Capítulo treinta y ocho
✶ LEYENDA ✶
Aún después de haber transcurrido cinco días, el dolor no se marchaba.
De nuevo, desperté en la madrugada, inundada en lágrimas y sudor. La oscuridad asechaba mis sueños con imágenes tenebrosas, sombrías y por sobre todo, deprimentes. Inconscientemente las veía de ese modo, aunque, un momento después de abrir los ojos, no recordaba nada, quedándome durante el resto del día, con la impresión de haber perdido algo importante.
Cada noche era igual, apagaba las luces y, sin saber qué cosa en particular, buscaba entre la oscuridad. No era algo normal en mí y las cosas al respecto, no parecían mejorar.
Era sábado, así que conté con mayor calma para esperar a que se hicieran las siete de la mañana, y de ese modo, tratar una vez más.
Salí de la cama y fui hasta el pasillo antes de que en casa empezara a despertar. Marqué el teléfono y conté el sonido intermitente hasta que me lanzó directo al buzón de mensajes.
Lamentándolo, cerré los ojos y hablé:
—Ya he perdido la cuenta de cuántas veces he llamado, pero algo me dice que no decaiga. Aunque ya es suficiente... Te necesito, en verdad, necesito de mi mejor amigo. Siento... Siento que estoy a punto de enloquecer.
Me quedé mirando la pared en frente de mí. No entendía por qué seguía insistiendo, las posibilidades de que contestara eran casi nulas.
Un golpe en la puerta de la habitación de mis padres me sobresaltó y, al instante, dejé el teléfono en su sitio. Mamá me miró con curiosidad y preocupación.
—Buenos días —saludé y me apresuré en regresar a mi habitación, pero mamá, con sus palabras, consiguió detenerme.
—Zara, ¿hoy también irás a la estación?
—No. —Negué acompañada de un gesto.
Desde el día siguiente en que hallaron a todos los desaparecidos en la feria, fui a brindar mi ayuda al sheriff West con todo lo que sabía respecto a Thomas: de mi último encuentro con su persona el día lunes, cuando lo vi recorrer el pasillo del colegio.
Para mi sorpresa, después de los exámenes que le hicieron al cuerpo de aquel hombre que hallaron en el gimnasio, resultó ser que se había ahorcado el mismo día en que recordaba haber visto a Thomas por última vez. Desde ese momento, la policía había estado rondando el colegio y, lo único bueno, fue que suspendieron las clases de cultura física hasta el día viernes. Pero a partir de la semana que había empezado, todo empezó a reanudarse.
Las horas continuaban transcurriendo, y los únicos que parecieron haberse evaporado de la faz de la tierra fueron Thomas y su padre.
También estaba curiosa por todo en alusión al tema, presintiendo que podía encontrar respuestas a mi confusión. Así que estuve visitando la estación el resto de la semana sin falta, incluyendo sábado y domingo.
De ese modo fue que me enteré de las conjeturas que las personas en Port Fallen fueron sacando a la luz. Como por ejemplo: ovnis. Me sorprendió la cantidad de personas que creyeron en eso. También estuvo algo así como un secuestro masivo, una feria maldita que atraía a la gente a su muerte y que asemejaron con la leyenda de El circo de la Muerte, objetos de experimentos... Cosas de ese estilo paranormal que sonaba a pura ficción y fantasía.
Una gran parte de la población prefirió olvidar y volver a sus rutinas diarias mientras especulaban que, el incendio en la feria, el suicidio, las paredes agujereadas y ciertos destrozos en Port Fallen estaban relacionados, pero nadie pudo sacar una conclusión que no pareciera tan descabellada y fuera de lo normal. Claro que tampoco faltaron aquellos que acudían a la estación con el fin de comentar todo tipo de especulaciones extrañas.
Pero a decir verdad, era muy extraño. Todos los que asistieron a la feria, pasaron dos días en su interior y no lo recordaban, no podían creer que el tiempo hubiese pasado tan rápido. Además, presentaron los mismos síntomas con los que yo me desperté aquel martes 20 de agosto, como el hambre, dolor del cuerpo o la vejiga llena. Pero no les causó mayores problemas. No hubo llanto, dolor o pesadillas.
Otro aspecto anómalo —a más de que todos en el colegio me miraban como si realmente hubiera provocado el accidente de Natale—, resultó ser que, el mismo veterano con el mono de accesorio sobre el hombro, ese con el que me había encontrado en la estación de policía, se presentó la noche del miércoles en la puerta de nuestro hogar. Platicó con mis padres de algún asunto que pareció dejarlos bastante consternados, y, a partir de ese momento, su presencia en casa se volvió frecuente. Algunas veces quisieron platicar conmigo y los gemelos en conjunto, pero, o mis hermanos se encontraban fuera esparciendo rumores sobre un circo fantasma o, yo no hacía más que permanecer en mi habitación con la excusa de estudiar.
—Visitaremos a Natale, en el hospital, si te parece bien. El día de hoy, le darán de alta —anunció mamá.
—Sí. Me parece bien. Entonces, me iré a cambiar —compuse una sonrisa que casi pareció convincente y regresé a mi cuarto.
Seguí teniendo el mismo presentimiento, pero ya no me encontraba del todo segura. Al salir del colegio después del accidente en la bodega, podía recordar la urgencia con la que llegué a casa, como si algo me hubiese presionado a llegar apremiadamente. Saltaba por las veredas, cuidando permanecer debajo de la luz de las farolas y con un terrible dolor muscular debido al castigo de la entrenadora me proporcionó, cuando me agaché inesperadamente porque su presión en mi espalda estuvo a punto de partirme en dos.
Pero, ¿por qué razón estaba tan apurada exactamente? Muchas cosas no encajaban para mí, porque estaba bien olvidar ciertos aspectos, pero también estaba segura de que aquellas memorias arraigadas a grandes emociones, se agarraban de uno hasta el punto de constatar su recuerdo con todo tipo de cicatrices. Y yo tenía cicatrices, pero no recuerdos.
La puerta blanca se abrió y mamá me dio un ligero empujón para que entrara.
Una vez dentro de la espaciosa habitación blanca, me encontré con el rostro apesadumbrado de una mujer italiana de cabello castaño claro y ropa que parecía cara. Junto a ella, sentada en la orilla de la cama estaba Natale, aparentemente lista para marcharse.
—Buenos días. —Me adelanté con una extraña inclinación, sintiéndome avergonzada.
—¡Zara! —Natale se levantó de un salto y corrió hacia mí.
Todos fuimos sorprendidos por su repentina maniobra. Yo más que todo, debido a su repentino abrazo.
Permanecí inmóvil, con los ojos muy abiertos.
—Lo siento, yo... —Se apartó para observarme confundida y, tartajeando, proseguí—: si lo hice, no era mi intención...
—¿Esto? —Se tocó un poco más arriba de la sien—. Tú no lo hiciste. —Miró a su madre de reojo, quien al parecer, también pareció haber llegado a pensar que fui la causante—. ¿Pensaban que Zara intentó asesinarme? —rió a carcajadas, pero al notar que nadie le siguió la corriente, su cara cambió drásticamente—. ¿De verdad pensaban eso? ¡Mon dieu! —expresó con horror—. Para nada, ¡fue un accidente! Zara, me pediste una silla para destrabar la puerta. Y ahora que lo pienso, creo que tampoco habría funcionado.
Miré a mamá. Su expresión de culpa la delató, hasta el momento en que la madre de Natale se aproximó a su lado para susurrarle algo.
—... Pero el punto es que te encontrabas cerca de la puerta y yo al final de la bodega. Dime, ¿tienes poderes como la telequinesis o lo que sea? No lo causaste, Zara. Es más, creo que había algo más ahí.
—¿Cómo que había algo más? —cuestioné entrometiéndome en su narración, entornando la mirada en su persona—. ¿Algo como una persona?
Ahí estaba de nuevo, reaccionando y sintiéndome desacorde a la circunstancia, siendo consciente de los vellos que se habían erizado en mi cuerpo.
—Sí, creí que habías visto algo, pues me alertaste de la pila. Al menos conseguí protegerme con los brazos lo mejor que pude cuando todo se me vino encima.
Medité, tomándome un buen tiempo para encajarlo todo, pero como ya había sucedido, no llegué a ninguna parte.
—Yo... Realmente... No recuerdo haber visto nada —declaré con pesar—. Pero tú, ¿viste algo?
—No, estaba bastante oscuro. ¡Ah! —Tuvo un pequeño sobresalto en el que aplaudió, capturando un recuerdo más—. Pero las persianas se cerraron solas.
—¿No estaban cerradas desde el momento en el que entramos?
Las tres mujeres me miraron extraño.
—Zara, ¿no eres tú la que está mal de la cabeza?
—Natale. —Su madre la reprendió—. Seguramente lo imaginaste. Tuviste un gran golpe.
—Qué terrible suerte tenemos algunos... —Natale hizo un puchero y prefirió no continuar más con el tema—. Por cierto, Thomas... —dijo al ver que no había ninguna otra intervención por parte de nadie más en la habitación—. ¿Sabes algo de él o de su padre?
Se había enterado ya. No fue una sorpresa. Era un pueblo chico y los chismes tenían alas.
—No. —Se me entrecortó la voz. Nunca creí que una respuesta tan corta fuera a ser tan difícil de decir.
—Lo lamento.
Un instante incómodo de hizo del cuarto hasta que la puerta se abrió. Un muchacho bastante alto ingresó por ella, sorprendiéndome gratamente.
Con sinceridad, creí que mis hermanos y yo éramos los únicos gigantes que habitaban el pueblo. Tenía el cabello rojizo y unos ojos verdes que parecían dos bolas de cristal. Además, su piel estaba bastante bronceada y, cuando enseñó su perfecta dentadura, me resultó conocido y un poco aterrador, pero luego di con que parecía el muñeco Ken de Barbie. Sí, era imposible que lo hubiera visto en otro sitio y olvidado poco después. Su presencia llamaba mucho la atención.
—Oh, Zara, él es Nil, mi novio. También es extranjero y gimnasta. Estudia sistemas en la universidad de Port Flowery. ¿No es genial?
Abrí la boca por la sorpresa al saber por qué sus hombros eran bastante anchos y lucía la camiseta pegada al torso, además de tener un trasero que parecían dos montes Everest. Me desagradó un poco su exagerada apariencia física, pero de todos modos, era el novio de Natale, no el mío.
—Hola —saludé.
—¿Qué tal? —respondió amigable, sujetando la manos de su novia.
—Bueno, entonces, las llevamos a su casa. Estoy en el auto. —Mamá se ofreció y todos estuvimos de acuerdo.
Ya de camino a casa, la pareja junto a mí iban conversando. Natale le susurró algo al oído y Nil le sonrió. Verlos tomados de las manos me desalentó un poco y, tras morderme la mejilla me concentré en mirar a través de la ventana.
—No mientas, bebiste.
—Hablo en serio. Toda la tarde del lunes pasé en casa, y el martes simplemente desperté con la piel muy sensible. Como si hubiera recibido el sol directamente.
—Qué ironía... —comentó Natale—. Me estás engañando.
Escuché un golpe en seco y poco después a Natale luchando porque Nil la soltara. Me sentí incómoda a muerte. ¿Así peleaban todas las parejas? Además, a ellos no les importaba estar en presencia de dos personas adultas, sumándole el hecho de que una de ellas era su madre, la de Natale precisamente.
«Nada de sentimientos desconocidos», me dije. «Nada de deprimirse por cosas absurdas».
Respiré hondo y apegué la frente en la ventana a medio abrir.
El semáforo en rojo nos detuvo y levanté la vista hacia la tienda de ropa. Sus maniquís eran tan artificiales que la ropa de invierno, en ellos, aparentaba verse extravagante. Los colores neón brillaban con intensidad al recibir la fuerte luz del sol. A pesar de eso, siempre vestirían esa clase de prendas debido a las fuertes brisas que llegaban del lago. Además que, el cielo, por lo general regaba agua sobre nosotros como si fuéramos plantas, pero tan solo por esta vez, no parecía que fuera a llover durante el resto del día, aunque en Port Fallen, con la lluvia nunca se sabía.
La presencia del sol era un caso anómalo presente en ese día, pero no fue la única manifestación que me enardeció, haciendo que mi corazón saltara de mi pecho así como las palabras lo hicieron de mi boca.
—¡Mamá! —revelé un grito de emoción y, al darme cuenta de lo raro que fue eso, bajé la voz hasta casi susurrar—: creo que olvidé algo.
Puse la mano en la manilla de la puerta y tiré, pero estaba con el seguro puesto.
—¿Qué? ¿Te bajas?, ¿ahora? —preguntó confundida.
—Sí, sí. Lo siento —respondí con apuro—. Es... Es algo que olvidé hacer —mentí, y fui tan convincente que sorprendentemente dejó saltar los seguros del auto.
Abrí la puerta sin fijarme en la gran posibilidad de que cualquier transporte pasara justo en ese momento. Por suerte eso no sucedió.
—Regresa pronto a casa, necesito hablar contigo y los gemelos de unas personas.
No comprendí por qué motivo sonó tan animada, pero tampoco quise ir más allá y perderla de vista.
—Lo haré. Adiós —Me despedí de la Barbie francesa y su novio Ken.
Cerré la puerta y me aventuré por la vereda, buscando al pequeño volador, percatándome de que mamá no era la única repentinamente animada.
Cuando el semáforo cambió a verde, el auto continuó su marcha sobre la calle. Me devolví hacia la tienda, dándole el frente al vitral. La luciérnaga, con inusual elegancia, voló justo detrás de mí y giró la esquina.
¿Cómo debía verse una luciérnaga a plena luz del día? No tenía ni la menor idea, tampoco creí que podría llegar a ser posible. Pero de haberlo imaginado, pensaría en un bicho volador opaco y feo, cuya luz fuera verdosa, no azulada y que brillara con tal intensidad. Era hermosa, casi quimérica.
¿Por qué ese hecho me reanimaba tanto? Inusual, enigmático. Quizá se debía a eso, encontrarse con una de ellas a plena luz del día, montando semejante escena.
No estaba segura de nada, pero, cualquiera que fuera la asombrosa razón, me aceleró el pulso, llenándome de una irreconocible esperanza.
—Es probable que ya estés bastante loca, y ahora, también piensas perseguir una luciérnaga. ¿Qué está mal contigo, Zara?
Apareció de nuevo, la curiosidad, mi tormento. ¿Qué tan lejos habría de llevarme en esta ocasión? No tenía idea, pero presentía que nada malo podía venir de algo tan maravilloso.
Después de haber dejado varias calles atrás, la vi ingresar por un gran portón de metal oxidado.
Dudosa en si continuar, di un paso hacia atrás. Pero otras tres más se reunieron a la que había ingresado.
—Zara, el segundo lugar al que deberías entrar después de intentar con este, tendría que ser un psicólogo —me dije, encontrándome de nuevo en la vieja estación.
Avancé lento, arrastrando los pies hasta el portón.
No fue necesario asomar más que la vista, para dar con despojos de contenedores y ferrocarriles, la maleza también abundaba entre todos ellos y, del suelo exactamente, surgieron más de ellas: hermosas luciérnagas.
Impulsada por mi inesperada valentía, empujé el portón y, con cuidado, entré.
Avancé un poco, maravillada entre brillantes luciérnagas y dos filas de contenedores blancos con perfilados rojos, sumándose a finos distintivos de estrellas que escasamente se distinguían debido a la aparente longevidad de los mismos, como si después de largos años les hubieran despegado toda la mugre y el herbaje que se había adherido. Asimismo, presumían figuras pintadas de personajes superficialmente circenses, vestidos con prendas elaboradas de forma muy peculiar. Cada obra de arte era estupenda, muy realista.
La primera de ellas era una muchacha de cabello color malva y ojos aceituna, usaba lo que parecía ser una camiseta blanca hasta los muslos, rasgada en la parte del cuello, lo que le permitía mostrar su hombro desnudo. Lo mismo sucedía con la parte inferior de su prenda, que liberaba un poco más sus esbeltas piernas. Tenía colocada con singular elegancia una mano sobre su cintura y la otra, formando un puño que yacía apoyado en sus labios pintados de un sorprendente rojo. Entre los dedos de esta última sobresalía un puñal en forma de media luna pintado a blanco y rojo como un espiral. La chica lucía de unos veinte años.
—Procyon. —Decía junto a ella. Mi alegría fue deliberadamente eliminada después de leer aquel nombre.
El contenedor que le daba el frente tenía ilustrada la silueta de un joven, al que le daba más o menos la misma edad que la figura anterior. Tenía el cabello negro y largo, sujeto a una liga. Su perfil era bastante apuesto. Colgaba de lo que parecía ser un trapecio, luciendo un traje blanco con cordones rojos que, desordenadamente, le cruzaban el pecho y los muslos.
—Canopus —leí, sintiendo que mi corazón se hacía más pequeño cada vez.
Empecé a caminar como si lo hiciera entre un túnel que, ante mis ojos, parecía contar una triste historia, una sobre la cual no parecía estar consciente del todo.
Junto a ese último contenedor, le seguía el retrato de dos hombres aproximados a los treinta años y pequeños de estatura, de grandes orejas y cuerpos robustos. Vestían igual, con jeans enteritos rotos, camisetas blancas y zapatos rojos. Ambos poseían abundante cabello crespo y rubio sobre sus coronillas. Uno del par tenía una barba trenzada con un lazo rojo y un pino de bolos equilibrado de cabeza sobre su coronilla. «Vega», era el nombre que tenía a sus pies. El otro estaba trepado sobre un monociclo, estirando los brazos como si fueran alas, sus cejas parecían dos arbustos que descansaban sobre sus inmensos ojos azules muy similares a los de su acompañante. «Capella», decía debajo de este.
En el mural de al frente se presentó la imagen de otro hombre, le vi de unos treinta y tantos años. Su melena sobre el hombro era negra y esponjada. Llevaba prendas blancas muy holgadas, casi como si fuera un pijama, tenía los pómulos muy pronunciados y una mirada marrón un tanto fría y calculadora. Estaba recostado cómodamente sobre una fina cuerda, como si fuera una grandiosa hamaca.
Me detuve un momento para leer lo que el contenedor tenía escrito, resbalando sobre el pedazo de cuerda que sobraba junto a sus pies.
—Rigil Ken... Kentaururs. Que complicado...
Seguí caminando, topándome con un nuevo retrato. Otro hombre, quizá también bordeaba los treinta años. Su cabello era castaño claro y bastante corto en comparación con el resto. Era flaco, pero de una impresionante elasticidad a juzgar su pose: caminaba de manos y su torso doblado de forma en que sus piernas caían a cada lado de su cabeza levantada. «Arturo». Este hacía uso de un enterizo de un blanco con degradado rojo, muy pegado al cuerpo, con adornos que variaban entre estrellas, espirales y lunas.
El color blanco y el rojo, parecía ser el distintivo de ese particular circo.
De cara a este último, «Archenar», que llevaba una boina roja sobre la cabeza, como las que había visto usar en una propaganda de pasta italiana. Por lo que pude ver, su cabeza era escasa de cabello. Sus ojos eran marrones y la piel rozada en comparación a los demás. Hacía una mueca graciosa, como si sorbiera sus mejillas. Además, tenía ambas manos estiradas a sus costados, junto a sus delgados hombros, como si estuviera encerrado en el interior de una caja invisible. Este vestía por completo a rayas, a blanco y negro.
—Circus —leí con dificultad en el margen de ese contenedor, y había una palabra más que no se definía bien, pero a pesar de mis esfuerzos, no pude entender lo que decía pues, de repente, el gran número de luciérnagas que paseaban por doquier se juntó, conformando la figura de un pequeño niño de perfil bajo que estiró sus palmas hacia mí. Sobre cada una de sus manos descansaban dos pequeñas circunferencias, ambas un poco más pequeñas que las pelotas de golf.
Fascinada y con el corazón bombeando con ímpetu quise acercarme, sin embargo, antes de dar un segundo paso, las luciérnagas se aislaron, adelantándose todo el recorrido hasta el último contenedor que obstaculizaba el camino que, sus similares, habían creado debido a su particular formación. Algo especial debía encontrarse ahí, me dije. De otro modo, ¿por qué hacerlo resaltar de esa forma?
Las seguí hasta detenerme justo frente a la entrada.
Parecía como si parte de la puerta del contenedor hubiera sido arrancada. Su estructura también lucía aparentemente quemada, y se hallaba disimulada por enredaderas con hermosas rosas de pétalos rojos y blancos alternados.
—Alucinante... No parece real. —Cuando quise tocar una de ellas, desde el interior llegó a mi percepción un débil resplandor azulino. Supe de lo que se trataba cuando vi a otro grupo de luciérnagas salir de ahí.
Valentía, no sabía por qué había llegado hasta semejante lugar sin haberlo pensado del todo, tampoco me detuve a razonar sobre el motivo por el cuál no sentía miedo. La emoción que empezó a florecer en mí, fue recibida con total irregularidad.
Apartando la cortina de ramas que caían del umbral, entré en la oscuridad de aquel sitio sin rechistar.
A pesar de que en un comienzo no conseguí ver hasta que mis ojos se acostumbraron al cambio de luz, encontrarme en el interior fue una sensación amena y muy familiar. Las luciérnagas estaban por todas partes, brillando intensamente, danzando en el aire con placidez aparente. Y el techo, ¡Dios! Era como un perfecto cielo nocturno inundado en estrellas.
Abajo, un sinnúmero de flores cubrían el piso y, cada que alguna luciérnaga se posaba sobre una flor, se encendía hasta cuando el volador abandonaba el puesto.
Desde mis pies, el suelo, de a poco, se fue encendiendo de distintos colores, avanzando como un camino que dirigía hasta el fondo del todo, en donde una pequeña caja descansaba sobre un tronco.
No era ninguna clase de fantasía. Era real y asombroso. Un lugar pleno en donde sólo se percibía el débil aletear de las luciérnagas. Casi solté un grito de emoción cuando una de ellas pasó muy cerca de mí. Pude contemplarla bien, descubriendo que era por completo de tela, pero brillaba casi tanto como una pequeña lámpara. ¿De dónde exactamente habían salido? ¿Quién las había hecho?
Avancé un poco más, hasta la caja. Era rectangular, de color oscuro nacarado y tenía tallados sutiles grabados en toda la tapa. En cada esquina deslumbraba una flor unida mediante finas cuerdas hacia el centro, a una estrella. Me bastó rozarla para que la tapa saltara al igual que lo hizo un muñeco de su interior, así como también lo hice yo que, por la impresión, di un brinco hacia atrás.
Acariciando los sentidos, una débil y armoniosa melodía empezó. Y con ella, un sinnúmero de imágenes plasmadas en mi mente junto a muchos sentimientos encontrados y otros más que, comenzando en los días que habían transcurrido a partir de esa mañana en la que desperté en mi cama llena de arena, no lograba comprender. Pero en ese instante pude interpretarlos. En algún momento, había extraviado el producto que reflejaba en mí todo ese sinnúmero de emociones.
La caja musical resplandeció y su música me arrulló entre notas deleitables, sosegando a la tristeza que yacía albergada en mí, llenando el vacío que sentía como un hoyo muy profundo en mi pecho.
—«Hay que tomar riesgos». —Una débil voz resonó en el lugar, haciéndome voltear en todas direcciones mientras creía que el suelo había terminado de estremecerse bajo mis pies—. «¿No entiendes que te amo?».
Ese último grito se enterró en mi piel como espinas, se fundió con un nuevo sentimiento de abundante tristeza y desesperación.
—No te sueltes —me advirtió otra voz, la que parecía de un hombre mucho mayor—, podrías perder más. —De repente, con total claridad, en mi cabeza me vi apretando unos dedos que se percibieron muy ásperos—. Vida o muerte. Has decidido por la segunda opción. Tu corazón dejó de latir al momento en que tu mano alcanzó la mía, mas no dejarás a tu familia atrás, pero eso sí, algo muy importante habrá de evaporarse... —En este punto creí estar mirando unos labios que se abrieron para finalizar—: no te dejaré morir, es lo menos que puedo hacer; ayudarte a volver, aunque tengas que renunciar a lo que sea que más te importe. No se llamaría vida si no corriésemos el riesgo de morir.
—«Zara. Por favor, no me dejes». —De nuevo la primera voz, la de un muchacho, pronunciando mi nombre como si estuviera a punto de partirse en llanto. Pero sin esperarlo, aquellos dedos ásperos soltaron mi mano, apagándolo todo con total brusquedad.
Me encontré a oscuras, con un torbellino de imágenes que parecían vivencias revoloteando en mi mente. Transcurrieron unos minutos y continué sin procesar del todo lo que había visto y escuchado.
Cuando el silencio lo venció todo, las luces se hicieron mientras las luciérnagas reanudaron su marcha, aleteando alrededor, arrastrando cada uno de mis sentidos de regreso al contenedor.
Un nuevo resplandor partió de la caja musical, apartándome hacia un lado. Se alejó y enganchó al techo, como una maravillosa luna.
Cuando miré debajo de ella, las luciérnagas habían estructurado una nueva figura: la de un muchacho igual de alto que yo. Ver aquella silueta, configurada por esos voladores en frente de mí, me dejó colgada a la nada, con la boca completamente abierta y el corazón a punto de estallar.
—Treinta y seis años atrás, un circo visitó Port Fallen —dijo él, tratándose de esa última voz que había escuchado pronunciar mi nombre casi a punto del llanto. Involuntariamente oculté un sollozo detrás de mi mano—. Era asombroso...
El resto de luciérnagas cambiaron de color, configurando distintas tonalidades. Entonces se apresuraron a constituir un fabuloso escenario resplandeciente alrededor de mí, simulando ser un gran ferrocarril. Permanecí de pie, con las manos temblando de excitación y en compañía de aquellas personas que había visto retratados en las caras de los contenedores al llegar.
La escena no solo empezó a desenvolverse en frente de mis ojos, sino que también se reflejó en mi mente, como si fueran recuerdos propios.
—Seis noches llenas de diversión esperaban ofrecer. Sus presentaciones cobraban vida gracias a tres objetos que les consentían con magia, medallones que eran resguardados por su maestro un lugar secreto para todos los que conformaban el circo, incluyendo al resto del mundo. Pero había algo más que, a parte de él, ningún otro sabía, y eso era que, así como hacía a los personajes brillar, tenía el poder para hundirlos al fondo de la oscuridad.
La luz de las luciérnagas se apagó y, al volver a esconderse, representaron la siguiente escena. Vi lo que parecía ser un baúl, agitándose con fuerza, como si ocultara algo de la amenazante marea entre una mezcla roja y amarillenta que se mecía a sus pies.
—La primera noche, un inoportuno incendio se llevó la vida del hijo del maestro de ceremonia. En las restantes, las vidas de casi todos los demás circenses fueron robadas. Y en la última, el egoísmo encarnado en dos personas separó los tres artilugios.
Un hombre pasó corriendo junto a mí, tomándome por sorpresa. Ocultaba algo entre sus manos. Seguramente era uno de esos medallones.
—El primer objeto fue llevado lejos por el primer egoísta. El segundo permaneció en el circo, en manos de un niño tan solo, quien pronto, se dejó arrastrar por un sentimiento egoísta muy similar. El tercero fue atesorado en un sótano, con intenciones ajenas a estos dos últimos. En ese instante, gracias a la separación, una terrible maldición se desató, y la muerte, con su manto oscuro, se precipitó sobre todos.
Vi a las mismas personas de la primera escena, cuya intensidad del fulgor de las luciérnagas que las representaba se apagó en un parpadeo, configurando tan solo sus siluetas como si fueran sombras que aumentaron su tamaño de forma peligrosa, pero que poco después, se deshicieron cual arena frente a mis pies.
—El hijo del maestro, aun cuando se encontraba muerto, de algún modo permaneció treinta y seis años vagando en el mundo de los vivos. No parecía ser algo bueno. La oscuridad, ofrecida por la muerte, estuvo presente ahí, siempre, cada largo día, cada triste noche, advirtiéndole en algún momento llegaría por él.
Ese mismo muchacho del que hablaba, apareció cerca del techo estrellado, como si aparentara estar paseando tranquilamente, pero de repente se detuvo en seco, como si algo le hubiera tomado por sorpresa.
—Hasta que —continuó—, en una noche muy particular, el artilugio oculto en el sótano fue sacado a la intemperie. Alguien lo había desenterrado de su escondite, ocasionando que el muchacho sintiera su corazón palpitar después de tantos años de muerto. Pero no pudo entender la razón. No sabía que su muerte había sido causada por uno de los medallones. Uno de los egoístas, había usado un artilugio, empleado su magia para causar su muerte, encerrándolo en un baúl mientras el fuego arrasaba con todo a su paso. Murió en medio de un tormento, porque no pudo conocer los grandes secretos sobre el circo y la fuente de su magia.
De nuevo me quedé entre tinieblas, sintiendo cómo la desesperación se hacía de mi torrente sanguíneo. Di un paso hacia el frente, pero cuando la figura del niño que había visto al llegar se moldeó, me detuve. Sostenía un medallón entre sus manos, y también esas dos pequeñas circunferencias que ya había visto antes.
—Uno de los secretos más importantes, decía que la magia podía significar muchas cosas, excepto muerte, ya fuese directa o indirecta. Si se efectuaba la muerte de alguien empleando magia, de la forma que fuera, la persona efectivamente fallecería, pero su vida le sería devuelta, y, dependiendo de cuál fuese el daño causado, su demora en regresar.
La escena dio un giro drástico, convirtiéndolo todo en un caos total, como si se estuviera desarrollando una gran tormenta en torno a mí.
—Para suerte del hijo del maestro, la devolución de su vida empezó la misma noche de su muerte. Y la reconstrucción de su cuerpo... Como murió incinerado, lo que quedaba de él tardaría bastante tiempo en sanar. Su padre lo sabía y se involucró. Por mala salud, aparte de que los egoístas se habían llevado los medallones lejos del circo, no contó con más magia que la fuente de energía. Reconoció que el cuerpo de su hijo le tomaría más de lo normal en sanar por ese mismo aspecto. Así que, falto de tiempo, justo cuando la maldición empezó a desatarse, tomó los restos y se ocultó en el mundo de las sombras; en un lugar donde el tiempo se mantenía siempre en pausa.
Los voladores reprodujeron el espléndido escenario de un circo, con elevadas columnas y un sinnúmero de graderíos que lo bordeaban de forma semicircular. Este estupendo escenario estaba conectado a una gran puerta sintética sellada, como si escondieran algo en el otro lado.
—Después de seis días que tardó la regeneración física de su hijo, sobre el escenario del circo, exactamente detrás de un gran umbral, el maestro selló a la oscuridad. Ahí mantuvo el cuerpo del muchacho, conservándolo hasta que pudiera ver la menara de guiar su alma de regreso a él. De ese modo le mostraría todo lo que le faltó por enseñarle, dando lo poco que le quedaba con tal de regresarlo a la vida. Fue por eso que, cuando el cuerpo del muchacho por fin sanó y él regresó de la muerte al mismo lugar en el que perdió la vida, no encontró nada más que incógnitas. ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba el resto? ¿Por qué le tomaron seis días el regresar de la muerte? No encontró nada, ninguna respuesta. No halló su cuerpo ni tampoco un lugar al que volver. No sabía que su padre esperaba por él.
Las paredes parecieron contraerse, recordándome que todavía me hallaba en el interior del contenedor, con las luciérnagas volando alrededor como si representaran viejas memorias.
—Así que... —Me aclaré la voz debido a la mezcla de sentimientos aplacadores reunidos en mi interior—. Así que fue por eso que... Durante todo ese tiempo, treinta y seis años, permaneció como un alma, vagando y sin saber que tenía que la oportunidad de regresar.
Las imágenes se dibujaban en mi cabeza, tan claras que lastimaban, cristalizando mis ojos y sumergiendo mis mejillas bajo agua salada.
—Una trágica historia que empezó como leyenda. —La voz coincidió conmigo—. Pero el padre, al final encontró la forma de guiar a su hijo y hablar con él. Le contó todos los secretos del circo, reglas, y cómo podía hacer para regresar. El muchacho pudo saber que, si la magia arrebataba una vida, la devolvía. Así que, naturalmente, él fue reconstruido por ella. Su corazón palpitó gracias a la magia del circo, y funcionaba gracias a ella, porque la energía de la fuente lo trajo de regreso. Por esa razón, cuando el primer medallón, que permaneció oculto en ese sótano, salió a la intemperie, él sintió que su corazón latió por primera vez y después de tanto tiempo... Su alma lo sentía y lo reflejaba en su cuerpo. ¡Su corazón palpitaba!, aunque no con frecuencia ya que no los tres medallones no se encontraban juntos. Pero fue la razón por la que su padre supo que él había regresado y pudo guiar su camino hasta él.
—Si su cuerpo al reconstruirse... Si fue creado por magia, eso significa que... Cuando estuviera de regreso en su cuerpo, no podría alejarse de esa magia que lo creó.
—En efecto —aseveró—. Cada creación realizada con magia, debe permanecer junto a esta o...
—Desaparecerá si se aleja de la fuente de energía estando ahora en su nuevo cuerpo.
Mi cabeza era un caos total, porque veía imágenes que parecía haber vivido, decía cosas sobre las que estaba completamente segura conocer... Y todavía no podía creer en muchas de ellas, empezando por la voz que mis oídos percibían.
—Son las reglas. Pero gracias a ellas, fue como pudo regresar.
Reaccioné, con esas palabras, como si hubiera terminado de presionar un botón de encendido, conseguí hacerlo.
Miré hacia la caja e inspeccioné cada rincón alrededor. No había nada más que luciérnagas y flores resplandecientes.
—En dónde... ¿En dónde estás?
No respondió, pero tampoco iba a esperar que lo hiciera.
Salí corriendo del contenedor y la fuerte luz del sol me cegó. A pesar de ellos caminé, con la intención de buscar en el resto de contenedores, dispuesta a despegarlos del suelo para buscar debajo de ellos si cabía la posibilidad.
—¿Adónde fuimos a parar? —grité con la voz hecha añicos. Lloraba ya, no podía contenerme—. Por fin comprendo toda esa tristeza... El vacío en el pecho... ¿¡En dónde estás!?
Empecé a correr más desesperada cada vez, llena de adrenalina y un sinnúmero de sentimientos que por fin comprendía.
—¡Ashton! —grité a todo pulmón, sintiendo a la exaltación convertirse en debilidad, reclamando por mi cuerpo—. ¡Te recuerdo, lo recuerdo todo!
Mis exclamaciones rebotaron entre los contenedores. Cegada todavía por la intensidad de la luz y las lágrimas, me enjugué los ojos.
—La luz del sol se siente extraña...
Dejé de respirar. Esa voz hizo que mi corazón diera saltos de alegría y se revolcara por la desesperación al no poder verle aún.
Volteé, sin palabras, en todas direcciones.
Cuando mi vista al fin dejó de doler por culpa del sol, vi la silueta de alguien que todo el tiempo estuvo en frente de mí. Con el corazón bajo la lengua contemplé su perfil, tenía la palma estirada hacia el cielo, como en espera de que gotas escurrieran de las nubes. Entonces me miró y sonrió...
A metros de distancia, estaba aquel que vestía un jean arremangado en las vastas, una camiseta y Converse de caña alta, por completo de negro. Estaba segura de haberlo visto vestido de forma similar en algún momento, dentro de un recuerdo.
Abrí la boca y mis labios temblaron.
Nunca mis pasos me parecieron tan lentos y pesados, pero luego de lo que pareció un largo tiempo caminando en medio del desierto hacia la única fuente refrescante, me detuve a su lado y estudié su rostro. Fue estúpido intentar contener las lágrimas.
—Amarrado a ellos... Los medallones —susurré con la voz rota, reconociendo lo que era tener que prevalecer junto a un par de significativos artilugios.
Todavía sonriendo, se precipitó a disminuir con desenvoltura la distancia que todavía me separaba de él.
Sin decir nada, me ofreció su mano. Alargué mi brazo. Las yemas de mis dedos alcanzaron su palma, y cuando sus dedos se aferraron a los míos, casi no pude creerlo y contuve el aliento. Su calidez palpable me embriagó.
Permaneció atento, contemplando nuestras manos y permitiendo que su rostro se iluminara como si ese gesto le causara nervios desenfrenados.
—Envejecerá junto a ellos, haciendo lo que no pudo cuando su vida le fue arrebatada. Pero de igual manera, sabe que no será suficiente... —De nuevo contempló mi rostro, maravillado, enternecido, radiante.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con la voz temblorosa. No había sido capaz de sentir temor por nada de lo que había visto momentos atrás, más sus palabras fueron capaces de despertarlo. Mi mayor temor era él...
—A más de ellos, requiere de algo vital. Sin esa parte, puede que no funcione bien.
—¿Qué es esa parte? —pregunté.
Guardó silencio.
—Su estrella —desvió sus ojos hacia mis labios. Tan desconcertantes y encantadores. Verdes y amarillos a la vez, formando un esplendoroso torbellino que me dejó sin palabras. Y sus labios, casi tan rosados como una fresa, hicieron flaquear mi sensatez.
—Sí —prosiguió—, su estrella. Cada que se hallaba perdido en la oscuridad, era ella la única capaz de recordarle que, de alguna forma, tenía un corazón. Lo sentía palpitar cada que permanecía en su compañía, quizá, debido a la fuerza con la que lo hacía, era capaz de sentirlo en el interior de su pecho, tan extraño y tan ameno. Le hacía sonreír por cualquier motivo, le recordaba que seguía siendo persona, pese a estar muerto. Fue el sustento que lo mantuvo de pie. Su padre bien pudo haberle servido de guía, pero de no haber sido por su estrella, habría extraviado algo mucho más importante que el camino. Aquella, la que le devolvió la vida cuando ni siquiera pidió un deseo. Es por eso que a él le gustaría compartir su nueva vida solo con ella, mas parece haberlo olvidado... Muchas cosas, en realidad, empezando por una promesa importante que le había hecho. ¿Cuál piensas que es la conclusión de toda esta historia?
Traté de no quedarme como una boba, contemplando sus labios esculpidos moverse, o su pecho agitado y sus hermosos ojos ligeramente rasgados brillar mientras me observaban. En un principio no pude hacer más que mirar. Sus cobrizos claros absorbían la luz del sol, encendiendo todavía más su cabello despeinado por el viento. ¡Vaya tonalidad! La expresión de su rostro era dulce y armoniosa, su nariz era fina y la única sombra en su rostro era por culpa del vello facial que empezaba a manifestarse. Quizá nunca me había detenido a contemplar con mayor cuidado, porque la luz nunca fue suficiente para lograr distinguir por completo cada detalle y que, gracias a ello, nunca tuve su imagen establecida perfectamente en mi memoria. Durante ese momento, casi fue imposible concentrarme en lo que decía.
—Es... Creo que si ella llegara a enterarse, querría golpear al maestro por no haber enseñado a su hijo todo lo que debió haber hecho en vida. Debió pasarla muy mal.
Temblorosos, mis dedos libres rozaron su mejilla. Estaba cálida, tan cálida como el día o hasta posiblemente más. La sujetó con firmeza y la llevó hasta su pecho. Apretó mi mano en su corazón, que en ningún momento dejó de palpitar con fuerza y rapidez.
—Es mi anhelo...
Se acercó un poco más.
—Entonces... —Tragué saliva—. Para resumir toda esta historia, me dirás quién eres tú —dije en un hilo de voz.
—Alguien que prometió aferrarse a su estrella y perseguirla por todos los cielos de ser necesario. Alguien que se niega a ser simplemente olvidado. Y ¿tú?
No era solamente Zara, no había solo nacido en Port Fallen, y, definitivamente, aquel martes, no había solo despertado como muerta en vida.
«Las personas vivimos para transmitir emociones a otras y, en muchos casos, lo hacemos hacia los objetos. Estos llegan a ser tan queridos o necesitados, que bien podemos sonreírles o llorar junto a ellos. Les transferimos nuestras emociones más fuertes. Lo mismo sucede con la música, tiene el poder de transmitir sentimientos y traer consigo recuerdos a su vez. La melodía del circo en especial, hace que las experimentes de acuerdo a cómo te sientes. Si tienes miedo, la escucharás al mismo grado de siniestra. En caso de que te sientas feliz, la euforia podrá contigo. En cuanto a Eloísa, el nerviosismo debió haberla hecho sentir inquieta, pero tenía algo más fuerte: el amor que sentía hacia Renzo, lo que la ayudaba a calmarse, y precisaba de la caja por esa misma razón».
La caja musical, la de mi abuela, así como había funcionado con ella, me había devuelto todo. Era importante después de todo, casi tanto como los medallones o seguramente mucho más.
—Alguien que había muerto —manifesté—, perdido su vida al dejar que la magia se llevara consigo lo que se había convertido en su razón de vivir. Alguien que promete recordarla por siempre.
Su brazo rodeó mi cintura, apegándola contra la suya. Lo único en lo que pude pensar es que era tan acogedor que casi parecía un sueño.
Subí mi mano, un poco más, perfilando su mentón. Él cerró los ojos y la felicidad se abrió paso en mí.
—Mi muerte debió haber sido una recompensa, porque te conocí mi esplendorosa estrella. Si mi corazón late, es gracias a ti y solo por ti. Quiero que me acompañes en este, mi viaje a merced de mi nueva razón de existencia.
—No hace falta decirlo. Estuve junto a ti en la muerte, y también pretendo hacerlo en la vida.
Su sonrisa era plena, al igual que la mía.
Deslizó su terso tacto delicadamente por mi mejilla hasta mi cuello. Su mirada persiguió el recorrido, pero de pronto se desvió hacia mis labios. Contuvo la respiración y volvió a retomarla con dificultad.
—Todavía no me acostumbro... No necesitaba aire, pero ahora, tú, me robas el aliento en cada segundo.
—Deberías inhalar profundo.
Sus ojos se encontraron con los míos y lo hicimos propio, acertando con nuestros labios, juntándolos en un delicado y cálido beso que terminó por demostrármelo...
Ashton, estaba vivo.
FIN
✷ ✶ ✷
Nota:
No puedo creer que ya sea el final. ¿Qué tal les pareció?, ¿se esperaban algo así? La mayoría estaba muy negativa con respecto al final jaja... :(
#ZashtonInTheEnd
Por cierto, todavía nos queda el epílogo y un par de extras, me gustaría poderlos subir pronto, pero actualmente me encuentro en proyectos y exámenes finales (estoy saturada como no tienen idea), por lo que, aunque quiera, no me da tiempo para revisar lo que me falta. De aquí, nos podríamos estar leyendo de nuevo a mediados del mes de agosto (que me libre saliendo a vacaciones), ya para concluir con todo.
Los quiero. <3
Sígueme en mi cuenta principal en Wattpad, tengo más libros completos: @gabbycrys
Twitter: @gabbycrys
Instagram: @gabbycrys
Facebook: @GabbyCrysGC
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro