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Capítulo treinta y cinco


DEMENTE 


Ya fuera que hablásemos de los medallones o de los anillos, cada artilugio funcionaba en unión de los otros. Trabajan en conjunto, algo así como una secuencia de procesos, un apoyo mutuo. Lo contrario significaba un gran desbalance, traía consigo una terrible consecuencia. Eso lo había escuchado del propio Ashton y, además de comprobarlo en carne, teóricamente también empezaba a entenderlo.

Todo requería de un proceso y un sustento.

En cuanto a los medallones, dos de ellos necesitaban el apoyo del hombre lacrado, del dador de magia, del refuerzo a esa esencia única por parte de cada integrante para que hiciera uso especial de sus habilidades, o bien, favorecedor del dominio para que los objetos inanimados, aparentaran ser reales.

Como por ejemplo, al momento de crear un animal con el del primate lacrado, siempre recurrían a hacer uso de algún elemento para configurarlo, como la arena a nuestro alrededor. Y para que esta creación fuese capaz de almacenar magia necesaria y, de ese modo, poder mantenerse fuerte y sin que se desvanezca —aunque su fuente de energía se encontrase lejos—, requería de aquel que posibilitaba el dominio para que los objetos inanimados lucieran auténticos, reales, y firmes. Precisamente del que reforzaba la esencia de la magia, haciéndola más fuerte, y ese era nada más que el del hombre. Solo de esa forma los animales podrían aparentar realismo y conservarse. ¿Y cómo podían ser manipulados a plenitud sin verse tan torpes? Para ello necesitaban de la carpa lacrada, de aquel medallón que permitía crear escenarios y mover objetos a libertad.

Los medallones debían usarse juntos, siempre. Su separación originó la maldición acerca de todo lo que tenía que ver con las sombras, y el uso por separado de los mismos, otro tipo de consecuencias, como no poder levantar a una persona sin destruir sus órganos internos antes; o sin que los cuchillos, en vez de aislar la magia, arrebataran una vida o hicieran desbordar toda esa magia reservada como un volcán en erupción; así como también, que cualquier creación no pudiera conservarse plenamente estando lejos de su fuente de energía.

Se conseguía la perfección y balance, solamente, si los tres medallones estaban juntos.

Algo semejante ocurría con los anillos. Era una secuencia de procesos perfecta.

Primero, estaba el azul, la luz que hipnotizaba. Segundo, el negro, la introducción a un mundo de indagación: la mente. Después de haber encontrado lo que se necesitaba, estaba el tercero, el blanco, para así ser capaz de plasmar esos sueños o anhelos que, por ser reflejos del alma o deseos suprimidos, solo podían encontrarse en la cabeza de uno. Solo de esta forma se podía llegar al cuarto, el turquesa, aquel que pescaba algo pequeño, pero con mucho valor, y que seguramente hacía referencia a la esencia, complementándose con el paso anterior. Y cinco... Debía mirarlo por mí misma, aunque fue gracias a ese que, después de caer de la montaña moscovita y al mover mi brazo frente al títere Connor, salió volando, siguiendo la misma dirección de mi mano hasta estrellarse contra el suelo. Quizá ese, controlaba no solo a los títeres, sino también a las sombras.

Nunca pude ver todos los recuerdos de alguien, simplemente porque se trataba del segundo paso. Para ello, antes debía ser hipnotizado. Solo de esa manera podía entrar en su cabeza, abriéndome paso por completo. Ese era el motivo por el que era capaz de ver un solo recuerdo, pues su mente estaba cerrada a mí. A menos que dicha persona, a voluntad propia, quisiera mostrarme más, o no tuviese control propio de su mente, como sucedía con las sombras. Pude asemejarlo a decir que no se podía dormir sin antes haber cerrado los ojos, y aún si alguien pudiera hacerlo, resultaba peligroso, algo que seguramente traía problemas consigo.

Nunca hubo forma de conocer el uso del cuarto proceso, al menos no, si me encontraba saltando aleatoriamente entre los tres primeros: hipnotizar, indagar en la mente y cumplir algo que deseaba. No podía llegar a ellos porque ni siquiera había empezado por el primero, como debía ser, y así seguir con la secuencia. No podía saltarme la sucesión sin que una mala consecuencia ocurriese primero, como el que los anillos despilfarraran mi energía y terminara cayendo desmayada repetidas veces, más aún si se trataba de una magia prohíba, dado a que descendía de otro circo.

Era bastante complejo, sí. La magia resultaba ser una quisquillosa, pero perfecta en su totalidad. Razón suficiente para que el padre de Ashton se preocupara por mantener los medallones juntos y ocultos del resto. Dado a que estos artilugios en particular, respondían al deseo, cualquiera que fuera, con tal de que resultara vehemente y claro. En cambio, los anillos eran algo más complicado. No respondían solo al deseo, tenía que moverlos algo mucho más fuerte, un sentimiento honesto, anhelado desde el corazón y que, por supuesto, no fuera egoísta.

Hacer algo por otros, desear de manera altruista... No me importaba cómo, simplemente, no aspiraba que nadie más experimentara mayor sufrimiento, que nadie más tuviera que verse obligado a caminar sobre los pasos de Ashton.

Los deditos de Thomas apretaron los míos. Tal vez fue por la reacción de los anillos que lo supe: él también deseaba lo mismo. Y temía porque las cosas terminaran mucho peor de lo que ya estaban. Sus sentimientos se intensificaron, se hicieron claros al punto en que podía sentirlos tan nítidos como si fueran los míos propios. Dalas le había implantado su esencia, razón por la que, a más de Aros —quien creó su cuerpo—, también podía controlarlo. Debía ser esa la razón. Estábamos conectados por los anillos.

El resplandor respectivo de cada anillo, se trenzó sobre mi mano hasta mi codo. Azul, negro, blanco, turquesa y naranja. Sentí energía viva danzar entre las yemas de mis dedos. Trepó por el cuerpecillo de Thomas y una parte se introdujo en él, haciéndole crecer, cambiando sus manos de madera a unas reales, provocando que su apariencia volviera a ser como la del Thomas que recordaba conocer. El Thomas humano. Mi control sobre los anillos, antes, no era suficiente para que algo así sucediera. Pero ahora, sentía que podía ser eso y mucho más.

Lo sabía, sabía que los artilugios funcionaban bien si estaban juntos y trabajaban en unión.

Miré a Thomas completamente abstraída. La camiseta que, como muñeco le quedaba como bata para dormir, ahora, apenas le cubría una parte del torso. Además, llevaba puesta unos calzones bombachos, de esos antiguos, pero que dado a su tamaño real, ahora le quedaban bastante pegados al cuerpo, muy pequeños. No quería estar presente cuando la tela se desgarrara. Aunque de todas formas, nada parecía llevar por debajo, era un muñeco, después de todo.

—No harán más daño —dijimos unánime—. Se acerca. Transfiere la magia, debes conseguir que la energía de los anillos llegue a ella. —Me apresuró Thomas.

Sacudí la cabeza y volví a concentrarme.

Podía sentirla, de alguna forma supe en qué lugar del laberinto exactamente se encontraba. Al girar el rostro en esa dirección, pude verla moverse tan rápido como un cohete a través de las innumerables copias que hizo de las sombras. También podía verlas a ellas, tan altas que parecían traspasar la capa de nubes ubicadas en lo más alto del cielo. Volví a concentrarme en la que llevaba el medallón resplandeciente en su interior, como un corazón invadido de energía: la principal, la misma que, como había dicho Thomas, se acercaba a gran velocidad.

—Pronto, no nos queda mucho tiempo— hablamos mientras me ayudaba a ponerme de pie.

Observé a mis espaldas. Ashton se había visto en la urgencia de prevenir, alejándose todavía más, aproximándose al escenario montado, cuyo público deforme estaba ansioso mientras su padre continuaba saltando como un diablillo por todas partes, evadiendo los ataques de las personas de papel de Aros. Me alivió bastante. Presentada la oportunidad, no iba a contener el poder de los anillos. Habiendo llegado a la cima, pudiendo verlo todo con mayor claridad, no iba a detenerme.

Pude sentir cada diminuta partícula de luz sacudirse sobre mi mano, esperando con excitación ser liberada.

La energía vibró a través de mis venas, intensificando la esperanza y fortificando mis deseos.

—Vamos a detener esto —recité.

Dejé de contener la luz de los anillos, soltándola en dirección a la figura que llevaba el medallón. Saltó por todas partes, de una silueta cristalina a otra, aprovechando el camino que estas proporcionaban entre lo que todavía quedaba del laberinto. Era casi tan consistente como la espuma de colores.

Pronto aparecieron Connor y Gabe, aparentando ser humanos, aunque sabía eran títeres, sus cuerpos reales seguían en la feria con más de la mitad del pueblo. Habían estado en el otro extremo del laberinto. Nos alcanzaron y sorprendentemente se quedaron muy quietos.

Las siluetas, a ejecución de la propia sombra, empezaron a desaparecer, y los nervios al verla salir detrás del grupo que todavía yacía de pie, apenas se hicieron notar, pues instantáneamente fueron erradicados por una sensación más fuerte: proteger a todos de su amenaza mortífera.

Pegó un gran salto y traté de seguirla con la vista entretanto encaminaba a la luz para perseguir su trayectoria.

Dio una ágil voltereta y, mientras volaba de espaldas, la vi arrojarme sus cuchillos. Antes de verlos avanzar demasiado, un gran ventarrón casi consiguió levantarme del suelo junto con el manto de arena que se arrojó sobre ellos, sirviéndome de escudo. Sabía que el único capaz de causar semejantes ventarrones era Ashton con su bastón, pero no podía agradecerle, mis ojos todavía asechaban a la figura que, con tan solo un movimiento de brazos, hizo que el suelo bajo nuestros pies se sacudiera con violencia.

Pensé en estabilidad y una plataforma blanca se formó bajo mis pies.

Junto a mí, Thomas, a voluntad propia, se hizo muñeco de nuevo y, con los tres hilos que todavía salían de su cuello, le hizo frente al nuevo ataque que se cernieron sobre nosotros como látigos.

Hubo un momento en que la sombra ingresó en uno de sus figuras cristalinas duplicadas y salió al otro extremo del laberinto. Casi la perdí de vista, pero, gracias a los anillos, podía ver más claramente a través de la oscuridad, como las veces que había salido de mi cuerpo, formada de esos rayos azulinos.

Era bastante rápida.

—Hay que intentar acorralarla. —Escuché la voz de Milo. No supe cuándo, pero en compañía de Mango llegó, tampoco advertí qué tan lejos de mí se encontraban, mas percibí verdadero enojo en el tono de su voz. Reconocí que el motivo yacía inerte a mis pies.

Recordarlo hizo crecer mi ansia y deseo por querer detenerla. La luz se hizo más intensa, también fue alimentada por la vibra irradiada por el fuego de Milo, que se precipitó hacia el suelo como una gran ola, levantando partículas incandescentes que parecían diminutos carbones encendidos.

—¡Ashton! —gritó su nombre y, tras una ráfaga de viento que azotó mis cabellos, las partículas cambiaron de curso, cerniéndose sobre el resto de cristales del laberinto. Explotaron en miles de pedazos al recibirlas, regándose a metros de nuestros pies. Fueron levantadas al instante, formando una bola de fragmentos cristalinos.

Me bastó alcanzar a ver mi reflejo resplandeciente entre ellos para ser impulsada por y a través de la luz.

Como ya lo había hecho veces pasadas —pero en lo que dura un parpadeo—, estuve segura de haber abandonado mi cuerpo y ser trasladada por toda esa luz que iba tras la sombra.

Los colores negro refulgente, blanco, turquesa y naranja, estaban junto a mí, como si persistiera en medio de un gran arcoíris. El resplandor a mi alrededor fue tan fuerte y enérgico, que no tardé en alcanzarla.

Entré a través de sus ojos, como si lo hiciera en una gran nevada. El frío casi pudo perforarme, pero entonces empecé a ver un sinnúmero de imágenes a través de los ojos de aquellas personas que, tras su muerte, fueron convertidas en sombras.

Los enérgicos malabaristas, haciendo sus maniobras mientras saltaban como diminutas pulgas. El mimo, encerrándolos en cajas que de la nada aparecían, tratando de contenerlos. El flexible contorsionista, realizando un ágil y dócil movimiento para escapar justo a tiempo. Al equilibrista, danzando sobre una fina cuerda como si fuera el seguro suelo. A la arroja cuchillos, aislando la magia de la improvisada prisión de los malabaristas para ayudarlos a escapar. También aquella mujer rubia que se parecía tanto a mí, observando dichosa el acto desde un elegante columpio. Y dos adultos más: un ventrílocuo con hoyuelos en las mejillas que ponía a bailar al grupo de marionetas vestidas con pantalones cortos, acompañado de una hermosa mujer con el cabello perfectamente liso y negro, que, gracias a dos insulsas piedras, daba el paso a la siguiente persona que refulgiría el espectáculo.

Todas eran imágenes sin ningún sentido en particular más que el de conocerlos. Sí, el punto fue presentármelos, comprender «eso» que los hacía quienes eran gracias a «eso otro» que les impulsaba a hacer lo que les encantaba. Es decir, simplemente se trató de conocer su esencia. Sus acciones los convertían en quienes verdaderamente eran. Y llegar a ver sus rostros a color, como si nos encontrásemos en un tiempo mucho antes de que la maldición se llevara a cabo, fue lo que reflejó todo ese gran sentimiento de encanto y satisfacción unánime a lo que hacían, sobre todo porque era algo que les gustaba y disfrutaban hacer. Además, ¿qué mejor momento para conocer «su verdadero yo» más que por aquellos días?

Cuando el resplandor de los anillos terminó de envolver a la sombra por completo, me tomó otro parpadeo estar de regreso en mi cuerpo. De pronto, conociendo todo de ellos: de las seis estrellas que embistieron a Aros. Pero además, ahí también se encontraban otras dos que seguramente formaron parte de algo muy importante para él.

Desconocía que, al encontrarme fuera de mi cuerpo, luciendo como un espectro, podía ser llevada por la luz. Pero conmemoré el momento en que, al salir de la carpa de indumentaria en llamas, de uno de los recuerdos recolectados de la cabeza del padre de Ashton por el mismo Dalas, él apareció entre un grupo de las ondas azulinas que se juntaron, conformando su figura. Luego, en cuestión de un pestañeo, esa extraña energía lo había transportado hasta posicionarlo cerca de mí.

La luz quedó latente en el aire, ingresando como puñaladas en la figura que en el aire se sacudía con violencia. Instantáneamente pensé que Dalas debió haber usado un método mucho más fácil para controlar a las sombras, pues antes, la luz las desvanecía.

El laberinto fue aspirado por la sombra durante los segundos que le tomó asentarse en el suelo.

Pude sentirlas a todas, conformando una sola figura. Su fuerza era electrizante, potente, un tipo de energía helada que cosquilleó sobre mi piel, helándome gran parte del cuerpo. Fue extraordinario pensar que el anillo las mantenía conectadas a mí.

Toda ella, dejó de brillar como una bola de discoteca. Seguía viéndose como una hermosa escultura hecha de puro cristal, con el medallón del hombre todavía incrustado en su pecho.

Hipnotizar, rebuscar, plasmar, pescar, controlar. Gracias al quinto anillo fue que lo supe. Eran los pasos para conservar en las manos, el poder total de cualquier persona, estuviese muerta o viva. Un peligro si caía en las manos equivocadas.

—¿Es de fiar?

La pregunta de Thomas se quedó en el aire cuando fue obstaculizada por un nuevo grito irracional:

—¡Es mi turno!

Giré rápidamente hacia el escenario. La silueta vestida de rombos yacía tirada en el suelo y tosía, como si el aire que tomaba a bocanadas le resultara dañino. Recordé su enfermedad y que, en el mundo normal, ya se había encontrado bastante mal. La noche en que su hijo falleció en el incendio, no había contado con fuerza suficiente ni para caminar, y aunque se hubiera mantenido en un mundo en donde el tiempo no transcurría, su enfermedad ya formaba parte de él. No estaba en condiciones para gastar toda su energía en una lucha.

Las personas de papel que todavía se mantenían de pie, estiraron los brazos y, de sus codos, la arena formó plumas que, a su vez, constituyeron alas, inmensas, abriéndose hacia el cielo y levantando a ese remedo de personas en dirección al padre de Ashton.

No iba a permitir que nadie más sufriera.

Sin pensarlo, me eché a correr hacia Aros, abandonando la plataforma blanca que había permanecido bajo mis pies gracias a los anillos, percibiendo que una enérgica figura, desde la oscuridad, imitaba mis pasos a la perfección. De repente se deshizo, fundiendo su cuerpo cristalino con la arena del suelo y, reconstruyéndose bajo una de las figuras de Aros. Haciendo uso de un puñal que brotó como una espina en la palma de su mano, la envió al suelo, convertida en lluvia de arena.

—¡No te metas! —vociferó Aros, esta vez hacia mí, levantando los brazos casi con desesperación.

Estuve cerca de llegar al escenario, de alcanzar al padre de Ashton e impedir que lo lastimaran, cuando la arena bajo mis pies, de repente me lanzó lejos. Mi espalda golpeó el suelo, gracias al cielo no se sintió tan terrible debido al material del que estaba compuesto, pero aun así, me deslicé por el piso como si se tratara de un prolongado tobogán.

Al frenar, me paré tan rápido como me fue posible. Me dolieron las piernas y gran parte de la columna. La sensación de que me habían terminado de golpear con un gran bate, me obligó a sacudirme un poco, pero no fue solo debido al último ataque de Aros, mis músculos padecían de fatiga. Supe reconocerla al tener lívidos recuerdos de mí corriendo en el gimnasio al escapar de Giorgio sombra.

Se me agotaba la energía.

—¡Detén a las sombras! —ordenó Aros. Parecía un completo demente con los ojos tan abiertos, que atemorizaban.

Intentó acercarse más para así lanzarme otro ataque, pero unos hilos inesperadamente retoñaron de la arena y lo hicieron tropezar, permitiéndole una probadita del desagradable suelo.

Los hilos se desenterraron, terminando de formar un largo camino hasta mis pies, hasta Thomas, que luciendo como un muñeco, yacía agarrado de mi pierna. Había salido corriendo sin percatarme de que se había enganchado a mi pierna como una garrapata. Y al soltarme, se convirtió en el Thomas humano que conocía bastante bien.

—¡Basta! No puedes hacer esto —dijimos en unísono, y aunque lo gritamos con fuerza, no fue algo pensado o planeado por mí.

Aparentaba tener mayor confianza, pues no temió permanecer de pie en frente de Aros, quizá debido a que la magia de los anillos era más potente que antes, hasta, probablemente, sería capaz de anteponerse a las órdenes de su creador. No podía olvidar que tanto él como Dalas, fueron los que aportaron para crear a Thomas, así que le respondía a ambos, al más enérgico, sobre todo.

—Claro que puedo —contradijo Aros entre dientes.

—Zara es mi mejor amiga, ¡tu mejor amiga, grandísimo idiota!

Me quedé igual de fría que un témpano de hielo. Nunca creí que llegaría a escuchar esas palabras.

Aros abrió la mano y su legado figuró. Dentro del mismo instante, arrojó las piedras hacia mí. Reiteró una imagen en mi cabeza: cuando apenas pude verlas encenderse de un rojo vivo, prendiendo un espiral de fuego en el aire.

Thomas saltó en frente de mí y, en cuestión de segundos, se volvió muñeco. Todo transcurrió con extrema precipitación. Su gran estómago las detuvo. Entonces, piedras y Thomas cayeron al suelo, pero fue el muñeco, el único que empezó a rodar por el suelo, apagando el fuego que había encendido su blanca camiseta.

Aros refunfuñó por su intrusión y, tras dar un nuevo paso peligroso hacia mí, su cuerpo se despegó del suelo como un globo con helio, lentamente. Se agitó y quedó inmóvil como si el aire no le tuviese permitido moverse.

Sentí un golpecito en mi zapato y vi a Thomas, quien recostado sobre su espalda, abría la boca como un pez y señalaba con exasperación hacia su cuello. Su angustia fue palpable. Se estaba ahogando.

Después de agacharme, miré a Aros para comprobar, y en su efecto, empezaba a ponerse rojo. Si a él le pasaba algo, era obvio que también le afectaría a Thomas por ser su esencia.

Eché un vistazo alrededor, en busca de Ashton. Tan solo di con su padre, pues su toz fue lo primero que capturó mi atención. Milo y Mango, ya se encontraban junto a él, ayudándole a sentarse.

Detrás de mí, los gemelos parecían guardias, inmóviles, de igual manera luciendo como humanos. De esa forma habían permanecido los últimos momentos, a mis espaldas, manteniendo su distancia y muy quietos. La sombra, en cambio, estaba de pie en el escenario, como si se encontrara en pausa, pero de repente desapareció y, cuando volví a verla, estaba sobre el público creado por Aros, exterminando a otra de sus personas de papel que oscilaba debilidad. Sus deformaciones, sentadas en los graderíos, también empezaron a deshacerse y, justo arriba de todo el escenario, a la altura de las inmensas columnas, encontré a Ashton.

Como lo supuse, tenía la mirada fija en Aros, a quien levantó hasta ocupar un puesto en el aire y a su misma altura.

Desconocí por completo aquellos cetrinos que, pese a cualquier cosa, mostraban su brillo singular. Sus ojos estaban completamente apagados, fundiéndose con las penumbras. Era él quien lo había separado del suelo, usando magia del medallón de la carpa lacrada que permanecía refulgente en su mano izquierda. Renzo había sido quien llegó con el artilugio de la carpa lacrada y lo tenía momentos atrás, pero después de lo que le sucedió en el laberinto, lo olvidé por completo. Ashton debió tomarlo, puesto que el medallón, sus productos, mi persona, y todo lo relacionado al mundo de las sombras, éramos lo único que podía tocar.

—Sobrepasaste el margen, Aros. —Ashton arrastró las palabras. Su voz perfilaba el trance en el que parecía haber sido sumergido—. No le pondrán un dedo encima de nuevo. Sobre todo tú, no herirás a Zara otra vez. Y no permitiré que vuelvas a dañar a alguien.

Me dije que no permitiría que nadie más saliera lastimado, pero nunca pensé en algo así. No creí en la posibilidad de que Ashton llegaría a ser el artífice de un acto pérfido. Pero no, ¡no era él! Se trataba de la oscuridad, consumiéndolo, ayudándolo a cruzar la delgada línea que lo separaba de ser lo que era.

Mi mente divagó en que Aros no volvería a respirar, a menos los tres medallones se juntaran, solo entonces, todo se balancearía bien y volvería a ser como antes. Ashton regresaría a la normalidad y, más que nada, estaría bien, sin ser una sombra, solo el cálido Ashton que me enamoró.

—¡Junten los medallones ahora! —Desesperada grité hacia su padre y Milo, quienes, por mi alarido, levantaron la mirada, encontrándose con la espantosa escena.

Creí que estaba soñando cuando vi al padre de Ashton negar lentamente con la cabeza.

—¿Qué? ¿¡Por qué!? ¡Hágalo ahora o Ashton...!

El ambiente se tornó rígido y él, utilizó su voz moribunda para negar una vez más. Milo también lució sorprendido por culpa de su ridícula respuesta. ¡Nunca nadie podía entender qué demonios pasaba por la cabeza de ese hombre vestido de arlequín y dueño del circo!

¿Era por la enfermedad, o durante la lucha contra Aros recibió un fuerte golpe en la cabeza? ¿Estaba así de mal? O es que acaso ¿el traje de arlequín reflejaba una locura de la que nunca fui consiente? Quizá era eso, lucía como un demente, y aún más, después de haberlo visto saltar por todas partes como un diablillo mientras sonreía como un completo chiflado.

—Al miedo... —Tosió—. Hay que arrancarlo de raíz. Solo así... Solo así podremos vencer su oscuridad.

¿Ahora me estaba hablando de religión?

—¿De qué demonios está hablando? —Para este punto ya me encontraba completamente encolerizada.

—Debes regresar a Thomas.

—¡Pero Ashton...!

—No hay tiempo —anunció con pesar.

¿Por qué? ¿Por qué me dio la impresión de que se estaba dando por vencido? Si había dicho que, para él, el tiempo empezó a correr en cuanto los latidos de su hijo volvieron a tronar en el interior de su pecho.

¿Lo interpreté mal?

Había llegado a creer que todo estaba haciéndolo más que nada por su hijo, porque no contó con fuerza suficiente para salvarlo de la muerte, pero al parecer, esta se sumaba a otra de mis tantas equivocaciones.

Si Ashton había luchado por mantenerse a orillas de la oscuridad, definitivamente, era su propio padre quien estaba a punto de empujarlo al interior del abismo.


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