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Capítulo nueve


CARRERA 


Abrió y cerró la boca, pero de entre los labios del títere ninguna clase de sonido provino.

Estaba igual, o hasta más arrugado que el títere que recordaba haber tenido tan cerca de mí la última vez; el primero que vi en la feria de Dalas, aquel de cabellos bermejos y ojos verdes intensos.

Mis ojos bajaron hasta el lugar en el que se había deshecho el suelo de la canasta, luego ascendieron a Connor estirando el brazo, y, finalmente, corrieron de regreso al pañuelo. El títere quería tomarlo, sus dedos rozaron la tela.

Reaccioné antes de pensarlo y me abalancé para alcanzarlo primera.

Hubo otro gran sacudón.

De rodillas permanecí inmóvil en una esquina, palpando el extraño y liso objeto en el que se habían convertido los cristales.

Penosamente comprobé que la mitad de la canasta desapareció gracias a mi última y espontánea maniobra. Connor, por otro lado, saltó, tal vez a causa de la impresión. Con sus brazos de madera logró colgarse de la canasta encima nosotros. Lució muy quieta e inestable, y, un segundo después, se convirtió en arena que resbaló entre sus astillosos dedos.

Ambos se cernieron sobre mí.

Dejé de respirar, y también de mirar.

Como si desde un comienzo se hubiera tratado de una fina capa de hielo, el suelo bajo mis piernas se deshizo como diminutos copos negros.

Atravesé la canasta y grité.

Dentro del mismo instante, no me quedó más remedio que apretar los labios cuando la arena ingresó en mi boca. Me supo casi tan amarga como el hierro, igual de picosa como el limón ingresando en una herida y, sumamente salada como el agua de cualquier mar.

Mi espalda impactó la superficie que parecía estar hecha de cartón, pero que en realidad, era el techo de la canasta inferior que permaneció casi entera cuando mi cuerpo la traspasó, dejando un gran agujero en la mitad hasta que Connor títere la alcanzó segundos después.

Sobre mí, una lluvia de arena se precipitó, agitándose casi tanto como el títere.

Seguimos cayendo, aunque esta vez, debajo de ambos, ya no había nada más que el asegurado suelazo.

Me imaginé a la muerte con una amplia y tenebrosa sonrisa, emergiendo entre la oscuridad, encapotándose bajo su túnica renegrida, esperándome en el suelo con los brazos abiertos.

¡No podía! Todavía tenía cosas que hacer. ¡Debía ayudar a Ashton!

«Para... Para... Para...», ansié desesperadamente.

Volteé de cara hacia el suelo y empecé a suplicar que me brotaran alas, poseer la habilidad de agitar los brazos y frenar, o que el piso se convirtiera en gelatina. ¡Lo que sea! Solo deseaba, de cualquier modo, del que fuera, detenerme antes de alcanzar la superficie.

«Por favor, ¡frena!».

—¡Ashton! —grité su nombre y, del suelo, surgió un destello que me cegó por completo.

Mi rostro. No, mi cabeza por completo se enterró en la arena. Nunca pensé que gritar su nombre me resultaría repulsivo, pero fue más o menos así. La arena ingresó a mi boca en una cantidad enorme, asqueándome. Asimismo, estuvo presente la misma sensación que dejaba el comer algo sumamente caliente. Y mi estómago, también sufrió un ligero dolor debido al contenido de mi bolsillo, que fue presionado por el suelo. El medallón y las piezas de la fuente, todo estaba ahí.

Entonces, ¿seguía viva? Saqué la cabeza, asustada, antes que el suelo empezara a cerrarse.

No respiraba bien, tenía arena atascada no solo en la garganta, también en las fosas nasales.

Estornudé varias veces y al final, una sustancia con apariencia gelatinosa y negra, salió disparada de mi nariz.

—Dios, esto es asqueroso... —Terminé de limpiarme con la manga de la remera y así vi que, una vez más, el causante en mi mano se desvanecía entre un tenue blanco.

«Algo que anhelas desde lo más profundo... Vivir... Por Ashton». Así es como parecía funcionar. Pero, ¿siempre tendría que estar en peligro para que funcionaran?

Empezaba a tenerlo un poco más claro, así como el cansancio, que se apoderó de mi cuerpo en ese mismo instante. Me dolieron hasta los huesos. No supe si eso último fue debido al sacudón que sentí poco antes de llegar al suelo.

Desconocí si podría ser capaz de levantarme, hasta que el montón de tablas aterrizó con violencia, junto a mí, hundiéndose aún más que yo en la arena y levantando una gran nube de polvo. Volvió su cabeza hasta que sus desorbitados ojos dieron con los míos.

Chillé.

Moví mi brazo ciento ochenta grados a mi alrededor hasta conseguir sentarme, y Connor títere voló, siguiendo ese mismo recorrido y estrellándose contra el suelo del otro lado.

Asustada miré hacia mis dedos, teniendo un pésimo presentimiento al dar con los anillos y, el del meñique especialmente; una piedra semejante a la cúpula de una iglesia, cuyo naranja se trazó como hilos en su interior.

La hice puño y me levanté del suelo, tambaleante, pero como pude. Aferrándome al pañuelo y al desconocido objeto en su interior.

Procurando dar con algún indicio que me manifestara la ubicación de Ashton, busqué mientras me alejaba a trote, lo que más me fuese posible del títere Connor. Del porrazo que se había dado, le tomó algún tiempo conseguir sentarse.

Detrás de él, la rueda moscovita semejaba ser un árbol viejo, de escasas ramas rectilíneas y frutos podridos colgando de éstas últimas. Me asombró que, el fragmento que quedaba, aún se mantuviera en pie.

La mayor parte de la incalculable cantidad de serpentinas que la sombra había enredado en la rueda moscovita, se deshizo con los impactos. Solo dos quedaron intactas: una que usaba de soporte para mantenerse de pie, y la otra con la punta enroscada a un cuerpo invisible que levantó como un látigo y, luego, bajó con brutalidad hacia una de las carpas mal montadas. La gran nube de polvo que consiguió levantar no aparentó ser suficiente, porque repitió el proceso un par de veces más, destruyendo el resto de estructuras.

Gran parte de la feria fue sumergida bajo una pesada capa de arena.

—Ashton.

Eso no podía dañarlo, ¿cierto? Pero se estaba convirtiendo en sombra y no había forma alguna de estar segura al respecto.

Llevé la mano hasta mi frente, indignada por la clase de pensamientos que hostigaron mi cabeza mientras la pesadez se hacía por completo de mi cuerpo. La desesperación también me embargó. Por un instante sentí mareo y una formidable preocupación. Finalmente, la horrible sensación trepó por mi garganta y salió convertida en un bramido.

—¡Oye! —grité con toda la energía que pude reunir.

La sombra volvió su cabeza hacia mí. Estuve a punto de que mis piernas, otra vez, me lanzaran a comer arena.

—Oh-oh...

Quizá era muy tarde para pensar en arrepentimientos.

Una serpentina que —por la oscuridad del ambiente—, apenas vi llegar, se enterró muy cerca de mis pies. Con torpeza retrocedí varios pasos y empecé a correr en dirección a la carpa de El circo de los Sueños.

De reojo miré hacia atrás, alcanzando de algún modo, a esquivar el siguiente latigazo que rajó el suelo junto a mí. Tuve que continuar en zigzag entre las personas solidificadas, agachándome de las serpentinas que cruzaban por todas direcciones y salían de partes imprevistas, con la intención de perforar cualquier cosa que se le cruzara por el frente.

—¡No te acerques! —pedí un par de veces con voz lo más alta me fue posible.

Sabía perfectamente que las sombras no razonaban. Pero mi orden, no había sido para ella, sino para Ashton, en caso de que se encontrara cerca, o si al menos pudo levantarse después de aquella paliza.

Solo esperaba que estuviera bien y se mantuviera lejos.

—Vamos, Zara. Solo un poco más —me animé.

Mis pulmones rápidamente empezaron a renegarse a tal ajetreo, aunque mis piernas largas eran de gran ayuda en la carrera.

Continué precipitadamente a través de un laberinto sombrío de estatuas que me salvaban la vida al recibir los azotes. Podía escucharlas caer como un juego de dominó detrás, o junto a mí.

Seguí avanzando lo más rápido que pude, intentando no tropezar con mis talones.

Cuando creí estar lo suficientemente lejos de mi antigua posición, comencé a implorar:

—Enciende.... Maldita cosa, ¡enciende!

Froté el anillo, como si ridículamente fuera a funcionar como la lámpara del genio.

Me acercaba al peor sitio.

Metros alrededor de la carpa del circo, no había ninguna persona, lo que significaba que la sombra tenía todo un campo abierto para fácilmente alcanzarme con una de sus serpentinas.

Pese a la ventaja que había tomado también al alejarme de Connor títere, la sombra era rápida, mucho más que yo. Si ese anillo no se encendía, iba a alcanzarme.

De pronto, sentí como unos brazos me levantaron del suelo. Por un momento creí en la posibilidad de que fuera Ashton, pero cuando su hombro se clavó en mi estómago, supe que no era él.

El pañuelo con el objeto liso en su interior, resbaló de una de mis manos. Me dolieron los dedos cuando me vi en la urgencia de sujetarlo con la otra.

Solté gemidos ahogados en cada paso largo que él daba. Me sacudía y mi frente golpeaba contra su torso.

Como un costal, Connor títere me acomodó sobre su hombro. Me desorientó no poder levantar la cabeza para saber en qué dirección estaba llevándome.

Se detuvo de improviso y me soltó de forma para nada sutil. El suelo me recibió hostil por segunda vez.

Con calambres atravesándome el cuerpo, levanté la cabeza y vi la serpentina enredada en su pierna. Luego, como una lanza de madera, salió disparado lejos.

—Ay, mamá...

Tanteé hasta dar con el objeto ahora fuera del pañuelo. Los cristales unidos formaron un espejo rectangular con grabados como zetas en las esquinas; la representación del sueño.

En él pude verme reflejada con un fondo negro por completo. Era lo bastante grueso como para no haberse roto después de todo el maltrato.

Sesgadamente advertí una serpentina que, gracias al cielo, logré esquivar.

Abracé el espejo contra el pecho y me levanté en seguida, notando que faltaba poco para llegar al circo.

Nunca creí que vería una carpa en tan mal estado, como el mejor lugar del mundo. Sobre todo una de circo; El circo de los Sueños.

Patojeando en mis primeros pasos, seguí.

—¿Por qué no funcionan? ¡Maldición! —Me quejé, y caí en cuenta de que me sentía demasiado cansada.

¡Eso era! Energía, les faltaba energía. O también cabía la posibilidad de que el deseo no fuera lo único que los hacía funcionar. Así que sí, probablemente había hecho una estupidez al llamar su atención. Una que, pensé, no salió del todo mal cuando logré cruzar el umbral del circo.

Aún después de ingresar, no me detuve, ni siquiera para observar. Solo avancé hasta la única zona que creí, era la mejor para ocultarse. Pues estaba mejor revestida por el material sintético que, más bien, lucía como el cuero sintético de una chaqueta de pésima calidad.

Me detuve, asentando las manos en mis rodillas hasta respirar con normalidad.

En frente de mí, un retazo de cortina, pendía de una columna que cruzaba el techo y dividía la carpa en dos.

No supe bien cómo demonios había llegado hasta la parte trasera del escenario. A su alrededor, en forma semicircular, había butacas. La gran mayoría se limitaban a lucir como simples montículos de arena.

La primera vez que ingresaba a un circo y me parecía de miedo. Pero también sucedió algo un poco más extraño.

Reconocí el lugar. Lo evoqué entre mis recuerdos al ver la innumerable cantidad de cajas y cuerpos apilados como cadáveres chamuscados, justo detrás del escenario. El relleno de unicel regado por todo el piso, en cambio, parecían miles de huevos de codorniz un tanto deformes.

Se trataba de los títeres de Dalas, solo que estos en particular, evidentemente no tenían vida como los de mis hermanos. Aros mencionó la tal «esencia» que les había sido arrebatada e implantada en los títeres. Seguramente era eso que, junto a la magia de los anillos, les mantenía de algún modo vivos.

También pensé en Ashton y, que al menos, esperaba haberlo ayudado a escapar.

—¿Ash? —Lo llamé en voz baja, con escalofríos recorriendo por todo mi cuerpo como corrientes eléctricas.

Mi voz rebotó entre las ruinas.

Tal vez ya había entrado y se encontraba justo a mi lado. Pero solo obtuve un grito por respuesta:

—¡Zara, atrápalo!

De un salto volteé a ver a Lene.

—¿Qué...? —Perdí la voz.

Gabe títere venía corriendo hacia mí. En la mano llevaba un medallón.


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