvieron como formas humanas muy altas y de pie. Estáticas, inmutables.

Aunque intenté ponerme de puntillas para observar sobre ellas, no conseguí apreciar nada más que mi difuso reflejo muy pegado al de Ashton.

No funcionaban con la misma perfección que un espejo. Al frente lucían como infinitos cristales de un celeste azulado indefinido. La zona a nuestras espaldas, en cambio, llegaba a ser un azul más oscuro, quizá porque muchas sombras se habían aglomerado en eso sitio, opacando así su transparencia.

Por todo ello, era inútil tratar de vislumbrar la salida. Tal vez si nos acercábamos a los límites, podríamos verla, sabiendo que los cristales se tornarían cada vez más transparentes a medida que el grupo disminuyera.

Fue debido al pequeño pormenor de querer mirar sobre ellas que también lo noté; no todas se parecían. Entre unas y otras, su contorno era peculiarmente desigual.

Advertí una que semejaba llevar una boina en la cabeza. Otro par muy juntos, cuyas figuras robustas tenían grandes orejas y al parecer, una abundante melena sobre sus coronillas. Más allá había otra, a la que le caía el cabello sobre los hombros. También creí ver una que no tenía cabellera. Dejé de investigar entre las siluetas cuando, una en particular, ensimismó mi vista en el extravagante peinado que hacía lucir su cabeza como si tuviera una pelota con púas incrustada justo en la coronilla.

—Esa es Lene —señalé con recelo.

No hallé señal alguna del medallón.

—En este mundo logran contornearse a la perfección. También está Alviss, el contorsionista; Giorgio, el trapecista; Brondolf y Enar, los malabaristas; Magne, el equilibrista; Ricci, el bufón...

Eran sus nombres reales, deduje con facilidad ya que sus distintivos en el circo hacían referencia a las diez estrellas más brillantes del cielo nocturno. Así como también concluí que el par de figuras muy juntas podían ser los malabaristas, por el encuentro que tuvimos con ellos momentos atrás. El del cabello sobre el hombro quizá se trataba del equilibrista, el que no tenía cabello seguramente era Giorgio, y el de la boina tal vez se trataba del tal bufón. Pero no sabía con exactitud si eran todos, pues se volvió confuso y empecé a marearme.

De cualquier manera, yo buscaba la figura de Ashton y un mínimo resplandor entre todas ellas, pero ya no estaba, lo que me pareció todavía más inquietante. Si bien al juntarse habían tomado su forma otra vez, eso quería decir que todavía sentía miedo a verlo convertido en una de ellas, pero ese temor ya no era capaz de dominarme igual que antes.

Era como alguna vez le escuché decir a alguien: quizá no venzas al miedo, pero seguramente aprendas a vivir con él.

Había empezado a aceptar la realidad de las cosas, que los resultados también se verían influenciados de acuerdo a las decisiones que yo tomara. Y daría todo lo que estuviera a mi alcance para que mi mayor miedo no se hiciera realidad.

—¿Bufón? —pregunté involuntariamente, esforzándome sobre cualquier impulso que mantuviera mi cabeza ocupada en otra cosa que no fuera pensar de más, o desesperarme por no hallar salida alguna.

—O imitador —desentrañó.

—Mimo —descifré.

—¿No es lo mismo?

—No estoy segura. ¿Piensas que todo esto se trate de alguna habilidad? —Cambié de tema rápidamente—, ¿convertirse en cristal y este laberinto?

—No pienso que sea exactamente así. El que se convirtiera en cristal fue un imprevisto. Su habilidad otorgada por el medallón ya les permite estar bajo la luz, así que el fuego hizo lo que hace con la arena. Pero esto del laberinto... Más bien parecen estar reaccionando a los miedos de alguien. Se está presentando como un temor, y si no lo está reflejando en este momento, lo hará dentro de muy poco.

«Yo no tengo nada que ver con eso», pensé al instante.

Gracias al cielo no le temía a los lugares cerrados, y los laberintos de espejos siempre me parecieron un reto interesante y cuanto menos divertido. Conjuntamente, estaba dando todo de mí para que nunca volviera a suceder. Por asuntos microscópicos como miedos e inseguridades, no iba a perder de vista a Ashton otra vez. Era como dejar de vivir a libertad por temer a los parásitos, parar de comer por miedo a engordar, no dormir por atravesársele a uno un nudo en la garganta debido a la falta de luz. Placeres abandonados por abyectas y presuntuosas turbaciones. Eso es lo que era. El temor se encontraba sólo en la cabeza y nadie más que uno mismo podía vencerlo. Y sí, era difícil, de eso no cabía duda, pero no imposible.

Y, tras encontrarse perdido entre la oscuridad, lo único que podía vencer eran los asuntos del corazón, aquello que movía la vida. El amor por uno mismo o por el resto, daba igual, pues hablábamos de lo mismo. De un sentimiento inagotable, más poderoso que cualquier otro. Una fuente de energía vital perfecta.

—Uh-oh... ¡Renzo! —adiviné—. Fue por mis hermanos. ¡Estaba cerca de aquí!

La trampa no era específicamente para Ashton o para mí. No obstante, tampoco podíamos cometer la imprudencia de bajar la guardia.

—Debemos encontrarlo —establecí.

En mi esfuerzo por mantenerme vigilante, una figura transitó veloz ante nuestros ojos, como un destello; un perfecto reflejo que avanzó con soltura e infinita gracia cada que daba saltos como una bailarina.

Mi boca fue deliberadamente abierta, el mundo marchó en cámara lenta mientras un enorme agujero negro se hizo en mi pecho, absorbiendo mi sensatez.

Todo se debía a la apariencia de esa gallarda figura. Estaba descalza, tenía el cabello rubio y sus bien formados rizos le caían desde una cinta bicolor hasta la altura de los omóplatos. El perfecto maquillaje deslumbró sus delicadas facciones, iluminando las mejillas contorneadas y labios de corazón cuando, de improviso, sonrío. Además, en cada giro que daba, lucía un maravilloso vestido rojo que ondulaba como las flamas del fuego de Milo. Al rojo vivo.

En cuestión de segundos la perdí de vista.

Parpadeé, irónicamente sufriendo con la impresión de haber visto un fantasma.

—Era... ¡Oh, Dios mío! Era... ¡Era ella! ¿¡Era Eloísa!? —tartamudeé, sintiendo que se me secaba la boca.

—Sí, es ella— respondió Ashton con la misma extrañez.

—Cómo... ¿Cómo? ¡Cómo! —Tuve que tragar saliva para dejar de parecer tan subnormal—. ¿No había muerto? Me refiero, ¿también es una sombra?

—No estoy seguro, todavía vivía cuando yo morí. Según me contaste y después de todo lo que sabemos, la noche siguiente de mi muerte, Eloísa falleció, todo gracias a Giorgio. No sé en qué momento exactamente se llevaron los medallones lejos del circo, separándolos. Además, creo que el que la veamos específicamente a ella, más bien tiene que ver en cómo lucen las sombras ahora, es decir, con el miedo de Renzo.

Varios minutos me tomó procesar la hipótesis de Ashton, hasta que por fin pude dar con el clavo. Antes, las sombras habían tomado la forma perfecta de Ashton, representando de esa manera mi miedo a verlo convertido en eso. Ahora, gracias a la nueva constitución cristalina y el medallón resplandeciente en su interior, podían funcionar como un prisma, es decir, los rayos de luz en su interior, chocaban contra todas las paredes de cristal, así que al conseguir traspasarlo reflejaba colores, tal y como sucedía con las gotas de lluvia y el sol: cuando los rayos de luz atravesaban pequeñas gotas de agua contenidas en la atmósfera terrestre, daban como resultado un arcoíris.

Las sombras en este momento contaban con el lujo de encerrarnos en nuestros miedos y sin derecho a escape, representándolos ante nosotros perfectamente y a color.

—No voy a pensar más en eso —musité con ímpetu, extrañando no tener a una Lene junto a mí que me sacara de quicio o comentara alguna estupidez—. Ash, creo que lo mejor sería aprovechar y encontrar a la sombra entre todas estas, la principal debe llevar el medallón en el pecho. Y ahora que lo pienso... Quizá funcione como un proyector. Para lograr envolvernos en este laberinto de reflejos en donde Eloísa puede moverse con semejante libertad, creo que la hallaremos ubicada en el centro o en una esquina. Y ya que no representa ninguno de nuestros temores, podremos sobrevolar el laberinto para encontrarla.

Levantó ambas cejas, impresionado aparentemente. Yo lo estaba del mismo modo.

Recordé las tantas veces que escuché a Thomas mencionar que la adrenalina lo hacía trabajar de mejor manera, así que solía dejar las tareas para última hora. Y así era cómo también, muchas veces terminó copiando de las mías.

En tal caso, parecía funcionar, claro que dadas las circunstancias.

—Buen razonamiento. Pero no creo que hayan pasado por desapercibida toda la energía emitida por los anillos. No nos habrían incluido en el laberinto de ser lo contrario. Sigues en el ojo de la tormenta —insinuó.

Al pensar en lo que eso significaba, en lo que nos estaba aguardando, sentí como si la sangre se empecinara en buscar la forma de abandonar mi cuerpo.

Buscaban la manera de representar nuestros temores, y ¿si no encontraban nada? ¿Existía esa posibilidad?

—No te preocupes, no dejaré que te hagan daño. —En un momento de confusión, besó mi sien, erradicando todo el cúmulo de horribles y agobiantes emociones.

—De todos modos, hay que intentarlo —susurré sin aliento—. No nos quedan muchas opciones. Debemos aprovechar cualquier oportunidad que se presente.

Sus ojos se tomaron un tiempo para estudiar mi rostro, pero fue bastante rápido en asimilarlo y, asintiendo con un gesto de completa osadía, se apegó más a mí, tomándome de la mano como si quisiera empezar una danza.

Su brazo alrededor de mi cintura más bien pareció una suave caricia, sus dedos perfilaron la piel establecida sobre mi palma, ocasionando un tierno cosquilleo mientras su aroma a canela produjo una sensación semejante a mis fosas nasales, como la primera vez que me cargó en el garaje de casa, cuando explotaron los focos seguramente a causa suya.

Nos alejamos del suelo antes de que mi mente cavilara en las muchas veces que habíamos estado tan juntos, acostumbrándome así a su gentil cercanía. Admití que todavía me ponía nerviosa, que no le había prestado verdadera atención a mi corazón conmovido, al hormigante vacío que se acunaba en mi estómago y al temblor de mis manos un tanto sudorosas. Él causaba todo ese efecto con tan sólo estar cerca, omitiendo las dulces palabras y elegantes gestos.

También reflexioné en lo mucho que deseé poder concentrarme sólo en él, en su proximidad, en su aroma, en quedarme mirando sus enigmáticos cetrinos como una tonta y sin tener que preocuparme de nada más. Desde que lo conocí, todo lo que envolvía nuestras vidas siempre había sido precipitado. Cada que estábamos juntos, solía acontecer algo de por medio y, debido a ello, casi nunca me percaté de sus refinados movimientos y de lo que estos ocasionaban en mí.

Cuando vi sus preciosos ojos, supe que sería capaz de dar lo que fuera con tal gozar de cualquier momento a su lado, de cualquier instante que nos permitiera mantenernos lejos de las preocupaciones, disfrutando de la cercanía el uno del otro, de nada más.

—Es justo como dijiste. —Ashton manifestó su curiosidad al toparse con mi vista perdida en un punto fijo en su rostro.

Apenada dirigí mis pupilas a examinar otra zona.

—Luce como Eloísa —expulsé todo el aire contenido en mi interior, advirtiendo la figura principal en pleno centro, justo como supuse.

Ashton y yo nos encontrábamos apenas asomados sobre el gran laberinto, pero muy lejos de ella. Pero aun así, no mostró interés alguno en perseguirnos. Mi sorpresa creció exclusivamente.

Y casi en el límite del laberinto, Renzo desesperado, haciendo uso de la misma cuerda arenosa que había originado para salvar a mi hermano de las llamas. Todavía hacía posesión del medallón de la carpa, palpitando entre sus dedos, apretándolo con angustia mientras rompía los cristales, pero, lamentablemente, a estos tan sólo les tomaba cinco segundos volver a reconstruirse.

Los gemelos también lo acompañaban, tirados en el suelo, sacudiéndose como aquel gusano que vi después de hablar con Aros personalmente y por primera vez. Seguían amarrados y casi no podían moverse. Se hallaban demasiado apartados de su fuente de energía.

Renzo de repente se quedó muy quieto, con la vista consolidada hacia al frente. Acababa de ver a Eloísa. La imagen de su amada fallecida bailaba en frente de él, ignorando su presencia, procurando ser un tormento. Bien podía tratarse de experimentar el infierno en vida.

—No me gusta esto —redundé—. Hay que hacer algo para sacarlo de ahí.

No fue sólo el imaginarme en su situación, había algo en el laberinto que seguía sin darme buena espina. Lo decía porque todas las sombras se encontraban ahí, y hasta el momento, parecían demasiado calmadas.

—Creo que sería imprudente acercarnos directamente a ella —dijo Ashton, refiriéndose a la sombra principal, a la que todavía guardaba el medallón en su pecho.

—Intenta con lo de la última vez. La ventisca —pedí.

Asintió y estuvo listo para hacer su bastón aparecer, pero de pronto, Renzo destacó alarmado, girando en todas direcciones.

Ashton y yo permanecimos en silencio, sin conseguir movernos a causa del estremecimiento que nos causó verlo actuar así.

—¿Qué sucede? —pregunté atormentada.

—Los espejos, parecen reflejar algo más —dilucidó afónico y tuvo que aclararse la garganta. Por suerte conseguí entenderlo la primera y única vez que lo dijo.

Tenía buena vista, sin embargo nos encontrábamos muy lejos en relación, y a menos de que hubiese hecho uso de unos binoculares, habría advertido con antelación lo que parecieron ser tres objetos como alargadas espinas precipitándose, saliendo de uno de los espejos e incrustándose en la espalda de Renzo al punto de dejarlo tirado boca abajo. Permanecieron como garrapatas pegadas y, tras separarse con extrema lentitud, por su parte, decidieron marchar en otro camino.

Renzo no reaccionó.


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