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Capítulo trece


ELECTRICIDAD 


Imposible.

Estaba fuera de mi cuerpo. Podía verme ahí, tirada sobre la arena.

¿Morí? ¿Acaso no iba a tener otra oportunidad? ¿Había sido así de simple y ya? ¿El puro enojo podía ser capaz de terminar con alguien de esa forma?

Tantas preguntas sin respuestas, se abalanzaron sobre mí. Pero, a la larga, lo único que empecé a ver con mayor claridad, fue todo a mi alrededor. Como si en un abrir y cerrar de ojos, hubiese pasado de ser media noche, a las seis de la mañana. Ya no estaba tan oscuro.

Miré hacia el cielo, pero era el único que permaneció igual de encapotado. En realidad, nada había cambiado alrededor. Simplemente lo veía todo con mayor refulgencia.

Ya no existía agotamiento muscular, pesadez, cansancio, o ningún tipo de picazón en la piel. No hubo nada más que una extraña atracción, pero no supe bien de dónde provenía. También ligereza, por la que mi inseguridad aumentó. Tuve el presentimiento que, tras dar un primer paso hacia mi cuerpo tirado en la arena, me despegaría del suelo y flotaría en dirección a las nubes como un globo inflado con helio.

Extrañamente me sentí libre, como si de un salto fuera capaz de alcanzar las copas de los árboles; como si pudiera dejarme llevar por una simple brisa y dar rebotes por todas partes, al igual que una pelota plástica. Era alarmante.

Me mantuve en un estado automático, serena, intentando avanzar con pasos certeros y, de pronto, quedándome estática al principio del camino. Advirtiendo que, un fuerte resplandor celeste iluminaba con intensidad mi cuerpo tirado en el suelo, sobre todo la zona ubicada en mi estómago, que se hallaba de cara a la superficie terrestre. Mi brazo se encontraba entre medias de esos dos.

Me reprendí por no haber mirado un poco más y precipitarme a sacar conclusiones, como el haber muerto.

Pero entonces, ¿nuevamente era obra de los anillos?

El resplandor creció, tomando la apariencia de ondas eléctricas azulinas que saltaron de mi cuerpo hacia mí, como rayos. Por cada uno experimenté hormigueos con demasiada lucidez. Eran descargas energéticas que ocasionaron toda clase de cosquilleos. Pude sentirme saturada de toda esa energía y para nada cansada o somnolienta, como lo había estado antes.

Durante un instante quedé conectada a mi cuerpo por medio de esos rayos azulinos, percibiendo así cada débil inhalación y la presente molestia en mis dedos a causa de los anillos. De ahí provenía esa particular atracción que minutos atrás aprecié; podía sentir lo que le sucedía a mi cuerpo y, también, ser consciente de mi enigmática presencia fuera de él, como un reflejo.

Al menos no había muerto, pero, ¿cómo exactamente conseguí que algo así sucediera?

Tuve un Déjà vu.

Recordé el momento, exactamente después de haber presenciado lo ocurrido con Ashton en el incendio. Al salir de la carpa de indumentaria, obligada por mis piernas, fue cuando Dalas se presentó ante mí.

Ese acontecimiento me llevó a, involuntariamente, mirarme las manos para comprobar cómo lucía fuera de mi ente terrenal.

Ya no tenía los anillos puestos, seguramente seguían aferrados a mi cuerpo. No obstante, lo peor vino cuando, por examinarme el resto de mi anormal presencia, pude ver a través de mí. Como si estuviera presenciándolo todo como un espíritu. No supe de qué otra forma verlo. Brillaba, pero muy tenuemente. Parecía ser que la oscuridad era más fuerte que cualquier tipo de luz, ¿cuál sería la única con la capacidad de romperla?, me pregunté.

Pero volviendo a razonar sobre mi extraña apariencia, ¡era eso! El mismo tipo de ondas que esquematizaban mi cuerpo, eran las que habían figurado a Dalas después de haber presenciado la muerte de Ashton. Pero él no podía hablar, quizá porque en ese instante no contaba con energía suficiente, estaba viviendo sus últimos momentos.

—¿En verdad morí? —expulsé en un grito de estupefacción que terminó atorándose en mi garganta.

O me encontraba en mis últimos momentos. Después de todo, cuando vi a Dalas lucir igual, él estaba dejando el mundo de los vivos.

—No lo creo. —Lene se inclinó hacia mi cuerpo, examinándome a distancia. Mango había preferido acomodarse sobre sus hombros, asegurándose a sus orejas—. Parece que hiciste funcionar un nuevo anillo, el azul. Espera, también el blanco. ¿Es posible? Tampoco entiendo por qué las piezas de la fuente de energía de los medallones están brillando. —Se volvió para mirarme como si fuese injusto para ella—. A más del evidente viaje astral, ¿qué acaba de pasar aquí? Dos anillos y la fuente de los medallones brillando ¿juntos?

—No lo sé. —Me apresuré a responder—. Solo... Solo deseé poder verle. De seguro fue por eso que el blanco respondió. Y ese otro anillo... El azul, ¿cierto?... La luz que ciega, hipnotiza...

Me pasmé.

—Habrá consecuencias por haber usado los anillos y la fuente de otro circo al mismo tiempo —indicó Ashton. Estaba molesto y preocupado. Una mezcla que causó recelo.

Tomó la decisión de acercarse a mí, pero yo, no pude parar de tartamudear incoherencias y asimilarlo de una bendita vez.

Examinándolo de pies a cabeza, a escasos metros de distancia, me pregunté si acaso el enojo podía vencer el miedo. Llegué a pensar que, tal vez por eso, podía verle y escuchar su voz otra vez. Y en su gran mayoría, sí, lo suprimía por completo. Era aplastante y acallaba cualquier otro sentido o pensamiento que tuviera ganas de interponerse. Eso fue lo que experimenté poco antes de ser expulsada de mi ente terrenal: enojo puro.

Pero nada me aseguraba que pudiese volver a ver a Ashton si regresaba a mi cuerpo. No podía comprobar si mi temor por verlo convertido en una sombra, había sido exterminado por el enojo. Y ¿al menos podría ser capaz de regresar a la normalidad?

Ashton levantó una mano hacia mí y lo vi vacilar.

No me tocó. No parecía real. Para ninguno de los dos.

Tan impresionada me hallaba como para haberme fijado en lo mal que lucía. Su rostro parecía demacrado, los labios de un plomizo azulado, ojeroso, con sombras que remarcaban el puente de su nariz, párpados y pómulos. Gracias a la camisa todavía arremangada, también pude ver que tenía el brazo derecho completamente teñido de negro. Eso, superficialmente. ¿Cuánto más había avanzado? Tuve curiosidad por ver debajo de toda la tela que cubría su cuerpo, sin embargo, no podía hacer algo como eso.

Casi sentí como si mis ojos se hubiesen llenado de lágrimas. Pero así como estaba, no era capaz de llorar.

Estiré mi brazo hacia él y, cuando mis dedos apenas rozaron los suyos teñidos por aquella maldición, frunció el ceño.

Lo vi tensarse y soltar aire como si más bien, le hubiese terminado de propinar un gran golpe en el estómago.

—No la siento. —Se apresuró a decir con todo el dolor que pudo reunir en su semblante.

Nunca antes, algo, pudo desilusionarme más que escucharle decir eso. No sentir mi tacto.

Tal vez, pensé, se debía a que esa zona en especial de su cuerpo había cambiado.

Quise tomar su otra mano pero Lene gritó:

—¡Espera! —Regresé la mirada con susto—. La magia que usas es la de los anillos, y justo ahora, pareces una luciérnaga brillando con todas esas corrientes que te forman. Si le tocas en alguna parte sana...

Lo entendí.

Dos magias distintas, dos circos diferentes.

Estando de frente. Yo aparentaba ser luz, él, oscuridad.

Resultaba ser yo quien más daño podía hacerle.

Irónico. Fatídico.

¿De qué servía poder verle, cuando él no podía sentirme? Sabía bien que pedía demasiado, pero quería abrazarle, aspiraba poder estar junto a él con normalidad, pero no podía, no luciendo así. Era como, si de cualquier manera, alguien se las ingeniase para mantenernos lejos, el uno del otro.

—No creí en la posibilidad de poder tocarte —intervino Ashton con afecto—, de cualquier modo. —Cerró su mano enferma, atrapando la mía y sonriendo con una ligera curvatura de labios.

Dolía verlo esforzarse así. También era injusto que solo yo pudiera sentir su árido palpar.

—Con esa mano no puedes sentir... —le recordé pesarosa—. Así, no puedo tocarte. De hecho, en ningún otro lugar.

Creí que él no lo había entendido, pero volvió a sonreír con dulzura.

—No importa qué, nunca has sido perjudicial para mí, Zara.

Fui consciente de lo mucho que había extrañado escuchar su voz. Sus palabras solían animarme con facilidad y sin ningún esfuerzo. En momentos de angustia como ese, todavía más.

—Pensé que no te volvería a ver —le dije.

Dejé que en ese momento la felicidad me invadiera, porque, olvidando las limitaciones, podía verle y escucharle nuevamente. Eso ya era bastante.

Dejó salir aire de sus pulmones en una lenta exhalación.

¿Desde cuándo lo veía hacer eso con frecuencia, cual persona viva?

—¿Qué sucede? —pregunté con preocupación.

Jamás en la vida, llegué a sentir como si no me cupiera el corazón en el pecho.

—Sucede... —Me acarició el mentón con la única mano que podía tocarme. Le costó llenar sus pulmones de aire—. Sucede que, nunca había extrañado algo con tanto fervor, como poder ser dichoso de mirarte a los ojos nuevamente.

Su expresión se suavizó por completo. Algo se removió en mi interior y, ¡demonios!, quería abrazarle.

Me observó con sus espectaculares cetrinos llenos de una emoción y anhelo que casi pudieron iluminarle el rostro.

Para mis ojos, Ashton lucía así, como luz virtuosa entre la oscuridad, siempre tan brillante. Pero, justo en aquel momento, dolía. Realmente lastimaba verle así.

—¿Sería normal si en este momento digo que muero por besarte? —declaró.

Dentro de ese mismo lapso de tiempo, su mirada también se tornó intimidante. Me vi en la urgencia de apartar la mía y contener la acción que quería secundarle.

—Tienes... Tienes la camisa abierta —dije con un hilo de voz, con la vista clavada en su pecho, en los tres botones desabrochados. Con su mano sosteniendo mi rostro, no pude bajar la mirada hasta el suelo.

Desconocí en dónde y cómo ocultarme. No se me ocurrió nada mejor. Ni reñirme a mí misma por salir con algo como eso, habría servido de algo.

—Lene insistió en revisarme —habló como si fuese un tema sin mínima importancia. ¿Lo era?

Deslizó sus dedos hasta rozar sus yemas sobre mi mejilla. Logró ponerme todavía más nerviosa.

—Así... que era eso —exhalé entrecortadamente, volviendo a examinar sus ojos.

Parecía seguro y tranquilo por sobre todo lo demás.

—Así... —repitió del mismo modo—. Luces aún más hermosa y brillante que una estrella fugaz. Me gustaría poder pedir un deseo, y es que ya no sea efímera. Que tú me veas siempre, y yo, poder verte a ti mientras lo haces.

Dios mío, ¿hablaba para él mismo? Era encantador, pero logró avergonzarme a niveles monstruosos. Sobre todo, tuve una nueva y extraña sacudida de alegría. Gracias a la mezcla, sufrí una clase de conmoción emocional descabellada, ¡casi a punto del pánico! Hubiera enrojecido de haber tenido sangre transitando por mi cuerpo.

—A-Ashton... —tartamudeé nuevamente.

—Dime. —Alargó su respuesta, sin despegar su mirada de mis labios.

Parecía completamente sumergido en sus pensamientos. Tampoco aparentaba preocuparle nada más de lo que, en cualquier momento, podía llegar a desenvolverse alrededor.

Me sumé al grupo, creyéndome incapaz de arrancar la mirada de él, para que no fuera a desaparecer de mi vista nuevamente.

Le eché una rápida ojeada a su camisa semiabierta. Tanto su cuello y parte del pecho, se mantenían expuestos sin ningún tipo de preocupación. Aún sobre la capa de oscuridad que podía con la mayor parte de su apariencia, seguía pareciéndome bastante apuesto y con un toque salvaje que no creí llegar a ver en él.

Olvidé lo que estaba por decir.

Pese a que faltaban botones por desabrochar de la camisa, alcancé a ver sus venas teñidas de negro, con el propósito de continuar ascendiendo por su hombro y, al mismo tiempo, de avanzar hacia el otro lado.

Tampoco pude pasar por alto la situación en que ambos nos encontrábamos: él, transformándose en algo oscuro y atemorizante; y yo, fuera de mi cuerpo, luciendo como la esfera de una bruja. Al menos no resplandecía lo suficiente como para alejarlo por completo. Y, precisamente, ¿todo tenía que brillar?

En la vida, todo no parecía ser más que luz, pero, ¿qué había de la oscuridad? También tenía un lado atractivo. Podía atestiguarlo, porque lo tenía justo en frente; al enigmático encanto.

—Supone que es peligroso que llegue al lado izquierdo. Pero no es una parálisis, y tampoco estoy vivo —explicó. De algún modo captó la molestia que se había plantado en mi rostro a razón de lo que estaba mirando.

Lo suyo era evadir.

En gran parte del tiempo, cuando algo amenazaba, él se detenía en frente con tal de ocultar las vistas y evitar preocuparme. Lo encubría. Pero de ese modo, no iba a poder resolverlo él solo. No servía de nada esconder, ni tampoco pretender que no estaba ahí.

—No me importan los medallones —inferí—. Debemos ir a por el resto de la fuente de energía. Si esta mitad hace que tu transformación avance lento, con la otra mitad puede que...

—Solo la vuelva más lenta —anexó con tranquilidad.

Quise molestarme por ello, pero en eso tenía razón.

Por un instante llegué a creer que, quizá, podía ser capaz de estancar su transformación. Pero no. La otra mitad solo alargaría lo mal que evidentemente lo estaba pasando. Se terminaría convirtiendo, tarde o temprano.

No había de otra. Debíamos encontrar el último medallón. La única solución era unir los tres artilugios.

—¡Su madre! —El mono, acompañando su grito, también chilló.

Pegué un salto y regresé la mirada hacia Lene.

Yacía sentada en el suelo, abrazando a Mango como si de un peluche se tratara.

Estaban sorprendidos de ver cómo, debajo de mi cuerpo, una manita de madera en compañía del grupo de hilos, rasguñaron la arena. Thomas los había tomado con la guardia baja. Y quería escapar, pero no podía levantar todo el peso por sí solo. Estiró el brazo un poco más, pero solo alcanzó a tocar el espejo tirado a un lado.

—¿Quién invitó a la muñeca? —Soltó otro grito agudo, señalándolo como si fuera una cucaracha.

Mango gimió entre sus brazos, aterrorizado.

—Hay que seguir. —La voz afilada de Ashton me trajo de regreso.

Busqué su mirada, pero la encontré perdida en otro sitio, en dirección al pueblo.

Su sexto sentido me puso alerta. Me disgustó su expresión.

La última vez que recordaba haberlo visto así, fue en la feria, poco antes de encerrarnos en uno de los contenedores del viejo ferrocarril y estar a punto de ser carbonizados por Milo. Tratándose de la misma noche en que le conocí.

—Lene, carga el cuerpo de Zara —ordenó.

Seguí sin entender qué estaba sucediendo, o qué le hizo manifestarse tan distante.

—No voy a tocarla. —Se negó Lene con horror, mirando mi cuerpo como si de otro bicho raro se tratara.

Aún después de verlo, otra vez, no pude creer que mi cuerpo estaba ahí, y yo, prácticamente fuera de él.

Ashton destacó su disgusto tomándome de la mano con firmeza y llevándome con él. Advertí nunca haberlo visto enojado hasta ese punto.

—¿Qué si me absorbe? —Lene retrocedió y eso molestó un poco más a Ashton—. Además, brilla.

Tenía razón, no podía arriesgarse a tocar mi cuerpo natural o enigmático. Resplandecíamos gracias a la magia de los anillos y la fuente de energía de los medallones.

Debía encontrar la forma. Deseé volver a la normalidad y no convertirme en una carga imposible de transportar.

Ashton y yo, estábamos cada vez más cerca de Lene y mi cuerpo, pero el tiempo se alargaba. Me estaba volviendo lenta, percibiéndolo todo como una vieja grabación de video.

De pronto el brazo se me paralizó, no pude mover los dedos o doblar el codo. Un segundo después perdí la voz para decir que algo andaba mal, y, luego, al llegar junto a Lene, las piernas también dejaron de responderme, enviándome directo al suelo.

Me acerqué. Estuve segura que, como si hubiera pisado un charco, me hundí en el interior del espejo.

Cuando creí empezar a recobrar los sentidos y sensaciones, todavía pensaba encontrarme fuera de mi cuerpo, pero no fue así.

Aunque no conseguí ver ni escuchar con claridad en un primer instante, pude verme las manos. Era yo de nuevo, completa en todo el sentido de la palabra. De regreso a como era físicamente.

Experimenté el cuerpo acalambrado y un dolor en la cabeza que, en su momento, lo asemejé a recibir un segundo manotazo de Lene en plena nuca, pero multiplicado por diez.

Eso último me preocupó bastante. Sentía que, algo que no podía ver, tomaba la decisión de cortar el lazo familiar que tenía con mi cabeza y nos abandonaba, así, como si nada.

Mis ojos enfocaron imágenes turbias: las copas de los árboles esqueléticos y un espejo inerte que planeaba en frente de mí, esquivándolos con agilidad.

Estábamos sobre el bosque, en dirección al desfiladero.

Dormité.

Abrí los ojos, como después de haber despertado de una pesadilla, pensando en la posibilidad de llegar a dar con Milo y Renzo.

A lo largo de un tiempo indefinido, contemplé una escena diferente. Dos figuras corrían debajo de mí, entre el bosque. Esos eran Connor y Gabe.

Parpadeé con pesadez.

Por más que intentaba fervientemente prolongar mi estado consciente, la oscuridad regresaba de manera furtiva.

—Debió revelar nuestra ubicación por toda esa energía que usó al salir de su cuerpo. ¡No puede ni permanecer despierta por más de cinco segundos! Apuesto que las sombras, tampoco tardarán mucho en aparecer. —Conseguí escuchar a Lene encolerizada mientras, en su vuelo en compañía de Mango, esquivaban las ramas con la misma habilidad.

Yo estaba más arriba, conmocionada porque alguien me abrazaba. No pude verle, pero entonces supe que se trataba de Ashton, llevándome entre sus brazos.

Fue decepcionante. Después de todo, no había superado mi miedo. Fue por el deseo de verle, que, a través de los anillos y el espejo, salí de mi cuerpo.

Me ausentaba cada tanto. Creo que dormía, y luego de lo que parecían segundos, el dolor y la incomodidad regresaban como una bola demoledora.

No podía permanecer lúcida durante mucho tiempo, ni hacer el par de preguntas que mi cabeza formuló ante lo que escasamente lograba ver.

¿Por qué Lene y Ashton parecían tan preocupados en hacer una carrera de velocidad en el aire?, como si el fin del mundo nos estuviera asechando. Y, ¿por qué tenía un muñeco deshilachado y siniestro en mi bolsillo? Sacaba la cabeza cada tanto, observando alrededor y colgando su mirada marrón en mi rostro algunas veces.

Me estudiaba, y de repente llevó un dedo hasta sus labios tallados, pidiendo que guardara silencio. Luego abrió la boca, y su mandíbula casi pudo haber rozado el suelo.

No pude hacerlo, no pude permanecer tranquila.

—¡Qué demonios es esta cosa! —chillé con la poca energía que conseguí reunir, espantada por completo.

Me miró, ignorando el por qué había realizado aquella pregunta. Pronto, recurrió a su escondite en el interior de mi bolsillo.

Yo tampoco pude comprender.

¿Por qué tenía un ventrílocuo moviéndose por sí solo en el interior de mi bolsillo?   


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