Capítulo once
✶ RUIN ✶
Palidecí. Lene tenía un punto que en su momento me pareció irrefutable. Pues, a más de su increíble deducción; Dalas, bien se hubiese permitido cualquier cosa teniendo la oportunidad cuando su títere me durmió en la feria. Pero solo lució fascinado cuando el medallón desapareció de su mano y apareció cerca de mí. También al suponer de la presencia de Ashton.
¿Realmente había enviado a sus títeres en nuestra búsqueda para entregarme los anillos?
Así como lo había mencionado Lene, podría haber sido peor. Pero nada realmente malo sucedió. Si conseguía unir los tres medallones, mi familia regresaría a la normalidad, y en el caso de mis hermanos... Tenía los anillos. De alguna forma conseguiría devolver la esencia correspondiente a cada uno, aunque me costase revelar cómo hacerlo.
Permanecí indiferente, observando el acto que se iba desarrollando en frente de mí. Nada sucedía como debía ser. Yo estaba en el escenario, mientras que el acto se arrastraba entre las bancas. Lugar en donde, en realidad, debía contemplar un público seguramente boquiabierto y de algún modo emocionado.
No me gustaba la sensación que empezó a llenarme de pensamientos escalofriantes. Estar frente a un gran público, o simplemente de pie en un escenario vacío, no era lo mío. Aún dada la situación en la que me encontraba, no era un lugar que podría acogerme con afectuosidad.
Gabe saltó una de las bancas, pero no levantó bien la pierna y segundos después estuvo besando el suelo.
Los pasos de los gemelos eran pesados, levantaban arena y resonaban como de gigantes.
El medallón salió disparado de la mano de Gabe títere y, Lene, desde el cielo, a toda velocidad se lanzó para alcanzarlo.
Una nube de polvo se levantó antes que ella; Connor se había arrastrado y, como una demoledora, derrumbado un gran número de bancas. Se impulsó en el suelo con la tez manchada de negro cual soldado en entrenamiento y saltó, consiguiendo una altura para nada normal. Pareció tan ligero como una pulga.
—Ah, no. Esta vez no.
Lene se hizo de un cuchillo del grupo que llevaba en su cabeza y se lo arrojó. Le dio con el mango en pleno estómago, y este, al recibir el impacto, se desequilibró. Pero de todas formas consiguió rozar el medallón y usó su mano como raqueta.
Le dio muy mal.
El artilugio salió disparado hacia mí. Me preparé. Pero a medio camino, el similar sonido del papel al desgarrarse llegó acompañado de trozos de la carpa que cayeron sobre nosotros, como lluvia de arena y alargados meteoritos: serpentinas que cruzaron por todas partes, atravesando la instalación e incrustándose en varias zonas del suelo.
Convirtieron la base sobre la cual permanecía petrificada, en nada.
Me hundí en un colchón de arena que casi me enterró viva.
Empecé a removerme como pude. Gateé y logré salir poco antes de que la arena se asentara por completo y lograra sepultarme bajo capas y capas de un material que, en ese sentido, casi parecía cemento fresco. Todo el tiempo aferrándome al espejo como a mi vida. También palpé mi bolsillo, comprobando que el medallón de la carpa lacrada seguía ahí. De todos modos, a ningún otro sitio podía irse. Aunque se me cayera por accidente, volvería a aparecer cerca de mí. Para eso no necesitaba magia, ¿o sí? De igual forma, tanteé las cuatro piezas de la fuente, que todavía se encontraban en ese mismo lugar.
¿Cuántas veces había estado con el corazón a punto de renunciar a su lugar en mi pecho?
Antes de sacudirme la capa de arena que me ocasionó una intolerable picazón en el cuero cabelludo, rostro, cuello, manos, y hasta en los pies. Lancé un vistazo hacia la dirección que estuve completamente segura, debió seguir el medallón con el que los títeres jugaban.
Con facilidad traspasó cada objeto que se interpuso en su camino y, finalmente, lo único capaz de frenar su recorrido, fue el montículo de lo que antes debió ser una caja ubicada detrás del escenario.
Me paré lo más rápido que pude, aunque no tanto como me hubiese gustado.
Estaba terriblemente agotada, y la agitación no hizo más que aprovecharse de la situación, oprimiendo mis pulmones. Nunca había sentido tal cansancio. Me asustaba que, el cosquilleo que segundos atrás sentí en todo el cuerpo, en realidad se hubiesen tratado de mis músculos, desgarrándose.
Y para variar, tuve competencia.
Ambos títeres se precipitaron, empujándose entre ellos como dos niños correteando un camión de helados.
Antes de siquiera advertir que me rebasaron, algo me tomó bruscamente de la muñeca y lanzó al suelo. Me arrastró por gran parte del escenario desvanecido. Y habría continuado como trineo, de espaldas, si el filo de uno de los juguetes de Lene no hubiese interferido.
La serpentina se soltó de mi brazo y azotó el aire. Como un animal herido impactó gran parte de los cimientos y fue en busca de la causante. Lene apenas sí pudo esquivarla cuando se volvió contra ella. Estaba casi tan impresionada como yo.
Tomé provecho de la situación para, en un nuevo y casi renovado intento, idear modo alguno de llegar al medallón.
Ya no pude ver a los títeres. Grandes trozos de carpa, continuaron cerniéndose sobre nosotros, dificultando la vista y trayendo consigo más serpentinas.
No quise comprobar qué sucedería si uno de los granitos de arena ingresaba en mi ojo, así que usé el espejo de visera. Pero no estuve ni a la mitad del camino, cuando me di cuenta que el medallón que vi caer, había desaparecido.
Solté un improperio e inspeccioné alrededor con mayor impaciencia. Lene no iba a contener a la sombra por mucho tiempo. Y no muy lejos, logré escuchar un gemido en compañía de un grito agudo.
Nuevo plan. Corrí en esa dirección.
Ni siquiera me hice una idea de qué encontraría, pero la sorpresa fue todavía mayor de lo que podría haber imaginado.
Distinguí al pequeño que, en un intento en vano por sujetarse todo ese vestido que no le permitía escapar, corría como alma que lleva el diablo. Pero fue a causa de su diminuto tamaño que, al contrario de su persecutor, avanzaba tan solo la mitad.
Mango, gruñendo amenazante, iba detrás de él.
Al poco tiempo, lo atrapó sin ningún problema. Pronto lo tomó por la camiseta y volteó, dejándolo de cabeza. El primate levantó el brazo y empezó a sacudirlo cual toalla.
—¡Detente! ¡Estúpido mono! —chilló el muñeco Thomas, y entre sus manos, el medallón.
Me detuve porque, a toda velocidad, contemplé a Mango venir a mí. ¿Estaba ayudándome?
Era inteligente, de eso no cabía duda.
Fue zarandeándolo de un lado a otro, y algunas veces, arrastró su mata de cabellos enmarañada por el camino, como si se tratara de un trapeador. Hasta los hilos que todavía salían de su cuello, hicieron lucir al muñeco, aún más como un objeto de limpieza.
Finalmente, en frente de mí, lo expuso como si fuera un gran trofeo.
Estupendo ladrón, pensé.
Thomas intentó zafarse y Mango tiró de las prendas con mayor energía, expulsando un chillido que lo dejaba todo en claro: o se quedaba quieto o, probablemente lo obligaría a tomar igual forma que la cuerda de un vaquero.
Lo arrojó a mí y ante la sorpresa, luché porque no fuera a resbalarse de mis manos. Logré agarrarlo como un niño pequeño: de las axilas. Y me dolieron los dedos al verme en el apuro de tener que apretar el espejo con el corazón, el anular y la palma.
Me miró, con sus ojos marrones brillantes y una indiscutible fascinación.
—Hola —susurró con una extraña ternura en la voz.
Alucinada lo solté, no después de haberle arrebatado el medallón de sus diminutas manos. La parte de la cicatriz que trizaba su mejilla y saltaba ante cualquier mirada, todavía me promovía la misma clase de estremecimientos.
—¡Oye, soy delicado! —Se quejó desde el suelo.
Lo ignoré y concentré mi atención en el artilugio. Era el del primate, lo que terminaba confiándome que sus torpes aves habían sido una distracción nada más, y que, seguramente, tomó como objetivo primordial ir a por el medallón hombre; aquel que cedía magia, reforzando esa esencia única de cada integrante para que hiciera uso especial de sus habilidades, o bien, posibilitaba el dominio para que, los objetos inanimados, parecieran reales. El más importante por esa misma razón.
Nos llevaba gran ventaja.
—Que ingenioso, enviar a su muñeca de juegos para hacer el trabajo sucio.
—¿Qué? Muñeca de... —Enmudeció. Se quedó mirando totalmente pasmado a la sombra, que todavía incrustaba serpentinas en todos lados, intentando atrapar a Lene. Si no estaba mal, era su primera vez presenciando semejante escena.
Thomas, evidentemente podía ver a las sombras, pero no a los fantasmas.
—Ri... Rigil —tartajeó.
¿Lo conocía? Claro que lo conocía. Era Aros después de todo, no mi mejor amigo.
Estuve tan centralizada en conseguir el medallón y alejarme de Thomas lentamente, que no di con la presencia de mis hermanos títeres.
Nos habían estado observando. No, miraban a Thomas como si fuera un bicho de siete patas y tres cabezas. A poco tardar, dirigieron sus cabezas hacia mí.
Gabe, con su astillosa apariencia, se aproximó como un toro frenético, apuntando su hombro en mi dirección. Thomas, que se encontraba en medio del camino, al percatarse, pegó un brinco y también empezó a correr a mí, acercándose lo poco que había logrado distanciarme de él.
Estuve segura que Gabe quería derribarme como un jugador más de su improvisado futbol americano, pero de repente terminó patinando en cámara lenta sobre su mismo sitio.
Lentamente se despegó del suelo y empezó a retorcerse en el aire. Aunque vacilaba, cada vez se elevaba más y más. Al cabo de unos segundos y muy cerca de nosotros, también levitó su gemelo.
Sin entender lo que sucedía, retrocedí. Encontrándome con un frío electrizante que trepó por mi espalda y se quedó ahí, haciéndome tiritar.
Volteé en seguida, sin ver a nadie en un primer instante. Pero creí saber de quién se trataba hasta que, del suelo, empezaron a surgir aglomeraciones desproporcionales que, mientras se levantaban, fueron formándose como tres osos de gran tamaño. Bestias, más bien parecían ser.
En mi mano el medallón del primate se iluminó y, todo a mi alrededor, perdió el control dentro de ese mismo segundo.
Los osos, de cuyos hocicos rabiosos chorreaba arena, dejaban rastros humeantes en cada paso que daban hacia el equilibrista. A veces se arrastraban, porque tal parecía ser, sus patas no podían mantener erguido todo el peso de sus monumentales cuerpos.
Los tres muñecos en cambio, se revolvieron en el aire, y al quedarse quietos, de repente fueron arrojados fuera de la carpa. Lo único de ellos que permaneció en el interior, fue la mitad del brazo de Connor, que debió haber terminado de desprendérsele al salir despedido del sitio, pero que, pronto, fue carcomido por la arena. Como un ácido lo chamuscó y volvió parte del mundo de las sombras.
Así como la mitad de su brazo, cualquier tipo de materia tomaba semejante aspecto. La magia de los artilugios intervenía para mantenernos estables en un mundo al que no pertenecíamos. A eso se refería Ashton cuando dijo que solo podía visitar el arco de la muerte acompañada de un pase especial. Lene había terminado de aclararme con seguridad que gracias a las piezas de la fuente, podía presenciar aquel espantoso lugar en carne propia.
Y justamente la encontré anonadada, mirando desde el cielo cómo las bestias perseguían a la sombra. Parecían demonios rabiosos dándole caza, elevándose del suelo con la finalidad de alcanzarla. También aparentaban ser un poco torpes. Varias veces se tropezaron con sus propias patas.
El medallón del primate no dejaba de alumbrar potente. Al contrario que el de la carpa, este sí estaba lleno de energía.
Sentí comezón en cada extremidad. Estuve a punto de rendirme ante él y empezar a rascarme como un perro sarnoso.
El espejo tembló entre mis manos y tuve la idea de que, por medio de él, tal vez lograría ver al causante de aquel último y espantoso acto, pero no conseguí moverlo, se quedó estático, como una pieza de concreto entre mis manos. Hasta pude retirar estas últimas sin ningún problema y permaneció ahí, quieto, apuntando en sentido contrario a donde supuse, Ashton se encontraba. Podía ser consciente del frío de su cuerpo concentrado en frente de mí.
De repente suspendió el espejo sobre nuestras cabezas. No quería que lo mirase, y eso no hizo más que alarmarme.
¿Qué tan mal estaba en realidad? Mis sospechas se tornaron espeluznantes. Pero el frío, como si quisiera responder a mi pregunta, fue en aumento.
Tuve la impresión de que se estaba acercando hasta que, efectivamente, su glacial mano atrapó la mía. Fue así como comprobé que, en efecto, lo tenía de frente.
Me estremecí.
Me tomó de la cintura de tal manera que, claramente, sentí su pecho pegarse contra el mío.
—Ash... —Mi voz salió como si hubiese tenido un témpano de hielo recorriendo mi espina dorsal. Y esa, había sido su mano.
Tal vez fue mi impresión, o quizá el recelo por lo que le estaba sucediendo, pero, ¿por qué lo sentí mucho más frío de lo que recordaba?
Mientras mantuve la mirada perdida en frente de mí, el espejo, por sí solo, se posicionó a mi lado. Y aunque en un principio se resistió, volví a tomarlo con una mano mientras, a la fuerza, incluí el nuevo medallón al grupo de artilugios guardados en mi bolsillo. Todo estaba muy desorganizado ahí dentro. Parecía ya no caber nada más del mismo tamaño en él, ni siquiera mi mano entera, que antes de llegar a la feria, tuve que mantener en ese lugar.
Los medallones tampoco se encendieron al juntarse, como cuando lo hicieron en mi primer encuentro con Aros al filo del lago, quizá porque uno de ellos no tenía energía.
Entonces, Ashton nos separó del suelo.
No teníamos por qué perder más tiempo en ese lugar, ni esperar a que el equilibrista consiguiera deshacerse de sus espeluznantes persecutores. Más bien, nos darían tiempo para tomar ventaja y, luego, cuando las bestias estuviesen lejos del medallón, empezarían a comportarse torpemente hasta desaparecer. Es lo que sucedía si el artilugio no permanecía a una distancia prudente de la magia que originaba.
La feria se fue extendiendo bajo mis pies.
Lene llegó a los pocos minutos, callada, abrazando a Mango y con el rostro tan pálido y serio como el mismo mármol. Miraba en otra dirección y mantenía la mandíbula fuertemente cerrada. Debajo de ella, apenas pude observar a mis hermanos títeres apresurados. Contemplándonos con desesperación e intentando buscar manera alguna de alcanzarnos. Por otro lado, no vi a Thomas.
Volví hacia Ashton. Moví la mano que tenía libre hasta tocar su pecho, y lo supe porque ya había tenido una experiencia anterior respecto a ello. Tan solo deseé poder palpar esos golpecitos ahí dentro, como alguien que tímidamente llamaba a una puerta y era probable, no se abriera jamás a la vida.
Los sentí; un par de latidos tan débiles que por un momento me parecieron mentira.
Al tenerlo de frente, podía sentir el olor a incienso de canela muy débilmente. Parecía extinguirse, y el aumento del frío tan solo hizo que se me pusiera la piel de gallina. Estaba entrando en pánico con respecto a él.
Las imágenes de aquellas bestias creadas por su persona, tampoco ayudaron.
Parecía imposible. ¿Cómo un chico tan tierno podría ser capaz de crear algo tan horrible?
¿Qué es lo que la oscuridad podía hacer con su corazón?
Por vez primera, y aunque fuese tan solo durante un segundo, sentí verdadero temor, temor de lo que estaba pasando con Ashton.
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