❥6
Cuando los pájaros del jardín...
Con un trapo viejo lustró la superficie del relojito de oro, hasta que su rostro añiñado se reflejó en él. Era de un oro macizo y pesaba bastante, era la prueba de su autenticidad, debía valer un dineral. Seguro había recorrido varios tramos de manos enguantadas y usado en varios esmoquíns y chales de clase alta, bien planchados.
Claro que para ella significaba una reliquia familiar, y no iba a usarlo en un esmoquín ni mucho menos, lo iba a cuidar como si fuera aquel reloj del conejito de Alicia en el país de las maravillas.
Se sentía contenta con su descubrimiento, tanto que se olvidó de aquel animal peludo que había dado con ella en el jardín mientras regaba los jacintos de su abuela, plantas llenas de vida y muy joviales. Al igual que ella, con ese pelo carmesí y ese rostro surcado de pecas. Estaba en la sala comedor,sentada a la mesa,la radio empezó con su habitual interferencia. "Zzz","zzz" hacía.
Era como escuchar un abejorro en un campo lleno de girasoles. Lorelai se sentía tranquila, y por un momento el sentimiento de soledad se desprendía y salía de ella e iba a parar a otra parte, a otro estado o país.
Quizá a Gran Bretaña a torturar alguna anciana divorciada adinerada o algún científico al fin terminada su carrera en la desolación de su triunfo. Del no saber que hacer, el sentimiento de incertidumbre acompañado con el de la gran soledad. El reloj prende de una larga cadena de oro, igualmente del resto de material con el que está hecho.
Algún viejo herrero con buena mano lo abrá labrado, porque lleva un pequeño símbolo en la tapa. Es genial como esos objetos pueden persistir durante décadas, luego de uno haber perecido. Es genial e incluso insultante.
No caduca, sino que sirve como una compañía casi material y etérea. Los objetos pasan a formar parte de nuestra vida cotidiana como ya es sabido. Y les tomamos en gran valor, porque nos representan de alguna forma u medida. Simbólica, emocional, de vínculo histórico o familiar.
– ¡No me cansaría de contemplarlo!.—exclama a la nada la niña.
Abre los ojos de par en par,con las pupilas reluciendo, como si jamás hubiera visto algo parecido. Cómo si no pudiera dar crédito a aquello.
Mientras tanto la radio seguía con sus "zzz's" y sus "frrr's" de interferencia.
Quien sabe que era lo que en verdad ocurría con aquel aparato o trasto viejo. Pero al cabo de 5 minutos empezó a entonar una agradable emisora de una tira con canciones alegres de baile animado.
Era gracioso y absurdo. Totalmente sin sentido. Marietta, una vecina que trabaja en una pastelería y era empleada de confianza, de vez en cuando tocaba el timbre por fuera de las verjas de la mansión, con una bolsa de papel llena de bollos de canela. Era como Martinne, la dueña de la florería. Buena mujer,canosa y risueña. También le hacía una lista larga de preguntas a Lorelai, como por ejemplo:
•¿Cómo te está yendo?
•¿Dónde está el resto de tu familia?
•¿Has comido?
•¿Cómo te encuentras?
•¿Te sientes sola?
Y:
•Puedo cuidar de ti si a si lo deseas.
Pero lo que no sabía aquella anciana era que las sombras se hacían cargo de ella y de la casa. Todo estaba en orden gracias a ellas. Las sombras y los espectros que vivían allí. No hablaban mucho pero siseaban y en ocasiones, se reían. No animadamente, pero se reían. Quizá con pesar y quizá desearan descansar, en la profundidad de la oscuridad. Aquello que es para siempre. Y que no termina jamás. Las sombras jamás iban a desaparecer, ni a parecer como su familia.
Por eso le gustaba un poco vivir así, sin tener que ver a alguien de carne y hueso que, en algún momento iba a dejar de existir. No iba a tener que encariñarse de esa persona porque no existía y tal. La abuela o el fantasma de la abuela, solía visitarla en el jardín todas las tardes en qué se la daba la gana y salía como una exhalación chillando de alegría a entablar conversaciones largas con su nieta.
Cualquiera diría que la niña estaba loca y padecía de enfermedades mentales, talvez fuera así y no había otra forma de interpretarlo, que de la manera más obvia. Si ponías a un ciego a vivir en la mansión, iba a darse cuenta sin tener que ver, que allí vivían cosas pocos comunes y no eran de este mundo.
Talvez Lorelai no fuera tampoco real, sino un concepto irreal y en concreto siniestro. Hablaba sola, diría por ejemplo la señora Marietta, o incluso cualquiera que pasará por allí y la observara fijamente. Pero a simple vista, parecía y era una niña normal. O quizá, no lo era.
Aunque eso a ella no le importaba porque algunos días se sentía felíz y otros, alguien que debía estar durmiendo en una de esas tumbas del patio con el resto de su familia.
Desde luego era sin más ni menos, que un incordio, una incógnita. Pero había encontrado algo en el sótano, algo valioso y que significaba que podía tener algo más de su abuelo que sus propios retratos enmarcados en las paredes.
Aquellos retratos donde se lo veían risueño, con su ocular y ese bigote particularmente raro e inusual. De las fotos parecía resonar su carcajada y su "¡Pronto te llegará algo bueno, primordialmente!" O "¡Esto es primordialmente bueno!". Sus frases más habituales y famosas. Las recordaba como si las hubiera dicho ayer. En una comida familiar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro