
Capítulo cuatro
✶ OBJETIVO ✶
Inhalé lentamente y exhalé. El aire se desplazó entrecortado por todo su especial recorrido, quemando.
Las cosas empezaron a cambiar y nada empezó a parecerme imposible, no después de haber llegado hasta tal punto.
Por un momento creí que habría de alegrarme, pero me resultó atropelladamente peor saber que él estaba presente y que no podía verlo. Tal vez fue así como debió haber sido desde un comienzo, pero no ahora. No justo cuando él lo estaba pasándolo bastante mal.
—¿Te sientes bien? —Lene se había agachado porque no alcanzaba a ver mi rostro.
No pude despegar la mirada del suelo. Me disgustó la sensación que de pronto me dejó el pensar en lo injusto que era todo.
—¿Por qué ya no lo veo? —Mi voz se quebró.
—Es así como funciona el miedo. Te muestra cosas que no son, te bloquea y aferra a ese temor. Todo lo demás desaparece.
Tenía sentido, exceptuando que Ashton no se acoplaba a ese «todo lo demás» como Lene lo había hecho parecer. Para mí, era importante.
—Temía que se convirtiera en una sombra, pero creo que ahora, después de lo que vi...
—Consiguió lo que quería, que le tuvieses miedo. Debes superarlo o no podrás verle. No creo que exista otra forma.
Lene se beneficiaba de una inmensa razón. Esta vez fue difícil dudar de sus palabras. Además, ¿de qué otro modo se habría enterado de la mancha que avanzaba por el brazo de Ashton? Comprobarlo con sus propios ojos, esa era la única forma.
Y yo, no podría volver a ver a Ashton hasta que dejase de temerles, hasta que dejara de darme miedo el verle convertida en una de ellas. La cosa parecía ser así de simple. Debía salir y enfrentarlo.
Me había dicho a mí misma que todavía podía hacer algo y, presentada la oportunidad, no podía estancarme. Tan solo necesitaba encontrar la fuerza para empezar a desplazarme a través de mis propios pasos, sin confiarme de los artilugios ni tampoco huyendo de ellos. Era tiempo de idear un plan, y todo, podría empezar por jugarle la contraria a Aros.
Tenía un gran comienzo aleteando ostentoso en frente de mí: la pieza que mantenía la transformación de Ashton al margen y que dejaría a Aros sin poder para usar los otros dos medallones, donde sea que los mantuviera ocultos. Le serían inservibles una vez consumida su energía, entonces tendría que buscarlos y así podríamos dar con ellos. No todo estaba perdido.
—¿En qué lugar mantiene la pieza oculta?
Lene lució impresionada. Yo también lo estaba, pues usualmente no recibía impulsos valerosos que me hicieran tomar decisiones arriesgadas.
—El cuarto de luces. Queda junto a la habitación que nadie usa.
—Tu descripción no me ayuda mucho que digamos.
—Aquí, el tiempo no transcurre para nada, lo que significa que tampoco cuentas con necesidades básicas como hambre, sueño, ganas de ir al baño, y todo eso que los vivos necesitan para existir. Se puede decir que eres una mosca entre los muertos, así que aprendes a vivir de ellos. La muñeca te dio de comer porque, cuando te trajo, no estabas completamente bien. Tenía que reponerte o, de lo contrario, pasarías enferma toda tu estancia aquí. Sigues en tratamiento, así que si le pides ir al baño, no se negará.
Lo de reponerme, funcionó. Después de la dulce comida me sentí más enérgica, con menor pesadez y dolor de cuerpo. La fiebre también se volvió tolerable.
—Y ¿el baño es el cuarto que nadie usa?
Supuse que el cuarto de luces era el sitio a donde Thomas me llevó a comer.
—Ajá. —Chasqueó los dedos.
—Entonces, empecemos. —Salté del columpio.
Lene me detuvo poco antes de avanzar, interponiéndose en mi camino.
—Creo que no entendiste bien. Las sombras no usan la magia del medallón porque no piensan, se guían a través de sus oscuros deseos fortificados. Pero Ashton es como decirse, mitad sombra y mitad benignidad.
—Lo entendí mejor que bien. Y por ello, sé que esa «mitad benignidad» como le llamas, es mucho más fuerte de lo que te podrías imaginar.
Mis palabras también me robaron el aliento. Escuché a mi corazón bombear veloz. Como si en ese preciso momento se me hubiera subido la sangre a la cabeza.
Se retiró, aislando su opinión y favoreciéndome el paso.
—Después de hacernos de las piezas —continué—, no tenemos porqué quedarnos más tiempo. Es por eso que tú, Lene, no importa a qué sitio, pero debes sacarnos de aquí lo más rápido posible. ¿Lo harás?
Asintió con la cabeza y sonrió.
—Eso será fácil con el conductor.
Me imaginé un chofer conduciendo un auto. Quise preguntarle qué o quién era ese tal conductor, pero di con la mirada de Thomas puesta en mí y no me arriesgué a mover los labios y delatarme. De todos modos, el entusiasmo de Lene bastó para fortalecer la confianza que había conseguido reunir minutos atrás.
Adelanté mis pasos hacia Thomas, repasando en mi cabeza lo que debía hacer. No podía ser tan difícil.
Se aproximó de igual manera. No me permitió acercarme completamente a la salida.
—¿A qué se debe tu visita? —preguntó.
—La comida hizo efecto, si sabes a lo que me refiero —musité con fingida timidez. Era pésima actuando. Esperaba que no se percatara de mi verdadera intención.
Levantó las cejas. No lucía para nada convencido. Fue eso, o realmente no logró captar la idea de lo que le mencioné.
Rodé los ojos fuera de su alcance. Me preocupó que, mientras más tardara, más fácil se le hiciera el darse cuenta de que estaba mintiendo.
—Necesito ir al baño —esclarecí, aclarándome la garganta.
Empezaron a sudarme las manos, así que opté por esconderlas en el interior del bolsillo. Presioné el medallón y la rosa tan fuerte como me fue posible, y aunque no erradicó los nervios, al menos logré mantenerlos al límite.
Mantuvo los labios fruncidos y la típica mirada de sospecha que ya conocía. No me creyó.
—Está bien —accedió sorprendentemente. Hizo un gesto para que lo siguiera y empezó a caminar.
Quise deshacerme de todo ese aire que había aprisionado en mis pulmones, pero no sería capaz de respirar correctamente hasta llegar a salvo al supuesto cuarto que nadie usaba.
✷ ✶ ✷
Después del azul, seguimos por el mismo pasillo rojo en donde conocí a Lene. Giramos hacia la izquierda dos veces, lo que me llevó a imaginar que estábamos dando la vuelta a la cuadra de una manzana.
Estuve al pendiente de si lograba ver alguna puerta, pero absolutamente todo tenía la misma apariencia. Las paredes y suelos estaban forrados por telas rojas de tamaños y formas desiguales, a cuadros, de líneas, punteadas...
Después de un tiempo, se volvió perturbador.
Concentré mi atención hacia el final del pasillo, a la puerta que parecía estar echa de la corteza del tronco de un árbol, cuando de repente, un bulto cayó junto a mí, haciéndome chillar y dar un brinco hacia el lado contrario.
Thomas yacía tirado en el suelo boca abajo, pero no por conveniencia propia. De su nuca sobresalía el mango de un cuchillo rosa.
—¿¡Qué has hecho!?
—¡Este fue con verdaderas intenciones! —dramatizó—. No te preocupes, no está muerta, solo necesita algunas puntadas. Mis cuchillos pueden poner en pausa a la magia. Hasta que se lo saque, no se moverá.
La vi agitarse cuando regresó a ver en todas direcciones.
—Pero es... Thomas.
—Esa cosa, no es más que una muñeca —esclareció y, en efecto, su cuerpo se redujo al muñeco de trapo con cabellos caóticos de Aros.
Casi me tropecé con sus pantalones al moverme del sitio. Conservó la camiseta blanca puesta que le cubría todo su pequeño cuerpo y hasta de más, solo la cabeza en dirección al suelo se asomaba.
—Por ahora, no puedo hacer mayor cosa que esa. Así que por esa misma razón, tampoco detendrá su magia por mucho tiempo. ¿Dónde quedó ese portal?
—No vi ninguna puerta más que la del fondo. —Tardé en contestar.
¿De qué manera podía asimilar que mi supuesto mejor amigo, después de recibir una cuchillada, se convirtiera en un muñeco?
—Esa es la del cuarto que nadie usa. Pero esta, no es una puerta cualquiera, es lo más parecido a un portal. Se crea con los medallones.
No sabía que con los medallones se pudiera ser capaz de tales cosas, pero esa pudo haber sido la forma en la que Ashton y yo escapamos de la feria, yendo a parar al bache que se encontraba entre el arco de la muerte y la vida. Mencionó que se necesitaba de un pase muy especial, y que fue el medallón y su magia la que nos llevó, consiguiendo mantenerme estable en esta línea. Además, nunca vi cómo lo hicimos. Todo el tiempo mantuve los ojos cerrados.
Lene traspasó la pared con su brazo y empezó a caminar hasta que una pieza de la tela se agitó como agua turbia, delineando un nebuloso umbral rectangular.
—Es aquí.
—Za-ra —Los escalofríos me agitaron todo el cuerpo—. Era mejor dejar las cosas como estaban.
Primero divisé la camiseta que tomó apariencia de camisón en su pequeño cuerpo. Como un largo fantasma de tela con una mini cabeza, Thomas flotaba sobre el suelo y miraba hacia mí. Fue la primera vez que logré contemplar su semblante ensombrecido por lo que pude definir como una tristeza inminente, pero tan solo yo podía verla. Estaba oculta tras un rostro tallado por completo en madera, y un parche en la mejilla que apenas sí ocultaba una gran cicatriz que trizaba su mejilla hasta casi rajarle el ojo.
Había jugado en contra de las leyes naturales. Es decir, Lene intentó pausar la magia que habitaba en Thomas, pero por culpa de los medallones separados, no le fue posible. Fue tal y como ocurrió cuando Ashton intento levantarme y dejé de respirar. Ahora, Thomas tenía detrás de sí, una inmensa compañía de hilos como miles de serpentinas delgadas que se sacudían.
—Zara, corre, corre, ¡CORRE! —Lene me codeó y empujó con desesperación.
Mis piernas pesaban. A duras penas avancé unos cuantos pasos a trote. No conseguí dejar de mirar los hilos que empezaron a enredarse en el aire, retorciéndose detrás de su espalda.
Me aproximé a la pared y cada vez más rápido. Pero, en vez de traspasarla como lo había hecho la mano de Lene, tan solo fue como si hubiera chocado contra ella a propósito.
Caí sentada en el suelo.
Sosteniéndome la cabeza miré el tal portal con todo alrededor dándome vueltas, y entre las ondulaciones de aquel rectángulo en la pared que empezaba a volverse transparente, las luces saltaron de su interior, como si se encontrasen en una gran fiesta ahí dentro: azul, rojo, verde, violeta, naranja..., y la secuencia volvía a repetirse.
—¡¿Qué demonios ocurre!? —protestó Lene—. Maldita sea su astucia, él no puede ser el único vivo que lo puede traspasarlo. Lo haremos, así sea a la fuerza. ¡No hay forma de que no puedas pasar!
—La hay —aseguré sin aliento mientras me levantaba del suelo con extrema inexperiencia.
Al estar segura de que podía estar de pie sin balancearme, eché a correr en dirección opuesta.
Pasé junto a Thomas, su cuerpo reducido tendía en el aire. Los hilos brotaban justo desde el corte que había hecho el cuchillo de Lene. Se enredaron unos con otros y arrojaron hacia mí, para interponerse entre mis torpes pies.
Brinqué hacia un lado, hacia el otro, todo mientras seguía corriendo. Y rezaba porque no fuera a tropezarme.
—¡Ay, por favor!, ¿qué es esto?, ¿el juego de saltar la cuerda? —Lene venía detrás de mí, balbuceando maldiciones en otro idioma—. ¡Ya viene la muñeca maldita!
Recorrimos todo el camino de regreso, hasta detenernos en la estancia en donde Thomas me había servido su platillo.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Lene, volviendo la mirada una y otra vez por si Thomas llegaba.
—Azul, rojo, verde, violeta, naranja... Los colores tienen la misma secuencia.
—Sí que te pegaste duro, ¿eh?
—No. Es aquí, detrás de ésta pared. Parece ser la hoja de un árbol, tus cuchillos pueden rasgarla.
De repente la regadera salió volando del cuarto, la seguimos con la mirada hasta que el par de hilos la agarraron poco antes de que impactara el suelo.
—¡Ay mamá! —A Lene le temblaron las manos.
La mesa se alzó de golpe y traspasó la pared como hoja. Se agitó y, como si la hubieran empujado de regreso, chocó contra la entrada, anteponiéndose a Thomas.
«Ashton», pensé con una angustiosa corazonada de por medio. Empecé a creer en la posibilidad de su presencia. Lene lucía perdida dentro de su cabeza y eso me aclaró que no pudo haber sido quien movió la mesa.
Algunos hilos ingresaron por las aberturas que la mesa no alcanzó a cubrir, serpenteando como gusanos. Pero, de pronto, como si algo los hubiera espantado, se alejaron.
—Ya me preguntaba yo por qué tanto alboroto. —Una gran mancha se había formado a nuestras espaldas. Tenía igual apariencia que el fuego llameante, solo que esta parecía ser una mezcla entre algo líquido y mucosidad completamente negruzca. —A penas despiertas y ya estás armando una revolución.
—Aros.
—La pieza, ¡está ahí! —Lene señaló hacia el cuarto de luces. Parecía el mismo vacío. Las paredes, techo, y suelo, estaban todos recubiertos por tela igual de oscura que una sombra.
De manera fantasmal, una maqueta semitransparente flotaba en el interior y la secuencia de luces provenía de una rueda moscovita. No era de gran volumen, sin embargo, parecía muy real.
Pude reconocer las carpas mal montadas formando un camino recto hacia otra mucho más grande de formas abstractas e innumerables colores.
Me paralicé.
Era la feria en donde mi familia había sido atrapada.
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