Capítulo siete
✶ ESTATUA ✶
Sujeté el pañuelo enredado en los cristales con la mano derecha, lamentando haber dejado mi morral en la casa de Thomas. Me hizo mucha falta.
Vi a Lene dar vueltas sobre sus talones con la mirada perdida en el cielo. Examinaba. Los encajes de su falda, la hacían parecer completamente despreocupada en si alguna vez llegaba a rozar la tierra o no.
—Seguramente Aros está desesperado en ir a por los medallones —dijo de pronto—. El conductor dejó de funcionar y, según su perspectiva, nos tiene en algún lugar, con la intención de dar con ellos para juntar los tres. Tiene que estar como una fiera en este momento, aunque de todos modos, nos lleva ventaja. Debemos llegar antes que él y sus pajarracos.
Detuvo su jugueteo en un instante, y me jaló hasta casi lanzarme sobre el cúmulo de arbustos ubicados junto al buzón. De inmediato se quedó estática, con la mirada clavada en la puerta de entrada a mi casa.
Si no estaba mal, nos ocultaba de algo.
Ante la curiosidad me asomé con cuidado, y sin poderlo evitar, me quedé mirando como embobada.
Un pequeño cuerpo difícilmente saltó la mitad de la puerta. Rodó por el suelo y casi se enredó en la cantidad de hilos que todavía le caían desde la nuca hasta rozar la tierra. Se puso de pie, y tropezándose con la camiseta rasgada que iba levantando cual vestido para no arrastrar, avanzó un par de metros.
Lo observé hasta que se estacionó en el pórtico. Su rostro tallado en madera hizo que me estremeciera cuando di con el parche sobre su mejilla izquierda, ese que apenas podía cubrir la gran cicatriz que trizaba su mejilla hasta casi rajarle el ojo.
Sin poder de razón, permanecí con la boca abierta y la mirada impregnada en el extraño muñeco Thomas parado sobre sus dos piernas.
Apenas se le veían los dedos sobresalir del gran pedazo de tela blanca amontonada, que descansaba sobre sus pies. La camiseta que, como humano usó, realmente le quedaba inmensa en su nuevo cuerpecito. Trató de acomodársela, levantándola o doblándola, pero no lo consiguió.
Así como el par de extremidades superiores un tanto desproporcionadas en cuanto al grosor, tan solo sus manos, rostro y pies estaban tallados en madera, el resto era todo de trapo color crema y parches que desentonaban. Pude verlo a través de la camiseta rasgada en ciertas zonas. Varios hilos también salían de esos lugares. De hecho, se movían hasta debajo de su única prenda, dándole un efecto vibratorio.
Estaba incomodísimo.
Pegó un extraño brinco y todos sus hilos saltaron al exterior para revolverse en el aire como los cabellos de una bruja.
Con emoción se golpeó los costados de la cabeza. Sus orejas lucían diminutas debajo de toda esa mata de cabello enmarañado que más bien parecía un nido de pájaros rizado.
Levantó la vista y giró la cabeza, cubriendo ciento ochenta grados alrededor.
Abrió mucho los ojos, y, cuando sonrió, su mandíbula casi pudo desprendérsele del rostro. Como si tuviera una caja de fósforos en vez de boca; la quijada le bajó hasta el pecho, mostrando así, una perfecta y rectangular dentadura delantera.
Entendí por qué motivo Lene se había referido a él como una muñeca maldita. Era de cierto modo turbador.
—No lo escucho. —Su mandíbula se abrió y cerró de nuevo, causando un sonido marchito cada que sus resecos y pintados labios chocaban como un par de tablas. También estuvo su silbante voz, disonante a la que naturalmente poseía como humano.
Mi cara terminó evidenciando una mueca inconforme.
Un muñeco que habla. No debía impresionarme. Después de todo, también había visto títeres. Pero Thomas era otro mundo, de cierto modo fascinante. Era casi la mitad de alto que Mango, primate que de por sí ya se consideraba pequeño. Cabría perfecto en el interior de cualquier bolsillo.
No hubo por dónde indagar mucho más de la cuenta, se notaba a simple vista. Thomas fue el primer muñeco hecho por Aros, y esperaba que también el único.
Mi mejor amigo se resumía a eso: un muñeco que estaba mágicamente vivo.
Por las malas comprendí lo que en verdad era, y a su causa mi interior recibió una puñalada que comprimió mi pecho cual lata de soda.
Lene se revolvió incómoda sobre su puesto y, oculta detrás de la fila de arbustos muertos, me hizo un gesto para que avanzara muy pegada a ellos.
—¿Ahora puedes empezar a alucinar con lo que hizo Aros? —susurró detrás de mí.
Por lo que había visto, Thomas no podía ver a Lene, pero de todas formas, ella se preocupaba en esconderse al igual que yo.
—¿Y con haber hecho te refieres...?
Empezaba a dolerme la espalda y rodillas por andar agachada.
—Sus muñecas no son como los títeres de Dalas. —Volvimos la vista y continuamos distanciándonos de él—. Esa cosa es un ventrílocuo, de los que sientas sobre la rodilla, le metes la mano por el tras... —Incómoda me detuve en seco y me dio una palmada en la nalga para que siguiera. Alcancé a mirarle mal. Venía detrás de mí casi tan rápido como una serpiente—. La espalda baja —rectificó—. Así mueve su boca, le da su voz. Aunque claro que esos eran los clásicos, a este no tienes que meterle nada por el trasero para que cante.
Ser tolerante no parecía ser su fuerte.
Fingiendo no haber escuchado nada, guardé el pañuelo con los cristales en el bolsillo de mi sudadera.
—Entonces, todo lo que Thomas diga, es lo que Aros pronuncia.
Lo sabía. Ya los había visto hablar en unísono. Y parecía un filtro, porque el acento de Aros no se notaba en la manera de hablar de Thomas. No existía forma de llegar a imaginarlo o sospechar.
—Cada susurro —afirmó—. La muñeca prácticamente es él. No podemos confiar en esa bola de estambre electrocutada. Debemos desaparecer de aquí antes de que nos vea y se presente otra eventualidad.
Me rebasó a toda prisa y, todavía más rápido, continuó por la vereda, al frente de mí. La seguí a pasos lentos y precavidos. Personalmente creí que no avanzaba nada, y en cuanto se me empezaron a acalambrar las piernas, comencé a gatear.
Encontrándome lejos del alcance de su lúcida mirada, frente a la casa de los vecinos, Lene se irguió primero. Poco antes de llegar a su lado, de repente me despegó del suelo y mis extremidades quedaron suspendidas en el aire.
Entre sus brazos colgué, como una prenda húmeda tendida en una cuerda, esperando secarse. Aunque lo intenté, no pude situarme recta.
Me removí un poco, incómoda. Mis manos y pies casi que rozaban el suelo. Preferí quedarme quieta, estábamos en movimiento, volando sobre mi calle.
El peso de mi cuerpo insistió que, por primera vez, era mejor no jugar en contra de la gravedad. Estuve a punto de pedirle a Ashton que me bajase, pero en su debido momento volteamos bruscamente.
Preocupada contemplé el cielo anubarrado sobre nosotros.
Llegué a creer que no había logrado mantenernos a flote y, que a su vez, caímos recostados sobre algún tipo de superficie suave. Pude sentirla. Luego, el esquelético cimiento de un puente peatonal cruzó el cielo y supe que seguíamos en movimiento, planeando de espaldas en media calle, muy cerca del suelo. Y, esa presunta superficie blanda que sentía debajo de mí, en realidad se trataba del cuerpo de Ashton.
Conseguí estar erguida, mas por completo sorprendida.
A cada lado los intentos de edificaciones pasaban veloces, o así me lo pareció. Tampoco supe bien hacia dónde nos dirigíamos.
Lene, con recelo e intranquilidad, apareció volando sobre mí. Creí escucharla decir que no me moviese.
¿Acaso Ashton se sentía mal? Fue lo primero que me vino a la cabeza.
Una serpentina negra se izó de repente sobre el grupo de techos y azoteas destrozadas, dirigiendo mi vista al mono que colgó de ella. Otra más de pronto salió disparada de algún lugar a lo lejos, cruzó la calle y se introdujo en una casa, atravesando la pared.
Detrás llegaron muchas más, surgiendo de distintas direcciones y tejiéndose como redes que cruzaban la calle, dirigiéndose a nosotros y, de inmediato, adelantándose al camino.
Cuando menos me di cuenta, Ashton empezó a evadirlas.
Una vez más, advertí al titi balanceándose en ellas. Por algún motivo avanzaba con desesperación, lanzando gritos.
—Rigil —pronunció Lene.
—No, es Mango —corregí.
—¡No el mono!, Rigil Kentaurus, la tercera estrella... El equilibrista.
Mi alma pudo habérseme escapado del cuerpo durante una milésima de segundo.
Olvidé por completo la orden que Lene me había dado y moví la cabeza en todas direcciones.
Di con el sujeto lanzándose desde un tejado, hasta una de las serpentinas que templada parecía cuerda. Corrió sobre ella como si lo hiciera sobre todo un campo de atletismo. Pronto, saltó a la siguiente, de donde Mango se columpió para alcanzar la que seguía. Casi lo alcanza.
¡Vaya equilibrio que tenía el condenado para conseguir hacer algo como eso sin vacilar!, por poco y superaba al mismo titi. Pero no era correcto admirarse, pues era una sombra más.
Instantáneamente oculté los anillos en el interior de mi bolsillo. Evitaría malos ratos si inesperadamente se me cruzaba el deseo por un rayo de luz.
—Mono aprensivo, lo atrajo a nosotros. —Se quejó Lene—. Hansen, mantenla dentro de las casas y ve a la feria, nos encontraremos ahí. Veré que no descuarticen a Mango.
Se alejó.
Ashton nos volteó, posicionándonos de cara hacia el suelo. La rigidez de mi cuerpo funcionó para que no volviera a escurrirme de sus brazos.
—¿La feria?, ¿por qué habría de ocultar un medallón en ese lugar? —pregunté, como si fuese capaz de obtener una respuesta por parte de quien me sujetaba sin vacilación.
Mi mente divagó, tomando otro sentido.
Después de haber revivido el miedo porque Ashton se convirtiera en una sombra, no podía permitirme perder la esperanza de volver a ver a mi familia.
Dalas los había atrapado de alguna forma, colocando el arco de la muerte sobre la feria. Y seguramente fue por su muerte que terminó expandiéndose sin control a todo el resto de Port Fallen.
¿Habría pasado lo mismo con cada lugar del planeta? Parecía ser posible. Recordaba con claridad haber visto cómo, en el hogar del sheriff, la oscuridad siguió espaciándose de su casa hacia la calle.
Era peligrosa. La razón que puso a todas las almas a vagar en una línea entre la vida y la muerte, mientras que sus cuerpos se localizaban en el mundo de las sombras, en donde todos nos encontrábamos sumergidos porque no había quién las tomara de las riendas. Todo porque, la persona que las controlaba, tomó la decisión de quitarse la vida.
Ashton mencionó que, aún con el arco de la muerte sobre el mundo de los vivos, existía todavía. Entonces, seguramente se encontraría deshabitado.
Tampoco me había detenido a pensar que, al hallarnos en ese sombrío y horrible mundo, encontraría los cuerpos de mi familia, justo ahí, en la feria.
Con agilidad, Ashton nos introdujo en la casa más próxima, por la ventana de un segundo piso.
Cruzamos la habitación matrimonial en menos de un segundo y traspasamos el umbral, de donde pendía una cortina que se desvaneció al recibirnos. Descendimos las gradas en espiral a toda velocidad. Seguimos un corredor y, al virar la esquina, justo a tiempo logró evitar lo que quedaba de una estantería con platos.
Por un segundo creí ver a una persona. No. Un tipo de estatua de pie en la cocina. Íbamos demasiado rápido. No pude confirmar qué fue lo que mis ojos vieron realmente.
Alcanzó la sala en un instante y esquivó las ramas de un árbol, justo después de que pasáramos estrechos por otra ventana de la primera planta.
Sobrevolamos el patio trasero directo a la siguiente casa, pero no fuimos los únicos con la intención de cruzarlo.
Un grupo de serpentinas nos rebasó como ballestas y taponaron la puerta trasera, impidiéndonos el paso.
Ashton cambió de rumbo.
Bordeamos la edificación, con serpentinas que agujereaban las paredes y columnas que se le aparecieron de por medio. Cruzaron por todos lados, surgiendo de lugares impredecibles, anteponiéndose a nuestro camino con la finalidad de imposibilitarnos.
Entre tantos giros y esquives, me permití volver la mirada. En su defecto, comprobé que el equilibrista saltaba de una cuerda a otra y corría por los tejados, con mucha habilidad e increíble soltura. Era sumamente veloz.
No debí repetirme la singular anomalía, pues para tales extremos ya lo sabía con certeza. El Circo Estrella no era un circo normal, en lo absoluto.
—¿En dónde quedó Lene? —cuestioné.
—¡Tengo al mono! —gritó victoriosa ella.
Apareció dando vueltas en el aire con Mango aferrado a su brazo. Como una pelota se introdujeron por la ventana de la siguiente casa. Ashton de nuevo, tan solo nos limitó a bordear la construcción.
—Zara. —Lene me llamó apenas como volvió a hacerse visible—. Dime que no son conscientes de que posees los anillos.
Enmudecí. Lene definitivamente sabía sobre ellos, y lo más importante, algo que ni siquiera había querido contarle a Ashton por evitar que se sintiera culpable, hacía referencia a la finalidad de las sombras con respecto a esos grotescos artilugios. Querían desaparecer su fuente de energía, erradicarme.
Mi omisión declaró a gritos una respuesta evidente. Ashton sombra, claro que había logrado percibirlos después que uno de los artilugios se encendió cuando trató de quitármelos. Pero a partir de ese momento, no había vuelto a hacer uso de ellos. Percibían su energía. Se guiaban a través de estímulos o impulsos, no por los ojos.
—El que llegara a nosotros, fue por culpa del mono —respondí con seguridad.
No quise hurgar más en el tema. No me apetecía volver a ver a las sombras lucir como Ashton, de ser posible.
—Aunque intenté llamar su atención... —se lamentó—. Por culpa de este peludo ahora es a ti a quien persigue. Querrán exterminarte.
La repentina sonrisa que Mango nos mostró, me resultó indignante.
—No. Es imposible —titubeé—. Los anillos no están encendidos. —Iba a sacar la mano de mi bolsillo para comprobarlo, pero me detuve al pensarlo mejor.
—Ni se te ocurra sacarlos —advirtió Lene.
Tenía razón. De ser el caso, la luz dañaría a Ashton y también a ella. No conseguiría hacer que se apagaran. No podía controlarlos.
Con fuerza irracional apreté el medallón oculto en ese mismo lugar, sintiendo las piezas de la fuente mal acomodadas bajo mi mano. Luego, miré hacia el pañuelo, que estaba siendo sostenido por mi otra extremidad y lejos del escondite de los anillos.
Se me heló el cuerpo, producto de la execrable corazonada que tomó un gran significado por no haberle dicho a Ashton sobre las sombras y lo que querían de mí.
Al enterarse de tal forma, ¿se sentiría molesto o parecido? Si pudiese decirme algo, ¿qué sería? ¿Me regañaría?
—No podemos llegar con Rigil a la feria —anunció Lene.
—Tampoco vamos a parar. Si lo hacemos, Aros llegará antes a los medallones —revelé mi repentino afán.
Quería jugarle la contra, no otorgarle más triunfos.
—Bien. Tal vez mis cuchillos...
—¿De nuevo con eso?
Me ignoró.
Lene, de un ágil movimiento giró y le arrojó uno de color azul. Lucía certero, hasta que la cabeza del equilibrista se abrió como una flor y el cuchillo pasó de largo. Volvió a reconstruirse.
—Nope... —Se devolvió Lene con cara de susto.
Al llegar a nuestro destino, desde lo alto, recorrí la feria con la mirada. Atónita la detuve cuando distinguí a la innumerable multitud.
Todos seguían ahí, exceptuando que, al contrario de cómo los vimos lucir en la línea entre la vida y la muerte, ya no tenían esa misma apariencia fantasmal, más bien parecían estatuas carbonizadas. Inmóviles.
—¿Qué les sucedió? —hablé un tanto indecisa por cual pregunta soltar primero.
—Los humanos no pertenecen a este mundo. Da las gracias que tienes las piezas de la fuente, de lo contrario, te unirías a la colección —indicó Lene—. El medallón cuenta también, aunque no sé si en este momento, al encontrarse sin energía, funcione. Lo mismo sucede con los anillos, no sé si podrían hacer que te mantengas sin convertirte en lo mismo.
—Sus cuerpos son como piedras.
No pude evitar pensar en Milo y Renzo. Si la oscuridad logró alcanzarles... Debíamos volver al bosque e ir en su búsqueda, de otro modo, Aros daría con ellos en algún momento, y no me gustaría pensar en cuál o cómo sería su espantoso final.
Una nueva cuestión se presentó al momento.
¿Cómo es que tampoco le afectaba a Mango? Si no me equivocaba, debía verse como una estatua más.
Además, ¿por qué Lene podía tocarlo como si también estuviera muerto?
Sufrí un espasmo que me hizo mirarlo de reojo.
¿Qué les había ocurrido? Me preocupé todavía más por lo que pudo sucederles a los veteranos. No habían muerto, ¿o sí?
Tuve un pésimo augurio al respecto.
—En esa brecha entre la vida y la muerte, viste sus almas, mas no sus cuerpos. Pero no tienes de qué preocuparte, ellos no tienen idea de que el tiempo dejó de correr y es posible que realicen sus últimas acciones repetitivamente, como máquinas programadas. Una vez que los medallones se unan, volverán al instante en que todo se detuvo. No sabrán qué les sucedió. Aunque el salto en el tiempo, en el mundo de los vivos, será notable. —Lene se aclaró la voz—. Lo dice Ashton.
¿Que no me preocupe? Las almas de mi familia estaban en otro mundo, sus cuerpos parecían haber sido convertidos en obsidiana, y las esencias de mis hermanos quién sabía en dónde podrían hallarse. Todo era un completo desastre.
Su intento por tranquilizarme no funcionó.
—¿Volverán a la normalidad? —pregunté—. ¿Regresarán?
—No les ha ocurrido nada grave. De algún modo siguen con vida. Solo están atrapados, no muertos como nosotros —reveló Lene—. Lo siento. —Se disculpó en breves.
Ashton había dicho algo, lo supe por la forma en que Lene ocultó la mirada junto a su indiscutible arrepentimiento.
Pero, era demasiado tarde. La esperanza que logró desarrollarse en algún momento, se había deshecho al comprender entonces que Ashton no tendría la oportunidad de regresar.
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