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Capítulo cinco


✶ OCULTO 


Lene, no mintió. Aros se asomó del interior de aquella mancha, como si hubiera terminado de saltar una ventana; un portal que tardó en escurrirse hasta el suelo como un balde de pintura negra, cerrándose. Ya en el piso, permaneció como espuma y se evaporó segundos después. Recordé la primera noche, cuando vi su silueta en la vieja estación. Juré verlo lucir igual de opaco como permanecer detrás de una cortina negra. Y era este portal, precisamente, esa misma cortina.

La amarga cinta de una nueva memoria se reprodujo en seguida. Thomas me había llevado a pronunciar las palabras que invocarían al supuesto dueño del circo, pero al final, aquel hecho, terminó siendo una gran farsa inventada por Aros. Ashton no llegó por esas palabras, dijo que me había escuchado pronunciar su nombre gracias al medallón. También estuvo la vez que escapando de las sombras, indicó que el medallón nos llevaba hacia la vieja estación, dando así con Milo y Renzo a la vez. De igual manera, todas las veces que estuvimos en peligro, su luz palpitó, alertándonos. No parecía una coincidencia, era como si el medallón mismo se comunicara con nosotros. Y ahora no tenía la energía que requería para ayudarnos. Su ausencia se palpaba como el de una persona.

Con ojos atentos, Aros me dio la bienvenida y sonrió.

—¿Por qué no miras un poco?, o tomas asiento.

Movió el brazo, con la palma en dirección a la butaca que de repente se arrastró por el suelo hasta detenerse junto a mí.

—¿Cuál es el punto de que esté aquí? —cuestioné, ignorando por completo su invitación.

—Creí que serías más directa, como por ejemplo... «¿Cómo fue que llegué a parar aquí, al mundo de las sombras?» —dijo con una risita. Hundió las manos en los bolsillos de sus singulares pantalones negros con estrellas y rayas en secuencia hasta la rodilla.

Haber llegado al mundo de las sombras no era ningún enigma, pues con mis propios ojos vi cómo Port Fallen fue tragado por la oscuridad; el arco de la muerte se había precipitado sobre el arco de la vida, cubriéndolo.

El arco de la muerte, era precisamente el mundo de las sombras, mientras que el arco de la vida hacía alusión al mundo de los vivos.

Y venir a parar en la morada de Aros, probablemente se debía al ya mencionado o a Thomas. Eso, no lo sabía con franqueza. Pero daba igual, ambos eran uno solo, ¿cierto?

—Estoy segura de que no por voluntad propia —respondí con desprecio.

Le hizo gracia. Liberó sus brazos y me mostró las palmas.

—¡Eh! Por más que lo hagas ver de esa forma... —Caminó alrededor de la maqueta—. Digamos que fue benevolencia pura. Encontrar a la agraciada e indispuesta muchacha inconsciente sobre aquel nocivo suelo, siendo atacada por... Ashton —interpretó como si fuera un gran tema del cual hacer mofa.

—¿Tienes que ser tan hipócrita? ¡Todo fue por culpa tuya desde un comienzo! —espeté.

Meneó un dedo en gesto desaprobador.

—Fue un espectáculo, el comienzo de los tantos que seguirán. Aunque debo admitir que este en particular fue fascinante. Ashton se lució con tal magnífica presentación, ¿no lo crees?

Nunca pensé que una persona fuera capaz de despertar en mí el desprecio irremediable. Me sorprendí a mí misma, de pie frente a las colosales ganas de querer golpearlo. Hizo de mis manos dos piedras que temblaron por la fuerza en que se mantenían cerradas.

—Estuviste observando todo, como siempre —mascullé.

Y de seguro había usado el mismo portal para ocultarse. ¿Cuántas veces lo había hecho ya?

—Así es, siempre creí que el color negro le sentaba bien. Tu luz lo hizo desaparecer. Eres muy brillante para él.

Estaba tan seguro de que esa sombra había sido Ashton, que su arrogancia me causó gracia y fue así como erradicó mi ira por completo.

No lo había visto todo, comprendí.

Me mordí la lengua con la intención de no burlarme de él, porque también fue engañado por las sombras. Un punto a favor. No tenía ni la menor idea de que ese no había sido Ashton realmente, y ¡claro que tampoco podía tenerla! Fue fácil asumir que las cosas se escaparon de las manos poco después del suicidio de Dalas, quien gracias a los anillos controlaba a las sombras en su nombre, y ahora...

—Supongo que el tenerme aquí, siendo perseguida y atormentada por Thomas, no es tu verdadero motivo. —Tuve la ligera sospecha, y necesitaba indagar en ella sin que fuera demasiado evidente mi desesperación por desear aclararla.

Sus ojos se oscurecieron, algo que pensé como un imposible puesto que, ya de por sí, eran tan negros como el carbón.

Se aventuró hacia mí. A propósito me hizo tropezar con el taburete de tal modo que cayese sentada en él. Inclinó su cuerpo y de repente tomó mi mano, llevando el dorso muy cerca de su boca.

Forcejé y apretó, inmovilizando mis dedos y estirando mi brazo. Acto seguido, acarició los anillos con sus labios, dejándome en medio de un colapso mental y el desagradable dolor de cuerpo que todavía padecía a causa de la fiebre.

—No eres ninguna tonta. —Alzó sus ojos para refrenar mi vista—. A tu manera, lograste dominar a Ashton, aún como sombra, que tampoco fue la excepción.

Mi brazo tembló a causa de la tensión que se disparó en todo mi cuerpo. Sus palabras ardieron en mi pecho al pensar en lo despreciable que podía llegar a ser. Tenía el don para hacer enojar a las personas con mucha facilidad.

Levanté la pierna debido a un piquete impulsivo, con maniáticos deseos de exterminar la plaga. Pero él, justo a tiempo, evadió mi rodilla.

—Me conozco todos tus juegos, pequeña-gigante Zara. Así como también, sé que te gusta mi primo. Recuerdo haberte mencionado que observaba todo, y no fue solo estar al pendiente a través de Thomas, podía encontrarme a tiempo real en cualquier sitio. Debes darle las gracias a mi cortina y portal...

Señaló la maqueta semitransparente, cual de pronto cambió de imagen y lugar, mostrándome mi casa como si fuera una de muñecas. A poco tardar se fusionó en mi habitación, como una televisión en alta definición y una cámara implantada en mi pieza que transmitía todo, solo que los objetos sobresalían de la pantalla. Justamente como un holograma. Todo se veía tal y como recordaba antes de que sucediera el desastre.

Se me heló la sangre.

—¡Estás enfermo! —grité conmocionada.

Se burló con sequedad y su falso humor terminó por convertirse en una mueca.

Como juguetes con poca batería, los taburetes se sacudieron, elevaron y cayeron. Al cabo de unos segundos, todos —a excepción del que yo me encontraba sentada— se arrastraron por el suelo.

Con semejante ferocidad, uno en especial se estrelló contra la pared de igual apariencia que una hoja. Los pedazos volaron en todas direcciones y como acto reflejo, protegí mi cabeza con los brazos.

Otro grupo se alzó de forma caótica hacia el techo, tomando viada. Un parpadeo les tomo arrojarse como proyectiles sorpresa en dirección a Aros, obligándolo a retroceder y posicionarse a la defensiva.

El resto chocaron en el aire, unos contra otros, destrozándose entre sí.

Empecé a sentir pánico.

Aún sin ayuda del medallón, Ashton podía levantar objetos como una habilidad obsequiada por ser fantasma, aunque era evidente que le costaba mucho trabajo.

La maqueta de pronto se volvió loca, mostrando escenarios de Port Fallen al azar como la máquina de un casino. Supuse, fue por Aros, quien no se molestó más que en levantar los brazos y abrir cúmulos negruzcos que, aleatoriamente, se tragaron cada fragmento. Cada que un portal se abría, la maqueta revelaba un sitio distinto en Port Fallen.

Los pedazos de madera continuaron atacando veloces, furiosos, con la evidente intención de ansiar golpearlo o incrustarse en su piel. No parecían tener ganas de obsequiarle un tiempo para decir nada. Lo mantuvieron concentrado en evadirlos, y en cierto modo, su inoportuno semblante me dijo que no concebía nada de lo que estaba ocurriendo. Ninguno de nosotros esperaba que algo así sucediera.

Me aterré aún más.

Astillas y retazos volaban por todo el cuarto, trayendo recuerdos de la escena montada en el gimnasio, pero mucho más descontrolada y feroz.

Todavía cubriéndome la cabeza con los brazos, fui junto a Lene, quien ya no observaba temerosa y, más bien, gracias a su severa expresión, supe que ansiaba tener todos y cada uno de los cuchillos del mundo en su poder, para de ese modo, permitirse jugar vudú con el cuerpo de Aros. Por fortuna, se contuvo.

Los objetos para arrojarle escaseaban, así que era turno de que la mesa armara su escena. Creí que se la arrojaría en una sola pieza, como había hecho con la mayoría de taburetes, pero fue más listo y la azotó un par de veces contra el suelo hasta que logró darle forma de estacas variadas en tamaños. Los estruendos, esta vez me dejaron aturdida, mas el espanto me abrumó una vez que todas se coloraron en formación semicircular alrededor de Aros.

Pensar que Ashton era el autor de tal escena hizo que me temblaran las piernas. Mis palabras se quedaran cortas, atascadas en la garganta al tiempo que todas las estacas se pusieron en marcha como flechas disparadas por arcos invisibles.

Inconscientemente roté la mirada en dirección opuesta. No quise ver.

Mis oídos percibieron con perfecta nitidez el leve gritillo expulsado por mi pavor, el zumbido de varios palos al transitar rápidamente muy cerca de mí, y el inesperado quiebre de un cristal que agrietó la sensibilidad de mis tímpanos. Fue tal y como romper el inmenso ventanal de algún edificio.

Tenía cada uno de los músculos tensos y contraídos.

Me las arreglé para voltear a ver el escándalo esparcido por todo el piso. La maqueta se había hecho añicos y, el vidrio que antes formaba su cimiento, yacía como retazos de gruesos cristales transparentes que saltaron hasta mis pies. Hasta ese preciso instante, no supe que su base estaba formada de ese material.

El suelo de toda la estancia se convirtió en una capa de vidrio, que gracias al contraste de la oscura alfombra, débilmente reflejó al intacto Aros con un rostro colérico y abrumado por la sorpresa.

Las estacas no habían sido específicamente para él, pero, a más de ocasionar que la maqueta se fragmentara en miles de pedazos, lo obligaron a retroceder hasta que se encontró en el otro extremo del cuarto de luces, con la espalda pegada a la pared y falto de aire.

Entre lo que pude ver reflejado en el piso, también estaban las insignificantes virutas que dieron vueltas como guiadas por remolinos en el aire. Ingresaron al gran portal abierto seguramente por su desesperación; la enorme mancha que casi cubría todo el paso, flotando sobre el suelo, de un extremo de la pared a otro, justo en frente de sus narices. Por último, vi el reflejo de un muchacho que tranquilamente aproximó sus pasos hacia mí.

Sentí como si me clavaran un puñal congelado en el pecho.

Tenía la camisa revuelta y arremangada, exponiendo el brazo derecho con las venas pintadas a juego con la parte inferior de su frac y, que avanzaba lentamente, pretendiendo teñir el resto de su cuerpo, así como ya lo había hecho con su mano. El chaleco rojo había desaparecido. Su cabello cobrizo estaba desordenado y, bajo los agotados cetrinos, dos sombras que oscurecían sus anhelantes cetrinos ojos.

Mostró una simpática curvatura de labios y su mirada resplandeció al encontrarse con la mía entre los cristales.

Sorprendentemente fui capaz de sentir cuando me tomó de la mano, usando la sana y ocultando la otra detrás de su espalda. Dejé de mirar al suelo porque imaginé que podría verlo sin tener que depender de los cristales. Pero como temía, tan solo atisbé la borrosa imagen de la pared destrozada.

Pronto tuve aberrantes ganas de echarme a llorar, sin embargo, con mayor ansias necesité comprobar que verdaderamente estaba presente, junto a mí, y que mis ojos no eran capaces de verlo si no era a través de esos cristales.

Me atraganté con mi propia saliva. Lucía tan agobiado, tan... Terrible.

—En presencia de una nueva y gran oportunidad... —Lene me empujó la espalda con brusquedad.

Varios objetos se levantaron del suelo. Su parecido con los cristales que cubrían el piso —los mismos que antes componían la maqueta—, era indiscutible, exceptuando tal vez que eran azulinos e igual de especiales y perfectos que las piezas de un rompecabezas. Indudablemente, se trataban de la fuente de energía de los medallones que, en efecto, Aros había ocultado en la maqueta.

De reojo vi a Lene ejecutar un rápido movimiento con el brazo y, varios de sus cuchillos, se estrellaron contra cada pieza. Tan veloces como un colibrí fueron impulsadas, obligadas a ingresar en el portal. Las perdí de vista después de eso.

Una vez más, Lene me empujó con mayor fuerza en esa misma dirección. Anduve hasta lo que Ashton me permitió. Si me decían, yo tampoco quería soltar su mano. Tuve el espantoso pronóstico de que si lo hacía, iba a perderlo, otra vez. No quería eso. Me negaba.

Era ridículo, un maldito juego mental. Podía tocarle, ¡pero no verle! La sangre en mi cuerpo hervía hasta el punto de casi hacerme soltar rabietas. Pero justo a tiempo me controlé, mordiendo el interior de mi mejilla hasta sentir dolor.

—Ay, por favor... ¡Hansen! —chilló Lene, desesperada y molesta a la vez—. ¡Tómate un break y déjala andar! Hay que cruzarlo antes de que el muy palurdo reaccione y lo haga desaparecer. Además, sospechará de ti. Todavía no reacciona, pero sin duda seremos atrapados cuando lo haga.

Los temblores se hicieron de mis piernas. Imaginarlo enterarse de que Ashton seguía conmigo, no me preocupó menos que Aros formando un puño con su mano. El portal empezó a escurrirse en dirección al suelo.

Debido a su ubicación al otro lado de semejante portal abierto por su persona, había obstaculizado gran parte de su visión y, de la nuestra con respecto a él. Tampoco notó cuando las piezas lo traspasaron, ni a mí a plenitud. Yo misma tuve que ayudarme del reflejo producido en el suelo para localizarle, de otro modo, era imposible.

Tal y como Lene mencionó, el colérico Aros seguía absorto, contemplando el desastre armado en cuestión de minutos. Dio un paso hacia al frente con la intensión de acercarse a mí, sin embargo, no supe bien si continuó sin verme ya que otro gran empujón de Lene estuvo de por medio, introduciéndome a la fuerza en aquella sustancia viscosa del que parecía estar compuesto ese portal. Apropósito tropecé, y, con los pies fui llevando conmigo varios cristales que encontré por el piso.

No pude comprobar si Ashton venía detrás de nosotras porque, tan pronto como nos arrojamos hacia la mancha, una cortina de cristales se levantó a nuestras espaldas. Supuse que la hizo él con el fin de impedirle el paso a Aros. Tampoco estuve al corriente del momento exacto en que nos soltamos. Eso me molestó bastante. No quería estar lejos de él. Debido a su condición, no quería perderle de vista.

Una vez que el portal estuvo a punto de cerrarse por completo, a través de las diminutas aberturas, varios hilos encontraron el modo para colarse. Serpentearon en el aire y consiguieron enredarse en mi cintura, tal y como Lene agarraba mi brazo, clavándome las uñas con notable fuerza.

—¡Voy a hacerme un bonito accesorio con sus hilos! —Lene llevó una mano hacia su cabello, agarró uno de los palillos que lo mantenían sujeto como una pelota y me mostró una reluciente hoja que surgió del interior del mango verde. El cuchillo era pequeño, pero terminaba con un filo aterrador.

Me sentí liviana. No supe si jalaban de mí, pues era como si flotásemos o cayéramos hacia ningún sitio en particular.

Estuve a punto de suplicar en voz alta que no fuese eso último, cuando, de repente, un agujero se abrió a nuestros pies, absorbiéndonos como un remolino de viento. Nos sacudió y aspiró con tal fuerza, que el muñeco Thomas se abrió paso entre los cristales y cruzó con nosotras. El portal se cerró justo después de que él terminó de cruzar. Menos mal, Aros en persona, no lo había hecho.

—¡Zara! —Lene me gritó al oído, dejándome casi sorda por completo—. ¡Dime que no estabas pensando en practicar paracaidismo sin paracaídas!

Como una loca traté de aferrarme al delgado cuerpo de Lene.

—¡Tengo miedo a caer desde tan alto! —chillé a todo pulmón.

Aquello que había aguardado: las lágrimas y los gritos, salieron expulsados con vehemencia en ese mismo alarido.

—¡Creí haberte dicho que no tuvieras miedo, papanatas!

Observé con verdadero terror el suelo negruzco asomarse a kilómetros y kilómetros de distancia, bajo nuestros pies.

—Ay, Dios... ¡Voy a morir! 


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