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Capítulo treinta y dos


PAPEL 


La tristeza convocó a la negatividad, incitándola, acarreando un sombrío estremecimiento y colocándolo justo en frente de mí. Presionaba para hacerme recaer, pero no podría, no iba a dejarme guiar nuevamente por sus pasos. Más bien pensaría que, aunque no pareciera, había esperanza para cualquiera de nosotros y, para poder solucionarlo, debía empezar por el principio: por Aros.

—Vamos Ashton, no seamos tan negativos. —En mi rostro se dibujó una sonrisa; un gesto a medio terciar que poseía un sinnúmero de sentimientos encontrados.

Agitó la cabeza lentamente, estando en desacuerdo conmigo y, una vez más, apretó la fina tela sobre su pecho con inquietud notable. El dolor había arrebujado su semblante.

—La promesa que te hice, ¿la recuerdas? —indagó.

Medité por unos segundos y volví a mostrar una sonrisa, aunque, para ser sincera, su pregunta me descolocó, no recordaba ninguna promesa, cosa que me frustró bastante. Contrario al detalle que casi olvidé sobre las sombras estando en mi búsqueda para erradicar la fuente de energía que alguna vez las controló, por esta ocasión mi mente se encontraba en negro.

Pero en el momento presentado no quería causarle ninguna otra preocupación, ninguna inseguridad o remordimiento, al contrario, mi objetivo era hacer todo lo que estuviese a mi alcance para que Ashton no tuviera que experimentar nada desagradable una vez más.

—A lo largo de este tiempo he perdido tanto... No voy a perderte a ti también —añadió y me colmó de afecto, de todo ese desconocido sentimiento que gozaba del poder total para alegrar mi corazón.

—No sucederá. —Hubo una pequeña pausa en la que ambos nos miramos—. Ash, y tú, ¿confías en mí?

—Plenamente. En quien no confío es en el mundo, pues se ha obstinado en dañarlo todo—. Miró a todas partes, pero luego, cuando sus enigmáticos ojos regresaron a mí, me sentí favorecida.

—¿Y no crees que es momento de cambiar eso? Porque puedo saber con certeza que también estás cansado de que todo se estropee cada vez más.

—Ahora no estoy seguro de qué es lo que quiero más que a ti.

Ashton parecía ahogarse en una gota de agua. Ese tipo de obstinación cerrada no fue parte de él en ningún momento, nunca lo había visto de tal forma, tan inseguro y desconfiado. Y aunque entendía la razón, conocía que una de las causas se debía a su transformación como sombra. Ese temor a perderme parecía carcomerlo vivo. Estaba poseído por toda una fuente de debilidad.

Miré su pecho, balanceándome entre nostalgias.

—La oscuridad en esa parte parece doler más, pero tienes que ser fuerte. Todo está por acabar, sólo aguanta un poco más. Todavía tenemos por qué luchar.

Caviló entre mis palabras, guardando profundo silencio entre que parecía relajarse tan solo un poco. Le iba a tomar un poco más de tiempo pensar con claridad.

Entre tanto, inquieta, desplacé un repaso fugaz en derredor, y lo que al principio no fue más que una sospecha, terminó estableciéndose en una perfecta réplica del circo, exceptuando que carecía de techo y paredes, posicionándolo todo a la intemperie.

Gracias al medallón de la carpa lacrada, habían creado una copia tenebrosa de las principales instalaciones de Circus Stjerne. El escenario, los graderíos, columnas, todo lucía tal cual. Si a mí me trajo un sinnúmero de recuerdos, ¿cómo sería para aquellos que, ante sus ojos se reprodujeron pérdidas y escenas desgarradoras?

Milo dejó escapar una queja, parecida a las que Mango soltaba. Lo vi intentando contener a la bestia, que pretendía acercarse y vencerlo cuerpo a cuerpo, pues su fuego era incapaz de dañar a alguien con la habilidad para controlarlo. En algún momento también trató de llamar la atención de la sombra, pero el fuego no era tan veloz como ella y apenas pudo protegerse de las dagas que se arrojaron contra él. Dos contra uno, no podíamos tan solo detenernos a ver.

—Tienes buenos gustos para los escenarios, tío. Pero te faltó algo esencial.

Aros agitó los brazos y, del suelo —como plantas—, surgieron dos columnas más, de las que un par de trapecios se balancearon sobre las cabezas de los veteranos.

—¿Viste hacia las estrellas, Renzo? —continuó con indiferencia y agudeza a la vez—. ¡Apresúrate y pide un deseo!, porque a veces se vuelven fugaces y cuando menos te das cuenta, se desploman.

Sentí la sangre empezar a borbotear.

¿Se estaba burlando?, ¿por qué demonios jugaba tan sucio? ¿La muerte de Eloísa representaba eso para él?

Al ver la expresión desinteresada de Renzo, contuve las riendas. Lo que Aros pretendía era debilitarlo a través de sus temores, miedos, inseguridades... Cualquier tipo de amargo sentimiento que facilitara el trabajo de la oscuridad para tomarlo de las piernas y arrastrarlo hasta lo más profundo.

—¿Por qué no dejas de pronunciar sinsentidos e invitas al público a sentarse para contemplar la escena final? —sugirió cortésmente el padre de Ashton, señalando los graderíos—. Menos cháchara y que empiece la función.

¿Realmente planeaba abordar una pelea con Aros? ¿Esas eran sus verdaderas intenciones?

La curiosidad atrapó tanto mi atención como la de su hijo.

Cuando sus deformidades empezaron a brincar y arrastrarse mientras su creador sonreía casi como un maniático, Ashton y yo retrocedimos involuntariamente.

—Tienes razón. —La voz de Ashton me exigió a mirarle—. Todavía tenemos más por qué luchar. Estuve tanto tiempo solo que temía volviera a suceder, y aunque ocurriera otra vez, prefiero darme cuenta a tiempo de que aún poseo la oportunidad para hacer algo con la finalidad de cambiarlo. Nunca nada se ha acabado hasta que lo das por terminado, ¿cierto?

Asentí con orgullo. Aún casi en el límite, era todo un guerrero por enfrentar a sus demonios con un carácter así de valiente.

—Sé que lo lograrás —me animó.

Aunque sabía que le era difícil dejarme ir, era todo lo que necesitaba escuchar para confiar en que podría lograrlo, que contaba con fuerza suficiente hasta para solucionar el calentamiento global, de ser el caso.

Escuché un silbido procedente de Aros y devolví la vista. Su bestia coleteó en el aire y se arrojó en picada sobre Milo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, una serpentina ardiente se dirigió hacia ella y apenas consiguió esquivar el fuego chisporroteante. Aquel extraño animal con cuernos era exageradamente grande y bastante lento, mientras que el vehemente fuego, en comparación, parecía ser de una consistencia pastosa y espesa, casi como la lava, siendo manipulada con agilidad y tan veloz como disparada por un lanzallamas.

Más fuego se disparó hacia el cielo, como bolas de golf que persiguieron a la sombra, pero ella, con dagas arenosas y mucha facilidad, le atinaba a cada una, deshaciéndolas.

Aros, regocijado por su particular fascinación ante toda la escena que se estaba montando, levantó ambas manos a la altura de su pecho y dijo:

—He esperado tanto para poder mostrarte mi verdadero talento... Estoy seguro que te sorprenderá. Quedarás fascinado, tío.

Reparé en que tenía las manos hechas puños, y al abrirlas, dejó caer retazos de papel que entre su rumbo hacia el suelo se fueron juntando, formando personitas; unas de las tantas figuras que recordaba haber recortado en diarios de pequeña. Me encantaba cómo permanecían agarradas de las manos, casi como un acordeón, y solía dibujarles caras con lápices, pintarles ropa con témperas y luego pegarlas en la pared, sobre la cabecera de la cama. Corría hacia la ventana y la abría tan solo un poco, con la finalidad de que el viento ingresara y las figuras cobraban vida propia. Pero algo así era completamente distinto.

Fue gracias a la magia que al pararse en el suelo, absorbieron la arena y crecieron cual gigantes de aproximadamente cuatro metros de altura. Se convirtieron en gruesas figuras humanas que tenían como esqueleto algo tan frágil como lo era el papel, tampoco estaban tomadas de las manos, lo que me puso en sentido de alerta.

—La magia del medallón hombre parece hacer milagros —dijo Ashton y perseguí el mismo recorrido de su mirada.

Al final, admiré en suspenso a la sombra, cuyo medallón en su interior no estaba por completo sellado bajo su pecho arenoso, seguía como incrustado, razón por la que Aros había podido hacer uso de él para cederles magia a todas sus horribles creaciones. Pero eso no era todo. Se encontraba de pie, junto al fulgor del fuego que iluminaba su cuerpo, pero que no parecía afectarle en nada.

Imposible.

Ella no tenía ni la más remota idea de lo que le estaba sucediendo. Tarde, cuando el medallón brilló para recrear las figuras de Aros, se dio cuenta de esa cosa extraña que permanecía en su interior, entonces se vio en la urgencia de arrancarse con las manos semejante anomalía que fulguraba ahí dentro de su pecho, la misma energía que seguramente hizo posible su cercanía a la luz.

—Está absorbiendo la energía del medallón para crear una nueva habilidad —comprendí atónita. Y ella ni siquiera lo sabía.

Recordé con anticipación lo que el padre de Ashton me dijo en cuanto a que, en mi caso, por ser descendencia de personajes del circo y al tener contacto directo con un medallón —la magia del circo en sí—, instantáneamente me fue otorgado un don confeccionado de acuerdo a las necesidades presentes del circo. Y viendo a la sombra, los seis que se habían burlado de Aros se encontraban todos juntos —y quién sabía si había algún otro que desconocía— conformando aquel ser. Unidos eran como un nuevo personaje que fusionó sus habilidades y las fortaleció gracias al medallón en su pecho, y que al tener contacto directo con la magia del circo, le era proporcionado su don de acuerdo a la necesidad actual del circo.

—¿Es una necesidad del circo el que las sombras se hagan impunes a la luz?, ¿justo ahora? —cuestioné con una escalofriante admiración de por medio.

—Tal vez porque podrías sacar ventaja de ello. Si consigues controlar a la sombra, podrías usarla en contra de cualquier sabandija que Aros cree, entonces él no lograría hacer nada al respecto ya que su oponente carece de debilidades. O bueno, que yo sepa, la única para un fantasma y una sombra siempre ha sido la luz.

Me causó pesadez que ese nuevo don resiste luz se aplicara sólo en sombras, en aquella en particular. No en fantasmas.

—Entonces... Me está... Me está dando un arma.

Un arma que podría ayudarme a detener a Aros, pero que era muy peligrosa también, porque si era tal y como Ashton y yo sospechábamos, estábamos hablando de un nuevo enemigo prácticamente indestructible. Eso, de no conseguir controlarla.

—Es lo que parece. El inconveniente ahora es... ¿Cómo nos encargaremos de ella? Habría que aprovechar su distracción —propuso Ash.

Y esperaba que no consiguiera arrancarse el medallón del pecho por muchos motivos, empezando porque Aros comenzó con su primer ataque hacia el padre de Ashton. Y los gigantes —que más bien parecían grotescos guardianes ninja—, se movieron con mucha habilidad, intentando acercarse al maestro de ceremonia y dueño del circo, que aun permaneciendo inmóvil sobre su puesto, su figura empezó a distorsionarse.

Con la única mano que mantenía fuera del bolsillo, me sobé los ojos.

¿No iba a quedarse simplemente parado?, ¿o sí?

Dentro de ese mismo momento, con frenesí puse a mi cabeza a maquinar. Si desear con el corazón hacía a los anillos ponerse en marcha, podría hacer algo al respecto. Pero para lograrlo tendría que acercarme lo suficiente como para que la magia funcionara a la perfección, y lo más importante, a tiempo. Así también evitaría una pelea absurda.

—Tengo que acercarme, el resto será cuestión de sentir la magia. Ahora sé cómo funcionan los anillos. Solo ayúdame a llegar sin que se percate. Tiene que ser rápido, muy rápido.

Eso tachaba el aproximarse corriendo o volando. Percibiría la energía de los anillos mucho antes de cortar la distancia necesaria para lograr cumplir nuestro cometido.

—Tengo un plan, puedo impulsarnos como cuando escapamos de la feria, pero esta vez será más rápido. —Estiró una mano frente a él y segundos le tomó reaparecer el bastón de madera pulida entre sus dedos. Tomó de mi cintura y agregó—: agárrate fuerte.

Me enganché a su cuello con ímpetu y un solo brazo, puesto que la mano de mi otra extremidad debía seguir resguardando la luz del anillo en el interior de mi sudadera.

—¿Para qué lo usarás? —pregunté curiosa.

—Sopla brisas. Es una habilidad que adquirí como fantasma, para empujar pequeños objetos con mucho esfuerzo. Cuando escapamos de la feria, o en tu habitación al empujar a Thomas fuera de la cama, el medallón se encendió, intensificando esa destreza. Inconscientemente absorbí su magia con la misma intención de mover objetos. Pude usar específicamente ese, el de la carpa lacrada.

Claro, era ideal para crear escenarios y mover objetos.

—¡Así que lo empujaste apropósito! —entrecerré los ojos, indignada.

Sonrió con fingida inocencia, pero al contrario a esa vez, ahora me pareció encantador.

—Al menos no fue a parar fuera de casa, como lo hice cuando estábamos en la cocina. —Atrajo mi cintura con fuerza y apreté los labios, queriendo demostrar que no me hacía ninguna gracia.

Se acercó a mí oído lo suficiente como para escucharlo susurrar:

—Deberías saber que me enamoré de exactamente esa misma expresión disgustada. La haces mientras duermes, solo que también mueves un poco la nariz.

No bastaba con las incoherencias que solía decir, ahora también hacía muecas.

—¿Quién se enamora de una cara de disgusto? —murmuré apenada.

—Es adorable. Lo hacías cada que me acercaba a ti. Te molestaba mi gélida presencia, pero en cambio, para mí, resultó siendo encantador.

Enrojecí y ya no pude continuar mirando directamente hacia sus ojos. Qué facilidad tenía para hacerme ruborizar.

—Y qué... —Pasé saliva—. ¿Qué tanto te acercabas?

Sonrió de nuevo.

—Eso... Eso es un secreto —habló pausadamente.

Fue inesperado cuando Ashton agitó el bastón y un ventarrón golpeó el suelo con potencia, apartando la arena y cavando un hoyo, arrojándonos a toda velocidad en dirección a la sombra.

Contuve el aire y los ojos fijos en la figura oscura que, de repente, se encolerizó al no poder arrancarse el medallón del pecho.

Ashton tuvo que cambiar de dirección cuando una pared de arena se levantó metros antes de alcanzarla, impidiéndonos continuar. Íbamos tan rápido que frenar en seco no hubiese sido lo mejor. Tuvo que hacerlo de a poco, usando su bastón para soplar ventiscas cada tanto y de ese modo parar.

De nuevo estuvimos en el suelo, observando con inquietud.

—¿Se dio cuenta? —pregunté.

—No creo que fuera por nosotros.

Cuando la arena regresó a su sitio, vimos los muros alzarse de forma aleatoria, a la sombra desesperada por tratar de extirpar el medallón, y a la figura de madera que le estaba ayudando. Su gemelo no se quedó atrás y se le trepó encima, sobre la espalda, intentando, de igual forma, alcanzar el artilugio.

Ashton y yo nos petrificamos.

—¿Cómo consiguieron acercarse sin ser detectados? —increpé.

Recordé cuando, en la feria, el equilibrista atrapó a Connor con una de sus serpentinas y lo envió lejos, quebrándole el brazo por la caída, seguramente.

—Empezando por su apariencia. Son artificiales, como un tronco varado en el suelo. Es debido a que la magia que obtienen de los anillos es débil, así que fácilmente pueden ocultarla en su interior y pasarla por desapercibida, a menos de que les prestes demasiada atención. No poseen un aura fácil de detectar como es la de un humano. Sus cuerpos son como vasijas de manera que llevan un importante contenido en el interior. La energía derivada de su fuente está encerrada dentro, junto con sus esencias.

La magia de cada medallón podía encerrarse de esa misma forma, pero usando los elementos. Con los títeres no parecía funcionar de manera tan exigente. Bastaba madera para poder conservarla dentro, ya que, en primer lugar, la magia que tomaban de los anillos no era suficiente. No podía darles todo lo que necesitaban para lucir bien o resaltar como humanos.

—¿Puedes ver algo como el aura?

—Es por eso que al comienzo desconfiaba de Thomas, no era fácil creer que algo así fuera posible en humanos. Y bueno, tampoco sabía que era un ventrílocuo. Pero al ser prácticamente un objeto, no tiene un aura que pueda verse como la de un humano. Pude verla cuando Lene le perforó la nuca y sus hilos brotaron, porque todo el tiempo estuvo oculta en su interior.

—Demonios entrometidos. Todo no es más que un simple juego para ellos.

—Te siguen a todas partes —anunció Ashton con evidente molestia. Y ¿cómo no estarlo? Arruinaron nuestro plan.

La sombra se tambaleó, pero luego se levantó del suelo con ambos colgando como extravagantes adornos. El gemelo que jalaba el medallón fue golpeado fuertemente por una pared y quedó tendido en el suelo con la cabeza colocada en sentido opuesto. Trató de quitarse al otro zigzagueando en el aire mientras le arrojaba puñaladas de arena, pero no hicieron nada más que arañar la madera y desaparecer.

—Zara, se dirigen al fuego.

Ella podría ser inmune al resplandor, sin embargo, no sabíamos si lo era al fuego. Por otro lado, ¡mi hermano habría de calcinarse!

Mi corazón se colocó sobre mi lengua.

La sombra, entre su agitación, cambiaba de rumbo constantemente, pero dado el momento, tuvo que tomarse un tiempo para crear lo siguiente que usaría para quitarse al títere de encima, dirigiéndose al fuego que protegía el medallón del primate lacrado. En un milisegundo pensé gritarle a Milo, pero no podía correr riesgo a que no me escuchara por encontrarse lejos y ocupado en carbonizar a la bestia.

Sin darme cuenta, me vi corriendo tan rápido como pude para intentar acercarme lo suficiente y controlar a mi hermano con tal de que la soltara. Ashton me rebasó, volando sobre mi cabeza. Se detuvo de pronto y apuntó el bastón hacia ellos. ¿Conseguiría apagar el fuego a tiempo? De todos modos, seguí precipitándome.

Una cuerda hecha de arena, seguramente, pasó entre ambos. Se enredó en la cintura de mi hermano, consiguiendo apartarlo y lanzarlo lejos justo cuando la sombra chocó contra la esfera de fuego. Poco después, estuve segura de verla derrumbarse cual meteorito. Allí también pereció nuestra esperanza en usarla contra Aros.

—Yo me encargo de ellos —Renzo, patojeando, llegó detrás de mí.

Soltando improperios por la torpe esencia que contenían los títeres, lo miré.

—El equilibrista no es el único que juega con cuerdas en el aire —esclareció.

Apenas pude agradecer y después tragué saliva, sintiendo cómo mi corazón agitado volvía a colocarse en mi pecho. Casi pude haber muerto del susto. Cuando todo regresara a la normalidad, iba a golpearlos hasta hacerlos sangrar.

Antes de que se levantaran del todo, Renzo fue tras ellos y consiguió amarrarlos como a rehenes con las cintas que colgaban de sus tobillos. Era mejor así.

Juré escuchar una risa en alta frecuencia y, al voltear hacia el escenario, divisé a Aros girar con apremio, como queriendo atrapar algo que se movía muy veloz a su alrededor mientras que, sus personas de papel revestidas con arena, saltaban de un lado a otro como conejos, y poco después, una a una desaparecían, evaporándose de repente.

Con apremiante alboroto busqué al padre de Ashton, pero escasamente di con un distintivo de colores muy difuso. Ese minúsculo destello cruzó el escenario a la velocidad de la luz y, por dos segundos, se detuvo en frente de una figura de papel. La rozó con algún objeto alargado y luego desapareció, dejando un casi inaudible tintineo de campanillas y la vaporosa evanescencia de aquella quimérica persona.

Deslicé la vista de un lado a otro, pero no pude atrapar con la mirada a la figura que parecía vestir de colores, tan solo cuando se detenía para levantar algo como un bastón y, de repente, otra persona de papel se evaporaba.

Se movía como un diablillo, brincando de un lado a otro, desbordando en esa risilla de alta frecuencia que irradió su evidente diversión entre etéreas campanillas.

Hubo un momento en el que rebotó en el piso como una pelota y barajas volaron por todas partes, doblándose y crepitando hasta perderse como humo rojo poco antes de llegar al suelo.

Dentro del mismo minuto, saltó de la esquina del escenario hasta el borde posterior de los graderíos, fue justo ahí cuando alcancé a ver la máscara blanca que cubría la mitad de su rostro. Mantenía los ojos verdes amarillentos muy abiertos y la enorme sonrisa que exponía todos y cada uno de sus brillantes dientes, llegando a parecerme del todo perturbadora.

Sufrí escalofríos y la piel de gallina cuando la imagen tomó la escalofriante forma de una persona vestida a rombos y muy coloridos, con un traje bastante apretado en la parte inferior y un tanto holgado en la parte superior. Asimismo, creí verle usar extraños zapatos alargados que terminaban como un espiral enrollado, también un sombrero excepcional que parecía abrirse como las prolongaciones de un pulpo. De este último provenía el sonidito como de campanillas, aunque en realidad, eran cascabeles, colgando del filo de cada prolongación.

—¿Es un arlequín? —pregunté alucinada.

¿En dónde había quedado toda la elegancia y cualquier formalidad que aquel hombre emitía?

—¿Qué cosa?

—Tu... Tu padre es un arlequín.

Supe de ellos estudiando la edad media en historia del arte. Esos personajes nacieron por el siglo XVI y fueron populares de la Commedia dell'Arte, con el único fin de entretener. Sus personalidades eran camaleónicas, es decir, cambiaban de acuerdo a las circunstancias. Bien podían ser astutos y necios, sensuales y groseros, intrigantes e indolentes, brutales y crueles. También solían llevar cascabeles en sus sombreros de alas, adornados en ocasiones con rabos de conejos o zorros. De igual forma máscaras comúnmente sintetizadas de un gato o mono, con la nariz chata y respingona. Pero ¿todo eso había sido enterrado en el pasado y previamente, olvidado? Creí que ya no quedaban de esos.

—Posee la habilidad de entretener a cualquiera y de la manera que sea. Mis antepasados también la tenían. Hay dones que se adquieren por genética, pero tampoco quiere decir que todos los descendientes obtengan el mismo de su ancestro, no hay que olvidar que se recibe según la necesidad momentánea del circo.

—¿Te refieres a los Ashton antes que tú? ¿Padre?, ¿abuelo?, y ¿bisabuelo? Si mal no recuerdo, mencionaste que eras el cuarto de tu árbol genealógico.

El padre de Ashton vestía un elegante frac rojo, ni cómo llegar a imaginar que en realidad se trataba de un arlequín. Y se trataba tan solo un personaje, pero sinceramente creí que llegaría a ser algo así como un mago o similar. Era lo que se esperaba de un maestro de ceremonia. Bien decían que no se debía juzgar por apariencias. Una vez más, me tomó por sorpresa.

—Sí, todos ellos. Circus Stjerne en realidad nació de la idea de un arlequín italiano en el año de 1695, época en la que el primer Ashton decidió ir a noruega y así fundar un establecimiento dedicado al entretenimiento. Ese, justamente, era mi bisabuelo.

—Entonces... ¿Tú también posees la misma habilidad?

—Entre algunas cosas. —Inseguro se encogió de hombros.

No supe si indagar un poco más acerca del tema podría llegar a ser algo bueno, pues juzgando su apariencia física al lucir como un arlequín, era un tanto perturbante. Y su singular dinamismo había logrado ponerme la piel de gallina. Más bien, en mi opinión personal, tenía la facilidad para causar escalofríos.

—¡Zara!

Di un salto, girando de ese mismo modo, encontrándome con Ashton saturado de una angustia que me paralizó cuando, sin esperarlo, el bastón desapareció de su mano y me abrazó con fuerza, pero no en forma de afecto o disculpa, más bien fue como diciéndome, sin palabras, que la tierra bajo nuestros pies desaparecería, arrojándonos al núcleo del planeta, directo al infierno.

Sin terminar de comprender bien el motivo, busqué la razón que lo llevó a reaccionar de tal manera, y al levantar la vista sobre su hombro, atisbé a la sombra. ¿Realmente era ella?

Se levantaba del suelo, exactamente del sitio en el que había colapsado envuelta entre fervientes llamas, y aunque ya no quedaba ningún rastro de fuego, brillaba de un y mil colores. También reparé en el medallón, resplandeciendo en su interior, todavía incrustado en su pecho, iluminando todo su cuerpo que, al parecer, estaba hecho de puro cristal.

Súbitamente creí verla duplicarse. No, antes, ya había estado otra figura semejante de pie, justo a mi izquierda. No me había percatado de cómo ni en qué momento apareció, pero era idéntica al centenar de figuras que se copiaron a nuestro alrededor, creando el tan reconocido efecto de un laberinto de espejos, pero con formas cristalizadas de personas que se repitieron hasta no dejarnos mucho espacio para caminar o movernos. Por poco y creí que nos aplastarían.

De no saber cómo se hacía el cristal, habría ignorado por completo que, al exponer la arena y otros cuantos componentes a grados de temperatura elevados —15000 grados Celsius específicamente—, se obtenía eso, cristal. Y que en definitiva, cualquier medallón en manos de una sombra era algo imprudente y muy, muy peligroso.


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  Commedia dell'Arte: o comedia del arte italiana, es un tipo de teatro popular.

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