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Capítulo dieciocho


CONCIENCIA 


Se quedó inmóvil mientras los segundos transcurrieron como horas y, de pronto, movió los hombros como si hubieran terminado de clavarle astillas en la espalda.

Reactivó su labor a poco tardar.

—Te diste cuenta. —Conseguí escucharlo decir.

Me hubiese gustado poder estudiar su expresión por completo.

Asentí con un gesto, aunque no se percató de él. Seguía pretendiendo solucionar la enredadera que se agitaba como largas y finas extremidades sobre su mesa.

—¿Por qué habría de ver el recuerdo de alguien a quien no le pertenece la experiencia? —pregunté.

Dalas me había mostrado la muerte de Ashton, pero, después de todo, no era él quien vivió aquel terrible suceso, sino su propio padre.

Empecé a mover las manos con ansiedad. El raciocinio hizo de las suyas y logró molestarme. ¿Por qué no había hecho nada más para ayudarle?

Se suponía que era su circo, su magia, ¡su hijo! ¿No podía simplemente apagar el fuego, retirar el candado con tan solo levantar un dedo y ya? ¿Qué sucedió con él?

—Dalas es el tipo de persona cuya apariencia te genera confianza desde un primer instante. Sabía cómo hacer que las personas abrieran su mente a él con mucha facilidad. No le era difícil introducirse en sus cabezas sin que ellos se percataran. Por esa razón fue que a Aros le interesó el tipo de magia que controlaba. Pero no llegó a saber cómo funcionaba, o al menos, no del todo.

—Y ¿cómo funciona?

Sus labios se curvaron con satisfacción.

Dejé caer todo mi peso sobre una pierna. Tenía todos los músculos tensos. Aquel hombre me tenía por completo en suspenso y con la curiosidad a flote.

—Lo habrás experimentado, parte de ello. El deseo y anhelo es una forma de accionarlos. Sin embargo, hay algo más. —Traté de adelantarme a lo que diría, pero no pude dar con ello—. El anillo azul, el que hipnotiza...

Recordé lo ocurrido con el espejo, abrí la boca y él se anticipó de nuevo.

—Los ojos son las ventanas del alma, bien dicen. Aros se esforzaba en evitar la mirada de Dalas a como diera lugar, pero, ignoraba completamente que el reflejo resulta ser el chismoso, pues le gusta hacer ver a las personas tal y como son. Hasta existen veces en las que disfruta jugando con las apariencias.

—¡El espejo! —Chillé y él se removió sobre su asiento, incómodo por mi grito.

Me avergoncé, pero esa pena no duró mucho.

—Así es. Hizo uso de uno para hipnotizarlo, viendo tan solo su reflejo. Dalas solía hacerlo directamente con las personas, para que explorasen su interior, o bien, más complejamente, el mundo. ¿Entiendes lo que digo?

Guardó silencio, en espera de mi contestación.

Pasé saliva para no tener que atrancarme con ella.

—Salen de su cuerpo —respondí en un susurro.

—Exacto, les muestra cosas y experiencias espectaculares. Hasta recuerdos fragmentados ajenos. No por nada se llama El circo de los Sueños.

Recordé toda la escena con el espejo y el susto que padecí al creer que estaba muerta.

Antes de fallecer, Dalas debió introducirse en mi cabeza, y seguramente había usado el parquet del gimnasio para hipnotizarse a sí mismo y abandonar su cuerpo, como yo lo hice inconscientemente con en el espejo que se formó por desear ver a Ashton.

—¿Con qué motivo hipnotizó a Aros?

¿Cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué?

Quería insistir con todo tipo de preguntas. Era inimaginable que Dalas hubiese hecho tal cosa con Aros.

—Sucedió algunos años después del incendio. —Su voz se quebró y volvió a toser para recomponerla—. Cuando Aros dio con Dalas, lo trajo a este mundo para que sacara a las sombras y las llevase al de los humanos. Lo mantuvo prisionero aquí, en contra de su voluntad hasta que lograra convencerlo de ayudarle. Con el apoyo de un espejo cualquiera, y asumo que cansado también, probó en hipnotizarse a sí mismo y poder liberarse de su encierro. Aunque no consiguió hacerlo en forma física, fue capaz de dar conmigo, en este mismo lugar. —Observé el escenario con inevitable angustia, intuyendo que todo el tiempo estuvo en el circo—. No pude verlo. Pero en cuanto a él, fueron los minutos precisos para lograr fisgonear en mí, más que tan solo en mis recuerdos. Lo supo absolutamente todo. Entonces mis memorias se volvieron suyas. Es lo que sucede cuando intervienes en la mente de otros y vives sus recuerdos con tus propios ojos; como si fueran tuyos.

La incomodidad al hablar de ello era visible. Sus movimientos eran lentos y frenaban repentinamente. Como si le faltase lubricación a sus articulaciones.

Agarró un nuevo hilo en el aire y, con el mismo esmero, continuó regresándolos al interior de su respectivo dueño.

»Supo asimilar la situación de la mejor forma y tomó la decisión de ayudarme. Visitó mi cabeza con su sorprendente apariencia eléctrica —ironizó, pero era evidente que lo admiraba por su capacidad—. Así fue que lo vi, y él me dio a conocer lo que tenía en mente.

Los hilos se iban terminando, al igual que mi aliento.

Tomé una bocanada de aire.

»Cuando estuvo de regreso en su cuerpo, accedió en ayudar a Aros con respecto a las sombras. A cambio, sorprendentemente no tuvo que convencerle de sacar su esencia e implantársela al muñeco, porque eso, tal parecía haber sido lo que él quería desde un principio, ser uno con su creación. Y en el proceso, Dalas aprovechó para hipnotizar a Aros, convenciéndole de que su ventrílocuo le sería fiel en todo sentido y que solo él podría controlarlo. Claro que Dalas también podía hacerlo, porque al fin y al cabo, fue él quien le dio vida con sus anillos. Así me mantendría informado de lo que hacía. Ambos sabíamos que, para encontrar los medallones, estaría bien tener un intermediario, y qué mejor que en quien más confiaba Aros.

—En él mismo —murmuré completamente asombrada.

Dios mío, la cabeza de este hombre me aterraba. Ese hombre daba miedo. Sus ideas, a pesar de ser descabelladas, le habían funcionado bastante bien. Era sorprendente. Ocultarse en el escondite de su enemigo, utilizarlo para que él mismo le diera respuestas de forma indirecta. Mientras más lo procesaba, mi mandíbula más se aproximaba al suelo.

Ambos bandos, jugaron con el muñeco todo el tiempo. Como tira y afloja de sus hilos.

—Debes saber que tu conciencia es la que razona. Pero tú cuentas con la voz final para decidir si la escuchas o no, si haces lo correcto o lo incorrecto. —Parpadeé rápido. No podía encontrar mis palabras—. Sin una conciencia, te vuelves impulsivo y haces todo lo que se te ocurra, sin comprender por qué deberías, sin importarte nada ni nadie más. —Tomó aire con dificultad—. El problema radica en que, todo lo bueno que habitaba en él, su esencia por completo, vino a parar a este pequeño. Es, como bien dije, su conciencia, y todo lo malo: la amargura, la envidia, el odio... Todo aquello se quedó consigo en este mundo, alimentándose de la oscuridad. Ensombreciendo aún más su alma. Tenía que hacer algo con respecto a eso, así que le pedí a Dalas que se anticipara con una pieza. —Por fin volteó su atención a mí—. Debo disculparme por involucrarte. Era la única forma.

Dios mío, sonó igual que su hijo.

—¿Qué quiere decir? —hablé como si hubiera terminado de arrollarme un camión.

Sus ojos, parecidos a los de Ashton, por fin se habían tomado la molestia de mirarme fijamente. Y me sentí muy incómoda.

Pese a que padre e hijo eran muy semejantes, la forma en la que ambos contemplaban el mundo, reflejaba un gran y evidente cambio.

La mirada de Ashton era cálida, acogedora y aparentemente imperturbable. Avivaba. Con tan solo ver sus ojos era capaz de sentirme como en casa, porque irradiaba un afecto que no parecía tener límites. Reflejaba comprensión. A veces se cristalizaban, pero era normal porque debió pasar momentos difíciles él solo. Siempre intentando mantenerse fuerte dentro de un mundo en el que muchos nos hubiésemos quebrado en poco tiempo. Quizá hasta terminado como Aros, consumido por la sombra de sus pérfidos deseos.

Mi pecho dolió al estudiar la mirada de Ashton padre. Ni siquiera el retrato pintado en el contenedor del ferrocarril tenía esa sofocante expresión. Una densa oscuridad refulgía en sus cetrinos ahora.

Me trajo recuerdos del umbral que conectaba con el escenario. Esa cortina que hacía de puerta, estaba mal templada y las tinieblas se concentraban desmesuradas en esa zona. Ocultando algo importante, quizá.

Liberó corrientes heladas en todo mi cuerpo y deseé ser uno con la tierra.

—El medallón de la carpa, el que llevabas contigo todo el tiempo —dijo.

Me tomó un tiempo poder hablar.

—Es por eso no me dejaba en paz —deduje. Todo fue a causa suya.

Miró hacia el muñeco nuevamente.

Unos cuantos mechones cobrizos cayeron sobre su antifaz blanco y se los peinó con los dedos. Tenía canas.

—Los artilugios se aferran a su dueño, eso ya debes saberlo. —Se levantó de su asiento y miró los anillos en mis dedos con cierta aprehensión—. Es razón por la que siempre son heredados, bien por custodia, o siguiendo lazos directos de sangre. Vaya a las manos que vaya, siempre conseguirá la forma de volver a su verdadero dueño. —Hizo una pausa—. Ese medallón se lo encargué a Renzo, es decir que le cedí el permiso para que, por el tiempo que yo quisiera, estuviese con él y solo con él. Es por ese motivo que vuelve a ti.

—Me perdí.

—Olvidé que nadie más lo supo —suspiró, observándome de pies a cabeza—. Eres la viva imagen de...

—Sigo sin entender —intervine con mayor irritación.

Creí que no volvería a escucharlos mencionar que me parecía a Eloísa.

—Estás emparentada a Renzo.

Mi corazón dio un golpe que casi me arrojó al suelo. Tuve que sostenerme fuertemente del escenario para no caer.

Un gritillo colmado de sorpresa llegó hasta mis oídos. Regresé la mirada abruptamente y di con Lene, que, a juzgar por su cuerpo reclinado, había estado recostada en la última fila de los graderíos, razón por la que no pude verla cuando inspeccioné mi alrededor.

Con las manos se cubría la boca. Me observó con ojos de lupa, al padre de Ashton y luego al vacío.

La pesadez explotó en mi pecho al suponer claramente que el vacío significaba Ashton, escuchando.

¡Había escuchado la parte en que su padre había estado presente en su muerte y, aparentemente, nada hizo por él!

Terminó cayéndoseme el corazón al suelo.


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